El misterio de la Pascua del Señor
- 07 Abril 2017
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- 07 Abril 2017
Evangelio según San Juan 10,31-42.
Los judíos tomaron piedras para apedrearlo. Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?". Los judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios". Jesús les respondió: "¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada- ¿Cómo dicen: 'Tú blasfemas', a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: "Yo soy Hijo de Dios"?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre". Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí.
Muchos fueron a verlo, y la gente decía: "Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad". Y en ese lugar muchos creyeron en él.
San Juan Bautista de la Salle
San Juan Bautista de la Salle, presbítero y fundador
Memoria de san Juan Bautista de la Salle, presbítero, que en Reims, en la región de Normandía, en Francia, se dedicó con ahínco a la instrucción humana y cristiana de los niños, en especial de los pobres. Instituyó la Congregación de Hermanos de las Escuelas Cristianas, a causa de lo cual soportó muchas tribulaciones, si bien fue merecedor de gratitud por parte del pueblo de Dios.
El fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas nació en Reims, el 30 de abril de 1651. Sus padres descendían de familias nobles. Bajo la dirección de su piadosa madre, Juan Bautista dio desde niño muestras de una piedad anunciadora de que, un día, sería sacerdote. A los once años de edad, recibió la tonsura y, a los dieciséis, fue nombrado miembro del capítulo de la catedral de Reims. En 1670, ingresó en el seminario de San Sulpicio, en París; ocho años después fue ordenado sacerdote. Su noble figura, su educación refinada, su cultura y las relaciones de su familia, parecían destinar al joven a una brillante carrera de dignidades eclesiásticas. Pero Dios tenía otros designios sobre él, aunque Juan Bautista no sospechaba nada hasta el momento en que uno de los canónigos de Reims, en su lecho de muerte, le confió la dirección de una escuela y un orfanatorio de niñas, y el cuidado de las religiosas encargadas de ellos.
En 1679, Juan Bautista conoció a Adrián Nyel, un laico que había ido a Reims a fundar una escuela de niños pobres. El canónigo de la Salle le alentó cuanto pudo, y así pronto se inauguraron dos escuelas, tal vez un poco prematuramente. El joven canónigo tomó cada vez mayor interés en la obra y empezó a ocuparse de los siete profesores que trabajaban en las escuelas. En 1681 alquiló una casa para ellos, los invitaba a comer a la suya y, poco a poco, les infundió los altos ideales educativos que empezaban a tomar forma en su mente. A pesar de que los modales un tanto groseros de los profesores le molestaban, el santo les ofreció alojamiento en su propia casa para poder vigilar de cerca su trabajo. El resultado fue desalentador, pues dos de los hermanos del santo partieron al punto para no convivir con aquellos palurdos y, cinco de los profesores le abandonaron al poco tiempo, porque no querían o no podían someterse a la severa disciplina que el santo les imponía. El reformador supo esperar y Dios premió su paciencia. Al poco tiempo, se presentaron otros candidatos para formar el primer núcleo de la nueva congregación. El santo abandonó la casa paterna y se fue a vivir con sus profesores en un edificio de la Rue Neuve. El movimiento se dio a conocer gradualmente y empezaron a llegar peticiones de diferentes ciudades para que enviase a sus profesores. En parte, por razón de sus múltiples ocupaciones, y en parte también, para no disfrutar de rentas y asemejarse a sus discípulos, san Juan renunció a su canonjía.
En seguida se le planteó el problema de cómo debía emplear su fortuna personal, que no deseaba conservar. ¿Debía consagrarla al desarrollo de la incipiente congregación, o más bien darla a los pobres? El santo fue a París a consultar al P. Barré, un hombre de Dios muy interesado en la educación, cuyos consejos le habían ayudado en otras ocasiones. El P. Barré se opuso absolutamente a la idea de que el santo emplease sus bienes en su propia fundación. Juan Bautista de la Salle, después de pedir fervorosamente a Dios que le iluminase, determinó vender sus posesiones y distribuir el producto entre los pobres. Su ayuda no pudo ser más oportuna, pues la región de Champagne atravesaba por un período de carestía. A partir de entonces, la vida de Juan Bautista fue todavía más austera. Como estaba acostumbrado a comer muy bien, tenía que ayunar hasta que el hambre le obligaba a comer cualquier platillo, por mal preparado que estuviese.
Pronto inauguró cuatro escuelas. Pero su principal problema era la formación de los profesores. Finalmente, en una junta con doce de sus hijos, se decidió a redactar una regla provisional. Según ella los profesores harían anualmente un voto de obediencia hasta que se viese claramente si tenían o no vocación. En la misma junta se adoptó para la nueva congregación el nombre de Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. La primera prueba que sufrieron fue una epidemia. El santo la atribuyó a su falta de previsión y convenció a sus hijos para que eligiesen a otro superior; pero el vicario general de la diócesis le obligó a tomar de nuevo el gobierno, en cuanto la noticia llegó a sus oídos. A decir verdad, eran muy necesarias la prudencia y la habilidad de san Juan Bautista de la Salle, pues las circunstancias iban a hacer que la nueva congregación se desarrollase mucho más de prisa de lo que se había previsto y que ampliase, al mismo tiempo, su campo de actividades. Hasta entonces, los miembros de la congregación habían sido hombres maduros; pero por aquella época empezaron a presentarse candidatos de quince a veinte años. Por una parte, hubiese sido una lástima rechazar aquellas vocaciones tan prometedoras; pero por la otra, era imposible que hombres tan jóvenes pudiesen adaptarse al rigor de una regla trazada para hombres maduros. Para resolver el problema, san Juan Bautista instituyó, en 1685, una especie de noviciado. Reservó para los jóvenes una casa especial, redactó para ellos una regla más sencilla, y los puso bajo el cuidado de un hermano con experiencia, aunque él conservaba la supervisión general. Pero al poco tiempo, se presentó otro problema semejante y a la vez diferente: los párrocos de los alrededores enviaban al santo algunos jóvenes para que los formase como profesores y los enviase después, a enseñar en sus parroquias. San Juan Bautista fundó otra casa especial para ese tipo de candidatos y se encargó de su formación. Así quedó establecido en Reims, en 1687, el primer instituto para la formación de profesores, al que siguieron el de París (1699) y el de Saint-Denis (1709).
Entre tanto, había proseguido el trabajo de la enseñanza de los niños pobres en Reims. En 1688, a instancias del párroco de San Sulpicio de París, san Juan Bautista fundó una escuela en dicha parroquia. En realidad se trataba de la última de las escuelas fundadas anteriormente por M. Olier, que se clausuraron una tras otra por falta de profesores suficientemente preparados.
El éxito de los Hermanos de las Escuelas Cristianas fue tan grande, que pronto abrieron otra escuela en el mismo barrio. San Juan Bautista confió la dirección de las escuelas de París al hermano L'Heureux, hombre muy dotado y capaz, a quien el fundador había escogido por sucesor y estaba preparando para el sacerdocio. San Juan Bautista de la Salle tenía la intención de formar algunos sacerdotes para que se encargasen de la dirección de cada una de las casas, pero la inesperada muerte del hermano L'Heureux le hizo pensar que Dios no quería que pusiese en práctica ese proyecto. Después de muchas oraciones, el santo llegó a la conclusión de que la congregación debía limitarse estrictamente a la enseñanza y que era mejor excluir de ella las diferencias entre sacerdotes y hermanos. Así pues, el fundador decretó que ni los Hermanos de las Escuelas Cristianas podían ordenarse sacerdotes en ningún caso, ni la congregación podía recibir a ningún sacerdote. Tal vez sea éste el mayor sacrificio que puede exigirse de una congregación masculina. El decreto sigue en vigor en nuestros días. Durante la estancia del fundador en París, habían surgido algunas dificultades en Reims. Esto movió a san Juan Bautista a comprar una casa en Vaugirard, a donde los hermanos pudiesen retirarse de tiempo en tiempo para recuperar las fuerzas del cuerpo y del espíritu. Con el tiempo, esa casa se convirtió también en noviciado. Allí fue donde, hacia 1695, redactó el fundador las reglas definitivas, en las que hablaba ya de votos perpetuos. También escribió allí su tratado sobre la «Dirección de Escuelas», en el que su sistema revolucionario de la educación en las escuelas primarias, que aun produce magníficos frutos en la actualidad, tomó su forma definitiva. El sistema de san Juan Bautista de la Salle venía a reemplazar el método de instrucción individual y el llamado «sistema simultáneo»; insistía en la necesidad de que los alumnos guardasen silencio durante las clases y daba la debida importancia al aprendizaje de las lenguas vernáculas, pues hasta entonces el latín ocupaba el primer puesto. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas se habían dedicado exclusivamente a los niños pobres. Pero en 1698, el rey Jaime II de Inglaterra, que estaba desterrado en Francia, pidió al santo que abriese una escuela para los hijos de sus partidarios irlandeses. San Juan Bautista inauguró entonces una escuela para cincuenta niños de la nobleza. Por la misma época fundó la primera «Academia Dominical» para los artesanos jóvenes; en ella se impartía la instrucción secundaria, la enseñanza del catecismo y se consagraba, naturalmente, algún tiempo al juego. Las Academias Dominicales llegaron a ser muy populares.
San Juan Bautista había tenido que hacer frente a muchas pruebas. A las defecciones de algunos de sus discípulos se añadía el rencor de los profesores laicos, quienes consideraban la actividad del santo como una intrusión en su propio campo. En una ocasión la conducta imprudente de dos hermanos que ocupaban puestos de importancia, puso en peligro la vida misma de la congregación. El arzobispo de París recibió quejas de que se trataba a los novicios con demasiado rigor y mandó al vicario general para que hiciese investigaciones. Los mismos novicios testimoniaron, unánimemente, en favor de su superior; pero el vicario general, que tenía ciettos prejuicios contra la congregación, presentó un informe desfavorable. El arzobispo procedió a deponer del superiorato a san Juan Bautista, quien acogió la sentencia sin una palabra de queja. Pero cuando el vicario general trató de imponer como superior a un extraño, originario de Lyon, todos los hermanos declararon por unanimidad que su verdadero superior era el P. de la Salle y que estaban decididos a abandonar la congregación antes de que aceptar a otro. Posteriormente, el santo les obligó a someterse formalmente; entretanto, el arzobispo echó tierra al asunto y san Juan Bautista fue, como siempre, el superior. Poco después, al trasladarse el noviciado de Vaugirard a una casa más grande en París, así como al fundarse allí unas escuelas relacionadas con él, los profesores-laicos, los jansenistas y todos los que se oponían a la educación de los pobres, organizaron un violento ataque contra la congregación. San Juan Bautista se vio envuelto en una serie de procesos y tuvo que cerrar todas sus casas y escuelas de París. Al cabo de algún tiempo se calmó la tempestad, tan súbitamente como se había desatado y, los Hermanos de las Escuelas Cristianas volvieron a la capital, donde ampliaron todavía más sus instituciones.
En otros países, la congregación se había desarrollado constantemente. En 1700, el hermano Drolin había fundado una escuela en Roma. En Francia se habían abierto las escuelas de Aviñón, Calais, Languedoc, Provenza, Rouen y Dijon. En 1705, se trasladó el noviciado a Saint Yon, en Rouen, donde se inauguró también un internado y un instituto para jóvenes difíciles, que más tarde se transformó en reformatorio. Tales fueron los principios de la congregación de enseñanza más grande que existe actualmente en la Iglesia. Sus obras comprenden desde las escuelas primarias hasta las Universidades. En 1717, san Juan Bautista renunció al cargo de superior. A partir de ese momento, no volvió a dar una sola orden y vivió como el más humilde de los hermanos. Se dedicó entonces a la formación de los novicios y de los internos, para quienes escribió varios libros, entre los que se cuenta un método de oración mental. Era aquella una época particularmente importante de la espiritualidad francesa. En la obra de san Juan Bautista de la Salle se advierte la influencia de Bérulle y de Olier, de la «escuela francesa» de Rancé y de los jesuitas, pero sobre todo, del canónigo Nicolás Roland y del fraile Nicolás Barré, que eran amigos personales del santo. Uno de los rasgos de san Juan Bautista que deben señalarse fue su oposición al jensenismo, manifestada, sobre todo, por la propaganda que hizo a la comunión frecuente y aun diaria. En la cuaresma de 1719, el santo sufrió varios ataques de asma y reumatismo, pero no dejó de practicar las austeridades habituales. Poco después tuvo un accidente que le dejó muy débil. El Señor le llamó a Sí el 7 de abril de 1719, que era Viernes Santo, a los sesenta y seis años de edad. La Iglesia demostró su aprecio por el carácter de ese pensador y hombre de acción tan importante en la historia de la educación, al canonizarle, en 1900. La fiesta de san Juan Bautista de la Salle se celebra en toda la Iglesia de Occidente. En 1950, Pío XII le declaró celestial patrono de todos los que se dedican a la enseñanza.
Abundan las buenas biografías de san Juan Bautista de la Salle, especialmente en francés. Todas ellas se basan en la que escribió J. B. Blain, su íntimo amigo, en 1733. Entre las obras modernas la más importante es, probablemente, la de J. Guibert, Histoire de St. Jean Baptiste de la Salle (1900). Más breves son las biografías de A. Delaire (1900), en la colección Les Saints; F. Laudet (1929), y G. Bernoville (1944). El esbozo biográfico de Francis Thompson fue reeditado en 1911. Las obras completas del santo, traducidas al español y convenientemente prologadas y anotadas, pueden leerse on line o descargarse del sitio de la congregación.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Oremos
Señor Dios nuestro, que elegiste a San Juan Bautista de la Salle para educar cristianamente a la juventud, suscita en tu Iglesia educadores que se consagren por entero a la formación humana y cristiana de los jóvenes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Egipto
Melitón de Sardes (¿- c. 195), obispo Homilía pascual, 57-67
“El misterio de la Pascua del Señor”
El misterio de Pascua se ha cumplido en el cuerpo del Señor. Pero ya anteriormente, los patriarcas, los profetas y todo el pueblo anunciaron sus sufrimientos. Sus sufrimientos quedaron confirmados por el sello de la ley y los profetas. Este futuro grandioso e inefable ha sido preparado desde antiguo, prefigurado desde tiempos remotos. El misterio del Señor se ha hecho visible hoy, porque antiguo y nuevo es el misterio del Señor...
¿Quieres ver el misterio del Señor? Mira a Abel, asesinado como él, a Isaac, encadenado como él, a José, vendido como él, a Moisés, abandonado como él, a David, escarnecido como él, a los profetas, como él perseguido. Mira, por fin, al cordero inmolado en la tierra de Egipto que hirió a Egipto y salvó a Israel con su sangre.
Por la voz de los profetas fue anunciado el misterio del Señor. Moisés dice al pueblo: “Tu vida estará ante ti como pendiente de un hilo, tendrás miedo de noche y de día, ni la misma vida tendrás segura” (cf Dt 28,66). Y David: “Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean un fracaso. Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías” (Sal 2,1). Y Jeremías: “Soy como un cordero inocente llevado al matadero. Traman contra mí cómo quitarme la vida, diciendo: Vamos...arranquémoslo de la tierra de los vivos, que nadie recuerde su nombre” (cf Jer 11,9). E Isaías: “como un cordero llevado al matadero, como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca” (cf Is 53,7).
Muchos otros acontecimientos fueron anunciados por los profetas acerca del misterio de Pascua que es Cristo... Él nos ha liberado de la servidumbre del mundo como de la tierra de Egipto y nos ha arrancado de la esclavitud del demonio como de la mano de Faraón.
¿Cómo puedo escuchar que Dios me habla en la oración?
Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente interesado- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía
La frase «conversación con Dios» describe muy bien la oración cristiana. Cristo ha revelado que Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente interesado- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía. Para los cristianos, entonces, la oración, como lo explicó el Papa Benedicto XVI cuando visitó Yonkers, Nueva York en el 2007, es una expresión de nuestra «relación personal con Dios». Y esa relación, continuó diciendo el Santo Padre, «es lo que más importa».
Parámetros de la fe
Cuando oramos, Dios nos habla. Antes que nada, necesitamos recordar que nuestra relación con Dios se basa en la fe. Esta virtud nos da acceso a un conocimiento que va mas allá de lo que podemos percibir con nuestros sentidos. Por la fe, por ejemplo, sabemos que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, a pesar de que nuestros sentidos sólo perciban las especies del pan y del vino. Cada vez que un cristiano ora, la oración tiene lugar dentro de este ámbito de la fe.
Cuando me dirijo a Dios en la oración vocal, sé que me está escuchando, aunque no sienta su presencia con mis sentidos o mis emociones. Cuando lo alabo, le pregunto cosas, lo adoro, le doy gracias, le pido perdón...en todas estas expresiones de oración, por la fe (no necesariamente por mis sentidos o mis sentimientos) sé que Dios está escuchando, se interesa y se preocupa. Si tratamos de entender la oración cristiana fuera de esta atmósfera de fe, no vamos a llegar a ninguna parte.
Teniendo esto en mente, echemos un vistazo a las tres formas en que Dios nos habla en la oración.
El don del consuelo.
En primer lugar, Dios puede hablarnos cuando nos otorga lo que los escritores espirituales llaman consuelo. A través de él, toca el alma y le permite ser consolada y fortalecida con la sensación de percibir su amor, su presencia, su bondad, su poder y su belleza.
Este consuelo puede fluir directamente del significado de las palabras de una oración vocal. Por ejemplo, cuando rezo la famosa oración del beato Cardenal Newman «Guíame, luz amable», Dios puede aumentar mi esperanza y mi confianza, simplemente porque el significado de las palabras, nutren y revitalizan mi conciencia del poder y la bondad de Dios.
El consuelo también puede fluir desde la reflexión y la meditación en la que nos involucramos cuando hacemos oración mental. Al leer y reflexionar lentamente, la parábola del hijo pródigo, por ejemplo, puedo sentir que mi alma se conforta con la imagen del padre abrazando al hermano menor arrepentido. Esa imagen del amor de Dios viene a mi mente y me da una renovada conciencia de la misericordia y la bondad de Dios. ¡Dios es tan misericordioso!, me digo a mí mismo y siento la calidez de su misericordia en mi corazón. Esa imagen y esas ideas son mías en tanto surgen en mi mente, pero son de Dios en la medida que surgieron en respuesta a mi reflexión de la revelación de Dios, dentro de una atmósfera de fe.
O, en otra ocasión, puedo meditar el mismo pasaje bíblico y ser trasladado a una profunda experiencia de dolor por mis propios pecados: en la rebelión ingrata del hijo pródigo, veo una imagen de mis propios pecados y rebeliones y siento repulsión por esto. Una vez más, la idea de la fealdad del pecado, y el dolor por mis pecados personales son mis propias ideas y sentimientos, pero son una respuesta a la acción de Dios en mi mente en la medida en que Él va guiando mi ojo mental para que perciba ciertos aspectos de su verdad mientras lo escucho hablar a través de su Palabra revelada en la Biblia.
En cualquiera de estos casos, mi alma vuelve a ser tocada y por tanto nutrida y consolada por la verdad de quién es Dios para mí y quién soy yo para Él –es verdad que Dios le habla a mi alma. Pero la distinción entre el hablar de Dios y mis propias ideas no es tan clara como a veces nos gustaría que fuera. Él realmente habla a través de las ideas que me llegan a medida que, en la oración, yo vuelco mi atención hacia Él; habla dentro de mí a través de las palabras que surgen en mi corazón cuando contemplo su Palabra.
Nutriendo los dones del Espíritu Santo.
En segundo lugar, Dios puede respondernos en la oración incrementando los dones del Espíritu Santo en nuestra alma: sabiduría, ciencia, entendimiento, piedad, temor de Dios, fortaleza y consejo. Cada uno de estos dones nutre nuestros músculos espirituales, por así decirlo, y juntos, desarrollan nuestras facultades espirituales haciendo más fácil descubrir, apreciar y querer la voluntad de Dios en nuestra vida, y llevarla a cabo. En pocas palabras, los dones mejoran nuestra capacidad para creer, esperar y amar a Dios y a nuestro prójimo. Entonces, cuando estoy dirigiéndome a Dios en la oración vocal o tratando de conocerlo más profundamente a través de la oración mental, o adorándolo a través de la oración litúrgica, la gracia de Dios toca mi alma, nutriéndola mediante el aumento de la potencia de estos dones del Espíritu Santo.
Dado que estos dones son espirituales y no materiales, y que la gracia de Dios es espiritual, no siempre sentiré que Dios me nutre. Puedo pasar 15 minutos leyendo y reflexionando sobre la parábola del Buen Pastor sin tener ideas o sentimientos consoladores; mi oración se siente seca. Pero eso no quiere decir que la gracia de Dios no esté nutriendo mi alma y que no se estén fortaleciendo dentro de mí los dones del Espíritu Santo.
Cuando tomo vitaminas (o me alimento con brócoli) no siento que mis músculos estén creciendo, pero sé que esas vitaminas están permitiendo el crecimiento. De igual manera, cuando rezamos, sabemos que estamos entrando en contacto con la gracia de Dios, con un Dios que nos ama y nos está haciendo santos. Cuando no experimento el consuelo, puedo estar seguro que, como quiera, Dios está trabajando en mi alma, fortaleciéndola con sus dones por medio de las vitaminas espirituales que mi alma toma cada vez que, lleno de fe, entro en contacto con Él. Pero esto lo sé sólo por la fe porque Dios, al nutrirnos espiritualmente, no siempre envía consuelos sensibles. Es por esto que el crecimiento espiritual depende de manera tan significativa de nuestra perseverancia en la oración, independientemente de si sentimos o no los consuelos.
Inspiraciones directas.
En tercer lugar, Dios puede hablar a nuestra alma a través de palabras, ideas o inspiraciones que reconocemos claramente como venidas de Él. Personalmente, tengo un vívido recuerdo de la primera vez que el pensamiento del sacerdocio me vino a la mente. Ni siquiera era católico y nadie me había dicho que debería ser sacerdote. Y, sin embargo, a raíz de una poderosa experiencia espiritual, el pensamiento simplemente apareció en mi mente, completamente formado con claridad convincente. Yo sabía, sin lugar a duda, que la idea había venido directamente de Dios y que Él me hablaba dándome una inspiración.
La mayoría de nosotros, aunque sean pocas veces, hemos tenido algunas experiencias como ésta, cuando sabíamos que Dios nos estaba diciendo algo específico, aun cuando sólo escucháramos las palabras en nuestro corazón y no con nuestros oídos físicos. Dios puede hablarnos de esta manera incluso cuando no estemos en oración, pero una vida de oración madura hará nuestras almas más sensibles a estas inspiraciones directas y creará más espacio para que, si así lo desea, Dios nos hable directamente más seguido.
Jesús nos aseguró que cualquier esfuerzo que hagamos por orar traerá la gracia a nuestras almas, ya sea que lo sintamos o no: « Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá .» (Mateo 7, 7-8). Pero al mismo tiempo, tenemos siempre que recordar que debemos vivir toda nuestra vida, incluyendo nuestra vida de oración, a la luz de nuestra fe, y no sólo de acuerdo con lo que percibimos o sentimos. Tal como san Pablo dijo de manera tan poderosa: «Caminamos en la fe, no en la visión...» (2 Corintios 5,7).
Cortesía de nuestro
10 frases impactantes de la Madre Teresa de Calcuta
10 frases de la Madre Teresa de Calcuta refleja su forma de pensar
1) Si estás juzgando a las personas, no tienes tiempo de amarlas.
2) La mayor enfermedad de Occidente hoy no es la tuberculosis o la lepra; es no ser querido, no ser amado y que nadie se preocupe por ti. Podemos curar las enfermedades físicas con la medicina, pero la única cura para la soledad, la desesperación y la falta de esperanza es el amor. Hay muchos en el mundo que mueren por un trozo de pan, pero hay muchos más que mueren por un poco de amor. La pobreza de Occidente es un tipo distinto de pobreza – no es sólo una pobreza de soledad, sino también de espiritualidad. Hay un hambre de amor así como hay hambre de Dios (Camino de sencillez).
3) ¿Cuál es mi pensamiento? Yo veo a Jesús en cada ser humano. Me digo: este es Jesús hambriento, tengo que darle de comer. Este es Jesús enfermo. Este tiene lepra o gangrena; tengo que lavarle y atenderle. Yo sirvo porque amo a Jesús.
4) Sed amables con los demás en vuestros hogares. Sed amables con los que os rodean. Prefiero que cometáis errores en la amabilidad antes que hacer milagros con crueldad. A menudo basta una palabra, una mirada, un gesto, y la oscuridad llena el corazón de los que amamos (La alegría de amar).
5) Rezo para que entiendas las palabras de Jesús, “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Pregúntate, “¿Cómo me ha amado él a mi? ¿De verdad amo de la misma forma a los demás?” Hasta que este amor no esté en nosotros, podemos matarnos a trabajar y será sólo trabajo, no amor. El trabajo sin amor es esclavitud (Ven, sé mi luz).
6) Un sacrificio, para ser verdadero, tiene que costar, tiene que doler, tiene que vaciarnos de nosotros mismos. El fruto del silencio es la oración, el fruto de la oración es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, el fruto del servicio es la paz.
7) Buscar el rostro de Dios en todo, en todas las personas, en todo momento, y su mano en todo acontecimiento; esto es lo que significa ser contemplativo en el corazón del mundo. Ver y adorar la presencia de Jesús, especialmente en la humilde apariencia del pan, y en la angustiosa forma de los pobres (En el corazón del mundo).
8) Lo que tu haces yo no puedo hacerlo, y lo que yo hago tu no puedes hacerlo, pero juntos estamos haciendo algo hermoso para Dios, y esa es la grandeza de Dios por nosotros – darnos la oportunidad de ser santos a través de las obras del amor que realizamos, porque la santidad no es el lujo de unos pocos. Es una tarea sencilla para ti, para mi – tu en tu lugar, en tu trabajo, y yo y los demás, cada uno de nosotros, en el trabajo, en la vida es donde hemos prometido honrar a Dios… Tu debes llevar tu amor por Dios a la vida (Donde hay amor está Dios).
9) Cuando un pobre muere de hambre, no ha sucedido porque a Dios no le importe el o ella. Sucede porque ni tu ni yo hemos dado a esa persona lo que necesitaba.
10) Jesús quiere que yo os repita … cuánto es el amor que tiene por cada uno de vosotros — mucho más del que podéis imaginar. … No sólo os ama, mucho más – os anhela. Os echa de menos cuando no estáis cerca. Tiene sed de vosotros. Os ama siempre, incluso cuando no os sentís dignos de ello … (Ven, sé mi luz).
Ya viene la Semana Santa ¡Vivámosla en familia!
La Semana Santa es un tiempo de suma importancia en la vida del católico ¡vivámosla en familia!
Conforme nos marcan los tiempos litúrgicos ya estamos a punto de terminar la Cuaresma y con esto llega la Semana Santa.
Aún tenemos tiempo de preparar las actividades que podemos realizar en familia para vivir una Semana Santa diferente y activa.
Podríamos decir ¡Única!
Aquí están 5Tips para lograrlo.
PRIMERO. BUSCA MATERIAL
Es importante primero que nosotros sepamos que pasa cada día en la Semana Santa para poder transmitirlo a nuestros hijos.
El Domingo de Ramos da inicio a la Semana y es la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Lunes, martes y miércoles son días dedicados a la catequesis y la preparación de los días mayores.
El jueves Jesús instituye la Eucaristía y también le lava los pies a los discípulos Después Jesús se va a orar al huerto de los olivos le pide al Padre que si es posible pase ese cáliz pero también le dice que no se haga su Voluntad sino la del Padre. Poco después es apresado.
El viernes, Nuestro Señor es martirizado, juzgado y condenado a muerte con lo que comienza el camino de Jesús al Calvario. Acompañamos a Jesús ya crucificado y agonizante y también a María que tiene el corazón destrozado. Después Jesús muere en la cruz por cada uno de nosotros y es bajado y colocado en el sepulcro.
El sábado permanecemos en un ambiente de luto porque Nuestro Señor está muerto. Pero al llegar la víspera del domingo sucede el acontecimiento más importante, Jesús Resucita de entre los muertos y con esto nos gana el cielo y se abre la Pascua.
Para que nuestros hijos entiendan cada uno de estos momentos es bueno tener a mano material didáctico y hasta plástico para que lo trabajen a lo largo de la semana. Puede ir desde iluminar dibujos alusivos a cada evento, resolver acertijos, realizar juegos de mesa hasta hacer maquetas y representaciones.
Aquí la imaginación juega un papel importante dependiendo de lo que más les guste a nuestros hijos.
SEGUNDO. ORGANIZA TU SEMANA
Para lograr tener presentes todos los oficios y momentos de la semana es bueno hacer un calendario que también puedan ver los niños. Si es necesario le podemos poner dibujos que nos ayuden a recordad en que momento estamos viviendo.
Con mis hijos además de las actividades propias de los días, en los días que no hay oficio, preparamos un Vía Crucis participativo y cada quien reza una estación. Algunos además, lo actuar para que hasta los pequeños lo puedan entender.
Conforme pasan los años más miembros de la familia nos juntamos para el Vía Crucis, ahora hasta los primos y tíos participan.
TERCERO. PREPARA A TUS HIJOS
Es necesario además de las actividades preparar pequeñas reflexiones de cada momento y de cada oficio para que se los podamos comunicar a nuestros hijos y que sepan que va a pasar, es decir, que vamos a vivir durante la semana.
Yo también usaba unos videos de caricaturas para que les quedara muy claro.
CUARTO. ASISTE A LAS CELEBRACIONES
Cuando tenemos hijos pequeños, los oficios de Semana Santa pueden parecer muy pesado, pero es importante irlos acostumbrando a ellos poco a poco.
Si es posible busca alguna iglesia o parroquia que tenga actividades dirigidas a los niños, pero si no es posible no importa; no dejes de asistir a los oficios.
Cuando nosotros teníamos pequeños a nuestros hijos lo que hacíamos es que nos quedábamos hasta atrás, así si era necesario podíamos sacar un rato a los niños al atrio para que no sientan pesado el oficio.
QUINTO. QUE EL AMBIENTE FAMILIAR SEA DE RECOGIMIENTO
Debemos tener muy claro que para nuestros hijos necesitan de la coherencia para que la educación sea la mejor, es decir que no sólo es suficiente la teoría, sino que es básica la práctica.
Y en cuanto a la educación de la fe es igual, así que debemos vivir durante esa semana un ambiente de recogimiento.
Yo se que nuestros hijos están de vacaciones y que son niños por lo que no tienen la capacidad de comprender completamente lo que estamos viviendo durante la Semana Santa, pero nosotros como papás podemos guiarlos para que desde pequeños vivan, a su nivel, lo que la Iglesia vive.
Con mis hijos por ejemplo, llegamos al acuerdo que durante los días santos, no se escucha música ni se juegan video juegos en la casa, así que ellos buscan otras actividades como la lectura y las películas alusivas al tiempo litúrgico.
La verdad es que este tiempo es de suma importancia para los católicos porque nos prepara a la fiesta máxima que tenemos así que es muy bueno que nuestros hijos desde pequeñitos comiencen a vivirla.
Ojalá que lo podamos intentar este año.
El encuentro de la gratitud
San Juan 10, 31-42. V Viernes de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor Jesús, por permitirme estar delante de Ti y acompañarte este momento. Gracias por tu presencia y tu acción en mi vida. Sé bien que aunque a veces te sienta lejano o no te sienta, Tú siempre estás conmigo. Te pido me des la gracia de conocerte y amarte cada día un poco más. Aumenta mi fe, mi esperanza y mi caridad. Llena mi corazón de celo por la salvación de las almas.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Hoy me puedes dejar dos enseñanzas con este pasaje, la gratitud y el testimonio. Siempre por donde ibas, pasabas haciendo el bien: milagros, curaciones, enseñanzas. De verdad que el pueblo estaba sorprendido y se maravillaba de todo lo que hacías. También es cierto que no entendían muchas veces tu forma de actuar y de hablar, sin embargo, habías cautivado su atención. Ellos sólo recibían de Ti, bienes y, a pesar de ello, la gratitud en pocas ocasiones surge.
Son contadas las veces en las que en el Evangelio se diga que alguno se haya acercado a agradecerte algún beneficio. Por el contrario, hoy toman piedras para lanzártelas. Y escucho que diriges a mi vida, ese lamento: "¿Por cuál de todas las cosas buenas que he hecho por Ti, quieres apedrearme?"
Tal vez me falta gratitud ante tus dones; no sé descubrir los bienes que vas sembrando en el campo de mi vida y de mi historia. No soy consciente del don de la vida, de mi cuerpo, de mi salud, de poder respirar, de estar acompañado por personas que amo y que me aman, de ser libre, de poder entrar en contacto directo contigo. Permíteme, Señor, descubrir tu acción en mi vida, y más que tu acción, tu presencia.
Quizá no tome piedras físicas para lanzártelas, pero a veces sí te arrojo las piedras de mi indiferencia, de mi ingratitud, de mi desilusión por no darme lo que te pido, o no ser o actuar como a mí me parece. Es sobre todo en los momentos de dificultad, Jesús, cuando más puedo tener las rocas en la mano, dispuesto a lapidarte por estar en ese problema, por no encontrar una solución. Y entonces olvido los bienes que has ido dejando en mi vida y que los momentos de oscuridad me impiden ver. Dame la gracia, Señor, de ser un seguidor tuyo lleno de gratitud por todos los regalos que día a día me das. La gratitud es señal de fidelidad y de amor, de correspondencia y de humildad, de sencillez y de sinceridad.
Es útil repetir a menudo esta práctica y acordarse: En ese momento Dios me dio esta gracia y yo he respondí así..., decirse: Hice esto, eso y aquello y darse cuenta de cómo Dios nos ha acompañado siempre. De esta manerallegamos a un nuevo encuentro, que podría llamarse el encuentro de la gratitud, en el que se podría rezar así: ¡Gracias Señor por esta compañía que Tú me has dado, por este camino que has hecho conmigo!, y también pedir perdón por los pecados y los errores de los que podemos darnos cuenta, conscientes de que Dios camina con nosotros y no se asusta de nuestras maldades, está ¡siempre ahí!.
(Homilía de S.S. Francisco, 21 de abril de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy antes de acostarme daré gracias a Dios por las cosas buenas y no tan buenas que me han pasado en este día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La fe tiene que convertirse en vida para mí
Viernes quinta semana de Cuaresma. ¿Hasta qué punto dejamos que nuestra alma sea abrazada plenamente por Cristo?
Jr 29, 10-13
Jn 10, 31-42
Ante el testimonio que Jesucristo le ofrece, ante el testimonio por el cual Él dice de sí mismo: “Soy Hijo de Dios”, ante el testimonio que le marca como Redentor y Salvador, el cristiano debe tener fe. La fe se convierte para nosotros en una actitud de vida ante las diversas situaciones de nuestra existencia; pero sobre todo, la fe se convierte para nosotros en una luz interior que empieza a regir y a orientar todos nuestros comportamientos.
La fundamental actitud de la fe se presenta particularmente importante cuando se acercan la Semana Santa, los días en los cuales la Iglesia, en una forma más solemne, recuerda la pasión, la muerte y la resurrección de nuestro Señor. Tres elementos, tres eventos que no son simplemente «un ser consciente de cuánto ha hecho el Señor por mí», sino que son, por encima de todo, una llamada muy seria a nuestra actitud interior para ver si nuestra fe está puesta en Él, que ha muerto y resucitado por nosotros.
Solamente así nosotros vamos a estar, auténtica- mente, celebrando la Semana Santa; solamente así nosotros vamos a estar encontrándonos con un Cristo que nos redime, con un Cristo que nos libera. Si por el contrario, nuestra vida es una vida que no termina de aceptar a Cristo, es una vida que no termina en aceptar el modo concreto con el cual Jesucristo ha querido llegar a nosotros, la pregunta es: ¿Qué estoy viviendo como cristiano?
Jesús se me presenta con esa gran señal, que es su pasión y su resurrección, como el principal gesto de su entrega y donación a mí. Jesús se me presenta con esa señal para que yo diga: “creo en ti”. Quién sabe si nosotros tenemos esto profundamente arraigado, o si nosotros lo que hemos permitido es que en nuestra existencia se vayan poco a poco arraigando situaciones en las que no estamos dejando entrar la redención de Jesucristo. Que hayamos permitido situaciones en nuestra relación personal con Dios, situaciones en la relación personal con la familia o con la sociedad, que nos van llevando hacia una visión reducida, minusvalorada de nuestra fe cristiana, y entonces, nos puede parecer exagerado lo que Cristo nos ofrece, porque la imagen que nosotros tenemos de Cristo es muy reducida.
Solamente la fe profunda, la fe interior, la fe que se abraza y se deja abrazar por Jesucristo, la fe que por el mismo Cristo permite reorientar nuestros comportamientos, es la fe que llega a todos los rincones de nuestra vida y es la que hace que la redención, que es lo que estamos celebrando en la Pascua, se haga efectiva en nuestra existencia.
Sin embargo, a veces podemos constatar situaciones en nuestras vidas —como les pasaba a los judíos— en las cuales Jesucristo puede parecernos demasiado exigente. ¿Por qué hay que ser tan radical?, ¿por qué hay que ser tan perfeccionista?
Los judíos le dicen a Jesús: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios". Esta es una actitud que recorta a Cristo, y cuántas veces se presenta en nuestras vidas.
La fe tiene que convertirse en vida en mí. Creo que todos nosotros sí creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, Luz de Luz, pero la pregunta es: ¿lo vivimos? ¿Es mi fe capaz de tomar a Cristo en toda su dimensión? ¿O mi fe recorta a Cristo y se convierte en una especie de reductor de nuestro Señor, porque así la he acostumbrado, porque así la he vivido, porque así la he llevado? ¿O a la mejor es porque así me han educado y me da miedo abrirme a ese Cristo auténtico, pleno, al Cristo que se me ofrece como verdadero redentor de todas mis debilidades, de todas mis miserias?
Cuando tocamos nuestra alma y la vemos débil, la vemos con caídas, la vemos miserable ¿hasta qué punto dejamos que la abrace plenamente Jesucristo nuestro Señor? Cuando palpamos nuestras debilidades ¿hasta qué punto dejamos que las abrace Cristo nuestro Redentor? ¿Podemos nosotros decir con confianza la frase del profetas Jeremías: “El Señor guerrero, poderoso está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso, y su ignominia será eterna e inolvidable”?
¿Que somos débiles...?, lo somos. ¿Que tenemos enemigos exteriores...?, los tenemos. ¿Que tenemos enemigos interiores...?, es indudable.
Ese enemigo es fundamentalmente el demonio, pero también somos nosotros mismos, lo que siempre hemos llamado la carne, que no es otra cosa más que nuestra debilidad ante los problemas, ante las dificultades, y que se convierte en un grandísimo enemigo del alma.
Dios dice a través de la Escritura: “quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable”. ¿Cuando mi fe toca mi propia debilidad tiende a sentirse más hundida, más debilitada, con menos ganas? ¿O mi fe, cuando toca la propia debilidad, abraza a Jesucristo nuestro Señor? ¿Es así mi fe en Cristo? ¿Es así mi fe en Dios? Nos puede suceder a veces que, en el camino de nuestro crecimiento espiritual, Dios pone, una detrás de otra, una serie de caídas, a veces graves, a veces menos graves; una serie de debilidades, a veces superables, a veces no tanto, para que nos abracemos con más fe a Dios nuestro Señor, para que le podamos decir a Jesucristo que no le recortamos nada de su influjo en nosotros, para que le podamos decir a Jesucristo que lo aceptamos tal como es, porque solamente así vamos a ser capaces de superar, de eliminar y de llevar adelante nuestras debilidades.
Que la Pascua sea un auténtico encuentro con nuestro Señor. Que no sea simplemente unos ritos que celebramos por tradición, unas misas a las que vamos, unos actos litúrgicos que presenciamos. Que realmente la Pascua sea un encuentro con el Señor resucitado, glorioso, que a través de la Pasión, nos da la liberación, nos da la fe, nos da la entrega, nos da la totalidad y, sobre todo, nos da la salvación de nuestras debilidades.
¿Pecado Mortal o Venial? La Eterna Duda
La Iglesia nos da ciertos criterios para poder definir si algo puede ser considerado pecado mortal o venial
Extensa es la lista de actos o situaciones por las cuales la gente se pregunta si tal cosa “es pecado o no”. Desde copiar en un examen hasta desperdiciar la comida, sin embargo, las situaciones se extienden a un número interminable, al punto de que muchas veces se puede caer en un serio fariseísmo [1]. Justamente por ello, la Iglesia no tiene una lista con todos los actos o situaciones en las que la gente se le pueda ocurrir estar envuelta, y menos -como muchos quisieran- tiene un “pecadómetro” para medir de qué momento a qué momento se convierte algo en pecado. Sin embargo, nos da lineamientos claros para poder formar nuestra consciencia al respecto.
Naturaleza del pecado
Es importante entender que todo pecado es malo. Todo pecado tiene un efecto negativo en nosotros y en los demás, aunque algunos son más dañinos que otros. De hecho, algunos son tan dañinos que pueden ser mortales. Obviamente -y aclaro por si es necesario- esto no quiere decir que cometiendo ciertos actos podemos caer muertos allí mismo, sino que, algunos pecados pueden causarnos una muerte espiritual. Estos pecados que nos causan la muerte espiritual es lo que la Iglesia llama pecados mortales. Mientras que, aquellos que son dañinos pero no mortales, son los que la Iglesia llama pecados veniales.
Ante esta realidad, la Iglesia nos da ciertos criterios para poder definir si algo puede ser considerado pecado mortal o venial. Esto, no con el fin de convertirnos en fariseos, y mucho menos para caer en escrúpulos confesándose hasta cinco veces a la semana.
Criterios para detectar un pecado mortal
La Iglesia nos enseña que hay tres aspectos que uno debe cuestionarse para determinar si algo es o no un pecado mortal:
¿Es materia grave?
En otras palabras, ¿es una ofensa seria y directa contra los Mandamientos de Dios? Una guía práctica para responder esta pregunta la encontramos en los Diez Mandamientos[2]. Se debe considerar el pecado en sí mismo, pero también el daño que ha causado (un pecado contra nuestros padres puede ser mucho más grave que si lo hubiésemos cometido a un extraño), y así como también el daño causado por el mismo (por ejemplo, robar $20000 a tu jefe, es mucho más grave que robarte un lápiz del trabajo).
Básicamente, para que un pecado sea considerado como “de materia grave”, debe ser una gran ofensa a las Leyes de Dios – y por tanto a Dios –, y que puede además causar mucho daño.
¿Tengo plena consciencia del acto pecaminoso?
Plena consciencia implica saber con certeza que lo que se hace es pecado. Por ejemplo, si alguien jamás estuvo consciente de que la contracepción (control artificial de la natalidad) era un pecado y contrario al plan de Dios con respecto al sexo, esa persona no podría considerarse plenamente culpable (es decir, merecer una culpa) por dicho pecado. Así es señores, el conocimiento es un poder que implica una gran responsabilidad, algo que san Pedro conocía muy bien y nos lo transmitió mucho antes que el tío de Spiderman[3].
¿El pecado se llevó acabo con pleno consentimiento?
Quiere decir que el acto se realizó libremente luego de una decisión consciente. Las acciones que son realizadas bajo amenaza o algún tipo de fuerza (como que nos apunten con un arma en la cabeza, o algo así de dramático), o acciones que son efectuadas en un momento en que la consciencia no es plena y hay falta de lucidez (por ejemplo, bajo la influencia de drogas, alcohol o una situación psicológica particular) pueden limitar el grado de culpa de la persona. Pero OJO, esto en ningún momento quiere decir que la acción en sí misma no es un pecado; sino que la persona puede no ser culpable del todo.
Y así, para que un pecado sea considerado pecado mortal, deben estar presentes LAS TRES condiciones. En resumen: un pecado es mortal cuando hay materia grave, y hay pleno conocimiento de su pecaminosidad, y se ha elegido libremente cometerlo. Si alguna de estas condiciones no se cumple, el pecado no sería mortal sino venial.
El pecado mortal y el Dios de Amor
Nunca falta quienes tratan de decir que no existe tal cosa como “pecados mortales”, debido a que Dios es un Dios de Amor, y por tanto perdona todo (algo que es correcto). Sin embargo, si nos damos cuenta de las tres premisas antes mencionadas, nos daremos cuenta que no es Dios quien nos “retira” su Gracia, sino que somos nosotros quienes consciente, libre y deliberadamente decidimos apartarnos de ella. Para hacerlo más gráfico, al cometer un pecado mortal, el mensaje es el siguiente:
“Sé que lo que estoy haciendo es una ofensa seria contra Tu ley y que tendrá un efecto mortal en mi relación contigo, pero no me importa. Voy a hacerlo libremente de todas maneras.”
… Eso suena a un rechazo bastante GRANDE de Dios, así que el nombre de “pecado mortal” lo tiene bien merecido.
¿Y el pecado venial?
¿Qué hay de los pecados veniales? ¿No son gran cosa entonces? ¡Claro que sí! Recordemos que todo pecado es una ofensa a Dios y daña nuestra relación con El y con los demás. Mientras más pecamos (así sean pecados veniales) más se debilitará nuestra capacidad de amar y servir a Dios.
Hay que entender que a Dios no le basta con darnos la gracia suficiente para sobrevivir, sino que quiere darnos todo lo necesario para ser perfectamente santos
IMPORTANTE
Un pensamiento final para que tengamos en mente: aunque seamos capaces de observar las acciones de otros y determinar si lo que hacen es de materia grave (por ejemplo, si escuchamos de alguien que cometió un asesinato), no podemos determinar el estado de su alma. Tampoco tenemos idea de hasta qué punto la persona es consciente de su pecado y mucho menos el grado de libertad con el que lo cometió.
Aunque podamos decir que objetivamente un asesinato es un una grave ofensa contra Dios, no podemos decir que esa persona sea culpable de pecado mortal, o que ha sido separada de la gracia de Dios. Confiamos por ello a todos los pecadores (incluyéndonos a nosotros) a la misericordia de Dios.
___________________________________________
[1] Aquí el fariseísmo es entendido como una actitud negativa que pretende vivir apegado a “la letra” de la Ley, matando el espíritu.
[2] Ex. 20, 3-17; Det. 5, 7-21. [3] 2 Pe. 2, 21
Extensa es la lista de actos o situaciones por las cuales la gente se pregunta si tal cosa “es pecado o no”. Desde copiar en un examen hasta desperdiciar la comida, sin embargo, las situaciones se extienden a un número interminable, al punto de que muchas veces se puede caer en un serio fariseísmo [1]. Justamente por ello, la Iglesia no tiene una lista con todos los actos o situaciones en las que la gente se le pueda ocurrir estar envuelta, y menos -como muchos quisieran- tiene un “pecadómetro” para medir de qué momento a qué momento se convierte algo en pecado. Sin embargo, nos da lineamientos claros para poder formar nuestra consciencia al respecto.
Naturaleza del pecado
Es importante entender que todo pecado es malo. Todo pecado tiene un efecto negativo en nosotros y en los demás, aunque algunos son más dañinos que otros. De hecho, algunos son tan dañinos que pueden ser mortales. Obviamente -y aclaro por si es necesario- esto no quiere decir que cometiendo ciertos actos podemos caer muertos allí mismo, sino que, algunos pecados pueden causarnos una muerte espiritual. Estos pecados que nos causan la muerte espiritual es lo que la Iglesia llama pecados mortales. Mientras que, aquellos que son dañinos pero no mortales, son los que la Iglesia llama pecados veniales.
Ante esta realidad, la Iglesia nos da ciertos criterios para poder definir si algo puede ser considerado pecado mortal o venial. Esto, no con el fin de convertirnos en fariseos, y mucho menos para caer en escrúpulos confesándose hasta cinco veces a la semana.
Criterios para detectar un pecado mortal
La Iglesia nos enseña que hay tres aspectos que uno debe cuestionarse para determinar si algo es o no un pecado mortal:
¿Es materia grave?
En otras palabras, ¿es una ofensa seria y directa contra los Mandamientos de Dios? Una guía práctica para responder esta pregunta la encontramos en los Diez Mandamientos[2]. Se debe considerar el pecado en sí mismo, pero también el daño que ha causado (un pecado contra nuestros padres puede ser mucho más grave que si lo hubiésemos cometido a un extraño), y así como también el daño causado por el mismo (por ejemplo, robar $20000 a tu jefe, es mucho más grave que robarte un lápiz del trabajo).
Básicamente, para que un pecado sea considerado como “de materia grave”, debe ser una gran ofensa a las Leyes de Dios – y por tanto a Dios –, y que puede además causar mucho daño.
¿Tengo plena consciencia del acto pecaminoso?
Plena consciencia implica saber con certeza que lo que se hace es pecado. Por ejemplo, si alguien jamás estuvo consciente de que la contracepción (control artificial de la natalidad) era un pecado y contrario al plan de Dios con respecto al sexo, esa persona no podría considerarse plenamente culpable (es decir, merecer una culpa) por dicho pecado. Así es señores, el conocimiento es un poder que implica una gran responsabilidad, algo que san Pedro conocía muy bien y nos lo transmitió mucho antes que el tío de Spiderman[3].
¿El pecado se llevó acabo con pleno consentimiento?
Quiere decir que el acto se realizó libremente luego de una decisión consciente. Las acciones que son realizadas bajo amenaza o algún tipo de fuerza (como que nos apunten con un arma en la cabeza, o algo así de dramático), o acciones que son efectuadas en un momento en que la consciencia no es plena y hay falta de lucidez (por ejemplo, bajo la influencia de drogas, alcohol o una situación psicológica particular) pueden limitar el grado de culpa de la persona. Pero OJO, esto en ningún momento quiere decir que la acción en sí misma no es un pecado; sino que la persona puede no ser culpable del todo.
Y así, para que un pecado sea considerado pecado mortal, deben estar presentes LAS TRES condiciones. En resumen: un pecado es mortal cuando hay materia grave, y hay pleno conocimiento de su pecaminosidad, y se ha elegido libremente cometerlo. Si alguna de estas condiciones no se cumple, el pecado no sería mortal sino venial.
El pecado mortal y el Dios de Amor
Nunca falta quienes tratan de decir que no existe tal cosa como “pecados mortales”, debido a que Dios es un Dios de Amor, y por tanto perdona todo (algo que es correcto). Sin embargo, si nos damos cuenta de las tres premisas antes mencionadas, nos daremos cuenta que no es Dios quien nos “retira” su Gracia, sino que somos nosotros quienes consciente, libre y deliberadamente decidimos apartarnos de ella. Para hacerlo más gráfico, al cometer un pecado mortal, el mensaje es el siguiente:
“Sé que lo que estoy haciendo es una ofensa seria contra Tu ley y que tendrá un efecto mortal en mi relación contigo, pero no me importa.
Voy a hacerlo libremente de todas maneras.”
… Eso suena a un rechazo bastante GRANDE de Dios, así que el nombre de “pecado mortal” lo tiene bien merecido.
¿Y el pecado venial?
¿Qué hay de los pecados veniales? ¿No son gran cosa entonces? ¡Claro que sí! Recordemos que todo pecado es una ofensa a Dios y daña nuestra relación con El y con los demás. Mientras más pecamos (así sean pecados veniales) más se debilitará nuestra capacidad de amar y servir a Dios.
Hay que entender que a Dios no le basta con darnos la gracia suficiente para sobrevivir, sino que quiere darnos todo lo necesario para ser perfectamente santos
IMPORTANTE
Un pensamiento final para que tengamos en mente: aunque seamos capaces de observar las acciones de otros y determinar si lo que hacen es de materia grave (por ejemplo, si escuchamos de alguien que cometió un asesinato), no podemos determinar el estado de su alma. Tampoco tenemos idea de hasta qué punto la persona es consciente de su pecado y mucho menos el grado de libertad con el que lo cometió.
Aunque podamos decir que objetivamente un asesinato es un una grave ofensa contra Dios, no podemos decir que esa persona sea culpable de pecado mortal, o que ha sido separada de la gracia de Dios. Confiamos por ello a todos los pecadores (incluyéndonos a nosotros) a la misericordia de Dios.
[1] Aquí el fariseísmo es entendido como una actitud negativa que pretende vivir apegado a “la letra” de la Ley, matando el espíritu.
[2] Ex. 20, 3-17; Det. 5, 7-21. [3] 2 Pe. 2, 21
El Papa en Santa Marta: ‘Meditemos sobre la fidelidad de Dios, también en nuestra vida’
Dios es siempre fiel en sus promesas. Hay que descubrir la belleza del amor de Dios
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, Abr. 2017).- Dios es siempre fiel a su alianza. Este fue el centro de la homilía de la misa que el papa Francisco celebró este jueves en la Casa Santa Marta. E invitó a meditar durante el día de hoy unos diez minutos sobre nuestra propia historia para descubrir la belleza del amor de Dios, incluso delante de las dificultades que todos pasamos en la vida.
Basándose en las lecturas del día, el papa señaló la alianza de Dios con Abraham, al que Jesús llama ‘padre’. El Pontífice desarrolló su meditación entorno a la figura Abraham, presentada por la liturgia del día. En efecto, en la Primera Lectura se narra acerca de la alianza que Dios hizo con él, a quien Jesús llama “padre”, un profeta que obedece y deja su tierra que habría recibido en herencia.
Recuerda que cuando era anciano Abraham recibe la promesa de tener un hijo, siendo además su mujer estéril. “Si alguien tratara de hacer una descripción de la vida de Abraham, podría decir: ‘Éste es un soñador’” si bien algo de soñador tenía, pero de “aquel sueño de la esperanza”.
Además fue puesto a la prueba y “después de haber tenido el hijo, hijo muchacho, adolescente, le pide que lo ofrezca en sacrificio: obedeció y fue contra toda esperanza. Y éste es nuestro padre Abraham, que va adelante, adelante, adelante y cuando Jesús dice que Abraham vio su día, vio a Jesús, estuvo lleno de alegría. Sí: vio en promesa eso y esa alegría de ver la plenitud de la promesa de la alianza, la alegría de ver que Dios no lo había engañado, que Dios -como hemos rezado en el Cántico litúrgico- es siempre fiel a su alianza”.
Abraham pactó obedecer siempre y la promesa de Dios era convertirlo en “padre de una multitud de naciones”. En el libro del Génesis, Dios le dice que su descendencia será numerosa como las estrellas del cielo y la arena que está en la orilla del mar. Y hoy nosotros podemos decir: “Yo soy una de aquellas estrellas. Yo soy un granito de arena”. Por ello Jesús que le dice a los fariseos que Abraham exultó en la esperanza de ver “mi día”.
Así la Iglesia hoy invita precisamente a detenerse y a mirar nuestras raíces. No estoy solo, soy un pueblo. La Iglesia es un pueblo soñado por Dios. El Pontifice invitó por ello a hacer “un día de memoria”, porque “en esta gran Historia, en el marco de Dios y de Jesús, está la pequeña historia de cada uno de nosotros”. “Los invito a dedicar hoy cinco minutos, diez minutos, sentados, sin radio, sin tv; sentados y pensar en la propia historia: las bendiciones y los problemas, todo. Las gracias y los pecados: todo. Y ver allí la fidelidad de aquel Dios que permaneció fiel a su alianza, ha permanecido fiel a la promesa que había hecho a Abraham, ha permanecido fiel a la salvación que había prometido en Su Hijo Jesús. Estoy seguro de que en medio de las cosas, tal vez feas, porque todos las tenemos, tantas cosas feas en la vida. Si hoy hacemos esto, descubriremos la belleza del amor de Dios, la belleza de Su Misericordia, la belleza de la esperanza. Y estoy seguro de que todos nosotros estaremos llenos de alegría”.