Denles de comer ustedes mismos

Francisco, hoy, en Santa Marta

El Papa regresa a las misas en Santa Marta pidiendo "estar atentos ante la mundanidad"
Francisco: “Las obras de misericordia son el corazón de nuestra fe”
"Si las buenas ideas o sentimientos no me conducen al prójimo, al hermano, no son de Dios"
Redacción, 07 de enero de 2016 a las 15:56
Obras de misericordia: ¿por qué? Porque cada hermano nuestro, que debemos amar, es carne de Cristo. Dios se ha hecho carne para identificarse con nosotros. Y con el que sufre, es Cristo quien lo sufre


(RV).- "Las obras de misericordia son el corazón de nuestra fe". Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta tras la pausa navideña. Deteniéndose en la primera lectura, tomada de la Primera Carta de San Juan Apóstol, el Pontífice advirtió que es necesario estar atentos ante la mundanidad y ante aquellos espíritus que nos alejan de Dios, que se ha hecho carne por nosotros.

"Permanecer en Dios". El Santo Padre Francisco desarrolló su homilía a partir de esta afirmación del Apóstol Juan. "Permanecer en Dios - dijo - es un poco el alcance y el estilo de la vida cristiana". Porque un cristiano "es el que permanece en Dios", el que "tiene en sí al Espíritu Santo y se deja guiar por Él". Al mismo tiempo - prosiguió - el Apóstol pone en guardia al hecho de dar "fe a todo espíritu". De modo que es necesario poner "a prueba a los espíritus, para comprender si provienen, verdaderamente, de Dios. "Y ésta - afirmó el Papa - es la regla cotidiana de vida que nos enseña Juan".

¿Pero qué quiere decir entonces "poner a prueba a los espíritus"? - se preguntó -. Y añadió que no se trata de "fantasmas". Sino que se trata de "probar", ver "qué sucede en mi corazón", cuál es la raíz "de lo que estoy sintiendo ahora, y de dónde viene. "Esto es poner a prueba - dijo el Papa - para saber si lo que "siento viene de Dios" o viene de otro, "del anticristo".

La mundanidad - reafirmó Francisco - es precisamente "el espíritu que nos aleja del Espíritu de Dios, que nos hace permanecer en el Señor". Por tanto - volvió a preguntarse - ¿cuál es el criterio para "hacer un discernimiento correcto acerca de lo que sucede en mi alma?". Y respondió que el Apóstol Juan da uno solo: "Todo espíritu que reconoce a Jesucristo que vino en la carne, es de Dios, y todo espíritu que no reconoce a Jesús, no es de Dios":

"El criterio es la Encarnación. Yo puedo sentir tantas cosas dentro, incluso cosas buenas, ideas buenas. Pero si estas ideas buenas, estos sentimientos, no me conducen a Dios que se ha hecho carne, no me conducen al prójimo, al hermano, no son de Dios. Por esta razón, Juan comienza este pasaje de su Carta diciendo: ‘Este es el mandamiento de Dios: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos recíprocamente'".


 Podemos hacer "tantos planes pastorales" - añadió el Papa - e imaginar nuevos "métodos para acercarnos a la gente", pero "si no seguimos el camino de Dios que vino en la carne, del Hijo de Dios que se ha hecho hombre para caminar con nosotros, no estamos en el camino del buen espíritu: es el anticristo, es la mundanidad, es el espíritu del mundo":

"¡Cuánta gente encontramos en la vida que parece espiritual!: ‘Pero, ¡qué persona espiritual, ésta!'; pero no hables de hacer obras de misericordia. ¿Por qué? Porque las obras de misericordia son precisamente lo concreto de nuestra confesión, que el Hijo de Dios se ha hecho carne: visitar a los enfermos, dar de comer a quien no tiene comida, cuidar a los descartados... Obras de misericordia: ¿por qué? Porque cada hermano nuestro, que debemos amar, es carne de Cristo. Dios se ha hecho carne para identificarse con nosotros. Y con el que sufre, es Cristo quien lo sufre".

"No dar fe a todo espíritu y estar atentos - reafirmó el Papa - poner a prueba a los espíritus para saber si provienen verdaderamente de Dios". Y subrayó que "el servicio al prójimo, al hermano, a la hermana que tiene necesidad", que "tiene necesidad incluso de un consejo, que tiene necesidad de ser escuchado", "estos son los signos de que vamos por el camino del buen espíritu, es decir, el camino del Verbo de Dios que se ha hecho carne":

"Pidamos al Señor hoy la gracia de conocer bien qué cosa sucede en nuestro corazón, qué cosa nos gusta hacer, es decir, lo que a mí me toca más: si el espíritu de Dios, que me lleva al servicio de los demás, o el espíritu del mundo que gira en torno a mí mismo, a mis cerrazones, a mis egoísmos, a tantas otras cosas... Pidamos la gracia de conocer qué cosa sucede en nuestro corazón".

Evangelio según San Marcos 6,34-44. 

Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer". El respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Ellos le dijeron: "Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos". Jesús preguntó: "¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver". Después de averiguarlo, dijeron: "Cinco panes y dos pescados". El les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta. Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. Todos comieron hasta saciarse, y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.

Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa El Diálogo

“Partió los panes… repartió también los dos peces entre todos. Y todos quedaron saciados”

[Jesús dijo a santa Catalina:] “Es toda la Esencia divina la que, bajo la blancura del pan, recibís en este dulcísimo sacramento. Así como el sol es indivisible, así Dios se encuentra todo entero y el hombre también todo entero en la blancura de la hostia. Aunque se dividiera la hostia en mil i mil migajas, si esto fuera posible, en cada una de ellas yo estoy, Dios todo entero, hombre todo entero, como te he dicho… 

      Supongamos que muchas personas vinieran a buscar luz con sus cirios. Una trae un cirio de una onza, la otra de dos onzas, una tercera de tres onzas, ésta de una libra, aquella aún mayor. Todas se acercan a la luz y cada una enciende su cirio. En cada cirio encendido, cualquiera que sea su volumen, se ve desde el mismo instante que la enciende la luz entera, su color, su calor, su resplandor… De igual manera ocurre con los que se acercan a este sacramento. Cada uno lleva su cirio, es decir, el santo deseo con el cual recibe y toma este sacramento. El cirio se apaga, y se enciende al recibir este sacramento. Digo que se apaga porque vosotros, por vosotros mismos, no sois nada. Os he dado, es verdad, la materia con la cual podéis recibir y conservar en vosotros esta luz. Esta materia es el amor, porque yo os he creado por amor; por eso vosotros no podéis vivir sin amor.”

San Lorenzo Giustiniani

San Lorenzo Giustiniani, obispo

En la ciudad de Venecia, san Lorenzo Giustiniani, obispo, que ilustró a esta Iglesia con la doctrina de la sabiduría eterna.

El beato Juan XXIII, que fue patriarca de Venecia al igual que Lorenzo, tomó a éste como ejemplo de buen gobierno y modelo para su pontificado. Nació en Venecia el 1 de julio de 1381 al inicio del Renacimiento. Sus padres pertenecían a la nobleza. Bernardo, su progenitor, falleció siendo Lorenzo un niño, y su madre se ocupó de la educación de él y de sus hermanos. Muy bien lo hizo Querina, llenando el acontecer de sus hijos con sumas muestras de piedad. En Lorenzo vio plasmados signos preclaros de virtud que eran ya atisbos de la santidad a la que tempranamente se sintió llamado. Con todo, la buena madre pensó en casarlo convenientemente, aunque los planes de Lorenzo eran diametralmente opuestos. Alrededor de sus 20 años perseguía con celo todo lo que condujera a la ciencia y amor de Dios. Gran penitente se caracterizaba por sus severas mortificaciones efectuadas en un estado de oración continua, al punto que su madre temía por su salud. Lorenzo se trasladó a san Giorgio in Alga, donde un tío suyo era canónigo, y sus sabios consejos le dieron luz para discernir entre la oferta del mundo y su renuncia al mismo por amor a Dios. Afrontó valientemente la propuesta que le hizo su tío de sopesar ambas opciones: «¿Tengo el valor de despreciar estos deleites para aceptar una vida de penitencia y mortificación?». Mirando al crucifijo, no tuvo dudas: «Tú, ¡oh Señor! eres mi esperanza. En Ti encontraré el árbol de la fortaleza y el consuelo».

En Alga tuvo la fortuna de hallar a otros jóvenes, pertenecientes también a la nobleza, con los que compartió sus ideales y forma ejemplar de vida. Uno de ellos sería el futuro pontífice Eugenio IV. En 1404 fundaron la Congregación de san Giorgio de canónigos seculares. El joven, nacido en buena cuna, tomó el hatillo y se dispuso a recorrer de punta a punta la ciudad, pidiendo limosna para los pobres, sin excluir las puertas de su casa materna. Puso todo su esfuerzo en derrocar sus hábitos como el de la autojustificación y disculpa cuando era reconvenido por algo que juzgaba injusto; para ello se mordía los labios, hasta que venció su tendencia. Sería modélico también por su humildad. Fue un gran predicador y confesor. Entre otros favores, como el éxtasis, tuvo el don de lágrimas que no podía contener cuando oficiaba la Santa Misa. Sabedor de sus virtudes, Gregorio XII le encomendó el priorato de san Agustín de Vicenza a cuyo frente estuvo hasta 1409 fecha en la que fue elegido prior de la Congregación que había fundado. En 1423 dio heroico testimonio prestando auxilio y consuelo a los damnificados por la epidemia de peste. Al año siguiente fue designado general de su Orden. En 1443 fue nombrado arzobispo de Castello por el papa Eugenio IV y continuó dando ejemplo de piedad y de caridad, asistiendo de forma particular a los pobres, amén de emprender una fecunda reforma. En 1451 Nicolás V lo nombró patriarca de Venecia (a su pesar, porque hubiese deseado no ejercer un cargo para el que no se sentía dotado) y en su ejercicio pastoral prosiguió con la misma característica: austeridad de vida sellada por la caridad, paciencia, sabiduría y celo apostólico. Ni se arredró por las acusaciones y críticas que recibió, ni aceptó halagos de ningún tipo. La gente en masa iba a escucharle, a pedirle consejo, y él dispensaba a manos llenas bienes materiales (más bien en especies, para que no malgastaran el dinero), y espirituales. Fueron años intensos de oración, trabajo y estudio. Escribió diversos tratados de ascesis, el último «Los grados de perfección» a sus 74 años. Al concluirlo le asaltó una grave enfermedad, y se negó a admitir un trato especial: «¿Disponéis ese lecho de plumas para mí?». Y al saber que así era, replicó: «¡No! Eso no debe ser así ... Mi Señor fue recostado sobre un madero duro y basto. ¿No recordáis que san Martín, en sus últimos momentos, afirmó que un cristiano debe morir envuelto en telas burdas y sobre un lecho de cenizas?». Y tendido sobre un jergón de paja, bendijo a la multitud que se acercó a visitarle. Falleció el 8 de enero de 1456. Fue canonizado por Alejandro VIII el 16 de octubre de 1690.

Oremos

Señor, tú que colocaste a San Lorenzo Giustiniani en el número de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión, perseveremos firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Señor, si quieres, puedes limpiarme


Lucas 5, 12-16. Navidad. Lo único que necesitas es acercarte humildemente a Cristo y pedírle lo que necesitas.



Oración introductoria


Señor, vengo ante Ti como el leproso del Evangelio. Estoy necesitado de tu gracia. Tócame y sáname de todas mis lepras, de mi egoísmo, de mi soberbia, de mi vanidad. Conviérteme en un verdadero cristiano.


Petición


Señor, que pueda corresponder a tu gracia amando a los demás.


Meditación del Papa Francisco

La lepra era una condena de por vida y sanar a un leproso era tan difícil como resucitar a un  muerto. Y por eso eran marginados. Sin embargo, Jesús tiende la mano al excluido y demuestra el valor fundamental de una palabra: cercanía.

No se puede hacer comunidad sin cercanía. No se puede hacer paz sin acercarse, ni se puede hacer el bien sin acercarse. Jesús podía decirle: ¡sánate! Pero no, se acercó y le tocó. Es más, en el momento que Jesús tocó al impuro se convierte en impuro.

Este es el misterio de Jesús, tomar consigo nuestras suciedades, nuestras cosas impuras. Pablo lo explica bien: “Siendo igual a Dios, no estimó esta divinidad un bien irrenunciable, se aniquiló a sí mismo. Jesús se hace pecado. Jesús se excluye, ha tomado consigo la impureza por acercarse a nosotros”.

Muchas veces pienso que es, no digo imposible, pero muy difícil hacer el bien sin mancharse las manos. Y Jesús se manchó. Cercanía. Y después va más allá. Le dijo: “Ve donde los sacerdotes y haz lo que se debe hacer cuando un leproso es sanado”. Al que era excluido de la vida social, Jesús lo incluye: lo incluye en la Iglesia, lo incluye en la sociedad… “Ve para que todas las cosas sean como deben ser”. Jesús no marginaba nunca a nadie. Se marginaba a sí mismo, para incluir a los marginados, para incluirnos a nosotros, pecadores, marginados, con su vida. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 26 de junio de 2015, en Santa Marta).

Reflexión

Nadie hubiera pensado que curarse de la lepra fuera tan fácil. Lo único que precisó este enfermo, fue acercarse humildemente a Cristo y pedírselo. Él sabía que Cristo bien podía hacerlo. Además, cree con todo su corazón en la bondad del Maestro. Quizá por esto, es que se presenta tan tímido y sencillo a la vez: "Maestro, si quieres, puedes curarme". La actitud denota no sólo humildad y respeto, revela además, confianza...
La vida de muchas personas, y a veces la nuestra, se ve llena de enfermedades y males, sucesos indeseados y problemas de todos los tipos, que nos podrían orillar a perder la confianza en el Maestro, Buen Pastor. Quizá alguna vez, hemos pensado que Él nos ha dejado, que ya no está con nosotros; pues sentimos que nuestra pequeña barca ha comenzado a naufragar en el mar de la vida... Pero de esta forma, olvidamos que el primero en probar el sufrimiento y la soledad fue Él mismo, mientras padecía su muerte en la cruz. Y así, nos quiso enseñar que Dios siempre sabe sacar bienes de males, pues por esa muerte ignominiosa, nos vino la Redención.nLa lección de confiar en Cristo y en su infinita bondad, no es esperar que nos quitará todos los sufrimientos de nuestras vidas. Sino que nos ayudará a saber llevarlos, para la purificación de nuestra alma, en beneficio de toda la Iglesia.


Propósito

Tener presente la preparación de mi siguiente confesión, no posponerla, decidirme.


Diálogo con Cristo

Señor, cuántas veces me creo sano y no me doy cuenta de que estoy enfermo espiritualmente. ¡Cúrame Jesús! Que a semejanza del leproso del Evangelio, la experiencia de tu amor, me dé toda la luz para hacer un buen examen de conciencia y un firme propósito de enmienda al acercarme al sacramento de la reconciliación.


Hoy di: ¡Gracias, Padre!

Gracias por el don de la existencia. Gracias por haberme hecho a tu imagen y semejanza. Gracias por el don gratuito de tu amor. 


Hoy sé un hijo agradecido


Levanta la mirada y dile gracias al Creador del universo:
Padre:
Gracias por el don de la existencia.
Gracias por haberme hecho a tu imagen y semejanza.
Gracias por el don gratuito de tu amor, gracias por amarme como soy.
Gracias porque me has dado ojos para ver,
oídos para escuchar, manos para acariciar,
inteligencia para conocer la verdad, voluntad para buscar el bien,
corazón para amar y para hacerlo tu morada.
¡Mi corazón: templo de la Trinidad! ¡Cosa maravillosa!
Gracias por la capacidad de asombro que me diste.
Gracias por mis padres, por mi familia, por tener un hogar que me cobija.
Gracias por los amigos fieles y también por los que me han hecho sufrir.
Gracias por los tiempos dolorosos de mi vida,
por dejarme sentir la soledad para venir luego a colmarla con tu misericordia.
Gracias por quienes rezan por mí.
Gracias por la vocación y misión que me confiaste.
Gracias por haber puesto tu mirada en mí, gracias por confiar en mí.
Gracias por tantas experiencias bellas de mi vida.
Gracias sobre todo por la experiencia del amor de Cristo.
Gracias por haberlo enviado a vivir con nosotros como uno de nosotros,
para revelarnos tu rostro, redimirnos y trazarnos el camino.
Nos amó hasta el extremo,
nos dio como Madre a María Santísima,
se quedó para siempre en la Eucaristía,
y al final nos entregó a su mismo Espíritu, fuente del mayor consuelo.
Gracias por mi bautismo, por mi Madre la Iglesia,
por mi ángel de la guarda y por esperarme con los brazos abiertos en el cielo.
Gracias por tu paciencia conmigo,
gracias por perdonarme siempre y por seguirme amando sin guardar resentimientos.
Gracias por la vida y por la eternidad que me espera.
Una y mil veces: ¡Gracias Padre!


¡Gracias Padre por este Año Nuevo que inicia!
 
Las bienaventuranzas describen la misericordia de Jesucristo

Son promesas paradójicas que iluminan las acciones y sostienen la esperanza en las dificultades


El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que “las bienaventuranzas” están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos.

Así, las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las dificultades; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos. (cfr. 1716-1717).

Las bienaventuranzas (Mt 5,3-12)

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

1ª Bienaventuranza: “ Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los cielos”

El campo de las Bienaventuranzas empieza donde acaba el Decálogo. Jesús nos invita a un desasimiento efectivo. Pide a los menos favorecidos que cierren resueltamente su corazón a toda codicia. Ordena a los privilegiados que se desprendan de lo superfluo en beneficio de quienes no tienen bastante y les invita a superar esta medida obligatoria, pues un cristiano no practica la virtud de caridad por el mero hecho de socorrer a los demás: tan solo empieza a amar a sus hermanos en el momento en que se priva él mismo de algo en su favor. Claro que no cabe hablar de desinterés, sino únicamente de honradez y de justicia, cuando la probidad y el respeto de los derechos ajenos provoquen más de una vez un notable empobrecimiento.

¿Cuándo Jesucristo fue honrado y justo? ¿Con quién?...con la pecadora pública, con el buen ladrón, pagó los impuestos como un ciudadano…

2ª Bienaventuranza “ Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”

La palabra griega que traducimos por “mansedumbre” se aplica a los poseedores de diversas cualidades, que van desde la mansedumbre al aguante. En todo caso “los mansos” no son los blandos ni los amorfos. La mansedumbre evangélica implica firmeza de carácter: “No se turbe vuestro corazón”, dirá Jesús ( Io., XIV, 1, 27), y añadirá en otra ocasión: “Por vuestra paciencia salvaréis vuestras almas” ( Lc. XXI; 19). No se trata de un determinado temperamento, de una disposición natural hecha de indiferencia y apatía, como tampoco de costumbre de capitular ante los razonamientos o las pretensiones ajenas para evitar incidentes. La mansedumbre es una virtud y, por tanto, un acto de fortaleza. No nos equivoquemos sobre su exterioridad tranquila y a veces sonriente, pues no se adquiere más que por severidad para consigo mismo.

¿Cuándo Jesucristo vivió la mansedumbre? ¿Con quién?...con los pecadores, con los fariseos hipócritas, durante la Pasión….

3ª Bienaventuranza “ Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”

A quien confía en Dios, hasta los malos días le traen su pequeña alegría: la energía sonriente en la adversidad o, al menos, la canción que acompasa el trabajo, el ímpetu interior que resiste al peligro y al duelo, o sencillamente la poesía que transfigura las miserables pequeñeces cotidianas, Los hombres se entristecen porque no comprenden o porque no aceptan. Pero el cristiano se abandona al Padre que sabe y que decide, al Dios que distribuye los días de sol o de escarcha, al delicado Artista que ha imaginado las espinas para proteger a las rosas; sí, sin duda alguna: pero aún se abandona más al “Dios que se hizo hombre para que el hombre llegase a ser Dios”. Y con esta frase San Agustín os revelo “el gigantesco secreto” de la alegría cristiana.

¿Cuándo Jesucristo manifestó alegría? ¿Con quién?....con los niños “dejad que se acerquen a mi”, con la gente sencilla, con sus amigos, descansando…

4ª Bienaventuranza “ Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos”

La santidad se caracteriza, en suma, por la unión con Jesucristo. Unión de vida, de gracia, de gloria, que es obra exclusiva de Dios. Unión de pensamiento, de abalanza, de amor, de obediencia, que es la abalanza, de amor, de obediencia, que es la parte que en ella nos corresponde. El hambre de santidad es, pues, un tormento irresistible de no ser más que uno solo con Él, un deseo siempre constantemente renaciente de conformar nuestros pensamientos con los suyos, de identificar nuestra voluntad con la suya, lo cual implica una resolución contantemente reanudada de parecernos a Él en nuestras acciones. Esta hambre jamás acallada, Cristo también lo calma y la mantiene a la vez por su gracia, hasta que lo sacia definitivamente en la unión eterna del cielo.

¿Cuándo Jesucristo acudía a su Padre? ¿Con quién?... antes de tomar decisiones, ante las dificultades, con sus amigos y enseñándonos a rezar el Padre nuestro…

5ª Bienaventuranza “ Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”


Finalmente la misericordia es un acto de justicia para con nosotros mismos. “No quiero pensar más en ello – decís - : pero no le perdono”. De todos modos seguiréis pensando en ello. Os encerraréis en una frialdad calculada, llegaréis a ser habitualmente desconfiados y amargos, ahogaréis en vosotros mismos toda bondad. Solo se olvida cuando se perdona. Triunfad de la ofensa negándoos a teneros por ofendido: esa es la manera de Dios, la que destruye el mal. Perdonar es un poder divino.
¿Cuándo Jesucristo perdona? ¿A quién?... siempre y con todos.

6ª Bienaventuranza “ Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”

El cristiano puramente cristiano – limpio de corazón – es el que obra como cristiano en cualquier circunstancia. Es fiel a su palabra; llega hasta el límite de sus convicciones, sin dejarse trabar por ningún compromiso. Sus actitudes, sus decisiones, sus gestiones lo señalan, lo “caracterizan” como cristiano.

Esta misma integridad de carácter debe encontrarse en todos los discípulos de Cristo. Choca con lo que hoy se llama conformismo, para calificar así la costumbre de regular la propia conducta sobre las ideas o los ejemplos de la mayoría. Este defecto ha existido siempre, solo que es más sensible en nuestra época, que ha desarrollado un espíritu de rebañego simultáneamente con los medios de publicidad. En nuestros días se difunden las opiniones y se imponen las costumbres del mismo modo que un producto alimenticio o una marca de jabón. Todo se fabrica ahora en serie. No es solo que todos los habitantes del planeta tiendan a componerse la misma silueta con un vestido de idéntico corte, sino que la uniformidad es también de rigor en el campo del pensamiento.
¿Cuándo Jesucristo actúa sin doblez ni engaño? ¿Con quién?... con sus Apóstoles, amigos y enemigos…

7ª Bienaventuranza “ Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”

Las Bienaventuranzas anteriores no han puesto en la mano la espada para que cortásemos en lo vivo de las pasiones humanas. Si nos hemos liberado de las trabas del dinero y del orgullo, endurecido en el sufrimiento y arrancado de la mediocridad, de la dureza y de la duplicidad, entonces la paz de Cristo puede desarrollarse ya en nosotros e irradiar a nuestro alrededor.

A ser posible, y cuanto de vosotros depende, tened paz con todos (Rom., XII, 18). Cuando San Pablo exhorta a los fieles de Roma a que se muestren pacíficos, no les promete que sus manifestaciones amistosas hayan de ser siempre pagadas con la reciprocidad. “A ser posible, y cuanto de vosotros depende”. Para vivir en paz con el prójimo hace falta que sean dos quienes lo deseen. Y eso es que el Apóstol no tiene presente más que las relaciones ordinarias de su vida . ¿Qué será cuando se trate de mantener la paz pública, sea de los diferentes pueblos de la tierra? Sin embargo, los temores, las mismas posibilidades de un fracaso, no dispensan a los cristianos de intentarlo todo, de atreverse a todo para hacer reinar la paz en el mundo; pues solo bajo esta condición merecerán ser llamados hijos de Dios.

¿Cuándo Jesucristo transmite la paz? ¿Con quién?... Dialogando incluso con sus enemigos, ante las discusiones de sus Apóstoles, en los momentos de tensión y de sufrimiento…

8ª Bienaventuranza "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el Reino de los cielos”

Jesús interroga a su auditorio: “¿Estáis decididos a luchar por los derechos de Dios y por los derechos de vuestros hermanos, a oponernos al mal bajo todas sus formas?” Porque para extender el reinado de Dios le hacían falta unos discípulos valerosos. Los que vinieran tras Él no debían contentarse con enseñar y con practicar la “justicia” –lo cual implica ya, ciertamente, serios esfuerzos-, sino que habían de comprometerse a defenderla y a sufrir por ella.

Esta exhortación al valor hace oír Cristo a los hombres de todos los tiempos, a todos los que quieren ser cristianos. Recordemos que nos alista para un combate cuyo desenlace no es dudoso: “Yo he vencido al mundo”, nos ha dicho. Sintámonos, pues, dichosos, a pesar de la fatiga, del recelo y de los tratos injuriosos, pues, que tenemos la seguridad de la victoria del Evangelio.

¿Cuándo Jesucristo fue valiente? ¿Con quién?... ante el mal, ante el dolor y sufrimiento…

9ª Bienaventuranza “Bienaventurados seréis cuando os insulten y os persigan, y con mentira digan mal contra vosotros, todo género de mal por MÍ. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros”

Nosotros, los cristianos, tenemos todavía algo más que a Moisés y a los profetas. Alguien ha regresado de esas esferas eternas donde los hombres no vuelven. El hijo de Dios se hizo hombre para compartir su filiación divina. Toda su predicación estuvo orientada hacia esta vida nueva y eterna otorgada a los que creyeran en Él. A los escépticos que lo intimaban a que suministrase las pruebas de lo que afirmaba, les respondió que no daría de ello más que una sola. Él mismo pasaría por la muerte y regresaría vivo con esta Vida de la cual haría participar a los hombres regenerados.

Los acontecimientos se produjeron tal y como los había Él anunciado. Nuestra fe, observarlo, no descansa sobre unas teorías, sino sobre unos hechos históricos. Y el hecho capital es la resurrección de Jesús. Sus apóstoles empezaron por apartar la realidad de tal prodigio. Vacilaron y dudaron. Finalmente, ante las repetidas apariciones del Salvador, a ellos mismos y a otros- en una ocasión estaban reunidos más de quinientos hermanos-, se rindieron a la evidencia. Y desde entonces proclamaron hasta su muerte aquello de lo cual habían sido testigos. “Nosotros lo hemos visto con nuestros ojos, tocado con nuestras manos; nosotros hemos vivido y comido con Él, después de su resurrección de entre los muertos.” En vano se usó de amenazas para que se callasen, replicaban: “nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. Pero tanto Pablo como los demás apóstoles dedujeron las consecuencias del triunfo de Jesús sobre la muerte. Su resurrección es la prueba suprema de su divinidad y, por tanto, de la verdad de su doctrina; y además implica la certidumbre de nuestra propia resurrección. Así como las primicias son el testimonio de la futura cosecha, la victoria de los cristianos se haya contenida en la victoria de Jesús .

¿Cuándo Jesucristo vivió el optimismo profundo? ¿Con quién?... ante aparentes fracasos, con los traidores…

Nota: Extractos de " Las Bienaventuranzas " de Georges Chevrot (15ª edicion, Ediciones Rialp)

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