“Cargad con mi yugo y...hallaréis descanso.”

Cuatro crías de lobos iluminan la fachada de San Pedro

"Hágase la luz: iluminar nuestra casa común", con imágenes de Sebastiào Salgado o Joel Sartore
Un impresionante espectáculo de luz y sonido en San Pedro abre los ojos del mundo ante el medio ambiente
Dios, la naturaleza, el impacto del hombre en la Tierra y los tesoros del planeta, en la fachada

Redacción, 08 de diciembre de 2015 a las 21:51

Con el medio ambiente como premisa, estas fotografías buscaron proponer una reflexión a los asistentes a la plaza vaticana sobre la acción del hombre en el planeta y también concienciar a nivel global de la importancia de combatir el cambio climático

El Vaticano concluyó hoy la inauguración del Jubileo Extraordinario de la Misericordia con laproyección en la Basílica de San Pedro de imágenes realizadas por reputados fotógrafos internacionales e inspiradas en la encíclica papal "Laudato si", sobre la protección del medio ambiente.

Las fotografías fueron tomadas por profesionales como el brasileño Sebastião Salgado o el estadounidense Joel Sartore y se proyectaron sobre la fachada y la cúpula de la basílica vaticana.

Así, imágenes en movimiento gracias a juegos de "zoom" y efectos de luces permitieron que grandes cascadas cayeran sobre los muros de granito y mármol de la fachada de la basílica vaticana.

Cielos con lluvias de estrellas fugaces se alternaron con palomas blancas que batían sus alas iluminadas con halos de luces blancas, y también con imágenes de océanos y selvas, siempre acompañados de sonidos de la naturaleza.

Los asistentes también pudieron ver impresionantes imágenes de la Tierra vista desde el espacio, la riqueza de la fauna de los océanos y una gran variedad de paisajes.

Estas fotografías sirvieron de antesala para la proyección de instantáneas y vídeos sobre laacción que el hombre ejerce en la naturaleza para poner de manifiesto cuáles son los tesoros que posee el planeta y la necesidad de protegerlos. En la iniciativa "Fiat Lux: illuminare la nostra casa comune" ("Hágase la luz: iluminar nuestra casa común") también han participado el francés Yann Arthus-Bertrand y los estadounidenses David Doubilet y Ron Fricke, entre otros. Las fotografías se han inspirado en la reciente encíclica publicada por Francisco, "Laudato si" y abordaron temas como "la misericordia, la humanidad, el mundo natural y el cambio climático", tal y como explicó recientemente el presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Rino Fisichella. El evento sirvió para concluir el primer día del Año Santo del Jubileo de la Misericordia, dispuesto por el papa Francisco y que se celebra en el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II (1962-1965).


El tema del proyecto, según los organizadores, resultaba apropiado también porque la proyección se ha producido cuando se está celebrando en París la Cumbre del Clima(COP21). Así, con el medio ambiente como premisa, estas fotografías buscaron proponer una reflexión a los asistentes a la plaza vaticana sobre la acción del hombre en el planeta y también concienciar a nivel global de la importancia de combatir el cambio climático y de conservar la naturaleza.

El abrazo de los Papas en el Jubileo

Pide un aplauso para Benedicto, que cruzó también la puerta santa
Ángelus del Papa en la apertura del Jubileo: "No hay cristiano auténtico, si no es misericordioso"
"Dejémonos acariciar por Dios, que es bueno y lo perdona todo"

José Manuel Vidal, 08 de diciembre de 2015 a las 12:34

No tengamos miedo. Dejémosnos abrazar por la misericordia de Dios, que nos espera y perdona todo

(José M. Vidal).- Ángelus del Papa Francisco, tras haber inaugurado el Jubileo de la misericordia y haber abierto la puerta santa de Roma. Bergoglio insiste, desde la cátedra de la ventana que "la misericordia es el distintivo del cristiano" y pide a los fieles presentes un aplauso para el Papa emérito, que también cruzó, tras él, el umbral de la puerta del Año Santo extraordinario.

Algunas frases del Papa
"La virgen no es tocada por el pecado"
"María es nuestra hermana en el sufrimiento, pero no en el mal ni en el pecado"
"El mal en ella ha sido derrotado"
"María es la primera salvada en la misericordia del Padre"
"La Inmaculada, icono sublime de la misericordia divina"
"María, la aurora del mundo nuevo"
"La aurora de la nueva creación"
"La Virgen es madre de una humanidad nueva. Es madre del mundo recreado"
"Celebrar esta fiesta implica dos cosas"
"Primero acoger plenamente a Dios y a su gracia en nuestra vida"
"Segundo, convertirnos en artífices de la misericordia"
"Dar esperanza a nuestos hermanos y un poco de alegría"
"Llamados as er testigos del amor de Cristo, mirando sobre todo a los privilegiados a los ojos de Jesús"
"El mensaje de la Inmaculada nos recuerda que en nuestra vida todo es don, todo es misericordia"
"La misericordia divina distintivo del cristiano"
"No hay cristiano auténtico, si no es misericordioso"
"La síntesis del Evangelio es la misericordia"
"No tengamos miedo. Dejémosnos abrazar por la misericordia de Dios, que nos espera y perdona todo"
"Nada hay más dulce que su misericordia"
"Dejémonos acariciar por Dios, que es bueno y lo perdona todo"

Saludos tras el ángelus
El Papa saluda a la Acción católica italiana y recuerda que irá a Plaza de España y, después, a Santa María la Mayor. "Un acto de devoción filial a María. A ella le confiaré la Iglesia, toda la humanidad y la ciudad de Roma"
"Hoy, al inicio también cruzó el umbral de la puerta santa el Papa Benedicto. Enviémosle desde aquí un saludo al Papa Benedicto". Y la gente aplaudió en la Plaza.

"Os deseo un año santo lleno de misericordia para vosotros y de vosotros para los demás"
"Rezad por mí, que lo necesito mucho. Buen apetito y hasta pronto"

Texto íntegro de las palabras del Papa al dirigir el rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

La fiesta de hoy de la Inmaculada nos hace contemplar a la Virgen, que, por individual privilegio, ha sido preservada del pecado original desde su concepción. Aunque vivía en el mundo marcado por el pecado, no fue tocada: es nuestra hermana en el sufrimiento, pero no en el mal y ni en el pecado. Más bien, el mal en ella ha sido batido antes aún de tocarla, porque Dios la ha llenado de gracia (cfr Lc 1,28). La Inmaculada Concepción significa que María es la primera salvada de la infinita misericordia del Padre, tal primicia de la salvación que Dios quiere donar a cada hombre y mujer, en Cristo. Por esto la Inmaculada se ha convertido en icono sublime de la misericordia divina que ha vencido el pecado. Y nosotros, hoy, al inicio del Jubileo de la Misericordia, queremos mirar a este icono con amor confiado y contemplarla en todo su esplendor, imitándola en la fe.

En la concepción inmaculada de María estamos invitados a reconocer la aurora del mundo nuevo, transformado por la obra salvadora del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La aurora de la nueva creación actuada por la divina misericordia. Por esto la Virgen María, nunca contagiada por el pecado está siempre llena de Dios, es madre de una humanidad nueva.

Celebrar esta fiesta implica dos cosas: acoger plenamente Dios y su gracia misericordiosa en nuestra vida; transformarse a su vez en artífices de misericordia a través de un auténtico camino evangélico. La fiesta de la Inmaculada se transforma en la fiesta de todos nosotros si, con nuestros "si" cotidianos, conseguimos vencer nuestro egoísmo y hacer más feliz la vida de nuestros hermanos, a donarles esperanza, secando aquellas lágrimas y donando un poco de alegría. A imitación de María, estamos llamados a transformarnos en portadores de Cristo y testigos de su amor, mirando en primer lugar a aquellos que son privilegiados a los ojos de Jesús: «porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver». (Mt 25, 35-36).

La fiesta de hoy de la Inmaculada Concepción tiene un específico mensaje para comunicarnos: nos recuerda que nuestra vida es un don, todo es misericordia. La Virgen Santa, primicia de los salvador, modelo de la Iglesia, esposa santa e inmaculada, amada por el Señor, nos ayude a redescubrir siempre más la misericordia divina como distintivo del cristianos. Esa es la palabra-síntesis del Evangelio. Es el tramo fundamental del rostro de Cristo: aquel rostro que nosotros reconocemos en los diversos aspectos de su existencia: cuando va al encuentro de todos, cuando sana a los enfermos, cuando se sienta en la mesa con los pecadores, y sobre todo cuando, clavado sobre la cruz, perdona; allí nosotros vemos el rostro de la misericordia divina.

Por intercesión de María Inmaculada, la misericordia tome posesión de nuestros corazones y transforme toda nuestra vida.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,
los saludo a todos con afecto, especialmente a las familias, a los grupos parroquiales y a las asociaciones. Dedico un pensamiento especial a los socios de la Acción Católica Italiana que hoy renuevan la adhesión a la Asociación: les deseo un buen camino de formación y de servicio, siempre animado por la oración.
Esta tarde iré a Plaza de España, para rezar a los pies del monumento a la Inmaculada. Les pido que se unan espiritualmente a mí en esta peregrinación, que es un acto de devoción filial a María, Madre de Misericordia. A Ella confiaré la Iglesia y la humanidad entera y en modo particular a la ciudad de Roma.
A todos les deseo una buena fiesta y un Año Santo rico de frutos, con la guía y la intercesión de nuestra Madre. ¡Por favor, pidan esto al Señor también por mí! ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

Evangelio según San Mateo 11,28-30. 

Jesús tomó la palabra y dijo: "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. 

Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana." 

San Beda el Venerable (c. 673-735), monje benedictino, doctor de la Iglesia 

Homilía 12, para la vigilia de Pentecostés; PL 94 196-197

“Cargad con mi yugo y...hallaréis descanso.” (Mt 11,29)

El Espíritu Santo dará a los justos la paz perfecta de la vida eterna. Pero ya desde ahora les concede una paz muy grande cuando alumbra en ellos el fuego celestial del amor. El apóstol Pablo dice, en efecto: “Una esperanza que no engaña porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.” (Rm 5,5) La auténtica, la única paz de las almas en este mundo consiste en estar colmados del amor divino y animados por la esperanza del cielo, hasta tal punto que uno considera como poca cosa los éxitos o fracasos de aquí abajo y se despoja completamente de los deseos y las codicias de este mundo. En cambio llega a alegrarse de las injurias y persecuciones sufridas por Cristo, de manera que pueda decir con Pablo: “nos sentimos orgullosos esperando participar de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos...” (Rm 5,2)

Aquel que piensa encontrar su paz en los gozos del mundo y en sus riquezas, se equivoca. Las dificultades frecuentes de aquí abajo y el fin mismo de este mundo deberían convencer a este hombre que ha puesto los fundamentos de su paz en la arena. (cf Mt 7,26) Al contrario, todos aquellos que, tocados por el soplo del Espíritu Santo, han cargado sobre si el yugo suave del amor de Dios y, según su ejemplo, han aprendido a ser mansos y humildes de corazón, gozan desde ahora de una paz que es ya imagen del reposo eterno.

San Juan Diego Cuauhtlatoatzi

San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, laico. San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios. Hoy es la memoria litúrgica, que evoca la fecha de la primera aparición de la Virgen, la fecha de su muerte es el 30 de mayo.

«Este indio pervive vinculado a la advocación de la Virgen de Guadalupe, que se le apareció haciéndole protagonista de una de las grandes escenas, cuajadas de lirismo, que marcan un hito en la historia de las apariciones marianas»

En el entorno de la festividad de la Inmaculada Concepción, entre otros, la Iglesia celebra hoy la existencia de Juan

Diego, que pervive para siempre vinculado a María, bajo su advocación de la Virgen de Guadalupe. Este santo indígena encarna en sí mismo una de las hermosísimas historias de amor que conmueven poderosamente. Inocencia y dulzura forman una perfecta simbiosis en su vida que instan ciertamente a perseguir la santidad y permiten comprender qué pudo ver en él la Reina del Cielo, excelso modelo de virtudes, para hacerle objeto de su dilección.

Nació en Cuauhtitlán perteneciente al reino de Texcoco, regido entonces por los aztecas, hacia el año 1474. Debía llevar escrito en su nombre, que significaba «águila que habla», la nobleza de esta majestuosa ave que vuela desafiando a las tempestades, de cara al infinito. Era un indio de la etnia chichimecas, sencillo, lleno de candor, sin doblez alguna, de robusta fe, dócil, humilde, obediente y generoso. Un hombre inocente que, cuando conoció a los franciscanos, recibió el agua del bautismo y se abrazó a la fe para siempre encarnando las enseñanzas que recibía con total fidelidad. Un digno hijo de Dios que no dudaba en recorrer 20 km. todos los sábados y domingos para ir profundizando en la doctrina de la Iglesia y asistir a la Santa Misa. Tuvo la gracia de que su esposa María Lucía compartiera con él su fe, y ambos, enamorados de la castidad, después de ser bautizados hacia 1524 o 1525 determinaron vivir en perfecta continencia. María Lucía murió en 1529, y Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino que residía en Tulpetlac, a 14 km. de la Iglesia de Tlatelolco-Tenochtitlan, lo cual suponía acortar el largo camino que solía recorrer para llegar al templo.

La Madre de Dios se fijó en este virtuoso indígena para encomendarle una misión. Cuatro apariciones sellan la sublime conversación que tuvo lugar entre Ella y Juan Diego, que tenía entonces 57 años, edad avanzada para la época. El sábado 9 de diciembre de 1531 se dirigió a la Iglesia. Caminaba descalzo, como hacían los de su condición social, y se resguardaba del frío con una tilma, una sencilla manta.

Cuando bordeaba el Tepeyac, la tierna voz de María llamó su atención dirigiéndose a él en su lengua náuhatl: «¡Juanito, Juan Dieguito!». Ascendió a la cumbre, y Ella le dijo que era «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». Además, le encomendó que rogase al obispo Juan de Zumárraga que erigiese allí mismo una Iglesia. Juan Diego obedeció. Fue en busca del prelado y afrontó pacientemente todas las dificultades que le pusieron para hablar con él, que no fueron pocas. Al transmitirle el hecho sobrenatural y el mensaje recibido, el obispo reaccionó con total incredulidad. Juan Diego volvió al lugar al día siguiente, y expuso a la Virgen lo sucedido, sugiriéndole humildemente la elección de otra persona más notable que él, que se consideraba un pobre «hombrecillo». Pero María insistió. ¡Claro que podía elegir entre muchos otros! Pero tenía que ser él quien transmitiera al obispo su voluntad: «…Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».

El 12 de diciembre, diligentemente, una vez más fue a entrevistarse con el obispo. Éste le rogó que demostrase lo que estaba diciendo. Apenado, Juan Diego regresó a su casa y halló casi moribundo a su tío, quien le pedía que fuese a la capital para traer un sacerdote que le diese la última bendición. Sin detenerse, acudió presto a cumplir con este acto caritativo, saliendo hacia Tlatelolco. Pensó que no era momento para encontrarse con la Virgen y que Ella entendería su apremio; ya le daría cuenta de lo sucedido más tarde. Y así, tras esta brevísima resolución, tomó otro camino. Pero María le abordó en el sendero, y Juan Diego, impresionado y arrepentido, con toda sencillez expresó su angustia y el motivo que le indujo a actuar de ese modo. La Madre le consoló, le animó, y aseguró que su tío sanaría, como así fue. Por lo demás, enterada del empecinamiento del obispo y de su petición, indicó a Juan Diego que subiera a la colina para recoger flores y entregárselas a Ella.

En el lugar señalado no brotaban flores. Pero Juan Diego creyó, obedeció y bajó después con un frondoso ramo que portó en su tilma. La Virgen lo tomó entre sus manos y nuevamente depositó las flores en ella. Era la señal esperada, la respuesta que vencería la resistencia que acompaña a la incredulidad. Más tarde, cuando el candoroso indio logró ser recibido por el obispo, al desplegar la tilma se pudo comprobar que la imagen de la Virgen de Guadalupe había quedado impregnada en ella con bellísimos colores. A la vista del prodigio, el obispo creyó, se arrepintió y cumplió la voluntad de María.

Juan Diego legó sus pertenencias a su tío, y se trasladó a vivir en una humilde casa al lado del templo. Consagró su vida a la oración, a la penitencia y a difundir el milagro entre las gentes. Se ocupaba del mantenimiento de la capilla primigenia dedicada a la Virgen de Guadalupe y de recibir a los numerosos peregrinos que acudían a ella. Murió el 30 de mayo de 1548 con fama de santidad dejando plasmada la aureola de su santidad no sólo en México sino en el mundo entero que sigue aclamando a este «confidente de la dulce Señora del Tepeyac», como lo denominó Juan Pablo II. Fue él precisamente quien confirmó su culto el 6 de mayo de 1990, y lo canonizó el 31 de julio de 2002.

Oremos
Concédenos, Señor todopoderoso, que el ejemplo de San Juan Diego nos estimule à una vida más perfecta y que cuántos celebramos su fiesta sepamos también imitar sus ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Oh Dios, que por medio del bienaventurado Juan Diego manifestaste a tu pueblo el amor de la Santísima Virgen María, concédenos, por su intercesión, que, obedientes a las recomendaciones de nuestra Madre de Guadalupe, podamos cumplir siempre tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Vengan a mí todos los que están fatigados
Mateo 11, 28-30. Adviento. Nosotros fuimos creados por Dios para amar y ser amados, y nuestro verdadero descanso está precisamente en esto.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 11, 28-30
En aquel tiempo Jesús dijo: «Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

Oración introductoria
Jesús mío, vengo hoy ante Ti para pedirte ayuda. Tengo el profundo deseo de acercar mi corazón al tuyo. Debo confesarte que me encuentro algo cansado de todo el ajetreo diario, la rutina me desgasta. Tú que dijiste: «Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré alivio», aquí me tienes. Quiero en esta oración descansar en Ti.

Petición
Señor Jesucristo, que eres manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo.

Meditación del Papa Francisco
El yugo de Jesús es yugo de amor y, por tanto, garantía de descanso. A veces nos pesa la soledad de nuestras fatigas, y estamos tan cargados del yugo que ya no nos acordamos de haberlo recibido del Señor. Nos parece solamente nuestro y, por tanto, nos arrastramos como bueyes cansados en el campo árido, abrumados por la sensación de haber trabajado en vano, olvidando la plenitud del descanso vinculado indisolublemente a Aquel que hizo la promesa.

Aprender de Jesús; mejor aún, aprender a ser como Jesús, manso y humilde; entrar en su mansedumbre y su humildad mediante la contemplación de su obrar. Poner nuestras iglesias y nuestros pueblos, a menudo aplastados por la dura pretensión del rendimiento bajo el suave yugo del Señor. Recordar que la identidad de la Iglesia de Jesús no está garantizada por el “fuego del cielo que consume”, sino por el secreto calor del Espíritu que “sana lo que sangra, dobla lo que es rígido, endereza lo que está torcido” (Homilía de S.S. Francisco, 23 de septiembre de 2015).

Reflexión 
El seguir a Cristo amerita por ley divina cargar nuestra cruz, el yugo del cual habla el Señor en el Evangelio; ese yugo que es suave y ligero. El yugo de la caridad, que es en sí misma mansedumbre para tratar a los demás, y humildad, que es la perla preciosa del trato con Dios. Sin estas dos cualidades, nuestro trato con los demás se nos hace insufrible. Nosotros fuimos creados por Dios para amar y ser amados, y nuestro verdadero descanso está precisamente en esto. El camino más fácil para llegar a Él, es ser –como Jesús nos pide– mansos y humildes de corazón.

Propósito
El día de hoy trataré con gran caridad a la persona que no me sea tan simpática, para imitar así la mansedumbre de Jesús.

Diálogo con Cristo
¡Jesús, que eres manso y humilde de corazón, aligera mi carga porque estoy cansado! Muéstrame el camino de la mansedumbre y de la humildad, que es en sí la misma caridad. Enséñame a ser caritativo con los demás, porque en ellos hallaré mi descanso a tu lado.

“La humildad y pobreza de Jesús se convierten en principio de nuestra exaltación”

(Pablo VI, Audiencia general, miércoles 11 de enero de 1978)

La grandeza de lo pequeño

Un par de peregrinos tocarán a la puerta de nuestro corazón pidiendo un lugar para que el Hijo de Dios pueda nacer.

En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. »

Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: « ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. (Lc. 10. 21-24)

“Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los pequeños.” Estas palabras encierran un misterio y una paradoja para la lógica humana. Los más grandes acontecimientos de su vida, Cristo no los quiso revelar a quienes, según el mundo, son “los sabios y prudentes”. Él tiene una manera diferente para calificar a los hombres.

Para Dios no existen los instruidos y los iletrados, los fuertes y los débiles, los conocedores y los ignorantes. No busca a las personas más capaces de la tierra para darse a conocer, sino a las más pequeñas, pues sólo estas poseen la única sabiduría que tiene valor: la humildad.

Las almas humildes son aquellas que saben descubrir la mano amorosa de Dios en todos los momentos de su vida, y que con amor y resignación se abandonan con todas sus fuerzas a la Providencia divina, conscientes de que son hijos amados de Dios y que jamás se verán defraudadas por Él. La humildad es la llave maestra que abre la puerta de los secretos de Dios. Es la gran ciencia que nos permite conocerle y amarle como Padre, como Hermano, como Amigo.

El adviento es tiempo de preparación, un momento fuerte de ajuste en nuestras vidas.Esforcémonos, pues, por ser almas sencillas, almas humildes que sean la alegría y la recreación de Dios. Cristo niño volverá a nacer en medio de la más profunda humildad como lo hiciera hace más de dos mil años. Un par de peregrinos tocarán a la puerta de nuestro corazón pidiendo un lugar para que el Hijo de Dios pueda nacer. ¿Cómo podremos negarle nuestro corazón a Dios, que nos pide un corazón humilde y sencillo en el cual pueda nacer?

“Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven, porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y oír lo que oyen, y no lo oyeron.”

Entrar por la Puerta para descubrir la Misericordia del Padre

Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa de la fiesta de la Inmaculada Concepción, antes de la solemne Apertura de la Puerta Santa. 8 diciembre 2015

“La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios”. Lo afirmó el Papa Francisco durante su homilía de la Solemne Santa Misa que presidió a las 9.30 en una Plaza de San Pedro, bañada por una tenue lluvia y ante notables medidas de seguridad, que sin embargo, no impidieron que los fieles y peregrinos de numerosos países asistieran, con entusiasmo y agradecimiento, para rezar junto al Obispo de Roma antes de la solemne Apertura de la Puerta Santa.

El Papa Bergoglio reafirmó que Dios “no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo”. Por esta razón – dijo – es “el amor de Dios el que previene, anticipa y salva”. Porque si “todo quedase relegado al pecado seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor  de Cristo integra todo en la misericordia del Padre”.

“Este Año Santo Extraordinario es también un don de gracia” – añadió el Santo Padre – a la vez que explicó que “entrar por la Puerta significa descubrir la profundidad de la Misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

Nuevo tiempo
Entre los conceptos de este nuevo tiempo el Pontífice dijo que “será un año para crecer en la convicción de la Misericordia”, más allá de todas las ofensas contra Dios y su gracia cuando se afirma, sobre todo, que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su Misericordia. De ahí que haya reafirmado la necesidad de “anteponer la Misericordia al juicio”, puesto que “el juicio de Dios será siempre a la luz de su Misericordia”.

Cruzar la Puerta Santa nos hace sentir partícipes de este misterio de amor
Francisco invitó a abandonar “toda forma de miedo y temor”, porque no es propio de quien es amado, y a vivir “la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo”. Y afirmó, una vez más, que “entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la Misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

El Papa recordó en esta ocasión aquella otra Puerta, que hace cincuenta años los Padres del Concilio Vaticano II abrieron hacia el mundo. Porque esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. Y destacó ante todo que el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que impulsa a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero.

De modo que el Jubileo nos “obliga a no descuidar el espíritu que surgió en el Vaticano II, el del samaritano, tal como lo recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del Concilio. Y concluyó afirmando: “Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano”.
(María Fernanda Bernasconi - RV)

Homilía del Santo Padre Francisco:

Dentro de poco tendré la alegría de abrir la Puerta Santa de la Misericordia. Cumplimos este gesto como he hecho en Bangui, tan sencillo como fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia. En efecto, lo que se repite más veces en estas lecturas evoca aquella expresión que el ángel Gabriel dirigió a una joven muchacha, sorprendida y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28).

La Virgen María es llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor ha hecho en ella. La gracia de Dios la ha envuelto, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel entra en su casa, hasta el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia puede transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar un acto tan grande que puede cambiar la historia de la humanidad.

La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El inicio de la historia del pecado en el Jardín del Edén se resuelve en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis llevan a la experiencia cotidiana que descubrimos en nuestra existencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios.

Y, sin embargo, la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se comprende bajo esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es ante nosotros testigo privilegiada de esta promesa y de su cumplimiento.

Este Año Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. ¡Es Él quien nos busca! ¡Él quien sale a nuestro encuentro! Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione sanctorum 12, 24) Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor, de ternura. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.

Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del mundo, cruzando la Puerta Santa queremos también recordar otra puerta que, hace cincuenta años, los Padres del Concilio abrieron hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; donde hay una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio y llevar la Misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo.

El jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.

En imágenes: La Iglesia inaugura el año Jubileo Extraordinario de la Misericordia (abc.es) 

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