Subió a la barca con ellos y el viento se calmó
- 09 Enero 2016
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Evangelio según San Marcos 6,45-52.
Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar. Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo. Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.
San Adriano de Canterbury
San Adriano de Canterbury, abad.
En Canterbury, en Inglaterra, san Adriano, abad, el cual, nacido en África, desde Nápoles viajó a Inglaterra, donde, muy preparado en ciencias eclesiásticas y civiles, educó egregiamente a gran número de discípulos.
San Adrián había nacido en Africa. Era abad de Nérida, cerca de Nápoles, cuando el papa san Vitaliano, a la muerte de san Adeodato, arzobispo de Canterbury, le escogió por su ciencia y virtud para instruir a la nación inglesa, aún joven en la fe. El humilde siervo de Dios trató de declinar la elección, recomendando a san Teodoro de Tarso para el cargo, pero se mostró dispuesto a compartir los trabajos de la misión. El Papa accedió a sus súplicas y le nombró asistente y consejero del nuevo obispo, en lo cual san Adriano convino gustosamente.
San Teodoro le nombró abad del monasterio de San Pedro y San Pablo de Canterbury, que más tarde había de llamarse San Agustín, donde nuestro santo enseñó el griego, el latín, la ciencia de los Padres y, sobre todo, la virtud. Bajo Adrián y Teodoro, la influencia de la escuela monástica de Canterbury se extendió enormemente. San Aldelmo acudió a ella desde Wessex, Oftforo desde Whitby, y otros estudiantes desde Irlanda. Era una escuela de Derecho Romano y de Ciencias eclesiásticas. Beda refiere que los discípulos de san Adrián conocían bastante bien el griego y hablaban el latín como el inglés. San Adrián ilustró el país con su doctrina y el ejemplo de su vida, durante treinta y nueve años. Murió el 9 de enero del año 710. Goscelino de Canterbury nos ha dejado una narración muy interesante del descubrimiento en el 1091 de los restos de san Adrián, que se hallaban incorruptos y despedían una suave fragancia; las recientes excavaciones confirman ese relato.
Sobre el descubrimiento de los restos, ver Migne, PL., vol. CIV, cc. 36-38, y Archaeologia Cantiana (1917), vol. XXXII, p. 18. La tumba de San Adrián se hizo famosa por los milagros en ella obrados, según nos dice Goscelino, citado por Guillermo de Malmesbury y por Capgrave. El nombre de nuestro santo se encuentra en los calendarios ingleses. Acta Sanctorum, 9 de enero, que reproduce algunos pasajes de Beda y de Capgrave; y Biblioteca Hagiográfica Latina, de los Bollandistas, n. 558.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Oremos
Tú, Señor, que concediste a San Adrián el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.
Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de la Clemencia o la Misericordia de Absam, cerca de Innsbruck, Austria (1797).
San Hilario (c. 315-367), obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia. Comentario sobre el Evangelio de Mateo, 14, 13-14
«A eso de la cuarta vela de la noche, va hacia ellos»
«Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo» (Mt 14,22-23). Para poder dar razón de estos hechos hay que distinguir los tiempos. Si de noche está solo, significa su soledad en la hora de la Pasión, cuando el pánico dispersó a todos. Si ordena a sus discípulos que suban a la barca y se vayan mar adentro mientras él despide a la multitud, y una vez despedida ésta, sube al monte, es que les ordena de estar en la Iglesia y navegar por el mar, es decir, este mundo, hasta que él vuelva en gloria y dé la salvación a todo el pueblo que será el resto de Israel (cf. Rm 11,5)... y éste pueblo de gracias a Dios su Padre y se establezca en su gloria y su majestad... «A eso de la cuarta vela de la noche, va hacia ellos». En esta expresión «la cuarta vela de la noche» se encuentra el número correspondiente a las marcas de su solicitud. En efecto, la primera vela fue la de la Ley, la segunda la de los Profetas, la tercera la de su venida corporal, la cuarta se sitúa en su venida gloriosa. Pero encontrará a la Iglesia en decaimiento y cercada por el espíritu del Anticristo y todas las inquietudes de este mundo; él vendrá en lo más fuerte de la ansiedad y tormentos... Los discípulos se encontrarán en un estado de pavor incluso antes de la venida del Señor, dudando de las imágenes de la realidad deformadas por el Anticristo y las ficciones que se insinúan en la mirada. Pero el Señor que es bueno, les hablará inmediatamente, echará fuera de ellos el miedo y les dirá: «Soy yo», disipando, por la fe en su venida, el temor del naufragio que les amenazaba.
Que Él crezca y que yo venga a menos
Juan 3, 22-30. Juan vuelve a insistir a sus discípulos que es Jesús quien tiene que crecer y no él.
Oración introductoria
Gracias, Señor, por este tiempo de oración. Creo en Ti, espero y confío en tu misericordia, te amo y quiero agradecerte el don de Ti mismo. Ayúdame a amarte como Tú me amas.
Petición
Padre Santo, dame la humildad para saber reconocer la presencia de tu Hijo.
Meditación del Papa Francisco
Este disminuir de Juan el Grande, continuamente hasta la nada, me hace pensar que estamos sobre este camino y vamos hacia la tierra donde todos terminaremos.
También yo terminaré. Todos terminaremos. Ninguno tiene la vida ‘comprada’. También nosotros, queriendo y no queriendo, vamos sobre el camino de la aniquilación existencial de la vida, y esto, al menos a mí, me hace rezar que este aniquilamiento se parezca lo más posible a Jesucristo, a su aniquilación.
«Así la tierra se ha convertido en la casa de Dios entre los hombres y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de encontrar al Hijo de Dios, experimentando todo el amor y la misericordia infinita. Lo podemos encontrar realmente presente en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Lo podemos reconocer en el rostro de nuestros hermanos, en particular en los pobres, en los enfermos, en los encarcelados, en los refugiados: ellos son carne viva del Cristo que sufre e imagen visible del Dios invisible. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 6 de febrero de 2015, en Santa Marta y Angelus, 11 de enero de 2015).
Reflexión
El último testimonio de Juan sobre Jesús subraya nuevamente no sólo la superioridad de la misión de Jesús frente a la de Juan, sino el sentido mesiánico de la obra de Jesús. Jesús hace posible y realiza una nueva relación entre el ser humano y Dios, fundada en la gracia del Espíritu y la verdad de su Palabra. La fe de Juan Bautista es ejemplar para el discípulo cristiano; un modelo a seguir para todo aquel que quiera ser testigo fiel de Cristo en el mundo. Él aceptó sin reservas su papel de testigo que conduce a los seres humanos al Mesías, permaneciendo siempre fiel al plan salvífico de Dios, a pesar de la inclinación de sus propios discípulos a dejarse influir por sentimientos humanos egoístas. El austero predicador del desierto que se había presentado como testigo del Mesías, en este texto aparece como ejemplo para todos los que seguimos a Jesús y lo anunciamos entre los seres humanos. Juan no ha dudado ni un momento en disminuir, en ocultarse hasta desaparecer, con tal de que Él, Jesús el Mesías, crezca, resplandezca con toda su luz y sea aceptado y creído por los otros.
Propósito
Preparar hoy lo necesario para que mañana, la celebración dominical de la Eucaristía sea el evento más importante para mi familia.
Diálogo con Cristo
Cuanto más humilde sea, podré ser tu discípulo y misionero, invitando, con mi testimonio de vida, a otros a seguirte. Gracias porque es en la oración y en la Eucaristía como voy formando mi corazón de apóstol.
Nacer de la Virgen María
María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre como hijos pequeños, formando nuestra vida con la suya.
Una persona realmente cristiana no puede ni debe vivir más que de la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Esta vida divina debe ser el principio de todos sus pensamientos, de todas sus palabras y de todas sus acciones. Jesucristo fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo nació del seno virginal de María. Concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de María Virgen. El bautismo y la fe hacen que empiece en nosotros la vida de Jesucristo. Por eso, somos como concebidos por obra del Espíritu Santo. Pero debemos, como el Salvador, nacer de la Virgen María. Jesucristo quiso formarse a nuestra semejanza en el seno virginal de María. También nosotros debemos formarnos a semejanza de Jesucristo en el seno de María, conformar nuestra conducta con su conducta, nuestras inclinaciones con sus inclinaciones, nuestra vida con su vida. María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre en sus castas entrañas como hijos pequeños, hasta tanto que, habiendo formado en nosotros los primeros rasgos de su hijo, nos dé a luz como a Él. María nos repite incesantemente estas hermosas palabras de san Pablo: Hijitos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros (Gál 4,19). Hijitos míos, que yo quisiera dar a luz cuando Jesucristo se haya formado perfectamente en vosotros.
La misión del Papa
El Papa ejerce su gobierno supremo de distintas maneras, según las circunstancias y los tiempo.
Funciones del Papa
La misión del Papa es la confiada a Pedro, según los Evangelios: Jesucristo le dio las “llaves del Reino de los Cielos”, con el poder de “atar y desatar” (cfr. Mt 16, 19), para “confirmar a los hermanos en la fe” (cfr. Lc 22, 32) y “apacentar su rebaño” (cfr. Jn 21, 15-17). O sea, es un servicio a la unidad de la Iglesia en la fe y en la comunión. Se resume en dos aspectos: enseñanza y gobierno.
Al obispo de Roma, corresponde la tarea de enseñar la verdad revelada y mostrarla a los hombres. Es una misión eminentemente positiva, no se limita a condenar los errores doctrinales. El Papa realiza esta misión de enseñanza de tres modos principales, explicaba Juan Pablo II: “Ante todo, con la palabra”; en segundo lugar, mediante escritos, propios o publicados con su autorización por la Curia Romana; tercero, mediante iniciativas institucionales para impulsar el estudio y la difusión de la fe, como se suele hacer a través de distintos consejos pontificios (Catequesis de Juan Pablo II).
Esta autoridad doctrinal suprema reside a la vez en el colegio episcopal junto con su cabeza, el Papa. Así se manifiesta, de modo singular, en los concilios ecuménicos.
Infalibilidad pontificia
Según el dogma expuesto por el Concilio Vaticano I, el Papa goza de infalibilidad “cuando, cumpliendo su oficio de pastor y doctor de todos los cristianos, define en virtud de su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe o las costumbres debe ser sostenida por la Iglesia universal”. Cuando el Papa pronuncia una definición infalible, se dice que habla ex cathedra. La misma infalibilidad tienen las doctrinas expuestas con igual tenor por el colegio episcopal junto con el Papa (cfr. Código de Derecho Canónico, canon 749). Esta autoridad magisterial es la de declarar lo contenido en la Revelación, como precisa el mismo Concilio: “El Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y expusieran fielmente la revelación transmitida por los apóstoles”.
La infalibilidad propia de unas pocas definiciones -las dogmáticas- no significa que las enseñanzas del Papa y del colegio episcopal sean “falibles” en los demás casos. Junto a la infalibilidad, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo, concedido a Pedro y a sus sucesores para que iluminen bien al pueblo cristiano. Este carisma no se limita a los casos excepcionales, sino que abarca en medida diferente todo el ejercicio del magisterio. Es lo que se conoce como magisterio ordinario del Papa. Por lo tanto, el Papa es maestro de la verdad también con su magisterio ordinario.
Facultades de gobierno del Papa
El gobierno que ejerce el Papa está al servicio de su ministerio de unidad y de supremo pastor en la Iglesia. Así, el Papa tiene la facultad de realizar los actos de gobierno eclesiástico necesarios o convenientes para el bien de la Iglesia. Entre estas funciones están, por ejemplo, dar el mandato para ordenar obispos, establecer diócesis u otras estructuras pastorales para la atención de los fieles, promulgar leyes para toda la Iglesia, aprobar institutos religiosos supradiocesanos, etc.
El Papa ejerce su gobierno supremo de distintas maneras, según las circunstancias y los tiempos. Por ejemplo, en la Iglesia latina nombra directamente a los obispos, mientras que en las Iglesias orientales, por lo general, confirma la elección del obispo realizada por el sínodo local. La designación directa por el Papa se implantó en Occidente para evitar las frecuentes injerencias del poder civil. En todo caso, son el bien, la utilidad o la necesidad de la Iglesia universal las que determinan en cada momento histórico la oportunidad de los modos de ejercer la autoridad, según la prudencia pastoral.
El primado del Papa tiene, por lo tanto, un contenido inmutable, que corresponde a su misión, y unos aspectos variables. De hecho, la naturaleza inmutable del primado del sucesor de Pedro se ha expresado históricamente a través de modalidades de ejercicio adecuadas a las circunstancias de la Iglesia en cada época.
El primado del Papa y la unidad de los cristianos
El primado del Papa no fue obstáculo para la unidad de los cristianos durante el primer milenio. La primacía del obispo de Roma fue reconocida por todos desde el principio; los primeros testimonios documentales se remontan al siglo I, cuando la Iglesia de Corinto recurrió al Papa san Clemente para que dirimiera sus disputas internas. Las aclamaciones a la carta dogmática enviada por el Papa León I Magno al Concilio de Calcedonia (451) -‘¡Pedro ha hablado por boca de León!’- atestiguan hasta qué punto el primado pontificio era garantía para todos los cristianos, occidentales y orientales, de la unidad en la fe.
Fueron hechos posteriores los que motivaron la ruptura de la unidad, primero en Oriente, con el cisma de 1054, y luego en Occidente, con la Reforma protestante. Por eso Juan Pablo II alentó a todos los cristianos a poner la mirada en el primer milenio, a fin de hallar vías para superar las divisiones. El Papa puede siempre intervenir para mantener la unidad de la fe y la comunión eclesial. Pero las formas concretas de ejercer su autoridad pueden variar en cada momento histórico según lo exija el bien de la Iglesia. Para disipar las reservas de los no católicos hacia el primado papal, Juan Pablo II se refirió, en la encíclica Ut unum sint(1995), sobre el ecumenismo, a la necesidad de “encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva” (n. 95).
Y tomó la decisión inaudita de pedir sugerencias incluso a las comunidades cristianas no católicas, al invitar “a todos los pastores y teólogos de nuestras Iglesias para que busquemos, por supuesto juntos, las formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros” (ibid.). Esta llamada ha obtenido eco, y el diálogo ha comenzado ya, con distintas iniciativas en los últimos años.