"Más cuando se la siembra, crece y sobrepasa a las demás hortalizas"

XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ez 17, 22-24; Sal 91; 2Co 5, 6-10; Mc 4, 26-34)

LA COSECHA

Siempre da alegría ir al campo para recoger el fruto del trabajo fatigoso que ha supuesto la siembra. El labrador mira el campo dorado de mieses, y aunque siempre espera mayor fruto, es el momento de cantar, pues el llanto se ha convertido en fiesta.

En los textos bíblicos que hoy nos propone la Liturgia de la Palabra, se puede observar cómo el dolor y la ofrenda están ligados al proceso de la fecundidad y del fruto: -«Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble” (Ez 17, 22-23).

A su vez, el Evangelio asegura que el fruto no depende totalmente de la voluntad del sembrador: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola” (Mc 4, 26-27).

De estos dos principios, del esfuerzo, a veces penoso, que supone disponer la tierra, cortar la rama e injertarla, y hacer la sementera, y del don gratuito de la recogida de los frutos, se deriva la esperanza y el gozo en el camino espiritual. El proyecto de vida se parece al proceso de la semilla. De nosotros depende que seamos tierra buena, arada, descantada, abonada; pero del Creador depende el incremento y los frutos, y gracias a la misericordia divina, nos sorprendemos, tantas veces, con el resultado centuplicado comparado con nuestra ofrenda. +Cuántas veces el desgarro? que suponen la ofrenda y la siembra, tanto que hasta nos puede hacer pensar si será inútil, pasado el tiempo, produce el himno de alabanza y la experiencia de la generosidad de Dios!

Es bueno dejar actuar a Dios en el alma, que el Espíritu, en el silencio y la oscuridad de la noche elabore el fruto. Son horas inciertas, difíciles, porque la mente aventura la posibilidad de desgracia, de esterilidad y de pérdida del esfuerzo.

Se nos pide la confianza. Por nuestra parte, ser tierra profunda que guarde la semilla de la Palabra. Por parte del Espíritu, que fecunde nuestra esperanza, y nos permita el aliento de los frutos. El Consejo del Apóstol es oportuno: “Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe” (2Co 5, 6).

Pequeñas semillas

Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo» no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta.

La increíble velocidad con que se difunden las noticias nos deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes para afrontarlo.

La ciencia nos ha querido convencer de que los problemas se pueden resolver con más poder tecnológico, y nos ha lanzado a todos a una gigantesca organización y racionalización de la vida. Pero este poder organizado no está ya en manos de las personas sino en las estructuras. Se ha convertido en «un poder invisible» que se sitúa más allá del alcance de cada individuo.

Entonces, la tentación de inhibirnos es grande. ¿Qué puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? ¿No son los dirigentes políticos y religiosos quienes han de promover los cambios que se necesitan para avanzar hacia una convivencia más digna, más humana y dichosa?

No es así. Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan desapercibido como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y fructificar de manera insospechada.

Quizás necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No nos sentimos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo. Un gesto amistoso al que vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón agobiado... no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste, que ha olvidado el encanto de las cosas sencillas y buenas.

José Antonio Pagola. 11 Tiempo Ordinario – B. (Marcos 4,26-34). 14 de junio 2015


Undécimo Domingo - Tiempo Ordinario Ez 17,22-24. 2 Co 5,6-10

Mc 4,26-34

Jesús habla del Reino ... y se le !entiende !

Vete a saber. Quizá esta observación previa no sea, ni de lejos, la menor de este domingo. A menudo nosotros nos empeñamos en hablar de cosas que ni preocupan, ni se entienden. Y, así, vamos dando vueltas a una rueda, que gira sobre sí misma, y ​​no avanza ni ayuda a vivir. Jesús habla de modo que los que escuchan lo pueden comprender. Con términos, imágenes y lenguaje comprensible y cercano. A partir de su vida y su realidad. Ay, si n'aprenguéssim !!

En general, ante dificultades, tareas, problemas, e incluso las cosas más normales de nuestro vivir funcionamos con el esquema "superman". Que venga alguien y nos lo arregle. Que alguien organice y solucione lo que sea necesario. Y si puede ser, de una vez por todas.

En un mundo complicado por injusticias, desigualdades, hambre, explotación, violencia ... pedimos que Dios se presente y nos lo arregle. Definitivamente. Y con contundencia, si puede ser.

Buscamos héroes, soluciones y recetas ... Y Jesús nos habla del Reino.

El Reino de Dios se parece ... Las comparaciones con el sembrador y el grano de mostaza nos ayudan a entender cómo actúa Dios. Y qué espera de nosotros.

Las tres "R" del Reino.

Propongo que, para nosotros, hoy, estas dos imágenes las entendamos como la posibilidad de aprender a vivir con estas tres notas. Y, así, "hacer" Reino.

1.- Responsabilidad.
Como la del sembrador. Que sale a sembrar cuando es necesario. Un día y otro. Con el esfuerzo que le exige el sembrar. Años atrás cantábamos aquello de que "fe no es esperar ... hay que regar la tierra con el sudor del duro trabajo ..."
El sembrador, ciertamente, no es quien busca soluciones mágicas, ni heroicidades para admirar, ni hechos brillantes. Hace en cada momento lo que toca. Con toda normalidad y cotidianidad. Sabe que debe hacerlo y debe hacerlo bien. De la mejor manera.

2.- Realismo.
Con toda la responsabilidad y esfuerzo ... y con el realismo de saber que no es él -sembrador- quien hace que la semilla germine, crezca y produzca grano. Con el realismo de saber que las cosas siguen sus ritmos, y sus maneras. Con el realismo de saber -y querer !! - que la última palabra la pronuncia Dios mismo. No yo, ni mis deseos, ni mis fantasías, ni mis necesidades.

El Reino crece y se va haciendo. A la manera de Dios. A su manera.

3.- Redimensionar.
Lo pequeño, es muy importante. Cuenta con menospreciar ni desvalorizar nada.

Lo pequeño, insignificante, frágil, vulnerable, lento ... cuando es habitado por Dios tiene otra dimensión y otra proyección. Quizás tenemos que aprender a mirar más a fondo. Más profundamente. Más allá de primeras apariencias. También a mirarnos a nosotros mismos. Honestamente.
Lo pequeño, cuando es habitado por Dios ... crece hasta hacerse con unas ramas donde los pájaros pueden refugiarse ...

Evangelio según San Marcos 4,26-34. 

Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha". También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra". 

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo. 
San Pedro Crisólogo (c. 406-450), obispo de Ravenna, doctor de la Iglesia 
Sermón 98, 1-2; CCL 24A, 602

"Más cuando se la siembra, crece y sobrepasa a las demás hortalizas"

Hermanos, habéis aprendido cómo el Reino de los cielos, con toda su grandeza, se compara a un grano de mostaza... ¿Es esto lo que los creyentes esperan? ¿Lo que los fieles entienden ?... «¿Es lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre puede entender ?... ¿Es lo que promete el apóstol Pablo y que ha estado reservado en el misterio inexplicable de salvación, para aquellos que le aman?» (1Co 2,9). No nos dejemos desconcertar por las palabras del Señor. Si, en efecto, "la debilidad de Dios es más fuerte que el hombre, y si la locura de Dios es más sabia que el hombre" (1Co 1,25), esta pequeña cosa, que es propiedad de Dios, es más espléndida que toda la inmensidad del mundo. Nosotros solamente podemos sembrar en nuestro corazón esta semilla de mostaza, de modo que llegue a ser un gran árbol del conocimiento (Gn 2,9), sobrepasando su altura para elevar nuestro pensamiento hasta el cielo, y desplegando todas las ramas de la inteligencia...

Cristo es el Reino. A manera de una semilla de mostaza, ha sido sembrado en un jardín, el cuerpo de la Virgen. Creció y llegó a ser el árbol de la cruz que cubre la tierra entera. Después de que hubiera sido triturado por la Pasión, su fruto produjo bastante sabor para dar su buen gusto y su aroma a todos los seres vivos que lo tocan. Porque, mientras la semilla de mostaza permanezca intacta, sus virtudes quedan escondidas, pero despliegan toda su potencia cuando la semilla es molida. De igual modo, Cristo quiso que su cuerpo fuera molido para que su fuerza no quede escondida... Cristo es rey, porque es el principio de toda autoridad. Cristo es el Reino, porque en él reside toda la 

Santa Digna Córdoba

Santa Digna

Virgen y mártir, Santos Anastasio presbítero, Félix monje  mártires cordobeses ( s. IX)  Fueron martirizados en Córdoba el 14 de Junio.

Ella era una religiosa contemplativa y Félix un monje de un convento de la capital y natural de Alcalá de Henares.    Después de degollados, sus cuerpos fueron quemados y las cenizas arrojadas al río Guadalquivir. Sufrieron el martirio como tantos cristianos significativos en la era de persecución cordobesa.

Se llaman mozárabes los cristianos que vivieron en tierra de musulmanes en España (711-1492) manteniendo su fe. En general, se puede decir que llevaron una vida muy difícil, y los que aquí enumeramos pagaron su fidelidad a Cristo con el martirio. También hoy son un modelo para el que quiera vivir al Evangelio fielmente.

El elenco de los santos mozárabes, que recoge el "Martyrologium Romanum" (Roma 2001), está compuesto en su mayoría por mártires, y por unos pocos confesores. Tenemos relatos de los martirios de la mayoría de ellos, escritos por contemporáneos, que los conocieron personalmente, y, que incluso compartieron la cárcel con ellos, y, posteriormente, padecieron el martirio2.

Estos hombres y mujeres son mártires en el verdadero sentido de la palabra, es decir, que padecieron la muerte violenta por no renegar de su fe, y por practicar libremente el cristianismo, dando así un "testimonio" inapelable de la Resurrección de Jesucristo. Llevaron una vida santa, de oración, amor a Dios y al prójimo, sin usar la violencia, detestable para un cristiano, y recibieron la muerte que ni deseaban, ni buscaban, con una inexplicable entereza y paz del alma, haciendo el bien, y no causando el mal. Fueron, en definitiva, buenos imitadores de Jesucristo, el Dios único, que se hizo Hombre y bajó a la tierra para salvarnos.

(1) Cf.CONGREGATIO DE CULTU DIVINO ET DISCIPLINA SACRAMENTORUM"Martyrologium Romanum" (Roma 2001).
(2) SAN EULOGIO, "Memorial de los santos"; "Documento martirial"; "Apologético de los mártires"; ÁLVARO DE CÓRDOBA, "Vida de Eulogio".

Oremos
« Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Porque si es cierto que los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, también por Cristo rebosa nuestro consuelo. «   2 Corintios 1, 3-5
Padre nuestro del cielo, que hoy nos alegras con al fiesta anual de Santa Digna, concédenos la ayuda de sus méritos a los que hemos sido iluminado con el ejemplo de su virginidad y de su fortaleza. Por nuestro Señor Jesucristo.

Inmaculado Corazón de María

Sábado posterior al segundo domingo después de Pentecostés. 13 de junio de 2015

La devoción al Inmaculado Corazón de María, junto con la del Sagrado Corazón de Jesús, fue promovida por San Juan Eudes en el siglo 17.

El Papa Pío VII y Pío IX sugirieron su celebración como Purísimo Corazón de María.

En 1944, el Papa Pío extendió esta devoción a toda la Iglesia fijando la celebración del Inmaculado Corazón de María el 22 de agosto, ocho días después de la Asunción.

Con la renovación litúrgica, se le restó importancia a esta fiesta para dársela a las principales fiestas marianas y, se cambió la fecha para un día después de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

San Juan Eudes, decía que el Corazón de María es la fuente y el principio de todas las grandezas y excelencias que la adornan y que la hacen estar por encima de todas las creaturas; por ser hija predilecta de Dios Padre, madre muy amada de Jesús y esposa fiel del Espíritu Santo.
Y que ese santísimo Corazón de María es fuente de todas las virtudes que practicó.

También San Antonio María Claret, fundador de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María, profesó un inmenso amor a esta advocación.

Quiso que sus misioneros, salieran por todo el mundo extendiendo la devoción al Inmaculado Corazón de María. Fue un profeta de Fátima, porque en Fátima la Virgen personalmente nos manifestó que Dios quería salvar al mundo, por medio de su Inmaculado Corazón. La fiesta del Inmaculado Corazón de María sigue a la del Sagrado Corazón de Jesús. El corazón expresa y es símbolo de la intimidad de la persona. La primera vez que se menciona en el Evangelio el Corazón de María es para expresar toda la riqueza de esa vida interior de la Virgen: “María conservaba estas cosas en su corazón”

El corazón de María conservaba como un tesoro el anuncio del Ángel sobre su Maternidad divina; guardó para siempre todas las cosas que tuvieron lugar en la noche de Belén, o la adoración de los pastores ante el pesebre, y la presencia, un poco más tarde, de los Magos con sus dones,... y la profecía del anciano Simeón, y las preocupaciones del viaje a Egipto.

Más tarde, el corazón de María sufrió por la pérdida de Jesús en Jerusalén a los doce años de edad, según lo relata San Lucas en el evangelio de hoy. Pero María conservaba todas estas cosas en el corazón.... Jamás olvidaría los acontecimientos que rodearon a la muerte de su Hijo en la Cruz, ni las palabras que le oyó decir: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Y al mirar a Juan ella nos vio a todos nosotros. Vio a todos los hombres. Desde aquel momento nos amó con su Corazón de madre, con el mismo Corazón que amó a Jesús.

Pero María ejerció su maternidad desde antes que se consumase la redención en el Calvario, pues Ella es madre nuestra desde que prestó su colaboración a la salvación de los hombres en la Anunciación.

En el relato de las bodas de Cana, San Juan nos revela un rasgo verdaderamente maternal del Corazón de María: su atenta disposición a las necesidades de los demás. Un corazón maternal es siempre un corazón atento, vigilante. La devoción al Corazón de María no es una devoción más. Nos lleva a aprender a tratar a nuestra Madre con más confianza, con la sencillez de los niños pequeños que acuden a sus madres en todo momento: no sólo se dirigen a ellas cuando están en gravísimas necesidades, sino también en los pequeños apuros que le salen al paso. Las madres les ayudan a resolver los problemas más insignificantes. Y ellas – las madres – lo han aprendido de nuestra Madre del Cielo. Hoy queremos encontrarnos con María, con nuestra madre. Si recurrimos confiados a ella, ella nos va a decir qué debemos hacer y sentiremos su amor por nosotros. Ese mismo amor que Jesús tiene por cada uno de nosotros. y ella nos dirá que nos quiere, que nos quiere con toda su alma.

Pidamos a Dios que preparó en el Corazón de María, una morada digna al Espíritu Santo, que haga que nosotros, por intercesión de la Santísima Virgen lleguemos a ser templos dignos de su gloria.

Consagración al Sagrado Corazón de María

Oh Corazón Inmaculado de María, por tu perfecta comunión de amor con el Corazón de Jesús, eres la escuela viviente de total consagración y dedicación a Su Corazón.

En tu Corazón, Oh Madre, queremos vivir para aprender a amar, sin divisiones, al Corazón de Jesús; a obedecerle con diligencia y exactitud; servirle con generosidad y a cooperar activa y responsablemente en los designios de Su Corazón. Deseamos consagrarnos totalmente a tu Corazón Inmaculado y Doloroso que es el camino perfecto y seguro de llegar al Corazón de Jesús.

Tu Corazón, es también refugio seguro de gracia y santidad, donde nos vamos liberando y sanando de todas nuestras oscuridades y miserias. Deseamos pertenecer a tu Corazón, Oh Virgen Santísima, sin reservas y en total disponibilidad de amor a la voluntad de Dios, que se nos manifestará a través de tu mediación maternal.

En virtud de esta consagración, Oh Inmaculado Corazón, te pedimos que nos guardes y protejas de todo peligro espiritual y físico. Qué nuestros corazones ardan con el fuego del Espíritu como arde tu Corazón.

Qué unidos a ti, que eres la portadora por excelencia de Cristo para el mundo, y ungidos por el poder del Espíritu Santo, seamos instrumentos para dar a un mundo tan árido y frío, el amor, la alegría y la paz del Corazón de Jesús.

Francisco, en el Angelus de hoy

Francisco recuerda en el Angelus que "el Reino de Dios pide nuestra colaboración"
Papa: "Dios está confiado en la potencia misma de la semilla, y la fertilidad del terreno"
Defiende el derecho al trabajo y recuerda que el jueves se publicará su encíclica "Laudato Si"

Nuestra débil obra, aparentemente pequeña, si está injertada en la de Dios, no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor está asegurada. Su amor hará surgir y crecer cada semilla de Dios en la tierra

(Jesús Bastante).- El Evangelio, la semilla que germina. Nosotros, la tierra. El Papa Francisco hizo una bellísima lectura de dos de las parábolas más breves y conocidas de la Palabra de Jesús: la de la semilla y la del grano de mostaza. "El amor de Dios hará brotar y crecer cada semilla de bien presente en la tierra", subrayó el Papa en el Angelus de hoy.

A través de estas imágenes, "Jesús presenta la eficacia y las exigencias del Reino de Dios, mostrando las razones de nuestra esperanza y del compromiso en nuestra historia", subrayó Francisco, quien incidió en que "Dios está confiado en la potencia misma de la semilla, y la fertilidad del terreno".

"La semilla es símbolo de la palabra de Dios. Como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la palabra obra con la potencia de Dios en el corazón de quien la escucha", incidió Bergoglio, quien añadió que el Padre "ha confiado su palabra a nuestra tierra, a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad. Podemos confiar que la palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en el grano en la espina".

"Si esta palabra es acogida produce sus frutos, porque Dios la hace madurar por caminos que no siempre podemos verificar, que no sabemos. Todo esto nos hace comprender que siempre Dios es quien hace crecer su Reino", añadió, señalando que "Dios es el único que lo hace crecer. El hombre es su humilde colaborador, que contempla la creación divina y espera con paciencia sus frutos".
"La Palabra de Dios hace crecer, da vida", concluyó Bergoglio, quien volvió a pedir a los fieles a que llevaran el Evangelio en el bolsillo, y lo leyeran cada día. "No os olvideis nunca de esto, de nutrirnos cada día con la palabra viva de Dios. Esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios". 


En cuanto al grano de mostaza, "aun siendo la más pequeña de todas las semillas, crece hasta convertirse en el más grande de los árboles del huerto. Así es el Reino de Dios. Para poder entrar, hay que ser pobre, y confiar no en nuestras capacidades, sino en las de Dios; somos preciosos a los ojos de Dios, que privilegia a los humildes y sencillos."

"Cuando vivimos así, a través nuestro irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar la masa del mundo y la historia", añadió el Papa. Porque "el Reino de Dios pide nuestra colaboración", aunque sea esencialmente "iniciativa y don del Señor". "Nuestra débil obra, aparentemente pequeña, si está injertada en la de Dios, no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor está asegurada. Su amor hará surgir y crecer cada semilla de Dios en la tierra".

"Esto -concluyó- nos abre a la confianza y la esperanza, pese a los dramas y sufrimientos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios".

En los saludos posteriores, el Papa reconoció la solidaridad de los donantes de sangre en todo el mundo, y aseguró sentirse cercano "a todos los trabajadores que defienden de manera solidaria su derecho al trabajo, ¡que es un derecho a la dignidad!".

Finalmente, recordó que el próximo jueves se publicará la encíclica "Laudato Si". "Invito a acompañar este acontecimiento con una atención renovada a las situaciones de degradación ambiental, pero también de recuperación en los territorios". La carta "está dirigida a todos. Recemos para que todos puedan recibir su mensaje, y crecer en la responsabilidad hacia la casa común que Dios nos ha confiado a todos". 


Texto de la meditación del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus del XI Domingo del tiempo ordinario: Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy está formado por dos parábolas muy breves: la de la semilla que germina y crece sola, y la de la semilla de mostaza (Cfr. Mc 4, 26 - 34). A través de estas imágenes tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso en la historia.

En la primera parábola la atención se pone sobre el hecho de que la semilla, tirada en la tierra, se arraiga y se desarrolla sola, independientemente de que el campesino duerma o vele. Él confía en el poder interno de la misma semilla y en la fertilidad del terreno.

En el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, cuya fecundidad recuerda esta parábola. Como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra actúa con el poder de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha encomendado su Palabra a nuestra tierra, es decir a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad. Podemos ser confiados, porque la Palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en el "grano abundante en la espiga" (v. 28). Esta Palabra, si se la escucha, ciertamente da sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de un modo que no conocemos (Cfr. v. 27). Todo esto nos hace comprender que es siempre Dios, es siempre Dios, quien hace crecer su Reino. Por esto rezamos tanto , ‘¡venga a nosotros tu Reino!'. Es Él quien lo hace crecer. El hombre es su humilde colaborador, que contempla y se regocija por la acción creadora divina y espera sus frutos con paciencia.

La Palabra de Dios hace crecer, da vida, y aquí quisiera recordarles, otra vez, la importancia de tener el Evangelio, la Biblia, a mano. El Evangelio pequeño, en la cartera, en el bolsillo, y de alimentarnos cada día con esta Palabra viva de Dios. Leer cada día un pasaje del Evangelio, un pasaje de la Biblia. Jamás olviden esto, por favor. Porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios. La segunda parábola utiliza la imagen del granito de mostaza. Aun siendo la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y crece hasta llegar a ser "la más grande de todas las plantas de la huerta" (Mc 4, 32). Y así es el Reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. Cuando vivimos así, a través nuestro irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar la entera masa del mundo y de la historia.

De estas dos parábolas surge una enseñanza importante: el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la coloca en la de Dios no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios. Que la Santísima Virgen, que ha escuchado como "tierra fecunda" la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que jamás nos decepciona.

Jesucristo ¿realmente presente en la Eucaristía?
Las interpretaciones simbólicas y alegóricas de los no católicos son inadmisibles

Jesucristo es Dios y Hombre verdadero. Como Dios está en todas partes. Como Hombre está solamente en el cielo y en el sagrario, en el Sacramento de la Eucaristía. El sagrario es lo principal de la iglesia; aunque a veces no está en el altar mayor. El sagrario es una especie de casita, con su puerta y con su llave. Allí está Jesucristo, y por eso, al lado hay encendida una lamparita. Siempre que pasemos por delante, debemos poner la rodilla derecha en tierra, en señal de adoración, lo mismo si está reservado que si está expuesto.

Diferencia entre imágenes y Eucaristía, veneración y adoración
Las imágenes merecen nuestra veneración y respeto porque están en lugar del Señor, de la Virgen y de los Santos, a quienes representan. Son sus retratos, sus estatuas. Pero lo que hay en el sagrario no es un retrato o estatua de Jesucristo, sino el mismo Jesucristo, vivo, pero glorioso: como está ahora en el cielo. Las imágenes no se adoran, se veneran. A Jesucristo, en el sagrario, sí lo adoramos. Adoración consiste en tributar a una persona o cosa honores de Dios. Se llama culto de latría. Se diferencia del culto de dulía que consiste en la veneración que se tributa a todo lo que no es Dios, pero se relaciona con Él (imágenes, reliquias, etc.). A los santos se les tributa culto de dulía, que es de intercesión ante Dios.

La adoración sólo se tributa a Dios. El doblar la rodilla tiene distintos significados, según la voluntad del que lo hace: ante la Eucaristía es adoración, ante una imagen es veneración, ante los reyes es reverencia. La veneración de las imágenes no va dirigida a la materia de la que está hecha (piedra, madera, lienzo o papel) sino a la persona a la que representa. Cuando tú besas la foto de tu madre, tu beso no se dirige al papel fotográfico sino a tu madre en persona. La idolatría se dirige a la imagen misma. Dice el Concilio II de Nicea: el honor tributado a la imagen va dirigido a quien está representado en ella.

El Dios del Antiguo Testamento no tenía cuerpo. Era invisible. No se le podía representar por imágenes. Las imágenes de aquel tiempo eran ídolos. Pero desde que Cristo se hizo la imagen visible del Dios invisible, como dice San Pablo, es lógico que lo representemos para darle culto. Los textos de la Biblia que prohíben hacer imágenes son para los del Antiguo Testamento, por el peligro que tenían de caer en la idolatría como los pueblos vecinos. Ya no valen hoy día; como tampoco valen otras leyes del Antiguo Testamento, por ejemplo, la circuncisión y la pena de muerte para los adúlteros.

El Nuevo Testamento perfecciona el Antiguo. Los textos del Nuevo Testamento que hablan de los ídolos, se refieren a auténticos ídolos adorados por paganos, pero no a simples imágenes. Por eso el Concilio Ecuménico de Nicea del año 787, justificó el culto de las sagradas imágenes. Las imágenes son la Biblia del pueblo. Decía San Gregorio Magno : Las imágenes son útiles para que los iletrados vean en ellas lo que no son capaces de leer en los libros. Los Testigos de Jehová, hasta el saludo a la bandera nacional lo consideran como un acto de idolatría. Esto es absurdo.

La Eucaristía, una Persona 

Es muy importante que consideres a Jesucristo en el sagrario, no como una cosa, sino como una Persona que siente, que ama, que te está esperando. Jesucristo está en el sagrario, deseando que vayamos a visitarle. Debemos ir con frecuencia a contarle nuestras penas y necesidades, y a pedirle consuelo y ayuda. Es muy buena costumbre entrar a saludar a Jesucristo al pasar por delante de una iglesia, al menos una vez al día. Aunque sea brevemente. Por mucha prisa que tengas puedes entrar un momento y decir:
Señor:

Yo creo que estás aquí presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Te adoro con todo mi corazón, como al único Dios verdadero.
Te amo sobre todas las cosas.
Te doy gracias por todos los beneficios que de Ti he recibido.
Te pido por todo por todas mis intenciones.
Te ruego que me ayudes en todo lo que necesite. Amén.

No has tardado ni un minuto.
Algunas veces, se hace la exposición del Santísimo Sacramento. Los fieles se arrodillan ante Él para adorar al Señor, darle gracias por su amor, y pedirle su ayuda. Al final de la exposición, se da la bendición con el Santísimo a los fieles: entonces, es el mismo Cristo quien les bendice y derrama sobre ellos sus gracias.

La Transubstanciación
En la Eucaristía permanecen el olor, color y sabor del pan y del vino; pero su substancia se ha convertido en el Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo. Substancia es aquello por lo cual algo es lo que es. Lo que hay de permanente en el ser, por lo cual subsiste. No lo que es transitorio y accidental, que no es esencial y constante, y que necesita una substancia donde residir: como son el color, el olor y el sabor.

La Hostia, antes de la Consagración, es pan de trigo. La Hostia, después de la Consagración, es el Cuerpo de Jesucristo, con su Sangre, su Alma y su Divinidad. Del pan sólo quedan las apariencias, que se llaman especies sacramentales.

En el cáliz, antes de la Consagración, hay vino de uva. En el cáliz, después de la Consagración, está la Sangre de Cristo, con su Cuerpo, su Alma y su Divinidad. Del vino sólo quedan las apariencias, que se llaman especies sacramentales. Jesucristo en razón de su única Persona está entero en cada una de las dos especies sacramentales; por eso, para recibirlo, no es necesario comulgar bajo las dos especies de pan y vino: basta cualquiera de las dos para recibirlo entero.

Por esto, las normas litúrgicas dicen que durante la consagración los fieles deben ponerse de rodillas, si no hay motivo razonable que lo impida. Y así lo han recordado varios obispos. En la elevación podrías decir en silencio: «Señor mío y Dios mío, que tu santa redención consiga mi salvación eterna y la de todos los que han de morir hoy. Amén».

La palabra griega «soma» en la antropología hebrea significa cuerpo en su totalidad; no en contraposición con la sangre. Igualmente la palabra «aima» (sangre) significa lo que es el hombre en su totalidad. Cristo repite la misma idea para confirmarla, para remacharla. Es un paralelismo llamado «climático» muy frecuente en el modo de hablar hebreo.

Jesucristo instituyó la Eucaristía para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y alimentar nuestras almas para la vida eterna. En su Última Cena, Jesucristo instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre. Jesús ofreció aquel día en el cenáculo el mismo sacrificio que iba a ofrecer pocas horas más tarde en el calvario: con anticipación, se entregó por todos los hombres bajo las apariencias de pan y vino.

Con las palabras «haced esto en memoria mía», Jesús dio a los Apóstoles y a sus sucesores el poder y el mandato de repetir aquello mismo que Él había hecho: convertir el pan y el vino, en su Cuerpo y en su Sangre, ofrecer estos dones al Padre y darlos como manjar a los fieles.

Jesús presente en la Eucaristía

Jesucristo está en todas las Hostias Consagradas, entero en cada una de ellas. Aunque sea muy pequeña. También un paisaje muy grande se puede encerrar en una fotografía muchísimo más pequeña. No es lo mismo; pero esta comparación puede ayudar a entenderlo.

La presencia de Cristo en la Eucaristía es inextensa, es decir, todo en cada parte. Por eso al partir la Sagrada Forma, Jesucristo no se divide, sino que queda entero en cada parte, por pequeña que sea. Lo mismo que cuando uno habla y le escuchan dos, aunque vengan otros dos a escuchar, también oyen toda la voz. La voz se divide en doble número de oídos, pero sin perder nada. Esta comparación, que es de San Agustín, puede ayudar a entenderlo.

Todo esto es un gran misterio, pero así lo hizo Jesucristo que, por ser Dios, lo puede todo. Lo mismo que, con su sola palabra hizo milagros así, con su sola palabra, convirtió el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre cuando dijo: «Esto es mi Cuerpo..., éste es el cáliz de mi Sangre...». En otra ocasión dijo: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida». Y los que oyeron estas palabras las entendieron en su auténtico sentido; por eso no pudieron contenerse y dijeron «dura es esta doctrina».

Los discípulos que las oyeron las entendieron de modo real, no simbólico. Por eso dice San Juan que cuando le oyeron esto a Jesús algunos, escandalizados, le abandonaron diciendo: esto es inaceptable. Les sonaba a antropofagia. Si lo hubieran entendido en plan simbólico no se hubieran escandalizado. El mismo San Pablo también las entendió así. Por eso después de relatar la institución de la Eucaristía añade rotundamente: «de manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere este cáliz indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor».

Por todo esto los católicos creemos firmemente que en la Eucaristía está el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Jesucristo. Las interpretaciones simbólicas y alegóricas de los no católicos son inadmisibles. La presencia de Cristo en la Eucaristía es real y substancial.

El sentido de las palabras de Jesús no puede ser más claro. Si Jesucristo hablara simbólicamente, habría que decir que sus palabras son engañosas. Hay circunstancias en las que no es posible admitir un lenguaje simbólico. ¿Qué dirías de un moribundo que te promete dejarte su casa en herencia y lo que luego te dejara fuera una fotografía de ella?. Si no queremos decir que Jesucristo nos engañó, no tenemos más remedio que admitir que sus palabras sobre la Eucaristía significan realmente lo que expresan.

La Biblia de los Testigos de Jehová traduce falsamente en el relato de la Cena: «esto significa mi Cuerpo». Sin embargo, todos los manuscritos y versiones, sin excepción, traducen «esto es mi Cuerpo». No es lo mismo el verbo «ser» que el verbo «significar». La bandera significa la Patria, pero no es la Patria.

La Eucaristía, un misterio

Es cierto que nosotros no podemos comprender cómo se convierten el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo; pero tampoco comprendemos cómo es posible que la fruta, el pan, un huevo, un tomate o una patata se conviertan en nuestra carne y en nuestra sangre, y sin embargo esto ocurre todos los días en nosotros mismos. Claro que la transformación que sufren los alimentos en nuestro estómago es del orden natural, en cambio la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo es de orden sobrenatural y misterioso.

Este misterio se llama Santísimo Sacramento del Altar y también, la Sagrada Eucaristía.

La presencia de Cristo en la Eucaristía está confirmada por varios milagros eucarísticos que, ante las dudas del sacerdote celebrante u otras circunstancias, las especies sacramentales se convirtieron en carne y sangre humana, como consta por los exámenes científicos realizados en los milagros de Lanciano, Casia y otros.

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