«Ellos verán a Dios»

 

Francisco y Cristina

Francisco recibe por quinta vez a CFK en el Vaticano
El Papa aborda con Cristina Fernández los desafíos de Latinoamérica
La presidenta argentina le regaló al Papa una copia del Martín Fierro y un cuadro

José Manuel Vidal, 07 de junio de 2015 a las 19:18

El Papa a los periodistas: "Recen por mí, y si alguno no puede rezar porque no cree, al menos tírenme buena onda"

Francisco y Cristina, en el aula Pablo VI

Poco antes de las 17 horas, la presidenta de Argentina, Cristina Fernández,  llegó a la ciudad del Vaticano, donde fue recibida por la máxima autoridad de la Iglesia Católica, el papa Francisco. Minutos antes de la llegada de la mandataria argentina, bajo una suave llovizna, Francisco se acercó y saludó uno por uno a los periodistas que cubrían el encuentro y se expresó con especial afecto a los reporteros argentinos a quienes les deseó un feliz día, en referencia a la conmemoración que se celebra hoy en nuestro país.

Ambos líderes ingresaron a la sala Paulo VI de la Santa Sede, donde aguardaba la comitiva argentina que, entre otros, estuvo integrada por el canciller Héctor Timerman; el secretario de Culto, Guillermo Oliveri; el secretario de Comunicación Pública, Alfredo Scoccimarro y embajador Eduardo Valdés.

La reunión entre Francisco y Cristina, la quinta desde que hace dos años Jorge Bergoglio fue entronizado papa, se extendió durante una hora y media, y concluyó pasadas las 18.30 de Italia.

Una vez concluida la reunión, ambos jefes de Estado se acercaron a la sala contigua al salón donde se llevó a cabo el encuentro y donde aguardaban los periodistas acreditados.

Allí la presidenta argentina se dirigió a los cronistas y aseguró que "es un honor saludar en su día a los trabajadores y las trabajadoras de prensa con Su Santidad al lado".

En ese mismo salón, la Presidenta le entregó al Santo Padre los obsequios oficiales, entre los que se destacaban un cuadro de Eugenio Cuttica, un libro sobre patrimonio arquitectónico argentino, el libro de Alberto Methol Ferré "Los estados continentales y el Mercosur", y una copia del Martín Fierro.

También le entregó dos bajorrelieves: uno de la Virgen de Luján y otro del Papa y una canasta de productos argentinos.

Por su parte, el pontífice le entregó a la Presidenta un ícono de la Virgen de la Ternura de la catedral de Vladimir del siglo XI.

A la salida, la presidenta argentina subió a su vehículo oficial y se despidió con un "Nos vemos" de los periodistas que esperaban a la salida del lugar.

El papa Francisco, por su parte, se paró a conversar con la prensa, a cuyos representantes dijo: "Buen fin del día del periodista, hoy fue un día de mucho trabajo".

"Recen por mí, y si alguno no puede rezar porque no cree, al menos tírenme buena onda", manifestó el pontífice argentino.

Como en el caso del reciente encuentro del Papa con el ex presidente uruguayo José Mujica, los temas previstos en la reunión con Kirchner han trascendido la política nacional y se han enfocado más en los desafíos que afronta América Latina a corto plazo.

"Va a ser una gran reunión de dos personas que se quieren mucho y que les interesa conversar lo que pasa en el mundo. Son atentos militantes de la paz. Por eso creo que Latinoamérica en primer lugar y el mundo en segundo lugar será la agenda que tendrán ambos", había anticipado ayer el embajador Valdés.

Evangelio según San Mateo 5,1-12. 

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. 
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: 
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. 
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. 
Felices los afligidos, porque serán consolados. 
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. 
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. 
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. 
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. 
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. 
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. 

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron." 

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 
Sermón 53; PL 38, 366

«Ellos verán a Dios»

Queremos ver a Dios, buscamos verle, ardientemente deseamos verle. ¿Quién no tiene este deseo? Pero fíjate en eso que dice el evangelio: «Dichosos los limpios de corazón: ellos verán a Dios». Procura verle. Para tomar una comparación entre las realidades materiales: ¿cómo querrás tu contemplar el sol naciente con los ojos enfermos? Si tus ojos están sanos, esta luz será un placer para ti; si están enfermos, te será un suplicio. Indudablemente, con un corazón impuro no podrás ver eso que se puede ver con un corazón puro. Tú serás apartado, alejado de verlo, no verás nada.

¿Cuántas veces el Señor ha proclamado «dichosos» a unos hombres? ¿Qué motivos de dicha eterna ha citado, qué obras buenas, qué dones, qué méritos y qué recompensas? Ninguna otra bienaventuranza afirma: «ellos verán a Dios». He aquí como se enuncian las otras: «Dichosos los pobres de corazón: de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los mansos: ellos  obtendrán la tierra prometida. Dichosos los que lloran: ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia: ellos serán saciados. Dichosos los misericordiosos: ellos obtendrán misericordia». Así pues, de ninguna otra se afirma. «Ellos verán a Dios».

La visión de Dios se promete cuando se trata de hombres de corazón puro. Esto no es sin más, sino porqué los ojos que permiten ver a Dios están en el corazón. De esos ojos habla el apóstol Pablo cuando dice: «Pueda él iluminar los ojos de vuestro corazón» (Ef 1,18) En el momento presente, estos ojos, a causa de su debilidad, son iluminados por la fe; más tarde, a causa de su vigor, serán iluminados por la visión... «Actualmente vemos como una imagen oscura en un espejo; aquél día, lo veremos cara a cara.» (1Co 13,12).

8 de junio 2015 Lunes X 2 Co 1, 1-7

Hoy empezamos a leer la carta que Pablo dirige a los corintios. En su saludo insiste en que Dios es confort, es consuelo, pero también es participación en los sufrimientos de Cristo. Y termina: «La esperanza que tenemos para todos vosotros es del todo segura, porque sabemos que, así como compartir los sufrimientos de Cristo, comparte también el consuelo.» Estas palabras de Pablo serían apropiadas si fueran dirigidas a ti? ¿Qué haces para compartir los sufrimientos de Cristo y su consuelo? Señor, que sepa ver sus sufrimientos y tu consuelo; enséñame a saberlo compartir.

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO – B 7 DE JUNIO DE 2015

Ex 24, 3-8; He 9, 11-15; Mc 14, 12-16.22-26

Los apóstoles preguntan a Jesús donde deben preparar el lugar para comer la Pascua. Comer la Pascua, era y es, tal como ya sabéis hermanos y hermanas, fundamental en la celebración de la pascua judía. El cordero sacrificado y compartido con los otros en una comida ritual y familiar, evoca la cena del pueblo de Israel antes de salir de Egipto y ser liberado de la esclavitud. Además, una vez degollado el cordero, con la sangre habían marcado los dinteles de las puertas de las casas para que la muerte exterminadora pasara de largo (Ex 12, 1-14). El cordero, pues, es evocación de la victoria sobre la esclavitud y nutrimento para el camino de cada día. Los apóstoles preguntan a Jesús donde deben preparar el lugar para comer la Pascua y Jesús les da las indicaciones precisas para la preparación. Después, sin embargo, el evangelista ya no habla más de comer la Pascua y, en cambio, centra la atención en el pan y el vino que, después de haber comido ritualmente el cordero pascual, Jesús dio a sus discípulos. Aquella cena, pues, se transforma. Del comer la Pascua se pasa a comer el pan y ver el vino del cáliz. Cambia el alimento, pero se mantiene el clima de pascua. Desde ese momento, para los discípulos de Jesús, la comida pascual es el del pan y el vino de la Eucaristía, porque Jesús es el verdadero cordero pascual que nutre espiritualmente, que libera del pecado, que salva de la muerte eterna. En torno a la mesa del nuevo cordero pascual se crean unos lazos de fraternidad y de solidaridad que nos ayudan a vivir cristianamente y que son un testimonio para otros. Como un eco festivo del Jueves santo, hoy nos reunimos en torno a la mesa eucarística para agradecer y para ser nutridos. Para agradecer al Cristo Cordero su sacrificio de amor a la cruz y la posibilidad de participar de ella en la Eucaristía para ser purificados y vigorizados, para recibir la prenda de vida para siempre. Esto pide nuestra fe y nuestro compromiso.

A propósito de este compromiso, quisiera centrar su atención sobre el significado de dos afirmaciones de fe que la liturgia de la misa nos pone en los labios. La primera es el "amén" del final de la oración eucarística. Significa la adhesión del pueblo de Dios que participa en la celebración a todo lo que quien la preside ha ido diciendo al Padre del cielo en nombre de todos. San Agustín, comentando este "amén" y haciéndose eco de una tradición compartida por otros Padres de la Iglesia, dice que aclamaron con el "amén" al término de la plegaria eucarística significa suscribir y asentir a todo lo que se ha dicho y que, además, expresa el compromiso de todos con lo que el celebrante ha dicho (cf. Sermón contra los pelagianos, 3). Recuerde esto; la plegaria eucarística termina con una gran glorificación a Dios: "Para él [es decir, por Cristo], con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos ". Y todo el mundo responde: "Amén". Esta glorificación trinitaria es el punto más álgido de todo el culto que la Iglesia tributa a Dios, y nos adherimos con nuestro "amén" vibrante.

¿Que suscribimos, sin embargo, con esta nuestra aclamación? ¿a que asentimos? Nos hacemos Nuestra -con el "amén" - la acción de gracias por la obra salvadora que el Padre ha llevado a cabo en Jesucristo y que ha culminado en su muerte y resurrección. Nos adherimos también a la oración que pide que el Espíritu Santo transforme el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Jesucristo pidiendo que, por la presencia de Cristo resucitado, esta obra salvadora continúe su acción en la celebración litúrgica. Nos adherimos, además, a la ofrenda que el celebrante, en nombre de la Iglesia, hace al Padre de Jesucristo, presente en el sacramento como verdadero cordero pascual. Y nos adherimos, aún, a las intercesiones a favor de la Iglesia y del mundo, los vivos y los difuntos, así como la petición de que, todos cuantos participamos del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, estemos unidos en un solo cuerpo eclesial animado por el Espíritu Santo.

Como he dicho, además de suscribir el que el celebrante ha rogado, nuestro "amén" expresa el compromiso de hacer vida el contenido de la oración eucarística. Es decir, de llevar una vida agradecida a Dios por su amor y su obra salvadora; una vida identificada con Jesucristo que en la Eucaristía viene a nosotros para hacernos semejantes a él; nos comprometemos a trabajar por la comunión en el seno de la Iglesia y a estar al servicio de toda la humanidad. Como veis, es importante que digamos el "amén" con toda conciencia, con toda sinceridad, con toda la fe y todo el agradecimiento de que seamos capaces. Así ejercemos nuestro sacerdocio bautismal y confirmamos lo que en nombre de todos ha rogado el celebrante.

Quisiera fijarme, por último, en otro "amén". No es solemne y comunitario como el del final de la plegaria eucarística que acabo de comentar, sino que es individual, íntimo. Me refiero al "amén" que decimos al recibir la comunión. A veces alguien dice "así sea ​​", queriendo traducir la palabra" amén ", pero dándole un sentido poco acertado, porque materialmente expresa que desearía que el pan que recibe sea el Cuerpo de Cristo, pero no tiene la certeza. Otros dicen "gracias"; está bien el agradecimiento. Pero tanto si va dirigido al ministro debido a que le da la comunión, como si va dirigido al Cristo por habernos dejado la Eucaristía, tampoco es el más adecuado en ese momento. Cuando el que da la comunión nos dice "el Cuerpo de Cristo" nosotros respondemos "amén".

Y recordadme: "amén" quiere decir "sí", "lo ratifico". Por lo tanto, el "amén" que decimos al recibir la comunión es una profesión de fe en la presencia de Jesucristo resucitado en el pan y el vino consagrados. Se nos dice "el Cuerpo de Cristo" y nosotros respondemos diciendo que lo creemos. Pero, hay más. San Agustín, el Padre de la Iglesia que he citado antes, hace un comentario que enriquece el nuestro "amén" de la comunión. Nosotros, por el bautismo formamos parte del cuerpo espiritual de Cristo que es la Iglesia (cf. 1C 12, 17). Pues bien. San Agustín dice que con el "amén" reconocemos el Cuerpo de Cristo presente en el sacramento y a la vez afirmamos que nosotros también somos Cuerpo de Cristo; y concluye: vivid, pues, como miembros del Cuerpo eclesial porque su "amén" sea verdad (cf. Sermón, 272). Efectivamente, es inseparable la comunión con el Cuerpo sacramental y la comunión con el Cuerpo eclesial. Con el "amén" de la comunión expresamos nuestra realidad de bautizados y de miembros de la Iglesia y
confesamos nuestra fe en Cristo presente en el sacramento de la Eucaristía. Por eso cada celebración eucarística es para nuestros una gran alegría y un compromiso muy serio, ante Dios y ante los hermanos. Que nuestro "amén", pues, sea bien vibrante para que lo sea también nuestra vida de cristianos que se nutre en la mesa del Señor.

¿Cómo es el corazón de Jesús?
Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mateo 11, 29)

La Fiesta de “El Sagrado Corazón de Jesús”, no invita a mirar a Cristo y a aprender de su ejemplo; “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”.  (Mateo 11, 29), Nuestro amor cristiano puede ser de diversas maneras, pero cuanto más nos acerquemos al de Cristo, será mas transparente y cristalino. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo  5,8)

El Corazón, símbolo y parábola de nuestra Personalidad
Lucas escribe en su Evangelio: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”  (Lucas  2,19), también refiriéndose a María dice que: conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. (Lucas  2, 51). En muchos versículos Lucas se refiere a los sentimientos que tenían los hombres como sentimientos que nacían y se cuidaban en el corazón, es así como también escribe: “porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.

(Lucas  12). Todos estos versículos, nos ayudan de buena manera a comprender de algún  modo la interioridad de María y de Jesús, junto con la de los protagonistas de los relatos evangélicos, como por ejemplo en este relato; “Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor.  (Lucas  9,47).

En otras palabras, podemos afirmar, que tanto en las Sagradas Escrituras como en los escritos de la vida cotidiana, todo aquel que desee describir como son los sentimientos de alguien determinado, se refiere al corazón, por lo que este órgano humano es todo un símbolo y parábola de nuestra personalidad y allí se atesoran las cosas buenas; “porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Lucas  12,34), después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia. (Lucas  8,15) o allí se manifiestan nuestros miedo; ¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?  (Lucas  24,38)

El Corazón de los hombres
El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno,  (Lucas  6,45) El corazón representa algo muy importante en el ser humano, podríamos incluso decir que el corazón personifica  en su integridad al hombre, y es porque es el centro único y excepcional de la persona humana, un hombre sin corazón, es un ser sin vida de amor, no tiene con que amar y no puede cumplir lo que Jesús nos ha pedido: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”  (Lucas  10,27), por tanto el corazón es el centro de nuestro ser, la fuente de nuestro temperamento, allí se anida la virtud de la mansedumbre, de la humildad y es el sitio preferido de la misteriosa acción de Dios.

Y por cierto, al Señor le gusta el hombre de corazón puro, porque es un corazón que sabe amar: “Amaos intensamente unos a otros con corazón puro” (1 Pedro  1,2), y no solo le encanta, sino que a los puros de corazón les bendice; Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo  5,8). No obstante, sabemos también que hay dureza en el corazón y en el puede existir el bien y el mal, es así como los hay traicioneros; Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle,  (Juan  13,2), “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas”(Marcos  7,21), pero a pesar de estos corazones enrarecidos, Jesús tiene confianza en que los hombres pueden transformarse en hombre de buen corazón y les pone como ejemplo el corazón suyo: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.  (Mateo  11,29)

El Corazón de Jesús
Al cristiano, le enternece hablar desde el corazón, del Corazón de Jesús. En efecto, a todos nos conmueve y nos emociona profundamente, porque sabemos que esta figura nos habla de un amor dotado de hermosura, porque no nos cabe ninguna duda que el Corazón de Jesús, es para nosotros el mas bello emblema del amor. Su corazón fue colmado de amor total al Padre y a los hombres. Es tan importante en todos nosotros, que para aprender a amar a los demás de gran forma, tratamos de de comprender algo del amor de Cristo Jesús a todos los hombres.

Los Evangelios, nos hablan del corazón de Jesús, mostrándonos un corazón humano y al mismo tiempo con el misterio de un amor humano-divino. El corazón humano de Cristo está unido a su divinidad, es así como podemos decir que el amor de Dios se ha encarnado en el amor humano de Cristo y el nos pide; “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”  (Lucas  10,27),porque el es “El Señor, nuestro Dios, es el único Señor”  (Marcos  12,29), y cuando el “escriba” le dijo a Jesús, “El es único y que no hay otro fuera de El, y amarle con todo el corazón,  (Marcos  12, 32), le dijo que; “No estás lejos del Reino de Dios”.  (Marcos  12, 34)

Con todo, Jesús, tuvo también un corazón muy humano y sensible, como lo demuestra en el relato de la resurrección de Lázaro; “Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente…..y  Jesús se echó a llorar.  (Juan  11, 33-35). Luego de que Jesús entregó su espíritu en la cruz, el Corazón de Jesús se detuvo y cesó de latir, y luego al resucitar, “no ha cesado nunca, ni cesará ya jamás de palpitar con un apacible e imperturbable latido”. (HA 28). Como lo demuestra Juan, quien sintió su latidos al reposar sobre el pecho (el Corazón) de Jesús, cuando escribe el amoroso dialogo de amor entre Pedro y su Maestro; “dice Jesús a Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?”  (Juan  21,15)

El Corazón de Dios, amor hacia los hombres
El amor de Dios hacia el hombre existe desde siempre y para toda la eternidad; “De lejos el Señor se me apareció y me dijo; Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti”.  (Jeremías  31, 2). Es así, como San Juan Evangelista que conoció a Jesús íntimamente descansando sobre el pecho (corazón) de Jesús, tanto que fue el discípulo amado, exclama; “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Juan  3, 16-17), es decir, un amor extremo, que llevo a su propio Hijo a la Cruz por amor a los hombres, revelado el mismo Jesús; “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos”  (Juan  15, 12-13).

Esto nos revela el gran corazón de Dios; “mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”  (Romanos  5,8) así como también Jesús nos muestra su gran corazón, su sufrimiento y muerte en cruz son una muestra de su amor por nosotros, como lo declara San Pablo; “y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”.  (Gálatas  2,20)

Las fuentes de la fiesta del sagrado corazón de Jesús
Una vez concluida la fiesta de Pentecostés la Iglesia durante un día viernes, después de la fiesta de Corpus, celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Esta es un fiesta relativamente nueva, no obstante la idea de celebrar tiene muchos años, y la fuente esta en las misma Sagradas Escrituras. Dios nos a amado siempre, “Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”.  (1 Juan  4, 8-10). Por eso, lo que celebramos en esta fiesta, es el amor de Dios revelado en Cristo Jesús y manifestado sobre todo en su pasión. El símbolo de ese amor es el corazón de Cristo herido por los pecados de los hombres.

Es así entonces, que la devoción al Sagrado Corazón es devoción a Cristo mismo, y hacia El se dirige nuestra oración: "Venid, adoremos al corazón de Jesús, herido por nuestro amor".

Una monja, Margarita María Alacoque, de la orden de la Visitación, en Francia, fue quien impulsó la idea que se concretaría en una nueva fiesta en el calendario litúrgico. Los antecedentes son que entre 1673 y 1675 tuvo santa Margarita María, en su convento de Paray-le-Monial, una sucesión de visiones en las que Jesucristo le habló pidiéndole que se ocupase por la institución de una fiesta del Sagrado Corazón, que debería celebrarse el viernes después de la octava del Corpus Christi. Luego en 1856, el papa Pío IX la hizo extensiva a toda la Iglesia.

La lectura de la liturgia La liturgia de esta fiesta, en sus tres ciclos de la solemnidad del Corazón de Jesús nos hace contemplar en conjunto desde su clave profunda: “el amor de Dios”.

Ciclo B; “Sacarán agua con alegría de las fuente de la salvación”. (Is 12,2-6). La tradición cristiana ha entendido que la antigua profecía de Isaías se ha cumplido en Jesús. Al ser traspasado su costado, “salió sangre y agua”. Jesús muerto y resucitado se convierte en manantial de vida y salvación. Derrama su Espíritu, su amor, su misma vida. Por eso, estamos invitados constantemente a acudir a Él para beber esa agua que sacia su sed y le purifica y para recibir la aspersión de su sangre que le regenera y le embriaga. “Verán al que ellos mismos traspasaron”. (Jn 19,31-37). Desde los apóstoles, todas las generaciones cristianas han descubierto el amor de Dios contemplando a Cristo crucificado. La cruz es la expresión mayor de este amor. Por eso también nosotros somos invitados antes que nada a mirar a Jesús. El apóstol Juan nos enseña este secreto y desea contagiarnos esta mirada contemplativa: para que entendamos hasta qué punto somos amados y aprendamos a amar de una manera semejante.

La contemplación de este misterio
La contemplación de este misterio, causa en nosotros profundos sentimientos de amor y es una gran invitación a adorar al Señor. Pero también, a compadecernos por los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo, que padeció en manos de los hombres. Ciertamente, la reflexión de los sufrimientos de Cristo debería producir en nosotros el dolor de los pecados, de los nuestros propios y de los del mundo. Pero hay también lugar para el gozo, gozo de conocer que somos tan amados y que ha triunfado el amor, por tanto, nuestra devoción no debe permanecerse solo en el nivel del estremecimiento, sino que además, sea un dulce momento para ayudar a cargarle la cruz a Cristo Jesús.

En efecto, esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, debe hacerse aceptando la invitación de Cristo a tomar nuestra cruz y seguirle como se nos ha pedido en Aparecida, como  “discípulos y misioneros  de Jesucristo”, seducido por El, por su entrega de amor en la Cruz, por tanto, nos corresponde a todos, los que somos su Iglesia, Obispos, Presbíteros, Diáconos, Religiosos y Fieles Laicos, ponernos en el lugar de Cristo y tomar parte en la obra salvadora de Jesús, con amor mutuo, porque “si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu”. (1 Juan  4,11-13)

La Fiesta de “El Sagrado Corazón de Jesús”, no invita a mirar a Cristo y a aprender de su ejemplo; “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”.  (Mateo  11, 29), Nuestro amor cristiano puede ser de diversas maneras, pero cuanto más nos acerquemos al de Cristo, será mas transparente y cristalino.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo  5,8)

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