“Entonces se abrieron los cielos. El Espíritu Santo descendió sobre Jesús”
- 10 Enero 2016
- 10 Enero 2016
- 10 Enero 2016
Nueva epiritualidad
«Espiritualidad» es una palabra desafortunada. Para muchos solo puede significar algo inútil, alejado de la vida real. ¿Para qué puede servir? Lo que interesa es lo concreto y práctico, lo material, no lo espiritual.
Sin embargo, el «espíritu» de una persona es algo valorado en la sociedad moderna, pues indica lo más hondo y decisivo de su vida: la pasión que la anima, su inspiración última, lo que contagia a los demás, lo que esa persona va poniendo en el mundo.
El espíritu alienta nuestros proyectos y compromisos, configura nuestro horizonte de valores y nuestra esperanza. Según sea nuestro espíritu, así será nuestra espiritualidad. Y así será también nuestra religión y nuestra vida entera.
Los textos que nos han dejado los primeros cristianos nos muestran que viven su fe en Jesucristo como un fuerte «movimiento espiritual». Se sienten habitados por el Espíritu de Jesús. Solo es cristiano quien ha sido bautizado con ese Espíritu. «El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece». Animados por ese Espíritu, lo viven todo de manera nueva.
Lo primero que cambia radicalmente es su experiencia de Dios. No viven ya con «espíritu de esclavos», agobiados por el miedo a Dios, sino con «espíritu de hijos» que se sienten amados de manera incondicional y sin límites por un Padre. El Espíritu de Jesús les hace gritar en el fondo de su corazón: ¡Abbá, Padre! Esta experiencia es lo primero que todos deberían encontrar en las comunidades de Jesús.
Cambia también su manera de vivir la religión. Ya no se sienten «prisioneros de la ley», las normas y los preceptos, sino liberados por el amor. Ahora conocen lo que es vivir con «un espíritu nuevo», escuchando la llamada del amor y no con «la letra vieja», ocupados en cumplir obligaciones religiosas. Este es el clima que entre todos hemos de cuidar y promover en las comunidades cristianas, si queremos vivir como Jesús.
Descubren también el verdadero contenido del culto a Dios. Lo que agrada al Padre no son los ritos vacíos de amor, sino que vivamos «en espíritu y en verdad». Esa vida vivida con el espíritu de Jesús y la verdad de su evangelio es para los cristianos su auténtico «culto espiritual».
No hemos de olvidar lo que Pablo de Tarso decía a sus comunidades: «No apaguéis el Espíritu». Una iglesia apagada, vacía del espíritu de Cristo, no puede vivir ni comunicar su verdadera Novedad.
No puede saborear ni contagiar su Buena Noticia. Cuidar la espiritualidad cristiana es reavivar nuestra religión.
José Antonio Pagola
Bautismo del Señor - C
(Lucas 3,15-16.21.22) 10 de enero 2016
DOMINGO DEL BAUTISMO DE JESÚS
(Is 42, 1-4.6-7; Sal 28; Hech 10, 34-38; Lc 3, 15-16.21-22)
EL HIJO AMADO
Sin duda que la fiesta del Bautismo del Señor se encuadra en el tiempo de la Epifanía, por ser un relato en el que se nos manifiesta la identidad de Aquel que, esperando en la fila de los pecadores para recibir el bautismo de Juan, sin embargo es, en verdad, el Hijo amado de Dios: “Jesús también se bautizó.
Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: -«Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto».”
Ya desde antiguo, según el profeta Isaías, se anunció la presencia del Mesías: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero” (Is).
En ambos textos, destacan la predilección y el amor de Dios por quien aparece como Siervo suyo, Cordero de Dios, Hijo amado. Esta distinción señala sin duda, a quien de manera exclusiva nos revela la identidad divina, -“Jesucristo es la manifestación del rostro misericordioso de Dios”-. Sin embargo por pura gracia, el ser humano recibe en el Hijo amado, la dignidad de ser también, en Él, amado de Dios.
San Pablo nos llega a decir: “Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión…” (Col 3, 12). En esta experiencia, el creyente encuentra la razón para su entrega, como aconteció en los tiempos de Juan el Bautista. “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” (Hch).
El bautismo es el sacramento que nos introduce en la corriente del amor de Dios. Gracias al bautismo, somos hijos de Dios, por adopción, y no es pretencioso sentirnos amados por Él.
Cuando uno siente que le ama otra persona, se mueve a reciprocidad. Quizá hemos reducido el bautismo a un rito, más que a una acogida del ofrecimiento que nos hace Jesucristo de unirnos a Él, de hacernos miembros de su familia, y así poder invocar a Dios como Él lo hizo: “Padre”, entrar en comunión con los méritos de todos los santos, convertirnos en piedras vivas de la Iglesia, poder celebrar la certeza de estar habitados por el Espíritu divino, y de alimentarnos con el Pan de la Eucaristía y la Copa de Salvación.
Una posibilidad actual de reavivar el bautismo es celebrar la misericordia del Señor. Precisamente, este Año de la Misericordia, el papa Francisco ha abierto las puertas del perdón, de los tesoros de gracia acumulados en la Iglesia por los méritos de Jesucristo y de todos los santos.
Tenemos la posibilidad de renacer por el agua y el Espíritu, por la entrañable misericordia de nuestro Dios. dejes pasar la oportunidad de la gracia.
El Bautismo, el mejor regalo
El primer domingo después de Epifanía se celebra el Bautismo del Señor y con esta fiesta se cierra el tiempo de Navidad. Es una festividad que para los cristianos resulta entrañable. Desde los primeros tiempos apostólicos, la Iglesia se ha alegrado de administrar este sacramento que abre a la vida de la gracia.
¡Con cuánta emoción acuden los padres a bautizar a sus hijos! Llegan a la parroquia con los padrinos, que también tienen a título de honor asumir la responsabilidad de este momento trascendente. He escogido un ejemplo, de los millones que podrían encontrar: el de una niña que vivió hace un par de siglos: Joaquina de Vedruna.
Cuentan sus biógrafos que el 16 de abril de 1783 las campanas de la parroquia del Pi, de Barcelona, repicaban por la celebración del bautismo. Sus padres, que vivían en la calle Hospital, cruzaron las Ramblas aquel día primaveral y se adentraron en el Barrio Gótico. Atravesaron la puerta de aquel templo del siglo XIV y se dirigieron a la capilla donde se encontraba la pila bautismal. Allí tuvo lugar la ceremonia.
Joaquina se casó a los 16 años, fue madre de nueve hijos y, al enviudar, fundó en Vic la Congregación de Hermanas Carmelitas de la Caridad. Cuando murió, en 1854, sus continuadoras siguieron con su carisma de educación cristiana y cuidado de los enfermos en múltiples comunidades. San Juan XXIII la canonizó en 1959. En la Parroquia del Pi, una placa reza: aquí fue bautizada Santa Joaquina de Vedruna.
Me he entretenido en el bautismo de una santa muy popular porque deseaba fijarme en los frutos de santidad que pueden desarrollarse a partir de la semilla del primer sacramento si somos fieles a la gracia. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que «la gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de los niños», y señala que «los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado.»
Este domingo es una buena ocasión para que las familias reflexionen sobre ello. Quizá en algunos casos deberán ser los abuelos quienes recuerden a los padres la importancia de vivir esta práctica sacramental y no aplazar el bautismo de los hijos. El amor de Dios está en el origen de nuestra existencia y del milagro que es una vida humana. Que las familias cristianas tengan en cuenta el mejor regalo que pueden hacer a sus hijos: trasmitirles su fe.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
Evangelio según San Lucas 3,15-16.21-22.
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
San Cirilo de Alejandría (380-444), obispo y doctor de la Iglesia Comentario sobre el evangelio de Juan 5,2
“Entonces se abrieron los cielos. El Espíritu Santo descendió sobre Jesús”
Si se afirma que Cristo recibió el Espíritu Santo, hay que entenderlo en cuanto hombre y porque convenía así a la humanidad. Sin duda, él es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma sustancia antes de la encarnación y antes de todos los tiempos. No obstante, no experimentó ninguna tristeza al oír la voz del Padre: “Tú eres mi hijo, yo te engendrado hoy.”
Aquel que es Dios, engendrado antes de todos los siglos, es engendrado hoy, como lo dice el Padre. Esto significa que el Padre nos acoge en él como hijos adoptivos, porque toda la humanidad se encuentra asumida en Cristo hombre. En este sentido se puede afirmar que el Padre, aunque su Hijo ya poseía el Espíritu Santo, se lo da de nuevo para que nosotros pudiéramos participar de este Espíritu, gracias al Hijo. Cristo no recibió el Espíritu para su propio provecho, sino para provecho nuestro que estamos incorporados a él. Es por gracia de Cristo que nos vienen todos los bienes.
Santa Francisca de Sales
Santa Francisca de Sales Aviat,
virgen y fundadora
En Perugia, en Italia, santa Francisca de Sales (Leonia) Aviat, virgen, que se dedicó, con maternal amor y solicitud, a la educación de las jóvenes e instituyó las Oblatas de San Francisco de Sales.
Fundadora de la Congregación de Oblatas de San Francisco de Sales. Nació en Sézanne (Francia), departamento del Marne, el 16 de septiembre de 1844. Fue bautizada al día siguiente de su nacimiento con el nombre de Leonia. Frecuentó las primeras clases elementales en su pueblo natal; después, sus padres la llevaron al monasterio de la Visitación de Troyes pues, aunque practicaban poco, eran honrados comerciantes que deseaban para su hija una buena educación cristiana.
Su vida estuvo marcada por tres etapas fundamentales: el período de formación en el monasterio de la Visitación de Troyes, capital de Champagne; el encuentro con el p. Louis Brisson, futuro fundador de los Oblatos de San Francisco de Sales; y la aplicación de las leyes subversivas contra los institutos religiosos en Francia a finales de siglo.
Leonia permaneció en el monasterio de la Visitación hasta la edad de 16 años. Ya entonces manifestó a la superiora su deseo de hacerse religiosa, pero ella le respondió: "Aquello para lo que Dios te tiene destinada no está aún preparado; déjale actuar y haz siempre la voluntad divina".
Cuando salió del monasterio, su padre había dispuesto para ella un matrimonio con un rico y distinguido señor del lugar, pero Leonia pensaba ya en la vocación religiosa y no quiso acceder a los deseos de su padre. A la edad de 21 años, en 1865, visitó un establecimiento industrial de Sézanne y surgió en ella el deseo de atender a las obreras. Entretanto, el p. Louis Brisson, que había sido capellán de la Visitación cuando ella estaba interna allí, dado su incansable celo por la protección y la formación religiosa de las jóvenes obreras que venían de los campos y estaban expuestas a los peligros más graves, había fundado en el año 1858 las "Obras para las trabajadoras jóvenes", poniéndolas bajo la protección de san Francisco de Sales: proporcionaban a las jóvenes locales seguros, comida y la asistencia de almas buenas y generosas, pero les hacía falta también la formación humana y la educación religiosa.
En 1866 Leonia pidió regresar a la Visitación para pedir luz al Señor, antes de tomar una decisión definitiva sobre su vocación. Entonces conoció la obra de asistencia a las jóvenes que había comenzado el p. Brisson, el cual estaba pensando en fundar una congregación de religiosas. Compartió inmediatamente el proyecto del padre. El 30 de octubre de 1868 Leonia vistió el hábito religioso, junto con otra antigua compañera del internado, y tomó el nombre de Francisca de Sales.
El 11 de octubre de 1871 emitió los votos religiosos, junto con su primera compañera, iniciando así la congregación de Oblatas de San Francisco de Sales. Otras jóvenes se unieron a ellas, pero la ocupación alemana de 1870 retardó su profesión religiosa. Se multiplicaron los patronatos y casas-familia; las jóvenes recibían, junto con la formación religiosa, la educación práctica que las preparaba para su vida futura de madres de familia. La madre Francisca de Sales, que fue la primera superiora general, se hizo obrera entre las obreras; les ayudó a disfrutar del trabajo bien realizado, aunque la ganancia fuera mínima; las jóvenes trabajadoras comprendían la dignidad del trabajo, como algo que viene de Dios e instrumento de caridad, porque permite ayudar a las compañeras que están necesitadas. De ahí nació una competición de solidaridad humana.
Después de haber consolidado las obras en Troyes, fue a París y organizó allí un internado para jóvenes de posición social acomodada. Obtuvo con la alta sociedad parisina el mismo éxito que había tenido con las obreras. Ocho años más tarde regresó a Troyes, donde estuvo otros 15 años, cuatro de ellos como una religiosa más, y en los que tuvo que soportar la hostilidad de algunos miembros de su comunidad. En 1893 fue elegida nuevamente superiora general, cargo que ejerció hasta su muerte. Envió religiosas a las misiones de Sudáfrica y de Ecuador. El instituto se extendió también por Suiza, Austria, Inglaterra e Italia. En 1903 entraron en vigor en Francia las leyes subversivas, que decretaron la expropiación de los bienes de las congregaciones religiosas: se cerraron 23 casas bien organizadas y 6 de apoyo a los padres oblatos. La madre Francisca de Sales y su consejo se refugiaron en Italia y desde allí perfeccionaron la organización de la congregación y sostuvieron a las religiosas con cartas y visitas.
Su última gran prueba fue la muerte del P. Brisson, acaecida en su pueblo natal de Plancy el 2 de febrero de 1908. En sus últimos seis años de vida veló celosamente por la redacción definitiva de las Constituciones, que fueron aprobadas por el Papa Pío X en 1911. Falleció a la edad de 69 años, en Perusa (Italia), el 10 de enero de 1914.
El Papa Juan Pablo II la beatificó el 27 de Septiembre de 1992 y él mismo la canonizó el 25 de Noviembre de 2001.
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a Santa Francisca de Sales, para que manifestaras a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de los Guías, Constantinopla (1570).
Francisco bendice a los nuevos bautizados
El Papa Francisco bautiza en la Capilla Sixtina a 26 pequeños
“La fe es la herencia más grande que vuestros hijos recibirán de vosotros, tratad de que no se pierda, hacedla crecer"
“A las mamás les digo: si tu hijo tiene hambre, dale de comer, aquí, con toda libertad”
Jesús Bastante, 10 de enero de 2016 a las 10:02
Estos niños, cuando pasen los años, ocuparán vuestro lugar con otros hijos, con vuestros nietos, y pedirán lo mismo: la fe, que nos da el Bautismo, y que lleva el Espíritu Santo hoy en el corazón, en el alma, en la vida de estos hijos vuestros
(Jesús Bastante).- "Dejad que los niños se acerquen a mí". Por tercera vez en su pontificado, el Papa Francisco bautizó a varios niños en la capilla Sixtina. Los llantos de los bebés sonaban a música celestial en el mismo lugar en el que, bajo llave, los cardenales eligen al sucesor de Pedro. Bergoglio estaba en su salsa: se le nota más cura-párroco que obispo-despacho, y disfrutaba con la liturgia de la cercanía y la acogida. Y el Bautismo es, sin duda, el sacramento de la acogida.
Veintiséis pequeños y pequeñas, acompañados por sus padres y padrinos. "Queridos niños, con alegría la Iglesia os da la bienvenida", subrayó el Papa, quien recordó a padres y padrinos que "pidiendo el bautizo de sus hijos se comprometen a educarles en la fe, en la observación de los mandamientos y para aprender a amar a Dios y al prójimo como Cristo nos enseñó". En una homilía breve, sencilla, pronunciada sin papeles, el Papa señaló a los padres que con el Bautismo "los hijos reciben la fe. Yo quiero para mi hijo la fe, que se transmite como una cadena, a lo largo de los tiempos"."Estos niños, cuando pasen los años, ocuparán vuestro lugar con otros hijos, con vuestros nietos, y pedirán lo mismo: la fe, que nos da el Bautismo, y que lleva el Espíritu Santo hoy en el corazón, en el alma, en la vida de estos hijos vuestros", indicó Bergoglio.
"Vosotros habéis pedido la fe. La Iglesia, cuando os entregará la vela encendida, os dirá que custodiéis la fe en estos niños. Y al final, no os olvidéis, que la más grande herencia que podéis dejar a vuestros hijos es la fe. Tratad de que no se pierda, hacedla crecer, y dejarla como herencia". "Os deseo esto hoy a vosotros, porque es un día gozoso. Os deseo que seáis capaces de hacer crecer a estos niños en la fe, que es la herencia más grande que ellos recibirán de vosotros", repitió el Papa, quien, en un gesto que suscitó las risas de los presentes, señaló que "cuando un niño llora porque tiene hambre, a las mamás les digo: si tu hijo tiene hambre, dale de comer, aquí, con toda libertad".
Bautismo de Cristo, ¿para qué?
A Cristo se le llegó el momento de dejar casa y madre, tranquilidad y sosiego, para comenzar una vida de trabajo y amor
A Cristo se le llegó el momento de dejar casa y madre, tranquilidad y sosiego, para comenzar una vida de aventura, de acción y de mucha comunicación con el sufrido pueblo hebreo. Habían sido años tranquilos los pasados en Nazaret, distribuidos entre la convivencia familiar, el rudo trabajo de carpintero y sobre todo la oración al Buen Padre Dios que sería la base para el trabajo y la misión que el mismo Dios le encomendaba.
A grandes zancadas, después de despedirse tiernamente de su madre, de sus familiares y de sus amigos, se dirigió a las márgenes del río Jordán en la aristocrática Judea para escuchar a un nuevo predicador, a un profeta, que bautizaba a los que convertían su corazón a Dios. Juan el Bautista llegó a tener a muchas gentes que iban con buen corazón a ser bautizadas por él. Y se encontraban con una palabra ruda y con fuertes amenazas y castigos para los que se negaban a convertir su corazón a Dios. Juan tenía una palabra despiadada para todos, y más que un bálsamo para la herida, parece que a él le gustaba más echarle sal, que dolía, que escocía pero que al fin y al cabo curaba y sanaba. A los que se convertían y reconocían sus pecados, Juan los metía entonces en el río Jordán, como un símbolo de penitencia y como un sello entre la divinidad y el hombre arrepentido.
A este Juan es al que Cristo se dirigió, para ser bautizado por él. Entendemos que el bautismo es un rito que casi todas las religiones tienen, símbolo de pureza, de limpieza ritual, y entrada al contacto con la divinidad. El agua, casta y cristalina es el símbolo que mejor puede significar la conversión del corazón, el lavado espiritual para poder acercarse a la divinidad.
Y aquí surge una pregunta que inquietó mucho a los primeros cristianos. Si Cristo no tenía pecados, si la vida de Cristo era una vida sin maldad, y todo lo contrario, al decir de San Pablo “Cristo pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por diablo, porque Dios estaba con él”, entonces ¿porqué se bautizo por manos de Juan? Juan Bautizaba precisamente para preparar el camino al Señor, al Enviado, al Mesías, al esperado y las gentes salían convertidas verdaderamente por su predicación y echaban fuera sus pecados. Cristo quiere sentirse solidario hasta ese extremo con su pueblo, hasta someterse a un rito de purificación, aunque él personalmente no tuviera pecado. Debemos reconocer la humildad, la sencillez pero sobre todo la solidaridad de Cristo con todos los que intentamos alejar de nosotros el pecado y la maldad. Es la primera intención, pero había otra, y esa la descubriremos después del bautismo.
De esta manera ya estamos preparados para la escena que nos presenta San Mateo en su Evangelio, un Cristo formado en la fila de los pecadores. No va con prepotencia, no lleva guaruras, no quiere que le den preferencia, va formado como todos, con muchas ilusiones en su corazón, oyendo atentamente los comentarios de las gentes que lo rodeaban y cuando llegó el momento de presentarse ante Juan, Cristo pudo darse cuenta de su desconcierto e inquietud de aquel. Fue demasiado fuerte para él estar situado ante Cristo y ante un Cristo que pedía su bautismo que era ciertamente inferior al que Cristo traía para todos los hombres.
Y así se lo manifiesta, poniéndose de rodillas ante Jesús: “Yo soy quien deber ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que te bautice?”. Pues más creció su inquietud, cuando Cristo poniéndose de rodillas ante él, le ofreció un argumento que no dejaba lugar a dudas: “Has ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere”. Y así se hizo. No se dan más detalles del bautismo. Juan lo tomó por los hombros, y semidesnudo lo sumergió profundamente en las aguas del Jordán. Cuando Cristo se retiró, quizá sin haberse secado totalmente, cayó en una profunda oración, que dejó admiradas a las gentes que habían contemplado su bautismo.
Y en medio de esa profunda oración, se descubre la segunda intención del bautismo de Cristo: apareció en ese momento una nube misteriosa y desde dentro de ella, una voz potente que decía: “Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias”, al mismo tiempo que “se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma”. Algo trascendental ocurre entonces en ese momento, no sólo es presentado Jesús como Salvador, como verdadero Hijo de Dios, sino que Dios mismo se presenta en forma trinitaria, invitando a todas las gentes a participar de la alegría de unos cielos que se abren para dar paso al Salvador. Es el momento que Isaías había pedido a Dios, que rompiera ya su prolongado silencio y dirigiera su rostro y su palabra al pueblo: “!Ah, si rasgases los cielos y descendieses…!”. Y es el momento por el que también Isaías había suspirado, aunque él solo pudo clamar por un siervo, nunca por un hijo y menos el Hijo de Dios como salvador: “Miren a mi siervo a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo todas mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones”. El Padre llena todas las expectativas y nos envía precisamente a su Hijo, su Hijo amado, motivo de todas sus complacencias. Y podemos estar seguros que con Cristo vienen los dones y los regalos propios de la presencia del Espíritu Santo de Dios que ahora tiene dos brazos para abrazar a nuestra humanidad y llenarla de gozo y de alegría, aparejadas con el perdón de los pecados y la seguridad de que al incorporarnos al bautismo de Cristo podremos continuar, porque la puerta ya está abierta, y podremos participar de otros sacramentos, que acompañarán toda la vida del hombre, la confirmación, corroborando nuestra fe, y el banquete, el banquete de los hijos de Dios que pueden participar comiendo el Cuerpo y la Sangre redentoras de Cristo que ve así realizada su propia Pascua.
No está por demás decir que nuestro propio bautismo, que no es el mismo que Cristo recibió del Bautista, hace que las palabras dirigidas primeramente a Cristo: “Este es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias”, puedan ser dirigidas también a nosotros, que tenemos entonces la dicha de haber atraído la mirada del Buen Padre Dios que nos colma con sus dones, su perdón y sus gracias para que vayamos caminando precisamente como hijos de Dios.
Tengamos pues, una gran estima por este sacramento admirable que nos ha abierto las puertas del corazón de Dios y aprestémonos a vivir como Cristo, que pasó haciendo el bien y curando a todos de sus enfermedades. También nosotros tendremos esos dones para que con la sonrisa, la mano tendida y el corazón puesto en los más necesitados, también contribuyamos a la salvación de todo nuestro universo.
El sentido de nuestra filiación divina define y encauza nuestra actitud. Es un modo de ser y un modo de vivir.
Pues si en cierto sentido, porque Dios nos hizo a todos los hombres y mujeres a su “imagen y semejanza”.
Pero cuando Dios se hizo hombre en Cristo, nuestra dignidad de hijos tomó una dimensión mucho más profunda. Somos hijos de una manera más entrañable, más real, puesto que el verdadero Hijo de Dios, Jesús, se hizo nuestro hermano. Junto con él pasamos a ser hijos de Dios con todos sus derechos, sus riquezas y su herencia. Así lo quiso el Padre desde siempre.
Él determinó desde la eternidad que nosotros fuéramos sus hijos adoptivos por medio de Cristo Jesús.
"eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad". (Ef 1,5)
Esto es la filiación divina.
Esta no es una metáfora, ni es un modo piadoso de hablar. ¡Realmente somos hijos de Dios! Esta realidad incomparable tiene lugar en el Bautismo (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium), donde, gracias a la Pasión y Resurrección de Cristo, tiene lugar el nacimiento a una vida nueva, que antes no existía.
Ha surgido una nueva criatura (2 Corintios 5, 17), por lo cual el recién bautizado se llama y es realmente hijo de Dios. “El cristiano nace de Dios, es hijo suyo en el sentido real, por lo cual debe parecerse a su Padre del Cielo; su condición de hijo consistirá precisamente en participar de la misma naturaleza que Él”. (Teología Moral del Nuevo Testamento).
Cada día de nuestra vida constituye una gran ocasión para agradecer a Jesucristo, Nuestro Señor, el que nos haya traído el inmenso don de l a filiación divina y que nos haya enseñado a llamar Padre al Dios de los Cielos: “Ustedes, pues, recen así: Padre …” (Mateo 6, 9).
El sentido de nuestra filiación divina define y encauza nuestra actitud y, por tanto, nuestra oración y nuestra manera de comportarnos en todas las circunstancias. Es un modo de ser y un modo de vivir.
Dios ama a todas sus criaturas, y aquellos no bautizados son hermanos nuestros en cuanto al origen humano, y como Dios nos ama a todos, quiere que todos nos salvemos y que lleguemos al conocimiento de la verdad. Es por ello que debemos de evangelizar a todos..
El Papa, hoy en el Angelus
Dios "destruye el pecado original, restituyendo al bautizado la belleza de la gracia divina"
Francisco: "Festejar nuestro Bautismo significa reafirmar nuestra adhesión a Jesús como cristianos"
El Papa destaca "la mansedumbre, la humildad y la ternura" como símbolos de los seguidores de Jesús
Jesús Bastante, 10 de enero de 2016 a las 12:24
El Espíritu impregna en nuestra vida el espíritu de la caridad y la solidaridad con nuestros hermanos. El espíritu da la ternura del perdón divino, con la fuerza invencible de la misericordia del padre
(Jesús Bastante).- Después de bautizar a 26 bebés, el Papa se dirigió a los miles de fieles presentes en el Angelus. "¿Sabemos la fecha de nuestro Bautismo?", preguntó a los presentes, poniéndoles como "deberes" encontrarla, y celebrarla, pues "es una fiesta para celebrar, es la fecha de nuestro renacimiento como hijos de Dios". Para Francisco, "festejar este día significa reafirmar nuestra adhesión a Jesús como cristianos, miembros de la Iglesia y de una comunidad nueva en la cual todos somos hermanos".
"Celebramos el bautismo de Jesús, y hacemos memoria de nuestro bautismo", señaló el Papa, quien recordó cómo, cuando Jesús fue bautizado, lo fue no sólo con agua, sino con el Espíritú y la voz de Dios: "Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco". De este modo, según Francisco, "Jesús viene consagrado y manifestado por el padre como el Mesías salvador y liberador. En este evento, presente en los cuatro evangelios, va del bautismo de Juan -con agua- al de Jesús -con el espíritu, con fuego-. El espíritu es el artífice principal".
Con el Bautismo, Dios "destruye el pecado original, restituyendo al bautizado la belleza de la gracia divina. Te libera del dominio de las tinieblas, del pecado y nos transfiere al reino de la luz, del amor y la verdad", añadió el Papa, quien animó a pensar "qué dignidad nos eleva el Bautismo. Qué amor tan grande nos ha dado el Padre para ser llamados Hijos de Dios, y serlo realmente."
Un amor que "comporta la responsabilidad de seguir a Jesús como siervos obedientes", con unos rasgos diferenciados, como "la mansedumbre, la humildad y la ternura", algo que "no es fácil, especialmente si en torno a nosotros hay intolerancia, soberbia, dureza.... Pero con la fuerza que viene del Espíritu Santo es posible. El Espíritu santo, recibido en el bautismo por primera vez, abre el corazón a la verdad, a toda la verdad".
"El Espíritu impregna en nuestra vida el espíritu de la caridad y la solidaridad con nuestros hermanos. El espíritu da la ternura del perdón divino, con la fuerza invencible de la misericordia del padre", apuntó el Papa, quien pidió que "no olvidemos la fecha de nuestro bautismo".
"Festejar ese día significa reafirmar nuestra adhesión a Jesús como cristianos, miembros de la Iglesia y de una comunidad nueva en la cual todos somos hermanos", recalcó el Papa, quien envió una especial bendición a todos los niños bautizados recientemente, así como a los jóvenes y adultos que han recibido hace poco el sacramento de la iniciación cristiana".