«Jesús se levantó de madrugada, y se marchó al descampado»

San Hilario de Poitiers

Queridos hermanos y hermanas: 

Hoy quiero hablar de un gran Padre de la Iglesia de Occidente, san Hilario de  Poitiers, una de las grandes figuras de obispos del siglo IV. Enfrentándose a  los arrianos, que consideraban al Hijo de Dios como una criatura, aunque  excelente, pero sólo criatura, san Hilario consagró toda su vida a la defensa de  la fe en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios como el Padre, que lo  engendró desde la eternidad.

No disponemos de datos seguros sobre la mayor parte de la vida de san Hilario.  Las fuentes antiguas dicen que nació en Poitiers, probablemente hacia el año  310. De familia acomodada, recibió una sólida formación literaria, que se puede  apreciar claramente en sus escritos. Parece que no creció en un ambiente  cristiano. Él mismo nos habla de un camino de búsqueda de la verdad, que lo  llevó poco a poco al reconocimiento del Dios creador y del Dios encarnado, que  murió para darnos la vida eterna.

Bautizado hacia el año 345, fue elegido obispo de su ciudad natal en torno a los  años 353-354. En los años sucesivos, san Hilario escribió su primera obra, el Comentario al Evangelio de san Mateo. Se trata del comentario más antiguo en  latín que nos ha llegado de este Evangelio. En el año 356 asistió como obispo al  sínodo de Béziers, en el sur de Francia, el "sínodo de los falsos apóstoles",  como él mismo lo llamó, pues la asamblea estaba dominada por obispos  filo-arrianos, que negaban la divinidad de Jesucristo. Estos "falsos apóstoles"  pidieron al emperador Constancio que condenara al destierro al obispo de  Poitiers. De este modo, san Hilario se vio obligado a abandonar la Galia en el  verano del año 356.

Desterrado en Frigia, en la actual Turquía, san Hilario entró en contacto con un  contexto religioso totalmente dominado por el arrianismo. También allí su  solicitud de pastor lo llevó a trabajar sin descanso por el restablecimiento de  la unidad de la Iglesia, sobre la base de la recta fe formulada por el concilio  de Nicea. Con este objetivo emprendió la redacción de su obra dogmática más  importante y conocida: el De Trinitate ("Sobre la Trinidad").

En ella, san Hilario expone su camino personal hacia el conocimiento de Dios y  se esfuerza por demostrar que la Escritura atestigua claramente la divinidad del  Hijo y su igualdad con el Padre no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en  muchas páginas del Antiguo Testamento, en las que ya se presenta el misterio de  Cristo. Ante los arrianos insiste en la verdad de los nombres de Padre y de  Hijo, y desarrolla toda su teología trinitaria partiendo de la fórmula del  bautismo que nos dio el Señor mismo:  "En el nombre del Padre y del Hijo y del  Espíritu Santo".

El Padre y el Hijo son de la misma naturaleza. Y si bien algunos pasajes del  Nuevo Testamento podrían hacer pensar que el Hijo es inferior al Padre, san  Hilario ofrece reglas precisas para evitar interpretaciones equívocas:  algunos  textos de la Escritura hablan de Jesús como Dios, otros en cambio subrayan su  humanidad. Algunos se refieren a él en su preexistencia junto al Padre; otros  toman en cuenta el estado de abajamiento (kénosis), su descenso hasta la muerte;  otros, por último, lo contemplan en la gloria de la resurrección.

En los años de su destierro, san Hilario escribió también el Libro de los  Sínodos, en el que reproduce y comenta para sus hermanos obispos de la Galia  las confesiones de fe y otros documentos de los sínodos reunidos en Oriente a  mediados del siglo IV. Siempre firme en la oposición a los arrianos radicales,  san Hilario muestra un espíritu conciliador con respecto a quienes aceptaban  confesar que el Hijo erasemejante al Padre en la esencia, naturalmente  intentando llevarles siempre hacia la plena fe, según la cual, no se da sólo una  semejanza, sino una verdadera igualdad entre el Padre y el Hijo en la divinidad.  También me parece característico su espíritu de conciliación:  trata de  comprender a quienes todavía no han llegado a la verdad plena y, con gran  inteligencia teológica, les ayuda a alcanzar la plena fe en la divinidad  verdadera del Señor Jesucristo.

En el año 360 ó 361, san Hilario pudo finalmente regresar del destierro a su  patria e inmediatamente reanudó la actividad pastoral en su Iglesia, pero el  influjo de su magisterio se extendió de hecho mucho más allá de los confines de  la misma. Un sínodo celebrado en París en el año 360 o en el 361 retomó el  lenguaje del concilio de Nicea. Algunos autores antiguos consideran que este  viraje antiarriano del Episcopado de la Galia se debió en buena parte a la  firmeza y a la bondad del obispo de Poitiers. Esa era precisamente una  característica peculiar de San Hilario:  el arte de conjugar la firmeza en la fe  con la bondad en la relación interpersonal.

En los últimos años de su vida compuso los Tratados sobre los salmos, un  comentario a 58 salmos, interpretados según el principio subrayado en la  introducción de la obra:  "No cabe duda de que todas las cosas que se dicen en  los salmos deben entenderse según el anuncio evangélico, de manera que,  independientemente de la voz con la que ha hablado el espíritu profético, todo  se refiera al conocimiento de la venida de nuestro Señor Jesucristo,  encarnación, pasión y reino, y a la gloria y potencia de nuestra resurrección" (Instructio  Psalmorum 5). En todos los salmos ve esta transparencia del misterio de  Cristo y de su cuerpo, que es la Iglesia. En varias ocasiones, san Hilario se  encontró con san Martín:  precisamente cerca de Poitiers el futuro obispo de  Tours fundó un monasterio, que todavía hoy existe. San Hilario falleció en el  año 367. Su memoria litúrgica se celebra el 13 de enero. En 1851 el beato Pío IX  lo proclamó doctor de la Iglesia.

Para resumir lo esencial de su doctrina, quiero decir que el punto de partida de  la reflexión teológica de san Hilario es la fe bautismal. En el De Trinitate,  escribe:  Jesús "mandó bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del  Espíritu Santo (cf. Mt 28, 19), es decir, confesando al Autor, al  Unigénito y al Don. Sólo hay un Autor de todas las cosas, pues sólo hay un  Dios Padre, del que todo procede. Y un solo Señor nuestro, Jesucristo,  por quien todo fue hecho (1 Co 8, 6), y un solo Espíritu (Ef 4, 4), don en todos. (...) No puede encontrarse nada que falte a una  plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo y en el  Espíritu Santo la inmensidad en el Eterno, la revelación en la Imagen, la  alegría en el Don" (De Trinitate 2, 1).

Dios Padre, siendo todo amor, es capaz de comunicar en plenitud su divinidad al  Hijo. Considero particularmente bella esta formulación de san Hilario:  "Dios  sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien  es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite componendas, como si Dios sólo  fuera padre en ciertos aspectos y en otros no" (ib. 9, 61). 

Por esto, el Hijo es plenamente Dios, sin falta o disminución alguna:  "Quien  procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo le ha dado todo" (ib. 2, 8). Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, la humanidad encuentra  salvación. Al asumir la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, "se hizo  la carne de todos nosotros" (Tractatus in Psalmos 54, 9); "asumió en sí  la naturaleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es la raíz de  todo sarmiento" (ib. 51, 16).

Precisamente por esto el camino hacia Cristo está abierto a todos  —porque él ha  atraído a todos hacia su humanidad—, aunque siempre se requiera la conversión  personal:  "A través de la relación con su carne, el acceso a Cristo está  abierto a todos, a condición de que se despojen del hombre viejo (cf. Ef 4, 22) y lo claven en su cruz (cf. Col 2, 14); a condición de que  abandonen las obras de antes y se conviertan, para ser sepultados con él en su  bautismo, con vistas a la vida (cf. Col 1, 12; Rm 6, 4)" (ib.  91, 9).

La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, san Hilario, al final de  su tratado sobre la Trinidad, pide la gracia de mantenerse siempre fiel a la fe  del bautismo. Es una característica de este libro:  la reflexión se transforma  en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios.

Quiero concluir la catequesis de hoy con una de estas oraciones, que se  convierte también en oración nuestra:  "Haz, Señor —reza san Hilario, con gran  inspiración— que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi  regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu  Santo. Que te adore, Padre nuestro, y juntamente contigo a tu Hijo; que sea  merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito.  Amén" (De Trinitate 12, 57).

Benedicto XVI

© Copyright 2007 - Libreria  Editrice Vaticana

Oremos

Señor, Padre todopoderoso, haz que tu pueblo penetre en el conocimiento de la divinidad de Jesucristo y la proclame con aquella misma valentía con que el obispo San Hilario la defendió durante toda su vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de las Victorias, Praga Czechoslovakia (1620), hogar de Niño Jesús de Praga.

Niña con mitra en la audiencia del Papa Francisco

"Invito a rezar por las víctimas del atentado de ayer en Estambul"
Papa: "Dios se enternece por nosotros, como una madre cuando toma en brazos a su hijo"

Pide que, en el Jubileo, "nadie permanezca excluido de la fiesta de la misericordia"

José Manuel Vidal, 13 de enero de 2016 a las 09:25

El amor de Dios no es un amor de telenovela. Es el amor que da el primer paso, que no depende de los méritos humanos

(José M. Vidal).- Audiencia del miércoles del Papa en el aula Pablo VI, por primera vez desde hacía mucho tiempo. Francisco inicia una serie de catequesis sobre la misericordia. Asegura que Dios nos ama como "una madre con su hijo en brazos", pide que, en le Jubileo, "nadie quede excluido de la fiesta de la misericordia" e invita a "sentirnos amados por este Dios compasivo y misericordioso".

Algunas frases del Papa
"Catequesis sobre la misericordia en perspectiva bíblica"
"En la Sagrada Escritura el señor es presentado como el Dios misericordioso"
"El Señor, Dios misericordioso y compasivo, lento a la ira y rico en amor y fidelidad"
"El amor de Dios no se cansa jamás de perdonar"
"Es una actitud como el de una madre con su hijo"
"Hace pensar en elvientre materno"
"Un Dios se conmueve y se enternece por nosotros, como una madre cuando toma en brazos a su hijo, deseosa sóla de amar, pronta a entregarse entera hasta a sí misma"
"Un amor que se puede definir como visceral en el buen sentido de la palabra"
"El Señor es piadoso, aporta la gracia, se inclina sobre el débil y el pobres, siempre dispuesto aacoger, a perdonar"
"Es como el padre de la Parábola de Lucas del hijo pródigo"
"Lo ha engendrado, corre a su encuentro y lo abraza"
"Va a llamar al hijo mayor"
"Que nadie permanezca excluido de la fiesta de la misericordia"
"La misericordia es una fiesta"
"Dios es lento a la ira"
"¡Qué buena la definición de Dios!"
"Su grandeza y potencia se despliega en su amor"
"El amor de Dios no es un amor de telenovela"
"Es el amor que da el primer paso, que no depende de los méritos humanos"
"Nada lo puede detener, ni siquiera el pecado"
"Una fidelidad sin límites"
"El Señor te custodiará de todo mal"
"Este Dios misericordioso es fiel en su misericordia"
"Pablo dice algo bello: Si tú, ante Él, no eres fiel, Él permanecerá fiel, porque no puede renegar de sí mismo"
"La fidelidad en la misericordia es precisamente el ser de Dios"
"En este Jubileo, confiemos totalmente en Él y experimentemos la alegría de sentirnos amados por este Dios misericordioso y compasivo"


Texto completo del saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:

Empezamos hoy un ciclo de catequesis sobre la misericordia en la Biblia con este paso del libro del Éxodo, en el que el Señor se llama a sí mismo: Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Y es así, es compasivo, siempre dispuesto a acoger, a comprender, a perdonar, como el Padre de la parábola del Hijo pródigo. Es misericordioso, tiene literalmente entrañas de misericordia, se conmueve y se enternece como una madre por su hijo, y está dispuesto a amar, proteger, ayudar, dándolo todo por nosotros.

Es lento a la ira, cuenta hasta diez, como decíamos de jóvenes, respirando profunda-mente, para no perder la calma y soportar, sin impacientarse. Es rico en clemencia, un caudal inagotable que se manifiesta en su bondad, en su gratuita benevolencia, que vence el mal y el pecado. Y, finalmente, es leal, el Señor es fiel, palabra que no està muy de moda ... él es fiel; su fidelidad dura por siempre, no duerme ni reposa, está siempre atento, vigilante y no permitirá que flaqueemos en la prueba.

***

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica (veo tropas argentinas y uruguayas). Llenos de confianza en el Señor, acojámonos a Él, para experimentar la alegría de ser amados por un Dios misericordioso, clemente y compasivo.

En el saludo en italiano, el Papa recuerda a las víctimas del atentado de Estambul

"Invito a rezar por las víctimas del atentado de ayer en Estambul. Que el Señor misericordioso conceda paz eterna a los difuntos, conforte a los familiares y convierta

Texto completo de la traducción de la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy iniciamos las catequesis sobre la misericordia según la perspectiva bíblica, para aprender sobre la misericordia al escuchar aquello que Dios mismo nos enseña con su Palabra. Iniciamos por el Antiguo Testamento, que nos prepara y nos conduce a la revelación plena de Jesucristo, en el cual se realiza la revelación de la misericordia del Padre.

En las Sagradas Escrituras, el Señor es presentado como "Dios misericordioso". Este es su nombre, a través del cual nos revela, por así decir, su rostro y su corazón. Él mismo, como narra el Libro del Éxodo, revelándose a Moisés se autodefinió como: «El Señor, Dios misericordioso y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad» (34,6). También en otros textos encontramos esta fórmula, con alguna variación, pero siempre la insistencia está puesta en la misericordia y en el amor de Dios que no se cansa nunca de perdonar (cfr Gn 4,2; Gl 2,13; Sal 86,15; 103,8; 145,8; Ne 9,17). Veamos juntos, una por una, estas palabras de la Sagrada Escritura que nos hablan de Dios.

El Señor es "misericordioso": esta palabra evoca una actitud de ternura como la de una madre con su hijo. De hecho, el término hebreo usado en la Biblia hace pensar a las vísceras o también en el vientre materno. Por eso, la imagen que sugiere es aquella de un Dios que se conmueve y se enternece por nosotros como una madre cuando toma en brazos a su niño, deseosa sólo de amar, proteger, ayudar, lista a donar todo, incluso a sí misma. Esa es la imagen que sugiere este término. Un amor, por lo tanto, que se puede definir en sentido bueno "visceral".

Después está escrito que el Señor es "bondadoso", en el sentido que hace gracia, tiene compasión y, en su grandeza, se inclina sobre quien es débil y pobre, siempre listo para acoger, comprender, perdonar. Es como el padre de la parábola del Evangelio de Luca (cfr Lc 15,11-32): un padre que no se cierra en el resentimiento por el abandono del hijo menor, sino al contrario continúa a esperarlo, lo ha generado, y después corre a su encuentro y lo abraza, no lo deja ni siquiera terminar su confesión, como si le cubriera la boca, qué grande es el amor y la alegría por haberlo reencontrado; y después va también a llamar al hijo mayor, que está indignado y no quiere hacer fiesta, el hijo que ha permanecido siempre en la casa, pero viviendo como un siervo más que como un hijo, y también sobre él el padre se inclina, lo invita a entrar, busca abrir su corazón al amor, para que ninguno quede excluso de la fiesta de la misericordia. La misericordia es una fiesta.

  

De este Dios misericordioso se dice también que es "lento para enojarse", literalmente, "largo de respiro", es decir, con el respiro amplio de la paciencia y de la capacidad de soportar. Dios sabe esperar, sus tiempos no son aquellos impacientes de los hombres; Es como un sabio agricultor que sabe esperar, da tiempo a la buena semilla para que crezca, a pesar de la cizaña (cfr Mt 13,24-30).

Y por último, el Señor se proclama "grande en el amor y en la fidelidad". ¡Qué hermosa es esta definición de Dios! Aquí está todo. Porque Dios es grande y poderoso, pero esta grandeza y poder se despliegan en el amarnos, nosotros así pequeños, así incapaces. La palabra "amor", aquí utilizada, indica el afecto, la gracia, la bondad. No es un amor de telenovela. Es el amor que da el primer paso, que no depende de los méritos humanos sino de una inmensa gratuidad. Es la solicitud divina que nada la puede detener, ni siquiera el pecado, porque sabe ir más allá del pecado, vencer el mal y perdonarlo.

Una "fidelidad" sin límites: he aquí la última palabra de la revelación de Dios a Moisés. La fidelidad de Dios nunca falla, porque el Señor es el Custodio que, como dice el Salmo, no se adormenta sino que vigila continuamente sobre nosotros para llevarnos a la vida:

«El no dejará que resbale tu pie:
¡tu guardián no duerme!
No, no duerme ni dormita
el guardián de Israel.
[...]
El Señor te protegerá de todo mal
y cuidará tu vida.
8 El te protegerá en la partida y el regreso,
ahora y para siempre» (121,3-4.7-8).
Y este Dios misericordioso es fiel en su misericordia. Y Pablo dice algo bello: si tú, delante a Él, no eres fiel, Él permanecerá fiel porque no puede renegarse a sí mismo, la fidelidad en la misericordia es el ser de Dios. Y por esto Dios es totalmente y siempre confiable. Una presencia sólida y estable. Es esta la certeza de nuestra fe. Y luego, en este Jubileo de la Misericordia, confiemos totalmente en Él, y experimentemos la alegría de ser amados por este "Dios misericordioso y bondadoso, lento para enojarse y grande en el amor y en la fidelidad".

Curación de la suegra de Pedro
Marcos 1, 29-39. Tiempo Ordinario. Cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz del evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren.

Del santo Evangelio según san Marcos 1, 29-39
Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Oración introductoria
Jesús, Tú si sabías darle el lugar que le corresponde a tu Padre en tu vida. Ni los milagros, ni la atención a tus discípulos te hacían olvidar lo fundamental: la oración. Permite que yo sepa vivir tu estilo de vida, quiero enamorarme más de Ti en esta oración para poder ser fiel a mi vida de oración y, así, convertirme en un propagador de tu amor entre todos los hombres.

Petición
Señor, ayúdame a orar y a dialogar con tu Padre como Tú lo hacías.

Meditación del Papa Francisco
La obra salvadora de Cristo, no se agota con su persona durante su vida terrena; ésta prosigue mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios hacia los hombres.

Al enviar en misión a sus discípulos, Jesús les confiere una doble misión: anunciar el Evangelio de la salvación y sanar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos como parte integrante de su misión.

“Los pobres y los que sufren, los tendrán siempre”, advierte Jesús. Y la Iglesia continuamente les encuentra en la calle, considerando a las personas enfermas como una vía privilegiada para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo.

Curar a un enfermo, acogerlo y servirlo es servir a Cristo, el enfermo es la carne de Cristo.

Esto sucede en nuestro tiempo, cuando a pesar de las diversas adquisiciones de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las personas despierta fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y del dolor, y sobre el porqué de la muerte.

Son preguntas existenciales a las cuales la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo delante de los ojos al Crucifico, en el cual aparece todo el misterio de salvación de Dios padre, que por amor de los hombres no escatimó a su propio Hijo.

Por lo tanto cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz del evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a todos aquellos que los asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo sea realizado cada vez con más humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico, y con ternura. (Homilía de S.S. Francisco,  8 de febrero de 2015).

Reflexión
Jesús nunca se ha cansado de servir a los hombres. Hoy aún sigue siendo el hombre más servidor de todos. Él mismo nos lo dijo: "no he venido a ser servido, sino a servir". Pero de vez en cuando Él buscaba momentos de tranquilidad al lado de sus discípulos. Hoy es uno de esos días.

Han llegado a la casa de Simón, y encuentra a la suegra de éste enferma. Jesús, no sabiendo cómo no salvar un alma más en ese día, la toma de la mano y la cura. Parece que Dios, hecho hombre para servir no quiera hacer otra cosa. Él todo poderoso; Él conocedor de los sufrimientos humanos; Él que tanto ha amado al mundo, ¿se iba a quedar tranquilo viendo a los hombres perderse? No, hay que salvarlos a toda costa. Por eso allí está, sirviendo en los momentos de mayor intimidad con sus discípulos. La suegra aprendió muy bien la lección de ese día: "En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles". ¿Cuántas lecciones tenemos que sacar de este pequeño acto de donación? Se dice que arrastra más un ejemplo que muchas palabras. Aquí lo tienen. El ejemplo está claro: Cristo, servidor de los hombres para salvarlos.

Aunque haya pasado toda una tarde de enseñanzas con sus discípulos, Él al atardecer sirvió a los demás, para darles la Vida y que la tuvieran en abundancia. No sólo actuó en ese pueblo, sino que su amor se extendió, durante su vida terrena, a los judíos, pero ahora sigue haciendo el bien, a través de un ejemplo de uno de sus consagrados, a través de la oración abnegada de todos los días de una madre de familia, o la sencillez de corazón de un jovencito que hace un acto de amor para con el viejito que está cruzando la calle. El actúa hoy de muchas formas en el mundo, principalmente a través de la oración.

Propósito
Oración confiada para no dejar que la duda o la angustia me domine cuando surjan los problemas de la vida.

Diálogo con Cristo
¡Cuánto me enseña este pasaje del Evangelio! Ahora comprendo la importancia de la oración y el cómo vivir los acontecimientos difíciles de la vida: con paciencia, ánimo y esperanza. Gracias, Señor, por llevarme de tu mano y permite que, al igual que la suegra de Pedro, me ponga a servir a los demás. Dame la gracia de identificarme contigo para pensar como Tú, sentir como Tú, amar como Tú y vivir como Tú.

La sugerencia jubilar se dirige a todos
Misericordia y realismo; la geopolítica de Papa Francisco

La Iglesia pone a disposición del mundo el espacio temporal del Jubileo como ambiente propicio para afrontar juntos las emergencias globales

El Año Santo de la Misericordia querido por Papa Francisco también tiene un aspecto geopolítico. La Iglesia pone a disposición del mundo el espacio temporal del Jubileo como ambiente propicio para desmantelar conflictos, detener el flagelo de la guerra, afrontar juntos las emergencias globales. Papa Bergoglio pronunció hoy esta propuesta en términos directos y concretos: dirigiéndose a los representantes diplomáticos acreditados ante la Santa Sede, en el tradicional discurso de principio de año, renovó ante todos ellos «la plena disponibilidad de la Secretaría de Estado para colaborar con ustedes en la promoción de un diálogo constante entre la Sede Apostólica y los países que representan», y declaró explícitamente su «íntima certeza» de que el año jubilar (inaugurado intencionalmente en Bangui, en un país muy afectado «por el hambre, la pobreza y los conflictos») podrá ser una «ocasión propicia para que la fría indiferencia de muchos corazones sea vencida por el calor de la misericordia, don precioso de Dios, que transforma el temor en amor y nos hace artífices de paz».

En la Bula «Misericordia Vultus», Papa Francisco manifestó la intención de no transformar el Año Santo en un «tiempo propicio» exclusivamente para los devotos o para las categorías de católicos «comprometidos», sino de ofrecerlo como ocasión de reconciliación también para los no cristianos, empezando por los judíos y musulmanes.

Un tiempo que no excluya, a priori, la posibilidad de aplicar las dinámicas «jubilares» de la cancelación las deudas o de la reconciliación entre enemigos, incluso en los intentos por afrontar los conflictos y las crisis internacionales que atormentan a pueblos y naciones.

La sugerencia jubilar se dirige a todos, sin cálculos interesados. Papa Francisco no pretende defender a una civilización frente a otros sujetos activos en la escena del mundo. Repite que la acción de la Santa Sede a nivel internacional tiene como horizonte el bien de toda la familia humana. Por ello no tiene problemas a la hora de crear ejes privilegiados o colaboraciones exclusivas con determinada entidad geopolítica preminente.

La Iglesia en el tiempo de Papa Francisco no apuesta por buscar padrinos y apoyos geopolíticos, y no pretende afirmar con sus fuerzas la propia «relevancia» en la historia. Por lo tanto, tampoco tiene problemas al adquirir ciertos márgenes de influencia que concurren (o que crean redes de alianzas preferenciales) con los poderes mundanos.  La misma diplomacia vaticana (tal como declaró una vez el cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin) tiene la tarea de «construir puentes, en el sentido de promover el diálogo y las negociaciones como medios para solucionar los conflictos, para difundir la fraternidad, para luchar contra la pobreza y para edificar la paz. No existen otros ‘intereses’ ni ‘estrategias’ del Papa y de sus representantes cuando actúan en el escenario internacional».

El efecto y los resultados obtenidos demuestran que justamente una cierta distancia de pretensiones y alineaciones geopolíticas prefabricadas favorece la elasticidad y la eficacia con las que la actual guía de la Iglesia ejerce su discernimiento sobre el mundo. La mirada evangélica y la misma referencia a la misericordia alimentan una percepción realista de los contextos y de los problemas. Justamente la fuente evangélica de esta mirada ayuda a esquivar conformismo o ideologías al servicio del poder, y parece inmune a idealismo utópicos y a perfeccionismo neo-rigoristas.

Así, al afrontar cada una de las cuestiones, el discurso a los diplomáticos de Papa Francisco pone a disposición de todos reservas de pensamiento crítico que desmontan clichés y recetas preconfeccionadas, y sugieren pistas para trabajar en la búsqueda de soluciones concretas. La misma «emergencia migratoria», argumento principal del discurso, ha sido afrontada por el Papa con la mirada de quien reconoce en las migraciones un elemento de la historia de la salvación, que atraviesa la historia del mundo, desde el viaje de Abraham hasta la deportación del pueblo elegido en Babilonia, pasando por la fuga hacia Egipto de María y José para salvar a Jesús. En su discurso de hoy, Papa Francisco no separó las tragedias de hoy (las limpiezas étnico-religiosas, las muertes de migrantes en el mar, las guerras…) de los problemas «relacionados con el comercio de armamento, con el acceso a materias primas y energía, con las inversiones, con las políticas financieras y de apoyo al desarrollo, hasta con la grave plaga de la corrupción». Una vez más, el Papa indicó que la raíz global de los sufrimientos colectivos de quienes huyen de guerras y tragedias humanitarias es «la cultura del descarte» que prevalece y que no considera a las personas, sobre todo si son «pobres o discapacitadas, si ‘todavía no sirven’, como los que están por nacer (explícita referencia a la mentalidad abortista, ndr.) o ‘ya no sirven’, como los ancianos».

Sobre la migración, Papa Francisco reconoció la necesidad de «establecer proyectos a medio y largo plazo que vayan más allá de la respuesta de emergencia», ayudando «la integración de los migrantes en los países de acogida» y favoreciendo al mismo tiempo «el desarrollo de los países de origen con políticas solidarias, pero que no sometan las ayudas a estrategias y prácticas ideológicamente ajenas o contrarias a las culturas de los pueblos a los que se dirigen». En relación con la alarma que se ha desencadenado en Europa debido a las migraciones, el Sucesor de Pedro repitió con realismo que la actual oleada migratoria «parece minar las bases de ese ‘espíritu humanístico’ que Europa ama y defiende desde siempre», por lo que es necesario «encontrar el justo equilibrio entre el doble deber moral de tutelar los derechos de los propios ciudadanos y el de garantizar la asistencia y la acogida de los migrantes». Invitó también a no dejar solos a los países europeos más afectados por el flujo de migrantes, incluida Italia. Pero al mismo tiempo recordó que las emergencias migratorias más insostenibles son las que se registran en Líbano, Jordania y Turquía.

Con respecto a la situación que vive Italia, el Papa indicó que espera, en virtud de su tradición plurimilenaria, que «sea capaz de acoger e integrar el aporte social, económico y cultural que los migrantes pueden ofrecer». Y sobre las angustias culturales y sociales relacionadas con el fenómeno de la migración, incluso en el ámbito de la pertenencia religiosa, Papa Francisco repitió que «solo una forma ideológica y desviada de religión puede pensar hacer justicia en nombre del Omnipotente, masacrando deliberadamente a personas inermes». El obispo de Roma constató que el extremismo y el fundamentalismo encuentran un terreno fértil también «en el vacío de ideales y de la perdida de la identidad (incluso religiosa) que dramáticamente connota al llamado Occidente». Pero también indicó, con una referencia implícita a las rectoras islamofóbicas, que un síntoma alarmante de este vacío son las reacciones identitarias que impulsan a «ver al otro como un peligro y un enemigo, a encerrarse en sí mismos, enrocándose en posiciones preconcebidas». En cambio, recordó, la acogida puede ser «una ocasión propicia para una nueva comprensión y apertura de horizonte, tanto para quien es acogido, que tiene el deber de respetar los valores, las tradiciones y las leyes de la comunidad que lo hospeda, como para esta última, llamada a dar valor a todo lo que cada migrante puede ofrecer».

También se refirió a todos los sufrimientos de los cristianos, involucrados en los fenómenos migratorios como víctimas de persecución, pero el Papa evitó referirse a estas realidades en términos que sirvan a las teorías sobre el enfrentamiento entre civilizaciones, sin separar los sufrimientos de los cristianos de los de los demás, en sintonía con los exponentes más lúcidos de las Iglesias de Oriente. Hace pocos días fue el Patriarca Tawadros II quien repitió que el terrorismo «no hace distinciones» entre cristianos y musulmanes. La misma mirada abierta a la solución de los conflictos mediante la negociación multilateral, para Papa Francisco, debe continuar en relación con el acuerdo sobre la energía nuclear iraní, con el intento para resolver el conflicto en Libia y con las decisiones que han tomado los actores globales y regionales «para alcanzar una solución política y diplomática» de la guerra en Siria. Sin olvidar la esperanza de que durante este nuevo año puedan sanar «las profundas heridas que separan a los israelíes y a los palestinos, y permitir la pacífica convivencia de dos pueblos que desde el profundo del corazón no piden más que paz».

Discurso completo de Papa Francisco al Cuerpo Diplomático acreditado en la Santa Sede el 11 de enero de 2016

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