Entonces ayunarán

Evangelio según San Mateo 9,14-15. 

Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?". Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. 

SAN EMETERIO

El poeta hispano Prudencio recogió en verso los relatos de la muerte de Emeterio y Celedonio.

Calahorra está unida a estos soldados por el hecho de su martirio y quizás también por ser el lugar de su nacimiento.

Otros señalan a León como cuna por los libros de rezos leoneses -antifonarios, leccionarios y breviarios del siglo XIII- al interpretar «ex legione» como lugar de su proveniencia, cuando parece ser que la frase latina es mejor referida a la Legión Gemina Pia Felix a la que pertenecieron y que estuvo acampada cerca de la antigua Lancia, hoy León, según se encuentra en el documento histórico denominado "Actas de Tréveris" del siglo VII.

En la parte alta de Calahorra está la iglesia del Salvador -probablemente en testimonio perpetuante del hecho martirial- por donde antes estuvo un convento franciscano y antes aún la primitiva catedral visigótica que debió construirse, según la costumbre de la época, junto a la residencia real, para defensa ante posibles invasiones y que fue destruida por los musulmanes en la invasión del 923, según consta en el códice primero del archivo catedralicio.

No se conocen las circunstancias del martirio de estos santos; no las refiere Prudencio. ¡Qué pena que el emperador Diocleciano ordenara quemar los códices antiguos y expurgar los escritos de su tiempo! Con ello intentó, por lo que nos refiere Eusebio, que no quedara constancia ni sirviera como propaganda de los mártires y evitar que se extendiera el incendio. Tampoco hay en el relato nombres que faciliten una aproximación. ¿Fue al comienzo del siglo IV en la persecución de Diocleciano? Parece mejor inclinarse con La Fuente por la mitad del siglo III, en la de Valeriano, contando con que algún otro retrotrae la historia hasta el siglo II. Cierto es que Prudencio nació hacia el 350, deja escrita en su verso la historia antes del 401, cuando se marcha a Italia, hablando de ella como de suceso muy remoto y no debe referirse con esto al tiempo de Daciano (a. 304) porque esta época ya fue conocida por los padres del poeta. Es bueno además no perder de vista que el narrador antiguo no es tan exacto en la datación de los hechos como la actual crítica, siendo frecuente toparse con anacronismos poco respetuosos con la historia.

El caso es que Emeterio y Celedonio -hermanos de sangre según algunos relatores- que fueron honrados con la condecoración romana de origen galo llamada torques por los méritos al valor, al arrojo guerrero y disciplina marcial, ahora se ven en la disyuntiva de elegir entre la apostasía de la fe o el abandono de la profesión militar. Así son de cambiantes los galardones de los hombres. Por su disposición sincera a dar la vida por Jesucristo, primero sufren prisión larga hasta el punto de crecerles el cabello. En la soledad y retiro obligados bien pudieron ayudarse entre ellos, glosando la frase del Evangelio, que era el momento de «dar a Dios lo que es de Dios» después de haberle ya dado al César lo que le pertenecía. Su reciedumbre castrense les ha preparado para resistir los razonamientos, promesas fáciles, amenazas y tormentos. En el arenal del río Cidacos se fija el lugar y momento del ajusticiamiento. Cuenta el relato que los que presencian el martirio ven, asombrados, cómo suben al cielo el anillo de Emeterio y el pañuelo de Celedonio como señal de su triunfo señero.

Muy pronto el pueblo calagurritano comenzó a dar culto a los mártires. Sus restos se llevaron a la catedral del Salvador; con el tiempo, las iglesias de Vizcaya y Guipúzcoa con otras hispanas y medio día de Francia dispusieron de preciosas reliquias. Junto al arenal que recogió la sangre vertida se levanta la catedral que guarda sus cuerpos. Hoy Emeterio y Celedonio, los santos cantados por su paisano Prudencio, y recordados por sus compatriotas Isidoro y Eulogio son los patronos de Calahorra que los tiene por hermanos o de sangre o -lo que es mayor vínculo- de patria, de ideal, de profesión, de fe, de martirio y de gloria.

San Pedro Crisólogo (c. 406-450), obispo de Ravenna, doctor de la Iglesia 
Homilía sobre la oración, el ayuno y la limosna; PL 52, 320

“Entonces ayunarán”

Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente. El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y  la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros dos, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le escuche, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le suplica. 

Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que Dios le responda a él… Díctate a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez  con que quieres que tengan misericordia contigo. Compadécete tan pronto como quisieras que los otros se compadezcan de ti. 

En consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno deben ser como un único intercesor a favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple petición.

Tan rico es el amor
San Mateo 9,14-15, Viernes después de Ceniza

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios mío, tienes todo mi querer. Si me alejase de Ti, no olvides mi querer. Jamás querré conscientemente apartarme de Ti. Si me apartase de Ti, no olvides mi querer. Úneme a Ti, y enséñame a vivir cerca de Ti.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Si alguna vez me preguntasen por qué las capillas, por qué los templos, por qué las iglesias son tan majestuosas, con franca sencillez habría de responder: «porque son la casa de nuestro Dios».

No hay momento más bello que el de celebrar como pueblo de Dios la Santa Misa, donde Tú te haces presente, Señor, y visitas nuestro corazón por la ventana de la fe. Realmente presente, realmente frente a mí, y entonces yo digo «amén», «creo», «quiero recibirte», «quiero amarte», mi único deseo».

Más bello que una creatura dirigiéndose a su creador, no existe alguna cosa. Semejante al noble amor que lleva al novio en busca de la novia para dedicarle un canto, donde no hay gesto que no valga la pena para expresar afecto. Así, Señor, te cantan en la misa nuestros corazones, te cantan siempre que se encuentran frente a Ti.

¿Mi corazón te canta así?, ¿qué le habrá sucedido, si no disfruta cantando a su creador?, ¿qué le habrá sucedido, si le preocupa el tiempo? Tan rico es el amor, que pareciera que comprase todo el tiempo para siempre amar.

Así, si los discípulos habrían de ayunar, habrían de hacerlo aquellos dignos días de polvo misionero por las calles, mas no mientras se hallasen con su Dios. No mientras el novio está con ellos.

Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Venid a mí, benditos de mi Padre.

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de abril de 2015).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Señor, te prometo que voy a poner los medios necesarios para acordarme, en la siguiente misa, de cantarte con fervor. En los actos sencillos se transforma el corazón.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Dejar que Cristo entre en el corazón
Meditaciones para toda la Cuaresma

Viernes después de Ceniza. La conversión no es simplemente obras de penitencia. La conversión es el cambio del corazón.

El tema del corazón contrito, de la conversión del corazón es el tema que debería de recorrer nuestra Cuaresma. Es el tema que debería recorrer toda nuestra preparación para la Pascua. La liturgia nos insiste que son importantes las formas externas, pero más importantes son los contenidos del corazón. La Iglesia nos pide en este tiempo de Cuaresma, que tengamos una serie de formas externas que manifiesten al mundo lo que hay en nuestro corazón, y nos pide que el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo hagamos ayuno, y que todos los viernes de Cuaresma sacrifiquemos el comer carne. Pero esta forma externa no puede ir sola, necesita para tener valor, ir acompañada con un corazón también pleno.

El profeta Isaías veía con mucha claridad: "¿es lo que Yo busco: que inclines tu cabeza como un junco, que te acuestes en fango y ceniza?" Dios Nuestro Señor lo que busca en cada uno de nosotros es la conversión interna, que cuando se realiza, se manifiesta en obras, que cuando se lleva a cabo, tiene que brillar hacia fuera; pero no es solamente lo externo. De qué poco serviría haber manchado nuestras cabezas de ceniza, si nuestro corazón no está también volviéndose ante Dios Nuestro Señor. De qué poco nos serviría que no tomásemos carne en todos los viernes de Cuaresma, si nuestro corazón está cerrado a Dios Nuestro Señor.


La dimensión interior, que el profeta reclama, Nuestro Señor la toma y la pone en una dimensión sumamente hermosa, cuando le preguntan: ¿Por qué ustedes no ayunan y sin embargo los discípulos de Juan y nosotros si ayunamos? Y Jesús responde usando una parábola: "¿Pueden los amigos del esposo ayunar mientras está el esposo con ellos?" Jesús lo que hace es ponerse a sí mismo como el esposo. En el fondo retoma el tema bíblico tan importante de Dios como esposo de Israel, el que espera el don total de Israel hacia Él.

Esta condición interior, el esfuerzo por que el pueblo de Israel penetre desde las formalidades externas a la dimensión interna, es lo que Nuestro Señor busca. El ayuno que Él busca es el del corazón, la conversión que Él busca es la del corazón y siempre que nos enfrentemos a esta dimensión de la conversión del corazón nos estamos enfrentando a algo muchas veces no se ve tan fácilmente; a algo que muchas veces no se puede medir, pero a algo que no podemos prescindir en nuestra vida. ¿Quién puede palpar el amor de un esposo a su esposa? ¿Quién puede medir el amor de un esposo a su esposa? ¿Cómo se palpa, cómo se mide? ¿Solamente por las formas externas? No. Hay una dimensión interior en el amor esponsal del cual Jesucristo se pone a sí mismo como el modelo. Hay una dimensión que no se puede tocar, pero que es también imprescindible en nuestra conversión del corazón.

Tenemos que ser capaces de encontrar esa dimensión interior, una dimensión que nos lleva profundamente a descubrir si nuestra voluntad está o no entregada, ofrecida, dada como la esposa al esposo, como el esposo a la esposa, a Dios, Nuestro Señor.

La conversión no es simplemente obras de penitencia. La conversión es el cambio del corazón, es hacer que mi corazón, que hasta el momento pensaba, amaba, optaba, se decidía por unos valores, unos principios, unos criterios, empiece a optar y decidirse como primer principio, como primer criterio, por el esposo del alma que es Jesucristo.

Sólo cuando llega el corazón a tocar la dimensión interior se realiza, como dice el profeta, que "Tu luz surgirá como la aurora y cicatrizarán de prisa tus heridas, se abrirá camino la justicia y la gloria del Señor cerrará tu mancha". Entonces, casi como quien ve el sol, casi como quien no es capaz de distinguir la fuente de luz que la origina, así será en nosotros la caridad, la humildad, la entrega, la conversión, la fidelidad y tantas y tantas cosas, porque van a brotar de un corazón que auténticamente se ha vuelto, se ha dirigido y mira al Señor.

Este es el corazón contrito, esto es lo que busca el Señor que cada uno de nosotros en esta Cuaresma, que seamos capaces en nuestro interior, en lo más profundo, de llegar a abrirnos a Dios, a ofrecernos a Dios, de no permitir que haya todavía cuartos cerrados, cuartos sellados a los cuales el Señor no puede entrar, porque es visita y no esposo, porque es huésped y no esposo. El esposo entra a todas partes. La esposa en la casa entra a todas partes. Solamente al huésped, a la visita se le impide entrar en ciertas recámaras, en ciertos lugares.

Esta es la conversión del corazón: dejar que realmente Él llegue a entrar en todos los lugares de nuestro corazón. Convertirse a Dios es volverse a Dios y descubrirlo como Él es. Convertirse a Dios es descubrir a Dios como esposo de la vida, como Aquél que se me da totalmente en infinito amor y como Aquél al cual yo tengo que darme totalmente también en amor total.

¿Es esto lo que hay en nuestro corazón al inicio de esta Cuaresma? ¿O quizá nuestra Cuaresma está todavía encerrada en formulismos, en estructuras que son necesarias, pero que por sí solas no valen nada? ¿O quizá nuestra Cuaresma está todavía encerrada en criterios que acaban entreteniendo al alma? Al huésped se le puede tener contento simplemente con traerle un café y unas galletas, pero al esposo o a la esposa no se le puede contentar simplemente con una formalidad. Al esposo o la esposa hay que darle el corazón.

Que la Eucaristía en nuestra alma sea la luz que examina, que escruta, que ve todos y cada uno de los rincones de nuestra alma, para que, junto con el esposo sea capaz de descubrir dónde todavía mi entrega es de huésped y no de esposo.

Pidamos esta gracia a Jesucristo para que nuestra Cuaresma sea una Cuaresma de encuentro, de cercanía de profundidad en la conversión de nuestro corazón.

Papa Francisco: La brújula del Cristiano para esta Cuaresma.

Esta cuaresma, es importante tener en cuenta: la realidad del hombre, la realidad de Dios y la realidad del camino.

VATICANO.- En la homilía de la Misa celebrada este jueves en la Casa Santa Marta en el Vaticano, el Papa Francisco puso de relieve tres realidades que deben hacer que los fieles vivan la Cuaresma cristianamente: La realidad del hombre, la realidad de Dios y la realidad del camino. 

Estas tres realidades, dijo, constituyen “la brújula del cristiano” durante este tiempo de conversión. 

El Papa explicó que la realidad del hombre es la capacidad de elegir entre el bien y el mal. “Dios nos ha hecho libres, la decisión es nuestra”. A pesar de lo cual, “Dios no nos deja solos”, pues ha marcado el camino correcto por medio de los Mandamientos. 

La segunda realidad, la de Dios es que Él se hizo hombre para salvar a todos: “la realidad de Dios es Dios hecho Cristo, por nosotros. Para salvarnos. Y cuando nos alejamos de esto, de esta realidad y nos alejamos de la cruz de Cristo, de la verdad de la las llagas del Señor, nos alejamos también del amor, de la caridad de Dios, de la salvación, y andamos en un camino ideológico de Dios, lejano: no es Dios que viene a nosotros y se ha hecho cercano para salvarnos y muerto por nosotros. Esta es la realidad de Dios”, explicó. 

El Papa contó una anécdota ocurrida entre un agnóstico y un creyente. “El agnóstico, de buena voluntad, le preguntó al creyente: ‘Para mí, el problema es cómo Cristo es Dios. No puedo entenderlo. ¿Cómo puede Cristo ser Dios?’. Y el creyente respondió: ‘Para mí eso no es un problema. El problema habría sido si Dios no se hubiera hecho Cristo’. Esta es la realidad de Dios”. 

En este sentido, señaló que las obras de misericordia se sustentan en esa realidad de Dios. “Dios se hizo Cristo, Dios se hizo carne y ese es el fundamento de las obras de misericordia. Las llagas de nuestros hermanos son las llagas de Cristo, son las llagas de Dios, porque Dios se ha hecho Cristo. No podemos vivir la Cuaresma sin esta realidad. Debemos convertirnos, no a un Dios extraño, sino al Dios concreto que se ha hecho Cristo”. 

En tercer lugar está la realidad del camino. Francisco indicó que “la realidad del camino es la de Cristo: seguir a Cristo, hacer la voluntad del padre como Él, tomar la cruz de cada día y negarse a sí mismo para seguir a Cristo. No hacer aquello que yo quiero, sino aquello que quiere Jesús, seguir a Jesús”. 

“Él habla de que en este camino perderemos la vida para ganarla después. Es un continuo perder la vida, perder aquello que quiero, perder la comodidad, permanecer siempre en el camino de Jesús que estaba al servicio de los demás, a la adoración de Dios. Ese es el camino justo”.

El único camino seguro es seguir a Cristo crucificado, el escándalo de la Cruz”, concluyó.

¿Dónde está el cielo?
Padre Nuestro (2)


Soñar con el cielo que nos espera; Dios es el cielo.

Padre Nuestro, que estás en el cielo... ¿Dónde está el cielo? ¿A qué cielo nos referimos?

Después de haber considerado la paternidad de Dios y nuestra condición de hijos, damos ahora un paso adelante. El n. 2794 del Catecismo nos explica que el cielo que mencionamos en el Padre Nuestro: "no significa un lugar ["el espacio"] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está "en esta o aquella parte", sino "por encima de todo" lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito."

No pretendo hacer un discurso teológico, sino sólo sugerir las resonancias interiores que podrían suscitar en nuestra mente y en nuestro corazón las palabras "Padre Nuestro, que estás en el cielo", de tal manera que al rezar la oración que el Señor nos enseñó lo hagamos con pleno sentido.En síntesis, al decir: "Padre Nuestro que estás en el cielo":

- Soñar con el cielo que nos espera; Dios es el cielo.
- Gustar su presencia y cercanía en la intimidad de nuestro corazón.
- Renovar nuestra decisión de seguir a Cristo: el Camino al cielo 

Lo desarrollo un poco:

Cultivar el deseo del cielo; alimentar la nostalgia de eternidad. Sueño mucho con el cielo, realmente lo deseo, y mucho. Es lo que más deseo: la posesión eterna de Dios en el cielo, la intimidad de vida con la Trinidad para siempre, sin posibilidad de perderla.

Por el pecado fuimos desterrados de la patria celestial (Gn 3) y por eso Cristo bajó del cielo para llevarnos de nuevo con Él a la Casa del Padre. De allí venimos y allá queremos volver. Es allí donde Dios nos tiene preparada una morada (Jn 14,2-3).

El cielo nos remite al misterio de la Alianza de Dios con los hombres, a su plan de amor para nosotros. En la tierra transcurre nuestra vida temporal, pero somos ciudadanos del cielo, somos de Dios y para Dios. Por eso hemos de "aspirar a las cosas de arriba, no a las de la tierra." (Col 3,2)

Cada vez que rezamos el Padre Nuestro cultivamos ese deseo profundo de cielo, es decir, de volver al seno del Padre y permanecer allí junto a Él y en Él para siempre.

El cielo está dentro de nuestro corazón. Un llamado al recogimiento.

«El "cielo" bien podría ser también aquéllos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae, 5, 11).

Dios no habita "allá arriba" sino "aquí adentro". "El santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario." (1 Cor, 3,17)

Jesucristo dijo a la mujer samaritana: "el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.» (Jn 4, 14) Es decir, el Reino de Dios está dentro de nosotros (cf. Lc 17, 21).

Así, el recuerdo del cielo en el Padre Nuestro es un reclamo a la interioridad, a recogernos en el silencio de nuestro corazón, en nuestro escondite interior (cf Mt 6,6), para encontrar allí a Dios. No es necesario recurrir a representaciones celestes inalcanzables, lo tenemos no sólo cerca, sino dentro. El Dios que está sobre todas las cosas, está dentro de todas las cosas y de manera muy especial, dentro del corazón humano. El cielo es la posesión de Dios y la comunión con Él, por eso la relación de amistad íntima con Dios en el propio corazón es una antesala del cielo.

Al pronunciar esas palabras alegra y llena de  recordar que Dios es cercano, como dijo San Agustín: "más íntimo a mí que yo mismo", y que "Los ojos de Yahveh están sobre quienes le temen, sobre los que esperan en su amor, para librar su alma de la muerte, y sostener su vida en la penuria. Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos." (Salmo 33, 18-21)

Renovar nuestra vocación a la santidad: seguir e imitar a Cristo.

Estamos ocupados en mil cosas del quehacer diario, estirados por las relaciones sociales, las cosas materiales, los problemas de la vida, etc. El trajín nos absorbe. En medio de tanto ruido es bueno rezar el Padre Nuestro, salir del círculo de nuestro egoísmo y entrar en la inmensidad y en la intimidad de Dios.

Cuando "Yahveh dijo a Abram: «Sal de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré." (Gn 12, 1) y cuando escuchamos a Jesús decirnos: "No me toquen, aún no he subido al Padre" (cf. Jn 20,17), hemos de entender que esa tierra a donde debemos ir y ese lugar a donde hemos de subir con Cristo es el de la santidad de vida, la identificación con Él. Es un avanzar y un ascender en sentido místico.

Por la encarnación, el Verbo lleno de amor desciende y abraza nuestra humanidad para ofrecernos la redención, y con ella abrirnos las puertas del cielo. Con su muerte y resurrección, la muerte ha sido vencida, Jesús nos ha obtenido la vida eterna. En la Ascensión, Jesús retorna al Padre llevando consigo su humanidad glorificada. La victoria es definitiva. Con el Hijo de Dios el Hombre se introduce en el cielo. Y desde el cielo, Su filiación –somos hijos en el Hijo (cf. Benedicto XVI, 23/V/2012)- nos arrastra al Padre consigo. Desde ahora, el cielo está abierto y nos llama; el camino lo conocemos: es Él, Cristo. 

Él es el Camino, la Verdad y la Vida. (cf. Jn 14,6) En la medida en que le amamos y nos transformamos en Él, ascendemos a su encuentro, nos adentramos en la Vida, vivimos plenamente en la Verdad del hombre, llamado por naturaleza a hallarse en Dios. Esta idea la desarrolla magistralmente el P. Jean Corbon en su libro "Liturgia fontal".

Cada vez que rezamos el Padre Nuestro le decimos al Padre: Quiero llegar a donde estás tú, pero no quiero esperar hasta entonces, quiero ser ahora como tu Hijo Jesucristo, por ello me propongo alejarme de todo pecado, caminar contigo, vivir en gracia, ser todo tuyo.

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