“¿Has venido a acabar con nosotros?”
- 12 Enero 2016
- 12 Enero 2016
- 30 Noviembre -0001
Evangelio según San Marcos 1,21-28.
Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.
Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!". Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
San Arcadio de Mauritania
Mártir. Se desconoce la fecha exacta de su martirio, pero parece que tuvo lugar en alguna ciudad de Mauritania, probablemente en Cesarea, la capital. Las persecuciones estaban en todo su furor y miles de cristianos eran torturados por los soldados romanos sin esperar la sentencia del juez.
En tan terribles circunstancias, San Arcadio se retiró a la soledad. Sin embargo, el gobernador de la ciudad al saber que no se había presentado a los sacrificios públicos, capturó a un pariente y lo mantuvo como rehén hasta que el prófugo se presentara. Al saberlo, el mártir volvió a la ciudad y se entregó al juez quien lo obligó a que se sacrificase a los dioses.
Ante su negativa, el juez lo condenó a muerte, cortando cada uno de sus miembros de manera lenta. Al encontrarse totalmente mutilado, el mártir se dirigió a la comunidad pagana, exhortándolos a abandonar a sus dioses falsos y a adorar al único Dios verdadero, el Señor Jesús.- Los paganos se quedaron maravillados de tanto valor y los cristianos recogieron su cadáver y empezaron a honrarlo como a un gran santo.
Oremos
Señor, danos el espíritu de fortaleza, para que, siguiendo el ejemplo del mártir San Arcadio, aprendamos a obedecerte a ti que a los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
San Jerónimo (347-420), sacerdote, traductor de la Biblia, doctor de la Iglesia
Comentario al evangelio de Marcos, 2; PL 2, 125s
“¿Has venido a acabar con nosotros?”
“Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo”. Este espíritu no podía soportar la presencia del Señor; se trataba de ese espíritu impuro que había llevado a todos los hombres a la idolatría… “¿Qué acuerdo había entre Cristo y Satán?” (2C 6,15); Cristo y Satán no podían estar de acuerdo el uno con el otro. “Se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros?” El que así se exclama es un individuo que habla en nombre de muchas personas; eso da a entender que tiene conciencia de ser vencido él y los suyos.
“Se puso a gritar: ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios’”. Atormentado y a pesar de la intensidad de los sufrimientos que le hacen gritar, no ha abandonado su hipocresía. Esconde el decir la verdad, el sufrimiento le aprieta, pero la malicia le impide decir toda la verdad: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret?” ¿Por qué no reconoces al Hijo de Dios? ¿Es este hijo de Nazaret el que te tortura, y no el Hijo de Dios?...
¿Acaso Moisés no era un santo de Dios? E Isaías y Jeremías, ¿no eran santos de Dios?... ¿Por qué no les has dicho: “Sé quién eres, santo de Dios”?... No digas “Santo de Dios” sino “Dios Santo”. Te imaginas que sabes, y no sabes nada; o bien si lo sabes, te callas por esa misma doblez. Porque no es solamente el Santo de Dios, sino Dios Santo.
Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen
Marcos 1, 21-28. Tiempo Ordinario. Que la fama de Jesús se extienda también a nuestros corazones.
Oración introductoria
Señor, son muchas las inmundicias que rodean mi entorno social. No debo, inocentemente, pensar que mi familia y yo estamos exentos a su influencia ni que no contribuímos, un poco o un mucho, a esta triste realidad. Por ello te pido que ilumines mi mente y mi corazón para que este momento de oración me haga crecer en el amor.
Petición
Señor, dame la gracia de conocer y vivir tu doctrina del amor para entregarme a los demás con total desinterés y donación.
Meditación del Papa Francisco
El pasaje evangélico presenta a Jesús que, con su pequeña comunidad de discípulos, entra en Cafarnaún, la ciudad en la que vivía Pedro y que en aquellos tiempos era la más grande de Galilea. Y Él entra en aquella ciudad.
El evangelista Marcos relata que Jesús, siendo aquel día un sábado, fue inmediatamente a la sinagoga y se puso a enseñar. Esto hace pensar en la primacía de la Palabra de Dios, Palabra que hay que escuchar, Palabra que hay que acoger, Palabra que hay que anunciar.
Al llegar a Cafarnaún, Jesús no posterga el anuncio del Evangelio, no piensa primero en la disposición logística, ciertamente necesaria, de su pequeña comunidad, no se detiene en la organización. Su preocupación principal es la de comunicar la Palabra de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la sinagoga permanece asombrada, porque Jesús "les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas".
¿Qué significa "con autoridad"? Quiere decir que en las palabras humanas de Jesús se sentía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se sentía la misma autoridad de Dios, inspirador de las Sagradas Escrituras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que realiza lo que dice. Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En cambio, nosotros con frecuencia pronunciamos palabras vacías, sin raíz, o palabras superfluas, palabras que no corresponden a la verdad. (Angelus, S.S. Francisco, 1 de febrero de 2015).
Reflexión
Jesús inicia su predicación anunciando la llegada del Reino. Interpela al mundo con la necesidad de la conversión. Recluta a sus primeros seguidores... Reino, conversión y llamada, son realidades inseparables que desde entonces vivimos en la Iglesia.
Desde que Cristo nace, se ha cumplido el tiempo. Dios interviene en la historia del hombre fundando su Reino en el corazón de cada discípulo. Y desde entonces hasta hoy, el mensaje, no ha sido otro sino la preparación para le llegada definitiva del Reino de Dios. Para ello, se ha querido valer de tantas almas consagradas a su servicio. Los sacerdotes, los diáconos, obispos y papas, las religiosas y religiosos dedicados a la vida contemplativa o al apostolado, a la educación o a las misiones en tierras lejanas... Todos ellos han sido la prolongación de las obras de Nuestro Señor.
Pero la hora aún no ha llegado, ni parece venir pronto. Es obvio que no conoceremos el día ni la hora del final de los tiempos. Y por eso mismo, es necesario vivir preparados. Debemos entender, que cuando Cristo proclama el Reino, como un tiempo cumplido, se trata igualmente del tiempo concedido a cada uno de nosotros. El tiempo de nuestra vida, en la que debemos obrar siempre el bien. Pero no un bien ideal. El bien que tiene el rostro de cuantos nos rodean: hermanos, amigos, hijos, esposo, empleados y compañeros de trabajo; pobres y enfermos... Darse a sí mismo para procurar el bien de los demás. De ésto se nos pedirán cuentas al final de nuestra vida.
El evangelio nos muestra a Cristo como el Maestro poderoso. Y no sólo porque enseña en la sinagoga, como lo hacían en sus tiempos tantos otros judíos piadosos, sino porque va a obrar uno de tantos prodigios: expulsar un demonio. Así, el simple maestro Galileo, se presenta como el profeta poderoso. No en vano decía la gente que enseñaba con autoridad, y no como los escribas y fariseos, que sólo cargaban al pueblo con los preceptos de la ley. Cristo es el hombre más impactante que haya conocido la humanidad en toda su historia.
De Él se ha escrito, muchísimo más que de cualquier otro tema. Su vida y sus milagros han sido admirados o negados, creídos o refutados, durante los veinte siglos que le han seguido. Y su persona se plantea como el máximo representante de cuantos han sabido remar contra corriente.
Cristo sigue interpelando al hombre de todos los tiempos, para que se coloque con él, o contra él. Desafortunadamente no hay más posiciones. Y siempre tendremos que decidir: Cristo o nuestro egoísmo. Cristo o nuestra sensualidad. Jesús mismo hablaba de que no se puede servir a dos señores. Es imposible encender una vela a Dios y otra al diablo...
Vemos que no es fácil mantenerse fiel a las enseñanzas del Maestro, y que por más buenas intenciones que tenemos en hacer el bien y ayudar a los demás, no siempre conquistamos nuestras metas. Sin embargo, no tenemos que amilanarnos. Hay que confiar y pedir a Cristo la fuerza para dar la cara por Él y por su Reino, del mismo modo que Él dio la vida por nosotros...
Dar la cara es no dejarse confundir por las sectas, ni dejar que otros se dejen. Dar la cara es estudiar la propia fe, para dar respuestas convincentes, a cuantos atacan al Papa, al Magisterio y la moral cristiana, sabiendo que sólo en Cristo está la Verdad. Y que sólo Cristo salva...
Propósito
Ante el dolor y situaciones difíciles, identificarme con Cristo al vivirlas con serenidad y confianza.
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por enseñarme que lo fundamental en mi vida es la caridad. Ayúdame a amar a mi prójimo con el mismo amor con que te amo a Ti. Dame la gracia de descubrirte y servirte en los demás, porque eso es la verdadera fe cristiana. El milagro de la curación del hombre poseído por un espíritu inmundo me recuerda que quieres hacer conmigo el mayor de los milagros: mi santidad.
Reconocer el rostro de Cristo
Reconocer el rostro de Cristo en cada ser humano, nos dará la oportunidad de que Él nos reconozca a nosotros en la eternidad
Fray Angélico decía que quien quiera pintar a Cristo sólo tiene un procedimiento: vivir con Cristo. Aceptamos la explicación de que a los apóstoles les importaba más contar el gozo de la resurrección que describir los ojos del Resucitado. Lo aceptamos todo, pero aun así, ¿qué no daríamos por conocer su verdadero rostro?
Isaías lo describirá como varón de dolores. Su aspecto no era de hombre, ni su rostro el de los hijos de los hombres. No tenía figura ni hermosura para atraer nuestras miradas, ni apariencia para excitar nuestro afecto… Era despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores, como objeto ante el cual las gentes se cubren el rostro (Is 52, 14; 53, 2)
Los Padres de la Iglesia ponderarán la belleza física de Jesús. San Juan Crisóstomo contará que “el aspecto de Cristo estaba lleno de una gracia admirable”. San Agustín afirma que es “el más hermoso de los hijos de los hombres”. Y san Jerónimo dirá que “el brillo que se desprendía de él, la majestad divina oculta en él y que brillaba hasta en su rostro, atraía a él, desde el principio, a los que lo veían”.
Jesús tenía un corazón de hombre, un corazón sensible a las ingratitudes, insultos, silencios, traiciones y negaciones. Así se queja de la soledad y tristeza que siente. Simón, ¿duermes? ¿Ni una hora has podido velar? (Mc 14,37). Ante la triple negación de Pedro, Jesús le devuelve una mirada llena de reproche, ternura, compasión y aliento. El Señor miró a Pedro. Y ante el beso del traidor, Jesús dice: “¿Con un beso me entregas?” A la bofetada del siervo de Anás, Jesús responde mansamente “Si he hablado bien, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,23). De todas las actitudes del Maestro, la más elocuente, sin duda, es la del silencio. Jesús calla ante el abandono de los amigos, cuando le atan, cuando le calumnian, cuando le pegan, cuando la gente prefiere la libertad de Barrabás, cuando lo tratan como a un bandido… Ya muere en el abandono, traicionado, apurando vinagre para calmar su sed…
Era la compasión, la misericordia que sentía Jesús lo que le llevaba a actuar. Los evangelios nos hablan de un Jesús compasivo y misericordioso y así lo hace con el leproso (Mc 1,41); con la viuda de Naím (Lc 7,13); con los dos ciegos (Mt 20,34); con la muchedumbre que anda como ovejas sin pastor; con la muchedumbre sin comida por el desierto (Mt 14,14).
Él viene a proclamar un año de gracia para los pobres y oprimidos y los de corazón destrozado (Lc 4,16-22); él llama bienaventurados a los misericordiosos... (Mt 5,7) e invita a mostrar la misericordia unos a otros (Lc 10,33-35).
Jesús se acerca a la gente y se muestra misericordioso con los gestos, con la mirada; él toma siempre la iniciativa, se adelanta a sanar, a comer y alojarse con alguien o quedarse en tal pueblo. Sus palabras amables, consuelan, dan confianza, dan paz. Se sienta y acoge a los más débiles, a los más necesitados: leprosos, impuros: (Mc 1,40-45); sordomudos, ciegos, (Mc 7,31-37); los endemoniados ( Mc 5,1-20); pecadores (publicanos) (Mt 9,9-13); pecadoras (prostitutas) (Lc 7,36-50); mujeres marginadas (Mc 5,24-34); niños relegados, enfermos (Mc 10,13-16); samaritanos y paganos (Jn 4,4-42). Y la misericordia también la adopta en la postura con que expresa sus sentimientos, actitud, relación...
- agachado frente a la humillada/acusada (y luego se endereza para hablarle cara a cara)
- sentado compartiendo con Mateo y compañeros publicanos, el fariseo, la samaritana)
- invita a levantarse a la gente (suegra de Simón, niña de Jairo),
- a presentarse ante los demás sin miedo (hemorroisa, de la mano seca)
- a detener la procesión fúnebre (viuda de Naím)
- camina junto con los discípulos de Emaús.
Y Jesús manda ser misericordiosos, como el Padre de es misericordioso (Lc 6,36).
A algunas personas les hubiera gustado haber vivido en tiempo de Jesús para mirarlo, tocarlo, escuchar sus palabras. Hoy, sin embargo, tenemos un privilegio mayor, pues sabemos que, por la fe, al mirar a cada persona, miramos a Cristo y creemos que todo lo que hacemos a uno de los más pequeños, a él se lo hacemos, pues no podemos olvidar que cada una de las caras humanas es el rostro de Jesús, cada ser humano, bien esté sufriendo o gozando, riendo o llorando, es el rostro de Cristo.
El reconocer el rostro de Cristo en cada ser humano, con sus nombre y apellidos, nos dará la oportunidad de que él podrá reconocernos a nosotros en la eternidad y por toda la eternidad.
¿Te avergüenzas de tu fe?
Cada cristiano debería estar maravillado y agradecido por todas las bendiciones que nos da Dios. El video que acompaña a este artículo nos muestra a un grupo de jóvenes (y no tanto) católicos que responden dos preguntas: ¿qué es lo que más les gusta de ser cristiano?, ¿qué te avergüenza de serlo? Es parte de un evento de la Arquidiócesis de Lima cuyo objetivo fue celebrar como católicos en una reunión masiva la llegada del Espíritu Santo en
Pentecostés, pero ¿por qué no hacernos el mismo cuestionamiento nosotros hoy?
Pienso que todos los cristianos del mundo compartimos unas mismas alegrías y algunas tantas inquietudes. Jesús nos transformó la vida, nos dio su amor, ayudó a seres queridos y nos mostró un ideal de plenitud que por nosotros mismos no hubiéramos sido capaces de alcanzar. Cada cristiano debe estar maravillado y agradecido por todas las bendiciones que nos da Dios. Hasta este punto todos experimentamos un orgullo por ser cristianos. Sin embargo, luego viene una pregunta que nos puede cuestionar a todos: ¿qué nos da vergüenza de ser cristianos?
Es un buen momento para darse un tiempo y examinar esto. ¿Qué creo que piensan los demás de que sea cristiano? ¿Me importa lo que puedan decir de mí? ¿Soy capaz de hacer una manifestación pública de mi fe? ¿Doy testimonio no solo con el ejemplo sino también con la palabra? Muchas otras preguntas podrían surgir, pero todas giran a partir de la misma problemática: ¿tengo miedo a ser rechazado por ser cristiano?
Ahora bien, si es que la respuesta a esta pregunta es afirmativa, se pueden presentar varias alternativas de solución que están presentes en el video. En primer lugar, tenemos que ponernos a pensar: ¿cómo sería mi vida si Jesús no hubiera entrado en ella? ¿Dónde estaría, que haría, que pensaría? Además, ¿qué hubiera pasado si la persona que me presentó a Jesús hubiera tenido miedo de anunciarlo?Contestando sinceramente estas preguntas nos podremos dar cuenta de dos cosas: Jesús me ha amado y ha dado su vida por mí, y es lo más importante que me ha pasado en mi vida y si otras personas me han transmitido esta buena noticia, yo también puedo, y debo hacerlo.
Por otro lado el final del video nos muestra otra razón para no consentir el miedo a anunciarlo: la invitación personal de Dios, a través de San Pablo, a hacerlo:
Por eso te aconsejo que reavives el don de Dios que te fue conferido, porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza. No te avergüences, pues, de dar testimonio de Nuestro Señor .2 Tim 1,6-8
Y no es la única cita:
Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, han recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.Rm 8,15-16.
Finalmente, San Juan nos dice:
No cabe temor en el amor; antes bien, el amor pleno expulsa el temor, porque el temor entraña castigo; quien teme no ha alcanzado la plenitud en el amor. Nosotros amamos, porque Él nos amó primero.1 Jn 4,18-19
Lo que estas citas nos manifiestan es que el que ama a alguien, nunca tiene vergüenza de Él. Sin embargo, Dios sabe que nos cuesta amar, que nos cuesta anunciarlo. Por esto, Él nos da la posibilidad de amar, amándonos primero, y de anunciarlo regalándonos su Espíritu para que nos dé fortaleza e inteligencia.
Propongo meditar en estas preguntas en un ambiente de confianza y apertura:
- ¿Qué cosas ha hecho el Señor por mí? ¿Cómo se ha manifestado su amor en mi vida?
- ¿Estoy orgulloso de ser cristiano? ¿Tengo miedo de anunciarlo a veces? ¿Por qué?
- ¿Qué pienso de estas invitaciones fuertes del Señor para qué lo anuncie?
- ¿Veo a Dios ayudándome a anunciarlo?
Logotipo de la misericordia
"Somos millones los cristianos que, sin misericordia, dormimos tranquilos y con buena conciencia"
José María Castillo: "El Dios que nos presenta Jesús no quiere sacrificio y muerte"
"La conciencia, si damos la cara por los refugiados, los que pasan hambre, los enfermos, los que sufren"
José María Castillo, 12 de enero de 2016 a las 08:45
Para algunos, lo que importa es practicar sumisamente los sacrificios y los rituales que impone la religión. Mientras que para otros, lo primero es tener misericordia, buenas entrañas y solidaridad con los que sufren
(José María Castillo).- Es un hecho que ahora mismo hay en el mundo miles y millones de cristianos, que no tenemos la misericordia que nos pide el Evangelio y nos demanda el papa Francisco, como es igualmente un hecho que quienes vivimos sin la debida misericordia - ante tanta violencia y tanto sufrimiento (baste pensar en el angustioso problema de los refugiados) - dormimos cada noche tan tranquilos y con buena conciencia.
¿Cómo y por qué tranquilizamos (tanto y tan fácilmente) nuestra conciencia? Por supuesto, tenemos que recordar lo que comporta la fragilidad y la incoherencia que, de una manera o de otra, todos arrastramos. Pero a mí me parece que, en este asunto concreto, no queda todo explicado echando mano de nuestra incoherencia moral. No tenemos más misericordia porque no tenemos más generosidad. Esto es evidente.
Pero ocurre que, además de nuestra debilidad humana, tenemos una debilidad teológica que (a mi manera de ver) resulta decisiva en este asunto. ¿En qué consiste esta "debilidad teológica"? Lo digo en pocas palabras: el Dios de los evangelios no coincide con el Dios del apóstol Pablo. Se trata, en efecto, de dos "representaciones" de Dios, que son diferentes precisamente en este punto concreto de la misericordia.
En efecto, el Dios de los evangelios es el Dios que "quiere misericordia y no sacrificio" (Mt 9, 13; 12, 7; cf. Os 6, 6). Sin embargo, el Dios del que habla Pablo es el Dios de Abrahán (Gal 3, 16-21; Rom 4, 2-20). Ahora bien, esto significa que el Dios, que nos presenta Jesús, quiere sobre todo misericordia, no quiere sacrificio y muerte (en eso consisten los "sacrificios" rituales). Por el contrario, el Dios de Abrahán es el Dios que lo primero que impuso al patriarca bíblico fue sacrificar a su hijo Isaac en un altar (Gen 22, 1-2). Esto supuesto, el drama contradictorio, que vive y enseña la teología cristiana, consiste en que teneos que creer en el Dios de Jesús y en el Dios de Pablo (que es el Dios de Abrahán).
¿Y qué consecuencia se sigue de todo esto? Sin más remedio, se sigue la ambigüedad en que vivimos la teología y la espiritualidad que se nos enseña. Me refiero a la ambigüedad que consiste en que, para algunos, lo que importa es practicar sumisamente los sacrificios y los rituales que impone la religión. Mientras que para otros, lo primero es tener misericordia, buenas entrañas y solidaridad con los que sufren.
Sencillamente, el cristianismo de Pablo nos tranquiliza la conciencia, si cumplimos con la religión. Mientras que el cristianismo de Jesús solamente nos tranquiliza la conciencia, si damos la cara por los refugiados, los que pasan hambre, los enfermos, los que sufren. ¿Queda claro por qué somos tantos los cristianos que sin misericordia vivimos con buena conciencia?