Él los amo hasta el final

Francisco lava los pies a los presos de Paliano

Francisco visitó a Benedicto XVI tras lavar los pies a 12 reclusos, tres de ellos mujeres
El Papa, a los presos de Paliano: "Jesús amó hasta el final. Dios ama así, da la vida por cada uno de nosotros"
"No es una ceremonia folclórica, es un gesto para recordar lo que nos ha dado Jesús"

Jesús Bastante, 13 de abril de 2017 a las 19:31

Yo no os digo que vayáis los unos a los otros a lavaros los pies, sería una locura. Sí os diré que si podéis hacer una ayuda, un servicio, a vuestros compañeros en la cárcel, hacédselo. Porque eso es amor, es como lavar los pies

(Jesús Bastante/Agencias).- "Yo no os digo que vayáis los unos a los otros a lavaros los pies, sería una locura. Sí os diré que si podéis hacer una ayuda, un servicio, a vuestros compañeros en la cárcel, hacédselo. Porque eso es amor, es como lavar los pies. Ser siervo de otros". El Papa Francisco fue, una vez más, el párroco de los más pobres de entre los pobres, durante la celebración de los Oficios del Jueves Santo en la cárcel de Paliano.

En una ceremonia que en principio se anunció privada, aunque posteriormente fue retransmitida en diferido por Radio Vaticana, Bergoglio realizó la liturgia del lavado de los pies a 12 presos (diez italianos, un argentino y un albanés). Tres de ellos eran mujeres, y uno un musulmán convertido al catolicismo el pasado año.

En su homilía, el Papa recordó cómo Jesús "amó hasta el final" a los suyos, porque "Dios ama así, da la vida por cada uno de nosotros, y quiere esto". Y no es fácil, reconoció, porque somos todos pecadores, tenemos límites defectos, no sabemos amar, "no somos como Dios que ama sin mirar las consecuencias y hasta el final".

"Él, que era el jefe, que era Dios, le lava los pies a los discípulos", recordó el Papa. Se trató, entonces y ahora, de un gesto, "pero esto sólo lo hacían los esclavos. Jesús le da la vuelta y lo hace él. Porque él vino al mundo para servir, para hacerse esclavo por nosotros, para amar hasta el final".

En sus palabras a los presos, Francisco recordó que, al entrar a la cárcel, algunos reclusos comentaban que él era "el jefe de la Iglesia". "No bromeemos, el jefe de la Iglesia es Jesús. Yo quiero hacer lo mismo que él hace", señaló, antes de proceder al rito del lavatorio de pies.

Francisco recordó que "una vez los discípulos discutían sobre quien era el más importante. Y Jesús les dijo: el que quiera ser el más importante tiene que volverse el servidor de todos". "Es lo que hace Dios con nosotros" reiteró, porque "él nos ama".

Bergoglio concluyó su homilía señalando que "no es una ceremonia folclórica, es un gesto para recordar lo que nos ha dado Jesús". Y que "después tomó el pan y nos dio su cuerpo, tomó el vino y nos dio su sangre", porque "así es el amor de Dios", dijo. "Pensemos solamente al amor de Dios".

Durante la visita, los presos prepararon algunos platos típicos e incluso pintaron la fuente central del  patio de la cárcel con los colores amarillo y blanco del Vaticano. Bergoglio aprovechó para visitar a algunos enfermos de tuberculosis y a dos personas en régimen de aislamiento."Entrando en la cárcel de Paliano el Papa ha entrado en todas las cárceles del mundo", señaló Don Marcos, el párroco de otra prisión, al comentar la visita.

Posteriormente, Francisco visitó al papa emérito Benedicto XVI, que reside en el monasterio Mater Ecclesiae, dentro del Vaticano. Como cada año -informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede- Francisco le visita para llevarle los saludos de Pascua, si bien este año ha tenido un doble carácter celebrativo, pues el próximo domingo 16 de abril, el papa emérito cumplirá 90 años.

(ZENIT – Roma, 13 Abr. 2017).- El papa Francisco ha celebrado este Jueves Santo por la tarde la misa ‘in Coena Domine‘ en una cárcel en la que se encuentran recluidos 58 colaboradores de justicia.

Los cantos con guitarra acompañaron la eucaristía que inició hacia las 16,30, durante la cual el Pontífice realizó la liturgia del lavado de los pies a 12 detenidos (10 italianos, 1 argentino y 1 albanés). Entre ellos 3 son mujeres y 1 que era  musulmán recibió el bautismo el mes de julio pasado.

En la misa, después de la lectura del Evangelio, que narra cuando Jesús lava los píes a sus apóstoles y la traición de Judas, el Papa ha señalado: Jesús estaba en la última cena, sabñia que había llegado su hora, que había sido traicionado y que Judas lo iba a entregar esa noche.

En la homilía transmitida en diferida por Radio Vaticano, el Pontífice añadió que Jesús “habiendo amado a los suyos los amó hasta el final”, porque “Dios ama así, da la vida por cada uno de nosotros, y quiere esto”. Y no es fácil, reconoció, porque somos todos pecadores, tenemos límites defectos, no sabemos amar, “no somos como Dios que ama sin mirar las consecuencias y hasta el final” dijo.

Y para hacer ver esto, “él que era el jefe, que era Dios, le lava los pies a los discípulos”. Era una costumbre de la época antes de las comidas explicó el Pontífice; porque no había asfalto y la gente llegaba con los pies empolvados. Era uno de los gestos, “pero esto lo hacían los esclavos. Jesús invierte y lo hace él, él”. “Simón no quería hacerlo, pero Jesús le explicó que era así. Que que vino al mundo para servir, para hacerse esclavo por nosotros, para amar hasta el final”. El Santo Padre comentó así, que llegando a la cárcel vio en el camino a gente que saludaba y decía: ‘Es el jefe de la Iglesia’.

“No bromeemos, el jefe de la Iglesia es Jesús”. Y añadió: “Yo quiero hacer lo mismo que él hace”. Como el párroco que lava los pies a los fieles, para sembrar amor entre nosotros. No les digo que hoy se laven los pies ente ustedes, sería una broma, dijo. Sino que el lavatorio “es el símbolo, una figura. Si pueden dar una ayuda, un servicio a un compañero, es como lavar los pies. Es hacerse siervo de los otros”.

Francisco recordó que “una vez los discípulos discutían sobre quien era el más importante. Y Jesús les dijo: el que quiera ser el más importante tiene que volverse el servidor de todos”. “Es lo que hace Dios con nosotros” reiteró, porque “él nos ama”.

Concluyó señalando que “no es una ceremonia folclórica, es un gesto para recordar lo que nos ha dado Jesús”. Y que “después tomó el pan y nos dio su cuerpo, tomó el vino y nos dio su sangre”, porque “así es el amor de Dios”, dijo. “Pensemos solamente al amor de Dios”.

En la visita que realizó en la cárcel, el clima era muy familiar. Los presos prepararon algunos platos típicos e incluso pintaron la fuente central del  patio de la cárcel con los colores amarillo y blanco del Vaticano. El Sucesor de Pedro visitó también a algunos enfermos de tuberculosis en un reparto especial y a dos personas recluidas en régimen de aislamiento.  “Entrando en la cárcel de Paliano el Papa ha entrado en todas las cárceles del mundo”, señaló Don Marcos, el párroco de otra prisión, al comentar la visita.

Jueves Santo

Aún en medio de las situaciones difíciles o críticas, el Señor sale a nuestro encuentro. Las palabras del profeta así lo dejan ver: “Despierta, Sión, despierta, ármate de fuerza”. A lo largo de la historia de la salvación, en todos los momentos, el pueblo de Dios va recibiendo manifestaciones de apoyo y de fortaleza de parte de Dios. Hoy, la primera lectura nos habla de la cena pascual. Esta hacía memoria del evento que cambió la suerte del pueblo esclavizado. Ya con actitud de salida, con las sandalias amarradas al cinto, cada familia comió el banquete de la pascua. Con ello, no sólo celebraba el triunfo del Señor, sino expresaba la fortaleza que recibía de parte del mismo Dios liberador. Desde ese día de pascua liberadora, el pueblo conmemoraba con una cena pascual. Esta simbolizaba y recordaba la perenne presencia de Dios con su pueblo, para darle fuerza. Los cristianos heredaron esa misma cena ahora con una nueva tradición de la cual nos habla Pablo. Es la tradición de la nueva cena pascual en la que se comparte el cuerpo y la sangre de Cristo: el alimento es el mismo Señor Jesús, quien se entregó por la salvación de la humanidad y derramó su sangre para conseguirlo. La cena pascual nueva, la del Reino inaugurado por Jesús, fue instituida para hacer memoria viva del acontecimiento redentor. De allí que cada vez que se celebra, cada vez que se come el pan eucarístico y la copa con la sangre de la nueva alianza, se anuncia y re-vive la muerte y resurrección de Cristo. Por otra parte, no podemos dudar que esa celebración, repetida especialmente cada domingo, constituye uno de los ejes centrales, junto con la Palabra de Dios, de la vida de todo creyente. En el alimento eucarístico encontramos la fuerza para despertar y mantenernos en el camino hacia la plenitud. Al rememorar la pascua redentora de Jesús, cada creyente y cada comunidad adquiere el valor para seguir adelante y vencer las dificultades con las que nos vamos encontrando. Pero no se trata de una mera celebración recordatoria de un evento. Va mucho más allá la fuerza y el contenido de la misma. Al hacer memoria de la muerte y resurrección de Jesús, lo hacemos desde la única manera que el Señor nos pidió como condición para celebrarla: el amor. Por eso, en esta tarde hermosa volvemos a repetir el gesto simbólico del lavatorio de los pies. Es un símbolo y nos recuerda lo que continuamente hemos de realizar en nuestras existencias, en nuestro quehacer cotidiano. Más aún, en la misma oportunidad del lavatorio de los pies, Jesús definió cómo iban a ser identificados sus discípulos: en el amor fraterno. Éste requiere el lavarse los pies los unos a los otros siguiendo el ejemplo del Maestro. La Iglesia, al conmemorar hoy la institución de la eucaristía –y con ella la del sacerdocio y la del mandamiento nuevo del amor- nos está recordando que el Señor nos acompaña para “armarnos de fuerza”. No una fuerza apuntalada en el ansia de poder o de dinero; sino, más bien, la que da garantía al amor, la caridad fraterna, que nos lleva a compartir todo. De allí la importancia de imitar al Maestro y lavarnos los pies, los unos a los otros. Este gesto se realiza continuamente en el acompañamiento mutuo de todos nosotros; en el perdón, cuando hay que concederlo; en el reconocimiento de que somos hermanos, aún cuando haya diferencias de diversa índole; en el compartir para que nadie tenga necesidad. El Papa Francisco nos ha pedido ser una “Iglesia en salida”: y así, yendo a las periferias existenciales ir donde están los alejados, los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, los que son menospreciados y los que hasta han renegado de Dios. Vivimos momentos muy duros en nuestra nación y en el mundo entero. Celebrar hoy el Jueves Santo con todo lo que ello encierra es asumir lo que nos dice el profeta: despertarnos y armarnos de fuerza. Pero no en los términos planteados por el mundo. Despertarnos para reconocer que somos hijos de Dios, que hemos sido salvados por la pascua de Jesús, que somos herederos de la tradición eucarística. Por tanto, que somos herederos de la celebración con la cual no sólo nos alimentamos, sino que adquirimos la fuerza suficiente para alimentar en el espíritu y también en el cuerpo a muchísimos hermanos nuestros. Somos herederos del gesto de lavar los pies. Es decir, de acoger al hermano para purificarlo, sostenerlo y hacerlo sentir hijo de Dios. No vamos a lavar los pies sólo a quienes nos caen bien. Lavar los pies incluso a quienes nos puedan odiar: esto es, brindarle la fuerza del amor de Dios presente entre nosotros y que todo lo puede. Será la mejor manera de hacer sentir a los demás que por haber comido el alimento eucarístico, sencillamente, anunciamos la pascua liberadora de Cristo. La eucaristía no la podemos reducir a un precepto. Este nos recuerda el compromiso de realizarla; pero, la eucaristía es la cena de los caminantes y peregrinos: de quienes están en la actitud de ir al encuentro de todos para ofrecerles el amor de Dios. No hacerlo es mal-entender el significado de la eucaristía, de la cena del Señor, del gesto de lavar los pies… sencillamente, es convertir nuestra fe en una manifestación de actos piadosos y llegar a ser, lamentablemente, “cristianos de sofá”, acomodados para tranquilizar nuestras conciencias. Hemos de despertar para ir al encuentro de todos con la fuerza liberadora de Jesús. Así podremos experimentar lo que nos dice el profeta. “¡Qué hermoso es ver llegar por las colinas al que anuncia las buenas noticias, a quien trae noticias de paz!” Esta hermosa tarde nos recuerda que hemos recibido una tradición con la cual nos fortalecemos y somos capaces de vencer todas las dificultades… pero con el compromiso de nuestra opción y dedicación al amor, el cual nos hace ser reconocidos como los discípulos de Cristo, quien nos dio su cuerpo y su sangre entregados para la salvación de la humanidad.

 

Evangelio según San Juan 13,1-15. 

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?". Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás". 

"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte". "Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!". jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". 

Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes." 

San Martín I

Papa. (año 656). Papa martirizado, son más de 40 los pontífices que han sufrido el martirio. Nació en Todi, Italia, y se distinguió entre los sacerdotes de Roma por su santidad y su sabiduría. Fue elegido Papa el año 649 y poco después convocó a un Concilio o reunión de todos los obispos, para condenar la herejía de los que decían que Jesucristo no había tenido voluntad humana, sino solamente voluntad divina (Monotelitas se llaman estos herejes).

Como el emperador de Constantinopla Constante II era hereje monotelita, mandó a un jefe militar con un batallón a darle muerte al pontífice. Pero el que lo iba a asesinar, quedó ciego en el momento en el que lo iba a matar, y el jefe se devolvió sin hacerle daño. Luego envió Constante a otro jefe militar el cual aprovechando que el Papa estaba enfermo, lo sacó secretamente de Roma y lo llevó prisionero a Constantinopla. El viaje duró catorce meses y fue especialmente cruel y despiadado. No le daban los alimentos necesarios y según dice él mismo en sus cartas, pasaron 47 días sin que le permitieran ni siquiera agua para la cara.

Lo tuvieron tres meses padeciendo en la cárcel destinada a los condenados a muerte, y luego lo sacaron de la cárcel por una petición que hizo el Patriarca Arzobispo de Constantinopla poco antes de morirse, pero lo enviaron al destierro. Sus sufrimientos eran tan grandes que cuando alguien lo amenazó con que le iban a dar muerte, exclamó: "Sea cual fuere la muerte que me den, seguramente no va a ser más cruel que esta vida que me están haciendo pasar".

En su última carta, dice así San Martín: "Estoy sorprendido del abandono total en que me tienen en este destierro los que fueron mis amigos. Y más me entristece la indiferencia total con la que mis compañeros de labores me han abandonado. ¿Qué no tienen dinero? ¿Pero no habría ni siquiera unas libras de alimento para enviarlo? ¿O es que el temor a los enemigos de la Iglesia les hace olvidar la obligación que cada uno tiene de dar de comer al hambriento? Pero a pesar de todo, yo sigo rezando a Dios para que conserve firmes en la fe a todos los que pertenecen a la Iglesia". Murió más de padecimientos y de falta de lo necesario que de enfermedad o vejez, en el año 656. En Constantinopla donde había sido tan humillado, fue declarado santo y empezaron a honrarlo como a un mártir de la religión. Y en la Iglesia de Roma se le ha venido honrando entre el número de los santos mártires.

Oremos
Señor Dios todopoderoso, tú que otorgaste a San Martín, Papa y mártir, la gracia de no sucumbir ante las amenazas y torturas, concédenos a nosotros la fortaleza que nos es necesaria para afrontar las luchas y adversidades de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de  Fiestas Marianas: Nuestra Señor de Mantua (1640)

Santo Tomás Moro (1478-1535), hombre de estado inglés, mártir Tratado sobre la Pasión

Él los amo hasta el final

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo que le había llegado la hora de pasar de éste mundo al de su Padre, Jesús, habiendo amado los suyos que eran de éste mundo, los amó hasta el final.” … En el Evangelio Juan es llamado sobre todo “el discípulo amado”. Es éste discípulo quien destaca a través de sus palabras cuánto nuestro Salvador que amaba tanto a Juan, era fiel en su amor. 

Estas palabras son inmediatamente seguidas por la narración de la amarga Pasión de Cristo; empezando por la última Cena. Primero con la humilde ceremonia del lavamiento de pies de Jesús a sus discípulos y luego dando a conocer su traidor. Vienen enseguida la enseñanza de Jesús, su oración, su arresto, su juicio, su flagelación, su crucifixión y toda la dolorosa tragedia de su amarguísima Pasión. 

Es por esta razón que San Juan nos habla sobre las palabras previamente citadas; para hacernos comprender que Cristo ha llevado a cabo todos sus actos por amor. Jesús demostró muy bien este gran amor a sus discípulos durante la última Cena, afirmándoles que al amarse unos a los otros, seguirían su ejemplo. Pues a aquellos que amaba, los amó hasta el final, y deseaba que hicieran lo mismo. Él no fue inconstante, como tanta gente que ama de manera pasajera; abandonando todo en la primera derrota y pasando de amigos a enemigos como lo hizo Judas el traidor. Jesús, lo preservó en el amor hasta el final, hasta que, y fue precisamente por este amor, que llegó a este doloroso extremo. Y no sólo para aquellos que ya eran sus amigos, sino por sus enemigos, con el fin de hacerlos sus amigos, no para su beneficio sino para el suyo.

Jueves Santo: La Eucaristía que no llega a los pobres no llega a Dios

El Jueves Santo,con su Eucaristía, es la dimensión política del Mandamiento del Amor Fraterno, que si no llega a los más pobres, tampoco llega a Dios.

Francisco, el actual Obispo de Roma, molesta a los mismos que molestó Jesús.

Sin duda recordamos aquella escena en la que Jesús lava los pies a los discípulos. Este trabajo era propio de esclavos. Esto hizo Jesús: hacerse esclavo entre los esclavos para liberar a los esclavos. Y les dice: "Vosotros decís que soy el Maestro y el Señor, y decís bien. Pues si yo, el Maestro y Señor, os he lavado los pies ejemplo os he dado para que hagáis vosotros lo mismo”. ¿Cuándo aprenderán y practicarán esto los de arriba? ¿Cuándo serán los más humildes y sencillos de todos? ¿Cuándo empezarán a ponerse en el último puesto, empezando por los jerarcas eclesiásticos que deberían ser los primeros en aprender de Jesucristo? ¿Cuándo van a abandonar los palacios? Cuándo van a vivir como vive el pueblo? Porque la estructura jerárquica de la Iglesia Oficial es increíblemente piramidal y asimétrica, mientras que el Evangelio es pura horizontalidad. Hoy tenemos una excepción en Francisco, pero no aprendemos de él. Al contrario, nos molesta que sea así, porque nos pone en evidencia.

En aquella memorable cena donde la comida del cordero pascual recordaba la liberación del pueblo de la opresión y esclavitud de Egipto, nos hace entender que toda Eucaristía tiene que ser amor convertido en lucha por la liberación, dando por tanto dimensión política al mandamiento del amor fraterno.

Jesús sienta a sus discípulos y discípulas en torno a una misma mesa para compartir todos juntos una misma comida y un mismo pan.

Preguntas y compromisos para hoy:

En el mundo actual, y entre los llamados cristianos, unos ricos y otros pobres, unos bien vestidos y otros desnudos, unos con comida de sobra y otros pasando hambre, unos en casas bien dotadas y otros en chabolas, unos durmiendo en camas confortables y otros en la calle, unos con calefacción y otros pasando frío, unos con mucha ropa de sobra y otros con harapos, ¿eso es sentarse en torno a una misma mesa y compartir un mismo pan? La mejor Eucaristía es aquella que celebramos compartiendo por lo menos algo de lo que tenemos con los más pobres de los más pobres del Tercer Mundo, como las mujeres y niñas de Africa (violadas ya a los 4 ó 5 años como en la R.D. del Congo), que son lo más pobres y desgraciado que hay en el mundo actual.

Seguro que Jesús invitó a aquella cena de despedida a sus discípulos y discípulas: Que sean solo hombres, y nunca mujeres, los que consagran el pan y el vino de la Eucaristía, ¿eso es sentarse en torno a una misma mesa y compartir un mismo pan? De ninguna manera. ¿Jesús discriminó a la mujer de esta manera? A nadie con sentido común le puede caber en la cabeza que Jesús hiciera semejante cosa.

Esto fue y sigue siendo en la Iglesia una gran discriminación y muy injusta, que no tiene base ni fundamento doctrinal ni en la Biblia ni en la tradición. Solo es consecuencia del machismo ancestral y misógino de la Iglesia oficial, heredado del judaísmo y la cultura grecorromana, como otras muchas más cosas que hay en ella, que no concuerdan con el mensaje de Jesús.

En aquella cena compartida y eucarística Jesús por cuatro veces les dice a ellos y a ellas: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis un@s a otr@s”. Este mandamiento es el primer compromiso de toda Eucaristía. 

Toda Eucaristía es para amar más a los demás, especialmente a los que más lo necesitan, si no, no es Eucaristía. Ese amor tiene que traducirse en actos concretos de amor a la esposa, al esposo, a los hijos, a los padres, a los hermanos, a los abuelos, a los nietos, a los vecinos, a los compañeros de vida y trabajo, a los amigos y migas, y sobre todo a los empobrecidos, maltratados y abatidos de este mundo, y en especial a las mujeres y a las niñas pobres, que son más del 70 % de los empobrecidos de la tierra. Cada Eucaristía tiene que llevarnos a Africa, a la India y a Sudamérica, etc: si no llega a los más pobres, tampoco llega a Dios.

Hoy hay muchas personas verdaderamente buenas en el mundo hasta el punto de exponer su vida por los demás, que viven austeramente para poder compartir algo con los más pobres (dinero, tiempo, trabajo), que les duele en carne propia el sufrimiento ajeno y luchan por curarlo, incluso yendo al Tercer Mundo, donde están los más pobres de los pobres, a veces exponiendo su propia vida. Estas personas están celebrando la Eucaristía cada día en el altar de la vida que es el más verdadero, y desde ahí son dignas del altar del cuerpo y la sangre de Jesús, es decir, de la persona de Jesús. Solo las dos unidas, es cuando son verdaderas y completas Eucaristías.

El misterio de la Cena Pascual

Toda la Historia de la Salvación está presente en la Eucaristía. Y al revés. Presente de tres modos diversos: 1) En el Antiguo Testamento, como figura; 2) en el Nuevo, como evento; y 3) en la Iglesia, donde nosotros vivimos, como sacramento. La figura anticipa y prepara el evento. El sacramento, en cambio, prolonga y actualiza el evento. Por evento se entiende algo acaecido históricamente, un hecho relativo a la gracia, que tiene su raíz en el mystêrion, cuyo sentido neo testamentario es ser mystêrion de Cristo y la Iglesia, para representar de este modo un acaecer salvífico, necesario no sólo en la construcción de la persona y de la sociedad, sino en la misma edificación de la comunidad cristiana y de su misión en el mundo.

1. Figuras de la Eucaristía. El Antiguo Testamento es preparación de la Cena del Señor. «Hemos escuchado que cierto hombre preparó una gran cena (Lc 14,16): ¿Quién es ese hombre –se pregunta san Agustín-- sino el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús? (cf. 1 Tim 2,5). Había enviado a la gente para que viniesen los invitados, puesto que ya era la hora. ¿Quiénes son los invitados sino los llamados por los profetas, que habían sido enviados con anterioridad? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que los profetas fueron enviados e invitaron a la cena de Cristo? Fueron enviados al pueblo de Israel. Fueron enviados con repetida frecuencia y frecuentes fueron sus invitaciones para que se llegase a la cena a la hora oportuna. Recibieron a quienes les invitaban, pero rechazaron la cena. ¿Qué quiere decir que recibieron a quienes les invitaban y, en cambio, rechazaron la cena? Que leyeron a los profetas y mataron a Cristo» (Sermón 112,1: BAC 441, 795s).

a) Una de las figuras que el mismo Jesús recordaba es el maná: «Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer (Jn 6, 31ss; cf. Ex 16, 4ss; Sal 78, 34). Era considerado el maná de Ex 16, 1 como el alimento del pueblo mesiánico; y los cristianos, a su vez, han visto en él una imagen de la comida eucarística. El exhorto del ángel a Elías es pura elocuencia: «Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti» (1Re 19, 4-8).

b) otra figura reseñable es el sacrificio de Melquisedec, que ofreció pan y vino (cf. Gn 14, 18; Sal 110, 4; Hb 7, 1ss).

c) y otra, en fin, el sacrificio de Isaac (así aparece en la Secuencia del Corpus, compuesta por Santo Tomás de Aquino).

d) Entre todas, sin embargo, sobresalía una: la Pascua, de cuyo ser la Eucaristía toma nombre y fisionomía de banquete o cena pascual. Referido a ella, Jesús es llamado Cordero de Dios.

Siempre que los Padres de la Iglesia aplicaban la exégesis a «Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros» (Ex 12, 13), o sea, os haré hacer Pascua, es decir, os salvaré, lo interpretaban como la Sangre de Cristo, la Eucaristía. La Pascua hebrea distinguía en tiempos de Jesús dos momentos en su desarrollo celebrativo, a saber: 1) inmolación del cordero, en el templo de Jerusalén, a primeras horas de la tarde, o sea inmediatamente después del mediodía, del 14 de Nisán; 2) consumación de la víctima en la cena pascual que se desarrollaba, familia por familia, en la noche sucesiva. La Pascua hebrea era un memorial y una espera. El drama fue cuando el Mesías esperado no fue reconocido, más bien fue inmolado justo durante una fiesta de Pascua. Pero sacrificándolo, realizaron la figura, cumplieron lo que se esperaba: la inmolación del Cordero de Dios.

2. La Eucaristía como evento. ¿En qué consiste el evento que funda la Eucaristía y que realiza la nueva Pascua? Los Evangelios dan dos respuestas diferentes, pero complementarias: la de Juan, y la de los Sinópticos.

a) La de Juan. San Juan mira sobre todo al momento de la inmolación: la Pascua –y, por ende, la Eucaristía es instituida, según él, sobre la cruz cuando Jesús, verdadero Cordero de Dios, es inmolado. San Juan, pues, establece un verdadero sincronismo en su evangelio: de una parte, subraya continuamente el acercarse la Pascua de los judíos («faltaban seis días para la Pascua de los judíos», «era el día primero de la Pascua», «era el día de la Pascua»); de otra, subraya el acercarse, para Jesús, de su hora, la hora de su glorificación, es decir, de su muerte.

Hay un progresivo acercarse temporal (día y hora) y espacial o geográfico (hacia Jerusalén), hasta que ambos confluyen en el Calvario inmediatamente después del mediodía del 14 de Nisán, justo cuando, en el templo, comenzaba la inmolación de los corderos pascuales. Para más subrayar esto, san Juan precisa que a Jesús no le fue roto ningún hueso en la cruz (cf. Jn 19,36), según lo prescrito para la víctima pascual (cf. Ex 12,46). Es como si el Evangelista hiciese suyas las palabras del Bautista: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

b) La de los Sinópticos. Mira preferentemente al momento de la cena. Es en la cena, en la institución de la Eucaristía, cuando, para ellos, se cumple el paso de la antigua a la nueva Pascua. De ahí la importancia de su preparación: «¿Dónde está la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?» (Lc 22,11).

La cena de los Sinópticos, pues, anticipa y contiene ya el evento pascual de la inmolación de Cristo, de análoga forma a como la acción simbólica anticipa, a veces, en los profetas, el evento anunciado. En este sentido el gesto de Jesús en la última cena al partir el pan e instituir la Eucaristía es la suprema acción simbólica y profética de la Historia de la Salvación. Al instituir la Eucaristía, Jesús anuncia proféticamente y anticipa sacramentalmente cuanto de allí a poco (o sea, su muerte y resurrección) sucederá.

c) Los Sinópticos presentan el mismo evento, pero anticipado en la acción simbólica y sacramental de la Eucaristía. San Juan, por su parte, lo hace en su pleno y definitivo manifestarse sobre la cruz. San Juan acentúa el momento de la inmolación real (la cruz); los Sinópticos, en cambio, el de la inmolación mística (la cena). Lo llamamos evento, repito, porque es algo acaecido históricamente, un hecho único en el tiempo y en el espacio, ocurrido una sola vez (semel), irrepetible. Y hay más: es un evento don, porque Cristo «se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma» (Ef 5, 2). Y don trinitario, porque está implicada en la institución de la Eucaristía toda la Trinidad: el Hijo que se ofrece; el Padre al que se ofrece; y el Espíritu Santo en que se ofrece (cf. Hb 9, 14).

3. La Eucaristía como sacramento. Al término de la consagración del cáliz, exclama el celebrante: «Haced esto en conmemoración mía». Maticemos un poco más.

a) Diferencia entre evento y sacramento. Nos ayuda con su habitual sagacidad san Agustín: «Sabemos hermanos, y retenemos con fe inquebrantable que Cristo murió una sola vez por nosotros; el justo por los pecadores, el Señor por los siervos, el libre por los cautivos, el médico por los enfermos, el dichoso por los desdichados, el rico por los pobres [...] Sabéis perfectamente que eso tuvo lugar una sola vez. Con todo, como si tuviera lugar más veces, esta fiesta solemne repite cada cierto tiempo lo que la verdad proclama mediante tantas palabras de la Escritura, que se dio una sola vez. Pero no se contradicen la realidad (evento) y la solemnidad (sacramento), como si ésta mintiese y aquélla dijese la verdad. Lo que la realidad indica que tuvo lugar una sola vez, eso mismo renueva la solemnidad para que lo celebren con repetida frecuencia los corazones piadosos. La realidad (historia) descubre lo que sucedió tal como sucedió; en cambio, la solemnidad (liturgia) no permite que se olviden ni siquiera las cosas pasadas, no repitiéndolas, sino celebrándolas» (Sermón 220: BAC 447, 227).

b) Nexo entre el sacrificio único de la cruz y la Misa. No ha sido fácil entre católicos y protestantes. San Agustín usa dos verbos: renovar y celebrar, justísimos uno y otro a cambio de entenderlos el uno a la luz del otro: la Misa renueva el evento de la cruz celebrándolo. Pablo VI en la encíclica Mysterium fidei usa representar, entendido en sentido fuerte de re-presentar, o sea, de volver nuevamente presente.

«Nuestro Salvador, en la Ultima Cena, la noche en que él era traicionado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrifico de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera» [Const. De sacra liturgia, c. 2. n. 47: AAS 56 (1964) 113.].

Con estas palabras se enaltecen a un mismo tiempo el sacrificio, que pertenece a la esencia de la misa que se celebra cada día, y el sacramento, del que participan los fieles por la sagrada comunión, comiendo la carne y bebiendo la sangre de Cristo, recibiendo la gracia, que es anticipación de la vida eterna y la medicina de la inmortalidad, conforme a las palabras del Señor: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día» [Jn 6, 55].


Según la historia: sólo ha habido una Eucaristía (la realizada por Jesús con su vida y muerte); según la liturgia, en cambio, o sea, gracias al sacramento instituido por Jesús en la última cena, hay tantas eucaristías cuantas se celebren hasta el fin del mundo. El evento se ha realizado una sola vez (semel), el sacramento se realiza «cada vez» (quotienscumque).

c) Contemporáneos del evento. Conseguimos serlo, gracias al sacramento de la Eucaristía, el cual no hace presente el evento de la cruz sólo a nosotros; sería poco; sino también, y sobre todo, al Padre. A cada «fractio panis» del sacerdote en el altar, es como si de nuevo se rompiese el vaso de alabastro de la humanidad de Cristo, como sucedió, justo, en la cruz, y el perfume de su obediencia subiese hasta enternecer de nuevo el corazón del Padre.

d) Este es milagro del Espíritu Santo (cf. Jn 12,34; 14,16). Cristo permanece eternamente dándonos su Espíritu, que aletea sobre las ofrendas en la Epíclesis (nombre que recibe en la celebración de la Misa la parte dedicada a la invocación del Espíritu Santo), quien nos acompaña cada vez que celebramos o participamos. Él hace de nosotros, en la Misa, «un sacrificio perenne agradable a Dios».

4. Del lavatorio de los pies a la oración sacerdotal y del «Ut unum sint»

4:1. En el Cenáculo, la primera noche de su pasión, el Señor rezó por sus discípulos pensando al mismo tiempo en la comunidad de los discípulos de todos los siglos, en «aquellos que creerán en mí mediante su palabra» (Jn 17, 20). Nos vio también a nosotros y rezó por nosotros. Y pidió: «Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos sean también santificados en la verdad» (17,17ss). Pide, pues, por nuestra santificación en la verdad.

4:2. Para comprender esto, cumple primero aclarar qué quieren decir en la Biblia las palabras «santo» y «consagrar/santificar». «Santo» describe ante todo la naturaleza de Dios, su forma de ser totalmente particular, divina, que sólo es propia de Él. Sólo Él es el verdadero y auténtico Santo en sentido original. Cualquier otra santidad deriva de Él y participa en su modo de ser. Él es la Luz purísima, la Verdad y el Bien sin mancha. Consagrar algo o a alguien significa, pues, dar esa cosa o persona en propiedad a Dios, quitarla del ámbito de lo que es nuestro e introducirla en su atmósfera, de modo que deje de pertenecer a nuestras cosas para ser toda de Dios.

4:3. Consagración es, por tanto, un sacar del mundo y un entregar al Dios vivo. La cosa o persona ya no nos pertenece a nosotros. Ni siquiera a sí misma, sino que vive inmersa en Dios. A una privación de algo para entregarlo a Dios lo llamamos también sacrificio: esto ya no será de mi propiedad, sino propiedad de Él. En el Antiguo Testamento, la entrega de una persona a Dios, es decir, su «santificación», se identifica con la ordenación sacerdotal, y de esta forma, se define también en qué consiste el sacerdocio: es un cambio de propiedad, un ser quitado del mundo y entregado a Dios.

4:4. Con esto resultan, por tanto, evidentes las dos direcciones que conforman el proceso de la santificación/consagración. Es un salir de los contextos de la vida mundana - un «ser puestos aparte» por Dios-. Precisamente por esto no es segregación. Ser entregados a Dios significa, más bien, ser puestos en representación de otros. El sacerdote viene apartado de las conexiones mundanas y entregado a Dios, y justo así, a partir de Dios, está disponible para los demás. Hagamos, pues, en la tarde de hoy una celebración del ministerio sacerdotal entendido como san Agustín nos dejó dicho: como servicio. Por él nosotros nos convertimos en dispensadores de la Palabra y los Sacramentos.

4:5. La palabra servicio en la tarde del Jueves Santo brilla en la misma medida que refleja su dosis de anonadamiento. Así, por ejemplo, el lavatorio de los pies, imagen sobremanera de una Iglesia sierva del mundo y samaritana, hecha para perdonar, animar y amar, nunca para atemorizar, condenar o castigar. Prolijo sería exponer la sublime riqueza mistérica del Jueves Santo. No es casual que se denomine día del amor fraterno, de la institución del sacerdocio, de la santísima Eucaristía, de la oración sacerdotal y, por supuesto, del Ut unum sint (Jn 17,21), es decir, del ecumenismo.

4:6. Porque el Movimiento ecuménico podrá comprender también el diálogo interreligioso, pero en estricto sentido de la palabra es del ecumenismo, el cual es por antonomasia cristocéntrico. De ahí que su carta fundacional esté en el Cenáculo, durante la tarde del Jueves Santo, cuando en la Oración sacerdotal Jesús ruega al Padre «para que todos sean uno [ut omnes unum sint]. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). Vale la pena, pues,

subrayar bien esta dimensión, que con tanta elegancia como firmeza está poniendo de relieve el papa Francisco en su pontificado,eco fiel de lo que dispuso el Concilio Vaticano II en el decreto sobre ecumenismo, Unitatis redintegratio.

Solo viviéndolo es como se llega a comprender
San Juan 13, 1-15. Jueves Santo

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jueves santo, la última cena… el mandamiento del amor, la Eucaristía. Quiero estar contigo en la mesa… contemplarte; escucharte.
lo hagan".
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
"Los amó hasta el extremo"… ¿qué me dicen estas palabras? Los amó hasta el extremo… No sólo me amas; sino que me amas como nadie jamás me ha amado, me ama y me amará. No sé si soy consciente de tu amor hacia mí, Señor; no sé si soy consciente de que todo lo que anhelo, sólo en Ti lo encuentro…no sé si me lo creo.

Te levantas de la mesa sabiendo perfectamente qué quieres hacer; te quitas el manto, te pones a los pies de tus discípulos para lavarlos… te pones a mis pies.

De igual manera me sorprendo ante este gran y sencillo gesto de amor; no puedo permitir que el Dios creador, el Dios omnipotente, el todopoderoso venga hacía mí… se humille, se incline ante mí en posición de siervo y limpie mis pies. Lo haces tan decidido y con amor desmedido que te das cuenta lo difícil que es entender… pues el amor es difícil de entender. Sólo viviéndolo es como se llega a comprender.

Se nos es difícil de entender y por ello pides que veamos con atención… Pides que veamos al Creador, al único Rey, a Aquél que se encarnó y que el ángel mismo proclamó: "este hombre será grande" (Lc 1,32), ahí ante mis piesPides que más que tratar de entender, de resistirnos a su amor, nos dejemos amar… me deje transformar.

Hoy, Señor, en este jueves santo no quiero decir nada… ni poner resistencia a tu amor. Sólo quiero estar contigo y amarte dejándome amar por Ti, para que sea ese amor, tu amor, el que me lleve a amar los demás. Sea ese amor que veo, que contemplo en Ti, el que me transforme y, dejándome transformar, pueda amar de verdad.

"Los amó hasta el extremo"… no sé si soy consciente de este amor. Señor, dame la gracia de experimentarlo pues sólo así puedo conocer el amor… el verdadero amor.

Pero, ¿qué es el servicio? Es posible pensar que consista sólo en ser fieles a nuestros deberes o en hacer alguna obra buena. Pero para Jesús es mucho más. En el Evangelio de hoy, él nos pide, incluso con palabras muy fuertes, radicales, una disponibilidad total, una vida completamente entregada, sin cálculos y sin ganancias. ¿Por qué Jesús es tan exigente? Porque él nos ha amado de ese modo, haciéndose nuestro siervo "hasta el extremo", viniendo "para servir y dar su vida". Y esto sucede aún hoy cada vez que celebramos la Eucaristía: el Señor se presenta entre nosotros y, por más que nosotros nos propongamos servirlo y amarlo, es siempre él quien nos precede, sirviéndonos y amándonos más de cuanto podamos imaginar y merecer.

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de octubre de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Viviré en actitud de escucha y de agradecimiento por los dones recibidos en la celebración de la Cena del Señor.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Texto de la homilía del papa Francisco en la misa crismal del Jueves Santo 2017

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 13 Abr. 2017).- El santo padre Francisco presidió este Jueves Santo, la Misa Crismal en la basílica de San Pedro, liturgia que se celebra hoy en todas las iglesias catedrales del mundo. La misa ha sido concelebrada por los cardenales, obispos y presbíteros presentes en Roma.

A continuación publicamos la homilía del Santo padre

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena noticia a los pobres, me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4, 18).

El Señor, Ungido por el Espíritu, lleva la Buena Noticia a los pobres. Todo lo que Jesús anuncia, y también nosotros, sacerdotes, es Buena Noticia.

Alegre con la alegría evangélica: de quien ha sido ungido en sus pecados con el aceite del perdón y ungido en su carisma con el aceite de la misión, para ungir a los demás. Y, al igual que Jesús, el sacerdote hace alegre al anuncio con toda su persona.

Cuando predica la homilía, –breve en lo posible– lo hace con la alegría que traspasa el corazón de su gente con la Palabra con la que el Señor lo traspasó a él en su oración. Como todo discípulo misionero, el sacerdote hace alegre el anuncio con todo su ser.

Y, por otra parte, son precisamente los detalles más pequeños –todos lo hemos experimentado– los que mejor contienen y comunican la alegría: el detalle del que da un pasito más y hace que la misericordia se desborde en la tierra de nadie. El detalle del que se anima a concretar y pone día y hora al encuentro. El detalle del que deja que le usen su tiempo con mansa disponibilidad…

La Buena Noticia puede parecer una expresión más, entre otras, para decir «Evangelio»: como buena nueva o feliz anuncio. Sin embargo, contiene algo que cohesiona en sí todo lo demás: la alegría del Evangelio. Cohesiona todo porque es alegre en sí mismo.
La Buena Noticia es la perla preciosa del Evangelio. No es un objeto, es una misión. Lo sabe el que experimenta «la dulce y confortadora alegría de anunciar» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 10).

La Buena Noticia nace de la Unción. La primera, la «gran unción sacerdotal» de Jesús, es la que hizo el Espíritu Santo en el seno de María. En aquellos días, la feliz noticia de la Anunciación hizo cantar el Magnificat a la Madre Virgen, llenó de santo silencio el corazón de José, su esposo, e hizo saltar de gozo a Juan en el seno de su madre Isabel.

Hoy, Jesús regresa a Nazaret, y la alegría del Espíritu renueva la Unción en la pequeña sinagoga del pueblo: el Espíritu se posa y se derrama sobre él ungiéndolo con óleo de alegría (cf. Sal 45,8). La Buena Noticia. Una sola Palabra –Evangelio– que en el acto de ser anunciado se vuelve alegre y misericordiosa verdad.

Que nadie intente separar estas tres gracias del Evangelio: su Verdad, no negociable, su Misericordia, incondicional con todos los pecadores y su Alegría, íntima e inclusiva. Nunca la verdad de la Buena Noticia podrá ser sólo una verdad abstracta, de esas que no terminan de encarnarse en la vida de las personas porque se sienten más cómodas en la letra impresa de los libros.

Nunca la misericordia de la Buena Noticia podrá ser una falsa conmiseración, que deja al pecador en su miseria porque no le da la mano para ponerse en pie y no lo acompaña a dar un paso adelante en su compromiso.

Nunca podrá ser triste o neutro el Anuncio, porque es expresión de una alegría enteramente personal: «La alegría de un Padre que no quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 237).

La alegría de Jesús al ver que los pobres son evangelizados y que los pequeños salen a evangelizar (cf. ibíd., 5). Las alegrías del Evangelio –lo digo ahora en plural, porque son muchas y variadas, según el Espíritu tiene a bien comunicar en cada época, a cada persona en cada cultura particular– son alegrías especiales.

Vienen en odres nuevos, esos de los que habla el Señor para expresar la novedad de su mensaje. Les comparto, queridos sacerdotes, queridos hermanos, tres íconos de odres nuevos en los que la Buena Noticia cabe bien, no se avinagra y se vierte abundantemente.

Un ícono de la Buena Noticia es el de las tinajas de piedra de las bodas de Caná (cf. Jn 2,6). En un detalle, reflejan bien ese Odre perfecto que es –Ella misma, toda entera. Nuestra Señora, la Virgen María. Dice el Evangelio que «las llenaron hasta el borde» (Jn 2,7). Imagino yo que algún sirviente habrá mirado a María para ver si así ya era suficiente y habrá sido un gesto suyo el que los llevó a echar un balde más.

María es el odre nuevo de la plenitud contagiosa. «Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286), Nuestra Señora de la prontitud, la que apenas ha concebido en su seno inmaculado al Verbo de vida, sale a visitar y a servir a su prima Isabel.

Su plenitud contagiosa nos permite superar la tentación del miedo: ese no animarnos a ser llenados hasta el borde, esa pusilanimidad de no salir a contagiar de gozo a los demás. Nada de eso: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Ibíd., 1).

El segundo ícono de la Buena Noticia es aquella vasija que con su cucharón de madera, al pleno sol del mediodía, portaba sobre su cabeza la Samaritana. Refleja bien una cuestión esencial: la de la concreción. El Señor que es la Fuente de Agua viva no tenía «con qué» sacar agua para beber unos sorbos. Y la Samaritana sacó agua de su vasija con el cucharón y sació la sed del Señor.

Y la sació más con la confesión de sus pecados concretos. Agitando el odre de esa alma samaritana, desbordante de misericordia, el Espíritu Santo se derramó en todos los paisanos de aquel pequeño pueblo, que invitaron al Señor a hospedarse entre ellos.

Un odre nuevo con esta concreción inclusiva nos lo regaló el Señor en el alma samaritana que fue Madre Teresa. Él llamó y le dijo: «Tengo sed», «pequeña mía, ven, llévame a los agujeros de los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. No me conocen, por eso no me quieren. Llévame hasta ellos». Y ella, comenzando por uno concreto, con su sonrisa y su modo de tocar con las manos las heridas, llevó la Buena Noticia a todos.

El tercer ícono de la Buena Noticia es el Odre inmenso del Corazón traspasado del Señor: integridad mansa. humilde y pobre, que atrae a todos hacia sí. De él tenemos que aprender que anunciar una gran alegría a los muy pobres no puede hacerse sino de modo respetuoso y humilde hasta la humillación.

No puede ser presuntuosa la evangelización. No puede ser rígida la integridad de la verdad. El Espíritu anuncia y enseña «toda la verdad» (Jn 16,13) y no teme hacerla beber a sorbos. El Espíritu nos dice en cada momento lo que tenemos que decir a nuestros adversarios (cf. Mt 10,19) e ilumina el pasito adelante que podemos dar en ese momento. Esta mansa integridad da alegría a los pobres, reanima a los pecadores, hace respirar a los oprimidos por el demonio.

Queridos sacerdotes, que contemplando y bebiendo de estos tres odres nuevos, la Buena Noticia tenga en nosotros la plenitud contagiosa que transmite con todo su ser nuestra Señora, la concreción inclusiva del anuncio de la Samaritana, y la integridad mansa con que el Espíritu brota y se derrama, incansablemente, del Corazón traspasado de Jesús nuestro Señor.

La penitencia
La penitencia implica realizar un examen de conciencia y tener un propósito de enmienda para no volver a cometer las mismas faltas.

Una de las prácticas espirituales que los cristianos solemos realizar en Semana Santa es la penitencia, pero también existen otras como el ayuno, la abstinencia, la oración, de las cuales nos hemos ocupado en días anteriores.

La penitencia implica realizar un examen de conciencia y tener un propósito de enmienda para no volver a cometer las mismas faltas.

Después que confesamos nuestros pecados a un sacerdote, él nos impone el cumplimiento de una penitencia.

Según el P. Donato Jiménez, cada penitencia corresponderá a los errores que cometimos. Por ejemplo, en el caso del robo, se tratará de devolver los objetos o dar limosna a los pobres.

De acuerdo con el catecismo de la Iglesia, la penitencia debe expresarse en las obras de misericordia. Podemos ayudar a nuestros amigos o familiares en alguna necesidad que tengan, visitar a los parientes o amistades que están en los hospitales o en asilos, entre otras cosas. También el ayuno y la oración son formas de ayuda espiritual.

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