Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia

Evangelio según San Juan 1,19-28. 


Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?". El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías". "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?". Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?". "Tampoco", respondió. Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?". 
Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". 
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tu no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?". Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.

San Gregorio de Nacianzo

San Gregorio de Nacianzo, obispo

En la ciudad de Nacianzo, de la región de Capadocia, muerte de san Gregorio, obispo, cuya memoria se celebra el día dos de enero.

San Gregorio de Nacianzo fue declarado Doctor de la Iglesia y apodado «el teólogo» (título que comparte con el apóstol san Juan), por la habilidad con que defendió la doctrina del Concilio de Nicea. Nació hacia el año 329, en Arianzo de Capadocia. Era hijo de santa Nona y san Gregorio el Mayor. Su padre era un antiguo propietario y magistrado que, después de convertirse al cristianismo junto con su esposa, recibió el sacerdocio y gobernó durante cuarenta y cinco años la diócesis de Nacianzo. Sus hijos, Gregorio y Cesario, recibieron una educación excelente. Después de haber hecho sus primeros estudios en Cesarea de Capadocia, donde conoció a san Basilio, San Gregorio de Nacianzo, que quería ser abogado, pasó a Cesarea, en Palestina, donde había una famosa escuela de retórica. Más tarde volvió a reunirse con su hermano en Alejandría. En aquella época, los estudiantes pasaban con facilidad de una escuela a otra; san Gregorio, después de una corta estancia en Egipto, decidió ir a terminar sus estudios en Atenas. Una furiosa tempestad que sacudió durante varios días la nave en que iba Gregorio, le hizo caer en la cuenta del riesgo en que se hallaba de perder su alma, ya que aún no había recibido el bautismo. Sin embargo, no se bautizó sino hasta varios años después, probablemente porque compartía la creencia de su época de que era muy difícil obtener el perdón de los pecados cometidos después del bautismo. Gregorio pasó diez años en Atenas; casi todo ese tiempo estuvo con san Basilio, de quien llegó a ser íntimo amigo. Otro de sus compañeros, aunque no de sus amigos, fue el futuro emperador Juliano, cuya afectación y extravagancia eran muy poco del gusto de los jóvenes capadocios. Gregorio partió de Atenas a los treinta años de edad, después de aprender cuanto sus maestros podían enseñarle. No sabemos exactamente qué pensaba hacer en Nacianzo; en todo caso, si tenía intenciones de practicar su carrera de leyes o enseñar retórica, modificó sus planes. Gregorio había sido siempre muy devoto; pero por entonces abrazó una forma de vida mucho más austera, transformado, según parece, por una profunda experiencia religiosa, que tal vez fue el bautismo. Basilio, que vivía como solitario en el Ponto, en las riberas del Iris, le invitó a reunirse con él, y Gregorio aceptó al punto. En medio de aquel hermoso paisaje solitario, del que san Basilio nos dejó una bellísima descripción, los dos amigos pasaron un par de años, consagrados a la oración y al estudio; durante ellos, hicieron una colección de extractos de las obras de Orígenes y echaron los fundamentos de la vida monástica de Oriente, cuya influencia había de dejarse sentir también en el Occidente a través de san Benito.

Gregorio tuvo que arrancarse de aquel remanso de paz para ir a ayudar a su padre, que tenía ya ochenta años, en la administración de su diócesis y de sus bienes. Pero el anciano, al que no satisfacía plenamente la ayuda que su hijo le prestaba como laico, le ordenó sacerdote más o menos por la fuerza, con la ayuda de algunos fieles. Aterrorizado al verse elevado a la dignidad sacerdotal, de la que la conciencia de su indignidad le había mantenido alejado hasta entonces, san Gregorio se dejó llevar de su primer impulso y huyó en busca de su amigo Basilio. Sin embargo, diez semanas más tarde, volvió a la casa de su padre, decidido a aceptar las responsabilidades de su vocación. La apología que escribió sobre su fuga es, en realidad, un tratado sobre el sacerdocio, en el que se fundaron cuantos han escrito posteriormente sobre el tema, empezando por san Juan Crisóstomo. Un incidente se encargó pronto de demostrar cuán necesaria era la presencia de Gregorio en Nacianzo: su padre y muchos otros prelados habían aceptado las decisiones del Concilio de Rímini, con la esperanza de ganarse así a los semiarrianos. Esto produjo una violenta reacción entre los mejores católicos, especialmente entre los monjes, y sólo la habilidad de san Gregorio consiguió evitar el cisma. Todavía se conserva el discurso que pronunció el día de la reconciliación, así como dos oraciones fúnebres de la misma época: la de su hermano san Cesario, que había sido médico del emperador en Constantinopla, en el año 369 y la de su hermana santa Gorgonia.

El año 370, san Basilio fue elegido metropolitano de Cesarea. En aquella época, el emperador Valente y el procurador Modesto hacían lo imposible por introducir el arrianismo en Capadocia y san Basilio se convirtió en el principal obstáculo para la realización de sus planes. Con el objeto de disminuir la influencia de este último, Valente dividió la Capadocia en dos provincias e hizo de la ciudad de Tiana la capital de la nueva. El obispo de Tiana, Antimo, reclamó inmediatamente la jurisdicción archiepiscopal sobre la nueva provincia; pero San Basilio arguyó que la nueva división política no afectaba en nada su autoridad de metropolitano. A fin de consolidar su posición, contando con un amigo en el territorio en disputa, san Basilio nombró a san Gregorio obispo de la nueva diócesis de Sásima, ciudad malsana y miserable, que se hallaba situada en la frontera de las dos provincias. Gregorio aceptó contra su voluntad la consagración, pero nunca se trasladó a Sásima, cuyo gobernador era su enemigo declarado. San Basilio acusó de cobardía a san Gregorio, el cual declaró que no estaba dispuesto a batirse por una diócesis. Aunque más tarde volvieron a reconciliarse los dos amigos, san Gregorio quedó herido y su amistad no volvió a ser nunca tan íntima como antes. San Gregorio permaneció, pues, en Nacianzo, actuando como coadjutor de su padre, quien murió al año siguiente. A pesar de su deseo de retirarse a la soledad, san Gregorio tuvo que aceptar el gobierno de la diócesis, hasta que fuese nombrado el nuevo obispo. Pero la enfermedad le obligó a retirarse a Seleucia, el año 375, y allí permaneció cinco años. A la muerte del emperador Valente, cesó la persecución contra la Iglesia. Naturalmente, los obispos decidieron enviar a los más celosos y cultos de sus hombres a las ciudades y provincias que más habían sufrido con la persecución.

La Iglesia de Constantinopla era, sin duda, la que se hallaba en peor estado, ya que estuvo sometida a la influencia de los arrianos, durante treinta o cuarenta años, y no tenía una sola iglesia para reunir a los que habían permanecido fieles al catolicismo. Un consejo episcopal invitó a san Gregorio a encargarse de la restauración de la fe en Constantinopla. Este, cuyo temperamento sensible y pacífico le hacía temer aquel remolino de intrigas, corrupción y violencia, se negó al principio a salir de su retiro, pero finalmente aceptó. Sus pruebas empezaron desde que llegó a Constantinopla, pues el populacho, acostumbrado a la pompa y al esplendor, recibió con recelo a aquel hombrecillo mal vestido, calvo y prematuramente encorvado. San Gregorio se alojó al principio en casa de unos amigos, que pronto se transformó en iglesia, y le dio el nombre de «Anastasia», es decir, el sitio en que la fe iba a resucitar. En aquel reducido santuario se dedicó a predicar e instruir al pueblo. Allí fue donde predicó sus célebres sermones sobre la Santísima Trinidad que le merecieron el título de «el teólogo», por la profundidad con que captó la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Poco a poco creció su fama y la capacidad de su iglesia resultó insuficiente. Por su parte, los arrianos y los apolinaristas no dejaban de esparcir insultos y calumnias contra él. En una ocasión llegaron incluso a irrumpir en la iglesia para arrastrar a san Gregorio a los tribunales. Pero el santo se consolaba al saber que, si la fuerza estaba del lado de sus enemigos, la verdad, en cambio, estaba de su parte; si ellos poseían las iglesias, él tenía a Dios; si el pueblo apoyaba a sus adversarios, los ángeles le sostenían a él. San Gregorio se ganó la estima de los más grandes hombres de su tiempo: san Evagrio del Ponto se trasladó a Constantinopla para ayudarle como archidiácono, y san Jerónimo fue del desierto de Siria a Constantinopla, para oír las enseñanzas de San Gregorio.

Pero siguió la lluvia de pruebas sobre el campeón de Cristo, tanto por parte de los herejes como de sus propios fieles. Un tal Máximo, un aventurero al que el santo había prestado oídos y alabado públicamente, se hizo consagrar obispo por unos prelados que se hallaban de paso en la ciudad y aprovechó una enfermedad de san Gregorio para apoderarse de la sede. Este consiguió imponerse sobre el usurpador, pero el incidente le dolió mucho, sobre todo cuando supo que varios de aquellos a quienes él consideraba amigos habían apoyado a Máximo. En los primeros meses del año 380, el obispo de Tesalónica confirió el bautismo al emperador Teodosio. Poco después, éste promulgó un edicto por el que obligaba a sus súbditos bizantinos a practicar la fe católica, tal como la profesaban el papa y el arzobispo de Alejandría. En Constantinopla, Teodosio puso al obispo arriano ante la disyuntiva de aceptar la fe de Nicea o abandonar la ciudad. El prelado escogió el destierro y Teodosio determinó instalar a san Gregorio en su lugar, ya que hasta entonces había sido prácticamente obispo en Constantinopla, pero no obispo de Constantinopla. Un sínodo confirmó el nombramiento de san Gregorio, quien fue entronizado en la catedral de Santa Sofía, en medio de las aclamaciones del pueblo. Pero su gobierno duró apenas unas cuantos meses. Sus antiguos enemigos se levantaron contra él y la hostilidad no hizo sino aumentar, ante la decisión de san Gregorio sobre el asunto de la sede vacante de Antioquía. El pueblo empezó a dudar sobre la validez de la elección del santo, quien fue objeto de algunos atentados. Tan amante de la paz como siempre, y temeroso de que la inquietud del pueblo llevase al derramamiento de sangre, san Gregorio determinó renunciar a su cargo: «Si mi gobierno de la diócesis produce disturbios -manifestó ante la asamblea-, estoy dispuesto, como Jonás, a dejarme arrojar al mar para calmar la tempestad, aunque no la he provocado yo. Si todos siguiesen mi ejemplo, la Iglesia gozaría pronto de la paz. Yo jamás aspiré a la dignidad que ocupo y la acepté contra mi voluntad. Por consiguiente, si lo juzgáis conveniente, estoy dispuesto a partir». El emperador acabó por dar su consentimiento y san Gregorio pronunció un noble y conmovedor discurso de despedida. Su tarea allí estaba terminada; quedaba encendida de nuevo la llama de la fe, que se había apagado en Constantinopla y la mantuvo encendida en las horas más sombrías por las que había atravesado la Iglesia. Un rasgo característico del santo fue el que mantuvo siempre relaciones cordiales con su sucesor, Nectario, quien le era inferior en todo, excepto en la nobleza del linaje.

San Gregorio pasó algunas temporadas en las posesiones que había heredado y en Nacianzo, donde aún no se había instalado el sucesor de su padre. Pero el año 383, después de lograr que su primo Euladio fuese elegido para ocupar la sede vacante, se retiró por completo a la vida privada, en la paz de su hermoso parque, donde había un bosquecillo y una fuente. Pero aun allí practicaba la mortificación, ya que jamás se calzaba ni encendía fuego. Hacia el fin de su vida, escribió una serie de poemas religiosos, tan bellos como edificantes. Dichos poemas son muy interesantes desde el punto de vista biográfico y literario, ya que el santo cuenta en ellos su vida y sus sufrimientos; su forma exquisita llega, a veces, a lo sublime. La fama de escritor de que ha gozado san Gregorio hasta nuestros días se debe a esos poemas, a sus sermones y a sus deliciosas cartas. San Gregorio murió en su retiro, el año 390. Sus restos, que fueron primero trasladados de Nacianzo a Constantinopla, reposan actualmente en San Pedro de Roma.

San Gregorio gustaba de hablar de la condescendencia que Dios había mostrado a los hombres. En una de sus cartas, escribía: «Admirad la extraordinaria bondad de Dios, que se digna tomar en cuenta nuestros deseos como si tuviesen gran valor. Desea ardientemente que le busquemos y le amemos y recibe nuestras peticiones como si se tratase de un favor o un beneficio que los hombres le hiciésemos. Dios tiene más gozo en dar que nosotros en recibir. Lo único que no soporta es que le pidamos tibiamente y que pongamos límites a nuestras peticiones. Pedirle cosas frívolas sería hacer una ofensa a la liberalidad con que Dios está dispuesto a oírnos».

Las cartas y escritos de san Gregorio, especialmente el largo poema De Vita Sua (que tiene casi dos mil versos) son nuestra principal fuente de información sobre su vida. Desgraciadamente, la aparición de la gran edición benedictina de sus obras sufrió muchas dilaciones. Varios de los editores murieron sucesivamente y el primer volumen de los sermones no vio la luz sino hasta 1778. Cuando se preparaba el segundo volumen, estalló la Revolución Francesa, de suerte que no fue publicado sino hasta 1840. La Academia de Cracovia ha emprendido una nueva edición crítica. Muchos de los antiguos manuscritos de las obras de san Gregorio, algunos de los cuales datan del siglo IX, están adornados con hermosas miniaturas. Ver sobre ellos el artículo de Dom Leclercq (Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. VI, cc. 1667-1710), con numerosas reproducciones de las miniaturas. En inglés, el ensayo del cardenal Newman en Historical Sketches, vol. III , pp. 50-94 conserva todo su valor. En español, el tomo II de la edición BAC de la Patrología de Quasten incluye un extenso artículo. En la serie de catequesis dedicadas a los grandes teólogos y santos, SS Benedicto XVI dedicó dos a san Gregorio Nacianceno, la primera de contenido más biográfico, y la segunda más teológico.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Oremos

Concede, Señor, una fe inquebrantable a tu pueblo, que confiesa y proclama que tu Hijo único, eterno y glorioso como tú, nació de la Virgen María, tomando un cuerpo humano como el nuestro; haz que, por ese misterio inefable, nos veamos libres de las adversidades de esta vida y merezcamos ir después a disfrutar del gozo que no tiene fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Basilio Magno

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Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia

Memoria de san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia. Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia, apodado «Magno» por su doctrina y sabiduría, enseñó a los monjes la meditación de la Escritura, el trabajo en la obediencia y la caridad fraterna, ordenando su vida según las reglas que él mismo redactó. Con sus egregios escritos educó a los fieles y brilló por su trabajo pastoral en favor de los pobres y de los enfermos. Falleció el día uno de enero del año 379. Gregorio, amigo suyo, fue obispo de Sancina, en Constantinopla, y finalmente de Nacianzo. Defendió con vehemencia la divinidad del Verbo, y mereció por ello ser llamado «Teólogo». Murió el 25 de enero del año 390. La Iglesia se alegra de celebrar conjuntamente la memoria de tan grandes doctores.

San Basilio Magno, obispo

Basilio nació en Cesarea, la capital de Capadocia, en el Asia Menor, a mediados del año 329. Por parte de padre y de madre, descendía de familias cristianas que habían sufrido persecuciones y, entre sus nueve hermanos, figuraron san Gregorio de Nissa, santa Macrina la Joven y san Pedro de Sebaste. Su padre, san Basilio el Viejo, y su madre, santa Emelia, poseían vastos terrenos y Basilio pasó su infancia en la casa de campo de su abuela Macrina (venerada también popularmente como santa), cuyo ejemplo y cuyas enseñanzas nunca olvidó. Inició su educación en Constantinopla y la completó en Atenas. Allí tuvo como compañeros de estudio a san Gregorio Nazianceno, que se convirtió en su amigo inseparable, y a Juliano, que más tarde sería el emperador apóstata. Basilio y Gregorio, los dos jóvenes capadocios, se asociaron con los más selectos talentos contemporáneos y, como lo dice éste último en sus escritos, «sólo conocíamos dos calles en la ciudad: la que conducía a la iglesia y la que nos llevaba a las escuelas». Tan pronto como Basilio aprendió todo lo que sus maestros podían enseñarle, regresó a Cesarea. Allí pasó algunos años en la enseñanza de la retórica y, cuando se hallaba en los umbrales de una brillantísima carrera, se sintió impulsado a abandonar el mundo, por consejos de su hermana mayor, Macrina. Esta, luego de haber colaborado activamente en la educación y establecimiento de sus hermanas y hermanos más pequeños, se había retirado con su madre, ya viuda, y otras mujeres, a una de las casas de la familia, en Annesi, sobre el río Iris, para llevar una vida comunitaria.

Fue por entonces, al parecer, que Basilio recibió el bautismo y, desde aquel momento, tomó la determinación de servir a Dios dentro de la pobreza evangélica. Comenzó por visitar los principales monasterios de Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, con el propósito de observar y estudiar la vida religiosa. Al regreso de su extensa gira, se estableció en un paraje agreste y muy hermoso en la región del Ponto, separado de Annesi por el río Iris, y en aquel retiro solitario se entregó a la plegaria y al estudio. Con los discípulos, que no tardaron en agruparse en torno suyo, entre los cuales figuraba su hermano Pedro, formó el primer monasterio que hubo en el Asia Menor, organizó la existencia de los religiosos y enunció los principios que se conservaron a través de los siglos y hasta el presente gobiernan la vida de los monjes en la Iglesia de Oriente. San Basilio practicó la vida monástica propiamente dicha durante cinco años solamente, pero en la historia del monaquismo cristiano tiene tanta importancia como el propio san Benito.
 
Por aquella época, la herejía arriana estaba en su apogeo y los emperadores herejes perseguían a los ortodoxos. En el año 363, se convenció a Basilio para que se ordenase diácono y sacerdote en Cesarea; pero inmediatamente, el arzobispo Eusebio tuvo celos de la influencia del santo y éste, para no crear discordias, volvió a retirarse calladamente al Ponto para ayudar en la fundación y dirección de nuevos monasterios. Sin embargo, Cesarea lo necesitaba y lo reclamó. Dos años más tarde, san Gregorio Nazianceno, en nombre de la ortodoxia, sacó a Basilio de su retiro para que le ayudase en la defensa de la fe del clero y de las Iglesias. Se llevó a cabo una reconciliación entre Eusebio y Basilio; éste se quedó en Cesarea como el primer auxiliar del arzobispo; en realidad, era él quien gobernaba la Iglesia, pero empleaba su gran tacto para que se diera crédito a Eusebio por todo lo que él realizaba. Durante una época de sequía a la que siguió otra de hambre, Basilio echó mano de todos los bienes que le había heredado su madre, los vendió y distribuyó el producto entre los más necesitados; mas no se detuvo allí su caridad, puesto que también organizó un vasto sistema de ayuda, que comprendía a las cocinas ambulantes que él mismo, resguardado con un delantal de manta y cucharón en ristre, conducía por las calles de los barrios más apartados para distribuir alimentos a los pobres. El año de 370 murió Eusebio y, a pesar de la oposición que se puso de manifiesto en algunos poderosos círculos, Basilio fue elegido para ocupar la sede arzobispal vacante. El 14 de junio tomó posesión, para gran contento de san Atanasio y una contrariedad igualmente grande para Valente, el emperador arriano. Por cierto que el puesto era muy importante y, en el caso de Basilio, muy difícil y erizado de peligros, porque al mismo tiempo que obispo de Cesarea, era exarca del Ponto y metropolitano de cincuenta sufragáneos, muchos de los cuales se habían opuesto a su elección y mantuvieron su hostilidad, hasta que Basilio, a fuerza de paciencia y caridad, se conquistó su confianza y su apoyo.

Antes de cumplirse doce meses del nombramiento de Basilio, el emperador Valente llegó a Cesarea, tras de haber desarrollado en Bitinia y Galacia una implacable campaña de persecuciones. Por delante suyo envió al prefecto Modesto, con la misión de convencer a Basilio para que se sometiera o, por lo menos, accediera a tratar algún compromiso. Sin embargo, ni las propuestas de Modesto, ni la amenazante intervención personal del emperador, lograron que el obispo accediese a callar sus objeciones contra el arrianismo o tolerar la admisión de los arrianos en la comunión. Promesas y amenazas fueron inútiles. «Ninguna otra cosa que la violencia podrá doblegar a un hombre semejante», según las propias palabras con que Modesto informó a su señor; pero éste no quería, tal vez por temor, recurrir a la violencia. El emperador Valente se decidió en favor del exilio y se dispuso a firmar el edicto; pero en tres ocasiones sucesivas, la pluma de caña con que iba a hacerlo, se partió en el momento de comenzar a escribir. Como el emperador era un hombre de carácter débil, quedó sobrecogido de temor ante aquella extraordinaria manifestación, confesó que, muy a su pesar, le admiraba la firme determinación de Basilio y, a fin de cuentas, resolvió que, en lo sucesivo, no volvería a intervenir en los asuntos eclesiásticos de Cesarea. Pero apenas terminada esta desavenencia, el santo quedó envuelto en una nueva lucha, provocada por la división de Capadocia en dos provincias civiles y la consecuente reclamación de Antino, obispo de Tiana, para ocupar la sede metropolitana de la Nueva Capadocia. La disputa resultó desafortunada para san Basilio, no tanto por haberse visto obligado a ceder en la división de su arquidiócesis, como por haberse malquistado con su amigo san Gregorio Nazianceno, a quien Basilio insistía en consagrar obispo de Sasima, un miserable caserío que se hallaba situado sobre terrenos en disputa entre las dos Capadocias.
 
Mientras el santo defendía así a la Iglesia de Cesarea de los ataques contra su fe y su jurisdicción, no dejaba de mostrar su celo acostumbrado en el cumplimiento de sus deberes pastorales. Hasta en los días ordinarios predicaba, por la mañana y por la tarde, a asambleas tan numerosas, que él mismo las comparaba con el mar. Sus fieles adquirieron la costumbre de comulgar todos los domingos, miércoles, viernes y sábados. Entre las prácticas que Basilio había observado en sus viajes y que más tarde implantó en su sede, figuraban las reuniones en la iglesia antes del amanecer, para cantar los salmos. Para beneficio de los enfermos pobres, estableció un hospital fuera de los muros de Cesarea, tan grande y bien acondicionado, que san Gregorio Nazianceno lo describe como una ciudad nueva y con grandeza suficiente para ser reconocido como una de las maravillas del mundo. A ese centro de beneficencia llegó a conocérsele con el nombre de Basiliada, y sostuvo su fama durante mucho tiempo después de la muerte de su fundador. A pesar de sus enfermedades crónicas, con frecuencia realizaba visitas a lugares apartados de su residencia episcopal, hasta en remotos sectores de las montañas y, gracias a la constante vigilancia que ejercía sobre su clero y su insistencia en rechazar la ordenación de los candidatos que no fuesen enteramente dignos, hizo de su arquidiócesis un modelo del orden y la disciplina eclesiásticos.

No tuvo tanto éxito en los esfuerzos que realizó en favor de las iglesias que se encontraban fuera de su provincia. La muerte de san Atanasio dejó a Basilio como único paladín de la ortodoxia en el Oriente, y éste luchó con ejemplar tenacidad para merecer ese título por medio de constantes esfuerzos para fortalecer y unificar a todos los católicos que, sofocados por la tiranía arriana y descompuestos por los cismas y las disensiones entre sí, parecían estar a punto de extinguirse. Pero las propuestas del santo fueron mal recibidas, y a sus desinteresados esfuerzos se respondió con malos entendimientos, malas interpretaciones y hasta acusaciones de ambición y de herejía. Incluso los llamados que hicieron él y sus amigos al papa san Dámaso y a los obispos occidentales para que interviniesen en los asuntos del Oriente y allanasen las dificultades, tropezaron con una casi absoluta indiferencia, debido, según parece, a que ya corrían en Roma las calumnias respecto a su buena fe. «¡Sin duda a causa de mis pecados -escribía san Basilio con un profundo desaliento-, parece que estoy condenado al fracaso en todo cuanto emprendo!»

Sin embargo, el alivio no había de tardar, desde un sector absolutamente inesperado. El 9 de agosto de 378, el emperador Valente recibió heridas mortales en la batalla de Adrianópolis y, con el ascenso al trono de su sobrino Graciano, se puso fin al ascendiente del arrianismo en el Oriente. Cuando las noticias de estos cambios llegaron a oídos de san Basilio, éste se encontraba en su lecho de muerte, pero de todas maneras le proporcionaron un gran consuelo en sus últimos momentos. Murió el l de enero del 379, a la edad de cuarenta y nueve años, agotado por la austeridad en que había vivido, el trabajo incansable y una penosa enfermedad. Toda Cesarea quedó enlutada y sus habitantes lo lloraron como a un padre y a un protector; los paganos, judíos y cristianos se unieron en el duelo. Setenta y dos años después de su muerte, el Concilio de Calcedonia le rindió homenaje con estas palabras: «El gran Basilio, el ministro de la gracia que expuso la verdad al mundo entero». Indudablemente que fue uno de los más elocuentes oradores entre los mejores que la Iglesia haya tenido; sus escritos le han colocado en lugar de privilegio entre sus doctores. En la Iglesia de Oriente la fiesta principal de san Basilio se celebra el l de enero, mientras que en Occidente, por concurrencia con la solemnidad de la Virgen María, Madre de Dios, se celebra el 2 de enero, conjuntamente con su amigo san Gregorio Nacianceno.

Muchos de los detalles relevantes en la vida de san Basilio se encuentran en sus cartas, de las cuales se conserva una extensa colección. En una de ellas nos cuenta que él pedía un cumplimiento estricto de la disciplina, lo mismo entre clérigos que entre laicos, y que cierto diácono, que no era malo, pero sí rebelde y un poco alocado, y que solía presentarse en medio de un grupo de muchachas que cantaban himnos y bailaban, tuvo que vérselas con él; con igual determinación combatió la simonía en los puestos eclesiásticos y la admisión de personas indignas entre el clero; luchó contra la rapacidad y la opresión de los funcionarios y llegó a excomulgar a todos los complicados en la «trata de blancas», una actividad muy difundida en Capadocia. Podía reconvenir con temible severidad, pero prefería las maneras suaves y gentiles; como un ejemplo, están sus cartas a una muchacha descarriada y a un clérigo colocado en un puesto de gran responsabilidad, que se estaba mezclando en política; muchos ladrones que sólo aguardaban ser entregados a los jueces para sufrir un castigo terrible, fueron amparados por el santo y devueltos a sus casas en completa libertad, pero con una imborrable amonestación sobre sus conciencias. Pero tampoco se quedaba callado Basilio cuando eran los acaudalados y poderosos quienes quebrantaban sus deberes: «¡Os negáis a dar con el pretexto de que no tenéis lo suficiente para vuestras necesidades! -exclamó en uno de sus sermones-. Pero en tanto que vuestra lengua os excusa, vuestra mano os acusa: ¡ese anillo que resplandece en vuestro dedo os denuncia como mentiroso! ¡Cuántos deudores podrían ser rescatados de la prisión con uno de esos anillos! ¡Cuántas pobres gentes ateridas por el frío se cubrirían con uno solo de vuestros guardarropas! ¡Y sin embargo, vosotros dejáis ir a los pobres de vuestras puertas, con las manos vacías!» No era únicamente a los ricos a quienes imponía la obligación de dar: «¿Dices que tú eres pobre? Bien; pero siempre habrá otros más pobres que tú. Si tienes lo bastante para mantenerte vivo diez días, aquel hombre no tiene suficiente para vivir uno ... No tengáis temor de dar lo poco que tengáis. No coloquéis nunca vuestros propios intereses antes que la necesidad común. Dad vuestro último mendrugo de pan al mendigo que os lo pide y confiad en la misericordia de Dios».
 
Acta Sanctorum, junio, vol. III. La Doctrine ascétique de S. Basile (1932), en S. Basil and Monasticism, de M. G. Murphy (1930) y sobre todo en Die Beiden Regeln des Basilius que escribió F. Laun, en Zeistchrift /. Kirchengeschichte, vol. XLIV (1933), pp. 1-61. En español, el tomo II de la edición BAC de la Patrología de Quasten incluye un extenso artículo, así como referencias en todo el resto de los Padres relacionados.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI.Oración de agradecimiento
San Basilio el grande

O Maestro, Cristo nuestro Dios, Rey de las edades, creador de todas las cosas; Yo te agradezco por todos los favores que tu me has concedido, y por haberme dado tus puros misterios dadores de vida. Yo te suplico, O Dios lleno de gracia, quien amas a la humanidad, mantenme bajo tu protección y bajo la sombra de tus alas; concede que hasta mi último aliento, Yo pueda dignamente recibir tus Santos Misterios con una conciencia clara para la remisión de mis pecados y para la vida eterna. 
Porque tú eres el Pan de la Vida, la fuente de la santidad, y el proveedor de todas las gracias, y nosotros te glorificamos junto con el Padre, y tu Espíritu Santo, ahora y siempre, y para siempre. Amén.


Señor Dios, que te dignaste instruir a tu Iglesia con la vida y doctrina de san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, haz que busquemos humildemente tu verdad y la vivamos fielmente en el amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

Juan Escoto Erigena (¿- c. 870), monje benedictino, irlandés 
Homilía sobre el Prólogo de Juan, cap. 15

«En medio de vosotros hay uno que no conocéis: es el que viene detrás de mí»

Como es lógico Juan, el evangelista, es el que introduce a Juan Bautista dentro de su discurso sobre Dios, «una sima grita a otra sima» en la voz de los misterios divinos (Sl 41,8): el evangelista narra la historia del Precursor. El que ha recibido la gracia de conocer «la Palabra que ya existía en el principio (Jn 1,1) nos informa sobre aquel que ha recibido la gracia de venir antes que la Palabra encarnada... No dice simplemente: surgió un enviado de Dios, sino «surgió un hombre (Jn 1,6). Habla así con el fin de distinguir al Precursor, que participa tan sólo de la humanidad, del hombre que, uniendo estrechamente en él divinidad y humanidad, vino después; ello con el fin de separar la voz que pasa de la Palabra que permanece para siempre de modo inmutable, para sugerir que uno es la estrella de la mañana que aparece en la aurora del Reino de los cielos, y declarar que este otro es el Sol de justicia que le sucede (Ml 3,20). Distingue al testigo del que lo envía, la lámpara vacilante de la luz espléndida que llena el universo (cf Jn 5,35) y que disipa las tinieblas de la muerte y de los pecados para todo el género humano... 

      «Un hombre fue enviado.» ¿Por quién? Por el Dios Palabra a quien ha precedido. Su misión era ser Precursor. Es con un grito que envía su  palabra delante de él: «Una voz grita en el desierto» (Mt 3,3). El mensajero prepara la venida del Señor. «Se llamaba Juan» (Jn 1,6) significando que la gracia le ha sido dada para ser el Precursor del Rey de reyes, el revelador de la Palabra desconocida. El que bautizaría en vistas al nacimiento espiritual, el que, a través de su palabra y su martirio, sería el testigo de la luz eterna.

Primer Testimonio de Juan

Juan 1, 19-28. Navidad. Uno de los personajes clave que aparecen en escena antes de la predicación de Jesús es Juan el Bautista.



Oración introductoria


Señor, ciertamente no soy digno de tu Amor, por eso te pido ilumines este tiempo de oración para que sepa poner a un lado todo aquello que me separe de Ti. Necesito de tu fortaleza y de tu guía para enderezar mi camino. Háblame Señor, te escucho.


Petición


¡Mucha humildad te pido para cumplir lo que me pides! Que imite a Juan que supo hacerlo de modo excelente, aun a costa de su vida.


Meditación del Papa Francisco


Anunciando a Jesucristo, Juan no se apoderó de la profecía, él, es el icono de un discípulo. ¿Dónde ha estado el origen de esta actitud del discípulo? En un encuentro. El Evangelio nos habla del encuentro de María e Isabel, cuando Juan bailó de alegría en el vientre de Isabel. Eran primos. Quizá se han encontrado después algunas veces. Y ese encuentro ha llenado de alegría, de tanta alegría el corazón de Juan y lo ha transformado en discípulo. Juan es el hombre que anuncia a Jesucristo, que no se pone en el sitio de Jesucristo y que sigue el camino de Jesucristo.

Nos hará bien hoy, a nosotros, preguntarnos sobre nuestro discipulado: ¿anunciamos a Jesucristo? ¿Aprovechamos o no aprovechamos nuestra condición de cristianos como si fuera un privilegio? Juan no se apoderó de la profecía. ¿Vamos sobre el camino de Jesucristo? ¿El camino de la humillación, de la humildad, del abajamiento, del servicio? Y si nosotros encontramos que no estamos parados en esto, preguntarnos: '¿Pero cuándo ha sido mi encuentro con Jesucristo, ese encuentro me llenó de alegría?' Y volver al encuentro, volver a la primera Galilea del encuentro. ¡Todos nosotros tenemos una! ¡Volver a encontrarla! Reencontrarnos con el Señor e ir adelante sobre este camino tan bello, en el cual Él debe crecer y nosotros disminuir. (Cf. S.S. Francisco, 7 de febrero de 2014, homilía en Santa Marta).

Reflexión


Uno de los personajes clave que aparecen en escena antes de la predicación de Jesús es Juan el Bautista. Como buen precursor, toma siempre la delantera para preparar la llegada del Mesías y ofrecerle un pueblo bien dispuesto; para "hacer volver -como dice el profeta Malaquías- el corazón de los padres hacia los hijos, y convertir el corazón de los hijos hacia los padres". Es este mismo profeta quien, refiriéndose a la misión del nuevo Elías, anuncia a Israel esta promesa de parte de Dios: "He aquí que Yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará el camino delante de mí" (Mal 3,1). Y sabemos que Jesús, en el Evangelio, siempre que habla de Elías se refiere a Juan el Bautista.
Pero, ¿quién este Juan Bautista? El evangelista san Juan nos dice que "éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz y para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz"(Jn 1, 7-8). Su misión es, por tanto, hablar en nombre de otro y dar testimonio en favor de otro. ¡Mucha humildad se necesita para cumplir esta misión! Y Juan supo hacerlo de modo excelente, aun a costa de su vida. Cuando se presentaron ante él los sacerdotes y levitas, enviados por las autoridades judías desde Jerusalén, confesó con toda claridad: "Yo no soy el Mesías" –respondió sin rodeos–. Y, sin las falsas modestias típicas de las mojigatas, también declaró que él no era Elías, ni el Profeta. Él, simple y llanamente se autodefinía "la voz". Sí, "la voz que grita en el desierto", como dijo Isaías.
Pero, ¿para qué sirve una voz que grita en el desierto? ¿es que alguien puede escucharla? El desierto significa que tenemos que hacer espacios de silencio en la soledad de nuestro interior para acoger esta voz; y también que hemos de saber desprendernos de las cosas materiales que nos disipan y nos distraen para poder concentrarnos en lo esencial.
San Agustín comenta bellamente este pasaje en uno de sus sermones diciendo que "Juan era la voz y Cristo la Palabra eterna del Padre". El sonido de la voz de Juan permitió a Jesús pronunciar la Palabra de vida y hacerla llegar hasta nuestro corazón. Juan cumplió su misión de voz y desapareció: "Conviene que Él crezca -dirá en otro momento– y que yo disminuya".
Pero el mensaje de esta voz es de una grandísima profundidad y trascendencia: "Preparad los caminos del Señor" –clama esta voz–. Preparar los caminos del Señor significa abandonar el pecado y acercarnos a la gracia; significa aprender a ser humildes, como Juan Bautista, dejar entrar al Señor en nuestro corazón y que Él sea quien rija el destino de nuestra existencia. Significa también estar con el corazón atento para poder descubrir a Dios que viene a nosotros, pues tal vez por su humildad, su silencio y su sencillez, podría pasarnos desapercibido, como sucedió a los judíos: "En medio de vosotros hay uno –les decía el Bautista– a quien no conocéis, al que yo no soy digno de desatar la correa de la sandalia".


Propósito


Ojalá, pues, que seamos dóciles a esta voz que grita en el desierto y sigamos "preparando los caminos del Señor". Que cuando Cristo venga, nos encuentre a todos con el alma bien dispuesta, prontos para escuchar su palabra, para acoger su mensaje y recibir su salvación.


Diálogo con Cristo


Necesito ser más humilde, Señor, para permanecer cerca de Ti, conociendo y haciendo vida tu Evangelio. Tú eres la única fuente de la santidad, nada puedo ni debo hacer al margen de tu voluntad. De nada me sirve la fama, ni los bienes, lo único que me debe importar es permanecer unido a tu gracia para poder realizar la misión que me has encomendado.


Los Magos maestros de humildad, no confiaron en su sabiduría


Estos personajes no son los últimos, sino los primeros que saben reconocer el mensaje de la estrella. SS Benedicto XVI 



Los Magos fueron los primeros de la larguísima fila de aquellos que han sabido encontrar a Cristo en su propia vida y que han conseguido llegar a Aquel que es la luz del mundo, porque tuvieron humildad y no confiaron sólo en su propia sabiduría.


A Belén, no los poderosos y los reyes de la tierra, sino unos Magos, personajes desconocidos, quizás vistos con sospecha, en todo caso indignos de particular atención.
Estos personajes procedentes de Oriente no son los últimos, sino los primeros de la gran procesión de aquellos que, a través de todas las épocas de la historia, saben reconocer el mensaje de la estrella, saben caminar por los caminos indicados por la Sagrada Escritura y saben encontrar, así, a Aquél que es aparentemente débil y frágil, pero que en cambio es capaz de dar la alegría más grande y más profunda al corazón del hombre.


En Él, de hecho, se manifiesta la realidad estupenda de que Dios nos conoce y está cerca de nosotros, de que su grandeza y poder no se expresan en la lógica del mundo, sino en la lógica de un niño inerme, cuya fuerza es sólo la del amor que se nos confía.


Los dones de los Magos, acto de justicia


Los Magos llevaron en regalo a Jesús oro, incienso e mirra. "No son ciertamente dones que respondan a necesidades primarias", en aquel momento la Sagrada Familia habría tenido ciertamente mucha más necesidad de algo distinto que el incienso y la mirra, y tampoco el oro podía serle inmediatamente útil.


Estos dones, sin embargo, tienen un significado profundo: son un acto de justicia.


Según la mentalidad oriental, representan el reconocimiento de una persona como Dios y Rey: es decir, son un acto de sumisión.


La consecuencia que deriva de ello es inmediata. Los Magos no pueden ya proseguir por su camino. Han sido llevados para siempre al camino del Niño, la que les hará desentenderse de los grandes y los poderosos de este mundo y les llevará a Aquel que nos espera entre los pobres, el camino del amor que por sí solo puede transformar el mundo.


No sólo, por tanto, los Magos se han puesto en camino, sino que desde aquel acto ha comenzado algo nuevo, se ha trazado una nueva vía, ha bajado al mundo una nueva luz que no se ha apagado.


Esa luz, no puede ya ser ignorada en el mundo: los hombres se moverán hacia aquel Niño y serán iluminados por la alegría que solo Él sabe dar.


La importancia de la humildad


Sin embargo, aunque los pocos de Belén que reconocieron al Mesías se han convertido en muchos a lo largo de la historia, los creyentes en Jesucristo parecen ser siempre pocos.


Muchos han visto la estrella, pero son pocos los que han entendido su mensaje.


¿Cuál es la razón por las que unos ven y encuentren, y otros no? ¿Qué es lo que abre los ojos y el corazón? ¿Qué les falta a aquellos que permanecen indiferentes, a aquellos que indican el camino pero no se mueven?


El obstáculo que lo impide, es la demasiada seguridad en sí mismos, la pretensión de conocer perfectamente la realidad, la presunción de haber ya formulado un juicio definitivo sobre las cosas volviendo cerrados e insensibles sus corazones a la novedad de Dios.


Lo que falta es la humildad auténtica, que sabe someterse a lo que es más grande, pero también el auténtico valor, que lleva a creer a lo que es verdaderamente grande, aunque se manifieste en un Niño inerme.


Falta la capacidad evangélica de ser niños en el corazón, de asombrarse, y de salir de sí para encaminarse en el camino que indica la estrella, el camino de Dios.


El Señor sin embargo tiene el poder de hacernos capaces de ver y de salvarnos.

Pido a Dios que nos de un corazón sabio e inocente, que nos consienta ver la estrella de su misericordia, nos encamine en su camino, para encontrarle y ser inundados por la gran luz y por la verdadera alegría que él ha traído a este mundo.

Benedicto XVI, Solemnidad de la Epifanía del Señor

La tradición de la venida de la Virgen a Zaragoza

El 2 de enero del año 40, cuando aún no había muerto la Santísima Virgen, se apareció gloriosa a Santiago y le entregó el Pilar


La tradición de la venida de la Virgen a Zaragoza en carne mortal es el asunto central que da sentido a todo lo que rodea el mundo del Pilar. Se trata de una piadosa tradición, según la cual, el apóstol Santiago el Mayor se encontraba en Cesaraugusta, a las orillas del río Ebro, junto a un pequeño grupo de conversos que habían escuchado y creído su predicación. Pero los cesaraugustanos resultaban bastante duros de oído y de corazón, y el apóstol vio flaquear sus fuerzas y comenzaba a preguntarse si tenía sentido seguir predicando el mensaje de Jesús en esta tierra. Cuando su flaqueza, por el desánimo, le hizo perder su entereza, vio a María, la madre de Jesús, en una gloriosa aparición, rodeada de ángeles que, desde Jerusalén (aún no había muerto María), venía para confortarle y renovar sus ánimos. La Santísima Virgen entregó a Santiago el Pilar, la Columna de jaspe que hoy sostiene su imagen, como símbolo de la fortaleza que debía tener su fe.  Esto sucedía en la madrugada del día dos de enero del año cuarenta del siglo primero. María conversó con Santiago y le encargó le fuera levantado un templo en ese mismo lugar.

Según la misma tradición, la Columna (Pilar) que la Virgen diera a Santiago permanece en el mismo lugar desde entonces. Posiblemente, este relato no soportara la crítica histórica más elemental, pero creemos que ese no es el camino correcto para acercarse a la comprensión de esta tradición o de otras apariciones marianas. Es el camino de la piedad del pueblo cristiano, el camino del misterio de lo escondido y lo que es oculto a nuestros ojos, lo que produce en nosotros una apertura a la trascendencia, un intento de aceptar con el corazón lo que ha resistido el paso de los siglos y que nuestra racionalidad no logra alcanzar. Nosotros vivimos unos años, unas décadas en el mejor de los casos, pero tradiciones como ésta perduran durante generaciones y generaciones. Y con la mínima humildad que a uno le exige la vivencia cristiana, acaba por reconocer que no es quién para negar el legado de sus padres y de sus antepasados, ni tampoco el de su comunidad cristiana. Finalmente, percibiendo el amor y la presencia de María en la propia vida personal y en la vida de la comunidad eclesial aragonesa, uno acaba dirigiendo una respuesta también de amor hacia nuestra Madre, la Madre de Dios, y, lleno de emoción y con lágrimas en los ojos, canta aquella jaculatoria cada día ante su camarín: Bendita y alabada sea la hora en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza.

El día 2 de enero de cada año comienza en la Basílica del Pilar con una Vigilia Eucarística, que suele presidir el Arzobispo de Zaragoza, y que conmemora la Venida de la Virgen a esta ciudad bimilenaria. En recuerdo también de esta fecha solemne, la imagen de la Virgen del Pilar se presenta sin manto ante los fieles cada día 2 de los doce meses del año.

Desde donde contemplamos a la Virgen, en el templo del Pilar, sólo podemos ver una de las chapas de plata que recubren la Sagrada Columna. Sin embargo, la propia columna de jaspe se muestra a los fieles y es venerada en la parte de atrás de donde se erige con la imagen gótica de Santa María. El propio papa Juan Pablo II besó el Pilar de la Virgen en sus dos visitas a Zaragoza, los años 1982 y 1984, respectivamente. El Papa Wojtyla se interesó personalmente en ver la Sagrada Columna y poder contemplar a la Virgen sin manto. En su primera visita lo dijo; en la segunda se le quiso complacer.

Hasta que el templo del Pilar llegó a ser la Basílica actual, han pasado muchos siglos, muchas actuaciones y muchas edificaciones. Según las investigaciones actuales, en el siglo I hubo una capilla dedicada a la Virgen María (¿primer templo mariano del mundo cristiano?), a orillas del río y que con toda probabilidad se encontraba en el interior de una casa romana. En el siglo IV pasó a ser un templo de veneración pública. Después fue una iglesia visigótica. Finalmente, el templo barroco de la actualidad sustituyó a un templo gótico anterior en los siglos XVI y XVII.

El Papa, en uno de sus gestos típicos

También presidirá la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia
Hitos del Papa en 2016: Viaje a méxico, reforma de la Curia y canonización de Madre Teresa
La Iglesia universal celebrará asimismo durante 2016 el Jubileo de la Misericordia
José Manuel Vidal, 02 de enero de 2016 a las 11:10
En Roma, tendrá lugar un 'Jubileo de los presos', de los sanitarios, de los jóvenes, de los diáconos, de los sacerdotes, de los catequistas o el 'Jubileo mariano'

 

El Papa Francisco viajará México, culminará la reforma de la Curia romana, presidirá la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Cracovia y canonizará a la Madre Teresa de Calcuta en el año 2016 que comienza y en el que cumplirá su tercer año como pontífice.

Francisco ha comenzado el nuevo año pronunciando el mensaje de la 49 Jornada Mundial de la Paz, en el que llama a los católicos a vencer la indiferencia y a conquistar la paz, y en una semana bautizará a varios hijos de funcionarios del Vaticano en una ceremonia en la basílica de San Pedro.

Apenas unas semanas después, el 12 de febrero, aterrizará en Ciudad de México. Será su cuarto viaje a América, su continente natal, que visitó por primera vez en julio de 2013 con motivo de la JMJ de Río de Janeiro. Dos años después visitó Ecuador, Bolivia y Paraguay, y Estados Unidos y Cuba.

En México, el Papa se reunirá con el presidente Enrique Peña Nieto, el cuerpo diplomático y obispos en el Palacio Nacional y celebrará una misa en la Basílica de Guadalupe. El lunes 15, viajará a Chiapas, para realizar un programa de actividades en comunidades indígenas de San Cristóbal de las Casas.

El martes 16, visitará Morelia, Michoacán, para celebrar una misa, además de reunirse con varios grupos de jóvenes. Por último, el miércoles 17 visitará Ciudad Juárez, Chihuahua, donde se reunirá con reclusos y representantes laborales, antes de regresar a Roma.

A finales de febrero está previsto que se retome en el Vaticano el juicio del escándalo conocido como 'Vatileaks 2' por filtración de secretos y documentos clasificados de la Santa Sede que ha sentado en el banquillo de los acusados a cinco personas, entre ellas al sacerdote español Lucio Ángel Vallejo Balda.

El resto de imputados son la exrelaciones públicas italiana Francesca Chaouqui, el excolaborador de Vallejo Balda, Nicola Maio, y los periodistas Gianluigi Nuzzi y Emiliano Fittipaldi, autores de los libros que publicaron los documentos confidenciales.

CAMBIOS EN LA CURIA ROMANA

Además, será un año en el que quedará totalmente definida la reforma de la Curia romana y la aprobación de la Constitución Apostólica, que supondrá un cambio profundo en el funcionamiento de la Santa Sede. Hasta ahora, el Consejo de nueve cardenales que ayudan al Papa en el gobierno de la Iglesia, ha ultimado el proyecto de simplificación de la Curia vaticana que reducirá los diversos consejos pontificios en dos grandes departamentos, uno dedicado a "laicos y familia" y otro dedicado a "caridad y justicia".

De forma paralela, se ha ido definiendo la reforma económica, con la creación de la secretaría y el consejo de Economía y el saneamiento del banco del Vaticano.

Por otro lado, en verano, del 25 al 31 de julio, el Papa tendrá una cita con los jóvenes del mundo en la JMJ de Cracovia (Polonia), la ciudad de la que el beato Juan Pablo II fue arzobispo desde 1962 y cardenal desde 1967 hasta el 16 de octubre de 1987, cuando fue elegido pontífice tras la muerte de Juan Pablo I.

De forma transversal a todos estos acontecimientos, la Iglesia universal celebrará durante 2016 el Jubileo de la Misericordia, que comenzó el pasado 8 de diciembre de 2015 y que durará hasta el 20 de noviembre de 2016. Entre los actos previstos para esta ocasión, destacan una ceremonia con presos en la basílica del Vaticano y la canonización de la Madre Teresa de Calcuta.

Según indicó el presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, monseñor Rino Fisichella, principal responsable del calendario del Jubileo, durante la presentación del primer esquema de eventos, se está barajando la posibilidad de celebrar en el Vaticano un 'Jubileo de los presos' que incluirá la participación de algunos detenidos en una ceremonia en la basílica de San Pedro el 6 de noviembre de 2016.

EVENTOS MULTITUDINARIOS

Otro de los momentos más multitudinarios del Jubileo de la Misericordia será la ceremonia de canonización de la madre Teresa de Calcuta, que será santificada el 4 de septiembre de 2016. Francisco aprobó el milagro que la reconoce como santa el pasado jueves 18 de diciembre, tras recibir en audiencia privada al prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal Angelo Amato, encargado de instruir estos procesos.

Este Jubileo de la Misericordia tiene un carácter "extraordinario" y no sigue el ritmo tradicional de los jubileos ordinarios que se celebran cada 25 ó 50 años, de manera que no será como el Año Santo de 2000, a nivel logístico, aunque sí tendrá varios grandes eventos que se espera congreguen en Roma a millones de peregrinos.

Además de las diversas ceremonias de apertura de las Puertas Santas de las tres basílicas (la de San Juan de Letrán fue abierta el 13 de diciembre de 2015 y faltan la de Santa María Mayor, que se abrió el 1 de enero y la de San Pablo extramuros, el 25 de enero), están previstos varios eventos especiales.

Así, las personas que trabajan en el ámbito de la sanidad celebrarán el Jubileo del 19 al 21 de enero; los religiosos, el 2 de febrero, con el día de la clausura del Año de la vida consagrada; la Curia romana, el próximo 22 de febrero; los jóvenes de entre 13 y 16 años, el 24 de abril; los diáconos, el 29 de mayo; los sacerdotes, el 3 de junio; y los catequistas, el 25 de septiembre. Mientras, el Jubileo mariano tendrá lugar los días 8 y 9 de octubre. (RD/Ep)

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