Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo
- 18 Febrero 2017
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- 18 Febrero 2017
Evangelio según San Marcos 9,2-13.
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos". Y le hicieron esta pregunta: "¿Por qué dicen los escribas que antes debe venir Elías?". Jesús les respondió: "Sí, Elías debe venir antes para restablecer el orden en todo. Pero, ¿no dice la Escritura que el Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser despreciado? Les aseguro que Elías ya ha venido e hicieron con él lo que quisieron, como estaba escrito".
Santa Bernardita Soubirous
Santa Bernardette nació el 7 de enero, de 1844 en el pequeño pueblo de Lourdes, en las hermosas montañas de los Pirineos franceses. En su bautismo le pusieron el nombre de Marie-Bernard, pero desde pequeña la llamaban por el diminutivo "Bernardette".
Su padre Francisco era un hombre honesto y recto pero no muy capaz en los negocios. Trabajó como molinero para los Casterot, una familia acomodada. Vivía con su familia en el molino de Boly. Su madre, Luisa Casterot, se casó a los 16 años. Se pensaba que así su futuro estaría asegurado pero las cosas no resultaron de esa manera. Cuando los clientes venían a moler su trigo, la joven pareja les servía una comida completa. Esto podía hacerse en tiempos de abundancia, pero llegó a hacer crisis en tiempos de estrechez.
Las deudas forzaron a los Soubirous a dejar el molino y albergarse en una celda, propiedad de un primo de Francisco, que había sido parte de una prisión. En un solo cuarto vivían los seis, el padre, la madre y los cuatro hijos. Los mayores eran las mujeres, Bernardette la primera, después de ella venía Toinette (dos años y medio más joven), y luego los dos varones, Jean-Marie y Justin. Para conseguir el escaso pan para los niños, Francisco y Luisa tomaban todo tipo de trabajos que podían encontrar.
Cuando nació Bernardette la familia todavía tenía recursos. Una prueba de ello es que la niña fue confiada a una nodriza por seis meses. La nodriza, llamada Marie Avarant y de casada Lagues, vivía en Bartres, en el campo a 5 millas de Lourdes. Marie Lagues amamantó a Bernardette por 15 meses, desde junio de 1844 a octubre de 1845. De acuerdo con la costumbre ambas familias quedaron muy unidas entre sí.
Las dificultades económicas de la familia Soubirous dio oportunidad a Marie para pedir hacerse cargo de Bernardette. El pretexto fue que le ayudase con otros niños, pero en realidad la quería para el pastoreo de ovejas. Quedó así como una pastorcita contratada aunque sin paga.
Al ir a Bartres le prometieron que podría prepararse con el sacerdote del lugar para hacer su Primera Comunión. Tenía casi 14 años y era la única niña de su edad en Lourdes que no la había recibido. Pero al ver que era muy buena en su trabajo, la obligaban a pasar más tiempo cuidando las ovejas, lo que no le permitía asistir a las clases de catecismo. Los dos niños de la familia donde vivía se marchaban todas las mañanas a las clases de catecismo, mientras a ella le exigían marcharse al campo a pastorear. Esto le dolía mucho en su corazón.
Ha surgido un interrogante sobre la inteligencia de Bernardette. Muchos sugieren que no era inteligente. Es cierto que ella aprendía con dificultad y hasta ella misma decía que tenía "mala cabeza", queriendo decir que tenía poca memoria. Al habérsele negado la posibilidad de estudiar, Bernardette, a los 13 años de edad, todavía no sabía ni leer ni escribir. El maestro Jean Barbet, quién en una ocasión le dio clases de catecismo, decía de ella: "Bernardette tiene dificultad en retener las palabras del catecismo porque no puede estudiarlas, ya que no sabe leer, pero ella hace un gran esfuerzo en comprender el sentido de las explicaciones. Aún mas, ella es muy atenta y, especialmente, muy piadosa y modesta". Sin duda Bernardita había sabido cultivar un gran tesoro de Dios: un corazón adornado de las mas bellas virtudes cristianas: inocencia, amabilidad, bondad, caridad y dulzura.
El sacerdote de Bartres, Abbé Arder, si bien se marchó a un monasterio poco después que llegara Bernardette, en los pocos contactos que tuvo con ella pudo captar la excelencia de su corazón. El tenía mucha fe en las apariciones de La Salette(1846), ocurridas once años atrás y así comparaba a Bernardette con los niños de La Salette.
Decía: "Ella me parece una flor toda envuelta con perfume divino. Yo le aseguro que en muchas ocasiones cuando la he visto, he pensado en los niños de La Salette. Ciertamente, si la Santísima Virgen se le apareció a Maximino y a Melania, lo hizo en orden a que ellos se convirtieran en simples y piadosos como ella."
Ni la ignorancia, ni la pobreza, ni el aspecto enfermizo de Bernardette le previnieron de apreciar en ella la simplicidad y la piedad. Decía el Sacerdote en una ocasión: "Mira a esta pequeña. Cuando la Virgen Santísima quiere aparecerse en la tierra, ella escoge niños como esta"
Sus palabras fueron proféticas ya que a los pocos meses la Virgen se le comienza a aparecer en la gruta de Massabielle, cerca de Lourdes.
Cuando Bernardette vio que su deseo de prepararse para recibir la Comunión no era posible en Bartres, le pidió a María Lagues que le permitiera ir a Lourdes donde insistió a sus padres que le concedieran regresar a casa. Quería recibir la Primera Comunión y tendría que empezar las clases de catecismo inmediatamente quería recibirla en 1858. Sus padres accedieron y regresó a Lourdes el 28 de enero, de 1858, solo 14 días antes de la primera aparición de la Virgen. Es importante, por lo tanto, comprender la razón por la que Bernardette se encontraba en Lourdes cuando tenía 14 años y comenzaron las apariciones: ella buscaba con todo su corazón recibir la Santa Comunión. Las Virgen visita a un alma muy pura llena de amor por su Hijo, un alma dispuesta a cualquier sacrificio para llevar a cabo la obra de Dios. Bernardette, al verse impedida de recibir la comunión, recurre a la Virgen, reza diariamente el rosario y la Virgen le abre las puertas. La Virgen sabe que puede confiar en ella el trascendente mensaje que desea comunicar al mundo.
Enséñanos a creer como Tú has creído. Enséñanos a amar a Dios y a nuestros hermanos como Tú los has amado. Haz que nuestro amor hacia los demás sea siempre paciente, benigno y respetuoso. ¡Oh Virgen Santísima de Lourdes, míranos clemente en esta hora! -Juan Pablo II
Te pedimos Señor, que nosotros tus siervos,
gocemos siempre de salud de alma y cuerpo;
y por la intercesión de Santa Maria,
bajo su advocación de la Virgen de Lourdes,
líbranos de las tristezas de este mundo,
concédenos las alegrías del cielo,
y la gracia especial que solicitamos
Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
Nuestra Señora de Laon, Reims, Francia (500), fundada por San Remigio
Anastasio de Sinaí (c. 700), monje Homilía para la Transfiguración
El misterio de la crucifixión es la belleza del Reino de Dios.
La montaña de la transfiguración es la montaña de los misterios, el lugar de las realidades inefables, la roca de los secretos escondidos, la cumbre de los cielos. Aquí se revelaron los símbolos del reino futuro; le misterio de la crucifixión, la belleza del reino de Dios, la llegada de Cristo en su segundo advenimiento lleno de gloria. Sobre esta montaña la nube luminosa cubre de esplendor a los justos; los bienes futuros se realizan ya. La nube que envuelve esta montaña prefigura la ascensión de los justos sobre las nubes; nos enseña hoy nuestro aspecto futuro, nuestra configuración con Cristo.
Mientras Jesús estaba en medio de sus discípulos, les había explicado su reino y su segunda venida en gloria. Pero, porque ellos no estaban seguros del todo sobre lo que él les había anunciado acerca del reino, Jesús quiso que estuvieran del todo convencidos en su corazón, y que los acontecimientos presentes les ayudaran a creer a la hora de lo que iba a suceder. Por esto, en el monte Tabor les dio a contemplar esta maravillosa manifestación divina, como una imagen que prefigura el reino de los cielos. Como si les dijera: “Para que la tardanza no engendre en vosotros la incredulidad, pronto, ya mismo, os lo digo de verdad, entre los que estáis aquí hay algunos que no verán la muerte antes de ver al Hijo del Hombre venir sobre las nubes en la gloria de su Padre. (Mt 16,28) “Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago y los llevó a una montaña muy alta y se transfiguró delante de ellos” (Mt 17,2)...
“¡Qué terrible es este lugar! ¡Nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo!” (Gn 28,17). Hacia ella nos apresuramos.
Semblante de Jesús
San Marcos 9, 2-13, VI Sábado de Tiempo Ordinario. Ciclo A.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Maestro, ¡qué bien se está aquí!» Tu presencia, Señor, alegra el corazón. Gracias por darme este día y esta oportunidad de acompañarte en la oración. Concédeme ser un discípulo atento a tu Palabra, como lo fue María. Por intercesión de ella, ayúdame a vivir unido a lo que quieres de mí. Amén.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
¿Qué aspecto tenía Jesús? ¿Qué cambió en Él durante la Transfiguración? San Marcos nos habla de las vestiduras. Pero ¿y el rostro? Fijemos bien nuestra mirada durante esta oración. Cristo se transfigura cada día delante de nosotros; sólo hay que estar atentos.
¿Cómo es Jesús, entonces? Pidámosle a Él la gracia de conocerlo. A fondo. Vayamos más allá de la curiosidad por el color de sus ojos, y preguntémosle: «Señor, ¿cómo es tu Corazón?» Ciertamente, Cristo quiere mostrarnos los tesoros escondidos en lo más hondo de su alma.
El Evangelio de hoy pone ante nuestros ojos una cualidad central: «Éste es mi Hijo amado…» De las muchas cosas que se pueden decir de Jesús, Dios Padre nos revela la más importante: Jesús es Hijo, el Hijo amado. En su compañía, su Padre y sus hermanos se sienten felices. «¡Qué bien se está aquí!».
Y en cuanto Hijo, su vida es cumplir la voluntad de su Padre. Ha venido al mundo para darnos la Buena Nueva. Sólo tenemos que escucharle con un corazón abierto y dócil. Recibir sus palabras incluso cuando nos hablan de la cruz y la pasión. Escuchémosle en este rato de oración, preguntémosle qué nos quiere decir para este día. Escuchémosle también en las oportunidades de hacer el bien y servir a los demás. Escuchémosle cuando nos dice qué camino seguir para acercarnos a Él.
Escuchar a Cristo es recibirlo. Y al entrar en el corazón, con su gracia lo transfigura y lo hace más semejante al suyo. Más unido a la voluntad del Padre, más abierto al prójimo… en definitiva, más hijo y más hermano. Con un aspecto igual al suyo.
«Así en otro monte, inmerso en la oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz fulgurante. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube blanca los envuelve y resuena desde lo alto --como en el bautismo en el Jordán-- la voz del Padre: 'Este es mi Hijo el amado: escuchadlo'. […] Subimos también nosotros hoy, en el monte de la Transfiguración y nos detenemos en contemplación del rostro de Jesús, para recoger el mensaje y aplicarlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el amor.En realidad el amor es capaz de transfigurar todo, el amor transfigura todo. ¿Creemos en esto?» (Homilía de S.S. Francisco, 1 de marzo de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré, hoy, ayudar a alguien que lo necesite, para asemejarme más a Cristo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¡Qué bien se está aquí!
El Padre nos enseña el camino para llegar a esa experiencia: Este es mi Hijo Amado: escuchadle.
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».
Se los llevó aparte. Cuando Cristo desea revelarse a un alma, no la invita con el montón. No, Jesús no llama en masa. A cada hombre lo separa, le toma de la mano y se lo lleva consigo. Entonces, es cuando le habla al corazón y le propone su plan, le revela su amor.
Ante esta propuesta, el alma se da cuenta de que está sola ante Él. Nadie puede optar en su lugar.
A lo alto de un monte. El ofrecimiento de Jesús es atractivo pero nos exige lo mejor de nosotros mismos: lucha, sacrificio, entrega... Subir.
Ya arriba, Jesús se transfiguró delante de ellos... Suele llegar un momento similar en la vida del cristiano: el día en que Cristo le seduce con el atractivo de su persona y le anima a caminar tras Él.
El Padre nos enseña el camino para llegar a esa experiencia: Este es mi Hijo Amado: escuchadle.
Escuchar a Cristo. Su amistad, la más noble, hermosa y fiel, nace como todas: después del primer momento en que dos personas se caen simpáticas, comienzan a hablar, a contarse su vida, lo que quieren llegar a ser, lo que les disgusta o atrae... empiezan a conocerse. También el conocimiento de Cristo se alimenta con el trato continuo con Él, visitándolo en el Sagrario, escuchando su Palabra en el Evangelio y viendo, en el Crucifijo, que Él se toma en serio nuestro amor.
A medida que se le va conociendo, aumenta el entusiasmo:
Cada día que pasa me parece que voy descubriendo algo nuevo en Jesucristo; algo nuevo que me entusiasma más y más y hasta me enloquece. Cada mañana le miro y pienso en Él con tanto gusto e interés, que parece ser la primera vez que le miro y pienso en Él. Al Jefe no se le conoce. Por eso se le sigue tan fríamente.
Pero todos los que le conocen, confirman el sentimiento de Pedro: Señor, qué bien estamos aquí, contigo.
Todavía no ha nacido quien, después de haber conocido a Cristo, y de haberse acercado con fe, se marche defraudado.
Cristo es profundo. No es una estrella de cine, estrella fugaz que impresiona un momento con su brillo y arrastra a algunos pero en seguida se esfuma del cielo y del recuerdo de los que la vieron.
No es la flor de la mañana que cortamos y nos entrega a la primera todo su perfume y, pasada la ilusión, nos deja con unos pétalos marchitos entre las manos.
¡Jesucristo! Pronunciar ese nombre es algo trascendente, que no lo comprende quien lo dice con los labios y no con el corazón, la inteligencia, la voluntad y la vida. Los que de verdad lo han pronunciado han quedado saciados de Él, y no por un momento pasajero, y lo han proclamado como La Respuesta, El Unico Necesario, El Todo, Dios...
Es tan hermoso y atractivo el amor de Cristo que millones de mártires han preferido sacrificar su vida a disfrutar de ella. Millones de vírgenes han dejado su familia, su tierra, su hogar, sólo con la ilusión de pertenecer a Él solamente. Nadie como Él sigue arrastrando el corazón joven de multitud de muchachos y chicas de todo el mundo.
¿Quieres ser tú uno de ellos? ¿Saber lo que es Jesucristo? Cuando lo vayas conociendo, dale tu amor. Un amor:
Personal; es decir, sin buscar cosas raras: tal como eres pues Cristo es una persona viva, no una idea ni un mero personaje histórico.
Apasionado; deja que Cristo ocupe y polarice todas tus facultades, que Él se convierta en tu pasión dominante.
Real; tu amor no se medirá por el sentimiento que tengas, sino por el esfuerzo que muestres para darle gusto en tu vida de cada día.
Fiel; constante, que no se rinda ante la dificultad, sino que madure; que crezca, que no traicione.
¡Jesucristo! Que Él sea la pasión dominante de tu vida, que no te deje tranquilo hasta poseerlo en toda la profundidad y extensión de tan gran ideal. Que Él sea el verdadero juego de tu vida, Aquel por quien no temas jugártelo todo, hasta tu misma vida. Cuando encuentres que hay algo que te aparta de Él, algo que se cruza entre tú y Él, algo que te obsesione más que Él, piensa que has perdido el sentido de lo fundamental. Que tu vida fue hecha a la medida de alguien más grande en quien debes integrar todo lo demás. Tu vida fue hecha para Cristo.
Sepa lo que debe y no debe hacerse en la celebración de la Misa
La instrucción Redemptionis Sacramentum, describe detalladamente cómo debe celebrarse la Eucaristía y lo que puede considerarse como "abuso grave" durante la ceremonia. Aquí les ofrecemos un resumen de las normas que el documento recuerda a toda la Iglesia.
En el Capítulo I sobre la “ordenación de la Sagrada Liturgia” se señala que:
Compete a la Sede Apostólica ordenar la sagrada Liturgia de la Iglesia universal, editar los libros litúrgicos, revisar sus traducciones a lenguas vernáculas y vigilar para que las normas litúrgicas se cumplan fielmente.
Los fieles tienen derecho a que la autoridad eclesiástica regule la sagrada Liturgia de forma plena y eficaz, para que nunca sea considerada la liturgia como propiedad privada de alguien.
El Obispo diocesano es el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica. A él le corresponde dar normas obligatorias para todos sobre materia litúrgica, regular, dirigir, estimular y algunas veces también reprender.
Compete al Obispo diocesano el derecho y el deber de visitar y vigilar la liturgia en las iglesias y oratorios situados en su territorio, también aquellos que sean fundados o dirigidos por los citados institutos religiosos, si los fieles acuden a ellos de forma habitual.
Todas las normas referentes a la liturgia, que la Conferencia de Obispos determine para su territorio, conforme a las normas del derecho, se deben someter a la recognitio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, sin la cual, carecen de valor legal.
En el Capítulo II sobre la “participación de los fieles laicos en la celebración de la Eucaristía”, se establece que:
La participación de los fieles laicos en la celebración de la Eucaristía, y en los otros ritos de la Iglesia, no puede equivaler a una mera presencia, más o menos pasiva, sino que se debe valorar como un verdadero ejercicio de la fe y la dignidad bautismal.
Se debe recordar que la fuerza de la acción litúrgica no está en el cambio frecuente de los ritos, sino, verdaderamente, en profundizar en la palabra de Dios y en el misterio que se celebra.
Sin embargo, no se deduce necesariamente que todos deban realizar otras cosas, en sentido material, además de los gestos y posturas corporales, como si cada uno tuviera que asumir, necesariamente, una tarea litúrgica específica; aunque conviene que se distribuyan y realicen entre varios las tareas o las diversas partes de una misma tarea.
Se alienta la participación de lectores y acólitos que estén debidamente preparados y sean recomendable por su vida cristiana, fe, costumbres y fidelidad hacia el Magisterio de la Iglesia.
Se alienta la presencia de niños o jóvenes monaguillos que realicen un servicio junto al altar, como acólitos, y reciban una catequesis conveniente, adaptada a su capacidad, sobre esta tarea. A esta clase de servicio al altar pueden ser admitidas niñas o mujeres, según el juicio del Obispo diocesano y observando las normas establecidas.
En el Capítulo 3, sobre la “celebración correcta de la Santa Misa” se especifica sobre:
La materia de la Santísima Eucaristía
El pan a consagrar debe ser ázimo, de sólo trigo y hecho recientemente. No se pueden usar cereales, sustancias diversas del trigo. Es un abuso grave introducir en su fabricación frutas, azúcar o miel.
Las hostias deben ser preparadas por personas honestas, expertas en la elaboración y que dispongan de los instrumentos adecuados.
Las fracciones del pan eucarístico deben ser repartidas entre los fieles, pero cuando el número de estos excede las fracciones se deben usar sobre todo hostias pequeñas.
El vino del Sacrificio debe ser natural, del fruto de la vid, puro y sin corromper, sin mezcla de sustancias extrañas. En la celebración se le debe mezclar un poco de agua. No se debe admitir bajo ningún pretexto otras bebidas de cualquier género.
La Plegaria Eucarística
Sólo se pueden utilizar las Plegarias Eucarísticas del Misal Romano o las aprobadas por la Sede Apostólica. Los sacerdotes no tienen el derecho de componer plegarias eucarísticas, cambiar el texto aprobado por la Iglesia, ni utilizar otros, compuestos por personas privadas.
Es un abuso hacer que algunas partes de la Plegaria Eucarística sean pronunciadas por el diácono, por un ministro laico, o bien por uno sólo o por todos los fieles juntos. La Plegaria Eucarística debe ser pronunciada en su totalidad, y solamente, por el sacerdote. El sacerdote no puede partir la hostia en el momento de la consagración.
En la Plegaria Eucarística no se puede omitir la mención del Sumo Pontífice y del Obispo diocesano.
Las otras partes de la Misa
Los fieles tienen el derecho de tener una música sacra adecuada e idónea y que el altar, los paramentos y los paños sagrados, según las normas, resplandezcan por su dignidad, nobleza y limpieza.
No se pueden cambiar los textos de la sagrada Liturgia.
No se pueden separar la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, ni celebrarlas en lugares y tiempos diversos.
La elección de las lecturas bíblicas debe seguir las normas litúrgicas. No está permitido omitir o sustituir, arbitrariamente, las lecturas bíblicas prescritas ni cambiar las lecturas y el salmo responsorial con otros textos no bíblicos.
La lectura evangélica se reserva al ministro ordenado. Un laico, aunque sea religioso, no debe proclamar la lectura evangélica en la celebración de la Misa.
La homilía nunca la hará un laico. Tampoco los seminaristas, estudiantes de teología, asistentes pastorales ni cualquier miembro de alguna asociación de laicos.
La homilía debe iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida, sin vaciar el sentido auténtico y genuino de la Palabra de Dios, por ejemplo, tratando sólo de política o de temas profanos, o tomando como fuente ideas que provienen de movimientos pseudo-religiosos.
No se puede admitir un “Credo” o Profesión de fe que no se encuentre en los libros litúrgicos debidamente aprobados.
Las ofrendas, además del pan y el vino, sí pueden comprender otros dones. Estos últimos se pondrán en un lugar oportuno, fuera de la mesa eucarística.
La paz se debe dar antes de distribuir la sagrada Comunión, y se recuerda que esta práctica no tiene un sentido de reconciliación ni de perdón de los pecados.
Se sugiere que el gesto de la paz sea sobrio y se dé a sólo a los más cercanos. El sacerdote puede dar la paz a los ministros, permaneciendo en el presbiterio, para no alterar la celebración y del mismo modo si, por una causa razonable, desea dar la paz a algunos fieles. El gesto de paz lo establece la Conferencia de Obispos, con el reconocimiento de la Sede Apostólica, “según la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos”.
La fracción del pan eucarístico la realiza solamente el sacerdote celebrante, ayudado, si es el caso, por el diácono o por un concelebrante, pero no por un laico. Ésta comienza después de dar la paz, mientras se dice el “Cordero de Dios”.
Es preferible que las instrucciones o testimonios expuestos por un laico se hagan fuera de la celebración de la Misa. Su sentido no debe confundirse con la homilía, ni suprimirla.
Unión de varios ritos con la celebración de la misa
No se permite la unión de la celebración eucarística con otros ritos cuando lo que se añadiría tiene un carácter superficial y sin importancia.
No es lícito unir el Sacramento de la Penitencia con la Misa y hacer una única acción litúrgica. Sin embargo, los sacerdotes, independientemente de los que celebran la Misa, sí pueden escuchar confesiones, incluso mientras en el mismo lugar se celebra la Misa. Esto debe hacerse de manera adecuada.
La celebración de la Misa no puede ser intercalada como añadido a una cena común, ni unirse con cualquier tipo de banquete. No se debe celebrar la Misa, a no ser por grave necesidad, sobre una mesa de comedor, o en el comedor, o en el lugar que será utilizado para un convite, ni en cualquier sala donde haya alimentos. Los participantes en la Misa tampoco se sentarán en la mesa, durante la celebración.
No está permitido relacionar la celebración de la Misa con acontecimientos políticos o mundanos, o con otros elementos que no concuerden plenamente con el Magisterio.
No se debe celebrar la Misa por el simple deseo de ostentación o celebrarla según el estilo de otras ceremonias, especialmente profanas.
No se debe introducir ritos tomados de otras religiones en la celebración de la Misa.
En el capítulo 4, sobre la “Sagrada Comunión”, se ofrecen disposiciones como:
Si se tiene conciencia de estar en pecado grave, no se debe celebrar ni comulgar sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse.
Debe vigilarse para que no se acerquen a la sagrada Comunión, por ignorancia, los no católicos o, incluso, los no cristianos.
La primera Comunión de los niños debe estar siempre precedida de la confesión y absolución sacramental.La primera Comunión siempre debe ser administrada por un sacerdote y nunca fuera de la celebración de la Misa.
El sacerdote no debe proseguir la Misa hasta que haya terminado la Comunión de los fieles.
Sólo donde la necesidad lo requiera, los ministros extraordinarios pueden ayudar al sacerdote celebrante.
Se puede comulgar de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos, con la confirmación de la Sede Apostólica.
Así pues, no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie.
Los fieles tienen siempre derecho a elegir si desean recibir la Comunión en la boca, pero si el que va a comulgar quiere recibir el Sacramento en la mano, se le debe dar la Comunión.
Si existe peligro de profanación, el sacerdote no debe distribuir a los fieles la Comunión en la mano.
Los fieles no deben tomar la hostia consagrada ni el cáliz sagrado por uno mismo, ni mucho menos pasarlos entre sí de mano en mano.
Los esposos, en la Misa nupcial, no deben administrarse de modo recíproco la sagrada Comunión.
No debe distribuirse a manera de Comunión, durante la Misa o antes de ella, hostias no consagradas, otros comestibles o no comestibles.
Para comulgar, el sacerdote celebrante o los concelebrantes no deben esperar que termine la comunión del pueblo.
Si un sacerdote o diácono entrega a los concelebrantes la hostia sagrada o el cáliz, no debe decir nada, es decir, no pronuncia las palabras “el Cuerpo de Cristo” o “la Sangre de Cristo”.
Para administrar a los laicos Comunión bajo las dos especies, se deben tener en cuenta, convenientemente, las circunstancias, sobre las que deben juzgar en primer lugar los Obispos diocesanos.
Se debe excluir totalmente la administración de la Comunión bajo las dos especies cuando exista peligro, incluso pequeño, de profanación.
No debe administrarse la Comunión con el cáliz a los laicos donde: 1) sea tan grande el número de los que van a comulgar que resulte difícil calcular la cantidad de vino para la Eucaristía y exista el peligro de que sobre demasiada cantidad de Sangre de Cristo, que deba sumirse al final de la celebración»; 2) el acceso ordenado al cáliz sólo sea posible con dificultad; 3) sea necesaria tal cantidad de vino que sea difícil poder conocer su calidad y proveniencia; 4) cuando no esté disponible un número suficiente de ministros sagrados ni de ministros extraordinarios de la sagrada Comunión que tengan la formación adecuada; 5) donde una parte importante del pueblo no quiera participar del cáliz por diversos motivos.
No se permite que el comulgante moje por sí mismo la hostia en el cáliz, ni reciba en la mano la hostia mojada. La hostia que se debe mojar debe hacerse de materia válida y estar consagrada. Está absolutamente prohibido el uso de pan no consagrado o de otra materia.
En el capítulo 5, sobre “otros aspectos que se refieren a la Eucaristía”, se aclara que:
La celebración eucarística se ha de hacer en lugar sagrado, a no ser que, en un caso particular, la necesidad exija otra cosa.
Nunca es lícito a un sacerdote celebrar la Eucaristía en un templo o lugar sagrado de cualquier religión no cristiana.
Siempre y en cualquier lugar es lícito a los sacerdotes celebrar el santo sacrificio en latín.
Es un abuso suspender de forma arbitraria la celebración de la santa Misa en favor del pueblo, bajo el pretexto de promover el “ayuno de la Eucaristía”.
Se reprueba el uso de vasos comunes o de escaso valor, en lo que se refiere a la calidad, o carentes de todo valor artístico, o simples cestos, u otros vasos de cristal, arcilla, creta y otros materiales, que se rompen fácilmente.
La vestidura propia del sacerdote celebrante es la casulla revestida sobre el alba y la estola.
El sacerdote que se reviste con la casulla debe ponerse la estola.
Se reprueba no llevar las vestiduras sagradas, o vestir solo la estola sobre la cogulla monástica, o el hábito común de los religiosos, o la vestidura ordinaria.
En el capítulo 6, el documento trata sobre “la reserva de la Santísima Eucaristía y su culto fuera de la Misa”. Se recuerda que:
El Santísimo Sacramento debe reservarse en un sagrario, en la parte más noble, insigne y destacada de la iglesia, y en el lugar más apropiado para la oración.
Está prohibido reservar el Santísimo Sacramento en lugares que no están bajo la segura autoridad del Obispo o donde exista peligro de profanación.
Nadie puede llevarse la Sagrada Eucaristía a casa o a otro lugar.
No se excluye el rezo del rosario delante de la reserva eucarística o del santísimo Sacramento expuesto.
El Santísimo Sacramento nunca debe permanecer expuesto sin suficiente vigilancia, ni siquiera por un tiempo muy breve.
Es un derecho de los fieles visitar frecuentemente el Santísimo Sacramento.
Es conveniente no perder la tradición de realizar procesiones eucarísticas.
El capítulo 7 versa sobre “los ministerios extraordinarios de los fieles laicos”. Allí el documento especifica que:
Las tareas pastorales de los laicos no deben asimilarse demasiado a la forma del ministerio pastoral de los clérigos. Los asistentes pastorales no deben asumir lo que propiamente pertenece al servicio de los ministros sagrados.
Solo por verdadera necesidad se puede recurrir al auxilio de ministros extraordinarios en la celebración de la Liturgia.
Nunca es lícito a los laicos asumir las funciones o las vestiduras del diácono o del sacerdote, u otras vestiduras similares.
Si habitualmente hay un número suficiente de ministros sagrados, no se pueden designar ministros extraordinarios de la sagrada Comunión. En tales circunstancias, los que han sido designados para este ministerio, no deben ejercerlo.
Se reprueba la costumbre sacerdotes que, a pesar de estar presentes en la celebración, se abstienen de distribuir la comunión, encomendando esta tarea a laicos.
Al ministro extraordinario de la sagrada Comunión nunca le está permitido delegar en ningún otro para administrar la Eucaristía.
Los laicos tienen derecho a que ningún sacerdote, a no ser que exista verdadera imposibilidad, rechace nunca celebrar la Misa en favor del pueblo, o que ésta sea celebrada por otro sacerdote, si de diverso modo no se puede cumplir el precepto de participar en la Misa, el domingo y los otros días establecidos. Cuando falta el ministro sagrado, el pueblo cristiano tiene derecho a que el Obispo, en lo posible, procure que se realice alguna celebración dominical para esa comunidad.
Es necesario evitar cualquier confusión entre este tipo de reuniones y la celebración eucarística.
El clérigo que ha sido apartado del estado clerical está prohibido de ejercer la potestad de orden. No le está permitido celebrar los sacramentos. Los fieles no pueden recurrir a él para la celebración.
El capítulo 8 está dedicados a los Remedios:
Cualquier católico tiene derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico, ante el Obispo diocesano o el Ordinario competente que se le equipara en derecho, o ante la Sede Apostólica, en virtud del primado del Romano Pontífice.