«El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él»

Papa Francisco responde: “¿Para que sirve la Misa?”

Durante el Angelus, Papa Francisco explica el verdadero significado de la Eucaristía

CTV

Queridos hermanos y hermanas ¡Buenos días!
 
En estos domingos la Liturgia nos está proponiendo, desde el Evangelio de Juan, el discurso de Jesús sobre el Pan de la Vida, que Él mismo es y que también es el Sacramento de la Eucaristía.

La cita de hoy (Jn 6, 51-58) presenta la última parte de este discurso, y habla de algunos, de entre la multitud, que se escandalizan porque Jesús ha dicho: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6, 54).

El estupor de los que escuchan es comprensible; Jesús, de hecho, usa el estilo típico de los profetas para provocar en la gente, y también en nosotros, preguntas, y al final, una decisión. Antes que nada, las preguntas: ¿qué significa ‘comer la carne y beber la sangre de Cristo’? ¿es solo una imagen, un símbolo o indica algo real?

Para responder, es necesario intuir que es lo que sucede en el corazón de Jesús mientras parte el pan para la multitud hambrienta. Sabiendo que deberá morir en la cruz por nosotros, Jesús se identifica con el pan partido y compartido y eso se convierte para Él en el “signo” del Sacrificio que lo espera.

Este proceso tiene su culmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se convierten realmente en Su Cuerpo y en Su Sangre. Es la Eucaristía que Jesús nos deja con un objetivo preciso: que nosotros nos hagamos uno con Él. De hecho dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él” (v.56). La comunión es la asimilación: comiéndole, nos hacemos como Él. Pero esto exige “nuestro sí”, nuestra adhesión de fe.
 
A veces, con respecto a la Santa Misa, se escuchan frases como: “¿Para que sirve la Misa? Yo voy a la Iglesia cuando me apetece, o mejor rezo solo”. Pero la Eucaristía no es una oración privada o una bella experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús ha hecho en la Última Cena: la Eucaristía en un “memorial”, es decir, un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y de la resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo donado, el vino es realmente su Sangre derramada.
        
La Eucaristía es Jesús mismo que se da enteramente a nosotros.Nutrirnos  de Él y morar en Él, mediante la Comunión Eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida en un don a Dios y a los hermanos. Alimentarnos de este “pan de la Vida”, significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus elecciones y sus pensamientos, sus actitudes. Significa entrar en un dinamismo de amor oblativo y convertirnos en personas de paz, de perdón, de reconciliación, de compartir de forma solidaria.

Jesús concluye su discurso con estas palabras: “Quien come este Pan vivirá para siempre” (Jn 6,58). Sí, vivir en comunión concreta, real con Jesús sobre esta tierra nos hace pasar ya de la muerte a la vida, y así cerramos los ojos a este mundo con la certeza de que en el último día escucharemos la voz de Jesús Resucitado que nos llamará y nos despertaremos para estar siempre con Él y con la gran familia de los santos.
 
En el Cielo nos espera ya María nuestra Madre, celebramos ayer este Misterio. Que Ella nos obtenga la gracia de alimentarnos siempre con la fe de Jesús, Pan de la vida.
 
DOPO ANGELUS 
 
Queridos hermanos y hermanas,
 
Os saludo con afecto a romanos y peregrinos: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones, los jóvenes.

Saludo al grupo folclórico: “Organización de arte y cultura mexicana”, a los jóvenes de Verona que están viviendo una experiencia de fe en Roma, y a los fieles de Beverare.

Un saludo especial dirijo a los numerosos jóvenes del Movimiento Juvenil Salesiano, reunidos en Turín en los lugares de San Juan Bosco para celebrar el bicentenario de su nacimiento. Los animo a vivir todos los días la alegría del Evangelio, para generar esperanza en el mundo.

A todos deseo un buen domingo, y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buena comida y hasta pronto!

- Aleteia

Evangelio según San Juan 6,51-58. 

Jesús dijo a los judíos: 

"Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". 
Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?". 
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. 

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 

Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. 

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. 

Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. 

Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". 

San Gaudencio de Brescia (¿-c. 406), obispo 
Homilía pascual; PG 98, 346

«El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él»

El sacrificio celestial instituido por Cristo es, verdaderamente, la herencia que nos legó con su testamento nuevo; la noche en que iba a ser entregado para ser crucificado nos dejó como una prenda de su presencia. Es el viático para nuestro viaje, nuestro alimento en el camino de la vida hasta que, dejando este mundo, lleguemos al término de ésa. Por eso el Señor dijo: «Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros».

Quiso que todos sus favores permanecieran entre nosotros; quiso que las almas rescatadas con su preciosa sangre fueran siempre santificadas según la imagen de su propia Pasión. Por eso dio orden a sus fieles discípulos, que puso como los primeros presbíteros de su Iglesia, que celebraran para siempre estos misterios de vida eterna... Por eso todo el pueblo de los fieles debería tener cada día ante sus ojos la representación de la Pasión de Cristo; teniéndola en nuestras manos, recibiéndola en nuestra boca y en nuestro corazón, conservaremos un recuerdo imborrable de nuestra redención.

Precisa que el pan sea hecho con harina de muchos granos de trigo, mezclada con agua y el fuego culmine su obra en ella. Se encuentra, pues, en ella una imagen semejante al cuerpo de Cristo porque nosotros sabemos que Cristo, con todos los hombres,  forma un solo cuerpo que el Espíritu Santo ha llevado a su plenitud... De la misma manera, el vino de su sangre se saca de muchos racimos, es decir, de racimos de la viña por él plantada, exprimidos bajo el lagar de la cruz; derramado en el corazón de sus fieles borbotea en él por su propio poder. 

Este es el sacrificio de la Pascua que lleva la salvación a todos los que han sido liberados de la esclavitud de Egipto y del Faraón, es decir, del demonio. Recibidlo unidos a nosotros, con toda la avidez de un corazón religioso.

Oración introductoria
Jesús, ayúdame a valorar la Eucaristía. El poder vivir para siempre, por Ti, es mi gran anhelo. Quiero hablar contigo y escuchar tu Palabra para recibirte con el amor que te mereces; sin ningún interés personal, sólo la ilusión de que me llenes de Ti y me hagas experimentar tu amor.

Petición
Señor, no permitas que pierda nunca las oportunidades de recibirte en la Eucaristía. ¡Dame siempre de ese Pan!

Meditación del Papa Francisco
Cuando tomamos y comemos ese Pan, somos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todos a los más pobres.

La fiesta de hoy evoca este mensaje solidario y nos impulsa a acoger la invitación íntima a la conversión y al servicio, al amor y al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de lo que celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que nos viene al encuentro en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el que sufre que implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la Salvación, que no tiene fe.  Está en cada ser humano, también en el más pequeño e indefenso.

La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y de solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo ya no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy sabemos es un problema cada vez más grave.(S.S. Francisco, Angelus 7 de junio de 2013).

Reflexión
San Justino, de familia pagana, convertido luego al cristianismo, murió mártir el año 165 d.C. Enseñó filosofía en Roma y escribió abundantes obras sobre la fe y la religión cristiana. En sus "apologías" explica lo fundamental de la fe católica, del credo y de los sacramentos, y refuta las falsas acusaciones que ya desde entonces comenzaban a circular en contra de la Iglesia. Entre otras cosas -¡para que veamos cuán absurda y atrevida es la ignorancia!- se acusaba a los primeros cristianos de antropofagia y de convites truculentos e idolátricos porque pensaban que comían carne y bebían sangre humana. Habían oído, en efecto, que el que presidía las asambleas decía: "Tomad y comed: éste es mi cuerpo. Tomad y bebed: ésta es mi sangre".

Así fue como lo interpretaron los judíos que escuchaban a nuestro Señor. Y era lógico que no lo aceptaran, que lo criticaran e, incluso, que se escandalizaran de El. El rechazo hacia Jesús se iba pronunciando cada vez más, a medida que nuestro Señor hablaba, hasta abrirse un abismo y convertirse en un camino sin retorno...

Pero nuestro Señor continúa su discurso: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". Estas palabras de Jesús, tan claras como misteriosas, sólo podían ser acogidas en un clima de fe. Y es una evidente anticipación de lo que sucedería el Jueves Santo, en aquella hora solemne y de intimidad con sus apóstoles, cuando instituía la Eucaristía: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Esta es mi Sangre, derramada por vosotros y por todos los hombres, para el perdón de los pecados". Ahora, en este momento, estaba cumpliendo su promesa. Y les invitaba a los Doce a repetir este mismo gesto, de generación en generación: "Haced esto en memoria mía".

Cada santa Misa, cuando el sacerdote pronuncia estas palabras de nuestro Señor, está perpetuando su sacramento. Y no se trata de un simple recuerdo, sino de un "memorial". Es decir, de una celebración que "revive" y actualiza en el hoy de nuestra historia el misterio de la Eucaristía y del Calvario, por nuestra salvación. En cada santa Misa, Jesucristo renueva su Pasión, muerte y resurrección, y vuelve a inmolarse al Padre sobre el altar de la cruz por la redención de todo el género humano. De modo incruento, pero real. ¡Por eso cada Misa tiene un valor redentor infinito, que sólo con la fe podemos apreciar!

El beato Titus Brandsman, sacerdote carmelita holandés, pasó varios años en los campos de concentración alemanes durante la persecución nazi. Tenía prohibida la celebración de la Eucaristía, pero él se ponía junto con los otros prisioneros y recitaba de memoria las oraciones de la Misa, el Evangelio y les predicaba a sus compañeros de prisión; luego hacían la comunión espiritual: él fijaba los ojos en cada uno de los presos y les decía: "el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna". Al poco tiempo fue transferido a láger de Dachau. Allí los sacerdotes alemanes sí podían celebrar y clandestinamente pasaban la hostia santa a los otros sacerdotes que no eran alemanes, como Tito. El comulgaba, daba la comunión a los otros prisioneros y se guardaba un pedacito en el estuche de sus lentes para la adoración nocturna. De ese "pan" del todo especial sacaba fuerzas para soportar las torturas y ofrecer sus sufrimientos. Un día fue duramente golpeado por la guardia nazi del campo de concentración y aguantó la paliza sin odios ni maldiciones. Después confesó: "¡Ah, yo sabía quién estaba conmigo!". En 1942 murió mártir en Dachau.

Además del santo Sacrificio, podemos gozar de la presencia real de Jesucristo nuestro Señor en el Sagrario durante las veinticuatro horas del día. Se cuenta que el santo cura de Ars se dejaba embargar particularmente por la presencia real de Cristo Eucaristía. Ante el Tabernáculo solía pasar largas horas de adoración, durante la noche o antes del amanecer; y durante sus homilías, solía señalar al Sagrario diciendo con emoción: "El está ahí". Por ello, él, que tan pobremente vivía en su casa rectoral, no dudaba en gastar cuanto fuere necesario para embellecer la iglesia. Pronto pudo ver el buen resultado: los fieles tomaron por costumbre ir a rezar ante el Santísimo Sacramento, descubriendo, a través de la actitud de su párroco, el gran misterio de la fe.

Propósito
Ojalá que también nosotros aprendamos a valorar y a vivir con inmensa fe y amor, como los santos, el misterio sacrosanto de la Eucaristía: que cada santa Misa y Comunión sea como la primera y la última de nuestra vida. Y que acudamos con frecuencia al Santísimo para amar, agradecer, adorar a nuestro Señor, y para pedirle por las necesidades de todo el género humano. El allí nos escucha.

Diálogo con Cristo 
Gracias, Señor, por tu Eucaristía, por el gran don de Ti mismo, gracias por esta gran prueba de tu amor que deseo ardientemente se prologue durante todo el día. Quiero pertenecerte siempre. ¡Venga tu Reino a mi corazón! Que nunca me «acostumbre» a recibirte. Confío en que, con la intercesión de María, sepa corresponder a tanto amor.

Esteban de Hungría, Santo
Rey de Hungría, 16 de agosto 
Fuente: Ewtn.com 

Martirologio Romano: San Esteban, rey de Hungría, que, regenerado por el bautismo y habiendo recibido la corona real de manos del papa Silvestre II, veló por la propagación de la fe de Cristo entre los húngaros y puso en orden la Iglesia en su reino, dotándola de bienes y monasterios. Justo y pacífico en el gobierno de sus súbditos, murió en Alba Real (Székesfehérvár), en Hungría, el día de la Asunción, entrando su alma en el cielo (1038).

Etimología: Esteban = coronado (estebo= corona). viene del griego

Breve Biografía

Este santo tiene el honor de haber convertido al catolicismo al reino de Hungría.

Fue bautizado por San Adalberto y tuvo la suerte de casarse con Gisela, la hermana de San Enrique de Alemania, la cual influyó mucho en su vida.

Valiente guerrero y muy buen organizador, logró derrotar en fuertes batallas a todos los que se querían oponer a que él gobernara la nación, como le correspondía, pues era el hijo del mandatario anterior.

Cuando ya hubo derrotado a todos aquellos que se habían opuesto a él cuando quiso propagar la religión católica por todo el país y acabar la idolatría y las falsas religiones, y había organizado la nación en varios obispados, envió al obispo principal, San Astrik, a Roma a obtener del Papa Silvestre II la aprobación para los obispados y que le concediera el título de rey. El sumo Pontífice se alegró mucho ante tantas buenas noticias y le envío una corona de oro, nombrándolo rey de Hungría. Y así en el año 1000 fue coronado solemnemente por el enviado del Papa como primer rey de aquel país.

El cariño del rey Esteban por la religión católica era inmenso; a los obispos y sacerdotes los trataba con extremo respeto y hacía que sus súbditos lo imitaran en demostrarles gran veneración. Su devoción por la Virgen Santísima era extraordinaria. Levantaba templos en su honor y la invocaba en todos sus momentos difíciles. Fundaba conventos y los dotaba de todo lo necesario. Ordenó que cada 10 pueblos debían construir un templo, y a cada Iglesia se encargaba de dotarla de ornamentos, libros, cálices y demás objetos necesarios para mantener el personal de religiosos allá. Lo mismo hizo en Roma.

La cantidad de limosnas que este santo rey repartía era tan extraordinaria, que la gente exclamaba: "¡Ahora sí se van a acabar los pobres!". El personalmente atendía con gran bondad a todas las gentes que llegaban a hablarle o a pedirle favores, pero prefería siempre a los más pobres, diciendo: "Ellos representan mejor a Jesucristo, a quien yo quiero atender de manera especial".

Para conocer mejor la terrible situación de los más necesitados, se disfrazaba de sencillo albañil y salía de noche por las calles a repartir ayudas. Y una noche al encontrarse con un enorme grupo de menesterosos empezó a repartirles las monedas que llevaba. Estos, incapaces de aguardar a que les llegara a cada quien un turno para recibir, se le lanzaron encima, quitándole todo y lo molieron a palos. Cuando se hubieron alejado, el santo se arrodilló y dio gracias a Dios por haberle permitido ofrecer aquel sacrificio. Cuando narró esto en el palacio, sus empleados celebraron aquella aventura, pero le aconsejaron que debía andar con más prudencia para evitar peligros. El les dijo: " Una cosa sí me he propuesto: no negar jamás una ayuda o un favor. Si en mí existe la capacidad de hacerlo".

A su hijo lo educó con todo esmero y para él dejó escritos unos bellos consejos, recomendándole huir de toda impureza y del orgullo. Ser paciente, muy generoso con los pobres y en extremo respetuoso con la santa Iglesia Católica.

La gente al ver su modo tan admirable de practicar la religión exclamaba: " El rey Esteban convierte más personas con buenos ejemplos, que con sus leyes o palabras".

Dios, para poderlo hacer llegar a mayor santidad, permitió que en sus últimos años Esteban tuviera que sufrir muchos padecimientos. Y uno de ellos fue que su hijo en quien él tenía puestas todas sus esperanzas y al cual había formado muy bien, muriera en una cacería, quedando el santo rey sin sucesor. El exclamó al saber tan infausta noticia: "El Señor me lo dio, el Señor me los quitó. Bendito sea Dios". Pero esto fue para su corazón una pena inmensa.

Los últimos años de su vida tuvo que padecer muy dolorosas enfermedades que lo fueron purificando y santificando cada vez más.

El 15 de agosto del año 1038, día de la Asunción, fiesta muy querida por él, expiró santamente. Desde entonces la nación Húngara siempre ha sido muy católica. A los 45 años de muerto, el Sumo Pontífice permitió que lo invocaran como santo y en su sepulcro se obraron admirables milagros.

Que nuestro Dios Todopoderoso nos envíe en todo el mundo muchos gobernantes que sepan ser tan buenos católicos y tan generosos con los necesitados como lo fue el santo rey Esteban.

 

¿Hay diferencia entre ser bueno y ser santo?
Cumplir los mandamientos es necesario, pero no basta. Aquel que nos ha dado todo, nos pide todo.

Por: Luis Fernando Pérez Bustamante | Fuente: Infocatolica.com 

Muchos cristianos viven hoy en la idea de que eso de la santidad es algo reservado para unos pocos. Que al fin y al cabo, el número de aquellos que han sido beatificados o canonizados son una ínfima minoríacomparados con los millones y millones de fieles que han vivido en los últimos veinte siglos. Piensan que incluso aunque se acepte que, aparte de los que figuran en el santoral, hay tantos o más cristanos que podrían haber alcanzado ese “reconocimiento público” de haberse conocido sus vidas, siguen siendo una porción escasísima del total.

Una gran parte de aquellos que piensan así tienen una actitud parecida a la del joven rico con el que se encontró Jesús:

Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. 

Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».

Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».

Mc 10,18-20

He ahí el típico ejemplo de “buen” creyente, de “buena” persona. No mata, no roba, no adultera, no se pasa la vida acusando al prójimo de mentiras, quiere a su familia, especialmente a quienes le dieron la vida,etc. Ciertamente hoy vivimos en una época en que al menos la cuestión del adulterio no parece ser tan “importante". En relación al matrimonio, aquello de que el amor “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” y “nunca deja de ser” (1ª Cor 13,7-8) parece enterrado bajo la idea de que el amor dura hasta que dura, y cuando acaba te puedes buscar otro.

Pero aun concediendo que se es también fiel en el amor conyugal, el considerarse a uno mismo lo suficientemente bueno para heredar la vida eterna se va a encontrar de bruces con las palabras de Cristo:

Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».

A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Mc, 10,21-22

Jesús lo amó. Tengamos bien presente ese hecho. Ante el joven que buscaba ser salvo y había llevado una vida que encajaba dentro de los parámetros por los que se le podía considerar una “buena persona", el Señor no reacciona manifestando cierto desdén sino amor. Y tanto le amó, que le dio la clave para salvarse: “Deja todo y sígueme".

El joven, el mismo que cumplía los mandamientos, el mismo que había sido un buen hijo, un buen ciudadano y un buen creyente, tenía algo que estaba por encima de su amor a Dios. En su caso eran las riquezas materiales. Entonces Cristo dio una de las enseñanzas claves del evangelio:

Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!». 
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».

Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?».

Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».

Mc 10,23-27

Imaginemos a los apóstoles contemplando la escena. Ven que ese chaval era muy buena gente, que cumplía los mandamientos. Esperaban seguramente que Cristo le dijera: “querido, si haces eso, ya te has salvado". Pero no, se encuentran con que el Señor quiere más, mucho más, que un simple cumplimiento de sus preceptos. Quiere ni más ni menos que le entregue todo su ser, que no haya un resquicio que se guarde para sí. No es que cumplir los mandamientos no sea necesario. Simplemente, no basta. Y como no basta, los discípulos hacen exactamente la misma pregunta que el rico, ¿"quien puede salvarse?", pero creyendo que la respuesta es prácticamente nadie. Y Jesus les dice que ciertamente es imposible para un hombre salvarse, pero Dios puede hacerlo.

Efectivamente, solo Dios puede poner en el alma aquel verdadero amor por El que nos conduce a la salvación. Un amor que está por encima de cualquiera de nuestros deseos. Un amor que esta incluso por encima de nuestro amor a nuestros seres queridos, sean padres, cónyugues, hijos, hermanos, amigos.

Aquel que nos ha dado todo, nos pide todo. Y nos pide todo porque nos concede darle todo. Aquel que, siendo Dios, sometió su voluntad a la del Padre, llegando a entregar su vida en la Cruz, pide que sometamos nuestra voluntad a Él, de forma que pueda presentarnos ante el Padre como verdaderos hijos suyos. Y como sabe que para nosotros tal cosa es literalmente imposible sin ayuda, nos concede el incomparable don del Espíritu Santo, que es quien nos transforma y nos capacita para entregarnos por completo a Dios.

Todos, y quien diga lo contrario miente, tenemos algo en nuestras vidas que todavía no hemos entregado a Cristo. Pueden ser las riquezas materiales, puede ser cualquier apego desordenado, puede ser lo que sea. Escuchamos a Cristo diciéndonos “deja eso y sígueme", y fruncimos el ceño. “No, Señor, eso, si no te importa, me lo quedo", replicamos. Pero lo que Dios quiere de nosotros no es aquello que ya nos ha concedido darle, sino precisamente esa parte que todavía no hemos sometidoa su soberanía divina. Y he aquí la buena noticia: Dios hará todo lo que está en su mano para que se lo demos. Su gracia cubre nuestros pecados mientras dura ese proceso. De lo contrario, estaríamos condenados sin remedio. Pero esa misma gracia obra en nuestras almas un doble proceso: primero, querer entregarle lo que hemos reservado para nosotros. Segundo, entregárselo. Si movidos de la gracia aceptamos que Dios ponga en nosotros el deseo de poner a sus pies todo nuestro ser, indefectiblemente creceremos en santidad. No seremos simplemente “buenas personas". Seremos santos, que es a lo que hemos sido llamados y para lo que hemos sido salvados.

No nos asustemos si vemos que son “demasiadas” las cosas que no hemos entregado a Dios. Simplemente, quedémonos al lado de Cristo. No huyamos de su abrazo amoroso como hizo el joven rico. Permanezcamos por gracia con el Señor en la oración, en la Eucaristía, donde Él se dona para que entremos en plena comunión con su divina persona. Dejemos que perdone nuestros pecados. Imploremos al Espíritu Santo que obre la santificación en nuestras vidas. Pidamos la intercesión de su Madre para que podamos decir sí a sus palabras en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). Eso, y no otra cosa, es ser cristiano.

Laus Deo Virginique Matri

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