«Cuando hagas un festín, invita a los pobres»
- 28 Agosto 2016
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San Agustin de Hipona
San Agustín de Hipona, obispo y doctor de la Iglesia
Memoria de san Agustín, obispo y doctor eximio de la Iglesia, que, convertido a la fe católica después de una adolescencia inquieta por los principios doctrinales y las costumbres, fue bautizado en Milán por san Ambrosio y, vuelto a su patria, llevó con algunos amigos una vida ascética y entregada al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después obispo de Hipona, en la actual Argelia, durante treinta y cuatro años fue maestro de su grey, a la que instruyó con sermones y numerosos escritos, con los cuales también combatió valientemente los errores de su tiempo y expuso con sabiduría la recta fe.
San Agustín ha sido uno de los santos más famosos de la Iglesia católica. Después de Jesucristo y de San Pablo es difícil encontrar un líder espiritual que haya logrado ejercer mayor influencia entre los católicos que este enorme santo.
Su inteligencia era sencillamente asombrosa, su facilidad de palabra ha sido celebrada por todos los países. De los 400 sermones que dejo escritos, han sacado y seguirán sacando material precioso para sus enseñanzas, los maestros de religión de todos los tiempos. Cuando Agustín se convirtió al catolicismo escribió el libro Confesiones, que lo ha hecho famoso en todo el mundo.
Su lectura ha sido la delicia de millones de lectores en muchos países por muchos siglos. El comentaba que a la gente le agrada leer este escrito por gozan leyendo de los defectos ajenos, pero no se esmeran en corregir los propios. La lectura de "Las Confesiones de San Agustín" ha convertido a muchos pecadores. Por ejemplo Santa Teresa cambio radicalmente de comportamiento al leer esas páginas. Cuando joven tuvo una grave enfermedad y ante el temor de la muerte se hizo instruir en la religión católica y se propuso hacerse bautizar.
Pero apenas recobro la salud se le olvidaron sus buenos propósitos y siguió siendo pagano. Más tarde criticara fuertemente a los que dejan para bautizarse cuando ya son bastante mayores, para poder seguir pecando. Luego leyó una obra que le hizo un gran bien y fue el "Hortensio" de Cicerón. Este precioso libro lo convenció de que cada cual vale más por lo que es y por lo que piensa que por lo que tiene. Pero luego sucedió que tuvo un retroceso en su espiritualidad. Ingreso a la secta de los Maniqueos, que decía que este mundo lo había hecho el diablo y enseñaban un montón de errores absurdos.
Luego se fue a vivir en unión libre con una muchacha y de ella tuvo un hijo al cual llamo Adeodato ( que significa : Dios me lo ha dado) Luego leyó las obras del sabio filosofo Platón y se dio cuenta de que la persona humana vale muchísimo más por su espíritu que por su cuerpo y que lo que más debe uno esmerarse en formar es su espíritu y su mente. Estas lecturas del sabio Platón le fueron inmensamente provechosas y lo van a guiar después durante toda su existencia.
Se dedico a leer la Santa Biblia y se desilusiono, ya que le pareció demasiado sencilla y sin estilo literario, como los libros mundanos. Y dejo por un tiempo de leerla. Después dirá, suspirando de tristeza : "Porque la leía con orgullo y por aparecer sabio, por eso no me agradaba. Porque yo en esas páginas no buscaba santidad, sino vanidad por eso me desagradaba su lectura. ¡ Oh sabiduría siempre antigua y siempre nueva. Cuan tarde te he conocido!".
Al volver al África fue ordenado sacerdote y el obispo Valerio de Hipona, que tenía mucha dificultad para hablar, lo nombró su predicador. Y pronto empezó a deslumbrar con sus maravillosos sermones.
Predicaba tan hermoso, que nadie por ahí, había escuchado hablar a alguien así, a gente escuchaba hasta por tres horas seguidas sin cansarse. Los temas de sus sermones, eran todos sacados de la santa Biblia, pero con un modo tan agradable y sabio que la gente se entusiasmaba.
Y sucedió que al morir Valerio, el obispo, el pueblo lo aclamo como nuevo obispo y tuvo que aceptar. en adelante será un obispo modelo, un padre bondadoso para todos. Vivirá con sus sacerdotes en una amable comunidad sacerdotal donde todos se sentirán hermanos. El pueblo siempre sabia que la casa del obispo Agustín siempre estará abierta para los que necesitan ayuda espiritual o material.
Será gran predicador invitado por los obispos y sacerdotes de comunidades vecinas y escritor de libros bellísimos que han sido y serán la delicia de los católicos que quieran progresar en la santidad. El tenía la rara cualidad de hacerse amar por todos. Había en el norte de África unos herejes llamados Donatistas, que enseñaba que la Iglesia no debe perdonar a los pecadores y que como católicos solamente deben ser admitidos los totalmente puros ( pero ellos no tenían ningún reparo en asesinar a quienes se oponían en sus doctrinas ) Agustín se les opuso con sus elocuentes sermones y brillantísimos escritos, y ellos no eran capaces de responderles a sus razones y argumentos.
Al fin el Santo logró llevar a cabo una reunión en Cartago con todos los obispos católicos de la región y todos los jefes de los Donatistas y allí los católicos dirigidos por nuestro santo derrotaron totalmente en todas las discusiones a los herejes, restos fueron abandonados por la mayor parte de sus seguidores, y la secta se fue acabando poco a poco.
Vino enseguida otro hereje muy peligroso. Un tal Pelagio, que enseñaba que para ser santo no hacía falta recibir gracias o ayudas de Dios, sino que uno mismo por su propia cuenta y propios esfuerzos logra llegar a la santidad. Agustín que sabía por triste experiencia que por 32 años había tratado de ser bueno por sus propios esfuerzos y que lo único que había logrado era ser malo, se le opuso con sus predicaciones y sus libros y escribió un formidable tratado de "La Gracia", el cual prueba que nadie puede ser bueno, ni santo, si Dios no le envía gracias ni ayudas especiales para serlo, en este tratado tan lleno de sabiduría, se han basado después de los siglos, los teólogos de la Iglesia católica para enseñar acerca de la gracia.
Cuando Roma fue saqueada y casi destruida por los bárbaros de Genserico, los antiguos paganos habían dicho que todos estos males habían llegado por haber dejado de rezar a los antiguos dioses paganos y por haber llegado la religión católica. Agustín escribió entonces un nuevo libro, el más famoso después de las Confesiones, "La Ciudad de Dios" ( empleó 13 años redactándolo ).
Allí defiende poderosamente a la religión católica y demuestra que las cosas que suceden, aunque a primera vista son para nuestro mal, están todas en un plan que Dios hizo en favor nuestro que al final veremos que era para nuestro bien. ( Como dice San Pablo: "Todo sucede para bien de los que aman a Dios") .
En el año 430 el santo empezó a sentir continuas fiebres y se dio cuenta de que la muerte lo iba alcanzar, tenía 72 años y cumplía 40 años de ser fervoroso católico, su fama de sabio, de santo y de amable pastor era inmensa.
Los bárbaros atacaban su ciudad de Hipona para destruirla, y el murió antes de que la ciudad cayera en manos de semejantes criminales. A quién le preguntaba que si no sentía temor de morir, el les contestaba : "Quien ama a Cristo, no debe temer miedo de encontrarse con El". Pidió que escribieran sus salmos preferidos en grandes carteles dentro de su habitación para irlos leyendo continuamente ( él en sus sermones, había explicado los salmos ) durante su enfermedad curó un enfermo, con solo colocarle las manos en la cabeza y varías personas que estaban poseídas por malos espíritus quedaron libres ( San Posidio, el obispo que lo acompaño hasta sus últimos días, escribió después su biografía ).
Oremos
Renueva, Señor, en tu Iglesia aquel espíritu que, con tanta abundancia, otorgaste al obispo San Agustín, para que también nosotros tengamos sed de ti, única fuente de la verdadera sabiduría, y en ti, único manantial del verdadero amor, encuentre descanso nuestro corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
No todo vale
Jesús va caminando hacia Jerusalén. Su marcha no es la de un peregrino que sube al templo para cumplir sus deberes religiosos.
Según Lucas, Jesús recorre ciudades y aldeas «enseñando». Hay algo que necesita comunicar a aquellas gentes: Dios es un Padre bueno que ofrece a todos su salvación. Todos son invitados a acoger su perdón. Su mensaje sorprende a todos. Los pecadores se llenan de alegría al oírle hablar de la bondad insondable de Dios: también ellos pueden esperar la salvación. En los sectores fariseos, sin embargo, critican su mensaje y también su acogida a recaudadores, prostitutas y pecadores: ¿no está Jesús abriendo el camino hacia una relajación religiosa y moral inaceptable? Según Lucas, un desconocido interrumpe su marcha y le pregunta por el número de los que se salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?, ¿se salvarán todos?, ¿solo los justos? Jesús no responde directamente a su pregunta. Lo importante no es saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud lúcida y responsable para acoger la salvación de ese Dios Bueno. Jesús se lo recuerda a todos: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha».
De esta manera, corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre. La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías.
Para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y su justicia».
Para entender correctamente la invitación a «entrar por la puerta estrecha», hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el evangelio de Juan: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo» (Juan 10,9). Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado.
En este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar, solo nosotros si nos cerramos a su perdón.
XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO EL CONSEJO DEL SABIO
Hace unos días, al seguir las lecturas litúrgicas, se me grabó en la memoria un pensamiento del profeta Miqueas: “Hombre, se te ha hecho saber lo que es bueno, lo que el Señor quiere de ti: tan solo practicar el derecho, | amar la bondad, | y caminar humildemente con tu Dios” (Mq 6, 8). Este domingo, al meditar los textos que se proclaman – “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”-, me acude la resonancia del tríptico profético: “practicar el derecho, amar la bondad, caminar humilde”.
El consejo del maestro espiritual es claro: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes”.
En el camino espiritual un signo que muestra si se avanza es comprobar si se camina humilde, sin afanes desmedidos ni pretenciosos, sabiendo de quién proceden los dones. En esta conciencia, al tiempo que surge la acción de gracias y el gesto humilde, también surge la misericordia.
Quien avanza por el camino de la humildad es solidario con los pobres y con los necesitados, y no perece en los protocolos vanidosos de las reuniones sociales, en las que tantas veces se incurre en el deseo de aparentar.
Nos gusta contar que somos amigos de gente importante, que hemos tratado con personas de renombre, que hemos visto a alguien afamado, pero esta tendencia choca con la enseñanza del Evangelio: “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
La bondad de Dios, que siempre debe ser el referente de nuestra manera de vivir, es compasiva con los pobres. “Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece”.
La experiencia de la peregrinación es maestra de humildad, porque en el camino todos van a pie, paso a paso, comprobando la debilidad, sin autosuficiencia, sensible al peregrino compañero. Sin duda que es escuela de confianza, de misericordia y de humildad.
Texto completo del videomensaje del papa Francisco al Jubileo Continental de la Misericordia
El trato misericordioso del Señor es fundamental para los planes pastorales, superando el alzheimer espiritual que nos hace olvidar que nos trató con misericordia y dividirnos en buenos y malos
27 AGOSTO 2016 REDACCIONEL PAPA FRANCISCO
Apertura Jubileo Continental - Bogotá 27 Agosto 2016 (Foto © CAL)
(ZENIT – Roma).- El papa Francisco envió un videomensaje a los participantes del Jubileo de la Continental Misericordia, que cuenta con la participación de 15 cardenales, más de 120 obispos, y dirigentes de todos los niveles de instituciones religiosas y laicas de inspiración católica de 22 países de América Latina, además de Estados Unidos y Canadá. El Papa invita a tratar con misericordia, a hacerse prójimo, sin miedo de aquellos que han sido descartados, a dar la mano a quien está caído sin miedo de los comentarios. Porque todo trato que sea misericordioso por más justo que parezca acaba siendo maltrato. E invita a los participantes a llevar ese trato misericordioso del Señor a una cultura que respira descarte”, que va dejando por el camino “rostros de ancianos, de niños, de minorías étnicas que son vistas como amenaza”.
“A esa sociedad, a esa cultura –exhorta el Papa– el Señor nos envía” para llevar “el bálsamo de ‘su’ presencia”.
A continuación el texto completo
Celebro la iniciativa del CELAM y la CAL, en contacto con los episcopados de Estados Unidos y Canadá –me recuerda el Sínodo de América esto– de tener esta oportunidad de celebrar como Continente el Jubileo de la Misericordia. Me alegra saber que han podido participar todos los países de América. Frente a tantos intentos de fragmentación, de división y de enfrentar a nuestros pueblos, estas instancias nos ayudan a abrir horizontes y estrecharnos una y otra vez las manos; un gran signo que nos anima en la esperanza.
Para comenzar, me viene la palabra del apóstol Pablo a su discípulo predilecto: «Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores. Pero fui tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por ignorancia. Y sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, junto con la fe y el amor de Cristo Jesús. Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrará en mi toda su paciencia» (1 Tm, 1,12-16a).
Esto se lo dice a Timoteo en su Primera Carta, capítulo primero, versículos 12 al 16. Y al decírselo a él, lo quiere hacer con cada uno de nosotros. Palabras que son una invitación, yo diría una provocación. Palabras que quieren poner en movimiento a Timoteo y a todos los que a lo largo de la historia las irán escuchando. Son palabras ante las cuales no permanecemos indiferentes, por el contrario, ponen en marcha toda nuestra dinámica personal.
Y Pablo no anda con vueltas: Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y él se cree el peor de ellos. Tiene una conciencia clara de quién es, no oculta su pasado e inclusive su presente. Pero esta descripción de sí mismo no la hace ni para victimizarse ni para justificarse, ni tampoco para gloriarse de su condición. Es el comienzo de la carta, ya en los versículos anteriores le ha avisado a Timoteo sobre «fabulas y genealogías interminables», sobre «vanas palabrerías», y advirtiendo que todas ellas terminan en «disputas», en peleas. El acento ‒ podríamos pensar a primera vista ‒ es su ser pecador, pero para que Timoteo, y con él cada uno de nosotros pueda ponerse en esa misma sintonía. Si usáramos términos futbolísticos podríamos decir: levanta un centro para que otro cabecee. Nos «pasa la pelota» para que podamos compartir su misma experiencia: a pesar de todos mis pecados «fui tratado con misericordia».
Tenemos la oportunidad de estar aquí, porque con Pablo podemos decir: fuimos tratados con misericordia. En medio de nuestros pecados, nuestros límites, nuestras miserias; en medio de nuestras múltiples caídas, Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con misericordia. ¿A quién? A mí, a vos, a vos, a vos, a todos. Cada uno de nosotros podrá hacer memoria, repasando todas las veces que el Señor lo vio, lo miró, se acercó y lo trató con misericordia. Todas las veces que el Señor volvió a confiar, volvió a apostar (cf. Ez 16). Y a mí me vuelve a la memoria el capítulo 16 de Ezequiel, ese no cansarse de apostar por cada uno de nosotros que tiene el Señor.
Y eso es lo que Pablo llama doctrina segura ‒ ¡curioso! ‒, esto es doctrina segura: fuimos tratados con misericordia. Y es ese el centro de su carta a Timoteo. En este contexto jubilar, cuánto bien nos hace volver sobre esta verdad, repasar cómo el Señor a lo largo de nuestra vida se acercó y nos trató con misericordia, poner en el centro la memoria de nuestro pecado y no de nuestros supuestos aciertos, crecer en una conciencia humilde y no culposa de nuestra historia de distancias ‒ la nuestra, no la ajena, no la de aquel que está al lado, menos la de nuestro pueblo ‒ y volver a maravillarnos de la misericordia de Dios. Esa es palabra cierta, es doctrina segura y nunca palabrerío.
Hay una particularidad en el texto que quisiera compartir con ustedes. Pablo no dice «el Señor me habló o me dijo», «el Señor me hizo ver o aprender». Él dice: «Me trató con». Para Pablo, su relación con Jesús está sellada por la forma en que lo trató. Lejos de ser una idea, un deseo, una teoría ‒ e inclusive una ideología ‒, la misericordia es una forma concreta de «tocar» la fragilidad, de vincularnos con los otros, de acercarnos entre nosotros.
Es una forma concreta de encarar a las personas cuando están en la «mala». Es una acción que nos lleva a poner lo mejor de cada uno para que los demás se sientan tratados de tal forma que puedan sentir que en su vida todavía no se dijo la última palabra. Tratados de tal manera que el que se sentía aplastado por el peso de sus pecados, sienta el alivio de una nueva posibilidad.
Lejos de ser una bella frase, es la acción concreta con la que Dios quiere relacionarse con sus hijos. Pablo utiliza aquí la voz pasiva –perdonen la pedantería de esta referencia un poco exquisita– y el tiempo aoristo –discúlpenme la traducción un poco referencial– pero bien podría decirse «fui misericordiado». La pasiva lo deja a Pablo en situación de receptor de la acción de otro, él no hace nada más que dejarse misericordiar. El aoristo del original nos recuerda que en él esa experiencia aconteció en un momento puntual que recuerda, agradece, festeja.
El Dios de Pablo genera el movimiento que va del corazón a las manos, el movimiento de quien no tiene miedo a acercarse, que no tiene miedo a tocar, a acariciar; y esto sin escandalizarse ni condenar, sin descartar a nadie. Una acción que se hace carne en la vida de las personas.
Comprender y aceptar lo que Dios hace por nosotros ‒ un Dios que no piensa, ama ni actúa movido por el miedo sino porque confía y espera nuestra transformación ‒ quizás deba ser nuestro criterio hermenéutico, nuestro modo de operar: «Ve tú y actúa de la misma manera» (Lc 10,39). Nuestro modo de actuar con los demás nunca será, entonces, una acción basada en el miedo sino en la esperanza que él tiene en nuestra transformación.
Y pregunto: ¿Esperanza de transformación o miedo? Una acción basada en el miedo lo único que consigue es separar, dividir, querer distinguir con precisión quirúrgica un lado del otro, construir falsas seguridades, por lo tanto, construir encierros. Una acción basada en la esperanza de transformación, en la conversión, impulsa, estimula, apunta al mañana, genera espacios de oportunidad, empuja. Una acción basada en el miedo, es una acción que pone el acento en la culpa, en el castigo, en el «te equivocaste».
Una acción basada en la esperanza de transformación pone el acento en la confianza, en el aprender, en levantarse; en buscar siempre generar nuevas oportunidades. ¿Cuántas veces? 70 veces 7. Por eso, el trato de misericordia despierta siempre la creatividad. Pone el acento en el rostro de la persona, en su vida, en su historia, en su cotidianidad. No se casa con un modelo o con una receta, sino que posee la sana libertad de espíritu de buscar lo mejor para el otro, en la manera que esta persona pueda comprenderlo. Y esto pone en marcha todas nuestras capacidades, todos nuestros ingenios, esto nos hace salir de nuestros encierros. Nunca es vana palabrería ‒ al decir de Pablo ‒ que nos enreda en disputas interminables, la acción basada en la esperanza de transformación es una inteligencia inquieta que hace palpitar el corazón y le pone urgencia a nuestras manos. Palpitar el corazón y urgencia a nuestras manos. El camino que va del corazón a las manos.
Al ver actuar a Dios así, nos puede pasar lo mismo que al hijo mayor de la parábola del Padre Misericordioso: escandalizarnos por el trato que tiene el padre al ver a su hijo menor que vuelve. Escandalizarnos porque le abrió los brazos, porque lo trató con ternura, porque lo hizo vestirse con los mejores vestidos estando tan sucio. Escandalizarnos porque al verlo volver, lo besó e hizo fiesta. Escandalizarnos porque no lo castigó sino que lo trató como lo que era: hijo.
Nos empezamos a escandalizar ‒ esto nos pasa a todos, es como el proceso, ¿no? ‒ nos empezamos a escandalizar cuando aparece el alzheimer espiritual; cuando nos olvidamos cómo el Señor nos ha tratado, cuando comenzamos a juzgar y a dividir la sociedad. Nos invade una lógica separatista que sin darnos cuenta nos lleva a fracturar más nuestra realidad social y comunitaria. Fracturamos el presente construyendo «bandos».
Está el bando de los buenos y el de los malos, el de los santos y el de los pecadores. Esta pérdida de memoria, nos va haciendo olvidar la realidad más rica que tenemos y la doctrina más clara a ser defendida. La realidad más rica y la doctrina más clara. Siendo nosotros pecadores, el Señor no dejó de tratarnos con misericordia. Pablo nunca dejó de recordar que él estuvo del otro lado, que fue elegido al último, como el fruto de un aborto. La misericordia no es una «teoría que esgrimir»: «¡ah!, ahora está de moda hablar de misericordia por este jubileo, y qué se yo, pues sigamos la moda». No, no es una teoría que esgrimir para que aplaudan nuestra condescendencia, sino que es una historia de pecado que recordar. ¿Cuál? La nuestra, la mía y la tuya. Y un amor que alabar. ¿Cuál? El de Dios, que me trató con misericordia.
Estamos insertos en una cultura fracturada, en una cultura que respira descarte. Una cultura viciada por la exclusión de todo lo que puede atentar contra los intereses de unos pocos. Una cultura que va dejando por el camino rostros de ancianos, de niños, de minorías étnicas que son vistas como amenaza. Una cultura que poco a poco promueve la comodidad de unos pocos en aumento del sufrimiento de muchos. Una cultura que no sabe acompañar a los jóvenes en sus sueños narcotizándolos con promesas de felicidades etéreas y esconde la memoria viva de sus mayores. Una cultura que ha desperdiciado la sabiduría de los pueblos indígenas y que no ha sabido cuidar la riqueza de sus tierras.
Todos nos damos cuenta, lo sabemos que vivimos en una sociedad herida, eso nadie lo duda. Vivimos en una sociedad que sangra y el costo de sus heridas normalmente lo terminan pagando los más indefensos. Pero es precisamente a esta sociedad, a esta cultura adonde el Señor nos envía. Nos envía e impulsa a llevar el bálsamo de «su» presencia. Nos envía con un solo programa: tratarnos con misericordia. Hacernos prójimos de esos miles de indefensos que caminan en nuestra amada tierra americana proponiendo un trato diferente. Un trato renovado, buscando que nuestra forma de vincularnos se inspire en la que Dios soñó, en la que él hizo. Un trato basado en el recuerdo de que todos provenimos de lugares errantes, como Abraham, y todos fuimos sacado de lugares de esclavitud, como el pueblo de Israel.
Sigue resonando en nosotros toda la experiencia vivida en Aparecida y en la invitación a renovar nuestro ser discípulos misioneros. Mucho hemos hablado sobre el discipulado, mucho nos hemos preguntado sobre cómo impulsar una catequesis del discipulado y misionera. Pablo nos da una clave interesante: el trato de misericordia. Nos recuerda que lo que lo convirtió a él en apóstol fue ese trato, esa forma cómo Dios se acercó a su vida: «Fui tratado con misericordia». Lo que lo hizo discípulo fue la confianza que Dios le dio a pesar de sus muchos pecados. Y eso nos recuerda que podemos tener los mejores planes, los mejores proyectos y teorías pensando nuestra realidad, pero si nos falta ese «trato de misericordia», nuestra pastoral quedará truncada a medio camino.
En esto se juega nuestra catequesis, nuestros seminarios ‒ ¿enseñamos a nuestros seminaristas este camino de tratar con misericordia? ‒, nuestra organización parroquial y nuestra pastoral. En esto se juega nuestra acción misionera, nuestros planes pastorales. En esto se juegan nuestras reuniones de presbiterios e inclusive nuestra forma de hacer teología: en aprender a tener un trato de misericordia, una forma de vincularnos que día a día tenemos que pedir ‒ porque es una gracia ‒, que día a día somos invitados a aprender. Un trato de misericordia entre nosotros obispos, presbíteros, laicos.
Somos en teoría «misioneros de la misericordia» y muchas veces sabemos más de «maltratos» que de un buen trato. Cuantas veces nos hemos olvidado en nuestros seminarios de impulsar, acompañar, estimular, una pedagogía de la misericordia, y que el corazón de la pastoral es el trato de misericordia. Pastores que sepan tratar y no maltratar. Por favor, se lo pido: Pastores que sepan tratar y no maltratar.
Hoy somos invitados especialmente a un trato de misericordia con el santo Pueblo fiel de Dios ‒ que mucho sabe de ser misericordioso porque es memorioso ‒, con las personas que se acercan a nuestras comunidades, con sus heridas, dolores, llagas. A su vez, con la gente que no se acerca a nuestras comunidades y que anda herida por los caminos de la historia esperando recibir ese trato de misericordia.
La misericordia se aprende en base a la experiencia ‒ en nosotros primero ‒, como en Pablo: él ha mostrado toda su misericordia, él ha mostrado toda su misericordiosa paciencia. En base a sentir que Dios sigue confiando y nos sigue invitando a ser sus misioneros, que nos sigue enviando para que tratemos a nuestros hermanos de la misma forma con la que él nos trata, con la que él nos trató, y cada uno de nosotros conoce su historia, puede ir allí y hacer memoria. La misericordia se aprende, porque nuestro Padre nos sigue perdonando.
Existe ya mucho sufrimiento en la vida de nuestros pueblos para que todavía le sumemos uno más o algunos más. Aprender a tratar con misericordia es aprender del Maestro a hacernos prójimos, sin miedo de aquellos que han sido descartados y que están «manchados» y marcados por el pecado. Aprender a dar la mano a aquel que está caído sin miedo a los comentarios. Todo trato que no sea misericordioso, por más justo que parezca, termina por convertirse en maltrato. El ingenio estará en potenciar los caminos de la esperanza, los que privilegian el buen trato y hacen brillar la misericordia.
Queridos hermanos, este encuentro no es un congreso, un meeting, un seminario o una conferencia. Este encuentro de todos es una celebración: fuimos invitados a celebrar el trato de Dios con cada uno de nosotros y con su Pueblo. Por eso, creo que es un buen momento para que digamos juntos: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy, estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos, esos brazos redentores» (Evangelii gaudium, 3).
Y agradezcamos, como Pablo a Timoteo, que Dios nos confíe repetir con su pueblo, los enormes gestos de misericordia que ha tenido y tiene con nosotros, y que este encuentro nos ayude a salir fortalecidos en la convicción de transmitir la dulce y confortadora alegría del Evangelio de la misericordia.
Francisco, en el Angelus de hoy
"Lanza el mensaje fundamental del Evangelio: servir al prójimo por amor a Dios"
El Papa confirma que visitará, "en cuanto sea posible", a las víctimas del terremoto en Italia
"Hoy Jesús se hace voz de quien no tiene voz, nos pide hacer nuestros los sufrimientos y ansias de los pobres"
Jesús Bastante, 28 de agosto de 2016 a las 12:14
Les digo a esas queridas poblaciones que la Iglesia comparte su sufrimiento y sus preocupaciones, reza por los muertos y por los sobrevivientes
(Jesús Bastante).- "Queridos hermanos y hermanas: en cuanto sea posible espero poder ir allí, a ofrecer el consuelo de la fe, el abrazo de padre fraterno, y el sustento de la esperanza cristiana". El Papa Francisco confirmó la noticia adelantada por RD, y anunció que en breve visitará las zonas más afectadas por el brutal terremoto que, por el momento, ha segado la vida de 291 personas.
Francisco hizo este anuncio en los saludos posteriores al rezo del Angelus, que el Papa dedicó a dos conceptos: el puesto y la recompensa, la humildad y la gratuidad. El pasaje del Evangelio de hoy nos muestra a Jesús en casa de uno de los jefes de los fariseos, y cómo los invitados se afanan por ocupar el puesto más cercano. En esta escena, se nos narran dos breves parábolas, con las que Cristo nos ofrece dos indicaciones: "una, sobre el puesto; la otra, sobre la recompensa".
En la primera, Jesús nos habla de un banquete nupcial. "Jesús nos dice: cuando seáis invitados, no busquéis el primer puesto, no sea que venga otro invitado y el anfitrión os pida que le cedáis el lugar. En vez de eso,cuando seas invitado, ve al último puesto", subrayó el Papa. "Con esta recomendación, Jesús no intenta dar normas de comportamientos sociales, sino una lección sobre el valor de la humildad".
"La historia -prosiguió Bergoglio- enseña que el orgullo, el arribismo, la vanidad, la ostentación..., son la causa de muchos males. Y Jesús nos quiere hacer ver la necesidad de estar en el último puesto. Lo pequeño en lo escondido, la humildad". Porque "cuando nos ponemos delante de Dios con humildad, Dios se inclina hacia nosotros para elevarnos hasta Él. Porque el que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado".
"No olvidemos: Dios paga mucho más que los hombres. Él da un puesto mucho más bello que el que dan los hombres. El puesto que te da Dios es cercano a su corazón, y su recompensa es la vida eterna. Seréis santos, recibiréis vuestra recompensa en la resurrección de los justos", subrayó Francisco.
En la segunda parábola, Jesús ofrece las características de la hospitalidad, con una palabra clave: "Gratuidad". "Gratuidad en lugar del cálculo oportunista, que busca obtener una recompensa, intereses, que busca enriquecerse. Jesús demuestra su preferencia por los pobres y los excluidos, que son los privilegiados del Reino de Dios, y lanza el mensaje fundamental del Evangelio: servir al prójimo por amor a Dios".
"Hoy Jesús se hace voz de quien no tiene voz, nos pide abrir el corazón y hacer nuestros los sufrimientos y ansias de los pobres, de los marginados, de los prófugos, de los perdidos, de los que son apartados por la sociedad y por la prepotencia del más fuerte. Los descartados representan, en realidad, la gran mayoría de la población", clamó el Papa, quien agradeció la labor "de tantos voluntarios" que ofrecen su tiempo "dando de comer a personas solas, sin trabajo o sin casa".
"Esta, y otras obras de misericordia -apuntó- son muestras de amor que difunden la cultura de la gratuidad. Porque así somos parte del amor de Dios e iluminados por la sabiduría del Evangelio", añadió, señalando que "el servicio al hermano hace creíble y visible el amor de Cristo".
De este modo, Francisco invitó a pedir a la Virgen María que nos conduzca por el camino de la humildad, haciéndonos capaces de gestos gratuitos de acogida y de solidaridad hacia los marginados, para que seamos dignos de la recompensa divina.
Palabras tras el rezo el Angelus
"Queridos hermanos y hermanas:
Deseo renovar mi cercanía espiritual a los habitantes del Lacio, las Marcas y Umbría, muy afectados por el terremoto de estos días. Pienso en particular en las personas de Amatrice, Accumoli, Arquata del Tronto, de Norcia. Una vez más les digo a esas queridas poblaciones que la Iglesia comparte su sufrimiento y sus preocupaciones, reza por los muertos y por los sobrevivientes. La atención con la que las autoridades, las fuerzas de seguridad, protección civil y voluntarios están actuando, demuestra cuán importante es la solidaridad para superar pruebas tan dolorosas. Queridos hermanos y hermanas, tan pronto como sea posible también yo espero ir a su encuentro, para llevarles en persona el conforto de la fe, el abrazo de padre y hermano, y el apoyo de la esperanza cristiana. Recemos por estos hermanos y hermanas todos juntos: Ave María...".
"Ayer, en Argentina, fue proclamada Beata Sor María Antonia de San José; el pueblo la llama 'Mama Antula'. Que su ejemplar testimonio cristiano, y principalmente su apostolado en la promoción de los Ejercicios Espirituales, puedan despertar el deseo de adherirse cada vez más a Cristo y al Evangelio".
"El próximo jueves 1º de septiembre celebraremos la Jornada mundial de Oración para el cuidado de la creación junto con nuestros hermanos ortodoxos y de otras iglesias: será una ocasión para fortalecer el compromiso común de salvaguardar la vida, respetando el medio ambiente y la naturaleza".
Y por último el saludo del Papa a los peregrinos provenientes de Italia y otros países, a los monaguillos de Kleinraming (Austria), a los marinos de la nave escuela argentina "Fragata Libertad", lo dije en español porque la 'tierra tira'. A los fieles de Gonzaga, Spirano, Brembo, Cordenons y Daverio; los jóvenes de Venaria, Val Liona, Angarano, Moncalieri y Tombelle, con el deseo de un buen domingo y su pedido de oración:
"Les deseo a todos un buen domingo y por favor no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"
La recepción del documento del papa Francisco
La recepción, en teología, es el grado de acogida –o de rechazo– que provoca un determinado documento doctrinal o una disposición práctica. Como se puede suponer, es una categoría importante. En la carta de la semana pasada, que dediqué a la exhortación Amoris laetitia, comentaba la importancia de la correcta recepción de este documento. En el comentario de hoy me hago eco de la conclusión a la que llega la reflexión que ha hecho nuestro Ateneu Sant Pacià, la entidad que integra las facultades de Teología, de Filosofía y de Historia, Arqueología y Artes Cristianas Antoni Gaudí.
"La recepción de la exhortación Amoris laetitia –se lee en esta reflexión teológica– pide una interpretación según el espíritu con que fue escrita, para que los pastores contribuyan a aplicarla y todo el pueblo de Dios se beneficie de su magisterio y de la misericordia que desprende. Se trata de un camino que no es otro que el del seguimiento de Cristo. El discípulo sigue a Jesús con toda la seriedad y exigencia que ello conlleva. Pero lo que no quiere la Iglesia es que nadie que acepte este camino quede tendido al borde de la ruta."
El texto de Francisco propone, por una parte, la grandeza del matrimonio cristiano afirmado secularmente por la Iglesia; pero, por otra parte, desea una Iglesia que sea madre de misericordia que no renuncia al bien posible, tampoco cuando este bien está presente en situaciones imperfectas, semejantes al "barro del camino con el que te puedes manchar" (AL 308; véase EG 44). En todo el documento hay una sensibilidad transversal que se inspira de lleno en el espíritu y la letra del Concilio Vaticano II y deja ver un espíritu parecido al de los padres conciliares cuando se planteaban cuestiones capitales como el ecumenismo o la libertad religiosa. Entonces, el Vaticano II, sin olvidar la tradición dogmática vinculante de la Iglesia, abrió unas puertas que iban más allá de la interpretación que se había hecho en los últimos siglos.
El documento utiliza sobre todo el lenguaje de la misericordia. La preocupación del Papa, en esta exhortación sobre el amor en la familia, es contextualizar de nuevo la doctrina sobre el matrimonio y la familia al servicio de la misión pastoral de la Iglesia. Como dice el padre Antonio Spadaro en su documentado trabajo sobre la exhortación pontificia, en ella "la doctrina es interpretada en relación con el núcleo del kerigma cristiano y a la luz del contexto pastoral en el que este se aplicará, buscando sobre todo la salus animarum, la salvación de las almas”.
Todos tenemos una especial responsabilidad a la hora de asegurar una buena recepción de este documento. Hago un llamamiento, en este sentido, a la Delegación de Pastoral Familiar y a los movimientos de espiritualidad conyugal y familiar, tan presentes y activos en nuestra archidiócesis. Estudiar y explicar correctamente este documento es el paso previo a su aplicación siguiendo el espíritu que lo ha inspirado.
¡Que Dios os bendiga a todos!
+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona