«¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo?»

Evangelio según San Mateo 7,1-5. 

Jesús dijo a sus discípulos: No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes. ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Deja que te saque la paja de tu ojo', si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano. 

Mártires Ingleses

Fueron hombres y mujeres, clérigos y laicos que dieron su vida por la fe entre los años 1535 y 1679 en Inglaterra.    Ya habían surgido dificultades entre el trono inglés y la Santa Sede que ponían los fundamentos de una previsible ruptura.

Luego vinieron los problemas de ruptura con Roma en tiempos de Enrique VIII, con motivo del intento de disolución del matrimonio con Catalina de Aragón y su posterior unión con Ana Bolena, a pesar de que el rey inglés había recibido el título de Defensor de la Fe por sus escritos contra la herejía luterana en el comienzo de la Reforma.

Pero fue sobre todo en la sucesión al trono, después de la muerte de María, hija legítima de Enrique VIII y Catalina de Aragón, cuando comienza a reinar en Inglaterra Isabel, cuando se desencadenan los hechos persecutorios a cuyo término hay que contar 316 martirios entre laicos hombres, mujeres y clérigos.-    Primero fueron dos leyes: El Decreto de Supremacía, y el Acta de Uniformidad (1559). Por ellas el Trono se arrogaba la primacía en lo político y en lo religioso. Así la Iglesia dejaba de ser «católica» -universal- pasando a ser nacional -inglesa- cuya cabeza, como en lo político era Isabel.

Fue interpretado como una desvinculación de Roma, una herejía, una cuestión de renuncia a la fe que no podía aceptarse en conciencia. De este modo, quienes se negaban al mencionado juramento  o quienes lo rompían quedaban ipso facto considerados como traidores al rey y eran tratados como tales por los que administraban la justicia.

Vino la excomunión a la reina por el Papa Pío V (1570). Se endurecían las presiones hasta el punto de quedar prohibido a los sacerdotes transmitir al pueblo la excomunión de la Reina Isabel I.  En Inglaterra se emanó un Decreto (1585) por el que se prohibía la misa y se expulsaba a los sacerdotes.

Bastaba con sorprender una reunión clandestina para decir misa, unas ropas para los oficios sagrados descubiertas en cualquier escondite, libros litúrgicos para los oficios, un hábito religioso o la denuncia de los espías y de malintencionados aprovechados de haber dado hospedaje en su casa a un misionero para acabar en la cuerda.

No se relatan aquí las hagiografías de Juan Fisher, obispo de Rochester y gran defensor de la reina Catalina de Aragón, o del Sir Tomás Moro, Canciller del Reino e íntimo amigo y colaborador de Enrique VIII, -por mencionar un ejemplo de eclesiástico y otro de seglar.

Ana Line fue condenada por albergar sacerdotes en su casa; antes de ser ahorcada pudo dirigirse a la muchedumbre reunida para la ejecución diciendo: «Me han condenado por recibir en mi casa a sacerdotes. Ojalá donde recibí uno hubiera podido recibir a miles, y no me arrepiento por lo que he hecho». Las palabras que pronunció en el cadalso Margarita Clitheroe fueron: «Este camino al cielo es tan corto como cualquier otro».    Margarita Ward entregó también la vida por haber llevado en una cesta la cuerda con la que pudo escapar de la cárcel el padre Watson. Y así, tantos y tantas... murieron mártires de la misa y del sacerdocio.

En la Inglaterra de hoy tan modélica y proclive a la defensa de los derechos del hombre hubo una época en la que no se respetó la libertad de conciencia de los ciudadanos y, aunque las medidas adoptadas para la represión del culto católico eran las frecuente y lastimosamente usadas en las demás naciones cuando habían de sofocar asuntos políticos, militares o religiosos que supusieran traición, pueden verse aún hoy en los archivos del Estado que las causas de aquellas muertes fue siempre religiosa bajo el disimulo de traición. Y, después de la sentencia condenatoria, los llevaban a la horca, siempre acompañados por un pastor protestante en continua perorata para impedirles hablar con los amigos o rezar en paz

Oremos
Señor y Dios nuestro, que nos das constancia en la fe y fortaleza en la debilidad , concédenos por el ejemplo y los méritos de los santos mártires ingleses participar en la muerte y resurrección de tu Hijo para que también gocemos contigo, en compañía de tus mártires, de la plena alegría de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.

San Juan Clímaco (c. 575-c. 650), monje en el Monte Sinaí  La Escalera santa, 10º escalón

«¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo?»

He oído a algunos hablar mal de su prójimo, y les he reprendido. Para defenderse, estos obradores de mal han contestado: «¡Es por caridad y solicitud hacia ellos que hablamos así!». Pero yo les he contestado: Dejad de practicar semejante caridad, puesto que si no lo hacéis acusáis de mentiroso a aquel que ha dicho: «al que en secreto difama a su prójimo lo haré callar... no los soportaré» (Sl 100,5). Si le amas, tal como dices, ora en secreto por él y no te burles de este hombre. Es esta la manera de amar que agrada al Señor; no pierdas esto de vista, y vigilarás cuidadosamente para no juzgar a los pecadores. Judas fue uno de los apóstoles y el ladrón formo parte de los malhechores, pero ¡qué cambio tan sorprendente en un instante!... 

Al que te habla mal de su prójimo, respóndele: «¡Párate, hermano! Yo mismo caigo cada día en faltas más graves; siendo así, ¿cómo podré condenar a éste?» Así sacarás un doble provecho: te curarás a ti mismo y curarás a tu prójimo. No juzgar es un atajo que lleva al perdón de los pecados si es verdadera esta palabra: «No juzguéis y no seréis juzgados»... Algunos han cometido graves faltas a la vista de todos, pero en secreto han hecho grandes actos de virtud. Así es que sus detractores se han equivocado pues no han sabido ver más que la humareda y no han visto al sol... 

Los censores apresurados y severos caen en esta ilusión porque no conservan el recuerdo y la preocupación constante de sus propios pecados... Juzgar a los demás es usurpar sin vergüenza una prerrogativa divina; condenarlos, es arruinar nuestra propia alma... De la misma manera que un buen vendimiador come los racimos maduros y no coge los que están verdes, igualmente, un espíritu benevolente y sensato se fija cuidadosamente en todas las virtudes que ve en los demás; pero es insensato el que escruta las faltas y deficiencias.

Con el juicio con que juzguéis seréis juzgados

Tiempo Ordinario

Mateo 7, 1-5 Tiempo Ordinario. Si el juicio de Dios es la misericordia, ¿con qué derecho puedo juzgar a mis hermanos?

Oración introductoria
Señor, creo en el poder de la oración. Este tiempo que voy a pasar contigo es el más importante del día. Conoces lo que hay en mi corazón, sabes de mis esfuerzos, de mis límites, de mi juicio duro… y de mi deseo de amarte más. Toma toda mi vida, Dios mío, te la ofrezco en esta oración.

Petición
Dios mío, te pido la gracia para liberarme de la crítica y de juzgar duro a los demás.

Meditación del Papa Francisco
No se puede corregir a una persona sin amor y sin caridad. No se puede hacer una intervención quirúrgica sin anestesia: no se puede, porque el enfermo morirá de dolor. Y la caridad es como una anestesia que ayuda a recibir la cura y aceptar la corrección. Apartarlo, con mansedumbre, con amor y hablarle.

En segundo lugar es necesario no decir algo que no es verdad. Cuántas veces en nuestras comunidades se dicen cosas una persona de la otra que no son verdaderas: son calumnias. O si son verdad, se arruina la fama de esa persona. Por eso los chismorreos hieren, los chismes son bofetadas al corazón de una persona. Ciertamente, cuando te dicen la verdad no es bonito escucharla, pero si se dice con caridad y con amor es más fácil aceptarla. Por tanto, se debe hablar de los defectos de los otros con caridad.

A continuación, Francisco ha explicado que el tercer punto es corregir con humildad. “¡Si debes corregir un defecto pequeño allí, piensa que los tuyos son mucho más grandes!

La corrección fraterna es un acto para curar el cuerpo de la Iglesia. Hay un agujero, ahí, en el tejido de la Iglesia que es necesario coser de nuevo. Y como las madres y las abuelas, cuando cosen, lo hacen con mucha delicadeza, así se debe hacer la corrección fraterna. Si no eres capaz de hacerlo con amor, con caridad, en la verdad y con humildad, se comete una ofensa, una destrucción del corazón de la persona, se hace un chismorreo más, que hiere y te convierte en un ciego hipócrita, como dice Jesús. ‘Hipócrita; quita primero la viga de tu ojo…’ ¡Hipócrita! Reconoce que eres más pecador que el otro, pero que tú, como hermano debes ayudara corregir al otro. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 12 de septiembre de 2014, en Santa Marta).

Reflexión
El día de hoy Cristo quiere ayudar a sacarnos la viga del ojo. Y lo hace de una manera muy sencilla: No juzguéis al modo humano, ojo por ojo, diente por diente, sino más bien como él nos enseñó en el Calvario. Perdonando a todos sin excepción.

No juzga a los soldados que lo han golpeado, se han burlado de él y lo han crucificado. Dice: Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen. Tenía razones para decir lo contrario, sin embargo, sabe encontrar una disculpa: hacen esto, porque no me conocen.

Después, podría haber reclamado a san Juan, que se acercaba a la cruz, su cobardía -le había abandonado-, su amistad tan débil -no había podido rezar con él cuando lo necesitaba-, etc. Pero en todo eso no ve malicia, sino debilidad humana y muestra de ello es que no reclama, sino que se apiada de su flaqueza y le entrega a su madre.

Al final dice: con el juicio con que juzguéis seréis juzgados. Cristo nos enseña a usar con los demás la medida con la que a nosotros nos gustaría que nos midieran.
¿Quién puede juzgar sino sólo Dios? Y si el juicio de Dios es la misericordia, ¿con qué derecho puedo juzgar a mis hermanos?

Propósito
Seré magnánimo hacia los demás, buscando ver el lado bueno de todos y de todo.

Diálogo con Cristo
Señor Jesús, ¿qué hacer para transformar mis criterios, de manera que el Evangelio impregne todos mis juicios? Porque la crítica malsana sigue siendo el pasatiempo de moda, el medio para torpemente pretender ser mejor que otros. Ayúdame a que esta oración me ayude a nunca acostumbrarme a mis faltas y debilidades, porque Tú no me quieres mediocre, sino santo.

Cada día es un regalo de Dios
La vida es una sorpresa, Dios nos sale al encuentro en cada recodo del camino.

Cada día es una maravillosa oportunidad de dar gracias a Dios por todo lo que se nos da tan gratuita, tan regalado, tan como Don.

Muchas ocasiones vemos la vida como una cadena de sufrimiento, y por momentos se nos hace que vivimos encadenados al desorden, al pecado, al sufrimiento, sin embargo, deteniendo un poco la existencia, en la contemplación del amor de Dios, nos damos cuenta que cada situación vivida es una oportunidad o una prueba que nos prepara para dar respuesta a la siguiente oportunidad, por eso me parece importante ver la vida como un continuo nacer para recuperar el sentido de sorpresa, es decir: ¡Que maravilloso es vivir la luz del sol!

Que milagro respirar en este instante. La vida es una permanente sorpresa, Dios nos sale al encuentro en cada recodo del camino, con dones espirituales y materiales.

Este sentido de nacer cada día para agradecer a Dios, en ningún momento significa olvidar la experiencia, es decir esa historia vivida, experimentada y disfrutada. Para poder dar una respuesta a Dios en el día de hoy, Dios en su infinita bondad me preparó el día de ayer, por eso he de nacer cada día sin olvidar.

Nacer para descubrir el encanto del presente providente de Dios, sin olvidar la misericordia de nuestro padre Dios que nos ha llamado desde toda la eternidad a vivir con Él.

Nacer cada día a la Providencia de Dios, sin olvidar su eterna Misericordia.

El Papa en Sta. Marta: Hay que mirarse al espejo antes de juzgar . En la homilía de este lunes, la última antes del descaso de verano, explica que nuestro juicio es “pobre” porque le falta la misericordia que sí tiene el juicio de Dios

Antes de juzgar a los otros es necesario mirarse al espejo y ver cómo somos. Es la invitación del papa Francisco en la misa de esta mañana celebrada en Santa Marta, la última antes del descanso por el verano. El Pontífice ha subrayado que lo que diferencia el juicio de Dios del nuestro no es la omnipotencia sino la misericordia.

Reflexionando sobre el Evangelio del día, el Santo Padre ha recordado que el juicio pertenece solo a Dios y por eso si no queremos ser juzgados también nosotros no debemos juzgar a los otros. Todos nosotros queremos que en el Día del Juicio, “el Señor nos mire con benevolencia, que el Señor se olvide de muchas cosas feas que hemos hecho en la vida”, ha asegurado.

Por eso si “tú juzgas continuamente a los otros con la misma medida, tú serás juzgado”. El Señor nos pide que nos miremos al espejo. “Mírate al espejo, pero no para maquillarte, para que no se vean las arrugas. No, no, no, ¡ese no es el consejo! Mírate al espejo para mírate a ti, como tú eres”, ha invitado Francisco. Querer quitar la mota del ojo ajeno, mientras que en tu ojo hay una viga. El Señor dice que cuando hacemos esto hay solo una palabra para definirlo: “hipócrita”.

Por eso, el Pontífice ha observado que se ve que el Señor aquí “se enfada un poco”, dice que somos hipócritas cuando nos ponemos “en el sitio de Dios”. Y así, ha recordado que esto es lo que la serpiente ha convencido a hacer a Adán y Eva: “si coméis de esto seréis como Él”. Ellos –ha precisado– querían ponerse en el sitio de Dios.

Asimismo ha explicado que por esto es tan feo juzgar. El juicio corresponde solo a Dios. “A nosotros el amor, la comprensión, el rezar por los otros cuando vemos cosas que no son buenas, pero también hablar con ellos: pero, mira, yo veo esto, quizá…’ pero no juzgar”, ha aseverado.

El Santo Padre ha proseguido su homilía subrayando que cuando juzgamos “nos ponemos en el sitio de Dios” pero “nuestros juicio es un juicio pobre” , nunca “puede ser un juicio verdadero”. Y nuestro juicio no es como el de Dios no por su omnipotencia, sino “porque a nuestro juicio le falta misericordia, y cuando Dios juzga, juzga con misericordia”.
Finalmente, el Papa ha invitado a pensar hoy en lo que el Señor nos pide: no juzgar para no ser juzgados, la medida con la que juzgamos será la misma que usarán con nosotros y mirarnos al espejo antes de juzgar. De lo contrario seremos un “hipócrita” porque nos ponemos en el sitio de Dios y porque nuestro juicio es pobre porque le falta algo importante que tiene el juicio de Dios, le falta misericordia.

La inquisición posmoderna

La norma justa no es negación de libertad

Hace algún tiempo abrigaba el deseo de escribir dos palabras sobre una rara -pero frecuente- especie de inquisidores. Me animan ahora a realizarlo unas declaraciones de Christian Chabanis, prolífico escritor francés, Gran Premio católico de Literatura 1985.

Se le plantea al escritor galo la vieja cuestión sobre la posibilidad de una moral sin Dios, así como el reto de un mundo donde el sentido moral parece haberse esfumado. Chabanis reconoce que sin referencia a Dios es imposible mantener el verdadero sentido moral. Pero advierte que -pese a las apariencias- no es exacto decir que "hoy no hay moral".

Al contrario, hay -dice- una moral terrible, violenta, implacable. Una moral que condena, por ejemplo, la virginidad y la castidad en general; proscribe a una mujer que en situación difícil conserva a su hijo negándose a abortar; ridiculiza a una madre de familia de más de dos o tres hijos, etcétera.

Ciertamente, siempre han existido inquisidores (en el sentido inculto del término). Pero hoy prolifera una especie que cabría denominar posmoderna, cuya peculiaridad consiste en que es inquisidora y permisiva a la vez.

El inquisidor posmoderno presume de liberal y tolerante. Todo lo permite, en teoría. De paso justifica siempre -si es preciso- su conducta, que él imagina independiente de toda norma y autoridad. El inquisidor posmoderno tiene algo que sería positivo: valora la independencia. Pero en su modo plano de ver y vivir, se le esfuma la libertad que idolatra.

Obviamente, no es lo mismo libertad que independencia. Baste considerar que -en el orden del ser- la libertad existe, y la independencia no. El hombre es criatura, y no podría dejar de serlo, a no ser retornando a la nada (cosa también imposible sin Dios). La dependencia respecto al Creador es una relación, afortunadamente, indestructible. Y por eso, la vida humana tiene una dimensión esencial, sin la cual no podría existir: la dimensión moral, que resulta de la relación de mi conducta presente con el fin final y eterno que me aguarda.

En mi opinión, el principio supremo del permisivismo, "haz lo que te plazca", tiene un porvenir cada día más oscuro y precario: el permisivista ya no puede escapar de la férrea ley consumista que él mismo teje. El permisivismo es negación de libertad, porque libertad significa ante todo dominio, señorío de sí, y permisivismo supone abandono, sometimiento de la razón a lo irracional y de la voluntad libre a la pasión sin norma y sin cauce.

"Yo hago lo que me gusta, tú haz lo que te guste". Quizás fuera hermoso, pero es inviable, porque: ¿qué podría hacer yo con tus gustos si a mí no me gustasen?. La cuestión se agudiza si me gusta que no me gusten tus gustos (cosa muy probable).
Si admito tus gustos que no me gustan, me niego a mí mismo: no hago lo que me gusta. Y si no los admito, también: niego mis principios permisivos.

¿Podríamos llegar a un término medio? ¿Tú respetarás mis gustos si no resultan de tu agrado? ¿Incluso si se muestran incompatibles?. ¿Qué haremos, judíos y cristianos, si aparece otro Hitler con sus peculiares gustos: lo que le gusta o lo que nos gusta?

Lo que de hecho suele ocurrir es que el pertinaz relativista subjetivo intenta arrollar de un modo u otro a quienes pacíficamente, pero con una conducta más racional y coherente, ponen de manifiesto la incongruencia, la tiranía, la proclividad totalitaria de un permisivismo militante, tanto más aguda cuanto más alta es la esfera de poder en que se instala.

Suele acontecer entonces, que se inculca por todos los medios útiles - lícitos e ilícitos- el caos en las relaciones sexuales y el ateísmo en el campo de la religión. Una y otra vez se demuestra que con frecuencia es verdadero lo que asevera el refrán: "dime de lo que presumes y te diré de lo que careces".

Convendría al posmoderno inquisidor caer en la cuenta de que la norma justa no es negación de libertad, sino cauce que la hace posible, como las orillas no niegan el río: lo afirman e impiden que se transforme en charca inmunda o pantano pestilente.

¿Alguien llega blasonando "tolerancia"?. Por de pronto, ¡huyamos!: es muy posible que se trate de un inquisidor posmoderno!


 

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