«Se ha estrechado, el camino que conduce a la vida»

Evangelio según San Mateo 7,6.12-14. 

No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos. Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas. Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran. 

San Luis Gonzaga, religioso

Memoria de san Luis Gonzaga, religioso, que, nacido de nobilísima estirpe y admirable por su pureza, renunció a favor de su hermano el principado que le correspondía e ingresó en Roma en la Orden de la Compañía de Jesús. Murió, apenas adolescente, por haber asistido durante una grave epidemia a enfermos contagiosos.

El Patrón de la Juventud Católica, San Luis Gonzaga, nació el 9 de marzo de 1568 cerca de Mantua, en Lombardía, hijo de los príncipes de Castiglione. Su madre lo educó cristianamente, y muy pronto dio indicios de su inclinación a la vida religiosa.   Su entrega a Dios en su infancia fue completa y absoluta y ya en su adolescencia, decidió ingresar a la Compañía de Jesús, pese a la rotunda negativa de su padre, que soñaba para él una exitosa carrera militar.

Renunció a favor de su hermano al título de príncipe que le correspondía por derecho de primogenitura, e ingresó en la Compañía de Jesús, en Roma. Cuidando enfermos en los hospitales, contrajo él mismo una enfermedad que lo llevó al sepulcro el año 1591.    Durante los años siguientes, el santo dio pruebas de ser un novicio modelo. Estando en Milán y por revelación divina, San Luis comprendió que no le quedaba mucho tiempo de vida. Aquel anuncio le llenó de júbilo y apartó aún más su corazón de las cosas de este mundo.

Por consideración a su precaria salud, fue trasladado de Milán a Roma para completar sus estudios teológicos, siendo los atributos de Dios los sus temas de meditación favoritos.    En 1591 atacó con violencia a Roma una epidemia de fiebre; los jesuitas abrieron un hospital y el santo desplegó una actividad extraordinaria; instruía, consolaba y exhortaba a los enfermos, y trabajaba con entusiasmo y empeño en las tareas más repugnantes del hospital.   San Luis falleció en la octava del corpus Christi, entre el 20 y 21 de junio de 1591, a los 23 años de edad. Fue canonizado en 1726

Oremos
Dios nuestro, fuente y origen de todos los dones celestiales, tú que uniste  en San Luis Gonzaga una admirable pureza de vida con la práctica de la penitencia, concédenos, por sus méritos e intercesión, que los que no hemos podido imitarlo en la inocencia de su vida lo imitemos en su espíritu de penitencia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Luis Gonzaga

Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo 
Homilías sobre el Éxodo, n°5, 3 (trad. Biblioteca de Patrística. Ed. Ciudad Nueva, tomo 17)

«Se ha estrechado, el camino que conduce a la vida»

Veamos ahora qué se dice a continuación a Moisés, qué camino se le manda elegir... Quizá tú pensarás que el camino que Dios muestra es un camino llano y fácil, sin ninguna dificultad ni esfuerzo: no, es una subida, y una subida tortuosa. No es un camino descendente el que conduce a las virtudes, se trata de una ascensión, una angosta y difícil ascensión. Escucha al Señor cuando dice en el Evangelio: "El camino que conduce a la vida es estrecho y angosto". Observa, pues, qué consonancia hay entre el Evangelio y la Ley... ¿Acaso no es verdad que hasta los ciegos pueden ver claramente que la Ley y el Evangelio han sido escritos por uno y el mismo Espíritu?. 

El camino por el que marchan es, por tanto, una subida tortuosa... ; Muestra que tanto en las obras como en la fe hay mucha dificultad y mucho esfuerzo. En efecto, a los que quieren obrar según Dios se les oponen muchas tentaciones, muchos estorbos. Así, te encontrarás en la fe con muchas cosas tortuosas, muchas preguntas, muchas objeciones de los herejes... Escucha lo que dice el Faraón al ver estas cosas: "Estos se equivocan". Para el Faraón, el que sigue a Dios se equivoca, porque, como ya hemos dicho, el camino de la sabiduría es tortuoso, tiene muchas curvas, muchas dificultades y muchas angosturas. De este modo, cuando confiesas que hay un solo Dios, y en la misma confesión afirmas que el Padre, el Hijo y el Espíritu son un solo Dios. ¡Cuán tortuoso, cuán inextricable parece esto a los infieles! Aún más, cuando dices que «el Señor de la majestad» fue crucificado (1 Co 2,8) y que el Hijo del hombre es «el que ha bajado del cielo» (Jn 3,13) ¡Cuán tortuosas y difíciles parecen estas cosas! El que las oye, si nos las oye con fe, dice que éstos se equivocan; pero tú mantente firme y no dudes de esta fe, sabiendo que Dios te muestra el camino de esta fe.

Entrad por la puerta estrecha
Mateo 7, 6.12-14. Tiempo Ordinario. Jesús nos invita a entrar por la puesta estrecha. Nos podemos preguntar: Señor, en mi vida diaria, ¿cuál es la puerta estrecha?

Oración introductoria
Señor, dame las fuerzas para estar convencido de mi misión como verdadero cristiano. Creo en ti, pero aumenta mi fe, hazla firme. Haz grande mi fe para poder amar a mis hermanos desinteresadamente. Tú eres mi fuerza, y contigo todo lo puedo. Ayúdame, pues sin ti no puedo nada.

Petición
Dios mío, concédeme ser un apóstol entregado, que salga de mi mundo y piense en los demás. Alcánzame la gracia de poder negarme a mí mismo; así estaré atento a las necesidades de mis hermanos, antes que a las mías.

Meditación del Papa Francisco
¿Qué quiere decir Jesús? ¿Cuál es la puerta por la que debemos entrar? Y, ¿por qué Jesús habla de una puerta estrecha?

La imagen de la puerta se repite varias veces en el Evangelio y se refiere a la de la casa, del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor. Jesús nos dice que existe una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios, en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él. Esta puerta es Jesús mismo. Él es la puerta. Él es el paso hacia la salvación. Él conduce al Padre. Y la puerta, que es Jesús, nunca está cerrada, esta puerta nunca está cerrada, está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Porque, sabéis, Jesús no excluye a nadie […]

Jesús en el Evangelio nos dice que ser cristianos no es tener una “etiqueta”. Yo les pregunto: ustedes, ¿son cristianos de etiqueta o de verdad? Y cada uno responda dentro de sí. Nunca cristianos de etiqueta. Cristianos de verdad, de corazón. Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el bien. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida. 

(S.S. Francisco, Ángelus del 25 de agosto de 2013).

Reflexión 
En este evangelio Jesús nos invita a entrar por la puesta estrecha. Nos podemos preguntar: "Señor, en mi vida diaria, ¿cuál es la puerta estrecha?" Y nos puede resultar algo confuso esta idea, y quizá no la entendamos. Pero lo que Cristo realmente nos está pidiendo es que seamos que vivamos las enseñanzas que nos ha dejado mediante el camino de la abnegación. ¿Y para qué todas estas negaciones? Para poder lograr entrar por la puerta estrecha que conduce a la vida eterna. Nosotros, los cristianos, tenemos una misión muy clara y precisa, predicar el Evangelio a todo el mundo, y no podemos estar satisfechos hasta no ver terminada nuestra tarea. Nuestras perlas preciosas están en nuestro corazón cada vez que le recibimos en el sacramento de la Eucaristía. De ahí nace la necesidad de pedirle a Dios nuestro Señor que nunca nos deje solos y que nos conceda la gracia de llegar a su presencia para gozar el fruto de nuestra abnegación.

Propósito
Voy a rezar un misterio del rosario para que siga caminando con esperanza por la senda estrecha que conduce a la Vida.

Diálogo con Cristo
Señor, ayúdame a dar más ejemplo de mi vocación como un cristiano auténtico. Señor y Dios mío, soy todo tuyo. Tú eres mi pastor. Señor, dame valor para seguir el camino del sacrificio, que es el que conduce al cielo. Quiero ser feliz en tu presencia. Concédeme ser un trasmisor incansable de la Verdad.

Aprende ahora a despreciar todo, para que entonces puedas dirigirte libremente a CristoKempis, Imit. Chr. 1, 33, 6

Buscar a Jesús con confianza
Desde la humildad podemos suplicar insistentemente a Jesús. ¿Qué necesidad tenemos y queremos pedir a Jesús?


La oración es mirar a Jesús con la confianza de un niño; caer a sus pies con la confianza de un enfermo y suplicarle con insistencia con la confianza de un pobre. Él está cerca de ti, viene como Padre, médico y rey de tu corazón, no temas, acércate y tu alma gozará de su presencia y de su amor. Es la fe la que te dará alas para llegar hasta Él.

Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. (...) Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer. (Mc 5, 22-24; 35-43)

Buscar a Jesús
Mis ojos en tu mirada y tu mirada en mis ojos

Acudir a Jesús es ponerse en camino, estar atento a sus señales, sus huellas, sus palabras. Es oír de Él para buscarlo a Él. Buscar sus huellas es el primer paso. Abrir el corazón y la mente para que el mundo y los hombres nos hablen de Él. La oración es vivir sus huellas, tener hambre de Él para que poniéndonos en su presencia se nos revele, nos regale su mirada, su Palabra, su vida y su corazón.

Jairo era un personaje importante, jefe de la sinagoga, donde los judíos daban culto. Había escuchado del Maestro Jesús. Un nuevo profeta con sabiduría y poder. En un principio vio en Él al médico que podría curar a su hija. Tenía una gran necesidad de encontrarlo, pues Él quizás podría darle el regalo de curar a su hija gravemente enferma. Busca, pregunta, sale de sus seguridades y con la mente y su corazón puestos en su hija, lo encuentra.

Su búsqueda ha dado su fruto, está allí, en medio de la muchedumbre. Se acerca con cautela al inicio pero con decisión. No puede perder tiempo, tiene que reclamar su atención, su hija está grave.

Así es también nuestra oración, está búsqueda del maestro nos tiene que llevar a salir de nosotros, de nuestras seguridades, del afán de controlar nuestra vida, de ser creadores de nuestra propia felicidad para salir a la búsqueda de quien no sólo da la felicidad, sino de quien es la Felicidad. Muchas veces Dios usa la cruz, la enfermedad, la soledad, la tristeza como medios para salir en búsqueda de su corazón. Así nuestros ojos tan centrados en nosotros mismos volarán hasta los de Cristo y entonces, podremos experimentar la alegría de ser penetrados por la mirada de Aquel que nos consuela porque nos conoce y nos ama.

Mis rodillas se doblan irresistiblemente ante ti
El cruzar la mirada con la de Jesús lleva a la acción. Más bien a la pasividad de la acción: Jairo se deja caer de rodillas en signo de adoración, admiración, pequeñez, súplica. El amor expresado en una mirada suaviza el corazón, debilita todo miedo y da paso a este signo de sumisión y de entrega total en las manos de Dios.

Ponerse de rodillas ante Dios es señal de abandono, de seguridad puesta a los pies del Maestro. De rodillas no tenemos facilidad de movimientos, no podemos huir, no nos podemos defender. Sí, la oración verdadera es un acto de humildad, de presentarnos indefensos ante el amor de Dios. ¿Cuántas veces vivimos defendiéndonos del amor de Dios, del camino estrecho de su seguimiento, de la cruz? Cuanto más recemos y estemos en su presencia, más humildes seremos, más cerca de la tierra estaremos y así recordaremos nuestro origen y la necesidad de Dios.

Pero Cristo no quiere humillarnos. Nos deja así de rodillas para que levantemos la mirada, olvidándonos de nosotros mismos, para así contemplar su mano que se tiende para levantarnos, sostenernos y acariciar nuestras heridas. El ejercer su poder sobre nosotros a través del amor incondicional y constante.
Por eso puedo decir que la oración debe ser para mí un doblar irresistiblemente las rodillas ante su amor, un sentirme seguro en mi inseguridad, un humillarme para ser exaltado por su mano que se tiende para sostenerme, acogerme, y abrazarme.

Levantados por Cristo podemos pedir con confianza
De rodillas se ve el mundo desde una perspectiva distinta. No hay escapatoria, vemos todo más cerca del suelo y más lejos del cielo. Pero Cristo no nos quiere allí tendidos. Nos permite unos minutos, unas horas en esa postura espiritual porque sabe que nos hace bien.

Al inicio de la oración hemos buscado salir de nosotros mismos, lo hemos buscado a Él, hemos llegado hasta su mirada y sus ojos nos han penetrado el corazón.

Esta fuerza poderosa de Jesús nos ha "derribado" hasta el suelo y de rodillas nos hemos reconocido pecadores, enfermos, pobre, necesitados de su amor.

Ahora, con nuestro corazón bien dispuesto podemos pedir lo que más necesitamos. Desde la perspectiva de la humildad podemos suplicar insistentemente como lo hizo Jairo. ¿Qué necesidad vital tenemos y queremos pedir a Jesús? Entremos en nuestro corazón desde la humildad y veamos qué queremos, necesitamos, amamos para presentarlo al divino Maestro. Tenemos la seguridad de que Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros y desde antes de que se lo pidamos, ya se encuentra nuestra petición en su corazón. Por eso, cuando Él nos levanta, nos vuelve a mirar y nos escucha ya sabe lo que necesitamos.

El final de esta historia de Jairo ya lo conocemos: Cristo le dice, "no temas, ten fe" y lo demás, sucede porque ya estaba escrito en el corazón de Jesús.

San Luis Gonzaga y el paso a la vida eterna
Al ejercer una de las obras de misericordia corporal -socorrer a los enfermos-, encontró el umbral que conduce a la vida eterna

Toda la vida de San Luis Gonzaga, pero sobre todo su muerte, es un ejemplo para el cristiano, y mucho más en nuestros días, en donde se banaliza el paso a la otra vida, al elaborarse las más peregrinas ideas acerca de ellas. La muerte de los santos es un preciosísimo testimonio, valga la paradoja, de vida eterna, de la existencia de la vida eterna, porque los santos, en la instancia de la muerte, ven con toda claridad el destino de eternidad en los cielos al cual están próximos a ingresar.

A diferencia de la muerte de quien no cree en la vida eterna, la muerte del santo es ya un anticipo de la vida eterna, y por eso su muerte nunca es, paradójicamente, signo de mera muerte, sino signo de la vida divina, eterna y celestial, la vida que Jesús nos consiguió al precio de su Sangre derramada en la Cruz.

Es por este motivo que vale la pena detenernos en los últimos momentos de la vida terrena de San Luis Gonzaga, porque nos hablan de la existencia de los cielos eternos, cielos a los cuales ingresa un alma que muere en estado de gracia. Es tan preclara la muerte de los santos, que más que muerte, puede llamársele: “atravesar el umbral que conduce a la vida eterna”. La muerte de los santos se convierte en una verdadera catequesis acerca de la muerte y de la vida eterna.

La muerte cristiana y ejemplar de San Luis Gonzaga fue así: en el año 1591, se desencadenó en Roma una epidemia mortal que acabó con gran parte de la población. Los jesuitas, orden a la que pertenecía San Luis Gonzaga, abrieron un hospital en el que todos los miembros de la orden, desde el padre general hasta los hermanos legos, prestaban servicios personales.

Luis iba de puerta en puerta con un zurrón, mendigando víveres para los enfermos; luego, se encargó del cuidado de los moribundos, tarea a la que se entregó de lleno,  limpiando las llagas, haciendo las camas, preparando a los enfermos para la confesión. Ejerciendo esta obra de misericordia corporal -una de las que pide la Iglesia, socorrer a los enfermos, necesaria para entrar en los cielos-, era muy probable que contrajese la enfermedad que diezmaba a la población, cosa que efectivamente sucedió en muy poco tiempo. Su estado se agravó de tal manera, que Luis supo que su vida terrena estaba por finalizar, y para comunicar esta noticia a su madre, le escribió una carta, a modo de despedida, en la que, entre otras cosas, le decía así: “Alegraos, insigne señora, Dios me llama después de tan breve lucha. No lloréis como muerto al que vivirá en la vida del mismo Dios. Pronto nos reuniremos para cantar las eternas misericordias”.

Le dice: “Dios me llama después de una tan breve lucha: la “breve lucha” es esta vida, este paso por la vida terrena, la cual es siempre lucha: “lucha es la vida del hombre en la tierra”; es una lucha contra enemigos mortales, el demonio, el mundo y la carne, y es una lucha que solo puede vencerse con las armas del cielo: la Santa Cruz, el Rosario, la Eucaristía, la Confesión sacramental. Los santos, como San Luis Gonzaga, han usado estas armas con eficacia, constancia, perseverancia y amor, y por eso han vencido en la lucha, han vencido, han merecido la corona de la victoria, y luego de la muerte, Dios les concede el premio a su triunfo, que es el triunfo de Cristo, y este premio es la vida eterna.

En la carta a su madre, le habla ya de la eternidad en la que está por ingresar: “no lloréis como muerto al que vivirá en la vida del mismo Dios”. Quien muere en gracia, pasa a la vida, y la vida eterna, porque es la vida de Dios mismo y, como dice la Escritura, “Dios es un Dios de vivos, y no de muertos”, y por eso, el que muere en Dios, recibe de Dios su vida, que es eterna, feliz, pacífica, agradable y amorosa. Aunque muera la vida terrena, “no se puede llorar como muerto al que vivirá la vida del mismo Dios”, porque está vivo en Dios, y vive para siempre con la vida misma de Dios. Aunque la muerte del justo provoque dolor y llanto, está vivo en Dios y de Dios recibe, para siempre, su vida, su Amor, su dicha, su paz y su felicidad.
Finalmente, San Luis endulza la separación que provoca la muerte recordándole que también ella habrá de morir y que, por la misericordia de Dios, se reencontrarán en el cielo: “Pronto nos reuniremos para cantar las eternas misericordias”. Para el cristiano, para el que muere esperando en la Misericordia Divina, la muerte no es nunca una separación final, sino temporaria; la separación durará el tiempo que durará la vida terrena de aquel que todavía no ha muerto, y cuando este muera, se producirá el reencuentro en Cristo.

En sus últimos momentos no pudo apartar su mirada de un pequeño crucifijo colgado ante su cama, y esta fijación de su vista en el crucifijo se hizo más intensa a medida que se acercaba su final, de manera tal que murió con los ojos clavados en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, alrededor de la medianoche, entre el 20 y el 21 de junio de 1591, al llegar a la edad de veintitrés años y ocho meses.

Así nos enseña San Luis Gonzaga a morir: con los ojos clavados en el crucifijo –muy similar a la muerte de Santa Juana de Arco-, porque quien contempla a Cristo crucificado, recibe de Él la curación del alma, esto es, la conversión, aun cuando no reciba la curación corporal –esta curación estuvo prefigurada en la serpiente de bronce levantada en alto por Moisés en el desierto-; quien así muere, contemplando a Cristo crucificado, al cerrar los ojos corporales por la muerte física, abre sus ojos espirituales en la vida eterna, y comienza así la alegría inimaginable que significa contemplar cara a cara a Dios Uno y Trino.

Francisco: ‘Las combonianas son el hospital de campaña para los abandonados de hoy” .En la misiva elPapa agradece a la superiora sor Dorina Tadiello, autora del libro “Matthew Lukwiya. Un médico mártir de Ébola”, recientemente publicado por EMI. “Sean el hospital de campaña más cercano para los abandonados de nuestro tiempo”. Así lo indica el papa Francisco en la carta de agradecimiento enviada a sor Dorina Tadiello, superiora provincial en Italia de las Misioneras Combonianas, autora del libro Matthew Lukwiya. Un médico mártir de Ébola, recientemente publicado por EMI. En el libro, la religiosa narra la historia de este valiente médico ugandés, su compañero de trabajo en Lacor Hospital de Gulu, en el norte de Uganda, durante la epidemia de Ébola que golpeó el país a principios del año 2000. Fue precisamente durante el ejercicio de su profesión que el doctor Lukwiya contrajo el virus mortal que le llevó a la muerte. “El doctor Matthew Lukwiya se dedicó con gran valor al cuidado de los enfermos de Ébola. Conocer su historia me ha hecho mucho bien”, afirma el Pontífice en la carta, subrayando la valentía del médico que hace crecer su “esperanza por el futuro de África que puede contar con tantas mentes y corazones generosos capaces de curar las heridas de muchos pobres que para nosotros son la carne de Jesús”.

El papa Francisco también agradece a sor Tadiello por la obra realizada por ella en Uganda como misionera y como médico, animándola a ella y a sus hermanas a “imitar la compasión de Jesús que sana y regenera la humanidad”.

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