El perdón es la ley

Evangelio según San Mateo 6,7-15. 

Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. 

Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. 

Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. 

Santa Perpetua Felicidad

Fueron martirizadas en Cartago, en la persecución de Septimio Severo, el año 203. 

Perpetua era una joven matrona romana que acababa de dar a luz y Felicidad era una esclava.

Se conserva una conmovedora narración de este encarcelamiento y martirio, escrita en parte por los mismos mártires antes de morir y en parte por un escritor de la época; este testimonio impresionante manifiesta el rigor de las persecuciones romanas y el heroísmo de quienes las sufrieron por fidelidad a Cristo.

Oremos
Dios todopoderoso, que con la fuerza de tu amor hiciste a las santas mártires Perpetua y Felicidad intrépidas ante el perseguidor e invencibles ante los tormentos de la muerte, concédenos, por su intercesión, perseverar firmes en la fe y crecer siempre en tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de fiestas marianas:  Nuestra Señora de la Estrella, Villa Viciosa, Portugal.

San Juan María Vianney (1786-1859), presbítero, cura de Ars Pensamientos elegidos del Santo Cura de Ars

El perdón es la ley

Dios sólo perdonará a aquellos que harán perdonado: así es la ley. Los santos no sienten ningún odio, ninguna hiel; ellos perdonan todo y siempre piensan que merecen mucho más castigo por las ofensas hechas a Dios. Desde el momento en el que odiamos a nuestro prójimo, Dios nos devuelve este odio: es un rasgo que se vuelve en nuestra contra. El otro día le decía a alguien: “ ¿Pero entonces usted no quiere ir al cielo? y, ¿que usted no quiere ver a esta persona? – ¡Por supuesto! Sí,  pero nos esforzaremos de permanecer lejos uno del otro para de no vernos.” Aquellos no tendrán esta molestia pues la puerta del cielo está cerrada al odio. 

En el cielo no hay ningún resentimiento. Igualmente, los corazones buenos y humildes que reciben las injurias y las calumnias con alegría o indiferencia empiezan su paraíso en este mundo. Aquellos que conservan su rencor permanecen infelices. El medio para contrarrestar el demonio cuando éste nos suscita pensamientos de ira contra aquellos que nos hacen el mal, es rezar en cuanto antes por ellos. Es así como vencemos el mal con el bien, es así como viven los santos.

Ser hijo del Padre
San Mateo 6, 7-15, I Martes de Cuaresma,

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, una vez más me tienes aquí, en tu presencia. Aumenta mi fe, Señor. Tú bien sabes que creo, pero que mi fe es débil y pequeña; sabes que me cuesta mucho mantenerme fiel en los momentos de prueba y tenerte presente en los momentos de prosperidad. Tú sabes lo presto que soy para quejarme y lo tardo para agradecerte. Aumenta por favor mi fe.

Aumenta mi confianza. Tú sabes cuánto me cuesta abandonar todas mis cosas a tu voluntad... ¡Aún más!, sabes lo mucho que me cuesta abandonarme plenamente en tus manos. Bien conoces el apego que tengo a mi manera de hacer las cosas, a mi modo de pensar, a mi forma de llevar mi vida adelante con mis propios criterios, que la mayoría de veces, no son los tuyos. Ayúdame a confiar en Ti.

Aumenta mi amor. Sabes que me cuesta descubrirte en las personas que me rodean, sobre todo en aquellas que me resultan antipáticas. Ayúdame a amarte tanto que sea capaz de verte en todos, en todo y en todo momento; que me enamore tanto de Ti, Jesús, que todo me hable de Ti. Aumenta mi amor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Padre... Así me invita el Evangelio a llamarte. Tú, el creador de todas las estrellas y planetas; Tú que me pensaste con amor desde toda la eternidad. Tú que, pase lo que pase, haga lo que haga, nunca dejarás de ser mi Padre.

Eres mi Padre aun cuando yo no me comporte como tu hijo. Tú te mantienes fiel en la cruz con los brazos abiertos para acoger siempre a todos tus hijos.

Eres Padre y sufres al ver que tantas veces yo no sé ser hermano de los demás. No hay dolor más grande para un padre que ver cómo sus hijos se pelean como animales, se usan como a cosas y se matan como a enemigos.

Padre, perdóname por no haberme comportado siempre como un verdadero hijo tuyo; por haber pasado tantas veces indiferente ante mi hermano que sufre pidiendo limosna por la calle o que me ha reclamado un poco de atención y cariño en mi propio hogar.

Enséñame a ser un verdadero hijo tuyo, un hermano de mi hermano. Ayúdame, Padre, a saber recibir tu infinito amor, y dame la gracia de aprender a recibir el amor que Tú me tienes.

Decir “Padre nuestro”, significa decir: Tú que me das la identidad y tú que me das una familia. Es tan importante la capacidad de perdón, de olvidar las ofensas, esa sana costumbre de: “venga, déjalo estar... que se encargue el Señor” y no guardes rencor, resentimiento y ganas de venganza. Así si vas a rezar y dices solo “Padre”, pensando a quien te ha dado la vida y te da la identidad y te ama, y dices “nuestro” perdonando a todos, olvidando las ofensas, es la mejor oración que tú puedas hacer. En este contexto, se ruega a todos los santos y a la Virgen, todo, pero el fundamento de la oración es el “Padre nuestro”.

Homilía de S.S. Francisco, 16 de junio de 2016, en santa Marta).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a rezar dos Padrenuestros pidiéndole a Dios la gracia de comportarme como verdadero hijo suyo y hermano de los demás.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Cuáles son tus angustias? ¿De autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De miedo? 
Martes primera semana Cuaresma. Que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra capaz de apoyarse en Dios.

El tiempo de cuaresma, de una forma especial, nos urge a reflexionar sobre nuestra vida. Nos exige que cada uno de nosotros llegue al centro de sí mismo y se ponga a ver cuál es le recorrido de la propia vida. Porque cuando vemos la vida de otras gentes que caminan a nuestro lado, gente como nosotros, con defectos, debilidades, necesitadas, y en las que la gracia del Señor va dando plenitud a su existencia, la va fecundando, va haciendo de cada minuto de su vida un momento de fecundidad espiritual, deberíamos cuestionarnos muy seriamente sobre el modo en que debe realizarse en nosotros la acción de Dios. Es Dios quien realiza en nosotros el camino de transformación y de crecimiento; es Dios quien hace eficaz en nosotros la gracia.

La acción de Dios se realiza según la imagen del profeta Isaías: así como la lluvia y a la nieve bajan al cielo, empapan la tierra y después da haber hacho fecunda la tierra para poder sembrar suben otra vez al cielo.

La acción de Dios en al Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos los hombres para darnos a todos y a cada uno una muy especial ayuda de cara a la fecundidad personal.

La semilla que se siembra y el pan que se come, realmente es nuestro trabajo, lo que nosotros nos toca poner, pero necesita de la gracia de Dios. Esto es una verdad que no tenemos que olvidar: es Dios quien hace eficaz la semilla, de nada serviría la semilla o la tierra si no fuesen fecundadas, empapadas por la gracia de Dios.

Nosotros tenemos que llegar a entender esto y a no mirar tanto las semillas que nosotros tenemos, cuanto la gracia, la lluvia que las fecunda. No tenemos que mirar las semillas que tenemos en las manos, sino la fecundidad que viene de Dios Nuestro Señor. Es una ley fundamental de la Cuaresma el aprender a recibir en nuestro corazón la gracia de Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo con cada uno de nosotros.

Jesucristo, en el Evangelio también nos da otro dinamismo muy importante de la Cuaresma, que es la respuesta de cada uno de nosotros a la gracia de Dios. No basta la acción de la gracia, porque la acción de la gracia no sustituye nuestra libertad, no sustituye el esfuerzo que tiene que brotar de uno mismo. Cristo nos pone guardia sobre la autosuficiencia, pero también sobre la pasividad. Nos dice que tenemos que aprender a vivir la recepción de la gracia en nosotros, sin autosuficiencia y pasividad.

Contra la autosuficiencia nos dice el Señor en el Evangelio: “No oréis como oran los paganos que piensan que con mucho hablar van a ser escuchados”. Jesús nos dice: “tienen que permitir que su corazón se abra, que tu corazón sea el que habla a Dios Nuestro Señor. Porque Él, antes de que pidas algo, ya sabe que es lo que necesitas”. Pero al mismo tiempo hay que cuidar la pasividad. A nosotros nos toca actuar, hacer las cosas, nos toca llevar las situaciones tal y como Dios nos lo va pidiendo. Esto es, quizá, un esfuerzo muy difícil, muy serio, pero nosotros tenemos que actuar a imitación de Dios Nuestro Señor. De Nuestro Padre que está en el Cielo. Este camino supone para todos nosotros la capacidad de ir trabajando apoyados en la oración.

Escuchábamos el Salmo que nos habla de dos tipos de personas: “ Los ojos del Señor cuidan al justo y a su clamor están atentos a sus oídos; contra el malvado, en cambio esta el Señor, para borrar de la tierra su recuerdo”. Si nosotros aprendiéramos a ver así todo el trabajo espiritual, del cual la Cuaresma es un momento muy privilegiado. Si aprendiéramos a ver todo esto como un trabajo que Dios va realizando en el alma y que al mismo tiempo va produciendo en nuestro interior un dinamismo de transformación, de confianza, de escucha de Dios, de camino de vida; un dinamismo de acercamiento a los demás, de perdón, de apertura del corazón. Si esto lo tuviésemos claro, también nosotros estaríamos realizando lo que dice el Salmo: “el Señor libra al justo de sus angustias”.

¿Cuántas veces la angustia que hay en el alma, proviene, por encima de todo, de que nosotros queremos ser quien realiza las cosas, las situaciones y nos olvidamos de que no somos nosotros, sino Dios? ¿Pero cuántas veces también, la angustia viene al alma porque queremos dejarle todo a Dios, cuando a nosotros nos toca poner mucho de nuestra parte? Incluso, cuando a nosotros nos toca poner algo que nos arriesga, que nos compromete; algo que nos hace decir: ¿será así o no será así?, y sin embargo yo sé que tengo que hacerlo. Es la semilla que hay que sembrar.

Cuando el sembrador, tiene una semilla y la pone en el campo, no sabe qué va a pasar con ella. Se fía de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. ¿Cuántas veces a nosotros nos podría pasar que tenemos la semilla pero preferimos no enterrarla, preferimos no fiarnos de la lluvia, porque si falla, qué hacemos?

Sin embargo Dios vuelve a repetir: “El Señor libra al justo de todas sus angustias” ¿Cuáles son las angustias? ¿De autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De miedo? Aprendamos en esta Cuaresma permitir que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra que es capaz de apoyarse plenamente en Dios, pero al mismo tiempo, capaz de arriesgarse por Dios Nuestro Señor.

La Piedad: Un Don Poco Conocido
La piedad es aquella virtud que nos dilata el corazón para que pueda unirse coherentemente a lo que dicen nuestros labios 

La oración es ciertamente la regla de oro de la vida cristiana, sin la cual todo cuanto hacemos es completamente inútil por estar desligado de su fuente y su fin que es Dios. Sin embargo, a lo largo de la historia muchas han sido las manifestaciones de esta necesidad y anhelo de hacer oración, y así los distintos libros de espiritualidad nos dirán que existen algunos tipos de oración (agradecimiento, contemplación, petición, etc.) sin embargo, cualquiera de ellos requiere de algo muy particular e importante, tan importante que lo consideramos uno de los dones del Espíritu Santo: la piedad. Desgraciadamente, este don suele ser muy poco conocido, y si en algo se conoce, suele ser también muy mal entendido…

¿Qué es la piedad?
La piedad es aquella virtud que nos dilata el corazón para que pueda unirse coherentemente a lo que dicen nuestros labios en la oración, en otras palabras, para poder amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas[1]. Además, nos permite tener una tierna devoción a las personas y a las cosas de Dios: a la Virgen, los ángeles y santos, la Sagrada Escritura, la Iglesia, al Papa y a los instrumentos de Dios (sacerdotes, religiosas, etc.)

Como todo don, la única forma de obtenerlo es pidiéndoselo a Dios con una fe viva, y en esto hay que ser muy claros, pues hay quienes cometen el gigantesco error de pensar que ésta es una virtud que podemos obtener por nuestras propias fuerzas. De allí es que se derivan ciertos actos perjudiciales en la vida espiritual como la de “fingir” ciertas posturas interiores y exteriores, que lejos de acercarnos al Señor nos alejan incluso hasta de nosotros mismos.

Por otro lado, santo Tomás profundizando esta virtud, no duda en ponerla en relación con la caridad, diciendo que la virtud es como “cierto testimonio de la caridad con que uno ama a sus padres y a su patria”[2], ayudándonos a comprender a su vez, que la piedad no es solamente referida a nuestra relación con Dios, sino también sobre los frutos de la misma en los demás, dando gloria a Dios de manera concreta a través del amor y respeto a las leyes civiles y a la justicia que debemos a los demás.

En este artículo he querido referirme concretamente a la piedad como la virtud que rige nuestra relación con Dios, y de ésta definición he querido profundizar ciertas actitudes internas y externas que pueden contaminar nuestra vida espiritual, sobre todo desviándonos de la verdadera piedad que infunde el Señor, y confundiéndola con nuestras ideas y criterios de virtud.

Los enemigos de la piedad

La dureza de corazón
Tal vez producida por la reincidencia del pecado. Ésta es una realidad penosa a la que todos estamos sujetos. Llega un momento en que nos hemos acostumbrado tanto a pecar, que hemos permitido que se forme una coraza alrededor de nuestro corazón, volviéndolo inmune a la gracia de Dios y a los afectos en la oración. Después de todo, es por esta dureza de corazón que la Ley tuvo que ser perfeccionada por el Señor[3] cuando del amor se trataba.

El sentimentalismo
Muchas cometen el error de pensar que la piedad está estrictamente relacionada con el sentir. De allí que muchas veces se buscan los sentimientos en la oración, como un fin más que como un medio. Esto se cura rápidamente admitiendo el único criterio que debe regir nuestra vida espiritual: es Dios quien comunica los afectos, y así es Dios quien nos permite llegar a Él de la manera en que Él considera conveniente. San Agustín lo decía con mayor claridad en sus Confesiones cuando expresaba: “(…) si se dice que te derramas sobre nosotros, no es cayendo Tú, sino levantándonos a nosotros.”[4].

Superficialidad y materialismo
Es evidente que si tenemos un corazón atado a los bienes de esta tierra es imposible que podamos contemplar los bienes celestiales y mucho menos a Aquél de quien provienen todos los bienes. Una persona que está acostumbrada a vivir de forma mundana, viviendo para sí mismo y sus placeres, reflejando a la perfección a aquellos de quienes san Pablo dice que su Dios es el vientre y su apetencia lo terreno[5]le será imposible contemplar lo espiritual.  

La pereza
Ciertamente que dependemos de Dios, sin embargo esto no quiere decir que debamos caer en una especie de quietismo o una espera pasiva, ya que el Señor pide nuestra colaboración con su gracia. Es evidente que si postergamos nuestro encuentro con Dios por preferir la comodidad y la mediocridad, difícilmente la gracia de Dios podrá actuar en nosotros. Contra esto, un claro un remedio propuesto por la Iglesia – y bastante efectivo además – es el rezo de la Liturgia de las Horas[6]. No hay mejor manera de vencer la pereza espiritual que sujetándose a un régimen de oración que obedezca a horas específicas.

La envidia y la soberbia
No podía faltarnos aquél pecado por excelencia que es la soberbia, en otras palabras, la incapacidad de ver la realidad no a partir de nosotros, sino en función de Dios. Es increíble la cantidad de cristianos que, guiados por el veneno de la envidia, critican duramente a quienes se dedican con fervor a la oración. No falta quienes gustan de etiquetar a otros – de manera despectiva por supuesto – de “piadositos” o “santurrones” por dedicarle mucho tiempo a la oración. Una manera bastante particular de atacar duramente a quienes poseen lo que a ellos les falta. Suele existir como razón de trasfondo, un intento desesperado por querer justificar la falta de amor y devoción que experimentan algunos en su interior, ridiculizando la vida de oración de otros.

La falsa piedad
La verdadera piedad requiere de una sinceridad con nosotros mismos y con los demás (dado que a Dios no lo podemos engañar ni queriendo), de manera que es fundamental deshacernos de ciertas posturas y actitudes que pueden dañar gravemente nuestra relación con Dios e introducirnos un criterio de falsa piedad. Sobre esto, el Papa Francisco lo retrató con mucha claridad al decir que la piedad no es poner “cara de estampita” o fingir ser santo[7], sino una verdadera consciencia de nuestra dependencia de Dios.

El fingimiento es siempre una tentación en la vida espiritual. Es la constante búsqueda de valoración humana que nos lleva a adoptar posturas fingidas para reflejar ante los demás algo que, aunque no experimentamos, nos atrae el reconocimiento vano y fugaz de quienes nos observan hacer oración. Aunque es imposible juzgar si tal o cual persona está fingiendo una verdadera oración – y que además no nos compete juzgarlo –, esto debe llevarnos a reflexionar sobre si nosotros lo estamos haciendo. Muchas veces podemos adoptar posturas físicas que, lejos de ayudarnos en la vida de oración, nos distraen y nos atraen pensamientos como aquél de “¿cómo me están viendo los demás?” o “mejor me quedo más tiempo con los ojos cerrados para que vean que rezo mucho”… Por ridículos que suenen estos pensamientos, increíblemente suelen ser los más comunes. De esta manera podemos darnos cuenta también, de que las tentaciones también se dan en la vida de oración y no solamente en los actos externos.

Por último, también puede sucedernos, que a consecuencia de esta sociedad materialista que se ha esforzado por endiosar a la razón, caigamos en la tentación del intelectualismo, pretendiendo racionalizar y entender a Dios, convirtiendo la oración en una especie de “estudio sistemático de Dios”… tanta es nuestra fragilidad, que muchas veces pretendemos adaptar a Dios a nuestros esquemas mentales, asumiendo que Dios “debería” actuar de tal manera o pensar de tal otra, cuando claramente las Escrituras nos dicen: “porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos”[8]. Muchas veces la soberbia de nuestra razón no nos permite comprender que Dios nos aventaja con una distancia infinita.

Conclusión
Cuanta más caridad y amor de Dios tenga un alma, más sensible será a los intereses de Dios y del prójimo. Es necesario que aprendamos a llorar nuestros pecados, así sea al menos en el corazón, de manera que podamos ser conscientes de nuestra miseria. Desde allí, habremos de encontrarnos con Aquél que sana y salva con la fuerza de su poder, con Aquél que viene al auxilio de nuestra naturaleza caída, para elevarnos hacia sí.

¡Dios los bendiga!

El Papa Francisco inició los ejercicios espirituales.
En la casa de retiros de los paolinos, Il Divin Maestro, cercana a Roma

El santo padre Francisco y sus colaboradores más cercanos de la Curia Romana iniciaron este domingo los ejercicios espirituales de cuaresma.

El santo padre Francisco y sus colaboradores más cercanos de la Curia Romana llegaron este domingo por la tarde en pullman a la casa de retiros de los paolinos, Il Divin Maestro, en la localidad de Ariccia, cercana a Roma, para los ejercicios espirituales de cuaresma.

Es la cuarta vez que lo hace, durará hasta el viernes 10 de marzo y en esta oportunidad predicará el sacerdote franciscano, Giulio Michelini, de 53 años de edad, sacerdote de los frailes menores.

Los ejercicios iniciaron con una adoración eucarística y la recitación de las vísperas. Los días sucesivos comenzarán con la santa misa a las 7,30 de la mañana seguida a las 9,30 por una primera meditación.

A las 16 será la segunda meditación a continuación de la cual se realizará una adoración eucarística y las vísperas. En la jornada final, el viernes 10 está en programa una sola meditación.

La confesión de Pedro y el camino de Jesús hacia Jerusalén es el tema que abre hoy la reflexión y que será la introducción del ciclo de ejercicios. Le siguen la oración en el Huerto de los Olivos, el arresto de Jesús y el inicio de la pasión; el pan y el cuerpo, el vino y la sangre de Jesús; la oración den Getsemani y el arresto de Jesús; Judas y el campo de la sangre; el proceso romano, la mujer de Pilatos y los sueños de Dios; la muerte del Mesías; la sepultura y el sábado de Jesús; la tumba vacía y a resurrección.

En el período de retiro, como de costumbre se suspenden las audiencias privadas y especiales, incluida la audiencia general de los miércoles.

La oración cristiana hoy
El cuidado de la oración cristiana

Carta Pastoral de los obispos españoles de Pamplona- Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria 

En esta última parte de nuestra carta pastoral queremos plantearnos de manera más práctica y concreta qué podemos hacer para cuidar mejor la oración en nuestra vida personal, en el hogar y en la comunidad cristiana.

En la vida personal
La primera responsabilidad de todos es cuidar nuestra propia oración personal, sin limitarnos solamente a participar en la celebraciones litúrgicas o a rezar con otros de vez en cuando. Cada uno hemos de escuchar la invitación de Jesús: "Tú, cuando quieras orar, métete en tu cuarto y ora a tu padre que está en lo escondido. (Mt 6,6)".

Asegurar el recogimiento
Los hombres y mujeres de hoy hemos aprendido muchas cosas, pero, a veces, no sabemos llegar hasta nuestro interior. La vida moderna nos dispersa en mil ocupaciones, contactos e impresiones. Necesitamos de vez en cuando "encontrarnos con nosotros mismos". El recogimiento es un proceso que nos lleva de lo superficial a lo más profundo de nosotros, de la exterioridad hacia el interior, de la dispersión a la unificación. Así aconsejaba San Agustín: "No salgas de ti; en el hombre interior habita la verdad". Recogimiento no quiere decir aislamiento o ensimismamiento. El creyente se recoge para "ponerse en presencia de Dios", para disponerse al encuentro con él. Las técnicas pueden servir (zen, yoga, meditación trascendental, actitud corporal) con tal de que no quedemos prisioneros de nuestros ejercicios. No hemos de dejarnos coger tampoco por el perfeccionismo. Lo importante es el anhelo de Dios, la apertura confiada en su amor.

Para orar es necesario "hacer silencio". Es una expresión que se emplea mucho entre quienes buscan cultivar la oración. ¿Qué significa? El silencio exige antes que nada acallar el ruido exterior, pero no basta. Exige también acallar mensajes, impresiones, imágenes, recuerdos que "ocupan" nuestro interior y no nos permiten centrar nuestro espíritu en Dios. Pero el "silencio cristiano" no consiste en quedarnos mudos. Es callarse ante Alguien. El silencio es una forma de escuchar a Dios, de abrirnos a la comunicación con él. Es acallar otras voces para prestar atención amorosa solo a Dios.

Cada uno ha de seguir su propio camino. Cada uno sabe mejor que nadie lo que le ayuda a abrirse a Dios. En el fondo, se trata de escuchar esta invitación de San Buenaventura: "Ea hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entre un instante dentro de ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto a Dios y lo que pueda ayudarte para buscarlo; y así, cerradas todas las puertas, ve tras de él. Di a Dios: Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro. Con este esfuerzo nos disponemos para el encuentro con Dios, pero sabiendo que, a través de todo esto, es Dios mismo el que nos está atrayendo y disponiendo con su gracia.

Frecuencia de la oración
"Orar constantemente" (1 Ts 5, 17). Éste es el deseo del verdadero creyente ¿Cómo hacerlo realidad? Antes que nada, se trata de mantener una actitud permanente: aceptar a Dios como origen y destino último de mi persona; vivir teniendo como horizonte a Dios, nuestro padre; mantener ante la vida una actitud de agradecimiento y confianza grande; no olvidar que él alienta mi vida desde su raíz; trabajar buscando en todo su voluntad y la venida de su reino. Sin embargo, si no queremos que esta disposición se disipe o atrofie, es necesario que nos tomemos tiempos concretos para rezar.

Con qué frecuencia? La respuesta no es difícil. Habrá que orar con tanta frecuencia como sea necesario para mantener esa actitud. Concretamente, es importante orar siguiendo el ritmo natural del día, pues cada jornada es como un resumen de nuestra vida ¿Cómo recuperar de forma sencilla la oración de la mañana y de la noche?

Despertarse iniciar una nueva jornada no es un acto trivial; se nos está regalando un nuevo día para vivir. Puede ser el momento de recogernos ante Dios para darle gracias por el nuevo día y para pedir su luz y su fuerza, sirviéndonos de alguna oración conocida. Quien no tiene tiempo ni condiciones para orar con calma puede elevar su corazón a Dios diciendo: "Tú me amas, Señor, y me acompañas de cerca también hoy". Puede ser suficiente. Lo importante es reavivar cada día nuestra fe.

La oración de la noche es diferente. Por lo que en general, las personas cuentan con más tiempo y posibilidades. Retirarse a descansar y entregarse al sueño puede convertirse en un acto de abandono confiado a Dios. Pedimos perdón y nos confiamos a su misericordia. El signo de la cruz con el rezo de una oración sencilla nos pueden ayudar. Si hay tiempo y sosiego, puede ser el momento del examen de conciencia, la lectura del Evangelio o la oración compartida.

Pero, tal vez, todo esto se puede hacer mejor el fin de semana, cuando no sentimos liberados de ocupaciones y trabajos, y con más tiempo y calma. Hay un oración para los días de trabajo, y un oración para los días de descanso y fiesta. Estos momentos de oración, inscritos en el ritmo de la jornada diaria o del ciclo semanal, nos permiten vivir de forma más consciente como "hijos de Dios". Esta oración no es una obligación. Es una necesidad para quien vive con un Dios con el que se desea compartir la vida como "un amigo con su amigo" (San Ignacio de Loyola).
La oración litúrgica de las Horas, hechas con sosiego y en su hora oportuna, en comunidad o a solas, permite a las comunidades contemplativas a los religiosos y religiosas, a presbíteros o laicos, orar los salmos y vivir con el corazón elevado al Señor.

Condiciones externas de la oración
Es importante contar con un lugar adecuado para recogerse y orar. No siempre es posible. Las parroquias y comunidades religiosas pueden hacer un mayor fuerzo para que templos Iglesias permanezcan abiertos durante más tiempo, de modo que sea posible encontrar un lugar apropiado para la oración personal o de grupo. También en la propia casa es a veces posible reservar un rincón para la oración callada. Pero se puede rezar también en el coche, en el campo, esperando el autobús o mientras se camina para hacer ejercicio o dar un paseo. Hay que buscar el momento oportuno. No es bueno decir: "Puedo orar en cualquier momento". Se necesita una cierta disciplina. Hay que concretar ¿Antes del desayuno? ¿A media mañana? ¿Al concluir la jornada? Cada uno ha de ver cómo le va mejor.

Es conveniente encontrar la postura que más ayuda al recogimiento. Aprender a mantener la espalda bien erguida y cuidar el ritmo de la respiración puede contribuir a encontrar sosiego y paz. Hay personas a las que les hace bien expresarse con gestos: cerrar los ojos, con las manos, elevar los brazos o dirigir la mirada hacia una imagen puedo ayudar a orar.

Es conveniente contar con algunos materiales. Tener a mano la Biblia, los evangelios, los salmos, el libro de la liturgia de las Horas, algún pequeño libro de oración, el rosario. También puede ayudar un imagen bella o un pequeño cirio que se enciende como signo de deseo de Dios.

En el hogar
Hace dos años os hablábamos ya de la oración en familia (Carta pastoral al servicio de una fe más viva. Cuaresma-Pascua dar resurrección, 1997 N. 98). No nos parece superfluo recordar algo de lo que os decíamos entonces.

La oración de los padres
El primer paso lo tienen que dar los padres, aprendiendo a orar juntos. La dificultad mayor suele estar en que los esposos se sienten a veces condicionados por la falta de costumbre y por un cierto pudor inicial. Sin embargo, una oración sencilla hace bien a la pareja, estrecha sus lazos y es la base para suscitar la oración en el hogar. Esta oración será, muchas veces, de agradecimiento a Dios mientras se agradecen también el uno al otro. En ocasiones será una petición de perdón a Dios; preparada por el perdón mutuo del uno al otro. Con frecuencia será una súplica por los hijos y el nombre de los hijos. Pocos que estos puede haber más cristianos que esa oración de unos padres que rezan en nombre de sus hijos pequeños que no saben orar o el nombre de sus hijos mayores que no quieren hacerlo.

Enseñar a orar a los hijos
Para enseñar a orar, no basta decirle al hijo que rece antes de dormirse o preguntarle si se ha santiguado. Esto puede crear en el algunos hábitos mecánicos pero la oración es una experiencia que ha de aprender en sus padres. Es necesario que el niño los vea rezar. Si los ve quedarse en silencio cerrar los ojos, desgranar las cuentas del rosario o leer despacio el Evangelio el niño capta la importancia de esos momentos, percibe la presencia de Dios como algo bueno, aprende un lenguaje religioso y unos signos que quedan grabados en su conciencia.
Es conveniente que el niño aprenda a usar algún gesto  (santiguarse), a repetir alguna fórmula sencilla, algún canto. El niño ora como ve orar. El silencio, la confianza en Dios, la alegría, la importancia del Evangelio todo lo va aprendiendo orando junto a sus padres. Llegará un momento en que él mismo pueda iniciar la oración, bendecir la mesa o leer el Evangelio con la mayor naturalidad. Se despierta así en el la sensibilidad de religiosa. Nada puede suplir más tarde esa experiencia en el hogar.

Orar en familia
Los padres han de saber que la mejor manera de enseñar a rezar es rezar con ellos. Cada familia ha de encontrar su estilo concreto de orar. No es tan difícil estar junto a los hijos más pequeños, acompañándolos en su oración al acostarse. Muchas madres lo saben hacer con acierto, ayudándole al hijo a dar gracias a Dios o a invocarlo con confianza. Es muy positivo aprovechar los momentos importantes para el niño cuando ha disfrutado de una fiesta o a recibido un regalo; cuando ha reñido con sus hermanos; cuando esté enfermo se siente mal.

Con los adolescentes y jóvenes se puede cuidar una breve oración diaria como la bendición de la mesa, pero es más importante preparar juntamente con ellos una oración sencilla envía señalados: cumpleaños de algún miembro de la familia, aniversario de boda de los padres, antes de salir de vacaciones, al comenzar el curso, en la Nochebuena, al final del año. Habríamos de pensar también en introducir nuevas costumbres religiosas en el hogar cristiano. Una, sencilla y significativa, podría consistir en reunirse todos en la sala antes de retirarse a descansar para rezar juntos el "Padrenuestro" y desearse un buen descanso.

El impulso de la oración en el hogar depende de la responsabilidad de los padres, pero también del apoyo que reciban de la comunidad parroquial. Os animamos a que sigáis fortaleciendo la pastoral familiar y el apoyo a los padres cristianos. Muchos de ellos necesitan orientación, sugerencias y materiales pedagógicos. No sería tan difícil en algunas parroquias que hubiera algún grupo de padres que se reunieran de vez en cuando para animarse en su fe para apoyarse en su tarea de padres cristianos.

En la comunidad cristiana
De las primeras comunidades cristianas se nos dice que "acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. (Hch 2, 42)". Éste era el ideal al que aspiraban: vivir con un solo corazón y una sola alma. ¿Cómo promover hoy entre nosotros la oración comunitaria?

La oración comunitaria
Para que haya oración comunitaria no basta que coincidan varias personas a rezar. Es necesario que se constituya un sujeto común de un oración compartida por todos. Que, al invocar a Dios, puedan decir en verdad "nosotros" sin que nadie quede aislado. El mismo hecho de congregarse, el compartir los mismos sentimientos de fraternidad y el modo de realizar la oración han de expresar este deseo de dejarse animar por el único y mismo Espíritu que habita en ellos (cf. Rm 8, 26). Ni qué decir tiene que nunca esta oración sea de convertir en cenáculo cerrado. Sería una contradicción.

Las posibilidades de la oración comunitaria son muchas, pues no es necesario seguir una estructura ni unas fórmulas litúrgicas fijas. Se puede compartir el silencio ante Dios o escuchar juntos su palabra de múltiples formas. Se pueden utilizar oraciones preparadas o suscitar espontáneamente otras. Se puede recitar una oración todos juntos o alternar en dos coros. Se pueden rezar salmos o cantar. Lo importante es que la oración esté al alcance de todos, que se evite el intimismo, que no se caiga en la rutina y que la oración nazca espontáneamente de la fe y de la vida del grupo. Esta oración no es sólo expresión de la comunidad, sino un medio precioso para robustecer la vida comunitaria en el seno de la parroquia.

Encuentros de oración
Las parroquias deberían convocar a sus fieles, no sólo para celebrar la misa u otros sacramentos si no también para encuentros oración no litúrgica. Es ahí donde no pocos cristianos pueden aprender prácticamente a orar o a escuchar la palabra de Dios o a descubrir caminos de interiorización. Estos encuentros pueden ser para colaboradores de la acción pastoral, para jóvenes, para padres o para personas de edad avanzada. Y pueden tener una estructura y unas características muy variadas.

Sin embargo, dentro de esa variedad y creatividad, sería conveniente que se inspiraron de alguna manera en la celebración litúrgica de la Iglesia y que fueran a veces como una prolongación o concreción de esa oración. En este sentido, pueden tener importancia particular los encuentros de oración en tiempos fuertes corno en el Adviento y la Navidad,  para alimentar la esperanza o el esfuerzo por la paz; en Cuaresma y Pascua, para suscitar la conversión y la renovación. En vísperas de Pentecostés, para acoger al Espíritu.

La oración de las Horas
La liturgia de las Horas no tiene por qué estar reservada sólo a las comunidades contemplativas, a los religiosos y clérigos. Esta oración litúrgica es la oración comunitaria por excelencia y puede ser también alimento del pueblo de Dios. Algunas parroquias han comenzado a promover la oración de Laudos o Vísperas, al menos en los tiempos fuertes o en algunas fiestas importantes. No podemos sino alabar la iniciativa y  desear que se impulse con más decisión.

La razones son varias. Por una parte, es un oración ofrece una estructura litúrgica capaz de liberar de prácticas piadosas desviadas. Por otra, es un oración que permite la creatividad y la adaptación a la vida del grupo que se congrega a orar.

Es, además, una oración que inicia a los salmos y educa en la actividad de alabanza y de acción de gracias tanto como en la súplica y la petición de perdón. Para no pocos creyentes puede ser fuente de espiritualidad y alimento para su compromiso cristiano o en su entrega evangelizadora.

El culto de la Eucaristía
La reserva eucarística en el sagrario es un memorial que nos recuerda la Eucaristía celebrada anteriormente por la comunidad. Este pan eucarístico es como el eco de aquella celebración que hace llegar su fruto hasta nosotros y expresa de manera muy especial la presencia real de Cristo entre los suyos. También aquí se confirman las palabras del Resucitado: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Pero la presencia sacramental de Cristo no se ha de entender de manera estática, sino como un hecho salvífico una "presencia ofrecida", un don del Padre que nos entrega su Hijo como Salvador. Por eso mismo, esta presencia eucarística en el Sagrario está pidiendo una acogida de su acción transformadora, una actitud de adoración y acción de gracias, un deseo profundo de comunión con Cristo.

Os invitamos a las comunidades parroquiales a promover y enriquecer este culto a la Eucaristía cuidando la visita el Sagrario, la oración ante el Señor, la adoración de la Eucaristía con la bendición del Santísimo. Los fieles tienen derecho a conocer toda la hondura y riqueza de esta oración. En las orientaciones del Ritual del culto al lado de la Eucaristía podréis encontrar múltiples sugerencias para alimentar esta oración ante el santísimo Sacramento con cantos, oraciones, lectura de la palabra de Dios, breves exhortaciones o momentos oportunos de silencio (cf. Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa, Coeditores litúrgicos, Madrid 1974, N 95).

Enseñar a orar
Queremos, finalmente, alentar vuestro esfuerzo pastoral para enseñar a orar. Es cierto que si la persona no se abre a Dios, ninguna pedagogía lo podrá enseñar a rezar. Pero también es verdad que los creyentes necesitan directrices, orientación y apoyos externos que les ayuden a dar pasos.

La parroquia
En la parroquia es necesario cuidar antes que nada la educación litúrgica. Los creyentes no pueden participar de un modo consciente y profundo en las celebraciones si desconocen el sentido de la liturgia, la estructura de la Eucaristía o el significado de los gestos. Esta labor pedagógica ha de ser permanente y no debe quedar en lo puramente exterior. Hay que educar en el sentido de Dios y de lo sagrado; introducir en el espíritu de la celebración; enseñar a participar de manera viva en la oración comunitaria. Crear sentido de Iglesia.

Junto a esa educación litúrgica las parroquias que han de hacer un esfuerzo mayor por ayudar a los creyentes a desarrollar sus propias posibilidades de oración y de vida interior. He aquí algunas sugerencias para despertar la creatividad: acondicionar alguna capilla, oratorio o lugar apropiado para la oración personal o de los grupos más reducidos; poner a disposición de los fieles Biblias, salmos, textos, libros y elementos diversos que les puedan ayudar a orar; convocar a encuentros de oración en tiempos oportunos; cuidar y alentar a los grupos que se reúnan orar.

Pero, sobretodo, hemos de esforzarnos por iniciar a los niños y jóvenes a una verdadera oración. No debe haber ninguna catequesis en la que no se cuide de manera especial la oración personal y grupal del niño. No debe haber ningún proceso de educación en la fe en la preparación a la confirmación en los que no se inicie al joven en la oración. La fe no se despierta sólo con la transmisión de una doctrina, la explicación de unos temas o el desarrollo de dinámicas de grupo o la invitación al compromiso cristiano. Es la oración y el encuentro con Dios lo que es la suscita y robustece. Os animamos a que sigáis promoviendo convivencias, retiros, encuentros de oración y eucaristías para jóvenes. En nuestra pastoral juvenil habrá una laguna muy grave si no iniciamos a los jóvenes en el conocimiento y la participación en la Eucaristía, y en la experiencia de la oración personal.

Los grupos de oración
Están surgiendo entre nosotros múltiples grupos de oración, de características y sensibilidades diferentes, formados por personas que se sienten vinculadas no sólo por lazos de amistad o de compromisos pastoral, si no, sobretodo, por un mismo deseo de cuidar mejor su vida interior. Estos grupos son para no pocos una verdadera "escuela de oración" pues en ellos pueden aprender la escucha de la Palabra, el silencio interior o en las diversas formas de oración. Más aún, se actúan con sentido de pertenencia a la comunidad total y sin cerrarse sobre sí mismos, estos grupos pueden ser una especie de "fermento" para la renovación de la oración en la comunidad cristiana. Su aportación puede ser variada: invitar y acoger en el grupo a personas que buscan un encuentro más vivo con Dios; tomar parte y animar la oración de toda la comunidad parroquial; ofrecer su experiencia en forma de sugerencias y nuevas iniciativas.

Las comunidades contemplativas
Asistimos hoy a un hecho que sin ser espectacular y masivo, resulta, sin embargo, significativo. Son bastantes los que se acercan a los monasterios y comunidades contemplativa. No les atrae sólo la curiosidad, sino el deseo de encontrar "algo" diferente que su corazón anhela. No son solamente cristianos convencidos; también se acercan gentes de fe débil y vacilante, y personas alejadas de la práctica religiosa. Creemos ver en ello un "deseo de Dios", a veces tímido y de confuso, pero en el que no está ausente la acción del Espíritu.

Queremos que las comunidades contemplativas os preguntáis si no habéis de escuchar hoy esta llamada de Dios. Nadie como vosotros está en condiciones de ayudar a estas personas a recuperar el sentido de Dios y de presencia velada ciertamente por su misterio, pero captada por vosotros y vosotras de forma real y vivida. Acercados con humildad a estos hermanos y decidles con vuestra vida: "Dios existe, yo lo he encontrado". Podéis ayudarles a que se despierte en ellos el hambre del Absoluto y el deseo de verdad interior; podéis enseñarles a escuchar a ese Dios que ni pregunta ni responde con Palabras humanas, pero que está en la existencia y habla calladamente a través de las cosas, los acontecimientos, las personas y la vida entera.

Junto a vosotros pueden aprender actitudes fundamentales para disponerse al encuentro con Dios: la necesidad de radical de su gracia; la sencillez en el trato con él; la paciencia del ritmo misterioso de su acción; el arte de vivir en su presencia… Más en concreto, podéis enseñar la oración cristiana. El contacto con las religiones orientales y la difusión de métodos como el yoga o el zen han atraído algunos a buscar nuevas experiencias de la trascendencia fuera del marco cristiano. En vuestras comunidades han de aprender la riqueza y los valores de la oración cristiana: el diálogo con un Dios personal; el encuentro con un Dios Padre por medio de su Hijo y bajo la acción del Espíritu; la experiencia de un Dios trinitario; la escucha de la palabra de Dios en las Escrituras; la experiencia de la Eucaristía y del año litúrgico.
En este sentido no tenéis por qué renunciar a transmitir vuestra propia espiritualidad contemplativa: la búsqueda de Dios de San Agustín; la experiencia de la celebración litúrgica desde el espíritu de San Benito; la oración contemplativa: de San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús; el deseo de Dios de San Bernardo o la alabanza al Creador desde el corazón pobre, fraterno y evangélico de San Francisco de Asís. Esa aportación no se enriquece a todos.

Vuestro servicio se puede concretar de muchas formas. Podéis ofrecer a las personas o grupos espacios y tiempos para la búsqueda de Dios y para la oración reposada y silenciosa. Podéis ofrecerles la posibilidad de compartir vuestra celebraciones y vuestra oración. Poner a disposición de quien se os acercan pequeñas ayudas (Biblias, libros de oración, orientaciones para rezar los salmos). Acoger y conversar con quienes buscan luz y orientación. Todo este servicio acercará mejor a Dios si los hacéis desde vuestro propio ser contemplativo, sin perder la hondura de vuestra vida y sin caer en un estilo de actividades que no son propias de nuestro carisma.

La oración de los presbíteros
No queremos terminar esta carta sin hacer una llamada muy sentida a los presbíteros de nuestras comunidades. Una llamada que nos la hacemos a nosotros mismos antes que nadie. No podremos ayudar a otros a avivar su oración si no reavivamos la nuestra. Obispos y presbíteros hemos de cuidar más y mejor nuestra oración personal: la oración de las Horas, la lectura personal de la Biblia, la meditación cristiana, la oración ante el Señor. Las comunidades cristianas tienen que intuir que vivimos desde Dios y para Dios, y que nuestra actividad pastoral se alimenta en la oración. La oración no es lo último que hemos de hacer, si es que todavía nos queda tiempo, si no lo primero.

Perpetua y Felicidad, Santas Memoria Litúrgica, 7 de marzo

Mártires en Cartago

Martirologio Romano: Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicidad, que bajo el emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño de pecho, y Felicidad, su sierva, estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes no podía ser martirizada hasta que diese a luz, y al llegar el momento, en medio de los dolores del parto se alegraba de ser expuesta a las fieras, y de la cárcel las dos pasaron al anfiteatro con rostro alegre, como si fueran hacia el cielo ( 203).

Patronazgo: de las madres, de las madres embarazadas que dan a luz en condiciones difíciles (Felicidad), de las madres lactantes (Perpetua)

Etimológicamente: Perpetua = Aquella que siempre ayuda a los demás, es de origen latino.

Etimológicamente: Felicidad = Aquella a quien la suerte le acompaña, es de origen latino.

Breve Biografía

Vibia Perpetua, una joven madre de 22 años, escribió en prisión el diario de su arresto, de las visitas que recibía, de las visiones y de los sueños, y siguió escribiendo hasta la víspera del suplicio. “Nos echaron a la cárcel –escribe– y quedé consternada, porque nunca me había encontrado en lugar tan oscuro. Apretujados, nos sentíamos sofocar por el calor, pues los soldados no tenían ninguna consideración con nosotros”. Perpetua era una mujer de familia noble y había nacido en Cartago; con ella fueron encarcelados Saturnino, Revocato, Secóndulo y Felicidad, que era una joven esclava de la familia de Perpetua, todos catecúmenos.

A los cinco se unió su catequista Saturno y, gracias a él, todos pudieron recibir el bautismo antes de ser echados a las fieras y decapitados en el circo de Cartago, el 7 de marzo del año 203. Felicidad estaba para dar a luz a su hijo y rezaba para que el parto llegara pronto para poder unirse a sus compañeros de martirio. Y así sucedió, el niño nació dos días antes de la fecha establecida para el inhumano espectáculo en el circo: fue un parto muy doloroso, y cuando un soldado comenzó a burlarse: “¿Cómo te lamentarás entonces cuando te estén destrozando las fieras?” Felicidad replicó llena de fe y de dignidad: “¡Ahora soy yo quien sufro; en cambio, lo que voy a padecer no lo padeceré yo, sino que lo sufrirá Jesús por mí!”.

Ser cristianos en esa época de fe y de sangre constituía un riesgo cotidiano: el riesgo de terminar en un circo, como pasto para las fieras y ante la morbosa curiosidad de la muchedumbre. Perpetua tenía un hijito de pocos meses. Su padre, que era pagano, le suplicaba, se humillaba, le recordaba sus deberes para con la tierna criatura. Bastaba una palabra de abjuración y ella regresaría a casa. Pero Perpetua, llorando, repetía: “No puedo, soy cristiana”.

Los escritos de Perpetua formaron un libro que se llama Pasión de Perpetua y Felicidad, que después completó otra mano, tal vez la de Tertuliano, que narró cómo las dos mujeres fueron echadas a una vaca brava que las corneó bárbaramente antes de ser decapitadas. La frescura de esas páginas ha llenado de admiración y conmoción a enteras generaciones. Precisamente los hermanos en la fe fueron quienes pidieron a Perpetua que escribiera esos apuntes para dejar a todos los cristianos por escrito un testimonio de edificación.

Nuestras santas son representadas normalmente en la arena, embestidas por una vaca, algunas veces abrazándose para darse fuezas y en otras dándose el beso de la paz, estas representaciones han sido mal interpretadas en la actualidad por algunos colectivos con opiniones sesgadas sobre la amistad, con intención explícita de hacerlas símbolo de algo que no fueron: amantes.

Oración
Señor y Dios nuestro,
las santas mártires Perpetua y Felicidad,
movidas por tu amor,
vencieron los tormentos y la muerte
y superaron la furia del perseguidor,
concédenos, por su intercesión,
crecer siempre en ese mismo amor divino.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que contigo y el Espíritu Santo vive y reina en unidad,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

PAXTV.ORG