«Nacido antes de todos los siglos..., tomó carne de la Virgen María»
- 03 Enero 2016
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- 03 Enero 2016
Evangelio según San Juan 1,1-18.
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.
Santísimo Nombre de Jesús
El santísimo Nombre de Jesús, a cuyo solo nombre toda rodilla se dobla, en el cielo, en la tierra y en el abismo, para gloria de la Divina Majestad. Honramos el Nombre de Jesús no porque creamos que existe un poder intrínseco escondido en las letras que lo componen, sino porque el nombre de Jesús nos recuerda todas las bendiciones que recibimos a través de Nuestro Santo Redentor.
Para agradecer estas bendiciones reverenciamos el Santo Nombre, así como honramos la Pasión de Cristo honrando Su Cruz (Colvenerius, "De festo SS. Nominis", ix). Descubrimos nuestras cabezas y doblamos nuestras rodillas ante el Santísimo Nombre de Jesús.
Él da sentido a todos nuestros afanes, como indicaba el emperador Justiniano en su libro de leyes: "En el Nombre de Nuestro Señor Jesús empezamos todas nuestras deliberaciones". El Nombre de Jesús, invocado con confianza:
> Brinda ayuda a necesidades corporales, según la promesa de Cristo: "En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Marcos 16, 17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hechos 3, 6; 9, 34) y vida a los muertos (Hechos 9, 40).
> Da consuelo en las aflicciones espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador al padre del Hijo Pródigo y del Buen Samaritano; le recuerda al justo el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.
> Nos protege de Satanás y sus engaños, ya que el Demonio teme el Nombre de Jesús, Quien lo ha vencido en la Cruz.
> En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: "lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre." (Juan 16, 23). Por eso la Iglesia concluye todas sus plegarias con las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor", etc.
Así se cumple la palabra de San Pablo: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos." (Fil 2, 10).
Un especial devoto del Santísimo Nombre fue San Bernardo, quien habla de él con especial ardor en muchos de sus sermones. Pero los promotores más destacados de esta devoción fueron San Bernardino de Siena y San Juan Capistrano.
Llevaron consigo en sus misiones en las turbulentas ciudades de Italia una copia del monograma del Santísimo Nombre, rodeado de rayos, pintado en una tabla de madera, con el cual bendecían a los enfermos y obraban grandes milagros. Al finalizar sus sermones mostraban el emblema a los fieles y les pedían que se postraran a adorar al Redentor de la humanidad.
Les recomendaban que tuviesen el monograma de Jesús ubicado sobre las puertas de sus ciudades y sobre las puertas de sus viviendas (cf. Seeberger, "Key to the Spiritual Treasures", 1897, 102). Debido a que la manera en que San Bernardino predicaba esta devoción era nueva, fue acusado por sus enemigos y llevado al tribunal del Papa Martín V. Pero San Juan Capistrano defendió a su maestro tan exitosamente que el papa no sólo permitió la adoración del Santísimo Nombre, sino que asistió a una procesión en la que se llevaba el Santo Monograma. La tabla usada por San Bernardino es venerada en Santa María en Ara Coeli en Roma.
El emblema o monograma que representa el Santísimo Nombre de Jesús consiste de las tres letras: IHS. En la mal llamada Edad Media el Nombre de Jesús se escribía: IHESUS; el monograma contiene la primera y la última letra del Santísimo Nombre.
Se encuentra por primera vez en una moneda de oro del siglo VIII: DN IHS CHS REX REGNANTIUM (El Señor Jesucristo, Rey de Reyes). Algunos equivocadamente sostienen que las tres letras son las iniciales de "Jesús Hominum Salvator" (Jesús Salvador de los Hombres).
Los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de su Sociedad, añadiéndole una cruz sobre la H y tres clavos bajo ella. Consecuentemente se inventó una nueva explicación del emblema, pretendiendo explicar que los clavos eran originalmente una "V", y que el monograma significaba "In Hoc Signo Vinces" (En Esta Señal deben Conquistar), palabras que, de acuerdo a un registro muy antiguo, vio Constantino en los cielos bajo el signo de la Cruz antes de la batalla en el puente Milvian (312)-
También se sostiene que Urbano IV y Juan XXII concedieron una indulgencia de treinta días a aquellos que añadieran el nombre de Jesús al Ave María o se hincaran, o por lo menos hicieran una venia con las cabezas al escuchar el Nombre de Jesús (Alanus, "Psal. Christi et Mariae", i, 13, and iv, 25, 33; Michael ab Insulis, "Quodlibet", v; Colvenerius, "De festo SS. Nominis", x).
Esta afirmación puede ser cierta; pero fue gracias a los esfuerzos de San Bernardino que la costumbre de añadir el Nombre de Jesús al Ave María fue difundida en Italia, y de ahí a la Iglesia Universal. Pero hasta el siglo XVI era desconocida en Bélgica (Colven., op. Cit., x), mientras que en Bavaria y Austria los fieles aún añaden al Ave María las palabras: "Jesús Christus" (ventris tui, Jesús Christus).
Sixto V (2 de julio de 1587) concedió una indulgencia de cincuenta días a la jaculatoria: "¡Bendito sea el Nombre del Señor!" con la respuesta "Ahora y por siempre", o "Amén". En el sur deAlemania los campesinos se saludan entre ellos con esta fórmula piadosa.
Sixto V y Benedicto XIII concedieron una indulgencia de cincuenta días para todo aquél que pronuncie el Nombre de Jesús reverentemente, y una indulgencia plenaria al momento de la muerte.
Estas dos indulgencias fueron confirmadas por Clemente XIII, el 5 de septiembre de 1759. Tantas veces como invoquemos el Nombre de Jesús y de María ("¡Jesús!", "¡Maria"!) podremos ganar una indulgencia de 300 días, por decreto de Pío X, el 10 de octubre de 1904.
Es también necesario, para ganar la indulgencia papal al momento de la muerte, pronunciar aunque sea mentalmente el Nombre de Jesús.
LETANÍA DEL SANTO NOMBRE DE JESÚS
-Señor, ten piedad de nosotros -Cristo, ten piedad de nosotros-Señor, ten piedad de nosotros -Cristo, óyenos -Cristo, escúchanosSe repite
-Dios, Padre celestial, -Dios Hijo, Redentor del mundo, -Dios Espíritu Santo,
-Santísima Trinidad, un solo Dios, -Jesús, hijo de Dios vivo, -Jesús, esplendor del Padre,
-Jesús, pureza de la luz eterna, -Jesús, rey de la gloria, -Jesús, sol de justicia,
-Jesús, hijo de la Virgen María, -Jesús, amable, -Jesús, admirable, -Jesús, Dios fuerte,
-Jesús, padre del siglo futuro, -Jesús, mensajero del plan divino, -Jesús, todopoderoso,
-Jesús, pacientísimo, -Jesús, obedientísimo, -Jesús, manso y humilde de corazón,
-Jesús, amante de la castidad, -Jesús, amador nuestro, -Jesús, Dios de paz,
-Jesús, autor de la vida, -Jesús, modelo de virtudes, -Jesús, celoso de la salvación de las almas, -Jesús, nuestro Dios, -Jesús, nuestro refugio, -Jesús, padre de los pobres,
-Jesús, tesoro de los fieles, -Jesús, pastor bueno, -Jesús, verdadera luz,
-Jesús, sabiduría eterna, -Jesús, bondad infinita, -Jesús, camino y vida nuestra,
-Jesús, alegría de los ángeles, -Jesús, rey de los patriarcas, -Jesús, maestro de los apóstoles, -Jesús, doctor de los evangelistas, -Jesús, fortaleza de los mártires,
-Jesús, luz de los confesores, -Jesús, pureza de las vírgenes, -Jesús, corona de todos los santos,Ten misericordia de nosotros. -Senos propicioPerdónanos, Jesús.
-Senos propicioEscúchanos, Jesús. -De todo mal, -De todo pecado, -De tu ira,
-De las asechanzas del demonio, -Del espíritu impuro, -De la muerte eterna,
-Del menosprecio de tus inspiraciones, -Por el misterio de tu santa encarnación,
-Por tu natividad, -Por tu infancia, -Por tu divinísima vida, -Por tus trabajos,
-Por tu agonía y Pasión, -Por tu cruz y desamparo, -Por tus sufrimientos,
-Por tu muerte y sepultura, -Por tu resurrección, -Por tu ascensión,
-Por tu institución de la santísima Eucaristía, -Por tus gozos, -Por tu gloria,Líbranos, Jesús.-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,Perdónanos, Jesús.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,Escúchanos Jesús.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,Ten misericordia de nosotros Jesús.
-Jesús, óyenos. -Jesús, escúchanosSe repite
ORACIÓN
Te pedimos Señor, que quienes veneremos el Santísimo Nombre de Jesús disfrutemos en esta vida de la dulzura de su gracia y de su gozo eterno en el Cielo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amen
Dios nuestro, que quisiste que en el parto de la Santísima Virgen María la carne de tu Hijo no quedase sometida a la antigua sentencia dada al género humano, concédenos, ya que por el nacimiento de Cristo hemos entrado a participar de esta renovación de la criatura, que nos veamos libres del contagio de la antigua condición. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
San Máximo de Turín (¿-c. 420), obispo. Sermón 10, sobre la Natividad del Señor, PL 57,24
«Nacido antes de todos los siglos..., tomó carne de la Virgen María» (Credo)
Leemos, queridos hermanos, que en Cristo hay dos nacimientos; tanto el uno como el otro son expresión de un poder divino que nos sobrepasa absolutamente. Por un lado, Dios engendra a su Hijo a partir de él mismo; por el otro, una virgen lo concibió por intervención de Dios... Por un lado, nace para crear la vida; por el otro, para quitar la muerte. Allí, nace de su Padre; aquí, nace a través de los hombres. Por ser engendrado por el Padre, es el origen del hombre; por su nacimiento humano, libera al hombre. Ni una ni otra forma de nacimiento se pueden expresar propiamente y al mismo tiempo son inseparables...
Cuando enseñamos que hay dos nacimientos en Cristo, no queremos decir que el Hijo de Dios nace dos veces, sino que afirmamos la dualidad de naturaleza en un solo y único Hijo de Dios. Por una parte, nace lo que ya existía; por otra parte se produce lo que todavía no existía. El bienaventurado evangelista Juan lo afirma con estas palabras: «En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios», y también: «La Palabra se hizo carne».
Así pues, Dios que estaba junto a Dios salió de él, y la carne de Dios que no estaba en él salió de una mujer. Así el Verbo se hizo carne, no de manera que Dios quede diluido en el hombre, sino para que el hombre sea gloriosamente elevado en Dios. Por eso Dios no nació dos veces, sino que hubo dos géneros de nacimientos – a saber el de Dios y el del hombre- por los cuales el Hijo único del Padre ha querido ser al mismo tiempo Dios y hombre en una sola persona: «¿Quién podría contar su nacimiento?» (Is 53,8 Vulg)
Recuperar a Jesús
Los creyentes tenemos múltiples y muy diversas imágenes de Dios. Desde niños nos vamos haciendo nuestra propia idea de él, condicionados, sobre todo, por lo que vamos escuchando a catequistas y predicadores, lo que se nos transmite en casa y en el colegio o lo que vivimos en las celebraciones y actos religiosos.
Todas estas imágenes que nos hacemos de Dios son imperfectas y deficientes, y hemos de purificarlas una y otra vez a lo largo de la vida. No lo hemos de olvidar nunca. El evangelio de Juan nos recuerda de manera rotunda una convicción que atraviesa toda la tradición bíblica: «A Dios no lo ha visto nadie jamás».
Los teólogos hablamos mucho de Dios, casi siempre demasiado; parece que lo sabemos todo de él: en realidad, ningún teólogo ha visto a Dios. Lo mismo sucede con los predicadores y dirigentes religiosos; hablan con seguridad casi absoluta; parece que en su interior no hay dudas de ningún género: en realidad, ninguno de ellos ha visto a Dios.
Entonces, ¿cómo purificar nuestras imágenes para no desfigurar de manera grave su misterio santo? El mismo evangelio de Juan nos recuerda la convicción que sustenta toda la fe cristiana en Dios. Solo Jesús, el Hijo único de Dios, es «quien lo ha dado a conocer».En ninguna parte nos descubre Dios su corazón y nos muestra su rostro como en Jesús.
Dios nos ha dicho cómo es encarnándose en Jesús. No se ha revelado en doctrinas y fórmulas teológicas sublimes sino en la vida entrañable de Jesús, en su comportamiento y su mensaje, en su entrega hasta la muerte y en su resurrección. Para aproximarnos a Dios hemos de acercarnos al hombre en el que él sale a nuestro encuentro.
Siempre que el cristianismo ignora a Jesús o lo olvida, corre el riesgo de alejarse del Dios verdadero y de sustituirlo por imágenes distorsionadas que desfiguran su rostro y nos impiden colaborar en su proyecto de construir un mundo nuevo más liberado, justo y fraterno. Por eso es tan urgente recuperar la humanidad de Jesús.
No basta con confesar a Jesucristo de manera teórica o doctrinal. Todos necesitamos conocer a Jesús desde un acercamiento más concreto y vital a los evangelios, sintonizar con su proyecto, dejarnos animar por su espíritu, entrar en su relación con el Padre, seguirlo de cerca día a día. Esta es la tarea apasionante de una comunidad que vive hoy purificando su fe. Quien conoce y sigue a Jesús va disfrutando cada vez más de la bondad insondable de Dios. 2 domingo después de Navidad - C (Juan 1,1-18) 03 de enero 2016 José Antonio Pagola
II DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD
(Eclo 24, 1-2.8-12; Sal 147; Ef 1,3-6.15-18; Jn 1, 1-18)
EL ROSTRO DE DIOS
¿Quién puede saber la mente de Dios? Él mismo se nos ha revelado en su Hijo, Verbo eterno, que existía antes de los siglos y por quien y para quien todo se ha creado.
Pero si nos sobrecoge la manifestación del Verbo eterno, que estaba junto a Dios desde antes de los siglos, según afirma el Evangelio de San Juan - En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios-, lo que nos asombra es la afirmación paulina: “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor”.
En la mente de Dios existimos desde siempre, porque ya éramos pensados antes del tiempo, y por eso estamos destinados a su gloria. El tramo de vida temporal es un ayer, una vela nocturna. Deberíamos vivir en esta perspectiva, y no agobiarnos, pues bien se nos puede aplicar lo que las Escrituras dicen de la sabiduría divina: “El Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: -«Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.» Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás”.
No suplantamos al Unigénito, pero es Él quien nos lo ha dicho todo: “A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.
La Navidad nos ofrece la valoración máxima de la humanidad. Por el misterio de la Encarnación, llegamos a tener la noticia más existencial. No solo Dios se ha hecho hombre y ha puesto su tienda en nuestro campamento, sino que por esta vecindad, nosotros nos hemos hecho ciudadanos del cielo.
La sed de infinito queda saciada, porque nuestra historia no comienza el día de nuestra concepción, ni termina el día de nuestra muerte, sino que el Creador nos había puesto nombre ya antes de ser concebidos, y tenemos un destino de eternidad junto a quien se ha hecho uno de nosotros, su propio Hijo, quien se ha convertido en nuestra cabeza.
Con esta contemplación, surgen los sentimientos del salmista: “Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión”. Y ante el pesebre de Belén, donde ha sido recostado el Hijo de María, el Verbo de Dios encarnado, al tiempo de rendir nuestra cabeza, recobramos la conciencia de la mayor dignidad.
Dios nos revela su designio de amor, no por un decreto, sino tomando nuestra naturaleza y haciéndonos hijos suyos por adopción.
2o. Domingo después de Navidad
Sir 24, 1-4.12-16; Salmo 147; Ef 1, 3-6.15-18; Jn 1, 1-18
Nexo entre las lecturas
La Palabra encarnada, Jesucristo, es un don del Padre. En esta frase intento resumir el sentido de la liturgia de este segundo domingo después de Navidad. El Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales, entre los que sobresale el don mesiánico, por medio de Cristo (segunda lectura). En la historia de las bendiciones divinas, que corresponde con la historia del hombre, Dios se ha dado como don de Sabiduría, primeramente al pueblo de Israel (primera lectura) y luego al pueblo cristiano, ya que Jesucristo es Sabiduría de Dios, el único que ha visto a Dios y que nos lo puede revelar (Evangelio). En esa misma larga historia, Dios se nos ha dado como Palabra eterna, que ha tomado carne mortal en Jesús de Nazaret (Evangelio).
Mensaje doctrinal
1. Don para Israel, don para el mundo. Nada hay más extraordinario que el hecho de que Dios haya querido ser don para el hombre. No se trata de darle cosas, objetos materiales. Eso ya sería grande, pero se queda chico ante la maravilla de un Dios, don de Sí mismo. En la historia de las relaciones de Dios con el hombre, primeramente es un don que se encarna bajo la forma de sabiduría. Es una sabiduría divina, la que hallamos en la primera lectura. Preexistía cerca de Dios y ha salido de su boca, y a la vez ha puesto su tienda en Jerusalén y tiene su lugar de reposo en Israel. Es decir, en medio de la sabiduría humana, tan extraordinaria, de los pueblos circunvecinos, como Mesopotamia y Egipto, Israel goza de una sabiduría superior, por la que Dios le revela sus designios y proyectos y le manifiesta el sentido de las cosas y de la historia. Con el paso de los siglos, al llegar el momento culminante de toda la historia, se verifica un cambio singular: Dios no se da sólo como don espiritual (sabiduría), sino personal (encarnación del Verbo, de la Palabra de Dios). Ningún signo de admiración es capaz de expresar este don excepcional. Que Dios rasgue el misterio de su trascendencia, entre en la historia y se nos dé en una creatura humana recién nacida, ¿quién lo podrá comprender? (Evangelio). No bastará la eternidad para sorprendernos ante este gran misterio. No es una "necesidad" de Dios; no se siente obligado por nadie; no le perfecciona en su divinidad. Sólo el amor lo explica, el amor que es difusivo y generoso. Además no sólo es un don personal, es también un don universal, mundial. "Luz para todas las naciones". Mientras exista la historia, Dios será un don para todos, sin distinción alguna. Los hombres podrán decir: "No lo quiero", "No lo necesito", pero jamás podrán pronunciar con sus labios: "Estoy excluido", "No es para mí". Jesucristo es el don del Padre para toda la humanidad.
2. Un don en plenitud. Son hermosas las imágenes que utiliza el Sirácida para comunicarnos esa plenitud: la sabiduría, recurriendo a imágenes vegetales, dice de sí misma que es como un cedro del Líbano, como palmera de Engadí, como un rosal de Jericó o un frondoso terebinto. También echa mano de imágenes aromáticas para describir, con distintos lenguajes, la misma plenitud: el aroma del laurel indiano (cinamomo), el perfume del bálsamo o de la mirra, el olor penetrante del gálbano, ónice y el estacte; sobre todo, el incienso que humea en el templo, y en cuya composición entran todos los aromas aquí mencionados. La belleza y elegancia de los árboles, la frescura y colorido del rosal, la intensidad de los perfumes se aúnan para subrayar la plenitud del don divino de la sabiduría. El Evangelio es más sobrio en imágenes, pero más rico en significado. Habla de la "gloria del Hijo único del Padre, LLENO de gracia y de verdad" y, poco después, "de su PLENITUD todos hemos recibido gracia sobre gracia". Y el himno de la carta a los efesios, ¿no se refiere a la plenitud del hombre cuando dice que "Dios nos ha destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo? La grandeza y plenitud del don nos remiten a la grandeza y plenitud del Donante. ¡Nobleza obliga a agradecer!
Sugerencias pastorales
1. Un don venido de lejos. No son los astros distantes los que, después de muchos años o siglos, nos regalan sus rayos de luz; no es la tierra la que, en rincones tan diversos y lejanos, ofrece al hombre la prodigalidad de sus minerales o de sus frutos vegetales; no es el hombre quien nos dona su creatividad, su trabajo, su genio. Todas estas realidades pertenecen al mundo creado. El Don nos viene del mundo y de la distancia increados, del más allá de toda creatura, del Dios trascendente. Jesucristo, el Don de Dios, viene de lejos, pero se introduce en el corazón de los acontecimientos y del ser humano hasta el punto de ser uno más entre los hombres. Aquí radica nuestra perplejidad. Lo vemos tan igual a nosotros, que se nos puede ocurrir pensar que no viene desde el mundo de Dios. En brazos de su Madre nada hay que lo muestre divino. Y desgraciadamente en no pocas ocasiones los hombres, del hecho de no aparecer como Dios, concluimos que ni puede serlo ni lo es. Diremos que es un gran personaje de la historia, que su personalidad es enormemente seductora, que su moral es de una altura y nobleza grandiosas, que su capacidad de arrastre es imponente, que es una paradoja viviente al ser el más amado y el más odiado de los nacidos de mujer... Pero en nuestro razonamiento no podemos llegar a la afirmación fundamental: "Es un Don de Dios, venido del mismo mundo de Dios". Al venir al mundo y hacerse hombre, ha venido a quedarse con nosotros; a la vez, estando con nosotros, pero proviniendo del mundo de Dios, ha venido a llevarnos con Él al mundo lejano del cual ha salido, el mundo desconocido, pero que es nuestra patria verdadera y definitiva. ¿Aceptamos con fe y con amor este Don cercano, como lo es un niño, pero trascendente, como el mismo Dios?
2. Testigos del don divino. Juan, el Bautista, es llamado en el Evangelio "testigo de la luz, a fin de que todos crean por Él". Testigo Juan, de esa luz, de esa sabiduría divina que es Jesucristo. Siguiendo al Bautista, todos en cierta manera estamos llamados a ser testigos del don divino, Jesucristo. El mundo creerá si aumentan los testigos de Cristo. Y si la fe disminuye en nuestro país, ¿no será porque han disminuido los testigos? Los maestros pueden aclarar la verdad del Don divino, mas los testigos hacen la verdad, y haciéndola la acreditan y garantizan. Cristo, Don de Dios para el hombre, necesita de testigos. Niños, testigos de Cristo para los niños y para los mayores; jóvenes, testigos de Cristo para los jóvenes y los no tan jóvenes; adultos, testigos de Cristo para los adultos, y para los niños y jóvenes. Testigos convencidos y audaces, al estilo del Papa Juan Pablo II. Cristo necesita padres de familia que no tengan miedo de entregar la antorcha de su testimonio cristiano a sus hijos; educadores que sean testigos de Cristo para sus alumnos; párrocos que testimonien con su vida santa el Don de Cristo a todos sus feligreses. ¿Soy un auténtico testigo de Jesucristo? ¿Qué hago ya y qué más puedo hacer para que mi testimonio sea creíble y Dios lo haga eficaz?
La figura de Santa Genoveva, patrona de París, mezcla de tradición, historia y leyenda
Las cenizas de la Santa siguieron atrayendo la devoción de los parisinos y no había solemnidad ni temida catástrofe que no se recurriese a ella.
Mezcla de tradición histórica o legendaria, la figura de esta santa destaca, poderosa, en medio del florecimiento cristiano primitivo, que venía a sustituir a los antiguos ídolos griegos, latinos o celtas.
Su nombre está asociado a la vida de los habitantes antigua Lutecia. La montaña donde Clovis había levantado una iglesia en honor de San Pedro y San Pablo se llamaría en lo sucesivo montaña de Santa Genoveva. Al lado del rey merovingio será enterrada y sucesivas vicisitudes llevarán sus cenizas hasta el lugar que hoy ocupa la iglesia de San Esteban del Monte (Saint Etienne du Mont) rodeados de una hermosa reja de hierro forjado, entre cirios y exvotos de sus fieles agradecidos.
Lutecia era una ciudad sin importancia, inferior a Sens o a Lillebonne. Los textos antiguos parecen ignorarla. Cesar, en su Guerra de las Galias, hace mención escasa del oppidum de los parisii, cuando tuvo necesidad de cruzar por él en el año 53 a.C. Lo cita como un territorio tranquilo en los límites de la Céltica y del país de los belgas, encerrado en una isla formada por los brazos del río Sena.
En la época romana, las grandes vías de comunicación trazadas por los vencedores van a dar importancia a la ciudad recién nacida, al paso de las tropas romanas, que llegarán hasta la península Ibérica, galoneando el territorio español de construcciones imperecederas.
Más adelante de la isla, la pequeña ciudad irá subiendo hasta la montaña de Santa Genoveva. Los edificios que pudiéramos llamar oficiales la embellecían y, aunque sus habitantes siguen siendo escasos, ya se vislumbra a través de la vida pública que comienza, un auge incesante, que las dinastías reinantes se encargarán de acrecer.
Las invasiones de los francos y germanos dejarán la traza de su afán destructivo. Los tesoros desaparecen a su paso. Las tribus bárbaras tienen predilección por sembrar de hogueras su camino. Las ciudades romanas empiezan a fortificar sus reductos. Lutecia será un Castellum con lo que la vemos cercada de murallas y en las murallas las puertas que permiten su comunicación con el exterior.
En el siglo IV la isla estaba rodeada de murallas y, si añadimos que su extensión no sobrepasaba las diez hectáreas, tendremos una idea aproximada del escenario en que se desarrolló la vida de la Santa de los parisinos, cuyos datos históricos nos ha proporcionado casi en exclusividad Gregorio de Tours.
Antes de la expansión del cristianismo, los dioses de los parisinos eran los de la Galia galorromana: Júpiter, Marte, Apolo, Baco, Minerva, Venus, Diana. El culto de la diosa-madre y el de Isis eran igualmente populares. Pero fue Mercurio el más popular de todos y sus estatuas se prodigaban hasta por los últimos rincones del país. En Montmartre existió un Templo dedicado a esta divinidad y de ahí le vino el nombre que ostenta: Mons Mercurii.
Ya en el siglo V la fe cristiana ha prendido en el alma de los parisinos. Los primeros mártires y los primeros santos van a dar testimonio de la verdad de la nueva doctrina en lucha abierta con el paganismo y, lo que es peor, con las herejías nacidas en su mismo seno. San Germán obispo de Auxerre y el bienaventurado Lobo, obispo Treves, a su paso por París para combatir a los herejes de Gran Bretaña, encontraron a una joven de extraordinaria virtud, de gran fuerza persuasiva, vehemente en su deseo de hacer el bien, dispuesta al sacrificio en favor de los pobres y necesitados. Una llama ardiendo en fe capaz de conmover a los más forzudos guerreros, de convencer al propio rey de los francos, incapaz de hacer frente a sus demandas de liberar a los prisioneros. Teodoredo, obispo de Tyro, asegura que cuando Simeón el estilita, desde lo alto de su columna, reconocía entre las multitudes que venían a consultarle a algún mercader galo, enseguida le encargaba que llevase sus saludos a Genoveva. Tal era la fama de sus virtudes, que traspasó las más lejanas fronteras.
Se sabe que Genoveva había nacido en Nanterre, cerca de París, en los primeros años del siglo V (409?, 422?) y que debió de morir a edad muy avanzada hacia el502.
En Nanterre se puede encontrar el parque que lleva su nombre. Uno de sus biógrafos escribe: "En otro tiempo rodeado de murallas y adornado con un oratorio, este parque apenas es reconocible si no es por unas excavaciones y por una sencilla cruz de madera clavada en la tierra por una mano piadosa". Una fuente lleva también su nombre, así como un recinto, en el monte Valero, donde la tradición asegura que la Santa cuidaba los rebaños de su padre. Hay un pozo y una gruta donde parece que se retiraba a orar, en aquella actitud en que se nos la describe con los brazos en cruz, la mirada fija en lo alto, pronta a las lágrimas para recibir las inspiraciones de Dios todopoderoso. Genoveva se hallaba dotada con los dones del Espíritu Santo.
Su padre se llamaba Severo y Geroncia su madre, nombres ambos latinos así como el suyo era típicamente galo. Si sus padres fueron o no personas de buena posición nada se opone a que la joven cuidase sus ganados en la pradera y para todos será la Santa aquella pastorcita de Nanterre, predestinada por Dios para realizar actos maravillosos y extraordinarios. Sus hagiógrafos cuentan de éstos y no acaban. Cuando San Germán hablaba con ella, arrebatado por el fuego de aquella alma que deseaba consagrarse a Dios, dicen que cayó del cielo una medalla que el santo obispo se apresuró a colocar en el cuello de la Santa. El imprudente que se atreviese a insultarla quedaría muerto en el acto. Su propia madre, en cierta ocasión, arrebatada por la ira, llegó a ponerle la mano en el rostro y quedó cegada. Genoveva consiguió su curación. Es muy difícil controlar la verdad histórica de todos estos acontecimientos.
Pero no serán estos hechos, con ser abundantes, los que arranquen la devoción de los parisinos, sino los importantes de haber salvado la ciudad de calamidades espantosas.
Atila, el "azote de Dios", se dirige a marchas forzadas, hacia la Galia. No hay barbarie que aquel poderoso ejército no se atreva a cometer. Metz, Reims, Camb Besançon, Langres, Auxerre, se han convertido en un montón de ruinas, ¿por qué no habría de sufrir París, es decir, Lutecia, idéntica suerte? Las hordas amarillas se complacen en sembrar el terror. Una gran multitud de gente empavorecida llega hasta Genoveva, que ya ha adquirido fama de santa entre sus conciudadanos. Ella les aconseja que vuelvan a sus moradas, que no se abandonen a la desesperación, porque sería inútil. De píe, sobre una eminencia del terreno, la tradición la recuerda dirigiendo al pueblo una arenga: "Gente de París, amigos míos, hermanos míos, os engañan. Los que pretenden ser vuestros defensores empuñando las armas no deben asustaros. Atila avanza, es cierto, pero no atacará vuestra ciudad. Os lo aseguro en nombre de Dios". La profecía se cumple, con lo que Genoveva gana en prestigio ante la opinión de los parisinos. Atila ha torcido su camino y se dirige hacia Orleáns. París respira, aliviada. La salvación se atribuye a las oraciones de la doncella.
Otro hecho aún más famoso vive en la memoria de todos. Childerico acaba de morir y Clovis, su hijo, pretende sucederle. A ello se opone Syagrio hijo de Egidio el antecesor de Childerico. Clovis, al frente de un pequeño ejército de francos, pone sitio a la ciudad de París, reducida, por aquel entonces, a una isla. El hambre comienza a diezmar sus habitantes, sin salvación posible. Las puertas están vigiladas, y sólo un milagro explica que Genoveva, ya de edad muy avanzada, pueda salir sin ser vista por el enemigo. Ha prometido que habrá víveres todos. Encendida de patriotismo, se lanza al río en una barca de pescadores. A su paso, se suceden hechos extraordinarios: desaparecen obstáculos infranqueables, los graneros se abren para volcarse sobre su barca; otras barcas se unen a la suya, y en un total de once regresan a la ciudad entre las aclamaciones de la multitud.
Murió Genoveva con más de ochenta años, hacia la primera década del siglo VI. Fue enterrada junto a Clovis, como ya se ha dicho, en la iglesia de San Pedro y San Pablo, sobre la montaña que lleva el nombre de Santa Genoveva.
Las cenizas de la Santa siguieron atrayendo la devoción de los parisinos y no había solemnidad ni temida catástrofe que no se recurriese a la urna que contenía los restos, enriquecida con donaciones de monarcas y príncipes, siendo de gran fama el manojo de diamantes ofrecido por María de Médicis. Más adelante, verdad o mentira, se aseguró que los diamantes eran falsos.
La revolución, con sus bandadas de cretinos, no respetó estas cenizas, acusadas de ser un símbolo más del oscurantismo del antiguo régimen. Lo que pudo recogerse junto con la tumba, hallada en la abadía merovingia, fue trasladado a la iglesia de Saint Etíenne du Mont donde aún acuden sus fieles devotos en demanda de favores.
Ángelus en Navidad
Denuncia que "le hemos cerrado la puerta en la cara al Hijo de Dios"
El Papa advierte en el primer ángelus del año que "el Mal está al acecho ante nuestra puerta"
Invita a "leer todos los día sun pasaje del Evangelio" y llevarlo en el bolsillo o en el bolso
José Manuel Vidal, 03 de enero de 2016 a las 12:25
Estamos llamados a abrir la puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios
(José M. Vidal).- En su primer ángelus del 2016, el Papa invita a abrir "las puertas de nuestro corazón a Cristo" y advierte contra el "mal que está al acecho ante la puerta d enuestra casa y de nuestro corazón para entrar". Para impedirle la entrada, Francisco invita a los creyentes a llevar siempre en el bolsillo el libro de los Evangelio y leer "todos los días un pasaje".Algunas frases de la alocución del Papa "La Palabra se hizo carne". "La Palabra vino a la tierra, para que la escuchásemos y pudiésemos conocer y tocar con la manos el amor del Padre"."El evangelista no esconde la dramaticidad de la encarnación del Hijo de Dios". "La Palabra es la Luz, pero los hombres prefirieron las tinieblas". "Le hemos cerrado la puerta en la cara al Hijo de Dios"."Es el misterio del Mal que acecha nuestra vida, que requiere vigilancia y atención, para que no prevalezca"."El Mal está al acecho ante nuestra puerta" "Estamos llamados a abrir la puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios". "Que el Evangelio sea carne en nuestras vidas". "Ésta es la vocación y la alegría de todo bautizado: indicar y dar Jesús a los demás""Y Él nos defiende del Mal y del diablo, que está siempre al acecho delante de nuestra puerta y de nuestro corazón, para entrar"
Saludos después del ángelus
"Saludo a los fieles de Roma y a los peregrinos"
"En este primer domingo del año les deseo paz y bien en el Señor"
"En los momentos alegres y tristes, confiemos en él, que es nuestra misericordia y nuestra esperanza"
"Vence la indiferencia y conquista la paz"
"Recuerdo también aquel consejo que tantas veces os he dado: leer todo los días un pasaje del Evangelio, para conocer mejor a Je´sus, para abrir nuestro corazón a Jesús"
"Y llevar un pequeño Evangelio en el bolsillo o en el bolso"
Texto completo del ñangelus del Papa
"Queridos hermanos y hermanas, que tengan un buen domingo
La liturgia de hoy, segundo domingo después de Navidad nos presenta el prólogo del Evangelio de San Juan, en el cual se proclama que "el Verbo --o sea la palabra creadora de Dios-- se hizo carne y vino a habitar en medio de nosotros".
Esa Palabra, que vive en el cielo, o sea en la dimensión de Dios, ha venido sobre la tierra para que nosotros la escucháramos y pudiéramos conocer y tocar con la mano el amor del Padre. El Verbo de Dios es su Hijo Unigénito, hecho hombre, lleno de amor y de fidelidad. Es el mismo Jesús.
El evangelista no esconde lo dramático de la Encarnación, subrayando que al don del amor de Dios se contrapone la no acogida por parte de los hombres.
La Palabra es la luz, y a pesar de ello --así dice-- los hombres han preferido las tinieblas. La Palabra vino entre los suyos pero ellos no la han recibido. Le han cerrado la puerta en la cara al Hijo de Dios. Es el misterio del mal que insidia nuestra vida y que nos solicita a la vigilancia y atención para que no prevalezca.
El libro del Génesis dice una linda frase que nos hace entender ésto. Dice que el mal 'está escondido delante de nuestra puerta'. Ay de nosotros si lo dejamos entrar, sería él entonces a cerrar nuestra puerta a los demás. Estamos en cambio llamados a abrir enteramente la puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios, a Jesús, para volvernos así sus hijos.
En el día de Navidad ya ha sido proclamado este solemne inicio del evangelio de Juan; hoy nos es propuesto nuevamente. Es la invitación de la santa Madre Iglesia a acoger esta Palabra de salvación, este misterio de luz. Si acogemos, si recibimos a Jesús, creceremos en la misericordia, aprendamos a ser misericordiosos como Él.
Especialmente en este Año Santo de la Misericordia, hagamos realmente que el Evangelio se vuelva siempre más carne también en nuestra vida. Acercarse al Evangelio, meditarlo y encarnarlo en la vida cotidiana es la mejor manera para conocer a Jesús y llevarlo a los otros. Ésta es la vocación y la alegría de cada bautizado: indicar y donar Jesús a los otros, pero para hacerlo debemos conocerlo y tenerlo dentro de nosotros, como el Señor de nuestra vida.
Él nos defiende del mal, del demonio que siempre está agazapado delante de nuestra puerta porque quiere entrar.
Con un renovado impulso de abandono filial nos ponemos nuevamente bajo la protección de María: su dulce imagen de madre de Jesús y madre nuestra, estos días la contemplamos en el pesebre".