La conversión de San Pablo
- 25 Enero 2016
- 25 Enero 2016
- 25 Enero 2016
Evangelio según San Marcos 16,15-18.
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".
Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol
Conversión de san Pablo, apóstol
Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino y lo eligió para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.
Hay muchos aspectos para meditar en la conversión de san Pablo: desde cosas tan ascépticas como los datos históricos que poseemos sobre el hecho, hasta la maravilla que representa que precisamente un verdugo de la fe se convierta en uno de los máximos exponentes del apostolado y como en prototipo de lo que debe ser un apóstol. Me conformo con ceñirme, en el contexto del santoral, a dos aspectos: esto de que celebramos una conversión, y en qué medida la conversión como tal -y no sólo la de san Pablo- forma parte de nuestra fe como uno de sus rasgos originales.
Porque si bien miramos, es común que los santos nos cuenten su «conversión», es decir, la reversión radical hacia Dios de todos los valores de la vida que llevaban hasta ese momento; por ejemplo, cuando pensamos en la palabra «conversión», a todos -casi con seguridad- se nos representa la célebre de san Agustín; sin embargo, sólo de san Pablo celebramos litúrgicamente la conversión. De ningún otro. Pienso que no es desmedido señalar que la conversión de san Pablo representó para toda la Iglesia una especie de refundación: esa Iglesia que se fundó en la Cena, que se fundó en la entrega del discípulo a la Madre, que se fundó en la palabra de envío del Resucitado, que se fundó en la venida del Espíritu Santo, renueva también su fundación en esta especie de última «vuelta de tuerca» que es capaz de extraer del mensaje de Jesús todo lo que quedaba en su fondo, difícil de aceptar y difícil de formular: nadie hay ante Dios que esté perdido de antemano, incluyendo como corolario natural que la fe deberá dirigirse también a los gentiles, a los que nunca ni oyeron hablar de Dios, a quienes ni siquiera están esperando una Alianza con Dios ni ninguna manifestación suya, a los que ni siquiera tienen «sed de Dios».
La conversión de san Pablo tiene algo de común con todas las conversiones, incluyendo la de cada uno de nosotros: se trata de una «metá-noia» (que es la palabra que usa el NT para hablar de conversión), de un «cambio [metá] de mentalidad [noia]»; nuevos criterios, nueva mirada, nueva perspectiva. Lo mismo que veíamos hasta ayer de una manera, lo vemos hoy con un significado diverso. De esa conversión no es ajeno ningún creyente, forma parte del «proceso de la fe»; -es posible que alguien haya sido bautizado, le haya dado la espalda a Dios y vuelva: conversión;
-es posible que alguien haya sido bautizado y haya seguido practicando la fe sin desviarse de sus criterios, hasta que un buen día se da de narices contra sí mismo y su buen comportamiento y descubre que toda la fe había sido cosa de Dios más que sí mismo y su buen comportamiento: conversión
-puede ser que alguien nunca haya querido saber nada de la fe cristiana, pero tiene en el estómago ese «vacío de absoluto», eso que el salmo 42 llama «sed de Dios», y un buen día siente -por los medios que sean: una predicación, una música, una liturgia- que es Cristo quien apaga esa sed, y nadie más: conversión;
-puede que ni siquiera tenga sed de Dios, tan sólo «la vieja llaga de la herida en el ser» -en palabras de Moravia-, y de repente descubre el poder sobre esa llaga que tiene la otra llaga, la de Cristo: conversión.
Es posible pensar abstractamente el cristianismo como una fe, sin implicar la conversión, pero no es posible vivir el cristianismo en concreto sin toparse con la conversión, e incluso con la necesidad «periódica» de convertirse, tal como lo celebramos cada año en el ciclo litúrgico. En cierto sentido la conversión de san Pablo tuvo que ver con eso: fue encontrado por Cristo y eso cambió su mentalidad, dio un vuelco de 180º. Le pasó a él, me pasó a mí, le pasó al lector de este escrito, y si no pasó aun, ya va a pasar.
Pero a la vez tiene algo de especial y único, algo que no ha vuelto a repetirse en la historia de la Iglesia: en la conversión de san Pablo toda la Iglesia se convierte a la novedad de una misión que hasta ese momento no había aparecido, y que incluso tardará décadas antes de que oficialmente la Iglesia acepte que la misión de san Pablo a los gentiles compromete a todos, no sólo a san Pablo y los suyos; que esa misión a los gentiles y entre los gentiles está en el fondo de la esencia de la Iglesia. La conversión de san Pablo obligará a toda la Iglesia a convertirse y tomar conciencia de que la fe cristiana no es un apéndice de la fe judía, aunque esa verdad tardará décadas en comenzar a dar sus frutos. Nos hace bien celebrar cada año la conversión de san Pablo; somos seres en el tiempo y del tiempo, por eso para nosotros, los seres humanos, las grandes verdades no son nunca una cosa dicha de una vez y para siempre: requieren ser dichas y redichas, meditadas y remeditadas, comprendidas y recomprendidas. Es constante a lo largo de la historia la tendencia de los creyentes a convertir a la Iglesia no en un lugar de salvación sino en depósito de salvados, a aislarnos del mundo, a cercar y amurallar. Tal vez eso forme parte de la dinámica más profunda de nuestra fe: por eso mismo cada año la celebracíon litúrgica de la conv
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
7ª Homilía sobre la conversión
“Yo, que antes era un blasfemo y un perseguidor..., Dios tuvo compasión de mí” (1Tm 1,13): la conversión de San Pablo
Es preciso que conservemos siempre en nuestro espíritu cómo todos los hombres están rodeados de tantos testigos del mismo amor de Dios. Si su justicia hubiera precedido a la penitencia, el universo hubiera sido aniquilado. Si Dios hubiera sido pronto al castigo, la Iglesia no hubiera conocido al apóstol Pablo; no hubiera recibido a un tal hombre en su seno. Es la misericordia de Dios la que transforma al perseguidor en apóstol; es ella la que cambia al lobo en pastor, y que hace de un publicano un evangelista (Mt 9,9). Es la misericordia de Dios la que, conmovida por nuestra suerte, nos ha transformado; es ella la que nos ha convertido.
Es viendo al comilón de ayer ponerse hoy a ayunar, al blasfemador de antaño hablar de Dios con respeto, al innoble de otras veces no abrir su boca si no es para alabar a Dios, que se puede admirar esta misericordia del Señor. Sí, hermanos, si Dios es bueno con todos los hombres, lo es particularmente con los pecadores.
¿Queréis vosotros mismos escuchar una cosa extraña desde el punto de vista de nuestras costumbres, pero una cosa verdadera desde el punto de vista de la piedad? Escuchad: Mientras que Dios se muestra exigente con los justos, con los pecadores no tiene más que clemencia y dulzura. ¡Qué rigor para con el justo! ¡Qué indulgencia para con el pecador! Esta es la novedad, el trastrueque que nos ofrece la conducta de Dios... Y ved porque: asustar al pecador, sobre todo al pecador obstinado, no serviría más que para privarle de toda confianza, hundirle en el desespero; halagar al justo, sería debilitar el vigor de su virtud, hacer que se relaje en su celo: ¡Dios es infinitamente bueno! Su temor es la salvaguarda del justo, y su clemencia hace regresar al pecador.
Texto de la alocución del Santo Padre Francisco antes de rezar a la Madre de Dios:
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy, el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente su actividad evangelizadora. Es una actividad que Él realiza con el poder del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras; es una palabra autorizada, porque manda incluso a los espíritus impuros y estos obedecen (Cfr. Mc 1, 27). Jesús es diverso de los maestros de su tiempo: por ejemplo, Jesús no ha abierto una escuela para el estudio de la Ley, pero va a predicar y enseña por doquier: en las sinagogas, por las calles, en las casas, siempre andando. Jesús también es diverso de Juan Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras Jesús anuncia su perdón de Padre.
Y ahora entramos también nosotros - imaginamos - que entramos en la sinagoga de Nazaret, la aldea donde creció Jesús hasta llegar casi a los treinta años. Lo que sucede allí es un acontecimiento importante, que traza la misión de Jesús. Él se levanta para leer la Sagrada Escritura. Abre el rollo del profeta Isaías y elige el pasaje en el que está escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres" (Lc 4, 18).
Después, tras un momento de silencio lleno de la expectativa de todos, dice, en medio del estupor general: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (v. 21). Evangelizar a los pobres: ésta es la misión de Jesús; según [lo que] Él dice; ésta es también la misión de la Iglesia, y de todo bautizado en la Iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar e1 Evangelio, con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Se nota aquí que Jesús dirige la Buena Nueva a todos, sin excluir a nadie, más bien, privilegia a los más lejanos, a los que sufren, a los enfermos, a los descartados de la sociedad.
Pero hagámonos una pregunta: ¿Qué significa evangelizar a los pobres? Significa ante todo acercarse a ellos, significa tener la alegría de servirlos, de liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el Evangelio de Dios, es Él la Misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios, es Él quien se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza.
El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del Reino de Dios venido entre nosotros se dirige de modo preferencial a los marginados, a los prisioneros y a los oprimidos. Probablemente en tiempos de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe. Y podemos preguntarnos: ¿Hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones, en los movimientos, somos fieles al programa de Cristo? ¿La evangelización de los pobres, llevarles el feliz anuncio, es la prioridad?
Atención: no se trata sólo de hacer asistencia social, y menos aún actividad política. Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales según la lógica del amor. En efecto, los pobres están en el centro del Evangelio.
Que la Virgen María, Madre de los evangelizadores, nos ayude a sentir fuertemente el hambre y la sed del Evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga para cada uno de nosotros y a toda comunidad cristiana testimoniar concretamente la misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha donado.
Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio
Marcos 16 15-18. Fiesta Conversión San Pablo. ¿Qué nos diferencia a nosotros de san Pablo? Tenemos la misma fe, misma caridad, misma doctrina, el mismo Dios...
Del santo Evangelio segú san Marcos 16, 15-18
En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.
Oración introductoria
Señor, permite que esta meditación me marque el camino para seguir el gran ejemplo de la vida del apóstol san Pablo, que una vez que experimentó tu amor ya no hubo nada ni nadie que lo apartará de su misión. En este nuevo año quiero sepultar a ese hombre viejo que hay en mí para dejarme conquistar por tu amor.
Petición
Señor, concédeme que mi testimonio comunique la alegría de mi fe.
Meditación del Papa Francisco
Jesús lo dijo a los discípulos de ayer y nos lo dice a nosotros: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se experimenta, se conoce y se vive solamente dándola, dándose.
El espíritu del mundo nos invita al conformismo, a la comodidad; frente a este espíritu humano “hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo”. Tenemos la responsabilidad de anunciar el mensaje de Jesús. Porque la fuente de nuestra alegría “nace de ese deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”. Vayan a todos a anunciar ungiendo y a ungir anunciando.
A esto el Señor nos invita hoy y nos dice: La alegría el cristiano la experimenta en la misión: "Vayan a las gentes de todas las naciones".
La alegría el cristiano la encuentra en una invitación: Vayan y anuncien.
La alegría el cristiano la renueva, la actualiza con una llamada: Vayan y unjan.
Jesús los envía a todas las naciones. A todas las gentes.
Y en ese “todos” de hace dos mil años estábamos también nosotros. Jesús no da una lista selectiva de quién sí y quién no, de quiénes son dignos o no de recibir su mensaje y su presencia. Por el contrario, abrazó siempre la vida tal cual se le presentaba. Con rostro de dolor, hambre, enfermedad, pecado. Con rostro de heridas, de sed, de cansancio. Con rostro de dudas y de piedad. Lejos de esperar una vida maquillada, decorada, trucada, la abrazó como venía a su encuentro. Aunque fuera una vida que muchas veces se presenta derrotada, sucia, destruida. A "todos" dijo Jesús, a todos, vayan y anuncien; a toda esa vida como es y no como nos gustaría que fuese, vayan y abracen en mi nombre. Vayan al cruce de los caminos, vayan… a anunciar sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha perdido la alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del Padre. Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón. (Homilía de S.S. Francisco, 23 de septiembre de 2015).
Reflexión
Nos encontramos en el monte de los olivos, en el mismo lugar donde cuarenta días antes, Jesús era entregado por uno de sus discípulos y donde todos los demás le abandonaron. Pero las cosas han cambiado y ya no son los mismos apóstoles de antes, la Resurrección los ha cambiado. Y Jesús se da cuenta de esto, por eso, les da una nueva misión: predicar el evangelio a todos los hombres, suscitar la fe, transmitir la salvación mediante el bautismo: he aquí la misión de los apóstoles después de la Resurrección. Y nosotros católicos somos hoy en día esos apóstoles resucitados.
Es verdad que en nuestras vidas hemos abandonado a Cristo muchas veces, pero eso a Jesús no le importa. Él nos llama a predicar el evangelio como volvió a llamar a los apóstoles y como un día llamó a san Pablo, cuya conversión celebramos hoy. San Pablo persiguió a los apóstoles y quería borrar el nombre de Jesús de Nazareth de la faz de Israel. Pero Jesús resucitado le convierte de un perseguidor a un precursor de la Buena Nueva y en un apóstol apasionado de este Cristo a quien perseguía. Jesús nos manda a predicar el Evangelio y es el primero que nos da ejemplo convirtiendo al más "temido" de todos los judíos.
La conversión infundió en Saulo una fe que lo hace ser misionero incansable; enciende en su alma un ardor de caridad que le obliga a transmitir a los demás la verdad que ha encontrado; le da la fuerza para ser tanto de palabra como de obra un ferviente testimonio del evangelio. Ahora bien, ¿qué nos diferencia a nosotros de san Pablo? Tenemos la misma fe, la misma caridad, la misma doctrina, el mismo Dios... Pero nos falta su amor apasionado a Cristo, que le llevó a considerar todo basura y estiércol comparado con Cristo.
Propósito
Hoy es un día de conversión. No esperemos más, convirtámonos en esos apóstoles resucitados y pidamos esa fe y ese amor que convirtió a san Pablo para que nos convierta también a nosotros en luz y fuego en medio de la oscuridad del mundo.
Diálogo con Cristo
Señor, ¡quiero ser un san Pablo para mi familia y el mundo de hoy! Quiero dejarme conquistar por la fe para lograr mi transformación interior y poder llegar a decir, por la gracia que me das, que ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí. Quiero dejar el afán por el aparecer, por el bienestar, por las posesiones, por el éxito pero, sobre todo, teniendo en cuenta que mi vida cristiana no se resume en negaciones sino en la entrega, por amor, a los demás.
Dios, como a Pablo, te invita a la conversión
Convertirse significa, para cada uno de nosotros, creer que Jesús se ha entregado a sí mismo por mí. Por: SS Benedicto XVI
Hoy, 25 de enero, se hace memoria de la "Conversión de san Pablo" (...) En el caso de Pablo, algunos prefieren no utilizar el término conversión, porque -dicen- él ya era creyente, es más hebreo ferviente y por ello no pasó de la no-fe a la fe, de los ídolos a Dios, ni tuvo que abandonar la fe hebrea para adherirse a Cristo. En realidad, la experiencia del Apóstol puede ser el modelo de toda auténtica conversión cristiana.
La de Pablo maduró en el encuentro con el Cristo resucitado; fue este encuentro el que le cambió radicalmente la existencia. En el camino de Damasco sucedió para él lo que Jesús pude en el Evangelio de hoy: Saulo se convirtió porque, gracias a la luz divina, “creyó en el Evangelio”. En esto consiste su conversión y la nuestra: en creer en Jesús muerto y resucitado y en abrirse a la iluminación de su gracia divina.
En aquel momento, Saulo comprendió que su salvación no dependía de las obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho que Jesús había muerto también por él -el perseguidor- y que estaba, y está, resucitado. Esta verdad, que gracias al Bautismo ilumina la existencia de cada cristiano, alumbra completamente nuestro modo de vivir.
Convertirse significa, también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se ha entregado a sí mismo por mí”, muriendo en la cruz (cfr Gal 2,20) y, resucitado, vive conmigo y en mí. Confiándome al poder de su perdón, dejándome tomar la mano por Él, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y te toda falsa seguridad, para conocer y vivir la riqueza de su amor.
Queridos amigos, la invitación a la conversión, valorada por el testimonio de san Pablo, resuena hoy (...) El Apóstol nos indica la actitud espiritual adecuada para poder progresar en el camino de la comunión. “Ciertamente no he llegado a la meta -escribe a los Filipenses -, no he llegado a la perfección; pero me esfuerzo en correr para alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil 3,12).
Ciertamente, nosotros los cristianos no hemos conseguido llegar aún a la meta de la unidad plena, pero si nos dejamos continuamente convertir por el Señor Jesús, llegaremos seguramente.
La Virgen María, Madre de la Iglesia una y santa, nos obtenga el don de una conversión verdadera, para que cuanto antes se realice el anhelo de Cristo: "Ut unum sint".
Fragmento de las palabras dSS Benedicto XVI durante el Ángelus, en la Fiesta de la Conversión de San Pablo 25 enero 2009
La Vocación de San Pablo
El más encarnizado enemigo de la Iglesia primitiva se ofrece con una disponibilidad sin límites al servicio de Cristo
LLAMADO ARROLLADOR QUE TRANSFORMA AL PERSEGUIDOR EN APÓSTOL
"Saulo, que todavía respiraba amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para la sinagoga de Damasco, para traer presos a Jerusalem a cuantos hombres y mujeres hallase adeptos a esta doctrina.
Caminando a Damasco, ya se acercaba a esta ciudad, cuando de repente lo cercó de resplandor una luz del cielo. Y cayendo en tierra oyó una voz que decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Y él respondió: "¿Quién eres tú Señor?". Y el Señor le dijo: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues, dura cosa es para ti dar coces contra el aguijón".
Él entonces dijo..."Señor, ¿qué quieres que haga?" Y el Señor le respondió: "Levántate y entra en la ciudad, donde se te dirá qué debes hacer". Los que lo acompañaban estaban asombrados, oyendo, sí, la voz, pero sin ver a nadie. Saulo se levantó de la tierra, y aunque tenía abiertos los ojos, no veía nada. Tomándolo de la mano lo llevaron a Damasco. Durante tres días se quedó sin ver y sin tomar alimento ni bebida.
Estaba en Damasco un discípulo llamado Ananías a quien se dirigió el Señor diciéndole: "Ananías". "Aquí estoy, Señor", respondió Ananías. "Levántate", le dijo el Señor, y ve a la calle llamada Recta; y busca en casa de Judas a un hombre de Tarso llamado Saulo, que ahora está en oración". Respondió Ananías: "Señor, he oído decir a muchos que este hombre ha hecho grandes daños a tus santos en Jerusalem, y viene con poderes de los sumos sacerdotes para encarcelar a todos los que invocan tu nombre". "Ve a encontrarle, le dijo el Señor, porque este hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre delante de todas las naciones, y de los reyes, y de los hijos de Israel. Yo le haré ver cuántos trabajos tendrá que padecer en mi nombre".
Fue Ananías, entró en la casa, impuso las manos a Saulo y le dijo: "Saulo mi hermano, el Señor Jesús que se te apareció en el camino me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo". Al momento cayeron de sus ojos unas como escamas y recobró la vista. Levantándose fue bautizado. Habiendo tomado alimentos recobró fuerzas". (Hechos de los Apóstoles IX, 1 a 19).
* Perseguidor generoso
Saulo era el más encarnizado enemigo de la Iglesia primitiva: convencido de la verdad del judaísmo, quería exterminar la secta cristiana. "Han oído hablar, escribirá más tarde a los Gálatas, el modo con que en otro tiempo vivía yo en el judaísmo, con qué furia perseguía a la Iglesia de Dios y la desolaba, y cómo me señalaba en el judaísmo más que muchos de mis compatriotas, siendo en extremo celoso de las tradiciones de mis padres"(I, 13-14). Este encarnecimiento de perseguidor revela en Pablo una cualidad fundamental: "estaba lleno del celo de la gloria de Dios" (Hechos XXII, 3) queriendo servir al Señor con fogosidad y abnegación sin medida. Su generosidad al servicio divino lo empujaba a perseguir sin piedad a los cristianos. Se comprende que esta cualidad preparó a Pablo para su vocación.
* Origen de la vocación
Al hablar de su vocación, Pablo la hace remontar mucho antes del acontecimiento que se produjo en el camino de Damasco. Afirma que "Dios lo había llamado por su gracia, desde el seno materno" (Gal I-15). Al origen de su existencia, aún antes de su nacimiento, Pablo había sido señalado por la vocación. Dios se lo había apartado o lo había escogido, es decir que había separado a Pablo de los demás hombres y del mundo, para tomar posesión de su vida, reservándoselo para sí. Lo había llamado por su gracia, es decir que por un favor enteramente gratuito, había decidido hacerle oír su llamamiento. En este sentido fue predestinado a la vocación.
La infancia, la juventud de Saulo y aún su actitud de perseguidor, estaban en realidad impregnados y ordenados por esta predestinación: toda su vida estaba orientada, sin darse cuenta, hacia el momento en que la vocación se iba a revelar.
* Encuentro con Cristo vivo
Iba a llegar Saulo al término de su viaje, cuando queda cegado por la luz de Cristo y echado por tierra. No ve el rostro de Jesús pero oye su voz: "¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues? Yo soy Jesús a quien tú persigues".
Saulo creía que Jesús estaba muerto, bien muerto y que su lamentable fin sobre la cruz era la señal de la reprobación de Dios para su obra. Cuando he aquí que de pronto se da cuenta de la potencia triunfadora de este Jesús que le prueba que está vivo, puesto que lo detiene y lo tira por tierra. Saulo encuentra a Cristo glorioso, a un Cristo rodeado de luz sobrenatural.
En toda vocación, desde ahora, el llamamiento procede de Cristo resucitado. La fuerza divina de la resurrección está comprometida en el llamamiento; por este motivo la vocación es un misterio de vida nueva, un misterio de gozo, felicidad y alegría.
* Llamado de Cristo
Jesús se aparece a Saulo identificado con su Iglesia, puesto que se proclama perseguido. La persecución contra los cristianos alcanza personalmente a Cristo.
Desde luego Jesús detiene e interpela a Saulo en el camino de Damasco como jefe de su Iglesia. El autor del llamado es Cristo en su Iglesia. Se puede decir que con Jesús está toda la Iglesia dirigiéndose a Saulo para llamarlo y para provocar la transfiguración de perseguidor en apóstol.
Por este motivo la Iglesia tiene parte en la vocación: cuando Cristo llama lo hace por y para la Iglesia, y en nombre de la Iglesia. El llamamiento es por demás un servicio voluntario en la Iglesia y por la Iglesia: apego a Cristo y servicio de la Iglesia son una sola y misma cosa.
* Respuesta de Saulo
"Señor, ¿qué quieres que haga? (Hechos XX, 10). Es notable la docilidad de Saulo al llamamiento de Dios. Venía a Damasco con voluntad firme de perseguir a los cristianos violentamente y he aquí que deja todo lo que quería hacer y no busca ya mas que conocer la voluntad de Jesús. Se ofrece con una disponibilidad sin límites. Su generosidad al servicio de Cristo. Saulo es el modelo de la aceptación de la vocación. Para él, el llamado echaba por tierra su vida y sus convicciones. Pero este llamado fue recibido por un alma grandemente abierta.
* Misión que da Dios a Pablo
"Este hombre, dijo el Señor a Ananías, es para mí un instrumento de elección para llevar mi nombre delante de todas las naciones, de los reyes y de los hijos de Israel". Del primer perseguidor, Cristo quiere hacer el mayor apóstol de la Iglesia primitiva, el que llevará a cabo el más extenso trabajo de evangelización entre las naciones paganas.
El pasado de Saulo no será un obstáculo para esta misión; de perseguidor que fue ahora será mucho más ardiente para proclamar y extender la fe en Cristo. Pudiera suceder que ciertas personas, llamadas por el Señor para una misión apostólica importante, hayan tenido un pasado aparentemente poco de acuerdo para esta misión. Pero este pasado no es para ellas un obstáculo, porque la vocación opera una renovación del alma, pone fin a un período de la existencia e inaugura un nuevo destino.
* Llamado al sacrificio
Cristo declara aún: "Yo mismo le haré ver todo lo que tendrá que sufrir por mi nombre". La vocación confiere a Saulo la eminente dignidad de apóstol, pero lo destina al mismo tiempo al sufrimiento. Una misión apostólica no puede cumplirse sin sacrificio, y Pablo tendrá que experimentarlo. La vocación, llamamiento para seguir a Cristo, es siempre un llamado a unirse a su sacrificio, compartir su Pasión para cooperar a la salvación del mundo. A los que llama especialmente para ser sus apóstoles y testigos, Jesús les muestra todo lo que tendrán que sufrir por su nombre, por amor de Él.
* Efusión del Espíritu Santo
Para que Pablo pudiera realizar lo que le pide el Señor, deberá recibir la luz y la fortaleza de lo alto, "ser lleno del Espíritu Santo". Como en él, conversión y vocación coinciden; la gracia que necesita le es dada por el bautismo.
El llamado de la vocación no toca solamente el exterior del alma: para penetrar en una personalidad, en una vida humana y para moderarla según su nuevo destino, es acompañada de una efusión del Espíritu Santo. El alma es transformada por el Espíritu Santo y se vuelve apta para realizar todas las exigencias de la vocación, para cumplir la misión confiada por el Señor.
* Bautismo y vocación
En el caso de Saulo aparece más vivamente el estrecho lazo que existe entre bautismo y vocación. Por el bautismo Dios se adueña de una alma para llenarla de su vida divina; por la vocación quiere adueñarse de ella mucho más, llevando hasta lo máximo esta posesión.
El bautismo inauguró la vida de Pablo "en Cristo", vida de fe y de amor. En virtud de la vocación Pablo se entregó totalmente a Cristo que entraba en su alma; se puso a vivir únicamente por Él: la fe y la caridad alcanzaron su más grande dimensión en la total consagración a su misión apostólica.