«El niño ha saltado de gozo dentro de mí»

Lectio Divina. Domingo 4o. de Adviento. Adviento. Oración con el Evangelio. Ciclo C.

Lucas 1, 39-45
1. INVOCA

Dedicamos este tiempo a relacionarnos con el Señor, a escuchar su Palabra, a presentarle nuestras personas, tal como somos, tal como deseamos ser.

Deseamos vivamente escuchar la Palabra, el mensaje que quiera decirnos nuestro Padre.

  • Orar es: descubrir cuáles son nuestros deseos más íntimos. Vivimos en tanto en cuanto deseamos. El deseo es la fuerza de nuestros impulsos, vivencias, pasos, actos.
  • Orar es: descubrir y alentar el deseo de encontrarnos con Él, para vivir envueltos en su Amor.
  • Orar es: tener "un santo deseo de Él. ¿Quieres no dejar nunca de orar? No dejes nunca de desear" (San Agustín).

Invocamos al Espíritu, para que aliente nuestros buenos deseos de estar en diálogo con Él, que pone en nuestros corazones la oración adecuada.

Recitamos: Palabra y abrazo
El origen de todo ser y vida
y la Palabra dicha eternamente
y un Espíritu-Amor, Abrazo ardiente:
son tres Fuentes en una Fuente unidas.
La Fuente trinitaria está escondida,
pero nacen los ríos de esta Fuente.
En ellos nos bañamos diariamente
y sus aguas bebemos sin medida.
Acuñados en sello trinitario,
la Palabra y el Amor reverberamos,
superados los muros y los lazos.
Soñamos a nivel comunitario,
los abrazos y besos renovamos,
en espera de un Beso y un Abrazo. 
(R. Prieto)

2. LEE LA PALABRA DE DIOS Lc 1, 39-45 (Qué dice la Palabra de Dios)
1. El niño saltó en su seno (v. 41)

  • La visita de María, llevando en su interior al mismo Jesucristo, produce alegría y gozo en Isabel. María es la verdadera arca de la alianza, que lleva al verdadero Dios hacia el pueblo. El arca del Antiguo Testamento alegró al rey David que bailó ante ella (2 Sm 6). Juan Bautista goza, incluso da saltos, porque María es el arca que lleva al Señor.
  • La presencia de Jesús, aun antes de nacer, suscita alegría en Isabel, inspirada por el Espíritu, y en todos aquellos que descubren la presencia de Dios en sus vidas.
  • Jesús viene para traernos la felicidad, para superar los pecados y los signos de muerte. Sólo hace falta tener los ojos de la fe abiertos para descubrir su presencia y experimentar el gozo de la salvación que Él nos regala.
  • Juan Bautista representa al Antiguo Testamento, que se alegra por la prolongada espera del Mesías, ya presente en la historia de los hombres.
  • Isabel representa a la humanidad. Ella, anciana y estéril, es figura de los humanos que sufren carencias de muchos tipos, pero que, al esperar y percibir la presencia del Señor, prorrumpen en acción de gracias, porque reconocen todo el bien que Dios nos trae en su Hijo Jesús.
  • Dios siempre aporta a la humanidad el consuelo, la superación de los sufrimientos, la alegría, la felicidad. Él viene siempre para destruir en nosotros los signos de muerte: enfermedad, complejos, depresiones, pecado, muerte.

2. Dichosa tú que has creído (v. 45)

  • Isabel reconoce la fe de María. En contraposición de Zacarías, que se quedó mudo por no creer el anuncio del nacimiento de su hijo Juan (Lc 1, 22).
  • María creyó el mensaje de Dios, expresado por el ángel Gabriel. Y se inclinó totalmente al proyecto del Señor: Aquí está la esclava del Señor, que me suceda como tú dices (Lc 1, 38).
  • El mismo Jesús alabó a su propia Madre, al decir: Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (Lc 11, 28).
  • María fue dichosa porque creyó en Dios, que es fiel a su Palabra, a sus promesas. No le habría sido fácil mantener viva su fe cuando vio a su Hijo tan pequeño, tan desprovisto y perseguido, tan necesitado de los cuidados maternales y, más tarde, calumniado, incomprendido, sentenciado, crucificado, muerto. Sólo María creyó en su Hijo totalmente. Sólo María confió en Él y en su misión, aun cuando todo le decía que su Hijo había fracasado como Mesías.
  • Lucas en este relato destaca la fe de María, la disponibilidad para transformar su fe y sus ratos de contemplación en caridad y en servicio a su prima necesitada en el sexto mes de su embarazo. Y para descubrir lo que el Señor realiza en la historia de los demás.
  • María e Isabel saben dialogar y comunicarse las maravillas que en ellas está realizando el Señor. Por eso, Isabel alaba a María.

3. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre (v.42)

  • La bendición es reconocer la obra que Dios hace en las personas. Una bendición "descendente", de Dios hacia los humanos, la bendición que el sacerdote imparte al final de cada Misa. También hay una bendición "ascendente", la que se dirige a Dios para alabarlo y glorificarlo y también, la bendición a las otras personas por reconocer su dignidad como instrumentos de la bondad y amor del Señor.
  • Isabel bendice a María, porque ha confiado totalmente en el Dios. María en el Magnificat, bendice a Dios por las maravillas que derrama sobre los humanos, poniendo de relieve la "pequeñez" del ser humano y la "grandeza" del Poderoso.
  • Cuando se mira las personas, la historia, las criaturas con los ojos de la fe, todo es digno de bendición y de agradecimiento. Así lo expresa María en su cántico del Magnificat. Así lo vivió y cantó Francisco de Asís en su "Cántico al hermano sol": Loado seas, mi Señor.

3. MEDITA (Qué me/nos dice la Palabra de Dios)

  • He de experimentar mi fe, viviendo en confianza y en alegría. El encuentro con Dios ha de hacerme crecer en la contemplación de su Belleza y de su Amor.
  • Mirar con ojos de admiración y reconocimiento las obras que el Padre está realizando en mi pequeña historia. Vivir el gozo de la presencia de mi Dios en toda mi historia.
  • Experimentar que este gozo hace vencer y superar todas mis deficiencias, limitaciones y pecados. Que, en medio de las contradicciones, puedo encontrar la alegría: Dichosos... los pobres, los que sufren...


4. ORA (Qué le respondo al Señor)

  • Te alabo y te bendigo, Padre, porque en tu Hijo Jesús te has entregado a Ti mismo.
  • Te doy gracias y te bendigo, Jesús, porque Tú lo diste todo por mí y me has enseñado el camino de la felicidad.
  • Te alabo y te doy gracias, Espíritu, porque levantas mi ánimo, me perdonas los pecados, me fortaleces para resistir las fuerzas del mal y me animas a vivir alegre.

5. CONTEMPLA

  • A Jesús que, antes de nacer, ya lleva la alegría y la salvación a Juan Bautista y a Isabel.
  • A mi mismo, que, con frecuencia, vivo desanimado, cuando el Señor me regala su misma vida y todos sus tesoros.
  • A los demás, descubriendo los dones y cualidades, regalo de Dios, y alabar al Señor por ello.

6. ACTÚA

  • Como Isabel, bendeciré a María porque creyó y confió: Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
  • Con María, alabaré al Señor, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales... movido por su amor (Gal 1, 3-4).

Con María, exclamaré agradecido: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador... porque ha mirado la humillación de su esclava (Lc 1, 47-48.

Recitamos el Magnificat:
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.


Rasgos de María

La visita de María a Isabel le permite al evangelista Lucas poner en contacto al Bautista y a Jesús antes incluso de haber nacido. La escena está cargada de una atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente. Las dos mujeres ocupan toda la escena.

María que ha llegado aprisa desde Nazaret se convierte en la figura central. Todo gira en torno a ella y a su Hijo.Su imagen brilla con unos rasgos más genuinos que muchos otros que le han sido añadidos posteriormente a partir de advocaciones y títulos más alejados del clima de los evangelios.

María, «la madre de mi Señor». Así lo proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo. Es cierto: para los seguidores de Jesús, María es, antes que nada, la Madre de nuestro Señor.

Este es el punto de partida de toda su grandeza. Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. «Bendecida por Dios entre todas las mujeres», ella nos ofrece a Jesús, «fruto bendito de su vientre».

María, la creyente. Isabel la declara dichosa porque «ha creído». María es grande no simplemente por su maternidad biológica, sino por haber acogido con fe la llamada de Dios a ser Madre del Salvador. Ha sabido escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es Madre creyente.

María, la evangelizadora. María ofrece a todos la salvación de Dios que ha acogido en su propio Hijo. Esa es su gran misión y su servicio. Según el relato, María evangeliza no solo con sus gestos y palabras, sino porque allá a donde va lleva consigo la persona de Jesús y su Espíritu. Esto es lo esencial del acto evangelizador.

María, portadora de alegría. El saludo de María contagia la alegría que brota de su Hijo Jesús. Ella ha sido la primera en escuchar la invitación de Dios: «Alégrate... el Señor está contigo». Ahora, desde una actitud de servicio y de ayuda a quienes la necesitan, María irradia la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, al que siempre lleva consigo. Ella es para la Iglesia el mejor modelo de una evangelización gozosa.

José Antonio Pagola. 4 Adviento – C .(Lucas 1,39-45) .20 de diciembre 2015

Domingo 4 Adviento- C: "Santa María de la Esperanza

Santa María del Adviento.
Adviento y Esperanza.
Esperar que las promesas de Cristo
son algo más que "promesas".
Esperar que el Reino de Dios
se está haciendo ya, ahora.
Esperar que el renacer de nuestra Tierra
llegará un día a su plenitud...
Esperar en esta larga espera
frente a la evasión fácil del que se refugia en la otra vida,
frente a la desesperación del que cree que es inútil todo esfuerzo.
Este es el ritmo de la esperanza cristiana.
María hoy,
animando nuestra espera,
impulsando nuestra esperanza.
--- Santa María de la Esperanza ---
Santa María de la Esperanza,
mantén el ritmo de nuestra espera,
mantén el ritmo de nuestra espera.

Nos diste al Esperado de los tiempos,
mil veces prometido en los profetas.
Y nosotros de nuevo deseamos
que vuelva a repetirnos sus promesas.
Santa María de la Esperanza,
mantén el ritmo de nuestra espera,
mantén el ritmo de nuestra espera.

Brillaste como aurora del gran Día,
plantaba Dios su tienda en nuestro suelo.
Y nosotros soñamos con su vuelta,
queremos la llegada de su Reino.
Santa María de la Esperanza,
mantén el ritmo de nuestra espera,
mantén el ritmo de nuestra espera.

Viviste con la cruz de la esperanza,
tensando en el amor la larga espera.
Y nosotros buscamos entre todos
el nuevo amanecer de nuestra tierra.
Santa María de la Esperanza,
mantén el ritmo de nuestra espera,
mantén el ritmo de nuestra espera.

Esperaste, cuando todos vacilaban,
el triunfo de Jesús sobre la muerte.
Y nosotros esperamos que su vida
anime nuestro mundo para siempre.
Santa María de la Esperanza,
mantén el ritmo de nuestra espera,
mantén el ritmo de nuestra espera.

Letra: Rafael de Andrés
Música: Juan Antonio Espinosa

IV DOMINGO DE ADVIENTO: EL AVE MARÍA

El saludo del Ángel

Me imagino que a María le gusta que la invoquemos con oraciones sencillas. Cuando amamos a una persona pensamos en aquello que más le agrada, y no en lo que a nosotros nos gusta. Entonces, si creemos que a María, la Madre de Jesús, le agrada que la saludemos como lo hizo el Ángel del Señor en Nazaret, es gesto de amor rezar el “Ave María”. Pienso que María se complace cuando la llamamos como lo hizo su prima Isabel al encontrarse con ella en la montaña de Judea, y la saludó con estas palabras: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Las oraciones sencillas deben salir de un corazón humilde, de niño, limpio, pues así no quedarán como fórmulas vacías, y menos aún como ritos autojustificativos, a la manera de quienes piensan que por esas prácticas cumplen sus obligaciones religiosas.

Dios escucha la oración de los pequeños, cuyos ángeles contemplan el rostro de Dios. Y tiene en cuenta a los humildes, a los pobres, a los sencillos y a los limpios de corazón, capaces de poner amor y entrega en la expresión de sus labios. La oración del “Ave María” se nos ofrece como expresión acertada y sencilla, que agrada a María y que concede gracia. Por ello, no te invito a sobrecargarte con una práctica religiosa más, sino que te ofrezco la manera en que Dios se ha dirigido a su Madre, y ella misma ha recomendado en tantos momentos que lo hagamos, cuando se ha manifestado con gracias especiales en visiones sobrenaturales. En tiempos de dificultad, de insensibilidad, de sequedad, de pereza y desgana espirituales, de prueba y hasta de hastío, la oración vocal es un medio para combatir la tentación y para resquebrajar todo endurecimiento del corazón. María no violenta, ni interviene de manera forzada en nuestras vidas, pero si pedimos que interceda por nosotros, ella lo hace con gusto y generosidad, y además desea que se lo pidamos.

Lo más importante es, como decía Santa Teresa, orar con consideración, no importa sea oración vocal o mental, con tal que se haga con advertencia, de manera consciente y amorosa.

El “Ave María” es la oración de salutación de Dios a la Virgen, y a su vez el ruego que en la Iglesia hacen todos los que invocan a la Madre de Dios. Cada vez que rezamos el “Ave María”, rogamos a quien Dios ha puesto como medianera de todas las gracias, por toda la humanidad.

Cuando no sepas cómo orar, o no te sientas con ganas de hacerlo, tienes en tu mano el elevar como los sencillos y los pequeños tu oración, y hacerla igual que ellos.

Dios revela sus secretos a los humildes y los pequeños.

Si piensas que rezar el “Ave María” es una fórmula estereotipada, te pregunto: ¿Acaso dudas de decir a la persona que amas “te quiero”, porque sea una expresión manida? No dudes en invocar a la Madre de Jesús como lo hace la Iglesia, como lo han hecho los santos, como lo hizo el Ángel del Señor.

Evangelio según San Lucas 1,39-45. 

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". 

San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía atribuída

«El niño ha saltado de gozo dentro de mí»

¡Qué misterio nuevo y admirable! Juan no ha nacido todavía y ya habla por sus estremecimientos; no es visto todavía y ya advierte; no puede todavía gritar y ya se hace entender a través de sus actos; aún no ha comenzado su vida y ya predica a Dios; aún no ha visto la luz y ya señala al sol; todavía no ha nacido y ya se apresura a hacer de precursor. El Señor está allí: no puede aguantar, no soporta tener que esperar los límites fijados por la naturaleza, y se esfuerza para romper los límites del seno materno y busca por otros medios dar a conocer la venida del Salvador. «Ha llegado, dice, el que rompe las ataduras. Y yo que sigo encadenado, ¿he de seguir permaneciendo aquí? El Verbo viene para restablecer y yo, ¿he de seguir cautivo? Saldré, correré delante de él y a todos proclamaré: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.» (Jn 1,29)

Dinos, Juan, retenido todavía en la oscuridad del seno de tu madre ¿cómo ves y cómo oies? ¿Cómo contemplas las cosas divinas? ¿Cómo puedes estremecerte y exultar? «Es grande, dice, el misterio que se está realizando, es un acto que escapa a la comprensión del hombre. Con derecho, y a causa del que ha de innovar el orden sobrenatural, yo innuevo el orden natural. Veo, incluso antes de nacer, porque veo en gestación al Sol de justicia (Ml 3,20). Percibo por el oído, porque al venir al mundo soy la voz que precede al gran Verbo. Grito, porque contemplo, revestido de su carne, al Hijo único del Padre. Exulto, porque veo al Creador del universo recibir forma humana. Salto, porque pienso que el Redentor del mundo ha tomado un cuerpo. Soy el precursor de su venida y me adelanto a vuestro testimonio.


Santo Domingo de Silos, abad

En el monasterio de Silos, en la región de Castilla, en España, santo Domingo, abad, el cual, siendo ermitaño, restauró después este monasterio que estaba relajado, introdujo allí la disciplina y favoreció día y noche la alabanza divina.

Cuenta la tradición que santo Domingo vino al mundo en el año mil de la era cristiana, en la pequeña villa de Cañas, que en aquellos tiempos pertenecía al reino de Navarra (actualmente provincia y comunidad de La Rioja), dentro de una familia de noble linaje. Ya desde niño, asistía a los Oficios Divinos con tal gravedad y cordura, que revelaba en él un profundo espíritu de fe. Después de ejercer cuatro años el oficio de pastor, los padres de Domingo quisieron secundar los deseos del muchacho de consagrarse a Dios, por lo que le dedicaron como clérigo, tal vez con patrimonio de la familia, al servicio y ayuda del sacerdote de la parroquia, con el cual aprendió los Salmos de David, el canto eclesiástico y el Evangelio, ensayándose en la lectura y la comprensión de los libros de la Sagrada Escritura, pasionarios y homilías de los Santos Padres que más frecuentemente se recitaban en los Oficios Divinos. No nos consta con certidumbre si hizo toda la carrera eclesiástica en su pueblo, ya que solía haber una especie de seminarios parroquiales, o bien cursó lo que llamaríamos hoy teología en la ciudad episcopal de Nájera. Lo cierto es que don Sancho, obispo de esta ciudad, se decidió a conferir a Domingo el presbiterado cuando apenas contaba con veintiseis años, edad a la que los otros clérigos recibían solamente el diaconado.

Después de una breve experiencia eremítica, a los treinta años, decidió ingresar en el monasterio benedictino de San Millán de la Cogolla. En los primeros tiempos de vida monástica, se dedicó Domingo a completar su formación intelectual, aprovechando la rica biblioteca del monasterio; allí estudió a Esmaragdo y, sobre todo, el famoso códice de San Millán, que contenían las promulgaciones dogmáticas de los concilios ecuménicos de la Iglesia y otros particulares. A los dos años de profeso, el abad le nombró maestro de los jóvenes que se educaban en el monasterio.

Semejante encumbramiento moral tan rápidamente conquistado, no pudo menos de suscitar ciertos recelos en algunos religiosos que, más antiguos de la casa, podían creerse postergados. Por envidia o buena fe, se puso en tela de juicio su virtud y la objetividad de sus ideales. "Fácil es", decían, "obedecer cuando la obediencia trae consigo honores y cuando el trabajo se ve recompensado con el cariño y el agradecimiento. Confíesele una misión más dura y entonces veremos el verdadero valor de la obediencia". Fue entonces nombrado prior de Santa María de Cañas. El priorato se encontraba en un estado lamentable: desmantelado, sin enseres, sin bienes y sin libros. Con esfuerzo y gran acierto en el manejo de los negocios temporales, arregló las cuentas atrasadas y fomentó el cultivo en las propiedades del monasterio, de suerte que poco tiempo después pudo ya vivir de su trabajo y del de sus monjes, y procurar al priorato lo más preciso en ropas, ornamentos de iglesia y códices, construyendo poco después una iglesia nueva.

Desde el monasterio de San Millán de la Cogolla, se seguía con interés la obra que Domingo realizaba en Cañas, por lo que a finales de 1038, Domingo fue nombrado prior mayor del monasterio, casi a la fuerza, porque la humildad del santo rehuía los honores de tan alto cargo. Desgraciadamente ocurrió que a los pocos meses de ser nombrado prior, murió el abad don García y en su lugar fue nombrado el anterior prior don Gomesano. Si la elección hubiese sido libre y estado en manos de los monjes, es indudable que hubiera recaído en la persona de Domingo.

Gobernaba por entonces los reinos de Navarra y La Rioja don García, hijo mayor del rey don Sancho. Pródigo a veces con los monasterios e iglesias, cuando se veía apurado por las necesidades de la guerra, no respetaba ni derechos sagrados ni sus propias donaciones, ni siquiera las de San Millán. En el año 1040, exhausto su tesoro y creyendo que el nuevo abad le apoyaría en sus pretensiones, se dirigió al monasterio exigiendo una fuerte suma por sus pretendidos derechos reales. La negativa de Domingo fue respetuosa pero rotunda. Esta obstinación exacerbó de tal manera la cólera del monarca, que apenas salió de la iglesia, el rey tuvo una larga entrevista con el abad, quien consintió en deponer a Domingo del cargo de prior y enviarle desterrado al priorato de San Cristóbal, llamado también Tres Celdas. En 1041, Domingo se dirige hacia Castilla. El rey don Fernando le ofreció su protección y una morada en palacio, pero el santo pidió al monarca licencia para vivir retirado en la ermita que pertenecía al monasterio de San Millán, sirviendo en ella a la Virgen María.

A principios del año 1041, el monasterio de San Sebastián de Silos estaba casi abandonado. Perdido su antiguo prestigio y gran parte del patrimonio, todo anunciaba un fin poco glorioso, pues el puñado de monjes que lo habitaba, vegetaba y languidecía tristemente. Fue entonces cuando el rey don Fernando, movido tal vez por los ruegos del padre del Cid Campeador, que tenía sus posesiones colindantes con las de Silos, encomendó a Domingo la resturación del monasterio de San Sebastián de Silos y le propuso como abad. En una mañana de invierno, Santo Domingo entraba en la iglesia acompañado del obispo y de algunos nobles, para tomar posesión del cargo.

Comenzó la restauración material del monasterio por la iglesia, de tal modo que, completada con la cúpula y atrio por sus sucesores, llegó a ser una de las más bellas basílicas románicas de España, parecida a la catedral antigua de Salamanca. Hacia 1056, se comenzó la construcción de la sala capitular en el sitio llamado hoy el "gallinero del santo", así como el maravilloso claustro románico, que es la joya más original en su estilo y que eternizará en la historia del arte el nombre de santo Domingo de Silos.

Corrían los años, y con ellos la actividad material y espiritual del monasterio de Silos iba aumentando. En los últimos años, la muerte se había llevado a sus mejores amigos: al rey don Fernando y a su hijo don Sancho, y finalmente a su amigo y vecino el abad de Arlanza, en 1072. Las fuerzas de su cuerpo se rendían al peso de sus 72 años, tan cargados de fatigas; su cuerpo, necesitaba el apoyo de aquel báculo sencillo de avellano, que aún se conserva en el Monasterio como preciosa reliquia. Su espíritu se mantenía firme y sereno, pero las fatigas del otoño de 1073, después de los últimos esfuerzos para la distribución de las cosechas, le rindieron del todo y cayó enfermo. Santo Domingo, murió el viernes 20 de diciembre de 1073.

fuente: Monasterio de Santo Domingo de Silos

Oremos

Señor, tú que diste a Santo Domingo de Silos la abundancia del espíritu de verdad y de amor para que fuera un buen pastor de tu pueblo, concede a cuantos celebramos hoy su fiesta adelantar en la virtud, imitando sus ejemplos, y sentirnos protegidos con su valiosa intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

La Visita de la Virgen a su prima Isabel
Lucas 1, 39-45. Adviento. Estas dos mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres.

Oración introductoria
«Dichosa tú, que has creído». María fue llamada dichosa, no por el hecho de ser Madre de Dios, sino por su fe. Ven, Espíritu Santo, para que esta oración aumente mi fe en el amor y en el poder de Dios, y sepa entregarme con amor y sin reservas a mi misión.

Petición
María, Madre mía, ayúdame a imitarte hoy en el servicio a los demás.

Meditación del Papa Francisco
Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo.

El seno materno que nos acoge es la primera “escuela” de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.

Después de llegar al mundo, permanecemos en un “seno”, que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el “lugar donde se aprende a convivir en la diferencia”: diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida.  (Mensaje de S.S. Francisco, 23 de enero de 2015).

Reflexión
El evangelio de San Lucas nos narra el Anuncio del ángel a María como "de puntillas", con gran respeto, venerando a los protagonistas de este diálogo único. Hoy, sin embargo, asistimos a aquella "segunda anunciación". La que el Espíritu Santo revela a santa Isabel en el momento de reconocer en María a la Madre de su Señor. Estas dos mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres, y lo hacen con una naturalidad sorprendente. Por su parte, María, la llena de gracia, no sólo no se queda ociosa en su casa. Ser Madre de Dios no desdice un ápice de su condición de mujer humilde, de modo que va en ayuda de su prima. Isabel, por su parte, anuncia, inspirada por el Espíritu, una gran verdad: la felicidad está en el creer al Señor.

Cuando alguien se profesa cristiano, su fe y su vida; lo que cree y cómo lo vive, son dos esferas que están íntimamente unidas. Quien piense que "creer" es sólo profesar un credo religioso, adherir a una religión o a unos dogmas, quizás tiene una pobre visión del término. Porque cuando se cree de verdad se empieza a gustar las delicias con que Dios regala a las almas que le buscan con sinceridad. La pedagogía de Dios es tan sabia que sabe impulsarnos, dándonos a saborear su felicidad, -que es inmensa e incomparable-, cuando somos fieles. Es un gozo que, sin casi quererlo, nos lleva a más, nos invita a entregarnos con más generosidad a la realización de un plan que va más allá de nuestra visión humana. Isabel reconoce en su prima esa felicidad porque ha creído, pero además porque en consecuencia, su vida ya no respondía a un plan trazado por ella, sino por su Señor. Ella estaba también encinta ¿por qué era necesario un viaje en las condiciones de aquel tiempo...?

Preguntémonos, si hoy queremos ser felices, ¿cómo va mi fe en la presencia de Dios en mi vida? Si lucho por aceptarla y vivirla ya tengo el primer requisito para mi felicidad. Aunque tenga que trabajar y sufrir, sabré en todo momento que Dios está a mi lado, como lo estuvo de María y de Isabel.

Propósito
Vivir hoy con la resolución de servir, por amor, a las personas con las que convivo.

Diálogo con Cristo 
María, gracias por enseñarme a entregar mi voluntad a Dios, a no querer cumplir todos mis deseos, por muy importantes que me puedan parecer, a saber dejar todo en manos de nuestro Padre y Señor. Quiero imitar tu bondad y disposición para ayudar a los demás. Intercede por mí para que sepa imitar esas virtudes que más agradan a tu Hijo, nuestro Señor.

La sonrisa de Dios es la sonrisa de María
María, nos invita a imitarla en un complaciente abandono a la palabra de Dios, que puede decirnos desde su obediencia,


Domingo cuarto de Adviento
Virgilio, el gran poeta latino, pagano, que ha tenido una gran influencia en la literatura universal, dice que el “niño comienza a conocer a su madre por la sonrisa”, anunciado proféticamente que la sonrisa de Dios es la sonrisa de María después del pecado, una vez que ella aceptó convertirse en la Madre de su Hijo Jesucristo, proporcionándole su Cuerpo precioso, un cuerpo necesario para realizar en los hombres y para los hombres la redención y la salvación de todo el genero humano.

Y hoy nos encontramos, ya en las inmediaciones de la Navidad, dejando atrás a Isaías y a San Juan Bautista, con el personaje central del Adviento, a María la Madre de Jesús, que nos dejará a las plantas del mismísimo Hijo de Dios encarnado. Por eso, hoy queremos asistir embelezados al encuentro de dos mujeres pobres, gente del pueblo, las dos embarazadas, una de edad avanzada y la otra apenas una jovencita que tuvieron un papel destacado en la historia de la Salvación de nuestros pueblos.

Se trata de Isabel, la anciana, la que concibió en su seno prodigiosamente, ya en su ancianidad y María, que apenas en su adolescencia ofreció su cuerpo para que Dios realizara entre los hombres el prodigio inaudito de enviar para estar entre los hombres y para siempre a su mismísimo Hijo.

El encuentro no podía ser más agradable y simpático: “En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo en las montañas de Judea, y entrando, saludó a Isabel”. 

Fue ese viaje, el primer recorrido eucarístico, la primera vez que Cristo aún en el seno de su Madre, como el mejor tabernáculo, sagrario o manifestador pudo acercarse a los hombres y llevarles la presencia, la fuerza y la alegría del Espíritu Santo que lo había encarnado precisamente en el seno de aquella mujer singular.

Esa presencia y ese abrazo, hicieron que Juan Bautista, santificado en ese momento con la presencia del Espíritu Santo, saltara de gozo en el seno de su propia madre, que no escatimó la alabanza y la ternura a la mujercita que venía a atenderla en su propio parto:

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre... Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor!”. Esas solas palabras, en las inmediaciones de la Navidad, nos sugieren muchas preguntas que no podemos dejar de contestar, porque ahí va implicada nuestra propia alegría, nuestra felicidad y en última instancia, nuestra propia salvación: ¿En qué creyó María, y qué le fue anunciado de parte del Señor?. Podemos aventurar las respuestas diciendo que María le creyó al Padre que con un profundo respeto, una entrañable ternura, se acerca a la criatura, se abaja casi, para “pedirle”, hay que subrayarlo, para pedirle que se dignara ser la madre del Salvador. No se le impone la maternidad, no se la violenta, aunque se trate del Señor de Cielos y Tierra, dueño de todo.

Eso es ya una primera lección para los machistas, para los hombres que se creen superiores y con derecho a tratar a la mujer como su esclava, como simple objeto de placer y como una máquina de hacer hijos y criaturas muchas veces infelices. María le creyó al Padre, y desde entonces se convierte en mujer “eucarística” toda la vida, dedicada en cuerpo y alma a su Hijo que con su Cuerpo logrará la santificación para todos los hombres.

La actitud de María, nos obliga entonces a imitarla en un complaciente abandono a la palabra de Dios, que puede decirnos desde su obediencia, “Hagan lo que él les diga”, no duden, pueden fiarse de la palabra de mi Hijo que pudo cambiar el agua en vino y que puede hacer del pan sencillo de los hombres nada menos que su propio Cuerpo y su propia Sangre, haciéndose para todos los hombres “pan de vida”. A María le fue anunciada la presencia del Hijo de Dios que sería también hijo de María, a quien recibe amorosamente, anunciando a todos los bautizados la necesidad de recibir así como ella recibió la carne mortal, de Cristo, recibamos nosotros las especies sacramentales, las especies de pan y de vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor. María acertó a decir a Dios que aceptaba el compromiso de dedicarse totalmente a su Hijo con un famosísimo “Fíat”, hágase, realícese, consúmese en mí todo lo que tu palabra quiera, para enseñarnos a decir reverente y alegremente el “Amén” cada que recibimos presente con todo su ser humano-divino a Cristo en las especies de pan y de vino.

Ese fíat de María hizo que pronto pudiera recibir en sus brazos y arropar con todo cariño a Jesús, el Salvador de los hombres: "Y la mirada embelezada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?” (Juan Pablo II). Ese fíat de María le bastó y la fortaleció internamente, para prepararse a acompañar a su Hijo en todo momento, sin reparar en subir hasta cerca de él en alto de la cruz, correspondiendo a lo que el profeta le había anunciado:

“Y a ti una espada traspasará tu propia alma." Pero si María tuvo que pasar por el Calvario y la cruz para acompañar a su Hijo, tuvo también la dicha de estar entre los apóstoles de su Hijo, acompañándoles en la oración y sosteniendo su esperanza en la resurrección de su hijo.

El Papa San Juan Pablo II, de quien estoy tomando todas estas ideas, de su encíclica sobre la Eucaristía, la cual recomiendo encarecidamente que lean todos mis cristianos catoliquísimos, nos hace asistir al momento sublime cuando María pudo escuchar en labios de los apóstoles “éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros.

Aquel Cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la cruz”. Todo esto ha sido necesario para que nosotros podamos pasar una Navidad muy especial, acompañados de María, preparando no una cena ni unos vinos ni unos regalos, ni siquiera unos abrazos, a menos que se parezcan al abrazo de María a su prima Isabel, sino a preparar nuestros corazones para abrazarnos a Cristo hecho Carne y Sangre en el Sacramento Eucarístico, y recibirlo reverentemente como lo hizo María en la cuna de Belén. Será así la mejor de las Navidades.

Sonriendo con María, recibamos al Hijo de Dios hecho carne.

A Ti que eres el Amo y Señor de todos los hombres,
Gracias por el don inapreciable de tu Hijo amado
Hijo del Altísimo y también el hijo de la siempre Virgen María
Te alabamos por tu amor y tu bondad por haber mandado al Hijo nacido para salvar al esclavo. Gracias porque nos has hecho vivir en Parroquia, el nuevo Belén,

Gracias porque cada día nos lo das en el Sacramento Eucarístico,
fruto de tu amor y de la entrega hasta el sacrificio de tu Hijo Jesucristo.
Gracias por mandarlo tan parecido a nosotros que siendo hermano puede
salvarnos a todos y hacernos pasar por el camino de la cruz y la pasión para llegar también nosotros al momento glorioso de la resurrección.

Gracias por tu Hijo Nacido entre pajas y espinos, entre pañales y lágrimas,
entre sollozos y sonrisas amorosas de la Madre y Maestra de todos los hombres. Recibe nuestra gratitud y nuestra alabanza.
Permite que nos amemos de tal manera que podamos ser una sola familia en camino hacia ti, nuestro Dios y nuestro Padre.
¡Felicitémonos y cantemos agradecidos al Recién nacido Rey inmortal de todos los siglos de los siglos. Amén.

Francisco, hoy, durante el Angelus

“No podemos encontrar a Jesús si no lo encontramos en los demás, en la historia y en la Iglesia”
Francisco bendice la resolución de Naciones Unidas para “una solución negociada en la amada Siria”
"Desde que nació Jesús, cada rostro lleva impreso el rostro del hijo de Dios", subrayó el Papa

Jesús Bastante, 20 de diciembre de 2015 a las 12:41

E Dios de la Navidad es un Dios que cambia las cartas. Le gusta hacerlo. Como canta María, es el Señor que depone a los potentes del trono y ensalza a los humildes

(Jesús Bastante).- Miles de niños en la plaza de San Pedro para el último Angelus antes de la Navidad. Como es tradición, los pequeños acudieron con los "niños Jesús" de sus pesebres para que el Papa los bendijera. Así lo hizo Francisco, no sin antes recordar que "no podemos encontrar a Jesús si no lo encontramos en los demás, en la historia y en la Iglesia", y tras saludar el acuerdo alcanzado por Naciones Unidas para la intervención "en la amada Siria", o el gobierno de unidad consensuado en Libia. La paz, en Navidad, parece abrirse paso lentamente. En sus palabras, Francisco quiso realzar la figura de María, rememorando su viaje hasta Judea para acompañar a su prima Isabel. "Imaginaos el encuentro... Una anciana y la otra joven. E Isabel se siente embargada por un gran asombro: ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?".

Como Isabel, "Para celebrar de una manera provechosa la Navidad, estamos llamados a detenernos en los lugares del asombro", señaló Bergolio. Y ¿cuáles son en la vida cotidiana? Francisco subrayó tres: el otro, la historia y la Iglesia. En primer lugar, "el otro, en el cual hay que reconocer a un hermano. Desde que ha sucedido la Navidad de Jesús,cada rostro lleva impreso el rostro del hijo de Dios. Ante todo, cuando es el rostro del pobre, porque como pobre Dios ha entrado en el mundo, y por los pobres se ha dejado visitar".

El segundo lugar para el asombro, según el Papa, "es la historia", que "muchas veces creemos verla por la parte justa, y en cambio nos arriesgamos a leerla del revés". A veces, sucede, "cuando nos parece que la Historia viene determinada por la economía del mercado, las finanzas o los negocios, dominada por los potentes de turno". Frente a ello, apuntó el Papa, "el Dios de la Navidad es un Dios que cambia las cartas. Le gusta hacerlo. Como canta María, es el Señor que depone a los potentes del trono y ensalza a los humildes".

En tercer lugar, "la Iglesia". "Miradla con el asombro de la fe, significa no limitarse a considerarla solamente como una institución religiosa, que lo es, sino sentirla como una madre, que aún entre las manchas y las arrugas, que tenemos tantas, deja transparentar las líneas de la esposa amada por Dios". Una Iglesia, prosiguió Francisco, "que sabe reconocer los múltiples signos de amor fiel que Dios continuamente le envía, una Iglesia por la que el Señor Jesús nunca será una posesión que hay que defender celosamente. Los que hacen esto, se han equivocado".  

En cambio, "Jesús siempre estará con aquel que le viene al encuentro, y que sabe esperar con esperanza y alegría, dando voz a la esperanza del mundo. La Iglesia que llama al Señor: ven Señor Jesús. La Iglesia madre que siempre tiene las puertas abiertas de par en par y los brazos abiertos para acoger a todos". Aún más: "la Iglesia madre que sale de las puertas para buscar, con una sonrisa de madre, a todos los alejados y llevarlos a la misericordia de Dios. Este es el asombro de la Navidad".

En sus saludos posteriores, el Papa recordó "la amada Siria, expresando un gran aprecio por el acuerdo recientemente alcanzado por la comunidad internacional". "Animo a todos -afirmó- a proseguir con un generoso empuje el camino hacia la desaparición de las violencias, y de una solución negociada que lleve a la paz".

"Igualmente pienso en la vecina Libia, donde el reciente compromiso de las partes por un gobierno de unidad nacional invita a la esperanza por el futuro", apuntó el Papa, quien también reclamó "compromiso de colaboración" entre Costa Rica y Nicaragua.

Finalmente, Bergoglio también recordó a las poblaciones de Tamil Nandul, en India, "azotadas recientemente por un grave aluvión", y no se despidió sin bendecir los belenes de los niños de Roma. "Queridos niños: escuchad bien. Cuando recéis delante de vuestro belén, acordaos también de mí, como yo me acuerdo de vosotros. Os lo agradezco y Feliz Navidad".

Palabras del Papa tras el rezo del Angelus. Queridos hermanos y hermanas, también hoy dirijo un pensamiento a la amada Siria, expresando mucho aprecio por el acuerdo apenas alcanzado por la Comunidad internacional. Aliento a todos a continuar con generoso impulso el camino hacia el cese de las violencias y hacia una solución negociada que conduzca a la paz. De igual manera pienso en la cercana Libia, donde el reciente compromiso asumido entre las Partes para un Gobierno de unidad nacional invita a la esperanza para el futuro. Asimismo deseo sostener el compromiso de colaboración al que han sido llamados Costa Rica y Nicaragua. Auspicio que un renovado espíritu de fraternidad refuerce ulteriormente el diálogo y la cooperación recíproca, como también entre todos los Países de la Región.

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