Yo os digo, no repliquéis al malvado

Lo más importante, ¿los ritos o las personas?

No obstante la crisis religiosa, que estamos viviendo, son bastantes los cristianos que se ponen nerviosos si se les habla de innovaciones o cambios en la liturgia de la misa y demás sacramentos. Esta postura es comprensible. Lo que seguramente no saben quienes defienden esta posición -y la defienden no sólo con energía sino incluso con indignació – es que, sin darse cuenta, quienes adoptan tal postura de forma intolerante, en el fondo, lo que hacen es aceptar y –sin saberlo- reafirmar una de las ideas típicas de Sigmund Freud. Así lo explica un autor tan documentado como es Gerd Theissen, comentando un texto importante del volumen 7º de las “Gesammelte Werke” (p. 129-131) de Freud. El rito se constituye en un fin en sí, que se contrapone al caos, que es lo más opuesto al orden. Por eso los ritos sirven para defenderse del caos. O, en otras palabras, los ritos sirven para defenderse del miedo, que precipita al individuo en un caos psíquico.

Estas ideas han sido desarrolladas por Víctor Turner y Rolf Gehelen. De ahí que, para no pocas personas, cambiarles los ritos y, sobre todo, quitar el ritual o su lenguaje (por ejemplo, el latín) es quitarles un factor fundamental de su seguridad en la vida o en su relación con Dios.

Pero, es claro, las personas que se meten de lleno en este proceso y, por eso, se aferran a la exacta observancia de los ritos, aparte del miedo inconsciente que eso entraña, tiene una consecuencia religiosa y social que nos aleja del Evangelio más de lo que imaginamos. ¿Por qué Jesús tuvo tantos conflictos con los maestros de la Ley, con los fariseos y con los sacerdotes? Siempre la misma historia: porque no observaba el sábado, no ayunaba, no cumplía los rituales de pureza cultual, andaba con malas compañías (pecadores, publicanos), tenía amistades peligrosas… Y todo esto, ¿por qué? La respuesta más clara y más directa la dio Jesús cuando explicó lo que será verdaderamente decisivo en el juicio final. No será la observancia de los “ritos” religiosos, sino la relación que cada cual tiene con la felicidad o el sufrimiento de las “personas” (Mt 25, 31-46).

Cuando el Señor de la Gloria venga a pedir cuentas a cada cual, a nadie le va a preguntar si dijo la misa en latín o en otra lengua, si cumplió con las normas litúrgicas al pie de la letra, si ayunó o dejó de ayunar, etc. O el Evangelio es mentira o la liturgia le preocupa a Dios bastante menos que al clero y sus más fieles adeptos. Lo que al Dios de Jesús le interesa no es la fiel observancia de los ritos, sino que tengamos sensibilidad para dar de comer al que pasa hambre, para estar con el enfermo, para acoger al extranjero, para interesarse por los que están en la cárcel. Muchas veces me pregunto por qué en el Vaticano hay una Sagrada Congregación que vigila la observancia de los ritos. Y por qué no hay otra Congregación Sagrada que se preocupe por los millones de criaturas que sufren más de lo que humanamente se puede soportar. Comprendo que todo esto ponga nerviosos y hasta indigne a algunos cristianos. Pero quienes se ponen nerviosos, al leer esto, ¿no se preguntan por qué hay tantas personas en la Iglesia que no tolerarían ver las parroquias y los templos sucios, descuidados, desordenados, abandonados, misas que no las dice el cura, sino el sacristán; o misas que el cura dice en mangas de camisa…, pero resulta que esas mismas personas no pierden el sueño sabiendo que cada día se mueren de hambre más de 30.000 personas? ¿No será verdad que nuestra exactitud en la observancia y en el cumplimiento de los ritos sagrados nos sirve de “calmante espiritual” que tranquiliza nuestra conciencia?

Una llamada escandalosa

La llamada al amor es siempre atractiva. Seguramente, muchos acogían con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les hablara de amar a los enemigos.

Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de la tradición bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al clima general que respiraba en su entorno de odio hacia los enemigos, proclamó con claridad absoluta su llamada: «Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen».

Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse, sino en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios no ha de introducir en el mundo odio ni destrucción de nadie.

El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús dirigida a personas llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la historia una actitud nueva ante el enemigo, porque quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia destructora. Quien se parezca a Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos, incluso el de sus enemigos.

Cuando Jesús habla del amor al enemigo no está pidiendo que alimentemos en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los sentimientos de nuestro corazón.

Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor o afecto hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando odio y sed de venganza.

Pero no se trata solo de no hacerle daño. Podemos dar más pasos hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos. Podemos incluso devolverle bien por mal.

El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias, a la persona se le puede hacer prácticamente imposible liberarse enseguida del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.

José Antonio Pagola
7 Tiempo ordinario - A
(Mateo 5,38-48)
19 de febrero 2017

VII Domingo del Tiempo Ordinario.

Levítico 19, 1-2. 17-18; Sal 102; Corintios 3, 16-23; Mateo 5, 38-48

SANTIFICADOS Y MISERICORDIOSOS

Dos mensajes destacan en las lecturas de este domingo:

El primero consiste en la revelación de nuestra identidad, lo que somos por gracia: “Sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros”. “Vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios”. Y esta identidad nos la otorga y asegura la misericordia divina: “Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”. “Aleja de nosotros nuestros delitos”.

El segundo mensaje se deriva del primero. Si hemos recibido tanto, es de justicia tratar a los demás como nos trata Dios a nosotros. “No odiarás de corazón a tu hermano”. “No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”. “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”.

Estos dos principios se resumen en dos apotegmas: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”. “Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Si reparamos en la progresión del argumento, la santidad y la perfección derivan en misericordia. Si “el Señor es compasivo y misericordioso”, la llamada a la santidad y a la perfección, que viene de Dios, se cumple ejerciendo la misericordia.

Toda la enseñanza se queda fuera de nosotros, como mera especulación, si no llegamos a personalizar en nuestra vida el regalo que nos ha hecho Dios, a través de su Hijo Jesucristo, al redimirnos de nuestro pecado y concedernos la dignidad identificadora de ser imagen suya. Desde esta experiencia nace al mismo tiempo la conciencia agradecida y comprometida.

Si soy del Señor, y Él me ha alcanzado con su misericordia; si mi título noble es haber sido perdonado por Jesús, no tengo de qué gloriarme sino de quien es mi Señor y mi Salvador.

Me confunde que, en medio de mi pobreza, de mi debilidad y bajeza, pueda sentir el amor, la ternura, la paciencia de Dios. Sé que es regalo inmerecido la salida de la tierra de esclavitud y mi liberación interior. Sé que es Providencia divina el pan y el agua al borde del camino, en momentos de extrema necesidad, como alimento del alma. Sé que es la fuerza del Señor la que me sostiene, ante el riesgo de la quiebra de la fidelidad y de la esperanza.

No tengo otro título por el que gloriarme que el de haber sido perdonado, amado, llamado, sostenido, invitado, fortalecido, sanado por el Señor. Y por todo ello, canto mi Magnificat, porque el Señor ha mirado mi humillación, y no me ha dejado permanecer en mi pobreza. Él ha enviado a su ángel para ofrecerme el cáliz de la misericordia, y el consuelo de la certeza de la fidelidad divina. ¡Cómo voy a ser inmisericorde con el prójimo!

Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen
San Mateo 5, 38-48, VII Domingo de Tiempo Ordinario, Ciclo A.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, la rutina consume mi vida, la tristeza se asoma a mi alma continuamente. Ayúdame a recobrar la felicidad al sentirme profundamente amado por Ti.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Hoy en día se puede ver que, aunque el Evangelio habla bastante fuerte, parece que nadie lo escucha. Ante la indiferencia de tantos cristianos hacia la Palabra de Dios tenemos testimonios vivientes de quienes si viven y encarnan el Evangelio, por ejemplo.

Si te parece difícil amar a tus enemigos, imagina cuánto más a nuestros hermanos perseguidos en medio oriente. Ellos viven amenazados y en constante riesgo del cual se podrían librar con tan solo rechazar su fe. Sin embargo, no sólo permanecen fieles sino que además piden continuamente por sus perseguidores. Ofrecen sus vidas al Señor por sus mismos verdugos.

Que poco soy capaz de darle a Aquél que me creo, me amo y se entregó por mí. Ayúdame, Señor, a no dejarme llevar por la cobardía. Enséñame a transmitir mi fe con pasión en un mundo que nos persigue y nos tiene amenazados con armas intelectuales e ideológicas.

Madre santísima, dame el valor que tuviste tú al pie de la cruz, que en el momento del profundo dolor sólo supiste amar y dar lo más preciado que tenías, tu hijo Jesucristo.

«Nos encontramos frente a una de las características más propias del mensaje de Jesús, allí donde esconde su fuerza y su secreto; allí radica la fuente de nuestra alegría, la potencia de nuestro andar y el anuncio de la buena nueva. El enemigo es alguien a quien debo amar. En el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos. Nosotros levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Dios tiene hijos y no precisamente para sacárselos de encima. El amor de Dios tiene sabor a fidelidad con las personas, porque es amor de entrañas, un amor maternal/paternal que no las deja abandonadas, incluso cuando se hayan equivocado.»

(Homilía de S.S. Francisco, 19 de noviembre de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Tendré presente en mi corazón a los cristianos perseguidos y buscaré ayudarlos en la medida de mis posibilidades.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Mansueto de Milán, Santo Obispo, 19 de febrero

Martirologio Romano: En Milán, de Lombardía, Italia, san Mansueto, obispo, que luchó firmemente contra la herejía de los monotelitas (c. 680).
Breve Biografía

Entre los tantos y delicadas asuntos cristológicas sobre los que debatía la teología en los primeros siglos de la Iglesia, se encontraba aquella que investigaba sobre si en Cristo hay una o dos voluntades. En el primer caso se habla de "monotelismo", y en el segundo de "duotelismo".

El problema explotó en el siglo VII, con un Oriente preponderantemente monotelista. A tal grado llegó la disputa, que incluso hubo intervenciones imperiales que llegaron a prohibir bajo penas severas la continuación de la disputa.

En diversos Concilios, en cambio, la cuestión se abordó condenando la posición monotelita como un error pernicioso, ya que el monotelismo era en realidad una sutil respuesta herética sobre la verdadera naturaleza de Jesús: la de ser verdadero Dios y verdadero hombre, dogma proclamado por la Iglesia. La doctrina de la presencia de dos voluntades en Cristo, la divina y la humana, fue reafirmada por el Concilio de Letrán (octubre de 649), convocado por el Papa San Martín I, lo que le costó la muerte, ordenada por el emperador, ya que la convocatoria tenía una clara orientación duotelista.

La discusión se prolongó algún tiempo, y entre los que tomaron parte en ella se encuentra san Mansueto, cuadragésimo obispo de Milán. Su intervención en el Concilio de Roma (marzo de 680) tuvo exactamente ese sentido: desaprobar el monotelismo y dejar claro cómo las dos voluntades coexisten en Cristo, la voluntad humana sujeta a la divina, pero permaneciendo activa, como verdadero hombre.

San Mansueto estaba tan convencido de que estando de parte de Jesús se estaba de parte del hombre que luchó valientemente contra el monotelismo en todas sus actividades, sea como obispo, como organizador o escritor. Contra esta herejía (que, si ponemos algo de atención notaremos que incluso en nuestros días aun existe, algunas veces algo escondida), escribió un importante libro de argumentación doctrinal.

Aunque su celebración es el 19 de febrero, en la liturgia ambrosiana su fiesta se traslada al 2 de septiembre, para que no caiga en Cuaresma.

Francisco en la ventana

Francisco reza por las víctimas de los atentados de Pakistán e Irak
El Papa denuncia "la tragedia de los niños soldados" en el Congo
"El amor al prójimo incluye el amor a los enemigos" y "esto no es nada fácil"

José Manuel Vidal, 19 de febrero de 2017 a las 12:35

Hay que pedir justicia y practicar la justicia, pero nos está prohibido vengarse o fomentar la venganza como expresión del odio o de la violencia

(José M. Vidal).- Como cada domingo, el Papa Francisco se asoma a la cátedra de la ventana, para rezar el ángelus e impartir la catequesis ante una multitud, que le aclama. Predica el amor a los enemigos "nada fácil", mientras denuncia "la tragedia de los niños soldados" de África y los atentados terroristas de Pakistán y de Irak.

Algunas frases de la catequesis del Papa
"En el Evangelio de este domingo, una de las mejores páginas que expresan la revolución cristiana"
"La ley del amor que supera la ley del talión"
"Jesús no pide a sus discípulos sufrir el mal, sino de reaccionar, pero no con otro mal, sino con el bien"
"Sólo así se rompe la cadena del mal"
"Y cambian realmente las cosas"
"El mal, de hecho, es un vacío de bien, un vacío que no se puede rellenar con otro vacío"
"La represalia nunca lleva a la resolución de conflictos y no es cristiano"

"La renuncia a algún derecho"
"Una renuncia que no quiere decir que se ingnoren las exigencias de la justicia"
"El amor cristiano representa una realización superior de la justicia"
"Neta distinción entre la justicia y la venganza"
"La venganza nunca es justa"
"Hay que pedir justicia y practicar la justicia, pero nos está prohibido vengarse o fomentar la venganza como expresión del odio o de la violencia"
"El amor al prójimo incluye el amor a los enemigos"
"Esto no es fácil"
"El enemigo es también una persona humana, creada a imagen de Dios"
"Nosotros también podemos entrar en conflicto con nuestro prójimo y con nuestros familiares"
"¡Cuántas enemistades en las familias!"
"Los enemigos son los que hablan mal de nosotros y nos calumnian"
"Y no es fácil digerir esto"
"Estamos llamados a responderles con el bien"
"La Virgen nos ayude a seguir a Jesús por este camino exigente"
"Ser artesanos de comunión y de fraternidad en nuestra vida cotidiana y en nuestra familia"

Saludos del Papa tras el ángelus
"Siguen llegando noticias de conflictos violentos y brutales en la región de Kasai central, en la República democrática del Congo"
"Llamo a la conciencia y a la responsabilidasd de las autoridades nacionales y de la comunidad internacional, para que se tomen decisiones adecuadas y rápidas para socorrer a estos nuestros hermanos y hermanas"
"Siento un fuerte dolor por las víctimas, especialmente por tantos niños sacados de sus familias y de la escuela, para ser utilizados como soldados. Ésta es una tragedia, la de los niños soldados".
"Mi cercanía y mi oración a las poblaciones de África y de otras partes del mundo, que sufren a causa de la violencia y de la guerra. Pienso, en particular, en Pakistán y en Irak, golpeados por crueles actos terroristas"
"Recemos por la víctimas. Que todo corazón endurecido por el odio se convierta a la paz, según la voluntad de Dios"
"Recemos un momento en silencio"
Saluda, entre otros, a los fieles de Jérez, Cádiz y Madrid.

VII Domingo Ordinario – Más allá de la violencia

Angeles Con La Sagrada Faz (ZENIT- Cc - Iglesia De San Gioacchino In Prati - Roma)

Levítico: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo”

Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”

Corintios 3, 16-23: “Ustedes son templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en ustedes”
San Mateo 5, 38-48: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”

¿Quién no se ha estremecido con las imágenes aterradoras que nos llegan desde los países en conflicto? ¿Un niño ensangrentado y mutilado? ¿Quién no se llena de indignación cuando escuchamos los horrores de las guerras? Muchos temen que una pequeña chispa desencadene una gran conflicto mundial y no son pocos los que hablan ya, de la posibilidad cercana de la Tercera Guerra Mundial. Nos escandalizamos de la irracionalidad de los conflictos y nos parece absurdo que de la nada surjan terribles masacres. El Papa Francisco hace constantes llamados a dejar a un lado los conflictos y la venganza. “Los esfuerzos realizados en Colombia para construir puentes de paz y reconciliación pueden inspirar a todas las comunidades a superar las hostilidades y las divisiones.. Cuando las víctimas de la violencia son capaces de resistir a la tentación de la venganza, se convierten en promotores más creíbles de la no violencia y de la construcción de la paz”, afirma y pide que la no violencia “se pueda convertir en el estilo característico de nuestras decisiones, nuestras relaciones, nuestras acciones, de la políticas en todas sus formas”. ¿Lo hemos pensado para nuestras relaciones diarias en casa, en trabajo, en la sociedad?

Como cañonazos explosivos sonarán las frases que provienen desde la montaña y nos parecerá casi imposible hacerlas cercanas a este mundo tan saturado de violencia, de odios, y de dudas. El Levítico nos trae la exigencia que Dios le hace a Moisés: “Sean santos porque yo, el Señor, soy santo”. No es una afirmación ambigua, ni pretende una santidad estereotipada que nos aleja del mundo. Se traduce en actitudes muy concretas: “No odies a tu hermano ni en lo secreto de tu corazón… no te vengues ni guardes rencor… ama a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Está claro en qué consiste la santidad? Si reconocemos que tenemos un Dios que es bueno como el pan que a todos alimenta, que para todos se reparte, y si se nos invita a parecernos a Él, la santidad no quedará en aislamientos ni indiferencias. La santidad será como el sol que cada día, con una terca insistencia, pretende iluminar y dar calor a todos los humanos, sin hacer distinción de razas, de colores o de estados de ánimo. Así es nuestro Dios y así nos invita a vivir.

La segunda frase proviene de San Pablo: “¿No saben ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?”. ¿Cómo podemos vivir con apatía e indiferencia? No somos poca cosa. Dios no hace basura y nos ha formado con gran dignidad. Valemos mucho como personas.

Sin embargo se han incrementado los suicidios en forma alarmante disque por decepciones amorosas, por problemas económicos o por soledad y alcoholismo. ¿Razones suficientes para acabar con la propia vida? Si no nos amamos nosotros, ¿cómo vamos a amar a los demás? El amor al prójimo está basado en el amor a nosotros mismos, pero necesitamos reconocer la propia dignidad. Y no se trata de falsos orgullos, sino de poner los cimientos de nuestro verdadero valor a tal grado que San Pablo dice: “Ustedes son de Cristo”. Necesitamos vivir con esa dignidad reconociéndonos templos llenos de la presencia de Dios. Nunca lo debemos olvidar y no podremos vivir de una manera negativa porque nosotros somos ese templo de Dios.

Cristo, desde la montaña, también se une a estas exigencias: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”. Invita a sus discípulos a romper la escalada que inicia con la violencia, que continúa con las venganzas y que finaliza dejando el corazón lleno de odios y resentimientos. La antigua ley buscaba proteger al más desvalido y exigía cobrar ojo por ojo y diente por diente, pero no solucionaba de fondo la violencia porque el corazón lleno de rencor no permite encontrar la paz. Quien se pudre por dentro para que no lo trague el prójimo, queda vacunado contra el hermano pero acaba podrido para toda la vida. El otro no puede ser “enemigo”, es un ser humano, alguien que sufre y goza, que busca y espera. Sí, ya sé que en la mente de muchos de nosotros se harán presentes esas personas molestas y fastidiosas que nos cuesta mucho tratar diariamente con cariño, o estaremos pensando en los grandes asesinos o en los narcotraficantes y corruptos. ¿Cómo amar o aceptar a tales personas? Mi pregunta siempre será: ¿cómo los ama Dios? ¿Cómo da la vida Jesús también por ellos? La violencia nunca se solucionará con violencia. ¿No tendremos también nosotros otra propuesta?

A Cristo lo llamaron loco, pero sus propuestas son las únicas que de verdad pueden solucionar la violencia. Y Cristo nos invita a realizar cosas “extraordinarias”. La vocación del cristiano es una vocación a la locura y también a lo extraordinario. No está llamado a ser mediocre y conformista, sino a realizar grandes proezas: parecerse a Dios Santo, vivir como templo de Dios y ser perfecto como el Padre celestial. La Palabra de Dios no es letra muerta, sino viva y palpitante y deja inquietos. Estamos llamados a realizar cosas extraordinarias, como es extraordinario el perdón, el amor sin condiciones, y la apertura a los diferentes. No se trata de utilizar palabras dulzonas ni de hacer ostentación de sentimientos, sino el comportamiento solícito por el otro. El amor cristiano nace de lo profundo de la persona, de saberse amado de Dios y quiere ser reflejo y expresión de ese amor del Padre que nos abraza a todos. Amar al prójimo significa hacerle bien pero también exige aceptarlo, respetarlo y descubrir lo que hay en él de presencia de Dios. El mal, a pesar de las apariencias, siempre será débil. El odio brota del miedo y de sentirse amenazado. La ofensa necesita de la venganza. En cambio el amor es la única fuerza capaz de cortar de raíz la violencia. Es urgente un “¡ya basta!” a la violencia y aceptar “la no violencia” que Cristo nos propone. El cristiano es vencedor no cuando logra posesionarse de las armas del enemigo, sino cuando dejando las propias armas, lo convierte en amigo. La debilidad del amor es la única fuerza capaz de desarmar el mal.

La invitación hoy será a tomar en serio las palabras que nos ofrece “La Palabra”, reconocernos como personas valiosas, amadas por Dios. Dejarnos cuidar, abrazar y querer por Dios Padre para así lanzarnos en pos del gran ideal, que nos parece extraordinario: amar, perdonar, ser santos y vivir como templos del Espíritu.

Señor Jesús, que nos propones a Papá Dios como único modelo de amor y de paz, concédenos que, dejando las armas de la venganza y la violencia, nos arriesguemos a acompañarte en tu aventura de construir un mundo sin odios, un mundo de hermanos, un reino de paz. Amén.

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