«Los últimos serán los primeros»
- 19 Agosto 2015
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- 19 Agosto 2015
El Papa vuelve a ser candidato al Premio Nobel de la Paz
Por tercera vez consecutiva el Pontífice ha sido seleccionado entre las propuestas de organizaciones nacionales e internacionales
Por: ep / roma | Fuente: abc.es
El Papa Francisco ha vuelto a figurar en la lista de los 20 posibles candidatos a ser el próximo Nobel de la Paz en 2015, según han informado fuentes del Instituto Nobel de Oslo.
Por tercera vez consecutiva, el Pontífice aparece en la lista de los nominados que aspiran a ser premiados con este galardón, después de haber sido seleccionado entre las 273 nominaciones iniciales propuestas por organizaciones nacionales e internacionales.
En este sentido, la organización del premio Nobel de la Paz ha precisado que la propuesta de Francisco procede de 205 personas autorizadas y de 68 organizaciones.
Después de contribuir al «deshielo» de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos y tender puentes de diálogo entre otros países, Francisco se ha convertido en una de las figuras más relevantes a la hora de pacificar conflictos.
El próximo 9 de octubre se dará a conocer el nombre del ganador del Nobel de la Paz de este año 2015. El premio se atribuye a «la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz».
Evangelio según San Mateo 20,1-16a.
Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.
Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: 'Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'.
Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?'.
Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'.
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.
Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.
Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada'.
El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?
Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.
¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?'.
Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía para el Viernes Santo «La Cruz y el ladrón»
El hombre de la hora undécima: «Los últimos serán los primeros»
¿Qué es lo que ha hecho el buen ladrón para poder participar del paraíso después de la cruz?... Mientras que Pedro había negado a Cristo, el ladrón, desde lo alto de la cruz, daba testimonio de él. Y no digo esto para desanimar a Pedro; lo digo para poner en evidencia la grandeza de alma del ladrón... Este ladrón, mientras que todo el populacho estaba alrededor de él bramando, vociferando, llenándolos de blasfemias y sarcasmos, no tuvo en cuenta nada de esto. Ni tan siquiera tuvo en cuenta el miserable estado de la crucifixión que, de manera evidente, tenía delante de él. Recorrió todo este panorama con una mirada llena de fe... Se volvió hacia el Señor de los cielos y volviéndose hacia él, le dijo: «Acuérdate de mí, Señor, cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42). No queramos eludir la desenvoltura y el ejemplo del ladrón, no nos avergoncemos de tomarlo como maestro a él a quien Nuestro Señor no tuvo a menos hacerlo entrar el primero en el paraíso...
No le dijo, como a Pedro: «Ven, sígueme y haré de ti un pescador de hombres» (Mt 4,19). Tampoco le dijo como a los Doce: «Os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mt 19,28). No le pagó con ningún título; no le enseño ningún milagro. El ladrón no le vió resucitando a un muerto, ni expulsar demonios, no vio que el mar le obedeciera. Cristo no le dijo nada ni del reino ni de la gehena. Y sin embargo dio testimonio a su favor delante de todos y le dio en herencia el Reino.
Juan Eudes, Santo
Fundador, 19 de agosto
Fuente: Corazones.org
Martirologio Romano: San Juan Eudes, presbítero, que durante muchos años se dedicó a la predicación en las parroquias y después fundó la Congregación de Jesús y María, para la formación de los sacerdotes en los seminarios, y otra de religiosas de Nuestra Señora de la Caridad, para fortalecer en la vida cristiana a las mujeres arrepentidas. Fomentó de una manera especial la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, hasta que en Caen, de la región de Normandía, en Francia, descansó piadosamente en el Señor (1680).
Fecha de canonización: Fue canonizado en 1925 y su fiesta fue incluida en el calendario de la Iglesia de occidente en 1928.
Etimología Juan = Dios es misericordia. Viene de la lengua hebrea.
En la segunda mitad del siglo XVI, vivía en Ri, Normandía (Francia), un granjero llamado Isaac Eudes, casado con Marta Corbin. Como no tuviesen hijos al cabo de dos años de matrimonio, ambos esposos fueron en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora. Nueve meses después tuvieron un hijo, al que siguieron otros cinco. El mayor recibió el nombre de Juan y, desde niño, dio muestras de gran inclinación al amor de Dios. Se cuenta que, cuando tenía nueve años, un compañero de juegos le abofeteó; en vez de responder en la misma forma, Juan siguió el consejo evangélico y le presentó la otra mejilla.
A los catorce años, Juan ingresó en el colegio de los jesuitas de Caén. Sus padres deseaban que se casara y siguiera trabajando la granja de la familia. Pero Juan, que había hecho voto de virginidad, recibió las órdenes menores en 1621 y estudió la teología en Caén con la intención de consagrarse a los ministerios parroquiales. Sin embargo, poco después determinó ingresar en la congregación del oratorio, que había sido fundada en 1611 por el futuro cardenal Pedro de Bérulle. Tras de recabar con gran dificultad el permiso paterno, fue recibido en París por el superior general en 1623. Juan había sido hasta entonces un joven ejemplar: su conducta en la congregación no lo fue menos, de suerte que el P. Bérulle le dio permiso de predicar, aunque sólo había recibido las órdenes menores. Al cabo de un año en París, Juan fue enviado a Aubervilliers a estudiar bajo la dirección del P. Carlos de Condren, el cual, según la expresión de Santa Juana Francisca de Chantal, "estaba hecho para educar ángeles". El fin de la congregación del oratorio consistía en promover la perfección sacerdotal y Juan Eudes tuvo la suerte de ser introducido en ella por dos hombres de la talla de Condren y Bérulle.
Al servicio de los enfermos
Dos años más tarde, se desató en Normandía una violenta epidemia de peste, y Juan se ofreció para asistir a sus compatriotas. Bérulle le envió al obispo de Séez con una carta de presentación, en la que decía: "La caridad exige que emplee sus grandes dones al servicio de la provincia en la que recibió la vida, la gracia y las órdenes sagradas, y que su diócesis sea la primera en gozar de los frutos que se pueden esperar de su habilidad, bondad, prudencia, energía y vida". El P. Eudes pasó dos meses en la asistencia a los enfermos en lo espiritual y en lo material. Después fue enviado al oratorio de Caén, donde permaneció hasta que una nueva epidemia se desató en esa ciudad, en 1631. Para evitar el peligro de contagiar a sus hermanos, Juan se apartó de ellos y vivió en el campo, donde recibía la comida del convento.
Predicador ungido
Pasó los diez años siguientes en la prédica de misiones al pueblo, preparándose así para la tarea a la que Dios le tenía destinado. En aquella época empezaron a organizarse las misiones populares en su forma actual. San Juan Eudes se distinguió entre todos los misioneros. En cuanto acababa de predicar, se sentaba a oír confesiones, ya que, según él, "el predicador agita las ramas, pero el confesor es el que caza los pájaros". Mons. Le Camus, amigo de San Francisco de Sales, dijo refiriéndose al P. Eudes: "Yo he oído a los mejores predicadores de Italia y Francia y os aseguro que ninguno de ellos mueve tanto a las gentes como este buen padre". San Juan Eudes predicó en su vida unas ciento diez misiones.
Confesor: Las gentes decían de él: "En la predicación es un león, y en la confesión un cordero".
Las mujeres atrapadas en mala vida
Una de las experiencias que adquirió durante sus años de misionero, fue que las mujeres de mala vida que intentaban convertirse, se encontraban en una situación particularmente difícil. Durante algún tiempo, trató de resolver la dificultad alojándolas provisionalmente en las casas de las familias piadosas, pero cayó en la cuenta de que el remedio no era del todo adecuado. Magdalena Lamy, una mujer de humilde origen, que había dado albergue a varias convertidas, dijo un día al santo: "Ahora os vais tranquilamente a una iglesia a rezar con devoción ante las imágenes y con ello creéis cumplir con vuestro deber. No os engañéis, vuestro deber es alojar decentemente a estas pobres mujeres que se pierden porque nadie les tiende la mano".
Estas palabras produjeron profunda impresión en San Juan Eudes, quien alquiló en 1671, una casa para las mujeres arrepentidas; en la que podían albergarse en tanto que encontraban un empleo decente. Viendo que la obra necesitaba la atención de religiosas, el santo la ofreció a las visitandinas, quienes se apresuraron a aceptarla.
Formación del clero
San Juan Eudes se dio cuenta de que para que el pueblo sea ferviente y llevarlo a la santidad era necesario proveerlo de muy buenos y santos sacerdotes y que para formarlos se necesitaban seminarios donde los jóvenes recibieran muy esmerada preparación. Por eso se propuso fundar seminarios en los cuales los futuros sacerdotes fueran esmeradamente preparados para su sagrado ministerio.
Después de mucho orar, reflexionar y consultar, San Juan Eudes abandonó la congregación del oratorio en 1643. La experiencia le enseñó que el clero necesitaba reformarse antes que los fieles y que la congregación sólo podría conseguir su fin mediante la fundación de seminarios. El P. Condren, que había sido nombrado superior general, estaba de acuerdo con el santo; pero su su-
cesor, el P. Bourgoing, se negó a aprobar el proyecto de la fundación de un seminario en Caén.
Entonces el P. Eudes decidió formar una asociación de sacerdotes diocesanos, cuyo fin principal sería la creación de seminarios con miras a la formación de un clero parroquial celoso. La nueva asociación quedó fundada el día de la Anunciación de 1643, en Caén, con el nombre de "Congregación de Jesús y María". Sus miembros, como los del oratorio, eran sacerdotes diocesanos y no estaban obligados por ningún voto. San Juan Eudes y sus cinco primeros compañeros se consagraron a "la Santísima Trinidad, que es el primer principio y el último fin de la santidad del sacerdocio". El distintivo de la congregación era el Corazón de Jesús, en el que estaba incluido místicamente el de María; como símbolo del amor eterno de Jesús por los hombres.
La congregación encontró gran oposición, sobre todo por parte de los jansenistas y de los padres del oratorio. En 1646, el P. Eudes envió a Roma al P. Manoury para que recabase la aprobación pontificia para la congregación, pero la oposición era tan fuerte, que la empresa fracasó.
En 1650, el obispo de Coutances pidió a San Juan que fundase un seminario en dicha ciudad. El año siguiente, M. Oliver, que consideraba al santo como "la maravilla de su época", Ie invitó a predicar una misión de diez semanas en la iglesia de, San Sulpicio de París. Mientras se hallaba en esa misión, el P. Eudes recibió la noticia de que el obispo de Bayeux acababa de aprobar la congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio, formada por las religiosas que atendían a las mujeres arrepentidas de Caén. En 1653, San Juan fundó en Lisieux un seminario, al que siguió otro en Rouen en 1659. ¡En seguida, el santo se dirigió a Roma a tratar de conseguir la aprobación pontificia para su congregación; pero los santos no siempre tienen éxito, y San Juan Eudes fracasó en Roma.
Un año después, una bula de Alejandro VII aprobó la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio. Ese fue el coronamiento de la obra que el P. Eudes y Magdalena Larny habían emprendido treinta años antes en favor de las pecadoras arrepentidas. San Juan siguió predicando misiones con gran éxito; en 1666, fundó un seminario en Evreux y, en 1670, otro en Rennes.
Al afro siguiente, publicó un libro titulado "La Devoción al Adorable Corazón de Jesús". Ya antes, el santo había instituido en su congregación una fiesta del Santísimo Corazón de María. En su libro incluyó el propio de una misa y un oficio del Sagrado Corazón de Jesús. El 31 de agosto de 1670, se celebró por primera vez dicha fiesta en la capilla del seminario de Rennes y pronto se extendió a otras diócesis. Así pues, aunque San Juan Eudes no haya sido el primer apóstol de la devoción al Sagrado Corazón en su forma actual, fue sin embargo él "quien introdujo el culto del Sagrado Corazón de Jesús y del Santo Corazón de María"´, como lo dijo León XIII en 1903. El decreto de beatificación añadía: "El fue el primero que, por divina inspiración les tributó un culto litúrgico."
Clemente X publicó seis breves por los que concedía indulgencias a las cofradías de los Sagrados Corazones de Jesús y María, instituidas en los seminarios de San Juan Eudes.
Durante los últimos años de su vida, el santo escribió su tratado sobre "el Admirable Corazón de la Santísima Madre de Dios"; trabajó en la obra mucho tiempo y la terminó un mes antes de morir. Su última misión fue la que predicó en Sain-Lö, en 1675, en plena plaza pública, con un frío glacial. La misión duró nueve semanas. El esfuerzo enorme acabó con su salud y a partir de entonces se retiró prácticamente de la vida activa.
Su muerte ocurrió el 19 de agosto de 1680.
Cuando Papa Wojtyla habló a 80.000 jóvenes musulmanes
Hace 30 años ocurrió algo que muestra que es posible leer el Corán, no como un manual de guerra sino como el libro sagrado de Alá
GIAN FRANCO SVIDERCOSCHI
© JEAN-CLAUDE DELMAS / AFP
El 19 de agosto de 1985 marcó una fecha histórica: el encuentro de san Juan Pablo II en el estadio de Casablanca (Marruecos).
Juan Pablo II entró en el estadio de Casablanca y lo que vio le dejó sin aliento. No tenía claro concluir su tercer viaje a África con la etapa en Marruecos, un país que tiene como religión oficial la musulmana. Pero el rey Hassan había insistido y lo convenció. Y ahora, al ver esa gigantesca mancha blanca que recubría las gradas del estadio, el Papa se conmovió.
Lo esperaban casi 80.000 jóvenes musulmanes. Todos ellos vestidos de blanco, porque en esos días se llevaba a cabo una gran manifestación deportiva.
Era el primer gran encuentro que un jefe de la Iglesia católica tenía con el mundo musulmán, después de 14 siglos de prejuicios, conflictos, de “guerras santas”. Por una parte, las Cruzadas; por la otra los repetidos intentos de ocupar Europa.
Sí, ciertamente, el Concilio Vaticano II había dicho cosas nuevas también con respecto a la religión musulmana. ¿Pero qué palabras usar en ese primer contacto? Existía el riesgo de reabrir nuevamente los archivos de una historia penosa. O, sin pretenderlo, decir algo que pudiese ofender o irritar a quien escuchaba.
Wojtyla hizo la elección acertada y más creíble. Se presentó como era, y anunció claramente sus intenciones. Sin trucos, sin dobles sentidos, sin disfraces. Se presentó como obispo de Roma y como creyente en Dios frente a otros creyentes en Dios, explicándoles que estaba allí para hablar de Cristo: “Con mucha sencillez os quisiera dar el testimonio de lo que creo”.
Esta sinceridad conquistó inmediatamente al inmenso auditorio. Los jóvenes escuchaban atentos, fascinados. Y se veía en cómo lo aplaudían después de las frases más importantes, como si ya conociesen con anticipación el texto del discurso.
Decía el Papa: cristianos y musulmanes, en cuanto a hijos de Abraham, creen en el mismo Dios, “el Dios único, el Dios vivo, el Dios que ha creado los mundos y que lleva a sus criaturas a la perfección”.
Cristianos y musulmanes, por esto, tienen muchas cosas en común, como creyentes y como hombres; y en un mundo cada vez más secularizado y ateo, deben dar un testimonio común de sus valores espirituales.
“Nos encontramos en posiciones opuestas y hemos consumido nuestras energías en polémicas y guerras. Yo creo que hoy Dios nos llama a cambiar las viejas actitudes. Debemos respetarnos. Y debemos animarnos a mutuamente a realizar obras de bien", dijo.
Era el 19 de agosto de 1985, exactamente hace treinta años. De aquel extraordinario encuentro, muchos periódicos árabes hablaron de forma positiva. Marcó el comienzo de la estrategia wojtyliana para el diálogo interreligioso, marcando el modelo de convivencia que debería haber presidido las relaciones entre las religiones.
Un año después, Juan Pablo II se convertía en el primer Papa de la historia que entraba en una sinagoga, en Roma. Y convocó en Asís la Jornada mundial de oración por la paz. Y también con el Islam las relaciones mejoraron considerablemente, tanto que, por primera vez, un Papa entró en una mezquita, la de los Omayyadi, en Damasco, el 6 de mayo de 2001.
Pasaron solo pocos meses, y el atentado del 11 de septiembre a las Torres Gemelas bloqueó esos progresos. Todo hace pensar, y en cierta medida seguramente lo ha sido, en que se trataba del inicio de una verdadera y propia ofensiva para atacar el corazón de Occidente.
Pero en realidad, el terrorismo de al-Qaida y de Osama Bin Laden no ha sido otra cosa que la punta del iceberg, el principio de una reanudación a gran escala de los fundamentalismos islámicos, e incluso, del conflicto interno en el Islam entre sunitas y chiítas, entre Arabia Saudí e Irán por la supremacía política regional.
Allí comenzó una tragedia infinita, en la cual Occidente, ya sea por las desastrosas iniciativas bélicas anglo-americanas, ya sea por los compromisos impuestos por el chantaje del petróleo, se ha implicado añadiendo un factor de inestabilidad mayor para la comunidad mundial.
Mientras tanto, no se ha resuelto todavía el enfrentamiento entre israelíes y palestinos, se ha constatado el carácter efímero de las “primaveras” árabes, y la situación en Oriente Medio ha ido empeorando.
Y de esta fragmentación cada vez mayor, del aumento de los conflictos y de los dogmatismos, ha nacido el Estado Islámico (EI), después el Califato, con los yihadistas responsables de masacres horrendas y de una limpieza étnica sin precedentes.
Las primeras en sufrir esto han sido las comunidades cristianas, que hoy prácticamente han sido eliminadas, por masacres o éxodos forzosos de las tierras que habían habitado siempre.
Esta es la razón por la que, frente a esta tremenda espiral de odio y de violencia, es necesario recordar el encuentro en Casablanca de hace treinta años, entre Juan Pablo II y los 80.000 musulmanes.
Ese encuentro demostró que era posible y que puede volver a serlo también hoy, una lectura distinta de la historia islámica. Es decir, es posible leer el Corán, no como un manual de guerra sino como el libro sagrado de Alá, Dios de la clemencia, de la misericordia, y donde la palabra “paz” se repite 51 veces.
Es posible verificar que existió también un Mahoma pacífico, al menos en su primer periodo de aventura. Es posible descubrir que el Islam no ha sido siempre una “religión de lucha” (como dice el jefe del EI, Abu Bakr al-Baghdadi), sino que durante largos periodos de su historia ha habido paz en su interior y, en el exterior, con otros pueblos, con otras religiones, especialmente con el judaísmo.
Será el futuro, especialmente a la luz del reciente acuerdo de Viena sobre el programa nuclear iraní, el que dirá si pueden darse nuevos escenarios en Oriente Medio. Si el horror provocado por las masacres terroristas provocará un sobresalto en la conciencia colectiva del mundo árabe. Si el Islam, encontrando un punto mínimo de unión, tendrá la fuerza de confrontarse con la modernidad, de construir un Renacimiento propio.
Pero es evidente que si en el Islam se diese un proceso de cambio, tendrán un papel decisivo, (y aquí vuelve a tener actualidad el encuentro de Casablanca) las relaciones interreligiosas. Cada una, naturalmente, conservando la propia herencia espiritual. Pero sin rivalidades. Sin dejar que la fe vuelva a ser, como ha sido antes, fuente de intolerancia, de desencuentros, de guerras.
De otra forma, si las religiones siguen enfrentándose, luchando o solo ignorándose, ¿cómo será posible convencer a los pueblos, los hombres, para que se encaminen nuevamente en el camino de una verdadera paz?
- Aleteia