«¿No es el Hijo del Carpintero?»

¿Cómo habla el Papa Francisco a los católicos de América Latina?

Sus homilías y discursos en Ecuador, Bolivia y Paraguay tuvieron denuncia y anuncio (IV y final)

JOSÉ ANTONIO VARELA

© Agencia de noticias ANDES

Ya se termina el mes de julio, un periodo que permanecerá en el recuerdo y la emoción de millones de católicos, especialmente de los latinoamericanos que tuvieron la dicha de recibir en estas tierras al Papa Francisco durante su viaje al Ecuador, Bolivia y el Paraguay.

Para reflexionar sobre esta visita pastoral, y lo que quiso transmitir el Santo Padre a sus paisanos, Aleteia ha venido ofreciendo a sus lectores una serie de artículos –que termina con este-, sobre lo que podría ser el origen del pensamiento de Francisco, desde una de sus fuentes: el magisterio latinoamericano.

Se ha visto así que en cada discurso y homilía “está su mano”, queriendo de esta forma responder a los desafíos que tiene el Continente de la Esperanza, y a la vez denunciar con fundamento las situaciones difíciles e injustas que aún viven sus habitantes.

Una teología sencilla

Aunque sus palabras tienen una base teológica y pastoral, el significado de las mismas es fácil de comprender, emociona al constatar la verdad que contiene, y a la vez mueve a la acción a quien lo sigue.

Esto viene siendo reconocido también por periodistas y pensadores que analizan el discurso papal y encuentran en él un sustrato auténtico y firme, que le da vigencia y profetismo a sus palabras, sea donde sea que las pronuncie.

En una conferencia realizada días atrás en Venezuela, el teólogo Rafael Luciani confirmó esto al explicar que “los discursos y la pastoral del Papa Francisco están inspirados en lo que se denomina Teología del Pueblo”. Explicó que esta “es una rama de la teología latinoamericana desarrollada en Argentina por algunos teólogos y pastoralistas, y que luego fue asumida por el episcopado argentino en la Declaración de San Miguel en 1969”.

Durante la exposición, realizada en el colegio San Ignacio de Caracas, el académico venezolano se aproximó así al origen y los contenidos fundamentales de esta opción teológica, y demostró cómo ella “ha inspirado a la praxis y a los discursos” del Papa, “buscando una seria revisión de la estructura eclesial, su identidad y misión, de cara a su fidelidad primera a la praxis del Jesús Histórico”.

La conferencia de Aparecida

En esta última entrega de artículos sobre las "raíces" de las enseñanzas del Papa Francisco, hemos llegado al año 2007, fecha que explica aún más la base del pensamiento Bergoglio. Es ciertamente una fecha memorable para algunos de nosotros allí presentes, cuando el Santuario de Aparecida en Brasil acogió al Santo Padre Benedicto XVI para la inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano – Celam.

Los días que transcurrieron del 13 al 31 de mayo fueron de gran emoción y expectativa, porque el nuevo Pontífice cruzaba al otro lado del mundo y todos querían conocer su pensamiento y sentir su cercanía con la Iglesia de América Latina.

Junto a su sistemática presentación de la fe, la prensa destacó también el contenido social de sus discursos, en los que cuestionó las estructuras de injusticia y de pobreza generalizadas en la región, marcada por las inequidades y desigualdades. También hizo referencia a la amenaza que traía el regreso de formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías “que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad”.

A esta magna reunión, fueron convocados 266 participantes, de los cuales 162 eran cardenales y obispos; junto a ellos concurrieron a la cita 81 invitados, ocho observadores y quince peritos.
 
El cardenal redactor

Uno de los asistentes era el ya arzobispo metropolitano de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio. Después de casi diez años al frente de una gran arquidiócesis, traía experiencias para confrontar y una gran apertura a las nuevas líneas pastorales que saldrían a la luz en el futuro Documento de Aparecida.

Después de haber tomado posesión de la sede de Pedro en 2013, se conoció que había presidido la Comisión redactora del texto final de la conferencia latinoamericana de 2007.

Fue algo que alegró aún más a los fieles, porque significaba que conocía bien al continente y que las líneas pastorales del documento ya las venía implementando en los últimos años.

Hablar con ideas claras

Su intervención en el evento fue una de las primeras, en la cual advirtió que los pobres “ya no son solo explotados sino sobrantes”, esto a partir de un diagnóstico de la realidad sociopolítica y religiosa de muchos países latinoamericanos.

Según informaron los medios de la época, al hoy Papa Francisco le preocupaba que este fenómeno no respondiera solamente a realidades como la explotación y la opresión, sino a algo nuevo, que lo explicó así: “Con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera”.

Otros temas con los que quiso llamar la atención fueron los referidos a la formación urgente de los laicos y a la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales. 

Además, consideró que “la evangelización de los nuevos grupos emergentes de la modernidad y en situación urbana, presentan un contexto novedoso porque la gran parte de ellos no han cambiado ni abandonado a la Iglesia, sino nacieron fuera de ella”.

El entonces presidente del episcopado argentino, lamentó también que “muchos cristianos vivan aún una separación entre fe y vida, que se manifiesta particularmente en la falta de un claro testimonio de los valores evangélicos en su vida personal, familiar y social”.

Esto explica bastante el programa que viene desarrollando el Santo Padre en cada de sus intervenciones y con sus actitudes, en las cuales trata de llamar a una verdadera coherencia de vida en todos los niveles de la sociedad, de los gobiernos y en la misma Iglesia…

Renovación pastoral

Ante el panorama descrito por el cardenal Bergoglio, junto a muchos otros que resonaron con dolor y preocupación en los días de trabajo, se veía claro que los obispos reunidos a los pies de Nuestra Señora de Aparecida querían impulsar con decisión el espíritu de “un nuevo Pentecostés” para la Iglesia del continente. El fin era uno solo: “Renovar la acción de la Iglesia”.

Surgió entonces la convicción de que todos sus miembros –-desde cardenales hasta los laicos más jóvenes--, estaban llamados a ser “discípulos y misioneros de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él”, como rezaba el lema preparatorio a la cita regional.

Esta frase fue reflexionada y profundizada sin duda por el arzobispo de Buenos Aires junto a su comunidad local, lo que le permitió llegar a Brasil dispuesto a trazar en comunión, algunas líneas claras para proseguir la nueva evangelización en el continente.

Con un honesto y humilde reconocimiento de las “luces y sombras” que hay en la vida cristiana y en la tarea eclesial, los obispos estuvieron dispuestos en todo momento a ingresar a una nueva etapa pastoral, con “un fuerte ardor apostólico y un mayor compromiso misionero”, que pudiera renovar las comunidades eclesiales y las estructuras pastorales.

Hoy Francisco no deja de repetirlo, y se ve que está dispuesto a dar todo de sí para que “la fe, la esperanza y el amor renueven la existencia de las personas y transformen las culturas de los pueblos”.

Heridas del continente

Los participantes, entre ellos obispos como Jorge Bergoglio, decidieron retomar aquel método de reflexión teológico-pastoral

“ver, juzgar y actuar”, que permite analizar mejor la realidad con ojos iluminados por la fe, y llenar los corazones con celo para mover a la acción.

Lo que se quería esta vez en Aparecida era discernir las líneas comunes para una acción misionera, que pusiera de pie a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de misión.

Un texto del evangelio que narra las palabras de Jesús Buen Pastor se convertiría en el motor de todos los acuerdos: “Yo he venido para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

Pero así como el entonces cardenal argentino trajo su análisis, otras intervenciones iluminaron los trabajos desde todos los confines del continente.

Esto permitió pensar en una misión realista, con los “pies en la tierra”, que tuviera como punto de partida los procesos complejos y en curso que viven los hombres y mujeres de América Latina en los niveles sociocultural, económico, sociopolítico, étnico y ecológico, por nombrar solo algunos. 

Surgieron por lo tanto llamados de alerta sobre los grandes desafíos que interpelan a la evangelización, tales como laglobalización, la injusticia estructural, la crisis en la trasmisión de la fe, el testimonio de los pastores, entre otros.

Era un balance de signos positivos y negativos que ya movía de su asiento al arzobispo Bergoglio, deseoso de ir entre la gente y decirles a todos --como lo hace hoy: “¡Salir, salir!”.

Misión Continental permanente

Poco a poco, los participantes iban identificando “la belleza de la fe en Jesucristo como fuente de Vida para los hombres y mujeres que se unen a Él, y recorren el camino del discipulado misionero”.

En lo que se ha considerado también por los analistas de la época como el “núcleo decisivo del Documento de Aparecida”, se presentó la misión como un "discipulado" al servicio de Cristo, quien llama a todos a comunicar su mensaje salvífico.

Esta respuesta, a la que no puede escaparse ningún bautizado, la viene transmitiendo también el Papa Francisco cuando involucra a los jóvenes en la Nueva Evangelización, así como a la mujeres, a las madres, las abuelas..., ¡a todos!

Ya lo decía un analista de la época: “el discipulado y la misión son como las dos caras de una misma medalla”.

Sin embargo, lo que se mueve con cierta rigidez en algunos sectores de la Iglesia --es decir la conversión pastoral y la renovación misionera de las iglesias particulares--, Francisco lo proclama con la alegría del profeta de Asís y la decisión de los grandes reformadores.

Otro campo priorizado por los obispos latinoamericanos fue “el anuncio de la Buena Noticia de la dignidad infinita de todo ser humano, creado a imagen de Dios y recreado como hijo de Dios”.

Esto comprometió a todos –incluido Bergoglio-, a promover con decisión una cultura del amor en el matrimonio y en la familia, y una cultura del respeto a la vida en la sociedad, lo que incluye el fomento del cuidado del medio ambiente como casa común.

"Somos custodios de lo creado", diría el Santo Padre al inaugurar su pontificado, para coronarlo en los últimos días con la publicación de su iluminadora encíclica –más social que verde, según dijo él mismo-, bien titulada Alabado seas.
 
Los nuevos areópagos

Al término del evento de Aparecida, el arzobispo de Buenos Aires cuidaría de que en el Documento final no faltase una línea de continuidad que actualizara las opciones de Medellín, Puebla y de Santo Domingo. Esto es, la opción preferencial por los pobres y los jóvenes, la evangelización de la cultura y la evangelización inculturada, respectivamente.

También se constataron nuevos desafíos a la pastoral de la educación y de la comunicación social, que son hoy los nuevos areópagos y los centros de decisión mundiales.

Francisco no evadió la mirada (lo vivía directamente) a la pastoral de las grandes ciudades, donde el hombre moderno ha cerrado no solo su corazón a Dios, sino también las puertas de sus casas y edificios a su Palabra.

Como el mismo cardenal argentino lo había dicho en su intervención inicial: el desafío sería ahora ir y fomentar una mayor y mejor presencia de “cristianos en la vida pública”. Esto significaba para algunos, un compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en la sociedad democrática.

También llevó de regreso en su corazón, lo que había escuchado y decidido a favor de una efectiva solidaridad con los pueblos indígenas y afro descendientes.

Fruto de todo esto, se ve que en el Papa –-y esto emociona--, hay alguien que quiere comunicar el amor del Padre y la alegría de ser cristianos. A la vez que invita a todos –imposible eludirlo--, a proclamar con audacia a Jesucristo “para que los pueblos tengan vida en Él”.

Al final de este recorrido, cuyo propósito periodístico ha sido analizar "por qué el Papa es quién es", trasladamos con esperanza al nuevo pontífice las palabras de los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc. 24,29).

- Aleteia

Evangelio según San Mateo 13,54-58.  

Al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados. "¿De dónde le viene, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? 

¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas? 

¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto?". 
Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Entonces les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia". 

Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente. 

«¿No es el Hijo del Carpintero?»

El Verbo de Dios ha nacido por todos una vez  según la carne. Pero, a causa de su amor a los hombres, desea nacer sin pararse según el espíritu en estos que le desean. El se hace niño pequeño y se desarrolla en ellos al mismo tiempo que las virtudes; se manifiesta en la medida en que sabe que  el que le recibe es capaz. Actuando de este modo, no  puede tener celos el que espera el brillo de su propia grandeza, porque él capacita y mide la capacidad de estos que desean verle.

De este modo el Verbo de Dios se revela siempre a nosotros a la manera que nos conviene y sin embargo vive invisible en todos, por la inmensidad de su misterio. Por esto el Apóstol por excelencia, considerando la fuerza de este misterio, dice con sensatez: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y siempre» (Hb 13,8); contempla este misterio siempre nuevo que la inteligencia jamás terminará de escrutar... La fe sólo puede comprender este misterio, ella que está en el fondo de todo lo que desborda la inteligencia y desafía la expresión.

Oración introductoria
Señor Jesús, en ese pasaje del Evangelio veo reflejada mi tendencia a ponerte límites, a no confiar plenamente en que Tú quieres y puedes estar presente en mi oración.

Ante mi debilidad, ante la distracción, necesito de tu gracia para que nunca más desprecie la intimidad que puedo llegar a tener contigo en la oración.

Petición
Ven, Espíritu Santo, llena mi corazón con el fuego de tu amor.

Meditación del Papa Francisco
Es la seducción. El diablo casi habla como si fuera un maestro espiritual. Y cuando es rechazado, entonces crece: crece y se vuelve más fuerte. Jesús lo dice, cuando el demonio es rechazado, gira y busca algunos compañeros y con esta banda, vuelve. Crece involucrando a otros.
Ha sucedido con Jesús, el demonio involucra a sus enemigos. Y lo que parecía un hilo de agua, un pequeño hilo de agua, tranquilo, se convierte en marea. Cuando Jesús predica en la Sinagoga, enseguida sus enemigos lo menosprecian diciendo: pero, ¡este es el hijo de José, el carpintero, el hijo de María! ¡Nunca ha ido a la universidad! ¿Pero con qué autoridad habla? ¡No ha estudiado!” La tentación ha involucrado a todos contra Jesús.
Tenemos una tentación que crece: crece y contagia a otros. Pensemos en un chismorreo, por ejemplo: yo tengo un poco de envidia de esa persona, de esa otra, y primero tengo envidia dentro, solo, y es necesario compartirla y va a otra persona y dice: ‘¿Pero tú has visto a esa persona?’… y busca crecer y contagia a otro y a otro… Pero este es el mecanismo del chismorreo y ¡todos nosotros hemos sido tentados de chismorrear! Esta es una tentación cotidiana. Pero comienza así, suavemente, como el hilo del agua. Crece por contagio y al final se justifica.

Estemos atentos cuando en nuestro corazón, sintamos algo que terminará por destruir a las personas. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 11 de abril de 2014, en Santa Marta).

Reflexión
¡Cuántas veces nos creemos gente "buena y religiosa" porque vamos a la iglesia, como los israelitas contemporáneos de Jeremías, o los paisanos de Jesús, pero sin creer verdaderamente en la Palabra que el Señor nos dirige!

Dios interpela siempre nuestra conciencia, invitándonos a la conversión y a un cambio radical de vida. Pero esas palabras nos resultan incómodas y molestas, y no queremos oírlas. Por eso perseguimos al "profeta" que nos habla de conversión y no hacemos caso a Cristo mismo, pues, al fin y al cabo, es sólo "el hijo del carpintero".

Es la hostilidad contra la fe. Necesitamos una actitud de profunda fe y confianza en Jesucristo para querer escuchar su palabra y no escandalizarnos cuando nos sorprende y nos "saca de nuestras casillas" cambiándonos nuestros planes muy personales. Es demasiado cómoda una fe que no exige nada y que se adapta a las propias tendencias pasionales de egoísmo, de placer o de racionalismo.

Pero la verdadera fe nos pone en movimiento, nos empuja a un cambio de vida, a una confianza total en Jesucristo que nos lleva a un compromiso radical de lucha contra el pecado, de caridad, de sacrificio, de dar la cara por Cristo ante los demás, sin miedos ni respetos humanos .

Propósito
Diariamente, pedir que sepa conservar y acrecentar el don más precioso que tengo: mi fe en la Santísima Trinidad.

Diálogo con Cristo
Señor, es tan grande tu bondad y misericordia que absurdamente llego a «acostumbrarme» a ellas, perdiendo así la capacidad de maravillarme continuamente de la grandeza de tu amor. Tú siempre dispuesto hacer grandes cosas en mi vida, yo distraído en lo pasajero. Por eso no quiero, no puedo y no debo dejar pasar más el tiempo sin seguir con confianza y valentía las inspiraciones de tu Espíritu Santo. Con tu ayuda, sé que lo voy a lograr.

Ignacio de Loyola, Santo

Fundador de la Compañía de Jesús, 31 de julio

Por: Cristina Fernández | Fuente: Catholic.net 

Fundador de la Compañía de Jesús (Jesuitas)
Martirologio Romano: Memoria de san Ignacio de Loyola, presbítero, quien, nacido en el País Vasco, en España, pasó la primera parte de su vida en la corte como paje del contador mayor hasta que, herido gravemente, se convirtió. Completó los estudios teológicos en París y conquistó sus primeros compañeros, con los que más tarde fundaría en Roma la Compañía de Jesús, ciudad en la que ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias obras y formando a sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios (1556).

San Ignacio de Loyola supo transmitir a los demás su entusiasmo y amor por defender la causa de Cristo.

Un poco de historia

Nació y fue bautizado como Iñigo en 1491, en el Castillo de Loyola, España. De padres nobles, era el más chico de ocho hijos. Quedó huérfano y fue educado en la Corte de la nobleza española, donde le instruyeron en los buenos modales y en la fortaleza de espíritu.

Quiso ser militar. Sin embargo, a los 31 años en una batalla, cayó herido de ambas piernas por una bala de cañón. Fue trasladado a Loyola para su curación y soportó valientemente las operaciones y el dolor. Estuvo a punto de morir y terminó perdiendo una pierna, por lo que quedó cojo para el resto de su vida.

Durante su recuperación, quiso leer novelas de caballería, que le gustaban mucho. Pero en el castillo, los únicos dos libros que habían eran: Vida de Cristo y Vidas de los Santos. Sin mucho interés, comenzó a leer y le gustaron tanto que pasaba días enteros leyéndolos sin parar. Se encendió en deseos de imitar las hazañas de los Santos y de estar al servicio de Cristo. Pensaba: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron”.

Una noche, Ignacio tuvo una visión que lo consoló mucho: la Madre de Dios, rodeada de luz, llevando en los brazos a su Hijo, Jesús.

Iñigo pasó por una etapa de dudas acerca de su vocación. Con el tiempo se dio cuenta que los pensamientos que procedían de Dios lo dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad. En cambio, los pensamientos del mundo le daban cierto deleite, pero lo dejaban vacío. Decidió seguir el ejemplo de los santos y empezó a hacer penitencia por sus pecados para entregarse a Dios.
A los 32 años, salió de Loyola con el propósito de ir peregrinando hasta Jerusalén. Se detuvo en el Santuario de Montserrat, en España. Ahí decidió llevar vida de oración y de penitencia después de hacer una confesión general. Vivió durante casi un año retirado en una cueva de los alrededores, orando.

Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus primeras experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro sobre “Ejercicios Espirituales”. Finalmente, salió de esta sequedad espiritual y pasó al profundo goce espiritual, siendo un gran místico.
Logró llegar a Tierra Santa a los 33 años y a su regreso a España, comenzó a estudiar. Se dio cuenta que, para ayudar a las almas, eran necesarios los estudios.

Convirtió a muchos pecadores. Fue encarcelado dos veces por predicar, pero en ambas ocasiones recuperó su libertad. Él consideraba la prisión y el sufrimiento como pruebas que Dios le mandaba para purificarse y santificarse.

A los 38 años se trasladó a Francia, donde siguió estudiando siete años más. Pedía limosna a los comerciantes españoles para poder mantener sus estudios, así como a sus amigos. Ahí animó a muchos de sus compañeros universitarios a practicar con mayor fervor la vida cristiana. En esta época, 1534, se unieron a Ignacio 6 estudiantes de teología. Motivados por lo que decía San Ignacio, hicieron con él voto de castidad, pobreza y vida apostólica, en una sencilla ceremonia.

San Ignacio mantuvo la fe de sus seguidores a través de conversaciones personales y con el cumplimiento de unas sencillas reglas de vida. Poco después, tuvo que interrumpir sus estudios por motivos de salud y regresó a España, pero sin hospedarse en el Castillo de Loyola.

Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros que se encontraban en Venecia y se trasladaron a Roma para ofrecer sus servicios al Papa. Decidieron llamar a su asociación la Compañía de Jesús, porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Paulo III convirtió a dos de ellos profesores de la Universidad. A Ignacio, le pidió predicar los Ejercicios Espirituales y catequizar al pueblo. Los demás compañeros trabajaban con ellos.

El Papa Pablo III les dio la aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes. Fueron ordenados en Venecia por el obispo de Arbe el 24 de junio. Ignacio celebrará la primera misa en la noche de Navidad del año 1538. En ese tiempo se dedican a predicar y al trabajo caritativo en Italia.

Ignacio de Loyola, de acuerdo con sus compañeros, resolvió formar una congregación religiosa que fue aprobada por el Papa en 1540. Añadieron a los votos de castidad y pobreza, el de la obediencia, con el que se comprometían a obedecer a un superior general, quien a su vez, estaría sujeto al Papa.

La Compañía de Jesús tuvo un papel muy importante en contrarrestar los efectos de la Reforma religiosa encabezada por el protestante Martín Lutero y con su esfuerzo y predicación, volvió a ganar muchas almas para la única y verdadera Iglesia de Cristo.
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la congregación y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando colegios y universidades de muy alta calidad académica.

Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar por Dios y sufrir por su causa. El espíritu “militar” de Ignacio y de la Compañía de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de los jesuítas.

Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando en la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.
San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556. Fue beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V, y canonizado en 1622 por Gregorio XV.

 

¿Cuándo y cómo debo confesarme?

Fragmentos de verdad católica

El sacramento de la confesión (de la penitencia o de la reconciliación) es la celebración del amor misericordioso de Dios, que nos perdona los pecados por medio de Cristo muerto y resucitado, y quien, mediante el ministerio de la Iglesia, nos reconcilia con Dios y con los hermanos

Por: Mons. Rafaello Martinelli | Fuente: Catholic.net 

¿Cuándo y cómo debo confesarme? 

Ante todo ¿qué significa el sacramento de la confesión? 
El sacramento de la confesión (de la penitencia o de la reconciliación) es la celebración del amor misericordioso de Dios, que nos perdona los pecados por medio de Cristo muerto y resucitado, y quien, mediante el ministerio de la Iglesia, nos reconcilia con Dios y con los hermanos. 

Confesarse significa, por tanto: 
- Ponerse a escuchar la Palabra de Dios y reconocer el propio pecado. 
- Celebrar el amor misericordioso de Dios Padre, que: 
· Perdona nuestros pecados, lavándolos con la sangre de su Hijo; 
· Nos comunica su misma vida divina (gracia sacramental) ; 
· Nos reconcilia con Él y entre nosotros, reconociendo nuestro vínculo de hermandad universal; 
· Acoge y fecunda nuestro compromiso personal de continua conversión inaugurado en el Bautismo y que se acrecienta por las exigencias de la celebración eucarística;
· Abre nuestro corazón arrepentido al soplo del Espíritu Santo, que conduce a la justicia, la caridad, la libertad, la vida y la alegría. 

¿Quién ha instituido este sacramento? 
Lo ha instituido Jesucristo en la noche de Pascua, cuando, mostrándose a sus discípulos, les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes remitiereis los pecados le son remitidos; y a quien se los retuviereis, le son retenidos.” (Jn 20,22-23). 

¿Por qué es necesario confesarse? 
Porque todo cristiano, después del bautismo, comente pecados. 

¿Y el que dice que no tiene pecados? 
Es un mentiroso o es un ciego. “Si decimos que no tenemos pecados, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn 1,8). 

¿Cuándo se comete un pecado? 
- Cuando se desobedece a Dios, a su amor, a la ley que nos ha dado, mediante Cristo, para indicarnos el buen camino para nuestra felicidad plena y la perfecta realización de nuestro ser. “Cometí la maldad que aborreces” (Sal 51,6) 
- Es Cristo, con su Palabra y con su muerte y resurrección, quien muestra plenamente al hombre su pecado y la gravedad del mismo. 

 ¿En qué sentido el pecado ofende a Dios?
- El pecado ofende a Dios en el sentido que: 
· Hiere y destruye al hombre que Dios ha creado y que ama; 
· Resquebraja o rompe el diálogo de Dios con el hombre; 
· Es causa de la muerte de Cristo, Hijo amado del Padre; 
· Rechaza su Palabra (Ley, enseñanzas...) que son el bien verdadero del hombre; 
· Ofende a Dios no tanto en su honor, cuanto en su amor. 


¿Todos los pecados son iguales?
Ciertamente no. Los pecados se diversifican por ejemplo en cuanto a la gravedad y a la tipología. 
- En cuanto a su gravedad existen pecados mortales y pecados veniales. 
- En cuanto a la tipología hay pecados: 
· De pensamiento, palabra, obra y omisión. 
· Contra Dios, contra el prójimo, contra nosotros mismos, contra la creación. 

 ¿Cuándo se comete un pecado mortal? 
Para cometer un pecado mortal, deben darse contemporáneamente tres condiciones: 
- Materia grave. 
- Plena conciencia. 
- Consentimiento deliberado. 

¿Quién establece la materia grave?
Es Dios (y no nosotros o la gente...) que determina cual es la materia grave. Dios la indica de modo particular en los diez mandamientos y en las enseñanzas de Cristo, que la Iglesia continua proponiendo. 

¿Cuándo se comete un pecado venial?
Cuando no existe materia grave, o bien, en caso de que haya materia grave, falta la plena conciencia o el consentimiento deliberado. 

¿No basta con pedir perdón a dios por los propios pecados sin tener que confesarse? 
- Cada uno de nosotros puede y debe pedir perdón a Dios en todo momento, particularmente después de haber cometido un pecado mortal, antes de irse a dormir por la noche, o al inicio de la celebración de la Santa Misa. 
- Pero Dios nos perdona algunos pecados (los pecados mortales) cuando nos acercamos arrepentidos al sacramento de la Confesión, querido e instituido por su Hijo Jesucristo. Por otra parte, siendo Dios el que perdona, Él tiene el derecho de indicarnos el modo a través del cual Él nos concede su perdón. Ciertamente el pecado no es perdonado si no hay arrepentimiento personal, pero en el orden actual de la Providencia, la remisión está subordinada al cumplimiento de la voluntad positiva de Cristo, que ha vinculado la remisión de los pecados al ministerio eclesial o, al menos, a la voluntad de recurrir a él lo más pronto posible, cuando no exista la posibilidad inmediata de la confesión sacramental.

¿Cada cuanto tiempo debemos confesarnos? 
- Debemos distinguir entre pecado mortal y pecado venial. 
§ En el caso de un pecado mortal: debemos confesarnos inmediatamente después de haber cometido un pecado mortal, a fin de obtener inmediatamente el perdón y evitar el infierno en caso de muerte. Si no es posible confesarse inmediatamente por falta de un sacerdote, al menos se debe pedir perdón a Dios por el pecado cometido y buscar la confesión sacramental lo más pronto posible.
La confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único modo ordinario con el cual el fiel, consciente del pecado cometido, es reconciliado con Dios y con la Iglesia. 
§ En el caso de los pecados veniales: si se tiene sólo pecados veniales, el tiempo que puede transcurrir entre una confesión y otra depende de la sensibilidad espiritual de cada quien. 
Algunos santos se confesaban todos los días. ¡Y eran santos! 
La Iglesia, como buena madre, indica en sus preceptos un mínimo: “Confesarse por lo menos una vez al año” Según la sugerencia de buenos Padres Espirituales, sería oportuno para un cristiano que no tiene pecados mortales, confesarse al menos una vez al mes, o a más tardar cada dos meses. 

 ¿Es necesario confesarse antes de acercarse a la comunión?
Quien es consciente de haber cometido un pecado mortal debe confesarse antes de comulgar. Si se han cometido sólo pecados veniales, entonces se puede acercar a la Comunión después de haber pedido perdón al Señor al inicio de la Misa (cf. Rito penitencial). Es también aconsejable confesar con frecuencia los pecados veniales. 

 ¿Por qué es aconsejable la confesión de los pecados veniales? 
- Es oportuna la búsqueda, humilde y llena de confianza, del sacramento de la Penitencia, ya que en este sacramento: 
· Hace crecer en gracia; 
· Afianza las virtudes; 
· Ayuda a disminuir las tendencias negativas heredadas del pecado original y agravadas por los pecados personales; 
· Forma un conciencia recta; 
· Ofrece el don de la serenidad y de la paz, per el hecho mismo que aumenta la Gracia.

 ¿Cómo confesarnos?
- Ante todo se prepara la celebración del sacramento con momentos de oración.
- Después es necesario hacer un examen de conciencia, confrontándonos con el ejemplo y las palabras de Cristo. Es conveniente leer un pasaje de la Sagrada Escritura. 
- A la luz de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, se reconocen los propios pecados, pidiendo perdón a Dios y comprometiéndose a “cambiar de vida”. 
- Nos acercamos después al sacerdote (diciendo, en primer lugar, el tiempo que ha transcurrido desde nuestra última confesión y concluyendo que se tienen la intención de confesarse también por los pecados que no se recuerda y aquellos del pasado): 
· Se confiesan los propios pecados; 
· Se escuchan las palabras del sacerdote; 
· Se acepta la penitencia que es impuesta; 
· Se manifiesta el propio arrepentimiento, motivado sobre todo por el amor a Dios;
· Se recita el acto de contrición (u otra fórmula semejante). 
· Se recibe con fe la absolución: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. 
- Se agradece al Señor del don sacramental recibido, renovando el propio compromiso de conversión. 

 ¿Basta con una confesión general de los propios pecados? 
- No, no basta. Se rechaza cualquier uso que limite este sacramento a una confesión general (Por ejemplo, decir: “Padre, pequé, deme la absolución...”) o a decir sólo los pecados considerados más significativos. 
- El cristiano está obligado a confesar, según la especie y el número, todos los pecados cometidos después del Bautismo y no confesados todavía, de los cuales se tenga conciencia después de un buen examen. 

 ¿Cómo se hace un buen examen de conciencia?
- Dejándose iluminar de la Palabra de Dios (la Biblia). De hecho, es la Palabra de Dios que: 
· Revela el pecado; 
· Invita a la conversión; 
· Exhorta al bien; 
· Anima a actuar imitando a Cristo; 
· Anuncia la misericordia de Dios que lava el pecado del hombre con la Sangre de Cristo y da la gracia del Espíritu Santo que santifica al hombre. 

 ¿Es posible confesarse durante la misa? 
- Sí, es posible, pero no es aconsejable, ya que no pueden celebrarse bien dos sacramentos al mismo tiempo. Es mejor confesarse antes de la Misa o buscar otro momento durante la semana. La celebración de la Confesión da lugar a la superposición que termina por dañar estos dos eventos de salvación, fundamentales para la vida cristiana y, por tanto, necesitados cada uno de un tempo específico para su celebración. 
- Por tanto, se aconseja a los fieles de acercarse al Sacramento de la Penitencia fuera de la Celebración de la Misa, y elegir un momento de tranquilidad para sí mismo y para el sacerdote confesor, en modo de poder celebrar dignamente este sacramento. 

 ¿Está siempre obligado el confesor a guardar el secreto? 
Ciertamente, el confesor está obligado a guardar siempre el secreto de confesión, sin ninguna excepción, y bajo penas muy severas. Él confesor debe mantener el secreto absoluto de los pecados confesados de los penitentes, aún cuando eso le cueste la vida. 

¿Todos pueden recibir la absolución?
< situación. su cambiar de intención la tengan no que caso en y casar...) a vueltos divorciados los ej. (p. mortal pecado habitual estado viven penitentes absolución válidamente recibir pueden No bautizados.> 
- En todo caso, el pecado grave no es perdonado si no existe el arrepentimiento personal y el propósito de enmienda. 
- Algunos pecados particularmente graves, penados con la excomunión, pueden ser absueltos sólo por el Papa o por el Obispo. 
- En caso de peligro de muerte, cualquier sacerdote puede absolver cualquier pecado o excomunión. 

 ¿Qué relación existe entre la celebración del sacramento de la confesión y la vida cotidiana? 
La celebración del rito sacramental de la penitencia está fuertemente vinculada a la vida cotidiana. Confesándose, se adquiere el compromiso ante la comunidad y ante Dios, de volver a caminar por la opción cristiana fundamental, de llevar a cabo todo aquello que Cristo ha propuesto como camino para la verdadera y definitiva liberación del hombre, para la plena y jubilosa comunión con Dios y con los hombres. 
“Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6,11). Por tanto caminad en la vida nueva. 

“Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1 Tes. 4,3). 

El Primicerio
de la Basílica de San Carlos y San Ambrosio
Monsignor Raffaello Martinelli

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