Las dos venidas del Señor

Primero Domingo de Adviento

Evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36. 

Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación". 

Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre". 

San Antonio de Padua (1195-1231), franciscano, doctor de la Iglesia 
Sermones sobre el domingo y la las fiestas de los santos, 3er domingo de Adviento

Las dos venidas del Señor

«Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» (Flp 4,4). Doble gozo motivado por un doble beneficio: la primera y la segunda venida. Debemos alegrarnos porque el Señor, en su primera venida, nos ha traído riquezas y gloria. Debemos alegrarnos todavía más porque en su segunda venida nos dará «años que se prolongan sin término» (Sl 20,5). Tal como lo dice el libro de los Proverbios: «Largos días en su derecha, y en su izquierda riqueza y gloria» (3,16). La izquierda, es la primera venida con sus gloriosas riquezas: la humildad y la pobreza, la paciencia y la obediencia. La derecha es la segunda venida, con la vida eterna. 

De la primera venida, Isaías habla en estos términos: «¡Despierta, despierta, revístete de poderío, oh brazo del Señor! ¡Despierta como en los días de antaño, en las generaciones pasadas! ¿No eres tú el que partió a Rahab, el que atravesó al Dragón? ¿No eres tú el que secó la Mar, las aguas del gran Océano, el que trocó las honduras del mar en camino para que pasasen los rescatados?» (51, 9-10). El brazo del Señor es Jesucristo, Hijo de Dios por quien y en quien Dios ha hecho todas las cosas... Oh brazo del Señor, oh Hijo de David, despierta; ven a nosotros desde la gloria de tu Padre, tomando nuestra carne. Revístete de la fuerza divina para luchar contra «el príncipe de este mundo» (Jn 12,31) y para «echar fuera al fuerte», tú que eres «más fuerte que él» (Lc 11,21-22). Despierta para rescatar al género humano, tal como en los días antiguos liberaste al pueblo de Israel de la servidumbre de Egipto... Tú secaste el mar Rojo; lo que hiciste, lo harás ahora..., tal como has marcado en el fondo del abismo el camino por donde pasan los rescatados. 

De la segunda venida, habla el Señor en Isaías con estos términos: «Mirad, voy a transformar a Jerusalén» -la Jerusalén celeste formada por ángeles y hombres- «en alegría y su pueblo en gozo. Me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo y ya no se oirán en ella gemidos ni llantos» (65, 18-19), porque como dice en otra parte: «El Señor enjugará las lágrimas de todos sus rostros» (25,8).

Estad siempre despierto

Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor. También las exhortaciones de esos discursos representan, en buena parte, las exhortaciones que se hacían unos a otros, aquellos cristianos, recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos cuidando la oración y la confianza es un rasgo original y característico de su Evangelio y de su oración.

Por eso, las palabras que escuchamos hoy, después de muchos siglos, no están dirigidas a otros destinatarios. Son llamadas que hemos de escuchar los que vivimos ahora en la Iglesia de Jesús, en medio de las dificultades e incertidumbres de estos tiempos.

La Iglesia actual marcha a veces como una anciana «encorvada» por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. «Con la cabeza baja», consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos.

Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos.

«Levantaos», animaos unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. «Se acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.

Pero hay maneras de vivir que impiden a muchos caminar con la cabeza levantada confiando en esa liberación definitiva. Por eso, «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os acostumbréis a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del Cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos.

«Estad siempre despiertos». Despertad la fe en vuestras comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». ¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? ¿Cómo podremos «mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre»?
José Antonio Pagola 1 Adviento – C (Lucas 21,25-28.34-36). 29 de noviembre 2015

I DOMINGO DE ADVIENTO, “C” (Jr 33, 14-16; Sal 24; 1Tes 3, 12-4, 2; Lucas 21, 25-28. 34-36)
NUEVO AÑO LITÚRGICO

Tiempo nuevo que nos ofrece la Iglesia de mano del Evangelio de San Lucas, en coincidencia con el “Año de la Misericordia”, cuyo inicio celebraremos el 8 de Diciembre, día de la Inmaculada, en el 50 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II.

El texto de San Lucas se refiere especialmente a la misericordia, tanto en las parábolas, como en los gestos que hace Jesús con los pobres. Este año será ocasión propicia para acompañarnos con la enseñanza lucana.

Las lecturas de este domingo nos ofrecen un vocabulario esperanzador: “Cumpliré la promesa”. “Se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos”. “El Señor es bueno”. “Las sendas del Señor son misericordia y lealtad”. “El Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos”. “Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”.

Toma una de las frases bíblicas, la que más te haya tocado el corazón, aquella en la que encuentres mayor resonancia: rúmiala, hazla jaculatoria, llévala en la mente mientras vas de camino, recítala como oración, y poco a poco te abrirás a una comprensión mayor del texto, que se convertirá en compañero de camino.

Personaliza las expresiones, como si te las dijeran a ti personalmente, escucha dentro de ti la promesa de salvación, y atrévete a confesar al Señor: “Tú eres mi Dios y mi Salvador”.

Si alguna de las expresiones se ha introducido en tu interior y las has escuchado como dicha al oído de tu corazón, seguro que podrás sentir confianza, y hasta el impulso íntimo de abandonarte a la Providencia divina.

Si por lo que sea no sientes vibración alguna, te aconsejo, como hoy nos señala San Lucas: “Levanta la cabeza, mira al horizonte, se acerca nuestra salvación. No estamos destinados a la desesperanza. Mantente despierto, de pie, vigilante, como quien aguarda a alguien amigo.

Nos va a visitar la Misericordia de Dios, vamos a poder contemplar el rostro del Invisible, hecho visible en el Hijo de María. Hoy es tiempo de comenzar de nuevo, de interrumpir la posible inercia, de levantarse, porque se acerca nuestra salvación.

CARTA DE ADVIENTO, 2015. TIEMPO DE ESPERANZA

Al comienzo del año litúrgico, se inicia el tiempo de Adviento, en el que se nos llama a la esperanza, invitación contracultural, si tenemos en cuenta los múltiples problemas sociales, políticos, económicos, familiares que forman nuestro entorno diario… Ante una perspectiva al menos compleja, en la que no es fácil descubrir signos alentadores, ¿cómo llamar a la esperanza sin que parezca un discurso artificial y protocolario? Y me remonto al relato de la Creación, en el que después de cada jornada, el Criador se complace y llega a ver las cosas buenas y hermosas. Ante esta visión, el secreto de la esperanza, ¿consistirá en mirar, tanto la historia como el presente, desde los ojos de Dios?

Y me viene a la memoria la profecía: “Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del Poderoso, que cae y se le abren los ojos: ¡Qué bellas tus tiendas, oh Jacob, y tus moradas, Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su simiente. Su rey es más alto que Agag, y descuella su reinado” (Núm 23, 3-6).

Necesitamos mirar la historia con ojos de fe, y quizá la súplica más oportuna sea la misma del ciego de Jericó: “Señor, que vea”, pero esta visión no es solo material, ni se queda en una percepción de los datos, según los ofrecen los diverso sociólogos y las distintas estadísticas, sino que es también una visión iluminada por la fe, la que permite invocar a Jesús como Hijo de David, y la que impulsa a convertirse en discípulo suyo. La esperanza no se alimenta de la ilusión natural, ni de que las cosas sucedan como nos gusta, sino que la esperanza cristiana se funda en la voluntad divina, que siempre busca lo mejor para la humanidad, y para cada uno de nosotros. Si hay una figura emblemática en el Adviento es María, la joven nazarena, sorprendida por el anuncio del Ángel del Señor, al que responde de manera creyente: “Hágase en mí según tu palabra”.

No te invito a la esperanza desde un fanal, sino desde la realidad histórica, a la que miro con ojos creyentes que me permiten augurar una historia de salvación, y no solo por lo que ya ha sucedido, sino por lo que la promesa divina ha anticipado, en el hecho de tomar Dios nuestra naturaleza, y hacerse hombre en su Hijo.

Este Adviento hay una razón mayor para la esperanza: el anuncio del Año de la Misericordia, tiempo de gracia y de perdón, tiempo de comenzar de nuevo, libres de culpas y de penas, gracias a la entrañable llamada del papa Francisco de beneficiarnos de los tesoros de los méritos de Cristo y de los santos que guarda la Iglesia. Nuestro obispo, D. Atilano, ha concedido al Monasterio de Buenafuente la gracia de ser templo jubilar. Por este motivo abriremos también una Puerta de la Misericordia: será la puerta más antigua de la iglesia románica, que nunca hemos visto abierta. Con este motivo preparamos un programa especial de acompañamiento y de acogida. Feliz Adviento!

Verán al Hijo del hombre venir con gran poder y gloria  

Lucas 21, 25-28. 34-36. Domingo I Adviento C. ¡Señor, enséñame a esperar! y entonces recuperaré el aliento y la fuerza para seguir adelante.

Oración introductoria

Señor, creo y espero en Ti, te amo. Creo en el valor que tiene mi lucha y mi sacrifico si está unido al tuyo. Que esta meditación me dé la gracia de saber aceptar con prontitud las inspiraciones de tu Espíritu para poder llegar al cielo cuando me llegue mi tiempo

Petición

Dame la sabiduría para poder amar y seguir tu voluntad, así como el don del entendimiento para comprender con profundidad las verdades de mi fe.
Meditación del Papa Francisco

La invitación de Jesús de estar siempre preparados, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo se nos ha dado para prepararnos a la otra vida, con el Padre celeste. Y para esto hay siempre una vía segura: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. ¿Y cómo estamos cerca de Jesús? Con la oración, en los sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él está presente en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos, en la famosa parábola del juicio final, cuando dice: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era extranjero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estaba en la cárcel y vinisteis a verme. Todo lo que hicisteis con estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.

Por tanto, un camino seguro es recuperar el sentido de la caridad cristiana y de la compartición fraterna, curar las heridas corporales y espirituales de nuestro prójimo.

La solidaridad en compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia el Reino preparado para nosotros. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Piensen bien en esto. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Están de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Otra vez. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Y por qué no teme a la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos, y la supera con el amor de Jesucristo. (S.S. Francisco, catequesis, 27 de noviembre de 2013).

Reflexión

El Evangelio de hace dos semanas nos hablaba del fin de mundo. Y hoy Lucas parece que nos vuelve a presentar la misma temática… Pero no. Cristo no viene a hablarnos de otro fin del mundo. Más bien nos abre las puertas a la esperanza.

Hoy iniciamos el período del adviento y, con el adviento, comenzamos también otro año litúrgico. Todo inicio trae siempre a nuestro corazón una nueva esperanza. Pero no sólo. Adviento es también el tiempo de la "espera" por antonomasia: la espera del Mesías, del nacimiento de Cristo en la navidad. Éste es uno de los mensajes más fuertes de este período: la esperanza de tiempos mejores. Es éste uno de los anhelos más profundos del espíritu humano.

El profeta Jeremías nos habla así en la primera lectura: "Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel: suscitaré un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Jerusalén y sus hijos vivirán en paz". ¿Qué mejor noticia que ésta podía recibir un pueblo desolado, después de la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia? Esperaban al Mesías, que traería la paz, la justicia, el derecho, la salvación.

Y el Evangelio se coloca en esta misma perspectiva: "Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación". Es verdad que el lenguaje que usa nuestro Señor es el apocalíptico. Pero está enmarcado en un contexto de esperanza y de salvación. Cristo habla de su retorno glorioso al final de los tiempos, sí; pero la esperanza es también para el "hoy" de nuestra vida presente.

El dramaturgo irlandés Samuel Beckett, en su obra llamada "Esperando a Godot", presenta en escena a dos hombres que se pasan la vida esperando a un tal Godot, que nunca llega. Pero ellos siguen allí, a la espera. La capacidad del hombre de volver a esperar, después de muchos fracasos e intentos fallidos, es un don del cielo. Es esto lo que nos permite seguir viviendo. El refrán popular nos enseña con gran sabiduría que "la esperanza es lo último que se pierde". El filósofo griego Tales de Mileto ya lo había intuido seis siglos antes de Cristo: "la esperanza -decía- es el único bien común dado a todos los hombres; los que todo lo han perdido aún la poseen". Y cuando ésta llega a faltar, ese día nos morimos realmente. Por eso existen tantos hombres hoy en día que son como cadáveres ambulantes: porque han perdido la esperanza.

La esperanza es una necesidad vital en el ser humano. Es como el oxígeno o el pan de cada día. Es más, me atrevería a decir que el hombre, en su realidad existencial más profunda, no es sino capacidad de esperar, de proyectarse hacia el futuro, de "trascenderse". ¡Vivir es esperar! El filósofo francés Gabriel Marcel, en su obra "Homo viator", afirma que la esperanza es una de las valencias más profundas del ser humano; va con nuestra condición ontológica de hombres mortales, de "viajeros", de peregrinos de este mundo temporal y pasajero.

Y es que la esperanza tiene un sabor a novedad. Y a todos nos atrae lo novedoso o lo que tiene aspecto de nuevo. Somos como niños. Pero el niño es un prodigio de la naturaleza porque, en su sencillez y en su candor natural, revela lo más profundo del espíritu humano. Cuando nos falta esa admiración, ese gusto por la novedad, -sin caer tampoco en la banalidad de buscar lo nuevo por lo nuevo, propio de espíritus superficiales y vacíos- es que hemos dejado de sentir el encanto, la belleza y el atractivo de la vida, hemos dejado de “ser niños” para convertirnos en seres avejentados y sin ilusiones, marchitos y destrozados por dentro.

Y todos en la vida tenemos horas oscuras, tristes y amargas, en las que vemos todo negro. La esperanza no es un fácil idealismo o el sueño utópico de personas románticas que ven todo de color de rosa. Para esperar se necesita mucha fortaleza, mucho valor y un gran temple porque el que espera es dueño de sí mismo, a pesar de todas las dificultades; y, sobre todo, pone en manos de Dios el timón de la propia existencia. Y eso no es como jugar a las escondidas.

Pero no olvidemos –como dice la canción sevillana- que "por más oscura que sea la noche, siempre amanece, siempre amanece; en el rosal mueren las rosas, pero florecen, florecen". ¡Cuánta sabiduría en estas palabras!

Así pues, si esperar es vivir, tratemos de decir también nosotros, sobre todo en esos momentos duros y difíciles de la vida, en las horas de tempestad, de soledad y de aparente fracaso: "¡Quiero esperar! ¡Quiero aprender a esperar! ¡Señor, enséñame a esperar!", y entonces recuperaremos el aliento y la fuerza para seguir adelante. El adviento, el tiempo de la espera mesiánica, nos da esta enseñanza, alimenta en nuestra alma la esperanza cristiana.

Propósito.

¡Atrevámonos a esperar y pidámosle a nuestro Señor esta gracia, y nuestro espíritu rejuvenecerá!

Diálogo con Cristo

Jesús, Tú me enseñas que quien tiene esperanza vive de manera distinta, porque no hay sombra, por más grande que sea, que pueda oscurecer la luz de tu amor. Ayúdame a confiar cuando se presente la angustia o la tristeza. Dame la fuerza para realizar la misión que has querido encomendarme y que mi testimonio propague esta esperanza cristiana en mi familia y en mi medio ambiente.

Adviento. Alguien llega

En cada adviento revivimos, con la fe, y volvemos hacer presente en la esperanza la primera venida de Cristo

Adviento. Sí, llegada de Alguien importante, para algo importante, por algo importante, a un lugar importante. Descubramos el sentido profundo de este tiempo litúrgico tan sencillo, austero y propicio para la meditación y la esperanza.

En cada adviento revivimos, con la fe, y volvemos hacer presente en la esperanza la primera venida de Cristo en su carne sencilla, prestada por María, hace más de dos mil años. Y al mismo tiempo ese adviento, todo adviento, nos lanza y nos proyecta y nos hace desear la última venida de Cristo al final de los tiempos en toda su gloria y majestad, como nos describe san Mateo en el capítulo 25: “Ven, Señor Jesús”. Pero también en cada adviento, si vivimos en clave de amor y de fe, podemos recibir y descubrir la venida intermedia de Cristo en su Eucaristía –detrás de ese pan y vino, que ya no es pan ni vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo-, en el prójimo necesitado –pregunten, si no, a san Martín de Tours cuando dio la mitad de su manto a ese pobre aterido de frío en pleno invierno francés hace ya muchos, muchos años, y en la noche Cristo se le apareció vestido con esa mitad del manto para agradecerle ese hermoso gesto de caridad-, o también descubrir el rostro de Cristo detrás de ese dolor o adversidad de la vida. Cristo continúa viniendo.

El adviento es continuo y eterno. El hombre vive en perpetuo adviento. Cristo viene siempre, cada año, cada mes, cada semana, cada día, cada hora y cada minuto. Basta estar atento y no embotado en las mil preocupaciones.

Quién llega: Es Jesucristo, nuestro Señor, nuestro Salvador, el Redentor del mundo, el Señor de la vida y de la historia, mi Amigo, El Agua viva que sacia mi sed de felicidad, el Pan de vida que nutre mi alma, el Buen Pastor que me conoce y me ama y da su vida por mí, la Luz verdadera que ilumina mi sendero, el Camino hacia la Vida eterna, la Verdad del Padre que no engaña, la Vida auténtica que vivifica.

Cómo llega: Llegó humilde, pobre, sufrido, puro hace más de dos mil años en Belén. Llega escondido en ese trozo de pan y en esas gotas de vino en cada Eucaristía, pero que ya no son pan ni vino, sino el Cuerpo sacrosanto y la Sangre bendita de Cristo resucitado y glorioso. Y llega disfrazado en ese prójimo enfermo, pobre, necesitado, antipático, a quien podemos descubrir con la fe límpida y el amor comprensivo. Y llega silencioso o con estruendo en ese accidente en la carretera, en esa enfermedad que no entiendemos, en esa muerte del ser querido, para recordarnos que Él atravesó también por esas situaciones humanas y les dio sentido hondo y profundo.

Por qué llega: porque quiere hacernos partícipes de su amor y amistad. Quiere renovar una vez más su alianza con nosotros. El amor es el motor de estas continuas venidas de Cristo a nuestro mundo, a nuestra casa, a nuestra alma. No hay otra razón.

Para qué llega: para dar un sentido de trascendencia a nuestra vida, para decirnos que somos peregrinos en este mundo y que hay que seguir caminando y cantando. Llega para enjugar nuestras lágrimas amargas. Llega para agradecernos esos detalles de amor que con Él tenemos a diario. Llega para hablarnos del Padre, a quien Él tanto ama. Llega para alimentar nuestras ansias de felicidad. Llega para curar nuestras heridas, provocadas por nuestras pasiones aliadas con el enemigo de nuestra alma. Llega para recordarnos que no estamos solos, que Él está a nuestro lado como baluarte y sostén. Llega para pedirnos también una mano y nuestros labios y nuestro corazón, porque quiere que prediquemos su Palabra por todos los rincones del mundo.

Dónde llega: llega a nuestro mundo convulso y desorientado y hambriento de paz, de calor, de caridad y de un trozo de pan; a nuestras familias tal vez divididas o en armonía; a nuestros corazones inquietos como el de san Agustín de Hipona, corazón que sólo descansó en Dios. Quiere llegar a todos los parlamentos internacionales y nacionales para dar sentido y moralidad a las leyes que ahí se emanan. Quiere llegar al palacio del rico, como a la choza del pobre. Quiere llegar junto al lecho de un enfermo en el hospital, como también a ese salón de fiestas, dónde él no viene a aguar nuestras alegrías humanas sino a purificarlas y orientarlas. Quiere llegar al mundo de los niños, para cuidarles su inocencia y pureza. Quiere llegar al mundo de los jóvenes, para sostenerles en sus luchas duras y enseñarles lo que es el verdadero amor. Quiere llegar al mundo de los adultos para decirles que es posible la alegría y el entusiasmo en medio del trabajo agotador y exhausto de cada día. Quiere llegar a cada familia para llevarles el calor del amor, reflejo del amor trinitario. Quiere llegar al mundo de los ancianos para sostenerles con el báculo del aliento y la caricia de la sonrisa. Quiere llegar al mundo de los gobernantes para decirles que su autoridad proviene de Dios, que deben buscar el bien común y que deberán dar cuenta de ella.

Cuántas veces llega: si estamos atentos, no hay minuto en que no percibamos la venida de Cristo a nuestra vida. Basta estar con los ojos de la fe bien abiertos, con el corazón despierto y preparado por la honestidad, y con las manos siempre tendidas para el abrazo de ese Cristo que sabe venir de mil maneras. Por tanto, podemos decir que siempre es adviento. Es más, nuestra vida debe ser vivida en actitud de adviento: alguien llega. No vayamos a estar somnolientos y distraídos.

Cómo prepararnos: nos ayudará en este tiempo leer al profeta Isaías, meditar en san Juan Bautista que encontramos al inicio de los evangelios y contemplar a María. Isaías con su nostalgia del Mesías nos prepara para la última venida de Cristo. San Juan Bautista nos prepara para esas venidas intermedias de Cristo en cada acontecimiento diario y sobre todo en la Eucaristía. Y María nos hará vivir, rememorar en la fe ese primer adviento que Ella vivió con tanta esperanza, amor y silencio, para poder abrazar a ese Niño Jesús sencillo, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Adviento, tiempo de gracia y bendición. Llega alguien, sí. Llega Dios. Y Dios es todo. Dios no quita nada. Dios da todo lo que hace hermosa a una vida. Y hay que abrirle la puerta y Él entrará y cenará con nosotros y nosotros con Él. Y nos hará partícipes de su amor y felicidad. ¡Qué triste quien no le abra la puerta a Cristo, dejándolo fuera, helándose y despreciado, con sus Dones entre sus Manos benditas! ¿Habrá alguien así, desalmado y sin sentimientos? ¡No lo creo! Al menos no lo quiero creer.

El Papa deja Uganda y vuela hacia República Centroafricana.

29 de Noviembre de 2015

El santo padre Francisco se despidió hoy domingo temprano de Uganda y partió hacia República Centroafricana, iniciando así su sexto día del viaje apostólico en África, que inició el pasado miércoles 25 y concluye mañana lunes 30 hacia el medio día. 

El papa inició su viaje en Kenia, siguió en Uganda y ahora en República Centroafricana entra en la tercera etapa, la fase más peligrosa porque el país vive una situación de guerra civil, con la presencia de fuerzas internacionales de las Naciones Unidas que intentan desarmar a las facciones violentas. 

El Papa partió poco después de las 9,30 locales desde el aeropuerto de Entebbe, donde ha saludado a las autoridades religiosas y civiles, país en el que llegó el viernes por la tarde. Le acompañan en el Airbus 330 de Alítalia, 74 periodistas. El vuelo hacia Bangui durará dos horas y 45 minutos y cubrirá la distancia de 1.618 kilómetros.

En Uganda visitó ayer sábado el santuario de los mártires anglicanos en Namungo y a tres kilómetros de allí fue al santuario católico de los mártires de Namugongo, poniendo de relieve la importancia del ecumenismo de la sangre. 

En la basílica de los mártires de Uganda, en la colina de Namugongo, el Santo Padre presidió la santa misa ante miles de fieles que le recibieron con gran alegría.  Allí en la homiía invitó a compartir el don del Espíritu Santo. 

Por la tarde tuvo un encuentro con los jóvenes en Kololo Air Strip en Kampala, a quienes invitó a transformar el odio en amor. A continuación fue la visita a la casa de la caridad de Nalukolongo.

Al atardecer tuvo otros dos encuentros, uno con los obispos de Uganda y otro en la catedral con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas.

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