Mira a Cristo pobre

Evangelio según San Lucas 9,22-25. 

Jesús dijo a sus discípulos: "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día". Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. 

Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida? 

Beato Carlos Bono

Beato Carlos el Bueno, mártir

En Brujas, en Flandes, beato Carlos Bono, mártir, que, siendo príncipe de Dinamarca y después conde de Flandes, se mostró paladín de la justicia y defensor de los pobres, hasta que fue asesinado por unos soldados a los que buscaba en vano inducir a la paz.
Hijo de San Canuto, rey de Dinamarca. Al  llegar  a la mayoría de edad fue proclamado Conde de Flandes  y de Amiens. Su gobierno sabio y benéfico y su santidad  personal le ganaron el título de "el Bueno".

A raíz de  un invierno muy largo y frio, comenzó a escasear los  alimentos para la población.  Carlos tomó medidas extraordinarias para  que a los pobres no les faltara de comer. Algunas de  esas medidas perjudicaron a los especuladores quienes tramaron su  muerte.

Una  mañana de 1127, cuando el conde oraba ante el altar  de Nuestra Señora los conspiradores cayeron sobre él y lo  decapitaron. Sus restos están en la Catedral de Brujas, Bélgica.

Su  culto  fue confirmado por León XIII en 1883.

Oremos
Que la poderosa intercesión de los santos mártires sea nuestra ayuda, Señor, y que su oración nos haga fuertes en la confesión intrépida de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario  de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de las Apariciones Madrid,  España (1449).

San Máximo de Turín (¿-c. 420), obispo Sermón 28; PL 587

Cuaresma, cuarenta días que nos conducen hacia el bautismo en la muerte y resurrección de Cristo.

“En el momento favorable te escuché; el día de la salvación te auxilié” (cf Is 49,8). El apóstol Pablo continúa la cita por estas palabras: “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.” (2Cor 6,2). Por mi parte, os hago testimonios de que han llegado los días de salvación, ha llegado, de algún modo, el tiempo de la curación espiritual. Podemos cuidar todas las llagas de nuestros vicios, todas las heridas de nuestros pecados, si lo pedimos al médico de nuestras almas, si...no descuidamos ninguno de sus preceptos.... 

El médico es Nuestro Señor Jesucristo, quien dijo. “Soy yo quien da la vida y la muerte (Dt 32,39). El Señor primero da la muerte, luego la vida. Por el bautismo, el Señor destruye en nosotros el adulterio, el homicidio, los crímenes y robos. Luego, nos hace vivir como hombres nuevos en la inmortalidad eterna. Morimos a nuestros pecados, evidentemente, por el bautismo, volvemos a la vida gracias al Espíritu de vida... Entreguémonos a nuestro médico con paciencia para recobrar la salud. Todo lo que habrá descubierto en nosotros, como indigno, manchado por el pecado, comido por las úlceras, lo cortará, lo zanjará, lo retirará para que no quede nada de todo esto en nosotros, sino sólo lo que pertenece a Dios. 

La primera prescripción suya es: consagrarse durante cuarenta días al ayuno, a la oración, a las vigilias. El ayuno cura la molicie, la oración alimenta el alma religiosa, las vigilias echan fuera las trampas del diablo. Después de este tiempo consagrado a estas observancias, el alma purificada y probada por tantas prácticas, llega al bautismo. Recobra fuerzas sepultándose en las aguas del Espíritu: todo lo que fue quemado por las llamas de las enfermedades renace en el rocío de la gracia del cielo... Por un nuevo nacimiento, nacemos transformados.

El comienzo de la Cuaresma
Cuaresma. Miércoles de ceniza. Si busco a Dios, es el momento para caminar, para buscarlo, para encontrarlo y purificar mi corazón.

Miércoles de Ceniza
Hoy empezamos la Cuaresma a través de la imposición de las cenizas, un símbolo que es muy conocido para todos. La ceniza no es un símbolo de muerte que indica que ya no hay vida ni posibilidad de que la haya. Nosotros la vamos a imponer sobre nuestras cabezas pero no con un sentido negativo u oscuro de la vida, pues el cristiano debe ver su vida positivamente. La ceniza se convierte para nosotros al mismo tiempo en un motivo de esperanza y superación. La Cuaresma es un camino, y las cenizas sobre nuestras cabezas son el inicio de ese camino. El momento en el cual cada uno de nosotros empieza a entrar en su corazón y comienza a caminar hacia la Pascua, el encuentro pleno con Cristo.

Jesucristo nos habla en el Evangelio de algunas actitudes que podemos tener ante la vida y ante las cosas que hacemos. Cristo nos habla de cómo, cuando oramos, hacemos limosna, hacemos el bien o ayudamos a los demás, podríamos estar buscándonos a nosotros mismos, cuando lo que tendríamos que hacer es no buscarnos a nosotros mismos ni buscar lo que los hombres digan, sino entrar en nuestro interior: “Y allá tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.”

Es Dios en nuestro corazón quien nos va a recompensar; no son los hombres, ni sus juicios, ni sus opiniones, ni lo que puedan o dejen de pensar respecto a nosotros; es Nuestro Padre que ve en lo secreto quien nos va a recompensar. Que difícil es esto para nosotros que vivimos en una sociedad en la cual la apariencia es lo que cuenta y la fama es lo que vale.

Cristo, cuando nosotros nos imponemos la ceniza en la cabeza nos dice: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres; de lo contrario no tendrán recompensa con su Padre Celestial”. ¿Qué recompensa busco yo en la vida?

La Cuaresma es una pregunta que entra en nuestro corazón para cuestionarnos precisamente esto: ¿Estoy buscando a Dios, buscando la gloria humana, estoy buscando la comprensión de los demás? ¿A quién estoy buscando?

La señal de penitencia que es la ceniza en la cabeza, se convierte para nosotros en una pregunta: ¿A quién estamos buscando? Una pregunta que tenemos que atrevernos a hacer en este camino que son los días de preparación para la Pascua; la ceniza cae sobre nuestras cabezas, pero ¿cae sobre nuestro corazón?

Esta pregunta se convierte en un impulso, en un dinamismo, en un empuje para que nuestra vida se atreva a encontrarse a sí misma y empiece a dar valor a lo que vale, dar peso a lo que tiene.

Este es el tiempo, el momento de la salvación, nos decía San Pablo. Hoy empieza un período que termina en la Pascua: La Cuaresma, el día de salvación, el día en el cual nosotros vamos a buscar dentro de nuestro corazón y a preguntarnos ¿a quién estamos buscando? Y la ceniza nos dice: quita todo y quédate con lo que vale, con lo fundamental; quédate con lo único que llena la vida de sentido. Tu Padre que ve en lo secreto, sólo Él te va a recompensar.

La Cuaresma es un camino que todo hombre y toda mujer tenemos que recorrer, no lo podemos eludir y de una forma u otra lo tenemos que caminar. Tenemos que aprender a entrar en nuestro corazón, purificarlo y cuestionarnos sobre a quién estamos buscando.

Este es le sentido de la ceniza en la cabeza; no es un rito mágico, una costumbre o una tradición. ¿De qué nos serviría manchar nuestra frente de negro si nuestro corazón no se preguntara si realmente a quien estamos buscando es a Dios? Si busco a Dios, esta Cuaresma es el momento para caminar, para buscarlo, para encontrarlo y purificar nuestro corazón.

El camino de Cuaresma va a ser purificar el corazón, quitar de él todo lo que nos aparta de Dios, todo aquello que nos hace más incomprensivos con los demás, quitar todos nuestros miedos y todas las raíces que nos impiden apegarnos a Dios y que nos hacen apegarnos a nosotros mismos. ¿Estamos dispuestos a purificar y cuestionar nuestro corazón? ¿Estamos dispuestos a encontrarnos con Nuestro Padre en nuestro interior?

Este es el significado del rito que vamos hacer dentro de unos momentos: purificar el corazón, dar valor a lo que vale y entrar dentro de nosotros mismos. Si así lo hacemos, entonces la Cuaresma que empezaremos hoy de una forma solemne, tan solemne como es el hecho de que hoy guardamos ayuno y abstinencia (para que el hambre física nos recuerde la importancia del hambre de Dios), se convertirá verdaderamente en un camino hacia Dios.

Este ha de ser el dinamismo que nos haga caminar durante la Cuaresma: hacer de las mortificaciones propias de la Cuaresma como son lo ayunos, las vigilias y demás sacrificios que podamos hacer, un recuerdo de lo que tiene que tener la persona humana, no es simplemente un hambre física sino el hambre de Dios en nuestros corazones, la sed de la vida de Dios que tiene que haber en nuestra alma, la búsqueda de Dios que tiene haber en cada instante de nuestra alma.

Que éste sea el fin de nuestro camino: tener hambre de Dios, buscarlo en lo profundo de nosotros mismos con gran sencillez. Y que al mismo tiempo, esa búsqueda y esa interiorización, se conviertan en una purificación de nuestra vida, de nuestro criterio y de nuestros comportamientos así como en un sano cuestionamiento de nuestra existencia. Permitamos que la Cuaresma entre en nuestra vida, que la ceniza llegue a nuestro corazón y que la penitencia transforme nuestras almas en almas auténticamente dispuestas a encontrarse con el Señor.
 
Miércoles de Ceniza. La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza y es un tiempo de oración, penitencia y ayuno.

Inés de Bohemia (de Praga), Santa

Abadesa, 2 de marzo

Martirologio Romano: En Praga, de Bohemia, santa Inés, abadesa, hija del rey Otokar, que, tras haber renunciado a nupcias reales y deseosa de desposarse con Jesucristo, abrazó la Regla de santa Clara en el monasterio edificado por ella misma, donde quiso observar la pobreza conforme a la regla ( c. 1282).

Etimológicamente: Inés = Aquella que se mantiene pura, es de origen latino

Fecha de canonización: 12 de noviembre de 1989 por el Papa Juan Pablo II.

Breve Biografía

Inés, hija de Premisl Otakar I, rey de Bohemia y de la reina Constancia, hermana de Andrés I, rey de Hungría, nació en Praga en el año 1211. En 1220, prometida en matrimonio a Enrique VII, hijo del emperador Federico II, fue llevada a la corte del duque de Austria, donde vivió hasta el año 1225, manteniéndose siempre fiel a los deberes de la vida cristiana.

Rescindido el pacto de matrimonio, volvió a Praga, donde se dedicó a una vida de oración más intensa y a obras de caridad; después de madura reflexión decidió consagrar a Dios su virginidad.

A través de los franciscanos, que iban a Praga como predicadores itinerantes, conoció la vida espiritual que llevaba en Asís la virgen Clara, según el espíritu de San Francisco. Quedó fascinada y decidió seguir su ejemplo. Con sus propios bienes fundó en Praga entre 1232 y 1233 el hospital de San Francisco y el instituto de los Crucíferos para que los dirigieran. Al mismo tiempo fundó el monasterio de San Francisco para las “Hermanas Pobres o Damianitas”, donde ella misma ingreso el día de Pentecostés del año 1234. Profesó los votos de castidad, pobreza y obediencia, plenamente consciente del valor eterno de estos consejos evangélicos, y se dedicó a practicarlos con fervorosa fidelidad, durante toda su vida.

La virginidad por el Reino de los cielos siguió siendo siempre el elemento fundamental de su espiritualidad, implicando toda la profunda afectividad de su persona en la consagración del amor indiviso y esponsal a Cristo. El espíritu de pobreza, que ya la había inducido a distribuir sus bienes a los pobres, la llevó a renunciar totalmente a la propiedad de los bienes de la tierra para seguir a Cristo pobre en la Orden de las “Hermanas Pobres”. El espíritu de obediencia la condujo a conformar siempre su voluntad con la de Dios, que descubría en el Evangelio del Señor y en la regla de vida que la Iglesia le había dado. Trabajó junto con santa Clara para obtener la aprobación de una Regla nueva y propia que, después de confiada espera, recibió y profesó con absoluta fidelidad.

Constituida, poco después de la profesión, abadesa del monasterio, conservó esta función durante toda la vida y la ejerció con humildad, sabiduría y celo, considerándose siempre como “la hermana mayor”.

Amó a la Iglesia, implorando para sus hijos los dones de la perseverancia en la fe y la solidaridad cristiana. Se hizo colaboradora de los Romanos Pontífices, que para el bien de la Iglesia solicitaban sus oraciones y su mediación ante los reyes de Bohemia, sus familiares. Amó a su patria, a la que benefició con las obras de caridad individuales y sociales y con la sabiduría de sus consejos, encaminados siempre a evitar conflictos y a promover la fidelidad a la religión cristiana de los padres. En los últimos años soportó inalterable los dolores que la afligieron a ella, a la familia real, al monasterio y a la patria.

Murió santamente en su monasterio el 2 de marzo de 1282. El culto tributado desde su muerte y a lo largo de los siglos a la venerable Inés de Bohemia, tuvo el reconocimiento apostólico (confirmación de culto) con el decreto aprobado por el Papa Pío IX el 28 de noviembre de 1874.

Unir mi cruz a la de Cristo
San Lucas 9, 22-25, Jueves después de Ceniza

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Creo, Señor, que la oración es el mejor momento en el que puedo entrar en relación contigo. Sabes bien cuánto te amo y los deseos que tengo de amarte en este día un poco más. Gracias por todos los dones y beneficios que presentas en mi vida. Aumenta mi fe, mi esperanza y mi caridad. Concédeme en esta cuaresma prepararme bien para encontrarme contigo en la Semana Santa.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
En este pasaje me presentas los padecimientos que sabías iban a venir en los días de tu pasión. El dolor y el sufrimiento son elementos que quisiste tomar cuando te hiciste hombre por mí. Siendo Dios pudiste haber elegido una vida tranquila, cómoda, sin dolores, sin traiciones, sin sufrimientos, sin preocupaciones. Una vida de algodón. Sin embargo, quisiste compartir conmigo la realidad en la que me encuentro a diario. Una vida de cruz.

¿Qué hombre hay que no sufra? ¿Qué ser humano se encuentra libre de toda preocupación, dolor, traición, engaño, enfermedad o miseria? Ninguno. Tú, quisiste por ello dar sentido y valor a esta dimensión que llevo conmigo. Tú sabías bien lo que te esperaba en pocos días, pudiste huir y evitarlo. Pero no. Lo acogiste, lo enfrentaste, lo padeciste. Y todo ello, por amor a mí.

Permíteme, Señor, contemplar tu dolor y tu sufrimiento, permíteme contemplar tu amor porque en Ti encuentro el modelo a mi actuar. Desde que aceptaste esta realidad humana no hay hombre que no se pueda sentir identificado contigo. Tú, Jesús, padeciste la traición de los amigos, el abandono de los cercanos, la injuria, la difamación, la ira, la violencia, la debilidad, el cansancio, la sed, la desnudez, para con ello pagar mi entrada en el cielo y demostrarme que Tú, mi Dios, me conoces, me comprendes, me entiendes, me amas.

Dime, Señor, qué encontraste en el sufrimiento y la cruz que no huiste de ella aunque pudiste hacerlo. Dime qué se oculta en esa cruda realidad que la aceptaste con amor y paciencia. Enséñame los frutos del dolor, del sufrimiento en mi vida. Porque ellos no son algo vano desde que Tú los aceptaste.

Dame la gracia, Señor, de unir mi cruz a la tuya y no padecer sólo los males de esta vida. Sino siempre tener la confianza que caminas a mi lado, sufres conmigo, lloras conmigo y me sostienes con tu amor para llegar así a la gloria de la resurrección.

La paz de Jesús brota de la victoria sobre el pecado, sobre el egoísmo que nos impide amarnos como hermanos. Es don de Dios y signo de su presencia. Todo discípulo, llamado hoy a seguir a Jesús cargando la cruz, recibe en sí la paz del Crucificado Resucitado con la certeza de su victoria y a la espera de su venida definitiva.

(Homilía de S.S. Francisco, 1 de mayo de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy cuando algo me sea costoso o no me guste, se lo ofreceré al Señor por alguna intención.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La conversión del corazón
Meditaciones para toda la Cuaresma

Jueves después de Ceniza. ¿A quién dirigimos el corazón? ¿Hacia quién me estoy dirigiendo yo?

Reflexionar es una conversión que no debe ser solamente una conversión exterior, sino que debe ir sobre todo hacia la conversión del corazón. La conversión del corazón que viene a ser el núcleo de toda la Cuaresma, es vista por la Escritura, como un momento de elección por parte del hombre que debe dirigir a Alguien. La pregunta es: ¿A quién dirigimos el corazón? ¿Hacia quién me estoy dirigiendo yo? En este período en el cual la Iglesia nos invita a reflexionar más profundamente tenemos que preguntarnos: ¿Hacia dónde voy yo?

En la primera lectura Dios pone delante del pueblo de Israel el bien y el mal, diciéndole que puede elegir, decir a quién quiere servir, qué quiere hacer de su vida. Tú también vas a decidir si quieres vivir tu vida amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a Él, o vas a tener un corazón que se resiste. Es en lo profundo de nuestra intimidad donde acabamos descubriendo hacia quién estamos orientando nuestra vida.

La Escritura nos habla por un lado de un corazón que se resiste a Dios y por otro lado de un corazón que se adhiere a Dios. Mi corazón se resiste a Dios cuando no quiero ver su gracia, cuando no quiero ver su obra en mi vida, cuando no quiero ver su camino sobre mi existencia. Mi corazón se adhiere a Dios, cuando en medio de mil inquietudes, vicisitudes, en medio de mil circunstancias yo voy siendo capaz de descubrir, de encontrar, de amar, de ponerme de delante de Él y decirle: "aquí estoy, cuenta conmigo".

Jesús en el Evangelio nos presenta esta elección, entre resistencia del corazón y la adhesión del corazón como una adhesión por Él o contra Él: "El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue su cruz cada día y se venga conmigo." Una conversión que no es solamente el cambiar el comportamiento; una conversión que no es simplemente el tener una doctrina diferente; una conversión que no es buscarse a sí mismo, sino seguir a Jesucristo. Esta es la auténtica conversión del corazón.

Jesús pone como polo opuesto, como manifestación de la resistencia del corazón el querer ganar todo el mundo. ¿Qué prefieres tú? ¿Cuál es la opción de tu vida, cuál es el camino por el cual tu vida se orienta, ganar todo el mundo si no te ganas a ti mismo?, pero si has perdido a base de la resistencia de tu corazón lo más importante que eres tú mismo, ¿cómo te puedes encontrar?. Solamente te vas a encontrar adhiriéndote a Dios.

Deberíamos entrar en nuestra alma y ver que estamos ganando o qué estamos perdiendo, a qué nos estamos resistiendo y a quién nos estamos adhiriendo. Este es el doble juego que tenemos que hacer y no lo podemos evitar. Nuestra alma, de una forma u otra, se va a orientar hacia adherirse a Dios, automáticamente está construyendo en su interior la resistencia a Dios. El alma que no busca ganarse a sí misma dándose a Dios, está automáticamente perdiéndose a sí misma.

Son dos caminos. A nosotros nos toca elegir: "Dichoso el hombre que confía en el Señor, éste será dichoso; en cambio los malvados serán como paja barrida por el viento. El Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo": ¿Qué camino llevo en este inicio de Cuaresma? ¿Es un camino de seguimiento? Me dice Nuestro Señor: ¿Eres de los que quieren estar conmigo, de los que quieren adherirse a’Mí? ¿O eres de los que se resisten?

Una divertida guía de cómo vivir la Cuaresma

Sabemos que el Miércoles de ceniza marca la entrada a Cuaresma. Este periodo nos recuerda los 40 días que Jesús estuvo en el desierto. Aquí él venció las tentaciones del demonio e hizo grandes sacrificios, pasando por un tiempo muy duro. Les pregunto ahora, ¿cómo van a vivir su Cuaresma?, ¿qué es lo que deberíamos hacer en estos días?

Es importante recordar que se nos pide ayuno y abstinencia los viernes de cada semana durante los 40 días hasta celebrar la Pascua de Resurrección. Pero hemos realmente pensado en esto, estamos haciendo un verdadero sacrificio en este tiempo. No se trata solo de dejar de comer como muchos piensan, sino también hacer ayuno y abstinencia de esas cositas que más nos cuestan. Para eso les dejamos una guía para que puedan plantearse cómo vivir la Cuaresma durante los días que tenemos por delante:

Revisa los pecados capitales: te identificas con el avaro, el glotón, el iracundo, el perezoso, el orgulloso, el envidioso o el lujurioso; medítalo sinceramente y trabájalo. Puedes cada semana proponerte ahondar en uno u otro para no ofuscarte.

Nota tus áreas problemáticas: a partir de la revisión de cuáles son tus principales problemas o lo que más te cuesta, indaga en el por qué. ¿Por qué te enojas? ¿Por qué prefieres quedarte en casa acostado en lugar de hacer otra actividad? Solo así podrás luchar contra eso que se te complica.

Vive los sacramentos: haz tu examen de conciencia, ¡ve a confesarte! Trata de ir a misa otro día de la semana aparte del domingo o por lo menos reza un rosario. Esto te puede dar serenidad y fortaleza para llevar tus propósitos.

Crea hábitos: ya sea para rezar o para ayudar a tu prójimo. Establece un día y una hora a la semana en la que te dedicarás a esto. Como si fuera un horario a cumplir respétalo, el orden te ayudará en la constancia.

Aprovecha este tiempo para la reflexión: para el silencio. Dedícale tiempo a lecturas que te sirvan para profundizar en la comprensión de tu fe.

25 ideas de ofrecimientos para esta Cuaresma 2017

Aquí te dejamos una lista de algunas ideas de Steven Neira que podrían ayudarte para prepararnos mejor durante este tiempo. Así podemos demostrar nuestro amor al Señor con un poco de humor.

      • No bañarte con agua caliente.
      • Dejar de comer entre comidas. ¡Espera la comida principal!
      • Leer uno de esos libros que compraste y nunca leíste.
      • Dejar de escuchar música en el auto. Sería un buen momento para rezar.
      • Dejar la comida chatarra.
      • Dejar de usar emojis para expresar tus sentimientos: dilo con palabras.
      • ¡Cero quejas! Prohibido quejarse de lo que sea.
      • Dejar de desear las cosas o la vida de otros y aprender a contentarse con lo propio.
      • Olvidar Netflix.
      • No tomar más de una taza de café al día. ¡Aprovecha esa única!
      • ¿Te gusta manejar rápido? Mejor anda de pasajero todo este tiempo, o no manejes. Caminando o en bus se reza el Rosario bien bonito
      • Dejar el orgullo. Puedes rezar las Letanías de la Humildad.
      • ¿Pereza? Trota todas las mañanas antes de empezar la jornada.
      • Dejar de ser mezquino. Regala algo cada día: tiempo, dinero o alguna cosa propia.
      • ¡Matemos la avaricia! No comprar absolutamente nada durante esta Cuaresma, que no sea lo esencial para vivir (comida, transporte, medicina, etc.)
      • Dejar los dulces.
      • ¿Te falta confiar en Dios? Reza la Coronilla de la Divina Misericordia todos los días a las tres de la tarde.
      • Dejar las redes sociales, menos Twitter, Facebook, Instagram o Snapchat no le hacen daño a nadie
      • Si te gusta juzgar a la gente, reza por cada persona que veas durante el día… te recomiendo que sea mentalmente, las cuerdas vocales tienen su límite.
      • ¿Vanidad? Deja de verte al espejo todo este tiempo.
      • Djar d scribir d forma abreviada xq “s + rápido”. ¡Escribe completo y con buena ortografía!
      • Dejar el sarcasmo… personalmente yo escogeré este.
      • ¡Olvida la pizza!
      • Dejar de comer carne (los cuarenta días completos y no solo cuando lo manda la Iglesia)
      • Dejar de chequear el celular cada 2 minutos ¿o cada 30 segundos? Depende de ti.

¿Cómo rezar bien el Padre Nuestro? Cinco actitudes
En la oración, más importantes que las palabras, son las actitudes.

Cuando ves a una persona que está realmente conectada con Dios, en comunión de amor con Él, su testimonio nos atrae y decimos: yo quiero rezar como él.

Es una buena práctica rezar el Padre Nuestro varias veces al día y rezarlo bien, como Cristo y con Cristo. Las primeras comunidades del cristianismo rezaban el Padre Nuestro tres veces al día (Didaché 8, 3). El día del Corpus Christi llegué a Cancún para impartir un taller de oración al que me invitaron, celebré misa en la Parroquia de Cristo Rey y en la primera banca estaba una joven que me dio una gran lección de cómo dirigirse a Dios Padre. Cuando llegó la hora del Padre Nuestro en la misa, lo hizo de tal forma que al final me fui a buscarla para darle las gracias. Al verla entendí lo que significa amar y rezar “con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas” Lc 10,27; cf. Dt 6, 4-8)

Los discípulos veían rezar a Jesús, escuchaban las palabras con que se dirigía a Su Padre y el tono de voz con que lo hacía. Percibían el amor, la ternura, la confianza, la inmediatez, la reverencia, la sumisión filial con que le hablaba.

Observaban sus gestos corporales y su mirada. Cautivados por esa forma de rezar, un día le dijeron: “Maestro, enséñanos a orar”» (Lc 11, 1).

En Cristo tenemos nuestro Modelo de cómo debemos rezar. Con el “Padre Nuestro” Jesús nos enseñó, por medio de su oración, lo que debemos desear y pedir y el orden en que conviene hacerlo, pero sobre todo nos enseñó la actitud y la carga afectiva con que debemos dirigirnos a Dios. 

Quisiera centrarme ahora en lo que a mí más me ayuda, me refiero a la primera palabra de la Oración del Señor: “Padre”. Procuro meditar con frecuencia en la paternidad de Dios y contemplarlo como Padre. Muchas veces mi meditación diaria consiste en quedarme repitiendo con tranquilidad la palabra “Padre” y gustando interiormente el don de Su Paternidad.

¿Cómo rezar el Padre Nuestro?

En la oración, más importantes que las palabras, son las actitudes. De Jesucristo aprendemos estas actitudes:

1. Rezar con la certeza de ser amado. La verdad de Dios que Jesucristo nos ha revelado es que es un Padre generoso, bondadoso, rico en misericordia, paciente, compasivo, interesado en el bien de cada uno de sus hijos. Dios es amor, es un Padre amoroso que me crea por amor y que quiere compartir su vida conmigo en un clima de intimidad familiar. Cuando rezo, es a ese Dios al que tengo delante. No es lo mismo tener una cita con una persona déspota, autoritaria, humillante, hiriente, impaciente, ofensiva… que estar con Alguien que es todo amor, bondad, ternura y compasión.

«Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma» (San Gregorio de Nisa, Homiliae in Orationem dominicam, 2).

En este sentido, el catecismo afronta con mucho realismo que nuestro concepto y experiencia de la paternidad terrena podría viciar nuestra relación con Dios Padre: “La purificación del corazón concierne a imágenes paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre transciende las categorías del mundo creado.” (CIC 2779)

2. Rezar con actitud de hijo, con una conciencia filial. Cristo nos revela no sólo que Dios es Padre sino que somos sus hijos. Por el bautismo hemos sido incorporados y adoptados como hijos de Dios. «El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice primero: “¡Padre!”, porque ha sido hecho hijo» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 9)

Dios espera que con Él seamos como niños (cf Mt 18, 3) y nos asegura que Él se revela a “los pequeños” (cf Mt 11, 25). Es normal que surja la pregunta: ¿Y podemos hacerlo? Claro que podemos dirigirnos a Dios como Padre, porque el Padre «ha enviado [...] a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: “¡Abbá, Padre!'”» (Ga 4, 6). El Espíritu Santo nos enseña a hablar con Dios Padre, más aún, lo hace Él mismo desde dentro de nosotros. Y nos enseña a hacerlo con términos de ternura filial: Abbá, Padre querido.

Ayer dirigí un taller de oración sobre el Padre Nuestro y al terminar, uno de los participantes me dijo: “Conocer el Plan de Dios sobre el hombre es bellísimo pero muy comprometedor”. Efectivamente: «Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios “Padre nuestro”, de que debemos comportarnos como hijos de Dios» (San Cipriano de Cartago, De Dominica oratione, 11).

3. Rezar acompañado, junto a Cristo y mis hermanos. Jesús nos enseñó a decir “Padre Nuestro”.«El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío” que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia« (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum, homilia 19, 4).

Al rezarlo, hemos de tomar conciencia de que no estamos solos, sino que estamos junto a Cristo y junto a toda la comunidad eclesial y con ellos rezarmos juntamente a nuestro Padre del cielo.

4. Rezar con actitud de bendición y alabanza. Antes de dirigirnos a Dios para pedirle, hemos de alabarle simplemente porque merece ser alabado. Es lo que corresponde a una creatura en relación con su Creador. Al iniciar el “Padre Nuestro” lo primero que hacemos es dar gracias a Dios “por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en Él y por haber sido habitados por su presencia.” (Catecismo 2781)

5. Rezar con audacia humilde. Conscientes de nuestra pequeñez y miseria, se requiere audacia para dirigirnos a Dios Todopoderoso. Audacia, sí, pero una audacia humilde. La audacia del hijo que reconoce su indigencia y se dirige a su padre con plena confianza y con la certeza de saberse amado y protegido.

«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: “Abbá, Padre” (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (San Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3).

La audacia humilde y confiada en nuestras relaciones con Dios va creciendo a medida que rezamos el Padre Nuestro con mayor fe. «Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración [...] y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir [...] ¿Qué puede Él, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos?» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 4, 16).

Ojalá que después de leer este artículo recemos el Padre Nuestro con mayor sentido. Ojalá que al pronunciar la primera palabra de la Oración del Señor con estas actitudes, vibre nuestro corazón por todas las resonancias que evoca su paternidad.

«Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación». (Lc 11, 1-4) 

PAXTV.ORG