“Esta palabra de la Escritura...se ha cumplido hoy”

Dom 24 1 16 Declaración de Nazaret: La Gran Misericordia (Lc 4, 16-30)

Dom 3. Tiempo ordinario. Ciclo c. Jesús expone y condensa en su Sermón de Nazaret (Lc 4, 16-30) el mensaje central del evangelio, en la línea de Is 61, 1-3, la Carta Magna de la Misericordia.

Frente a los nazarenos, que tienden a encerrar la acción liberadora de Dios en su propio pueblo (sólo a favor de los suyos), Jesús expone su mensaje universal de misericordia, que se inspira en el Tercer Isaías y en la ley del Jubileo israelita (perdonar las deudas, liberar a los esclavos).

Este pasaje ofrece con Mt 25, 31-46 el "núcleo duro" de la misericordia cristiana, tal como ha sido propuesta por el Papa Francisco en el Año Jubilar 2016.

Acabo de publicar con J. A. Pagola un comentario de los textos bíblicos sobre la misericordia (Entrañable Dios, Verbo Divino 2016). De allí tomo básicamente las reflexiones que siguen, ofreciendo este comentario de la Declaración Nazarena de Jesús.

Jesús aparece así, en ese pasaje, como gran exegeta de la Biblia, intérprete de definitivo del mensaje de misericordia del Antiguo Testamento, tal como ha sido proclamado por el profeta Isaías (cf. Imagen 1: Jesús declara su interpretación en la Sinagoga de Nazaret).

En esa misma línea quiero recordar otra escena paralela de misericordia, la de la adúltera (Jn 8, 1-11), donde Jesús y los acusadores de la mujer discuten sobre aquello que está escrito en la Biblia. Así lo ha recogido esta famosa tabla del Retablo de la Catedral Vieja de Salamanca, que se suele titular: In Lege quid Scriptum est (¿que se dice en la Ley sobre estos casos?).

Jesús se inclina para estudiar la Ley, junto a la mujer (imagen 2), mientras la gente le mira y acusa. También aquí responderá con misericordia, escribiendo su sentencia en el polvo:¡Quien está libre de pecado que tire la primera piedra!
La imagen 1 recoge el gesto de Jesús que toma el libro de Isaías y lo interpreta en el "aula" de Nazaret, donde le examinan (y rechazan) los sabios rabinos, como hoy le siguen (seguimos) rechazando muchos en la nueva iglesia. La imagen 2 nos sitúa ante un tema clave de la misericordia, en una Iglesia que muchas parece incapaz de inclinarse con (ante) la mujer para intepretar y resolver el tema en clave de amor.
Buen domingo a todos.

En la misma dirección

Antes de comenzar a narrar la actividad de Jesús, Lucas quiere dejar muy claro a sus lectores cuál es la pasión que impulsa al Profeta de Galilea y cuál es la meta de toda su actuación. Los cristianos han de saber en qué dirección empuja a Jesús el Espíritu de Dios, pues seguirlo es precisamente caminar en su misma dirección.

Lucas describe con todo detalle lo que hace Jesús en la sinagoga de su pueblo: se pone de pie, recibe el libro sagrado, busca él mismo un pasaje de Isaías, lee el texto, cierra el libro, lo devuelve y se sienta. Todos han de escuchar con atención las palabras escogidas por Jesús pues exponen la tarea a la que se siente enviado por Dios.

Sorprendentemente, el texto no habla de organizar una religión más perfecta o de implantar un culto más digno, sino de comunicar liberación, esperanza, luz y gracia a los más pobres y desgraciados. Esto es lo que lee. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Al terminar, les dice: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».

El Espíritu de Dios está en Jesús enviándolo a los pobres, orientando toda su vida hacia los más necesitados, oprimidos y humillados. En esta dirección hemos de trabajar sus seguidores. Esta es la orientación que Dios, encarnado en Jesús, quiere imprimir a la historia humana. Los últimos han de ser los primeros en conocer esa vida más digna, liberada y dichosa que Dios quiere ya desde ahora para todos sus hijos e hijas.

No lo hemos de olvidar. La «opción por los pobres» no es un invento de unos teólogos del siglo veinte, ni una moda puesta en circulación después del Vaticano II. Es la opción del Espíritu de Dios que anima la vida entera de Jesús, y que sus seguidores hemos de introducir en la historia humana. Lo decía Pablo VI: es un deber de la Iglesia «ayudar a que nazca la liberación... y hacer que sea total».

No es posible vivir y anunciar a Jesucristo si no es desde la defensa de los últimos y la solidaridad con los excluidos. Si lo que hacemos y proclamamos desde la Iglesia de Jesús no es captado como algo bueno y liberador por los que más sufren, ¿qué evangelio estamos predicando? ¿A qué Jesús estamos siguiendo? ¿Qué espiritualidad estamos promoviendo? Dicho de manera clara: ¿qué impresión tenemos en la iglesia actual? ¿Estamos caminando en la misma dirección que Jesús?

José Antonio Pagola
3 Tiempo ordinario - C
(Lucas 1,1-4; 4,14-21)

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Neh 8,2-4ª.5-6.8-10; Sal 18; 1 Cor 12, 12-30; Lc 1, 1-4.14-21)
AÑO DE GRACIA

El papa Francisco nos lo viene recordando copiosamente este Año de Gracia, año de Misericordia. Fundándose en el Evangelio que hoy se proclama, anunció este Año de Gracia, Año Santo. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» El tiempo del Adviento y de la Navidad es suficientemente fuerte, y las celebraciones litúrgicas se han centrado en los misterios del advenimiento, nacimiento y manifestación de Jesucristo. Al llegar el Tiempo Ordinario, la Palabra de este domingo nos recuerda de manera más viva la doble invitación que nos ha hecho el Papa: mediante las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales a lucrarnos de las gracias especiales del Año Santo, y a ser mediación y mano alargada de la bondad de Dios para los que más puedan necesitar ayuda. Como si la liturgia quisiera mantenernos en clima festivo a pesar de haber vivido, tan recientemente, la Navidad, nos invita, en clave del Año de Gracia, a gustar de la bondad del Señor: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»

¡Cómo consuelan las palabras de Francisco, que no son sino eco de la alegría del Evangelio! El salmista nos hace repetir: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.” La vida que se experimenta cuando nos dejamos consolar por Jesucristo, quien en la sinagoga de Nazaret proclama sus señas de identidad, que son la ternura, la compasión, la proximidad a todos los que sufren. Hay un gozo que se desprende de nuestra identidad de bautizados, por sabernos miembros de la familia de Dios. San Pablo afirma algo que en su tiempo era verdaderamente revolucionario: “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”. La dignidad de la persona viene ofrecida por el don bautismal, y originalmente por la voluntad del Creador de hacernos a todos a imagen de su Hijo.

No dejemos pasar el Año de Gracia del Señor. Las circunstancias sociales, familiares y personales nos ofrecen tanto la posibilidad de para acogernos a la misericordia del Señor, como de ser signo de su amor en nuestro entorno.

C - Domingo 3o. del Tiempo Ordinario
Primera: Neh 8, 2-4a.5-6.8-10; Segunda: 1Cor 12, 12-31a; Evangelio: Lc 1, 1-4; 4, 14-21 
 
Nexo entre las lecturas
Tanto la primera lectura como el Evangelio hablan del libro de la Escritura. Esdras, en la primera lectura, lee el libro de la Ley ante todo el pueblo, "aclarando e interpretando el sentido, para que comprendieran la lectura". En la sinagoga de Nazaret, Jesús se levanta, un día de sábado, para hacer la lectura del volumen del profeta Isaías, que le fue entregado por el sacristán de la sinagoga (Evangelio). Para dar vida a la Escritura y hacerla real, Dios puso en la Iglesia los apóstoles, los profetas, los maestros, el don de lenguas, el don de interpretación..., de modo que la Palabra de Dios sea viva, vivifique y permanezca para siempre.


Mensaje doctrinal
1. La Escritura, libro del judaísmo. Se puede decir que el judaísmo, el cristianismo y el islamismo son en cierta manera las religiones del Libro. Los judíos tienen la Torah (Revelación de Dios en el AT), los cristianos el Evangelio (Antiguo y Nuevo Testamento), los musulmanes el Corán.

Para un pío judío del tiempo de Jesús dos eran sus puntos fundamentales de referencia religiosa: el templo y la Torah. En ambos está presente Yavéh con su benevolencia y su amor. En ambos dialoga con el hombre como un amigo con sus amigos, como se ve en la primera lectura en que el pueblo entero hizo un gran festejo "porque había comprendido las palabras que les habían enseñado". Ambos son camino de salvación no sólo para los judíos, sino para todas las naciones. En el templo estaba permanentemente encendido el candelabro de los siete brazos para señalar la providencia de Yavéh sobre su pueblo. Cada día, cuando el judío oraba, cubría su frente y sus brazos con filacterias para tener siempre presente algunos textos fundamentales de la Torah: Ex 13, 1-10 (ley de la Pascua); Ex 13, 11-16 (consagración de los primogénitos); Deut 6, 4-9 (amor a Dios sobre todas las cosas); Deut 11, 13-21 (cumplimiento de los mandamientos). Cuando en el año 70 d.C. fue destruido el templo de Jerusalén, el pueblo judío se quedó únicamente con la Torah como punto de referencia religiosa y como centro de unificación y de identidad de los judíos dispersos. La Escritura es libro del judaísmo, porque es Palabra de Dios, y porque es el código fundamental de su identidad religiosa y cultural.

2. Jesús, el Libro y el cristiano. Jesús, como buen judío, escuchó y leyó la Torah, escrita y oral, en múltiples ocasiones y celebraciones religiosas. Estaba familiarizado con ella, porque en ella se había educado durante treinta años y en ella se veía reflejado, en virtud de la conciencia que tenía de sí mismo. Por eso, podrá decir sin titubeo alguno en la sinagoga de Nazaret: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír" (Evangelio). Después de la ascensión de Jesús a los cielos, los primeros cristianos, gracias a la mayor comprensión del misterio de Jesús por obra del Espíritu, hicieron de Jesús el libro viviente, el evangelio de nuestra salvación. De este modo, el cristianismo no es principalmente la religión del libro, sino la religión de la persona de Jesucristo, libro siempre vivo que revela a los hombres las vicisitudes y los tortuosos caminos de la historia. En la Escritura cristiana (Antiguo y Nuevo Testamento), se hace presente y viva la persona de Jesús para todos los creyentes. Por eso, los primeros cristianos, tanto provenientes del judaísmo como del mundo pagano, no predican la Torah, sino el Evangelio. Por eso, desde los inicios del cristianismo hay carismas relacionados con el libro de la Escritura: los apóstoles que predican el Evangelio que es Jesús, los maestros que enseñan la continuidad, discontinuidad y superación del Evangelio respecto al libro de la Torah, los profetas que leen los acontecimientos de la vida y de la historia a la luz del Evangelio, libro viviente de Jesús, etc. (segunda lectura). A lo largo de los siglos y milenios, los cristianos se han inspirado y continúan inspirándose en el Evangelio (AT y NT), libro viviente de Jesús, que es para ellos la guía inequívoca de su ser y de su actuar como creyentes.

Sugerencias pastorales
1. Lectura cristiana de la Biblia. Toda la Biblia es cristiana. El Antiguo y el Nuevo Testamento son los dos pulmones con los que respira la fe, la moral y la piedad de los cristianos. Marción, en el siglo II, quiso suprimir el Antiguo Testamento del cristianismo, pero su posición fue rechazada por la Iglesia como herética.

En la historia del cristianismo, ha habido creyentes o comunidades cristianas que en ciertos campos de la fe y de la moral se han quedado en el Antiguo Testamento; por ejemplo, en la concepción de Dios o de la justicia, en el rigorismo de la ley, etc. Como no hay alma sin cuerpo, tampoco puede haber Nuevo Testamento sin el Antiguo. Por eso, es muy necesario que los cristianos, ya desde niños, desde la educación básica, nos familiaricemos con toda la Biblia: con el Antiguo y con el Nuevo Testamento. A la vez, es urgente que sepamos leer el Antiguo Testamento "con ojos cristianos", en cuanto que en él ya está presente, en forma velada, el Nuevo Testamento. Porque "toda la Escritura es un solo libro, y ese libro es Cristo", nos enseña Hugo de san Víctor. ¡Qué labor tan grande tienen entre manos los catequistas que preparan a los niños para la primera comunión o para la confirmación! ¡Qué importante que los catequistas de jóvenes y adultos sepan guiarlos hacia una lectura cristiana de la Biblia!

2. La Biblia me lee e interpreta. La Biblia es un libro sagrado, que norma nuestra fe y nuestra vida. Por tanto, no puede ser un libro de pasatiempo o de lectura superficial, no comprometida. La Biblia no es un libro que se lee para conciliar el sueño por la noche. La Biblia es Palabra que Dios me dirige personalmente a mí cuando la leo. Y desde el texto la Palabra de Dios me interpela, me lee y me interpreta. Me interpela, buscando una respuesta a lo que me dice mediante la lectura del texto. Me lee, desentrañando los secretos de mi corazón, y suscitando el deseo de cambio. Me interpreta, dando una orientación segura a mi existencia: a mi modo de ser, de pensar, de vivir, de actuar en el mundo, y moviendo mi voluntad a seguirla. En el supermercado de las interpretaciones, no pocas de ellas deshumanizantes, el hombre corre el riesgo de hacerse con una u otra interpretación equivocadas y dañinas. Es un imperativo, por tanto, para nosotros, los cristianos, dejarnos interpretar por la Palabra del Dios vivo, pues Ella es la interpretación más genuina y auténtica del hombre, en cualquier tiempo o lugar en que éste se encuentre. Los domingos, en la liturgia de la Palabra, ¿escucho la Palabra de Dios con la conciencia y el deseo de ser leído e interpretado por Ella? Como sacerdote, ¿me dejo interpretar por la Palabra de Dios antes de explicarla e interpretarla para la comunidad?

Evangelio según San Lucas 1,1-4.4,14-21. 

Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. 

Jesús volvió a Galilea con el poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: 

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. 

Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. 

Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". 

Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo Homilía 32 sobre Lc 2; SC 87, pag. 387

“Esta palabra de la Escritura...se ha cumplido hoy”

Cuando leéis: “Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él.” (Lc 4,15) no penséis que aquella gente era especialmente afortunada porque oía a Cristo, ni que vosotros estáis privados de estas enseñanzas. Si la Escritura es la verdad, Dios no ha hablado sólo en las asambleas de los judíos de entonces, sino que habla hoy todavía en nuestra asamblea. Y no sólo aquí, entre nosotros, sino en otras reuniones y en el mundo entero, Jesús enseña y busca los instrumentos para transmitir su doctrina. Rogad por mí para que me encuentre dispuesto y apto para cantar sus alabanzas. Del mismo modo que Dios encontró a los profetas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel en tiempos en que los hombres estaban privados de las profecías, asimismo Jesús busca instrumentos para transmitir su palabra y “enseñar a los pueblos en sus sinagogas, y todos hablaban bien de él.” Hoy Jesús es glorificado por muchos más que en aquel tiempo en que fue conocido sólo por la gente de su provincia.

San Francisco de Sales

San Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia

Memoria de san Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia. Verdadero pastor de almas, consiguió volver a la comunión católica a muchos hermanos que se habían separado, y con sus escritos enseñó a los cristianos la devoción y el amor a Dios. Fundó, junto con santa Juana de Chantal, la Orden de la Visitación, y en Lyon entregó humildemente su alma a Dios el veintiocho de diciembre de 1622. Fue sepultado en Annecy, en Francia, el día de hoy.

San Francisco nació en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto de 1567. Al día siguiente, fue bautizado en la iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. San Francisco de Asís había de ser su patrono durante toda la vida. El cuarto en que nació san Francisco de Sales se llamaba «el cuarto de San Francisco», porque había en él una imagen del «Poverello» predicando a los pájaros y a los peces. Francisco de Sales fue muy frágil y delicado en sus primeros años, debido a su nacimiento prematuro; pero, gracias al cuidado que tuvo de su salud, se fue fortaleciendo con los años, de suerte que, si bien nunca fue robusto, pudo desplegar una enérgica actividad durante su vida. La madre del santo se encargó de su educación, ayudada por el P. Déage, quien fue tutor de Francisco y le acompañó en todos los viajes de sus primeros años. Durante su infancia se distinguió por su obediencia y sentido de responsabilidad, y parece haber sido muy amante de la lectura. A los ocho años entró al colegio de Annecy donde hizo su primera comunión. En la iglesia de Santo Domingo (actualmente San Mauricio), recibió la confirmación y, un año más tarde, la tonsura. Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía al joven, que había cifrado en ello la realización de su ideal; pero su padre (que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía destinado a su primogénito a una carrera secular, sin preocuparse de sus inclinaciones. A los catorce años, Francisco fue a estudiar a la Universidad de París que, con sus cincuenta y cuatro colegios, era uno de los grandes centros de enseñanza de la época. Su padre le había enviado al Colegio de Navarra, a donde iban los hijos de las familias nobles de Saboya; pero Francisco, que temía por su vocación, consiguió que consintiera en dejarle ir al Colegio de Clermont, dirigido por los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la ciencia que reinaban en él. Acompañado por el P. Déage, Francisco se instaló en el Hotel de la Rosa Blanca de la calle de St. Jacques, a unos pasos del Colegio de Clermont.

Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se entregó apasionadamente al estudio de la teología. Para dar gusto a su padre, tomó también lecciones de equitación, danza y esgrima, pero sin poner en ello gran empeño. Cada día estaba más decidido a consagrarse a Dios y acabó por hacer voto de castidad perpetua, poniéndose bajo la protección de la Santísima Virgen. Pero no por ello le faltaron las pruebas. Hacia los dieciocho años le asaltó una angustiosa tentación de desesperación. El amor de Dios había sido siempre lo más importante para él, y tenía la impresión de haber perdido la gracia divina y estaba destinado a odiar eternamente a Dios junto con los condenados. Esa obsesión le perseguía día y noche, y su salud empezó a resentirse. Finalmente, un acto heroico de amor de Dios le salvó de la tentación: «¡Señor -gritó el santo-, haz que jamás blasfeme yo de Tu nombre, aun en el caso de que no esté predestinado a verte en el cielo! ¡Y si no he de amarte en el otro mundo, porque en el infierno los condenados no te alaban, concédeme que, por lo menos, en esta vida te ame con todas mis fuerzas!» Inmediatamente después, cuando se hallaba todavía arrodillado ante su imagen favorita de Nuestra Señora, en la iglesia de St. Etienne des Grés, recitando humildemente el «Acordáos», el temor y la desesperación se esfumaron y una gran paz invadió su alma. Esta prueba le enseñó a comprender y tratar con bondad a quienes sufrían las tentaciones y dificultades espirituales.

A los veinticuatro años, Francisco obtuvo el doctorado en leyes en Padua, y fue a reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a orillas del lago de Annecy. Allí llevó durante dieciocho meses, por lo menos en apariencia, la vida ordinaria de un joven de la nobleza. El padre de Francisco tenía gran deseo de que su hijo se casara cuanto antes y había escogido para él a una encantadora muchacha, heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo, el trato cortés, pero distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que éste no estaba dispuesto a secundar los deseos de su padre.

El santo declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro del senado que le había sido propuesta, a pesar de su juventud. Hasta entonces Francisco sólo había confiado a su madre, a su primo Luis de Sales y a algunos amigos íntimos, su deseo de consagrarse al servicio de Dios. Pero había llegado el momento de hablar de ello con su padre. El Sr. de Boisy lamentaba que su hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que no hubiese querido casarse, pero ello no le había hecho sospechar, ni por un momento, que Francisco pensara en hacerse sacerdote. La muerte del deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al canónigo Luis de Sales en la posibilidad de nombrar a Francisco para sustituirle, lo cual haría menos duro el golpe para el padre del santo. Con la ayuda de Claudio de Granier, obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la familia, el canónigo explicó el asunto al Papa, quien debía hacer el nombramiento y, a vuelta de correo, llegó la respuesta del Sumo Pontífice que daba a Francisco el puesto. Este quedó muy sorprendido ante la dignidad con que le distinguía el Papa, pero se resignó a aceptar ese honor que no había buscado, con la esperanza de que su padre accedería así más fácilmente a su ordenación. Pero el Sr. de Boisy era un hombre muy decidido, con el principio de que sus hijos debían una obediencia absoluta a sus deseos, y Francisco tuvo que recurrir a toda su respetuosa paciencia y su poder de persuasión para convencerle de que debía ceder. Por fin vistió la sotana el día mismo en que obtuvo el consentimiento de su padre, y fue ordenado sacerdote seis meses después, el 18 de diciembre de 1593. A partir de ese momento, se entregó al cumplimiento de sus nuevos deberes con un celo que nunca decayó. Ejercitaba los ministerios sacerdotales entre los pobres, con especial cariño; sus penitentes predilectos eran los de cuna humilde. Su predicación no se limitó a Annecy únicamente, sino a muchas otras ciudades. Hablaba con palabras tan sencillas, que los oyentes le escuchaban encantados, pues no había en sus sermones todo ese ornato de citas griegas y latinas tan común en aquellos tiempos, a pesar de que Francisco era doctor. Pero Dios tenía destinado al santo a emprender, en breve, un trabajo mucho más difícil.

Las condiciones religiosas de los habitantes del Chablais, en la costa sur del lago de Ginebra, eran deplorables debido a los constantes ataques de los ejércitos protestantes, y el duque de Saboya rogó al obispo Claudio de Granier que mandase algunos misioneros a evangelizar de nuevo la región. El obispo envió un sacerdote a Thonon, capital del Chablais; pero sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que retirarse muy pronto. Entonces el obispo presentó el asunto a la consideración de su capítulo, sin ocultar sus dificultades y peligros. De todos los presentes, el deán fue quien mejor comprendió la gravedad del problema, y se ofreció a desempeñar ese duro trabajo, diciendo sencillamente: «Señor, si creéis que yo pueda ser útil en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me consideraré dichoso de haber sido elegido para ella». El obispo aceptó al punto, con gran alegría de Francisco. Pero el señor de Boisy veía las cosas de distinta manera, y se dirigió a Annecy para impedir lo que él llamaba «una especie de locura». Según él, la misión equivalía a enviar a su hijo a la muerte. Arrodillándose, a los pies del obispo, le dijo: «Señor, yo permití que mi primogénito, la esperanza de mi casa, de mi avanzada edad y de mi vida, se consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo quiero que sea un confesor y no un mártir».

Cuando el obispo, impresionado por el dolor y las súplicas de su amigo, se disponía a ceder, el mismo Francisco le rogó que se mantuviese firme: «¿Vais a hacerme indigno del Reino de los Cielos?» -preguntó- «Yo he puesto ya mi mano en el arado, no me hagáis volver atrás». El obispo empleó todos los argumentos posibles para disuadir al Sr. de Boisy, pero éste se despidió con las siguientes palabras: «No quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco quiero ser el asesino de mi hijo permitiendo su participación en esta empresa descabellada. Que Dios haga lo que su Providencia le dicte, pero yo jamás autorizaré esta misión». Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la bendición de su padre, el 14 de septiembre de 1594, día de la Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente por su primo, el canónigo Luis de Sales, a la reconquista del Chablais. El gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un piquete de soldados en el castillo de Allinges, donde los dos misioneros se las ingeniaron para pasar las noches a fin de evitar sorpresas desagradables. En Thonon quedaban apenas unos veinte católicos, a quienes el miedo impedía profesar abiertamente sus creencias. Francisco entró en contacto con ellos y les exhortó a perseverar valientemente. Los misioneros predicaban todos los días en Thonon, y poco a poco, fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes. El camino al castillo de Allinges, que estaban obligados a recorrer, ofrecía muchas dificultades y, particularmente en invierno, resultaba peligroso. Una noche, Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que trepar a un árbol y pérmanecer allí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente, unos campesinos le encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle trasportado a su casa para darle de comer y hacerle entrar en calor, el santo habría muerto seguramente. Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco les dio las gracias en términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de ellos y muy pronto los convirtió al catolicismo. En el mes de enero de 1595, un grupo de asesinos se puso al acecho de Francisco en dos ocasiones, pero el cielo preservó la vida del santo en forma casi milagrosa.

El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los misioneros era muy escaso. Por otra parte, el Sr. de Boisy enviaba constantemente cartas a su hijo, rogándole y ordenándole que abandonase aquella misión desesperada. Francisco respondía siempre que si su obispo no le daba una orden formal de volver, no abandonaría su puesto. El santo escribía a un amigo de Evián en estos términos: «Estamos apenas en los comienzos. Estoy decidido a seguir adelante con valor, y mi esperanza contra toda esperanza está puesta en Dios». San Francisco hacía todos los intentos para tocar los corazones y las mentes del pueblo. Con ese objeto, empezó a escribir una serie de panfletos en los que exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas. Aquellos escritos, redactados en plena batalla, que el santo hacía copiar a mano por los fieles, para distribuirlos, formaron más tarde el volumen de las «controversias». Los originales se conservan todavía en el convento de la Visitación de Annecy. Así empezó la carrera de escritor de san Francisco de Sales, que a este trabajo añadía el cuidado espiritual de los soldados de la guarnición del castillo de Allinges, que eran católicos de nombre pero formaban una tropa ignorante y disoluta. En el verano de 1595, cuando san Francisco se dirigía al monte Voiron a restaurar un oratorio de Nuestra Señora, destruido por los habitantes de Berna, una multitud se echó sobre él, después de insultarle, y le maltrató. Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon fue más numeroso, al tiempo que los panfletos hacían efecto en el pueblo. Por otra parte, aquellas gentes sencillas admiraban la paciencia del santo en las dificultades y persecuciones, y le otorgaban sus simpatías. El número de conversiones empezó a aumentar y llegó a formarse una corriente continua de apóstatas que volvían a reconciliarse con la Iglesia. Cuando el obispo Granier fue a visitar la misión, tres o cuatro años más tarde, los frutos de la abnegación y celo de san Francisco de Sales eran visibles. Muchos católicos salieron a recibir al obispo, quien pudo administrar una buena cantidad de confirmaciones, y aun presidir la adoración de las cuarenta horas, lo que habría sido inconcebible unos años antes, en Thonon.

San Francisco había restablecido la fe católica en la provincia y merecía, en justicia, el título de «Apóstol del Chablais». Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha resumido la obra apostólica de su predecesor en una frase del mismo san Francisco de Sales a santa Juana de Chantal: «Yo he repetido con frecuencia que la mejor manera de predicar contra los herejes es el amor, aun sin decir una sola palabra de refutación contra sus doctrinas». El mismo obispo Mons. Besson, cita al cardenal du Perron: «Estoy convencido de que, con la ayuda divina, la ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los herejes están en el error; pero si lo que queréis es convertirles, llevadles al obispo de Ginebra, porque Dios le ha dado la gracia de convertir a cuantos se le acercan».

Mons. de Granier, quien siempre había visto en Francisco un posible coadjutor y sucesor, pensó que había llegado el momento de poner en obra sus proyectos. El santo se negó a aceptar, al principio, pero finalmente se rindió a las súplicas de su obispo, sometiéndose a lo que consideraba como una manifestación de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le atacó una grave enfermedad que le puso entre la vida y la muerte. Al restablecerse fue a Roma, donde el papa Clemente VIII, que había oído muchas alabanzas sobre la virtud y cualidades del joven deán, pidió que se sometiese a un examen en su presencia. El día señalado se reunieron muchos teólogos y sabios. El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Belarmino, el cardenal Federico Borromeo (primo de san Carlos) y otros, interrogaron al santo sobre treinta y cinco puntos difíciles de teología. San Francisco respondió con sencillez y modestia, pero sin ocultar su ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de coadjutor de Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis, a trabajar con mayor ahinco y energía que nunca. En 1602 fue a París donde le invitaron a predicar en la capilla real, que pronto resultó pequeña para la multitud que acudía a oír la palabra del santo, tan sencilla, tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV concibió una gran estima por el coadjutor de Ginebra y trató en vano de retenerle en Francia. Años más tarde, cuando san Francisco de Sales fue de nuevo a París, el rey redobló sus instancias; pero el joven obispo se rehusó a cambiar su diócesis de la montaña, su «pobre esposa», como él la llamaba, por la importante diócesis -la «esposa rica»- que el rey le ofrecía. Enrique IV exclamó: «El obispo de Ginebra tiene todas las virtudes, sin un solo defecto».

A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño de 1602, Francisco le sucedió en el gobierno de la diócesis. Fijó su residencia en Annecy, donde organizó su casa con la más estricta economía, y se consagró a sus deberes pastorales con enorme generosidad y devoción. Además del trabajo administrativo, que llevaba hasta en los menores detalles del gobierno de su diócesis, el santo encontraba todavía tiempo para predicar y confesar con infatigable celo. Organizó la enseñanza del catecismo; él mismo se encargaba de la instrucción en Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que las gentes del lugar recordaban todavía, muchos años después de su muerte, «el catecismo del obispo». La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del santo eran inagotables. En su trato con las almas fue siempre bondadoso, sin caer en la debilidad; pero sabía emplear la firmeza cuando no bastaba la bondad. En su maravilloso «tratado del amor de Dios», escribió: «La medida del amor es amar sin medida». Y supo vivir sus palabras. Con su abundante correspondencia alentó y guió a innumerables personas que necesitaban de su ayuda. Entre los que dirigía espiritualmente, santa Juana Francisca de Chantal ocupa un sitio especial. San Francisco la conoció en 1604, cuando predicaba un sermón de cuaresma en Dijón. La fundación de la Congregación de la Visitación, en 1610, fue el resultado del encuentro de los dos santos. La «Introducción a la Vida Devota» -la más conocida de las obras del santo- nació de las notas que el santo conservaba de las instrucciones y consejos enviados a su prima política, la Sra. de Chamoisy, que se había confiado a su dirección. San Francisco se decidió, en 1608, a publicar dichas notas, con algunas adiciones. El libro fue recibido como una de las obras maestras de la ascética, y pronto se tradujo a muchos idiomas. En 1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su padre había muerto nueve años antes). El santo escribió más tarde a santa Juana de Chantal: «Mi corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena madre como nunca había llorado, desde que soy sacerdote». San Francisco había de sobrevivir nueve años a su madre, nueve años de inagotable trabajo.

En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en Aviñón, invitó al santo a reunírseles en aquella ciudad. Movido por el deseo de conseguir ciertos privilegios para la parte francesa de su diócesis, el obispo aceptó al punto la invitación, aunque arriesgaba su débil salud en un viaje tan largo, en pleno invierno. Pero parece que el santo presentía que su fin se acercaba.

Antes de partir de Annecy puso en orden todos los asuntos, y emprendió el viaje, como si no tuviera esperanza de volver a ver a su grey. En Aviñón hizo todo lo posible por llevar su acostumbrada vida de austeridad; pero las multitudes se apiñaban para verle y todas las comunidades religiosas querían que el santo obispo les predicara. En el viaje de regreso, san Francisco se detuvo en Lyon, hospedándose en la casita del jardinero del convento de la Visitación. Aunque estaba muy fatigado, pasó un mes entero atendiendo a las religiosas. Una de ellas le rogó que le dijese qué virtud debía practicar especialmente; el santo escribió en una hoja de papel, con grandes letras: «Humildad». Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo invierno, prosiguió su viaje, predicando y administrando los sacramentos a todo el que se lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una parálisis; pero recuperó la palabra y el pleno conocimiento. Con admirable paciencia, soportó las penosas curaciones que se le administraron con la intención de prolongarle la vida, pero que no hicieron más que acortársela. En su lecho repetía: «Exspectans exspectavi Dominum et intendit mihi, et exaudivit preces meas, et eduxit me de lacu miseriae et de luto faecis» («Puse toda mi esperanza en el Señor, y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del foso de la miseria y del pantano de la inquidad», salmo 39 (40),2-3). En el último momento, apretando la mano de uno de los que le asistían solícitamente murmuró: «Advesperascit et inclinata est jam dies» («Empieza a anochecer y el día se va alejando», la frase de los peregrinos de Emaús, Lc. 24,29). Su última palabra fue el nombre de Jesús. Mientras los circunstantes recitaban de rodillas las letanías de los agonizantes, san Francisco expiró dulcemente, a los cincuenta y seis años de edad.

La beatificación de san Francisco de Sales fue la primera llevada a cabo con solemnidad en San Pedro de Roma. La canonización tuvo lugar en la misma basílica, tres años después. La fiesta del santo se celebraba el 29 de enero, día de la translación de sus restos al convento de la Visitación de Annecy, aunque en la reforma litúrgica se ha movido al 24 de enero, aniversario de su sepultura. En 1877 fue declarado Doctor de la Iglesia, y el Papa Pío XI le nombró patrono de los periodistas. Cuando san Francisco murió, un sacerdote llamado Vicente de Paul vivía en París. El santo obispo le había confiado el cuidado del primer convento de la Visitación. San Vicente dijo de san Francisco: «El siervo de Dios se conformaba de tal modo al molde que Dios le había fijado, que muchas veces me pregunté admirado cómo una criatura podía alcanzar tan alto grado de perfección, dada la fragilidad de nuestra naturaleza... Meditando sus palabras me he sentido tan lleno de admiración, que creo que Francisco de Sales es el hombre que ha reproducido más fielmente sobre la tierra el amor del Hijo de Dios». Algunas personas, considerando que el santo era demasiado indulgente con los pecadores, se lo dijeron francamente cierta vez. El obispo respondió: «Si existiera una virtud más alta que la bondad, Dios nos la habría enseñado. Pues bien, a nada nos exhortó tanto Jesucristo como a ser mansos y humildes de corazón. ¿Por qué os oponéis a que obedezca al mandato de mi Señor? ¿Quién mejor que Dios puede indicarnos el camino en este punto?» La ternura de san Francisco se mostraba especialmente con los apóstatas y los pecadores. Cuando esos pródigos volvían a la casa paterna, el santo les acogía con la bondad de un padre, diciéndoles: «Dios y yo estamos dispuestos a ayudaros. Todo lo que os pido es que no desesperéis; del resto yo me encargo». Su solicitud por ellos se extendía también a sus dificultades materiales, y les abría su bolsa tan ampliamente como su corazón. Como algunos murmurasen de que eso alentaba a los pecadores en sus malos hábitos, el santo respondió: «¿No forman acaso parte de mi grey? ¿O acaso el Señor no derramó su sangre por ellos? Estos lobos se transformarán en mansos corderos y un día valdrán más ante los ojos de Dios que todos nosotros. Si Dios no hubiese usado de misericordia con Saulo, san Pablo no hubiera existido».

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

OremosSeñor Dios nuestro, que hiciste que el obispo San Francisco de Sales se hiciera todo para todos para ganarlos a todos, haz que, iluminado por su ejemplo, también nosotros sepamos manifestar la dulzura de tu amor en el servicio de nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Damasco (1203)

Un pasado eternamente presente
Lucas 1, 1-4. 4, 14-21. Tiempo Ordinario. Si sabemos aprovechar las gracias de Dios, llegará a nosotros la salvación.

Oración introductoria
Señor, en Cristo te has hecho presente en nuestra historia, por eso es relativamente fácil tener el deseo de seguirte, pero qué difícil es continuar con entusiasmo cuando se empiezan a experimentar las exigencias de tu seguimiento. Para perseverar en la fidelidad necesito de tu gracia, te la pido en esta oración.

Petición
Señor, ayúdame a tomar cada día como una oportunidad para crecer en el amor, en la imitación, en el seguimiento de tu Hijo Jesucristo.

Meditación del Papa Francisco
Comúnmente se habla del sacramento de la “Confirmación”, palabra que significa "unción". Y, de hecho, a través del aceite llamado "sagrado Crisma", somos conformados, en la potencia del Espíritu, a Jesucristo, el cual es el único y verdadero "ungido", el "Mesías", el Santo de Dios. Hemos escuchado en el Evangelio como Jesús lo lee en Isaías. Es el ungido. Soy enviado y estoy ungido para esta misión.

El término "Confirmación" nos recuerda que este Sacramento aporta un crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; lleva a cumplimiento nuestro vínculo con la Iglesia; nos da una especial fuerza del Espíritu Santo para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca de su cruz. Y por eso es importante ocuparse de que nuestros niños y nuestros jóvenes reciban este sacramento. Todos nosotros nos ocupamos de que sean bautizados y esto es bueno, pero, quizás, no le damos tanta importancia a que reciban la Confirmación. ¡Se quedan a mitad camino y no reciben el Espíritu Santo! Que es tan importante para la vida cristiana, porque nos da la fuerza para seguir adelante. (Homilía de S.S. Francisco, 29 de enero de 2014).

Reflexión
El evangelio de hoy tiene algo de "mágico" y de seductor. Mejor diré, de "místico", de histórico y de poético a la vez. Trataré de explicarme.

Creo que a todos nos gusta remontarnos a nuestras propias “raíces”: recordar nuestra infancia, o que nuestros padres nos narren anécdotas y aventuras de cuando éramos pequeños. A quienes tienen un cierto aire de romanticismo, les fascina saber cómo, cuándo, dónde y en qué circunstancias se conocieron sus papás, cómo se enamoraron, cómo fue su noviazgo, su matrimonio, su luna de miel y cómo fueron llegando los hijos.

Más aún, a los que son más curiosos por naturaleza o tienen cierta vena poética, les encanta saber cómo eran sus papás de chiquitos, y piden a los abuelos que les cuenten de esas historias como para poder juguetear y reír con ellos cuando eran todavía infantes. Y, si se puede ir todavía más lejos -conocer la vida de los abuelos, de los bisabuelos, de la tierra natal, las costumbres de entonces, etc.- tanto mejor. Todo este mundo queda como envuelto por una atmósfera intimista y llena del calor familiar. Por eso alguien ha dicho que "recordar es como volver a revivir el pasado".

Pues, sin temor a exagerar, yo creo que esto es lo que Lucas logra con sus narraciones. Nadie mejor que él nos transmite algunos hechos entrañables sobre la infancia de Jesús -sin duda, recuerdos y narraciones recogidas directamente de los labios de la Madre, la Santísima Virgen María-. Todavía hoy, a distancia de dos mil años, tienen toda esa frescura, ese candor y esa fragancia encantadora que brotan del corazón de una madre. Y, aunque en el pasaje de hoy no encontramos nada expresamente sobre la infancia del Salvador, con un poco de intuición podemos trasladarnos, de la mano del evangelista, a aquellos años maravillosos de la niñez y adolescencia de Jesús, y llegar con el espíritu hasta su pueblo natal.

"Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado –nos cuenta Lucas- entró en la sinagoga, como era su costumbre los días de sábado, y se puso en pie para hacer la lectura”. Es sabido que este "médico de almas" escribió su evangelio hacia el año 65 ó 70 de nuestra era. Eso significa que nos está relatando una historia ya pasada, pero muy entrañable para él y para la entera comunidad cristiana de los inicios. ¡Había que conservar por escrito el tesoro de esos recuerdos tan valiosos para que sirvieran de enseñanza a las futuras generaciones de cristianos! Pero, además, el evangelista está evocando algo que había sucedido veinte o veinticinco años atrás, cuando Jesús era todavía niño o adolescente, y María lo acompañaba a la "escuela" -a la casa del rabino o a la sinagoga— para que aprendiera a leer y a comprender las Escrituras, como todo israelita piadoso. ¡Qué sabroso imaginar al Jesús adolescente, al lado de su Madre, yendo a la sinagoga, allá en Nazaret, en su pueblo natal!
Bueno, pues llegado el momento de su vida pública, vuelve Jesús al lugar donde se había criado, y vuelve a hacer la lectura, como seguramente ya lo habría hecho cantidad de veces durante su vida.

Y tal vez también su Madre acudiría, santamente orgullosa -como cualquier madre-, a escuchar a su Hijo a hacer la lectura y la explicación del texto sagrado. "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido -comenzó a leer con voz clara y sonora-. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; para dar la libertad a los oprimidos; para anunciar un año de gracia del Señor".

Palabras solemnes del profeta Isaías, promesas de Yahvé a su pueblo. Nos hablan de la llegada de un Redentor, del Mesías ungido por el Espíritu del Señor y de su misión: la liberación de Israel. ¿Podemos imaginar la profunda conmoción interior que experimentaría Jesús en su alma? ¡Estas Escrituras se referían a Él, por supuesto, y estaban para cumplirse en esos precisos momentos!... Jesús se sentó. Breves instantes de meditación personal. Sin duda ponderaba muy bien la solemnidad y la trascendencia histórica del momento. "Todo el mundo tenía los ojos fijos en Él" -nos refiere el evangelista—. Y enseguida comenzó a hablarles: "HOY se cumple esta Escritura que acabáis de oír". ¡Nadie mejor que Él podía explicar estas profecías y nunca mejor que entonces se aplicaban al pie de la letra!.. "HOY”, hoy se cumplen las promesas de Yahvé.

Pues también en el "hoy" de nuestra vida de cada día, a través de la Iglesia y de los sacramentos, se cumplen esas promesas de salvación. Es en los sacramentos y en la liturgia sagrada -la oración "pública y oficial" de la Iglesia— en donde esa maravillosa historia pasada se hace "eternamente presente". En cada Santa Misa, en cada confesión, en cada Eucaristía, en la celebración de la liturgia se "actualiza" nuestra Redención. No son simples recuerdos o evocaciones de nuestra memoria o de nuestra fantasía, sino acontecimientos que vuelven a revivirse y a realizarse en el tiempo como si estuviesen sucediendo en el momento presente. Dios es eterno y para Él no hay tiempo ni distancias. Para Él existe sólo el "HOY".

Propósito
¡Ojalá que nuestra fe y nuestro amor nos ayuden a alcanzar los frutos benditos de la Redención que Cristo nos adquirió con su Pasión, muerte y resurrección, y que se actualizan en los sacramentos! Si sabemos aprovechar esas gracias, también hoy nos llega a nosotros la salvación de Jesucristo.

Diálogo con Cristo
Señor, me has dado muchos medios para conocerte: tu Palabra en la Escritura, los sacramentos, el buen ejemplo de otros cristianos; gracias por ayudarme a buscarte con fe, esperanza y amor. Dame la gracia de seguirte con sinceridad y transparencia para cumplir la misión que me has encomendado.

Patrono de periodistas: San Francisco de Sales
Extracto del artículo del Pbro. Walter Moschetti, en el que busca el perfil del comunicador católico.

El 24 de enero celebramos la fiesta patronal de san Francisco de Sales, patrono de los periodistas y escritores, a cuyo amparo e intercesión la Iglesia confía a todas aquellas personas que se dedican a la noble profesión del periodismo y al oficio de escribir.

La devoción y la defensa de la fe que caracterizaron a este santo y doctor de la Iglesia son puestas como modelo para los periodistas y escritores, cuyo norte debe ser siempre la difusión de la verdad y la edificación de la humanidad.

Tanto el periodismo como la literatura necesitan del don de la palabra, y a través de ella manifestar la belleza y transmitir toda noticia que sirva para el progreso y el crecimiento espiritual e intelectual de los pueblos. Ambos oficios reclaman, de quien los ejerce, una particular vocación que se antepone ante cualquier interés malsano o sectario.

Al estar próxima la fecha de la solemnidad de su santo patrono, queremos felicitar a todos los periodistas y escritores, de manera especial a los que profesan la fe católica, y deseamos para todos aquellos y aquellas que ejercen esa tarea que Dios Padre, por la intercesión de san Francisco de Sales, les infunda la sabiduría y la caridad en sus quehaceres y les conduzca hacia Jesucristo, camino, verdad y vida.

Buscando el perfil del comunicador católico

Al celebrarse el próximo 24 de enero, el día de San Francisco de Sales, patrono del comunicador católico, presentamos un extracto del artículo del Pbro. Walter Moschetti intitulado "Buscando el perfil de Comunicador Católico".

El planteo inicial que hacemos al buscar el perfil del comunicador católico es preguntarnos "Quiénes somos?". Tan valioso es identificar esta identidad propia, que nos sitúa como cristianos comprometidos en la tarea evangelizadora de la Iglesia, que determinará nuestra acción y hará que nuestro compromiso sea más consciente, y de allí, más efectiva nuestra tarea.

La realidad relativamente nueva de la comunicación social en la vida del mundo y de la Iglesia, hace que muchas veces no estemos situados como comunicadores católicos dentro de la Pastoral orgánica de la diócesis, o incluso de nuestra parroquia, movimiento o institución. Es más fácil identificar y nuclear a catequistas, voluntarios de Cáritas, ministros y colaboradores de la liturgia, que a los que estamos realizando nuestro apostolado utilizando los instrumentos de la comunicación social. Busquemos nuestro lugar, organicemos nuestra pastoral, tan vinculada con las demás pastorales, encontrémonos para compartir nuestra tarea, seamos factores de comunión y unidad en nuestras comunidades.

La Iglesia nos llama a una nueva evangelización, nueva en sus métodos, en sus expresiones y en su ardor. Necesitamos siempre encontrar nuevos lenguajes para anunciar el Evangelio. Es muy significativo lo que nosotros podemos aportar a este tiempo. El hecho de estar capacitados para utilizar el lenguaje de los medios nos pone en un lugar privilegiado a la hora de evangelizar. Como decía Pablo VI "Nos sentiríamos culpables delante de Dios si no utilizáramos estos poderosos medios para evangelizar".

Por ser tan importante nuestra tarea ˆmisión recibida del Señor e impulsada por la Iglesia- no podemos comunicar de cualquier manera. Debemos apuntar a la excelencia en la comunicación católica. Nuestro estilo de comunicar debería ser modélico. Allí mostraremos la dignidad y riqueza de la Palabra de Dios. Por eso hemos de buscar cada día capacitarnos para utilizar debidamente la palabra, la escritura, la imagen e incluso las nuevas tecnologías.

El comunicador católico debe estar capacitado técnicamente para esta tarea que le exige una constante creatividad puesta al servicio del Reino. Debemos generar ideas originales, entretenidas, capaces de llegar al corazón de nuestro interlocutor y transformar su vida con el poder vivificador del Evangelio. Los más jóvenes deben buscar alcanzar una preparación terciaria o universitaria en este campo. 

Nos faltan profesionales consagrados a vivir este apostolado con convicción, coherencia y calidad profesional. Nos falta muchas veces la necesaria astucia de la que hablaba Jesús desafiándonos a la evangelización. 

Claro que no basta la preparación técnica. Hay que tener algo que decir. De allí que sea tan importante la formación doctrinal. Y esta es una formación permanente. Hoy día no basta haber hecho un curso bíblico, o un seminario de catequesis, ni siquiera ser profesor de teología...Cada día debemos leer, estudiar, investigar, para "dar razones de nuestra fe", como nos dice San Pablo. Debemos fundamentar la verdad que proclamamos. La Iglesia en su larga tradición magisterial tiene elaborados infinidad de documentos que argumentan sus dogmas y su moral. Nosotros debemos ir siempre a esas fuentes. No podemos ser "opinólogos" ˆcomo tantos presentes en los medios-. Cada tema que tratamos debe ser tratado con responsabilidad, pues estamos comprometidos con la Verdad. 

Muchas veces creemos que basta la sola experiencia subjetiva de la fe, y solemos separar lo doctrinal de lo vivencial. En realidad la teología debe llevarnos al Sagrario. A medida que profundizamos intelectualmente la fe, ésta debe crecer y transformarse en oración, en encuentro con el Dios vivo. Es que de esta experiencia profunda y auténtica debe hablar luego nuestra boca. El comunicador católico ˆevangelizador en el seno de la Iglesia- es un testigo de Cristo, y como los apóstoles ha de decir aquello "que ha visto y oído", su experiencia profunda de fe personal y comunitaria. No podrá pues, callar... es que "de la abundancia del corazón habla la boca", y esto lo perciben los receptores de nuestros mensajes, pues "quien come ajo huele a ajo, quien come Eucaristía, huele a Eucaristía..." 

Pensar en nuestra identidad como comunicadores católicos es pensar en nuestro singular camino de santidad. Miremos a los patronos de la comunicación. Cuánto bien podemos sacar para nuestra vida espiritual si indagamos sobre la vida y misión del apóstol San Pablo, de San

Maximiliano Kolbe, de San Francisco de Sales, de San Juan Bosco, de San Juan Crisóstomo, del Beato Santiago Alberione, entre otros.

Asumir con seriedad nuestra misión de comunicadores católicos es asumir con seriedad nuestra santidad de vida. Desde allí podemos esperar buenos frutos de nuestros desvelos en pos de la evangelización. www.oclacc.or 

San Francisco de Sales patrono de los periodistas 

Nació en Saboya (Francia) en 1567. Estudió en París y luego en Padua. Al regresar a su patria fue nombrado abogado del Senado de Chambéry. Luego dio un cambio a su vida, al escoger el camino del sacerdocio. Su apostolado fue muy efectivo, por el gran amor con que actuaba y por servirse de la prensa. Para defender la fe católica de los calvinistas, publicó volantes que no sólo circulaban de mano en mano, sino que también se veían fijados en los muros. Por esta actividad fue considerado el primer periodista y luego escogido como patrón de los periodistas y escritores católicos.  Nombrado obispo de Ginebra, actuó como un verdadero pastor para con los clérigos y fieles, adoctrinándolos en la fe con sus escritos. Murió en Lyon el día 28 de diciembre del año 1622, pero fue el día 24 de enero del año siguiente cuando se realizó su sepultura definitiva en Annecy.

Papa, en la ventana

"¿Evangelizar a los pobres es la prioridad?", pregunta Francisco
Papa: "¿Hoy, en nuestras comunidades, asociaciones y movimientos, somos fieles al programa de Cristo?"
"Jesús dirige la Buena Noticia a todos, pero privilegia a los descartados de la sociedad"

No se trata sólo de asistencia social y, menos, política. Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que sana las heridas

"¿Evangelizar a los pobres es la prioridad?", pregunta Francisco

Papa: "¿Hoy, en nuestras comunidades, asociaciones y movimientos, somos fieles al programa de Cristo?"

"Jesús dirige la Buena Noticia a todos, pero privilegia a los descartados de la sociedad"

José Manuel Vidal, 24 de enero de 2016 a las 12:18

No se trata sólo de asistencia social y, menos, política. Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que sana las heridas

 (José M. Vidal).- Ángelus del Papa en el día de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas. Francisco, en su alocución, recuerda que "los pobres ocupan el centro del Evangelio" y que ésa debe ser "la prioridad de la Iglesia". Por eso, pregunta si "nuestras comunidades, asociaciones y movimientos son fieles al programa de Cristo" de evangelizar a todos, pero con una predileccción especial "por los descartados de la sociedad"

Algunas frases de la alocución papal. "Lucas resume brevemente le actividad evangelizadora de Jesús" ."Su palabra es original y autorizada, porque manda incluso a los espíritus impuros, que lo obedecen" "Jesús es distinto de los maestros de su tiempo. Por ejemplo, no abrió una escuela, sino que está siempre en camino, predicando por todas partes". "Jesús es distinto de Juan Bautista". "Imaginemos la escena. Entremos en la sinagoga de Nazaret". "Evangelizar a los pobres, ésta es la misión de Jesús. Y la de la Iglesia y de todo bautizado". "Ser cristiano y ser misionero es lo mismo". "Anunciar el Evangelio con la Palabra y, todavía antes, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana". "Jesús dirige la Bunea Noticia a todos, sin excluir a nadie, pero privilegia a los descartados de la sociedad". "Preguntémonos: ¿Qué significa evangelizar a los pobres?". "Ante todo, acercarnos a ellos, tener la alegría de servirlos, de liberarlos de su opresión. Y todo en nombre de Cristo". "Él es la liberación de Dios". "¿Hoy, en nuestras comunidades, asociaciones y movimientos, somos fieles al programa de Cristo?". "¿Evangelizar a los pobres es la prioridad?". "No se trata sólo de asistencia social y, menos, política. Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que sana las heridas"."Los pobres ocupan el centro del Evangelio". "Testimoniar la misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha dado"

(José M. Vidal).- Ángelus del Papa en el día de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas. Francisco, en su alocución, recuerda que "los pobres ocupan el centro del Evangelio" y que ésa debe ser "la prioridad de la Iglesia". Por eso, pregunta si "nuestras comunidades, asociaciones y movimientos son fieles al programa de Cristo" de evangelizar a todos, pero con una predileccción especial "por los descartados de la sociedad"

Algunas frases de la alocución papal. Lucas resume brevemente le actividad evangelizadora de Jesús". "Su palabra es original y autorizada, porque manda incluso a los espíritus impuros, que lo obedecen". "Jesús es distinto de los maestros de su tiempo. Por ejemplo, no abrió una escuela, sino que está siempre en camino, predicando por todas partes". "Jesús es distinto de Juan Bautista"
"Imaginemos la escena. Entremos en la sinagoga de Nazaret"
"Evangelizar a los pobres, ésta es la misión de Jesús. Y la de la Iglesia y de todo bautizado"
"Ser cristiano y ser misionero es lo mismo"
"Anunciar el Evangelio con la Palabra y, todavía antes, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana"
"Jesús dirige la Bunea Noticia a todos, sin excluir a nadie, pero privilegia a los descartados de la sociedad"
"Preguntémonos: ¿Qué significa evangelizar a los pobres?"
"Ante todo, acercarnos a ellos, tener la alegría de servirlos, de liberarlos de su opresión. Y todo en nombre de Cristo"
"Él es la liberación de Dios"
"¿Hoy, en nuestras comunidades, asociaciones y movimientos, somos fieles al programa de Cristo?"
"¿Evangelizar a los pobres es la prioridad?"."No se trata sólo de asistencia social y, menos, política. Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que sana las heridas"
"Los pobres ocupan el centro del Evangelio"
"Testimoniar la misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha dado.

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