Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora
- 26 Agosto 2016
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Evangelio según San Mateo 25,1-13.
Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: 'Ya viene el esposo, salgan a su encuentro'. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: '¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?'. Pero estas les respondieron: 'No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado'. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: 'Señor, señor, ábrenos', pero él respondió: 'Les aseguro que no las conozco'. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.
San Teodoro el Estudita (759-826), monje en Constantinopla Pequeñas Catequesis, nº 130
Cualquier momento es propicio
Hermanos, hay un tiempo para la siembra y otro para la cosecha, un tiempo para la paz y otro para la guerra, un tiempo para estar ocupado y otro para el recreo (cf Coh 3). Pero para la salvación del alma, cualquier tiempo es propicio, cualquier día es favorable, si es que lo queremos. Así pues, estemos siempre en movimiento hacia el bien, prontos a movernos, llenos de frescor, poniendo por acto las palabras. “Porque, dice el apóstol Pablo, los justos delante de Dios no son los que escuchan la ley, sino los que la ponen en práctica , y éstos serán justificados” (Rm 2,13)… ¿Es este el tiempo de la guerra espiritual? Es necesario combatir con ardor y perseguir, con la ayuda de Dios, los pensamientos demoníacos que se levantan dentro de nosotros…; si, por el contrario, es llegado el tiempo de la cosecha espiritual, es preciso recoger con ardor y juntar en los graneros espirituales las provisiones de la vida eterna… Siempre es tiempo de oración, tiempo de lágrimas, tiempo de reconciliación después de las faltas, tiempo de arrebatar el Reino de los cielos. Desde ahora ¿por qué tardar? ¿Por qué dejarlo para más tarde? ¿Por qué dejar para otro día la mejora de nuestras costumbres? “Este mundo tal como lo vemos ¿no está a punto de acabar?” (1C 7,31)… ¿Es que vamos a durar indefinidamente?...El ejemplo de las diez vírgenes ¿no os asusta? “He aquí que llega el esposo, dice el Evangelio, salid a su encuentro” Y las vírgenes sensatas fueron a su encuentro con las lámparas encendidas y entraron a las bodas; mientras que las vírgenes necias, en retraso por la ausencia de buenas obras, gritaban: “Señor, Señor, ábrenos. Pero él les respondió: En verdad no os conozco”.
Teresa de Jesús Jornet e Ibars, Santa Fundadora, 26 de agosto
Virgen y Fundadora
Martirologio Romano: En Liria, en España, santa Teresa de Jesús Jornet Ibars, virgen, que, para ayudar a los ancianos, fundó el Instituto de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados (1897).
Fecha de canonización: 27 de enero de 1974 por el Papa Paulo VI.
Breve Biografía
Los mayores, esos a los que se les ha dado en llamar el colectivo de la Tercera Edad, que ven el ocaso de sus vidas desde el crepúsculo teñido de rojas claridades malva, tienen hoy mucho que agradecer a Dios y bastantes de ellos también a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados porque les cuidan, atienden, dan casa y ofrecen el calor de la familia que quizá perdieron o acaso les abandonó porque un día se les ocurrió pensar que de los viejos ya no se podía esperar mucho más, o que eran molestos con sus manías y achaques. Decía que ellos agradecen al buen Dios el testimonio y vida de unas personas, en este caso siempre mujeres, que han hecho de sus existencia una ofrenda de caridad efectiva.
Logran hacer de sus casas un lugar agradable, tranquilo, limpio y ventilado; allí se reza, se come alimento sano, se proporcionan las medicinas pertinentes y, sobre todo, se derrocha cariño de las dos clases: humano y sobrenatural. Son un grupo de mujeres tocadas que están alegres, animosas, activas y optimistas porque es mucho lo que tienen que levantar; se les ve por las calles llamando a las puertas de las casas, en pareja, pidiendo mucho de lo que sobra o algo de lo que se usa; llevan con ellas a todos el recuerdo de la caridad. ¡Claro que son piadosas! Muy rezadoras... de la Virgen y del Sagrario sacan la entereza, la fuerza, el afecto o cariño, comprensión y paciencia que de continuo han de derrochar a raudales cuando charlan, limpian, lavan, planchan, cocinan para los ancianos o cuando tienen que animar a tanta juventud acumulada.
Teresa de Jesús, la catalana de Lérida, tuvo en lo humano muchas coincidencias con su homónima de Castilla; delicada de salud en el cuerpo y alma grande, espontánea y andariega, con gracejo agradable. En lo divino tuvieron de común el olvido de sí y, por amor a Dios, saber darse.
Nació en Ayltona (Lérida) el 9 de enero de 1843. Sus padres, Francisco José Jornet y Antonia Ibars eran sencillos labradores, educando a su familia en la religión: Su hermana Josefa, Hija de la Caridad en el hospital de la Habana; su hermana María se incorporó con María a la nueva aventura religiosa; su hermano Juan, casado dio tres hijas a la congregación de su hermana Teresa; su tía Rosa, hermana de su madre, muerta en olor a santidad; su tío el Beato Francisco Palau, fraile carmelita exclaustrado, apóstol, orador, escritor, penitente, un huracán enardecido, acabará también en los altares.
Teresa creció en un clima doméstico de trabajo honrado. Estudia en Lérida para maestra y enseñó en Argensola (Barcelona); allí la veían desplazarse cada semana a Igualada para confesarse.
El P. Francisco Palau, tío abuelo suyo, está en trance de fundación de algo y la invita para que le ayude en el intento; pero Teresa ha pensado más en la vida religiosa donde podrá vivir en silencio y oración; por eso se hace clarisa entre las del convento de Briviesca, en Burgos, mientras que su hermana Josefa ingresa en Lérida en las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Pero la situación política de la segunda mitad del siglo XIX es complicada y compleja, no permite el gobierno la emisión de votos.
Se hace entonces Terciaria Franciscana y recupera algo de la actividad docente.
Cerca de su patria chica, en Huesca y Barbastro, un grupo de sacerdotes con D. Saturnino López Novoa a la cabeza piensa en una institución femenina que se dedicara a la atención de ancianos abandonados. Comprende Teresa que este es su campo y, arrastrando consigo a su hermana María y a otra paisana, comienza en "Pueyo" con una docena de mujeres y desde entonces es la cabeza, permaneciendo veinticinco años en el gobierno.
Desde Barbastro cambia a Valencia donde está la casa madre de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados porque es la patrona de la ciudad quien da apellido a la Institución. Luego se extenderán por Zaragoza, Cabra y Burgos; llenarán de casas-asilo que así le gusta a la madre que se llamen para resaltar el clima de familia la geografía española y pasan las fronteras. Cuando muere Teresa de Jesús en Liria, el año 1897, llegan a 103 y deja tras de sí a más de 1000 Hermanitas para continuar su labor hasta siempre, porque siempre ancianos habrá y algunos de ellos quedarán desamparados.
No quiso ella canonizaciones. Lo dejó dicho y escrito por si hubiera dentro de la Congregación con el paso del tiempo Hermanitas canonizables. Mandó que no se gastara dinero en proponer a nadie la subida a los altares. Ese fue el motivo de que pasaran los años sin el intento de iniciar su proceso de beatificación; y el rapidísimo salto a la canonización se debió a la sensibilidad del pueblo y a las manifestaciones sobrenaturales que tan frecuentemente Dios quiso mandar.
El anciano abuelo tembloroso, ensuciaba cada comida el mantel porque derramaba la sopa. Primero sus hijos le hicieron una cuchara de madera, pero incluso con la madera seguía ensuciando el mantel. No puede comer con la familia. Y lo llevan a la cocina. El abuelo tiene que comer solo en la compañía de sus hijos y de sus nietecitos. El más espabilado se entretenía jugando con un trozo de madera muy afanado. -¿Qué haces?, le preguntó su mamá: Y el niño, “estoy haciendo una cuchara de madera para cuando papá y tú seáis mayores”.
En la provincia y Diócesis de Lérida y en Aytona, España, de Francisco Jornet y de Antonieta Ibars, agricultores, nace el 9 de enero de 1843, Teresa Jornet, hoy ya canonizada y Patrona de la ancianidad Su caridad activa hacia los pobres, le movía a llevarlos a casa de su tía en Lérida, a donde se había trasladado para poder asistir a la escuela de la ciudad.
Estudia magisterio en Argensola, provincia de Barcelona. Solicitó ser admitida en las clarisas de Briviesca, cerca de Burgos, pero no pudo profesar por la prohibición de la legislación en vigor. Se dedicó a la enseñanza y se hizo terciaria carmelita. Una enfermedad que padeció después de la muerte de su padre, la obligó a permanecer en su casa por algún tiempo.
Don Saturnino López Novoa, canónigo de Huesca, su director, a quién confió la dirección de su alma, la encauzó hacia la fundación de una obra destinada a recoger a los ancianos sin familia y sin medios de subsistencia. Teresa, que hasta el momento había tenido la impresión desagradable de no haber hecho nada en su vida, se orientó decididamente hacia este ideal.
En 1872, fundó la primera casa en Barbastro, con la ayuda de algunas jóvenes, y de su hermana, María.
Teresa se adelantó a su tiempo, porque entonces, hace más de un siglo, aún dejaban en la cocina a los abuelos, aunque con cuchara de madera, pero ahora, ni los quieren, ni les cuidan, y se arman líos entre las familias para zafarse del engorro de los viejos, según el refrán: “Parientes y trastos viejos, pocos y lejos”. En el Continente africano carecen de frigoríficos y de muchos de nuestros cachivaches de la modernidad; pasan hambre y toda clase de necesidades, pero conservan su humanísima tradición de respetar al anciano y considerarle como una bendición. Les minusvaloramos en esta cultura de la juventud, la belleza y el cultivo de los cuerpos, pero en humanismo el tercer mundo va por delante con nota al mundo que se cree supercivilizado.
El 27 de enero de 1873, los miembros de la nueva congregación, recibieron el hábito religioso y Teresa fue elegida superiora. Un grupo de buenos católicos de Valencia propuso asegurar la vida de la pequeña comunidad. La madre Teresa aceptó y, como está en Valencia, constituye Patrona a la Virgen de los Desamparados, título muy apropiado para los ancianos Desamparados. Muy pronto el número de ancianos fue aumentando y creciendo sin cesar. Para poder recibir más, compró el antiguo convento de los Agustinos. Esta casa se convirtió en la casa madre de la Congregación de las Hermanas de los Ancianos Desamparados. Se desarrolló tan de prisa la Obra, que en 1887, cuando fue aprobada por la Santa Sede, contaba ya con 58 casas.
María Teresa de Jesús formó muy sólidamente a sus hijas en el cumplimiento de sus obligaciones con los ancianos, hasta exponerse a la soledad, al frío y al hambre, para poder darles abrigo y un verdadero cariño. Aprendió de las terciarias carmelitas la devoción a la Virgen, y de las clarisas el amor a los pobres, y en los ejercicios de San Ignacio, el ardiente deseo de identificar sus sentimientos con la voluntad divina. Desarrolló una actividad incansable y una inalterable confianza en Dios. A los que le reprochaban que se ocupara de los más humildes oficios, respondía: "No hay nada pequeño cuando se trata de la Gloria de Dios". Cuando le decían que emprendía obras con un atrevimiento casi temerario, se sonreía diciendo: "Mientras más pobres haya, habrá más bienhechores".
Tenía el secreto de su paz interior inalterable en medio del tráfago continuo, en sus palabras: "Dios en el corazón, la eternidad en la cabeza, y el mundo bajo los pies".
Su organismo no pudo resistir al régimen que se impuso. A las fatigas físicas se juntaban los dolores mortales, como el de la epidemia del cólera, que acabó con veinticuatro hermanas y setenta ancianos. Cuando la enfermedad la obligó a detenerse, se retiró a Liria, Valencia, con la esperanza de que el buen aire le devolviera la salud.
Murió ahí, el 26 de Agosto de 1897, el 27 de abril de 1958 el Papa Pío XII la beatificó y fue canonizada por Pablo VI.
Parábola de las vírgenes prudentes
Mateo 25, 1-13. Tiempo Ordinario. La vida lleva su rumbo sin preguntar, le damos la Luz de Cristo y comienza a brillar.
Oración introductoria
Señor, qué fácilmente puedo dejarte a un lado, en un segundo plano, y acordarme de Ti sólo cuándo hay una necesidad o problema. Ese descuido, irresponsabilidad o apatía me trae muchas consecuencias negativas porque debilita mi capacidad de amar. Ayúdame, por medio de esta oración, a comprender la necesidad de mantenerme siempre alerta, dispuesta a recibir tu gracia que me hace capaz de transformarme y transformar mi mundo.
Petición
Señor, dame la gracia de tener un corazón alerta y vigilante, para obrar siempre el bien.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
La lámpara que tenemos, es la mejor.
Cuántas veces uno se despista y vive en la oscuridad. Y a veces unos se quieren poner a la luz del otro, como estas jóvenes que buscaron poner en sus lámparas el aceite de las otras. Pero cada uno tiene su luz. En cada uno Dios ha dejado una luz particular, una luz que le hace ser él mismo. Por eso, en el Reino de los cielos cada uno tiene que ser él mismo.
Unas luces son más fuerte, otras más débiles, otras cambian constantemente… Y así podemos encontrar un sinfín de luces como personas. Y cada uno tiene que cuidar y dar cuentas de esa luz que recibió. Porque esa lámpara que Dios nos ha dado la tenemos que poner en el candelabro. Y puede que a veces no me guste mi lámpara, no me guste mi luz o gaste mi aceite. Puede que a veces utilice mis cualidades para presumir o a veces quiera ocultar esa luz, esas virtudes o defectos. Incluso a veces no quiero mi lámpara.
Pero esa lámpara puede ser fea, puede tener una luz muy tenue, puede que vea más la oscuridad que la luz. Pero es la luz que no me ha regalado Dios; es la luz que me acompañará a lo largo de mi vida. Por lo tanto tengo que aceptarla. Y tengo que cuidarla. Y me puede pasar que piense que no me va bien esta lámpara. Quisiera otra más o menos luminosa. Y siempre estoy queriendo la vela o el aceite de los otros. Pero, en realidad, la lámpara que tengo es la mejor, ¡porque es mi lámpara! Es un regalo de Dios. Lo importante es ver mi vida y mi historia desde los ojos de Dios y no desde una mirada humana. He de elevar la mirada; contemplar la maravillosa obra de Dios en mi vida y darle las gracias.
«La lámpara, cuando comienza a debilitarse, tenemos que recargar la batería. ¿Cuál es el aceite del cristiano? ¿Cuál es la batería del cristiano para producir la luz? Sencillamente la oración. Tú puedes hacer muchas cosas, muchas obras, incluso obras de misericordia, puedes hacer muchas cosas grandes por la Iglesia —una universidad católica, un colegio, un hospital...—, e incluso te harán un monumento de bienhechor de la Iglesia, pero si no rezas todo esto no aportará luz. Cuántas obras se convierten en algo oscuro, por falta de luz, por falta de oración de corazón».
(Cf Homilía de S.S. Francisco, 10 de junio de 2016, en Santa Marta).
Reflexión
Como cuando un escalador se detiene para ver lo recorrido y para contemplar la cima deseada y anhelada, así también Dios nos concede a veces momentos que son como esas paradas, y vemos lo recorrido en la vida y contemplamos la cima deseada y anhelada: la eternidad. Y entendemos el sentido de la vida y se nos hacen amargos todos los consuelos de la Tierra.
En esta situación estaban estas muchachas: el Esposo deseado... ¡Qué gozo!, ¡Qué alegría vivir así, esperando al Esposo! ¡Como si ya tuvieran ganada la Cima! ¡Cómo les rebotaría el corazón a estas chicas!
¡Qué contentas estarían! Así se encontraba Santa Teresita del Niño Jesús cuando descubrió los primeros síntomas de su enfermedad que la llevaría a la muerte, escribe: "¡Ah, mi alma se sintió henchida de gran consuelo! Estaba íntimamente persuadida de que Jesús (...) quería hacerme oír una primera llamada. Era como un dulce y lejano murmullo que me anunciaba la llegada del Esposo. (...) Gozaba por entonces de una fe tan viva, tan clara , que el pensamiento del cielo constituía toda mi felicidad" (Manuscrito C, F. 5r-5v).
Pero así como las vírgenes se durmieron, el caminante sigue caminando, a nosotros nos envuelve el remolino de la vida, y a Teresita se le duerme la fe.(cfr Manuscrito C, 5v). ¿Qué, pues es lo que importa si hasta los prudentes también se duermen? Tener encendidas nuestras lámparas y llevar el aceite para alimentarlas. Digamos que la lámpara es la vida, la Luz es la Vida de Gracia y el aceite es la Caridad.
La vida lleva su rumbo sin preguntar, le damos la Luz de Cristo y comienza a brillar, pero para que nunca de apague se necesita alimentarla con obras de caridad. Es así como nos va a reconocer el esposo: "En esto reconocerán que sois discípulos míos, si tenéis amor los unos para con lo otros". "Entonces el Rey les dirá: Venid, benditos de mi Padre, (...)porque cuanto hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis"
Propósito
Dar la Luz de Cristo a nuestra vida para que comienza a brillar, pero para que nunca de apague se necesita alimentarla con obras de caridad.
Diálogo con Cristo
San Agustín dijo que tuviéramos cuidado de la gracia de Dios que pasa y no vuelve. Por eso te pido, Padre bueno, que me ayudes a percibir tu presencia en lo cotidiano de este día para que con tu gracia pueda ser tu fiel discípulo y misionero. Mis decisiones labran mi destino, que terrible sería que me descuidará y siguiera el camino fácil que ofrece el mundo, por eso te pido me ayudes a vivir con el constante deseo de trabajar por ti.
Abrir una rendija para Dios
Ante los dolores de la vida, ante las penas que carcomen el alma, ansiamos una luz, una mano amiga, una rendija de esperanza.
El corazón está herido. Por los propios pecados, por envidias profundas, por rencores que duran años, por miradas que nos reprochan faltas reales o delitos nunca cometidos. Ante los dolores de la vida, ante las penas que carcomen el alma, ansiamos una luz, una mano amiga, una rendija de esperanza. Hay dolores que hunden, que destrozan vidas. Hay dolores que se convierten en heridas abiertas en continua supuración. Hay dolores que provocan autocompasiones que destruyen. En esos momentos, necesitamos abrir la mente a una verdad que salva: Cristo no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores (cf. Lc 5,32). En vez de dejar al mal destruir mi vida, necesito abrir una rendija a Dios. Sólo entonces Cristo podrá venir a mi casa, cenar conmigo, derramar el aceite de la misericordia sobre mis heridas, sacar mi alma de pesimismos enfermizos. Abrir una rendija a Dios es posible siempre. Basta con recordar que el Maestro no ha dejado a los hombres. Cristo sigue en los mil caminos de la historia humana, tras las huellas de cada oveja perdida. Sigue tras mis pasos, respetuoso, en silencio, pero con un amor que quema, que purifica, que sana. Hoy puedo abrirle la puerta de mi alma. Entonces Jesús entrará. Me dará fuerzas para llorar mis pecados con lágrimas confiadas. Me impulsará a invocar y acoger su misericordia en el sacramento de la confesión. Me ayudará a perdonar y a pedir perdón a quien haya herido con mis actos egoístas. Me invitará, revestido con una túnica blanca, a participar, ya aquí en la Tierra, en el gran banquete de la alegría de los cielos.
La etapa del Descubrimiento
Aspectos o rasgos generales que ayudan a discernir si un joven está siendo llamado por Dios o no
En nuestra vida suceden acontecimientos que se ven marcados por una realidad profundamente humana: la del "descubrimiento". En nuestra niñez prontamente descubrimos la seguridad y el deber de obediencia a nuestros padres y mayores. En la pubertad y adolescencia ocurre el descubrimiento de la sexualidad, y genitalidad que se asientan en nuestro cuerpo e inciden en el espíritu; al mismo tiempo hacemos el descubrimiento del ´otro´ no como objeto del que puedo disponer, sino como sujeto con el que puedo caminar. Es en este tiempo precioso de novedades, es que también hacemos el descubrimiento del mal uso de la libertad, de los vicios, de la superficialidad y el desorden en la vida; pero al mismo tiempo, descubrimos que estamos hechos para algo más grande; en el corazón sobrepujan una serie de anhelos y sueños que buscan realizarse con imperiosa necesidad. Es en estas etapas donde urge descubrir para que estamos aquí, en este mundo, en este momento de la historia, en el seno de una familia concreta, de una parroquia específica y en una Iglesia que tiene urgencia y demanda de cristianos auténticos pero en diferentes vocaciones y ministerios.
Como en el amor humano, en la vocación sacerdotal no hay reglas absolutas. Se puede, sin embargo, tener en cuenta algunos aspectos o rasgos generales que ayudan a discernir si un joven está siendo llamado por Dios o no.
1. Vida en Gracia. Podemos decir que el fin último del ministerio sacerdotal es lograr que todos los hombres vivan en Gracia de Dios y así se salven eternamente. Para eso vivió, murió y resucitó Jesucristo Nuestro Señor, para darnos Vida Eterna. Sería por tanto una contradicción pensar en dedicar la vida entera a este fin, desde una condición permanente de pecado mortal. Los cristianos, auxiliados por los Sacramentos, debemos y podemos vivir permanentemente en Gracia. Es por eso que recibe el nombre de Gracia Habitual. Siendo frágiles cualquiera puede en un momento dado cometer un pecado mortal y verse así privado de la Vida Divina, pero eso sería la excepción. Un buen católico no tolera vivir en pecado y busca la Reconciliación con Dios en el Sacramento de la Penitencia lo más pronto posible. Cuando un muchacho vive normalmente en pecado ya sea por vicios adquiridos o por decisiones equivocadas, como puede ser el tener una amante, no puede pensar en serio en el sacerdocio. Algunos grandes Santos han sido también anteriormente grandes pecadores, pero respondieron al llamado Divino convirtiéndose sinceramente dejando su condición de pecadores. San Agustín es un ejemplo clásico de ello.
2. Gusto por las cosas de Dios. Muy raro sería que se manifestara una vocación en un muchacho tibio y desapegado. Por lo general, existe una inclinación, tal vez heredada y vivida en la familia, hacia lo religioso. Familias profundamente religiosas, donde Dios está presente, donde la oración es frecuente y la asistencia a Misa es gozosa y festiva, no es raro que se vean bendecidas con el llamado de alguno de sus hijos al estado sacerdotal o de una hija a la consagración religiosa. El gusto por las cosas de Dios, a pesar del mal ambiente familiar, puede llegar súbitamente como un magnífico descubrimiento a partir de un encuentro con Cristo, por ejemplo en una Jornada de Vida Cristiana o un Retiro Espiritual. De pronto Dios es el personaje más importante en la existencia y todo lo que tenga que ver con Él es maravilloso: Biblia, Sacramentos, catequesis, apostolado, parroquia, oración, obras de caridad, liturgia, etc... No es de extrañar, por lo tanto, que se diga: "Esto es lo mío" y piense en entrar al seminario.
3. Capacidad intelectual. Cuando un joven ha podido terminar estudios equivalentes a la preparatoria o vocacional, está demostrando al menos dos cosas: cierta capacidad intelectual y haber tenido la disciplina suficiente para obtener un certificado o diploma. Podemos sospechar que los estudios sacerdotales no serán un obstáculo infranqueable. En el seminario y cualquier casa de formación religiosa se estudia mucho y por largos años. Por lo general son tres años de filosofía y cuatro de teología, aparte de un año de noviciado si el muchacho quiere pertenecer a una congregación religiosa. Es por eso que hacen falta tanto la inteligencia como la perseverancia. Los sacerdotes, al final de sus estudios, son tan profesionales o más, que un licenciado, ingeniero o doctor. Ojalá los católicos remuneraran sus servicios pastorales al mismo nivel que pagan los servicios profesionales de un médico o un abogado...
4. Equilibrio emocional. El ministerio sacerdotal o la consagración religiosa, y la vida misma en el seminario o casas de formación, van a someter al joven a duras pruebas y presiones. Es por eso que se requiere de una estabilidad bien cimentada. Las personas frágiles, volubles, en extremo emotivas, desequilibradas, no son aptas para el sacerdocio y tal vez ni para el matrimonio. Cuando se tiene sobre los hombros la responsabilidad de una parroquia o la dirección de una escuela, cuando los problemas de la gente llegan por todos lados, cuando hasta las tentaciones acechan, es necesario poseer una ecuanimidad y un dominio de sí a toda prueba. Una persona sin esas cualidades será un problema permanente tanto en el seminario, como en la casa de formación, y siempre en la vida ministerial o religiosa.
5. Vida de castidad. Relacionada con la estabilidad emocional viene la capacidad de vivir en castidad perfecta. En un mundo sexualizado al máximo, en donde se concede un valor absurdo e indiscutible a la actividad sexual, sea del tipo que sea, el voto de castidad parece una locura incomprensible. El mismo Señor Jesús apuntó tanto la grandeza de la castidad "por el Reino de Dios", como la incomprensión del mundo hacia esa actitud (Mt. 19,12). Muy en contra de lo que nos bombardean los medios masivos de comunicación, la obligación de la castidad es absoluta para los solteros ("No fornicarás") y aún los casados deben comportarse dentro de su matrimonio según la ley de Dios en lo que podemos llamar "castidad matrimonial". El candidato al sacerdocio y a la vida consagrada, es invitado a continuar viviendo la castidad del célibe cristiano, permanentemente, por el Reino de los Cielos. Si ya desde joven ha comprobado tristemente que no le es posible la continencia, debe antes de atreverse a emitir el voto de castidad, comprobar que ha superado esa debilidad y puede en el futuro ser fiel a su promesa. El voto de castidad hace del sacerdote y del religioso y religiosa, no solamente un hombre o mujer libre de las cargas inherentes a la vida de familia, sino también un signo impactante para el mundo, de los valores trascendentales del Reino de Dios. El que un hombre o mujer renuncie a una cosa tan de acuerdo con la naturaleza humana, como es formar una familia, supone un acto de fe formidable en la Vida Eterna de la Gloria.
6. Amor a la Iglesia. El sacerdote y el consagrado a Dios, trabajan tiempo completo por el Pueblo de Dios: Todas sus energías, proyectos, ilusiones, van encaminadas a la instauración del Reino de Dios en la tierra, extendiendo sus límites a los confines del mundo. En otras palabras, toda su vida en una apasionada entrega a la Iglesia. Un muchacho que ha descubierto el proyecto de Dios, ama ya a la Iglesia y trabaja por ella en obras de apostolado desde su posición laical. No solamente medita directamente el Evangelio, sino que estudia asiduamente los documentos del Magisterio, tan importantes como aquél. Escucha atentamente la voz del Papa y del Concilio, se interesa en los acontecimientos eclesiales como pueden ser los viajes pastorales del Papa, las reuniones episcopales como el CELAM, etc... Es en otras palabras, un "hombre de Iglesia". Ingresar al seminario o a una casa de formación religiosa no sería sino un lógico paso en la entrega ya iniciada en su parroquia o en algún movimiento apostólico.
7. Amor a la Eucaristía. Podemos decir que la cumbre del ministerio sacerdotal es la celebración de la Santa Misa; "y ella es cumbre y fuente de la vida de todo cristiano." En la misa es cuando un sacerdote es más sacerdote. Es cuando los poderes sacerdotales rayan en lo inaudito: ¡consagrar el pan y el vino para ofrecer al Padre la Víctima Divina y luego repartirla al pueblo fiel!
¿Cómo pensar en una vocación al sacerdocio que no tenga como meta la celebración de la Eucaristía? ¿Cómo podría existir una tal vocación en un muchacho que ni asiste a Misa ni comulga jamás? La intimidad con Jesús Eucaristía es uno de los signos más claros del llamado al sacerdocio. Pasar largos ratos ante el Sagrario, participar gustosamente en la Misa, comulgar no tan solo los domingos, sino a diario si es posible, sería lo más lógico en el proceso hacia el sacerdocio.
8. Actividad Apostólica. Se ha mencionado que el candidato, por su amor a la Iglesia, participa en el apostolado. Del mismo modo como un chico que desea ser futbolista se pasa el día pateando pelotas y no pierde ocasión de jugar, el muchacho que es llamado al sacerdocio, se interesa por las obras de apostolado generosamente. Tal vez no lo reflexione ni se dé cuenta, pero el apostolado se convierte en el valor principal en su vida. Podemos decir que el celo apostólico es un signo y un camino de la vocación sacerdotal y de consagración religiosa.
9. Amor a los hombres. Ligada a lo anterior, el consagrado no se fuga del mundo ni es incapaz de amar ni tampoco le tiene miedo a las mujeres o a los hombres; siente un amor y respeto profundo por ellos, el mismísimo amor de Dios lo mueve y lo apasiona; si no fuera así, estaría llamado a muchas cosas quizás, pero no a consagrarse a Dios.
¿Cuándo Dios atiende nuestras oraciones?
Si pedimos algo que sea para nuestra salvación, Dios infaliblemente nos dará lo que le pedimos
Un monje benedictino cuenta el siguiente hecho: Me encontraba en la feria de una pequeña ciudad medieval llamada Chateau d'Eau, en Francia, y me gustaba mucho admirar y prestar atención a lo que los otros transeúntes hacían. En un determinado día oí algo muy edificante, medité profundamente y comenté con los otros monjes.
Era un jueves. Percibí que había una señora acompañada de su hija, una niña que observaba y admiraba todo con una mirada inocente, me parecía que miraba todo aquello por primera vez. Sin embargo ella tenía algo de diferente de los otros niños; ella solo miraba y prestaba atención a lo que era bonito y maravilloso.
Cuando volví al monasterio comenté la inocencia que vi en aquella niña y todos se quedaron admirados, pues era una inocencia más que se conservaba en medio del pueblo.
En la semana siguiente fui ansioso a ver si encontraba a la pequeña niñita con su mirada pura brillando. Esta vez la encontré encantada con una muñeca, trabajada en porcelana y que estaba vestida de reina con un bello báculo en su mano derecha. La niña comenzó a pedir insistentemente a su madre que le diera de regalo la muñeca. Entretanto, la madre no se la quería dar, en un primer instante; ella quería con eso probar y testar a la niña para ver si a ella le gustaría realmente tener aquel regalo, o si era mero capricho. Pero la madre conociendo a la pequeña niña, sabía que ella quería la muñeca por ser muy bonita y además era una reina, y después de tanta persistencia consiguió el regalo de su madre.
De este hecho saqué una gran lección de vida espiritual, la lección es la siguiente: percibí que lo mismo ocurre con Dios en relación a nosotros y a nuestras oraciones. Cuántas veces oímos la siguiente frase: rezo, rezo, rezo más Dios no me atiende. Pero si Dios nos dice que seremos siempre atendidos y no lo somos, quiere decir que el problema está en nosotros, pues si pedimos algo que sea para nuestra salvación, Dios infaliblemente nos dará lo que le pedimos, nos conseguirá todo lo que precisamos. Y lo que Él nos pide para que seamos atendidos es nuestra persistencia incansable. Así Él mismo nos enseña: "Si alguno de vosotros tiene un amigo, y va hasta él a la medianoche y le dice: Amigo me prestas tres panes, porque un amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que darle; y él respondiendo nos dice: No me seáis inoportuno la puerta ya está cerrada, mis hijos ya están acostados; no me puedo levantar para dar cosa alguna. Si el otro persevera en golpear, os digo que, aunque si él si no se levanta a darle, por ser su amigo, ciertamente por su importunación se levantará y le dará cuantos panes precise". (Lc 11,5-8)
De este mismo modo debemos actuar con Nuestro Señor, pues Él no se irrita con nosotros por ser inoportunos y pidamos todo lo que precisamos, pues: "Dios es el primero en llamar al hombre. Aunque olvide a su Creador o se esconda lejos de su rostro, aunque corra atrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incesantemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración." [1]
El evangelista San Marcos nos narra un hecho bellísimo sobre la oración: "En aquel tiempo, Jesús salió y fue a la región de Tiro y Sidonia. [...] Una mujer, que tenía una hija con un espíritu impuro, oyó hablar de Jesús. Fue hasta él y cayó a sus pies. La mujer era pagana, nacida en Fenicia de Siria. Ella suplicó a Jesús que expulsase de su hija al demonio. Jesús dijo: ‘Deja primero que los hijos queden saciados, porque no está correcto sacar el pan de los hijos y lanzarlo a los perros'. La mujer respondió: ‘Es verdad, Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que los niños dejan caer'.
"Entonces Jesús dijo: ‘Por causa de lo que acabas de decir, podéis volver a casa. El demonio ya salió de tu hija'. Ella volvió a casa y encontró a su hija acostada en la cama, pues el demonio ya había salido de ella." (Mc 7,24-30)
En este pequeño trecho del evangelio nos es posible extraer varias lecciones. Si observamos bien, vemos una tenacidad en el acto de pedir, pues ella sabía que los judíos despreciaban a los otros pueblos. Entretanto ella con confianza buscó al Divino Maestro para hacer su súplica delante de Él para que así su hija fuese liberada del demonio que la poseía. San Alfonso María de Ligorio conocido como el "Doctor de la Oración" - por haber escrito un libro llamado La oración, gran medio de salvación - citando a Santo Tomás, nos da las principales condiciones para que Dios atienda nuestras oraciones: "Que se rece con devoción y perseverancia. Con devoción quiere decir con humildad y confianza; con perseverancia, quiere decir, sin dejar de rezar hasta la muerte.
Estas condiciones, humildad, confianza y perseverancia, son las más necesarias para la oración..."[2]
Pero cuando llevamos una vida de piedad bien regulada el demonio, viendo la miseria humana nos coloca la siguiente tentación, que es uno de los problemas más comunes al inicio de la vida espiritual: ¿será que estoy actuando bien con Dios?
¿Será que no estoy siendo demasiadamente inoportuno?
Al contrario a Dios le gusta ser importunado; es doctrina de los Padres de la Iglesia que el mejor medio de agradecer a Dios es pedir siempre más.
Pedid y se os dará. Buscad y hallaréis. Golpead y os será abierto. Porque todo aquel que pide, recibe; quien busca encuentra. (Mt. 7,7-8)
Después de tantos ejemplos podemos concluir que, con la oración Dios nos da el cielo, nos hace santos; ¡basta pedir! Nuestro Señor nos da todo.
San Bernardo nos estimula a siempre recurrir a Nuestra Señora afirmando justamente que Ella nunca deja de atendernos:
"Recordaos oh piadosísima Virgen María, que nunca se oyó decir que alguno de aquellos que hayan recurrido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, fuese por vos desamparado. Animado yo, pues, con igual confianza, a Vos, oh Virgen entre todas singular, como Madre recurro, de Vos me valgo, y, gimiendo bajo el peso de mis pecados, me postro a vuestros pies. No despreciéis mis suplicas, oh Madre del Verbo de Dios humanado, mas dignaos de oírlas propicia y de alcanzarme lo que os ruego. Así sea" [3].