“Tú la preservaste limpia de toda mancha, por gracia que provenía ya de la muerte de tu Hijo.”

Grupo se sacerdotes en el Vaticano

Mensaje del Papa por la 53ª Jornada de Oración por las Vocaciones
"Desearía que todos los bautizados pudieran experimentar el gozo de pertenecer a la Iglesia"
"Quien ha consagrado su vida al Señor está dispuesto a servir a la Iglesia donde esta le necesite"

Redacción, 07 de diciembre de 2015 a las 12:29

Toda vocación en la Iglesia tiene su origen en la mirada compasiva de Jesús. Conversión y vocación son como las dos caras de una sola moneda y se implican mutuamente a lo largo de la vida del discípulo misionero

(RV).- El 17 de abril del próximo año 2016, IV Domingo de Pascua, se celebrará la 53ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que estará acompañado por el Mensaje del Papa Francisco que lleva por lema "La Iglesia, madre de vocaciones".

En este texto pontificio, firmado en la Ciudad del Vaticano el pasado 29 de noviembre, I Domingo de Adviento, el Santo Padre comienza manifestando su deseo de que, a lo largo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, todos los bautizados puedan experimentar el gozo de pertenecer a la Iglesia. "Ojalá -escribe el Obispo de Roma - que puedan redescubrir que la vocación cristiana, así como las vocaciones particulares, nacen en el seno del Pueblo de Dios y son dones de la divina misericordia"; a la vez que recuerda que "la Iglesia es la casa de la misericordia y la tierra donde la vocación germina, crece y da fruto".

De ahí la invitación que el Papa Bergoglio dirige a todos los fieles con ocasión de esta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, "a agradecer la mediación de la comunidad apostólica en su propio camino vocacional". De hecho, el Pontífice recuerda en su Mensaje que "toda vocación en la Iglesia tiene su origen en la mirada compasiva de Jesús". Por esto escribe que "conversión y vocación son como las dos caras de una sola moneda" que se implican mutuamente a lo largo de la vida del discípulo misionero.

Francisco también alude al beato Pablo VI, quien en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, describió los pasos del proceso evangelizador, de entre los cuales uno de ellos es la "adhesión a la comunidad cristiana", es decir, a esa comunidad de la que el discípulo del Señor ha recibido el testimonio de la fe y el anuncio explícito de la misericordia del Señor.

Entre las afirmaciones que el Papa hacer sobre esta Jornada dedicada a la oración por las Vocaciones, destacamos su invitación a todos los fieles a asumir su responsabilidad en el cuidado y el discernimiento vocacional y el hecho de que la vocación nace en la Iglesia, a la vez que recuerda que desde el nacimiento de una vocación es necesario un adecuado "sentido de Iglesia"; puesto que nadie es llamado exclusivamente para una región, ni para un grupo o movimiento eclesial, sino al servicio de la Iglesia y del mundo.

El Papa escribe que un signo claro de la autenticidad de un carisma es su carácter eclesial, o sea su capacidad de integrarse armónicamente en la vida del Pueblo de Dios para el bien de todos. Y afirma que la vocación "crece en la Iglesia". De donde se deduce que durante el proceso formativo, los candidatos a las distintas vocaciones necesitan conocer mejor la comunidad eclesial, superando las percepciones limitadas.

Por esta razón, el Santo Padre recuerda que es oportuno "realizar experiencias apostólicas junto a otros miembros de la comunidad", como por ejemplo: comunicar el mensaje evangélico junto a un buen catequista; experimentar la evangelización de las periferias con una comunidad religiosa; descubrir y apreciar el tesoro de la contemplación compartiendo la vida de clausura; conocer mejor la misión ad gentes por el contacto con los misioneros; y profundizar en la experiencia de la pastoral en la parroquia y en la diócesis con los sacerdotes diocesanos.

El Papa Francisco también destaca la importancia que tienen los sacerdotes entre los agentes , y reafirma que todos los fieles están llamados a tomar conciencia del dinamismo eclesial de la vocación, para que las comunidades de fe lleguen a ser, a ejemplo de la Virgen María, seno materno que acoge el don del Espíritu Santo. Porque "la maternidad de la Iglesia - escribe - se expresa a través de la oración perseverante por las vocaciones, de su acción educativa y del acompañamiento que brinda a quienes perciben la llamada de Dios".
Hacia el final de su Mensaje el Santo Padre invita a pedir al Señor que conceda a quienes han emprendido un camino vocacional una profunda adhesión a la Iglesia; y que el Espíritu Santo refuerce en los Pastores y en todos los fieles la comunión eclesial, el discernimiento y la paternidad y maternidad espirituales.
"Que María, Madre y educadora de Jesús - concluye Francisco - interceda por cada una de las comunidades cristianas, para que, hechas fecundas por el Espíritu Santo, sean fuente de auténticas vocaciones al servicio del pueblo santo de Dios".

Texto del mensaje del Santo Padre Francisco:
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 2016
La Iglesia, madre de vocaciones

Queridos hermanos y hermanas:

Cómo desearía que, a lo largo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, todos los bautizados pudieran experimentar el gozo de pertenecer a la Iglesia. Ojalá puedan redescubrir que la vocación cristiana, así como las vocaciones particulares, nacen en el seno del Pueblo de Dios y son dones de la divina misericordia. La Iglesia es la casa de la misericordia y la «tierra» donde la vocación germina, crece y da fruto.

Por eso, invito a todos los fieles, con ocasión de esta 53ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, a contemplar la comunidad apostólica y a agradecer la mediación de la comunidad en su propio camino vocacional. En la Bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia recordaba las palabras de san Beda el Venerable referentes a la vocación de san Mateo: misereando atque eligendo (Misericordiae vultus, 8). La acción misericordiosa del Señor perdona nuestros pecados y nos abre a la vida nueva que se concreta en la llamada al seguimiento y a la misión. Toda vocación en la Iglesia tiene su origen en la mirada compasiva de Jesús. Conversión y vocación son como las dos caras de una sola moneda y se implican mutuamente a lo largo de la vida del discípulo misionero.

El beato Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, describió los pasos del proceso evangelizador. Uno de ellos es la adhesión a la comunidad cristiana (cf. n. 23), esa comunidad de la cual el discípulo del Señor ha recibido el testimonio de la fe y el anuncio explícito de la misericordia del Señor. Esta incorporación comunitaria incluye toda la riqueza de la vida eclesial, especialmente los Sacramentos. La Iglesia no es sólo el lugar donde se cree, sino también verdadero objeto de nuestra fe; por eso decimos en el Credo: «Creo en la Iglesia».

La llamada de Dios se realiza por medio de la mediación comunitaria. Dios nos llama a pertenecer a la Iglesia y, después de madurar en su seno, nos concede una vocación específica. El camino vocacional se hace al lado de otros hermanos y hermanas que el Señor nos regala: es una con-vocación. El dinamismo eclesial de la vocación es un antídoto contra el veneno de la indiferencia y el individualismo. Establece esa comunión en la cual la indiferencia ha sido vencida por el amor, porque nos exige salir de nosotros mismos, poniendo nuestra vida al servicio del designio de Dios y asumiendo la situación histórica de su pueblo santo.

En esta jornada, dedicada a la oración por las vocaciones, deseo invitar a todos los fieles a asumir su responsabilidad en el cuidado y el discernimiento vocacional. Cuando los apóstoles buscaban uno que ocupase el puesto de Judas Iscariote, san Pedro convocó a ciento veinte hermanos (Hch 1,15); para elegir a los Siete, convocaron el pleno de los discípulos (Hch 6,2). San Pablo da a Tito criterios específicos para seleccionar a los presbíteros (Tt 1,5-9). También hoy la comunidad cristiana está siempre presente en el surgimiento, formación y perseverancia de las vocaciones (cfr. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 107).

La vocación nace en la Iglesia. Desde el nacimiento de una vocación es necesario un adecuado «sentido» de Iglesia. Nadie es llamado exclusivamente para una región, ni para un grupo o movimiento eclesial, sino al servicio de la Iglesia y del mundo. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos (ibíd., 130). Respondiendo a la llamada de Dios, el joven ve cómo se amplía el horizonte eclesial, puede considerar los diferentes carismas y vocaciones y alcanzar así un discernimiento más objetivo. La comunidad se convierte de este modo en el hogar y la familia en la que nace la vocación. El candidato contempla agradecido esta mediación comunitaria como un elemento irrenunciable para su futuro. Aprende a conocer y a amar a otros hermanos y hermanas que recorren diversos caminos; y estos vínculos fortalecen en todos la comunión.

La vocación crece en la Iglesia. Durante el proceso formativo, los candidatos a las distintas vocaciones necesitan conocer mejor la comunidad eclesial, superando las percepciones limitadas que todos tenemos al principio. Para ello, es oportuno realizar experiencias apostólicas junto a otros miembros de la comunidad, por ejemplo: comunicar el mensaje evangélico junto a un buen catequista; experimentar la evangelización de las periferias con una comunidad religiosa; descubrir y apreciar el tesoro de la contemplación compartiendo la vida de clausura; conocer mejor la misión ad gentes por el contacto con los misioneros; profundizar en la experiencia de la pastoral en la parroquia y en la diócesis con los sacerdotes diocesanos. Para quienes ya están en formación, la comunidad cristiana permanece siempre como el ámbito educativo fundamental, ante la cual experimentan gratitud.

La vocación está sostenida por la Iglesia. Después del compromiso definitivo, el camino vocacional en la Iglesia no termina, continúa en la disponibilidad para el servicio, en la perseverancia y en la formación permanente. Quien ha consagrado su vida al Señor está dispuesto a servir a la Iglesia donde esta le necesite. La misión de Pablo y Bernabé es un ejemplo de esta disponibilidad eclesial. Enviados por el Espíritu Santo desde la comunidad de Antioquía a una misión (Hch 13,1-4), volvieron a la comunidad y compartieron lo que el Señor había realizado por medio de ellos (Hch 14,27). Los misioneros están acompañados y sostenidos por la comunidad cristiana, que continúa siendo para ellos un referente vital, como la patria visible que da seguridad a quienes peregrinan hacia la vida eterna.

Entre los agentes pastorales tienen una importancia especial los sacerdotes. A través de su ministerio se hace presente la palabra de Jesús que ha declarado: Yo soy la puerta de las ovejas... Yo soy el buen pastor (Jn 10, 7.11). El cuidado pastoral de las vocaciones es una parte fundamental de su ministerio pastoral. Los sacerdotes acompañan a quienes están en buscan de la propia vocación y a los que ya han entregado su vida al servicio de Dios y de la comunidad.

Todos los fieles están llamados a tomar conciencia del dinamismo eclesial de la vocación, para que las comunidades de fe lleguen a ser, a ejemplo de la Virgen María, seno materno que acoge el don del Espíritu Santo (cfr. Lc 1,35-38). La maternidad de la Iglesia se expresa a través de la oración perseverante por las vocaciones, de su acción educativa y del acompañamiento que brinda a quienes perciben la llamada de Dios. También lo hace a través de una cuidadosa selección de los candidatos al ministerio ordenado y a la vida consagrada. Finalmente es madre de las vocaciones al sostener continuamente a aquellos que han consagrado su vida al servicio de los demás.

Pidamos al Señor que conceda a quienes han emprendido un camino vocacional una profunda adhesión a la Iglesia; y que el Espíritu Santo refuerce en los Pastores y en todos los fieles la comunión eclesial, el discernimiento y la paternidad y maternidad espirituales:

Padre de misericordia, que has entregado a tu Hijo por nuestra salvación y nos sostienes continuamente con los dones de tu Espíritu, concédenos comunidades cristianas vivas, fervorosas y alegres, que sean fuentes de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes el deseo de consagrarse a Ti y a la evangelización. Sostenlas en el empeño de proponer a los jóvenes una adecuada catequesis vocacional y caminos de especial consagración. Dales sabiduría para el necesario discernimiento de las vocaciones de modo que en todo brille la grandeza de tu amor misericordioso.

Que María, Madre y educadora de Jesús, interceda por cada una de las comunidades cristianas, para que, hechas fecundas por el Espíritu Santo, sean fuente de auténticas vocaciones al servicio del pueblo santo de Dios.
Vaticano, 29 de noviembre de 2015
Primer Domingo de Adviento

Evangelio según San Lucas 1,26-38. 

El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. 

El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin". María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios". María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó. 

Misal Romano 
Prefacio de la fiesta

“Tú la preservaste limpia de toda mancha, por gracia que provenía ya de la muerte de tu Hijo.” (colecta del día)

“En verdad es justo y necesario, 
es nuestro deber y salvación, 
darte gracias siempre y en todo lugar, 
Señor, Padre santo, 
Dios todopoderoso y eterno. 
Porque preservaste a la Virgen María 
de toda mancha de pecado original, 
para que en la plenitud de la gracia (Lc 1,28)
fuese digna madre de tu Hijo 
y comienzo e imagen de la Iglesia, 
esposa de Cristo, 
llena de juventud y de limpia hermosura (Ef 5,27). 
Purísima había de ser, Señor, 
la Virgen que nos diera el Cordero inocente 
que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). 
Purísima la que, entre todos los hombres, 
es abogada de gracia y ejemplo de santidad.
Por eso, unidos a los ángeles, 
te aclamamos llenos de alegría:
Santo, Santo, Santo...”

La Inmaculada Concepción de María

La Inmaculada Concepción de María es una realidad que ha quedado plasmada en textos del Magisterio, de los Padres de la Iglesia, de los santos y los poetas. Esta es una selección.

LA VOZ DEL MAGISTERIO

«El inefable Dios eligió y señaló desde el principio, antes de los tiempos, una Madre para que su unigénito Hijo se encarnara y naciese de Ella en la dichosa plenitud de los tiempos. Y en tanto grado la amó, por encima de todas las criaturas, que sólo en Ella se complació con singular benevolencia. Por esto la colmó de la abundancia de todos los dones celestiales, tomados del tesoro de su divinidad, muy por encima de todos los ángeles y los santos. Y así Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado, toda hermosa y perfecta, posee una tal plenitud de inocencia y de santidad, que no es posible concebir una mayor después de Dios, y nadie puede imaginar fuera de Dios».

«Era ciertamente convenientísimo que una Madre tan venerable brillase siempre adornada con los resplandores de la más perfecta santidad, y que, inmune de la mancha del pecado original, alcanzase un triunfo total sobre la antigua serpiente. En efecto, Dios Padre había dispuesto entregarle a su Hijo unigénito —engendrado de su corazón, igual a Sí mismo y a quien ama como a Sí mismo—, de tal modo que Él fuese, por naturaleza, el mismo Hijo único común de Dios Padre y de la Virgen; ya que el mismo Hijo había determinado hacerla sustancialmente Madre suya, y el Espíritu Santo había querido y hecho que fuese concebido y naciese Aquel de quien Él mismo procede». 

«Al considerar los Padres y escritores eclesiásticos que la Santísima Virgen fue llamadallena de gracia por el ángel Gabriel —por mandato y en nombre del mismo Dios—, cuando le anunció la altísima dignidad de Madre de Dios (Lc 1, 28), enseñaron que, con este saludo tan solemne y singular, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era la sede de todas las gracias divinas, y que estaba adornada de todos los carismas del Espíritu Santo».

«De ahí se deriva su sentir, no menos claro que unánime, según el cual la gloriosísima Virgen, en quien hizo cosas grandes el Todopoderoso (Lc 1, 49), brilló con tal abundancia de dones celestiales, con tan plenitud de gracia y con tal inocencia, que resultó como un inefable milagro de Dios; más aún, como el milagro cumbre de todos los milagros y digna Madre de Dios; y allegándose a Dios mismo lo más cerca posible, según se lo permitía la condición de criatura, fue superior a toda alabanza, tanto de hombres como de ángeles».

«Por lo cual, para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y ornato de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica e incremento de la religión cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos que ha sido revelada por Dios y, de consiguiente, debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano».

Beato Pío IX, Bula Ineffabilis Deus , 8-XII-1854, al definir como dogma de fe la Inmaculada Concepción. 

LA VOZ DE LOS PADRES 

«Exulte hoy toda la creación y se estremezca de gozo la naturaleza. Alégrese el cielo en las alturas y las nubes esparzan la justicia. Destilen los montes dulzura de miel y júbilo las colinas, porque el Señor ha tenido misericordia de su pueblo y nos ha suscitado un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, es decir, en esta inmaculadísima y purísima Virgen, por quien llega la salud y la expectación de los pueblos».

«Que las almas buenas y agradecidas entonen un cántico de alegría; que la naturaleza convoque a todas las criaturas para anunciarles la buena nueva de su renovación y el inicio de su reforma. Salten de alegría las madres, pues la que carecía de descendencia [Santa Ana] ha engendrado una Madre virgen e inmaculada. Alégrense las vírgenes, pues una tierra no sembrada por el hombre traerá como fruto a Aquél que procede del Padre sin separación, según un modo más admirable de cuanto puede decirse.

Aplaudan las mujeres, pues si en otros tiempos una mujer fue ocasión imprudente del pecado, también ahora una mujer nos trae las primicias de la salvación; y la que antes fue rea, se manifiesta ahora aprobada por el juicio divino: Madre que no conoce varón, elegida por su Creador, restauradora del género humano».

«Que todas las cosas creadas canten y dancen de alegría, y contribuyan adecuadamente a este día gozoso. Que hoy sea una y común la celebración del cielo y de la tierra, y que cuanto hay en este mundo y en el otro hagan fiesta de común acuerdo. Porque hoy ha sido creado y erigido el santuario purísimo del Creador de todas las cosas, y la criatura ha preparado a su Autor un hospedaje nuevo y apropiado».

«Hoy la naturaleza, antiguamente desterrada del paraíso, recibe la divinidad y corre con paso alegre hacia la cima suprema de la gloria. Hoy Adán ofrece María a Dios en nuestro nombre, como las primicias de nuestra naturaleza; y estas primicias, que no han sido puestas con el resto de la masa, son transformadas en pan para la reparación del género humano.

«Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe el don de su primera formación por las manos divinas y reencuentra su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y los encantos de la naturaleza humana; pero nace la Madre del Hermoso por excelencia, y esta naturaleza recobra en Ella sus antiguos privilegios y es modelada siguiendo un modelo perfecto y verdaderamente digno de Dios. Y esta formación es una perfecta restauración; y esta restauración una divinización; y ésta, una asimilación al estado primitivo».

«Hoy ha aparecido el brillo de la púrpura divina, y la miserable naturaleza humana se ha revestido de la dignidad real. Hoy, según la profecía, ha florecido el cetro de David, la rama siempre verde de Aarón, que para nosotros ha producido Cristo, rama de la fuerza. Hoy, de Judá y de David ha salido una joven virgen, llevando la marca del reino y del sacerdocio de Aquél que, según el orden de Melquisedec, recibió el sacerdocio de Aarón. Hoy la gracia, purificando el efod místico del divino sacerdocio, ha tejido —a manera de símbolo— el vestido de la simiente levítica, y Dios ha teñido con púrpura real la sangre de David».

«Por decirlo todo en una palabra: hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, sometido ahora a una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación»
San Andrés de Creta, Homilía 1 en la Natividad de la Santísima Madre de Dios . 

LA VOZ DE LOS SANTOS

«Misterio de amor es éste. La razón humana no alcanza a comprender. Sólo la fe acierta a ilustrar cómo una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad. Sabemos que es un divino secreto. Pero, tratándose de Nuestra Madre, nos sentimos inclinados a entender más —si es posible hablar así— que en otras verdades de fe».

«Los teólogos han formulado con frecuencia un argumento destinado a comprender de algún modo el sentido de ese cúmulo de gracias de que se encuentra revestida María, y que culmina con la Asunción a los cielos. Dicen: convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo . Es la explicación más clara de por qué el Señor concedió a su Madre, desde el primer instante de su inmaculada concepción, todos los privilegios. Estuvo libre del poder de Satanás; es hermosa — tota pulchra! —, limpia, pura en alma y cuerpo». ( San Josemaría, Es Cristo que pasa , n. 171). 

«¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!... —Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole: Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios!». (San Josemaría, Camino , n. 496).

«Quizá ahora alguno de vosotros puede pensar que la jornada ordinaria, el habitual ir y venir de nuestra vida, no se presta mucho a mantener el corazón en una criatura tan pura como Nuestra Señora. Yo os invitaría a reflexionar un poco. ¿Qué buscamos siempre, aun sin especial atención, en todo lo que hacemos? Cuando nos mueve el amor de Dios y trabajamos con rectitud de intención, buscamos lo bueno, lo limpio, lo que trae paz a la conciencia y felicidad al alma. ¿Que no nos faltan las equivocaciones? Sí; pero precisamente, reconocer esos errores, es descubrir con mayor claridad que nuestra meta es ésa: una felicidad no pasajera, sino honda, serena, humana y sobrenatural».

«Una criatura existe que logró en esta tierra esa felicidad, porque es la obra maestra de Dios: Nuestra Madre Santísima, María. Ella vive y nos protege; está junto al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, en cuerpo y alma. Es la misma que nació en Palestina, que se entregó al Señor desde niña, que recibió el anuncio del Arcángel Gabriel, que dio a luz a Nuestro Salvador, que estuvo junto a Él al pie de la Cruz».

«En Ella adquieren realidad todos los ideales; pero no debemos concluir que su sublimidad y grandeza nos la presentan inaccesible y distante. Es la llena de gracia, la suma de todas las perfecciones: y es Madre. Con su poder delante de Dios, nos alcanzará lo que le pedimos; como Madre quiere concedérnoslo. Y también como Madre entiende y comprende nuestras flaquezas, alienta, excusa, facilita el camino, tiene siempre preparado el remedio, aun cuando parezca que ya nada es posible». (San Josemaría, Amigos de Dios , n. 292) .


LA VOZ DE LOS POETAS

Tú, que lo que perdió Eva,
cobraste por quien tú eres;
tú, que nos diste la nueva
de perdurables placeres;
tú, bendita en las mujeres,
si nos vales:
darás fin a nuestros males.
Tú, que te dicen bendita
todas las generaciones;
tú, que estás por tal escrita
entre todas las naciones;
pues en las tribulaciones
tanto vales:
da remedio a nuestros males.
Tú, que tienes por oficio
consolar desconsolados;
tú, que gastas tu ejercicio
en librarnos de pecados;
tú, que guías los errados
y los vales:
da remedio a nuestros males. 
Tú, que tenemos por fe
ser de tanta perfección,
que nunca será ni fue
otra de tu condición;
pues para la salvación
tanto vales:
da remedio a nuestros males.
Quién podrá tanto alabarte
según es tu merecer;
quién sabrá tan bien loarte
que no le falte saber;
pues que para nos valer
tanto vales:
da remedio a nuestros males.
¡Oh Madre de Dios y hombre!
¡Oh concierto de concordia!,
tú que tienes por renombre
madre de misericordia;
pues para quitar discordia
tanto vales:
da remedio a nuestros males.
Tú, que por gran humildad
fuiste tan alto ensalzada,
que a par de la Trinidad
tú sola estás asentada;
y pues tú, Reina sagrada,
tanto vales:
da remedio a nuestros males.
Tú, que estabas ya criada
cuando el mundo se crió;
tú, que estabas muy guardada
para quien de ti nació;
pues por ti nos conoció,
si nos vales:
fenecerán nuestros males.
Tú, que eres flor de las flores,
tú, que del Cielo eres puerta,
tú, que eres olor de olores,
tú, que das gloria muy cierta;
si de la muerte muy muerta
no nos vales;
no hay remedio en nuestros males.

Francisco abre la puerta santa del Jubileo

El Papa inaugura el Año de la misericordia con la apertura de la puerta santa
Francisco: "El Jubileo nos obliga a no olvidar el espíritu del Vaticano II, el del samaritano"
"Hay que anteponer la misericordia al juicio de Dios, que será siempre a la luz de su misericordia"

José Manuel Vidal, 08 de diciembre de 2015 a las 10:23

Entrar por la puerta santa dignifica descubrir la profundidad de la misericordia del Padre, que acoge a todos y va al encuentro de todos personalmente. Es Él el que nos busca, el que viene a nuestro encuentro

(José M. Vidal).- Se respira el clima de las grandes ocasiones. Francisco inaugura en Roma el Año de la misericordia y abre la puerta santa, tras el prólogo de Bangui. Y, en la homilía, explica que, para Dios, lo primero es la misericordia, incluso antes que el juicio. Por eso, invita a la Iglesia a recuperar el "espíritu del samaritano del Vaticano II", para salir, de nuevo, a proclamar la alegría del amor al mundo.

El Papa concelebra rodeado de todos sus cardenales curiales, decenas de obispos y de sacerdotes en la Plaza de San Pedro. Al lado del altar, un icono de estilo oriental de la Virgen María, madre de la misericordia. En el otro lado, una peana con elEvangeliario del Año de la misericordia, abierto por la página de la Anunciación.

En el frontal de la Basílica que da a la plaza, el icono del año de la Misericordia, obra del artista jesuita padre Rupnik.

Entre los invitados, el prior de Taizé, el presidente de Italia, Matarella, o el primer ministro, Mateo Renzi.

Primera lectura del libro del Génesis en español: "La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí"

Segunda lectura de la carta del apóstol Pablo a los Efesios, leída en inglés: "Nos eligió en Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en el amor"

Lectura del pasaje del Evangelio de Lucas, cantado en italiano, del anuncio del ángel: "En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret...La Virgen se llamaba María..."

El Papa besa el Evangeliario, con el icono del Año jubilar, obra también del padre Rupnik y, a continuación el Evangelio queda expuesto en el altar.


Algunas frases de la homilía del Papa

"En breve tendré la alegría de abrir la puerta de la misericordia...como hice en Bangui..."
"Alégrate, llena de gracia"
"La Virgen es llamada, ante todo, a alegrarse por lo que el Señor hizo en ella"
"La plenitud de la gracia es capaz de transformar el corazón y hacerlo capaz de cambiar la historia de la humanidad"
"la fiesta de la Inmaculada expresa la grandeza del amor de Dios"
"El amor de Dios previene, anticipa y salva"
"Un amor que salva"
"Tenemos siempre la tentación de la desobediencia"
"El pecado sólo se puede comprender a la luz del amor que perdona"
"Este Año extraordinario es también un don de gracia"
"Entrar por la puerta santa dignifica descubrir la profundidad de la misericordia del Padre, que acoge a todos y va al encuentro de todos personalmente. Es Él el que nos busca, el que viene a nuestro encuentro"
"Los pecados son perdonados por su misericordia"
"Hay que anteponer la misericordia al juicio y, en cualquier caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia"
"Cruzar la puerta santa nos debe hacer partícipes de este misterio de amor y de ternura"
"Vivamos la alegría de la gracia, que todo lo transforma"
"Cruzando la puerta santa queremos recordar la otra puerta que hace 50 años los padres del Concilio abrieron hacia el mundo"
"Recordarla no sólo por los documentos producidos"
"El Concilio fue un encuentro entre la Iglesia y los hombres y mujeres de nuestro tiempo"
"Un encuentro sellado por la fuerza del Espíritu, que impulsaba a la Iglesia a salir"
"Donde hay una persona, la Iglesia tiene que buscarla, para llevarle la alegría del Evangelio"
"Retomamos ese impulso con la misma fuerza y la misma alegría"
"El Jubileo nos obliga a no olvidar el espíritu del Vaticano II, el del samaritano"
"Hacer nuestra la misericordia del buen samaritano"


  

Texto íntegro de la homilía del Santo Padre Francisco:

Dentro de poco tendré la alegría de abrir la Puerta Santa de la Misericordia. Cumplimos este gesto como he hecho en Bangui, tan sencillo como fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia.

En efecto, lo que se repite más veces en estas lecturas evoca aquella expresión que el ángel Gabriel dirigió a una joven muchacha, sorprendida y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28).

La Virgen María es llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor ha hecho en ella.

La gracia de Dios la ha envuelto, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo.

Cuando Gabriel entra en su casa, hasta el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela.

La plenitud de la gracia puede transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar un acto tan grande que puede cambiar la historia de la humanidad.

La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El inicio de la historia del pecado en el Jardín del Edén se resuelve en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis llevan a la experiencia cotidiana que descubrimos en nuestra existencia personal.

Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios.

 

Y, sin embargo, la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se comprende bajo esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es ante nosotros testigo privilegiada de esta promesa y de su cumplimiento.

Este Año Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. ¡Es Él quien nos busca! ¡Él quien sale a nuestro encuentro! Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione sanctorum 12, 24) Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor, de ternura. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.

Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del mundo, cruzando la Puerta Santa queremos también recordar otra puerta que, hace cincuenta años, los Padres del Concilio abrieron hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; donde hay una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio y llevar la Misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo.

El jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.

La apertura de la puerta santa. Tras la misa, la apertura de la Puerta Santa del jubileo extraordinario de la misericordia. El Papa, en procesión, se dirige a la puerta, revestido con una sencilla capa pluvial. Antes de situarse ante la puerta santa y hacer una oración, se detiene para abrazar al Papa emérito, Benedicto XVI, que quiso acompañarle en este momento solemne. "Cristo es la puerta a través de la cual vamos a ti, belleza que no conoce ocaso...", reza el Papa. Y añade: Esta es la puerta del Señor, ábranme la puerta de la justicia"

El Papa empuja la puerta, cruza el umbral y se queda rezando de pie durante unos momentos. Tras él, el Papa Benedicto, acompañado de su secretario, monseñor Ganenswein.

Tras saludar de nuevo al Papa emérito, Francisco se dirige al altar de la basílica. El templo está vacío, mientras cruzan la puerta santa los cardenales, obispos, sacerdotes y fieles. De pié, ante el altar de la confesión, el Papa espera estoicamente la larga procesión de entrada en el templo de los clérigos. Algunso obispos y curas besan el umbral de la puerta santa, antes de cruzarlo.

Ante el altar, vuelve a hacer una oración litúrgica: "Concédenos hacer viva experiencia de tu termura paterna y dar testimonio, con palabras y obras, de Cristo"

Y, a continuación, la bendición papal, con la que concluye la eucaristía. Después, el Papa se dirige ante la imagen de la Virgen, mientras suena el Regina coeli.

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