La madre

A muchos les puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Y, sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.

Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hayamos empobrecido nuestra fe eliminándola de manera inconsciente de nuestra vida.

Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más solida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas. Hemos tratado de superar una falsa mariolatría en la que tal vez sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella la salvación, el perdón y la redención, que, en realidad, hemos de acoger de su Hijo.

Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura. Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?

El abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana, sino que la empobrecerá. Probablemente hayamos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecernos con su ausencia casi total en nuestras vidas.

María es la Madre de Jesús. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su Espíritu. Hoy María no es solo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.

Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.

DESPOJO DE LO VIEJO

“Pensemos solamente, a modo de ejemplo, en la obra de misericordia corporal de vestir al desnudo (cf. Mt25,36.38.43.44).

Ella nos transporta a los orígenes, al jardín del Edén, cuando Adán y Eva se dieron cuenta de que estaban desnudos y, sintiendo que el Señor se acercaba, les dio vergüenza y se escondieron (cf. Gn 3,7-8).

Sabemos que el Señor los castigó; sin embargo, él «hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió» (Gn 3,21). La vergüenza quedó superada y la dignidad fue restablecida. Miremos fijamente también a Jesús en el Gólgota. El Hijo de Dios está desnudo en la cruz; su túnica ha sido echada a suerte por los soldados y está en sus manos (cf. Jn 19,23-24); él ya no tiene nada. En la cruz se revela de manera extrema la solidaridad de Jesús con todos los que han perdido la dignidad porque no cuentan con lo necesario.” (Francisco, MetM 19).

En algunos lugares de Italia es costumbre echar al fuego lo viejo, e incluso tirarlo por el balcón para que lo recoja el camión de la basura.

Al terminar el año, además de lo adecuado de hacer un balance, es momento propicio para despojarse de lo caduco, de todo lo que no aprovecha. En este sentido, te invito:

“Despójate del hombre viejo, del vestido del egoísmo, que te esclaviza con pensamientos negativos sobre los demás e incluso sobre ti mismo.

Despójate de tus pecados. Atrévete a reconocer tu debilidad. Abre la puerta de tu corazón al perdón y a la misericordia.

Despójate de las palabras vanas, de los discursos vacíos, de la lengua maldiciente, de los términos gruesos y hasta groseros, y toma el lenguaje positivo, educado y sensible.

Despójate de todo juicio externo e incluso de los internos, respeta la identidad sagrada de cada persona. Deja que sea Dios el único juez de cada uno.

Hay que llegar a sentirse desnudo para acoger el gesto espléndido de la misericordia.

Dios, al tomar nuestra naturaleza y asumir nuestra carne, nos posibilita el mejor revestimiento, el de considerarnos hijos de Dios por la túnica con la que cubre nuestra vergüenza.

Qué significativas son, también para nosotros, las antiguas palabras que guiaban a los primeros cristianos: «Revístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y desprecia la tristeza [...] Vivirán en Dios cuantos alejen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría». (MetM 3).

Año Nuevo, nueva oportunidad

Como un ritual, cuando llega el primer día del Año Nuevo y suenan las doce campanadas, la fiesta se extiende como un estallido de alegría y esperanza. Los diversos meridianos del mundo propician que las celebraciones se vayan sucediendo, como una carrera de relevos que contemplamos en nuestras televisiones, comenzando por oriente.

Hay un texto famoso de Carl Sagan, escrito cuando la nave Voyager 2 tomó la primera fotografía de la Tierra desde el espacio y observó su apariencia de pequeño punto azul perdido en la inmensidad del Universo: «…cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada padre y madre, cada esperanzado niño, inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, cada superestrella, cada líder supremo, cada santo y pecador en la historia de la especie vivió ahí en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz de sol».

Por una parte esta observación nos hace humildes. ¿Qué es el espacio, por el que luchan tantos pueblos para dominarlo? Y ¿qué es el tiempo, que cada año celebramos con sus fechas señaladas y aniversarios?

Sin embargo, las personas no somos átomos perdidos, sino algo grande, pues fuimos creadas por Dios a su imagen y semejanza, partícipes de su poder creador y llamados a disfrutar de la vida eterna.

En su encíclica Fides et Ratio, Juan Pablo II observaba que hay preguntas de fondo que todos nos planteamos, como «¿quién soy yo?», «¿cuál es el sentido de la vida?», «¿qué hay después?». Aparecen en la predicación de Jesucristo, pero también en todas las religiones, como las de Confucio y Buda y en los filósofos, como Platón y Aristóteles, y los escritores, como Homero y Sófocles.

El primer día de Año Nuevo cae esta vez en domingo, el día del Señor, y esta coincidencia serviría como respuesta a las preguntas. El mundo, y nosotros con él, somos del Señor, de él venimos y a él vamos.

Vamos hacia Dios en el tiempo. La vida nos concede comenzar otro año, el 2017 del calendario cristiano que arranca con el nacimiento de Cristo. Un año más en nuestra vida que comienza con acontecimientos previsibles, pero también con páginas en blanco: sucesos imprevisibles y hechos que nosotros mismos haremos posibles.

La felicidad que hoy nos deseamos unos a otros, mediante toda clase de mensajes, no debe ser fuego de bengala que pronto se apaga. Para que perdure debemos asentarla en valores sólidos: nuestra relación con Dios y con los demás siendo a la vez adoradores y misericordiosos.
Que tengáis todos un feliz y santo Año Nuevo.

"Aquí estamos, Señor" "Nos ponemos en tus manos"

Oración de Nochevieja

Perdón, Señor por nuestros fallos, por nuestra pobreza en el año que acaba. Perdón por todos las trabas que hemos puesto a tu Reino que "no tendrá fin"

Aquí estamos, Señor, como en vilo entre un año que viene y otro que se va, temblando y sacudidos por este implacable vendaval del tiempo que huye.

En los primeros instantes de 2017 acudimos a ti, que estás por encima del tiempo. Nos refugiamos en ti, que eres Padre de todo y de todos y vives desde siempre y para siempre, ajeno a la vejez, libre de cualquier sobresalto de nocheviejas y calendarios.

Pero a la vez, Señor estamos ciertos de que este tiempo fugitivo y provisional que nos das es, a su manera, moneda preciosa y adelanto de eternidad regalada.

Gracias, Señor, porque el 2016 nos ha dado la oportunidad de irnos comprando -bien barata, gratuita- tu eternidad y tu gloria.

Desde que en esta vida nuestra, tan precaria y en marcha, tu Hijo se hizo tiempo y acampó entre nosotros, nos crece y se nos aviva la esperanza, la indecible nostalgia de ser y de ser sin final...

Perdón, Señor por nuestros fallos, por nuestra pobreza en el año que acaba. Perdón por todos las trabas que hemos puesto a tu Reino que "no tendrá fin".

Al comenzar el año, nos sale al paso la incertidumbre del futuro. Podemos sentir la curiosidad y aun la inquietud de quienes no somos dueños de nuestro propio destino. Lo ponemos en tus manos, completamente seguros de acogernos al único seguro.

Tuyo es nuestro Año Nuevo. Tuyos son, Señor, todos los hermanos que sufren entre nosotros, en tu Iglesia, en el mundo entero. Tuyas son las víctimas de la guerra, del terrorismo, del hambre, de todas las miserias que los hombres hemos amontonado en este mundo que pide a gritos la limpieza, la justicia y la paz.

Tuya es nuestra familia, nuestra salud, nuestro mínimo bienestar. Tuya nuestra lucha por la vida. Tuyo nuestro amor a la verdad, a la justicia, nuestro respeto a la vida. Tuya también nuestra pobreza, nuestra escasa capacidad, nuestros miedos, nuestra falta de fuerzas.

Tuyos nosotros para este año y para siempre. Amén.

Tres palabras a Jesús por el Fin de Año

Terminamos un año y comienza uno nuevo; no olvidemos a quien se lo debemos todo

Es momento de agradecer, pedir perdón y pedir ayuda

En estos últimos momentos del año que hoy termina aquí, Señor, vengo a ti en silencio y en recogimiento,
Para decirte: GRACIAS.
Para solicitarte: AYUDA,
Para implorarte: PERDON.
      
¡GRACIAS!
Señor, por la paz, por la alegría, por la unión que los hombres mis hermanos, me han brindado; por esos ojos que con ternura y comprensión me miraron, por esa mano oportuna que me levantó, por esos labios cuyas palabras y sonrisas me alentaron, por esos oídos que me escucharon, por ese corazón que, amistad, cariño y amor me dio.

GRACIAS, Señor, también por el éxito que me estimuló, por la salud que me sostuvo, por la comodidad y diversión que me descansaron.

GRACIAS, Señor... me cuesta trabajo decirlo... por la enfermedad, por el fracaso, por la desilusión, por el insulto, por el engaño, por la injusticia, por la soledad, por el fallecimiento del ser querido.
Tú, lo sabes, Señor, cuan difícil fue aceptarlo; quizá estuve a punto de la desesperación pero ahora me doy cuenta que todo esto me acercó más a Ti ¡Tú sabes lo que hiciste!

GRACIAS, Señor, sobre todo por la fe que me has dado en Ti y en los hombres.
Por esa fe que se tambaleó, pero que Tú nunca dejaste de fortalecer, cuantas veces encorvado bajo el peso del desánimo, me hizo caminar por el sendero de la verdad a pesar de la oscuridad.

AYUDA
Te he venido también a implorar para el año que está a punto de comenzar, 2017. Lo que el futuro me depara, lo desconozco, Señor. Vivir en la incertidumbre, en la duda, no me gusta, me molesta, me hace sufrir. Pero sé que Tú siempre me ayudarás.
Yo te puedo dar la espalda. Soy libre.
Tú nunca me la darás, eres fiel.
Yo sé que contaré con tu ayuda.
Tú sabes que no siempre cooperaré.
Yo sé que me tenderás la mano.
Tú sabes que no siempre la tomaré.
Por eso, hoy te pido que me ayudes a dejarme ayudar,
Que llenes mi vida de esperanza y generosidad.
No abandones la obra de tus manos, Señor...

PERDON
No podría retirarme sin pronunciar esa palabra que tantas veces te bebería haber dicho, pero que por mi negligencia y orgullo he callado.

PERDÓN, Señor, por mis negligencias, descuidos y olvidos, por mi orgullo, por mi vanidad, por mi necedad y capricho, por mi silencio y mi excesiva locuacidad.

PERDÓN, Señor, por prejuzgar a mis hermanos, por mi falta de alegría y entusiasmo, por mi falta de fe y confianza en Ti, por mi cobardía y mi temor en mi compromiso.

PERDÓN, porque me han perdonado y no he sabido perdonar.

PERDÓN por mi hipocresía y doblez, por esa apariencia que con tanto esmero cuido pero, que en el fondo no es más que engaño a mí mismo y los demás.

PERDÓN por esos labios que no sonrieron, por esa palabra que callé, por esa mano que no tendí, por esa mirada que desvié, por esos oídos que no presté, por esa verdad que omití, por ese corazón que no amó... Por ese YO que se prefirió. SEÑOR, no te he dicho todo.
Llena con tu amor mi silencio y mi gran cobardía.

GRACIAS por todos los que no te dan las gracias.

AYUDA a todos los que no imploran tu ayuda.

PERDON por todos los que no te piden perdón.
Me has escuchado... ahora, Señor, habla Tú, te escucho...

Un año termina Señor.

GRACIAS, Señor, por todo lo que en este año me diste.

GRACIAS por los días de sol y los nublados tristes.

GRACIAS por las noches tranquilas y por las inquietas horas obscuras.

GRACIAS por la salud y la enfermedad.

GRACIAS por las penas y las alegrías.

GRACIAS por todo lo que me prestaste y después me pediste.

GRACIAS, Señor, por la sonrisa amable y la mano amiga, por el amor y todo lo hermoso y dulce.
Por las flores y las estrellas y la existencia de los niños y de las almas buenas.

GRACIAS por la soledad, por el trabajo, por las dificultades, y las lágrimas, por todo lo que me acerco a ti más íntimamente.

GRACIAS por tu presencia en el sagrario y la gracia de los sacramentos.
Por haberme dejado vivir...

GRACIAS, SEÑOR.

Un año inicia.

Da vuelta otra hoja del libro de mi vida.
¿Qué traerá el año que empieza?
Lo que tú quieras Señor.
Pero te pido Fe para mirarte en todo.
Esperanza para no desfallecer.
Caridad perfecta en todo lo que haga, piense y quiera.
Dame Paciencia y Humildad.
Dame Desprendimiento y un Olvido total de mí mismo.
Dame, Señor; lo que tú sabes me conviene y yo no sé pedir,
Que pueda yo amarte cada vez más, y hacerte amar de los que rodean.
Que sea yo grande en lo pequeño.
Que siempre tenga el corazón alerta, el oído atento, las manos y la mente activas, el pie dispuesto.
Derrama, Señor, tus gracias, sobre todos los que quiero.
Mi amor abarca el mundo y aunque yo soy muy pequeño, sé que todo lo colmas con tu bondad inmensa.

AMÉN

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