El Espíritu Santo os lo enseñará todo
- 15 Mayo 2017
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Evangelio según San Juan 14,21-26.
Jesús dijo a sus discípulos: «El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él". Judas -no el Iscariote- le dijo: "Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?". Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»
San Isidro Labrador
La vida de Isidro nuevamente pone sobre el tapete una indiscutible realidad: para ser santo basta con amar en todo momento. No hay más. Cualquier otro afán que no esté regido por ello se deslinda de ese camino. Lo que viene llamando la atención en él desde hace siglos fue que, siendo tan escasa su notoriedad, inmediatamente después de morir fue aclamado por las gentes que habían visto en su conducta cotidiana los rasgos de la santidad. Posteriormente, con visos de rigor o movidos por antiguos criterios hagiográficos tendentes a magnificar retazos de su acontecer, se han ido sumando páginas ensalzando virtudes que hicieron de Isidro uno de los personajes históricos más queridos de Madrid, ciudad de la que es patrón.
De su memoria ha quedado fehaciente constancia en la arquitectura y en la pintura, entre otras artes. En muchos rincones de la capital de España hay vestigios del fervor que suscita. Simplemente esto da que pensar. No se tributan a cualquiera tantos honores.
Juan Diácono sintetizó su existencia en seis páginas en su Vita Sancti Isidoro, redactada en el siglo XIII. Nació Isidro de Merlo y Quintana en Madrid a finales del siglo XI, puede que hacia 1082, en una humilde casa cercana a la iglesia de San Andrés. Sus padres eran cristianos mozárabes fieles a la fe que le inculcaron. Entonces Madrid era una modesta Villa que al ser conquistada por los almorávides obligó a muchos a huir. Uno de ellos fue Isidro, cuyo primer oficio había sido el de pocero. Al llegar a la localidad madrileña de Torrelaguna comenzó a ganarse la vida como labrador. Era un hombre humilde y sencillo, de gran corazón, que enamoró a María Toribia, con la que se desposó. Ella, también canonizada, es conocida con el nombre de santa María de la Cabeza. Después de pasar por Caraquiz y Talamanca, la pareja se asentó en Madrid. Isidro retornó al campo si bien no poseía tierras que cultivar, sino que estaba al servicio de Juan de Vargas al que conoció en Talamanca. Juan era una especie de terrateniente, dueño de hectáreas extendidas por las riberas del Manzanares así como por barrios y aledaños de la ciudad, como los Carabancheles Alto y Bajo, Getafe, Jarama… En casa de Vargas nacería Illán, hijo de Isidro y de María, y en ella fue objeto de uno de los numerosos milagros que se atribuyen al santo ya que la familia había establecido su morada en ese palacio. El niño era muy pequeño cuando en un descuido se cayó al pozo, con la natural conmoción de su madre. Conocedor del hecho su padre, al regresar de su trabajo suplicó a la Virgen de la Almudena su mediación. Entonces el agua subió llegando casi a rebasar el borde del pozo lo cual le permitió extraer a Illán sin rasguño alguno.
Isidro era especialmente devoto de la Eucaristía y de la Virgen. No fue hombre versado. No conoció más paisajes que las pocas localidades que recorrió y la majestuosidad de una naturaleza que le hablaba de Dios. Así se doctoró humana y espiritualmente. La paciencia, el tesón, la generosidad, la constancia, la esperanza, la belleza…, todas las virtudes brotaban en su entorno enhebradas de silencios, rotos únicamente por la inigualable sinfonía que le acompañaba: el murmullo del agua, el trinar de las aves o el susurro del viento. Todo era imagen de Dios. Y María acunándole desde su trono en la Almudena y en Atocha. Su camino hacia la santidad lo efectuó desde el anonimato y la sencillez de una vida colmada del amor a Dios, rubricada por la honestidad en cada uno de sus actos: responsabilidad en el hogar y en el trabajo, abnegación con todos… Un sentimiento hondo de gratitud y paz en medio de la humilde tarea que llenaba muchas de sus horas: uncir los bueyes, cuidado de los animales, poda de rastrojos, vendimia, siembra, cosecha, etc. Su conducta quedaba realzada en medio de una sociedad dada a vivir con largueza, sumida en ciertas costumbres alejadas del Evangelio. Digamos que los gestos del santo denunciaban vicios que dominaban a la clase civil y a la eclesiástica. El pueblo llano siempre ha sabido distinguir de forma natural la grandeza de una vida que se derrama sin estridencias, pero que está ahí, haciendo germinar en derredor multitud de bendiciones, marcando la brújula de la verdad divina.
Gregorio XV dijo de él: «nunca salió para su trabajo sin antes oír, muy de madrugada, la Santa Misa y encomendarse a Dios y a su Madre Santísima». Todos se percataban de su piedad, bondad y caridad con los pobres. Su fe era tanta que alguna vez, según narra la tradición popular, los ángeles acudieron a reemplazarle en su tarea, arando las tierras para que pudiera asistir tranquilo a misa sin faltar a su trabajo. El hecho, que forma parte de su proceso de canonización, fue contemplado por un atónito Juan de Vargas que acudió a comprobar su rendimiento laboral ante alguna denuncia que debió llegar a sus oídos en contra de Isidro. Este milagro ha sido recogido por la iconografía; es, por ello, uno de los más conocidos que se le atribuyen al santo, en cuya causa se contabilizaron más de cuatrocientos. Otros prodigios los compartió con su santa esposa, como cruzar el río Jarama sobre una mantilla. Murió en Madrid el 15 de mayo de 1130. Fue sepultado en el cementerio de San Andrés, de cuya parroquia era diácono Juan, redactor de su vida. A través de una revelación divina en 1212 se descubrieron sus restos, constatándose que su cuerpo estaba incorrupto. Desde entonces se le considera patrón de Madrid. Pablo V lo beatificó el 14 de junio de 1619. Y Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de 1622, pero al fallecer éste, hubo que esperar al 4 de junio de 1724 fecha en la que Benedicto XIII expidió la bula de canonización. Aquél gran día de 1622 en la gloria de Bernini se encumbraba a los altares a un humilde campesino junto a estas grandes figuras de la Iglesia: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Jesús y Felipe Neri. El 16 de diciembre de 1960 Juan XXIII declaró a Isidro patrón de los agricultores y campesinos españoles.
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Isidro Labrador para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Beato Juan van Ruysbroeck (1293-1381), canónigo regular La Bodas espirituales, III
“El Espíritu Santo os lo enseñará todo”
La vida contemplativa es la vida del cielo... En efecto, gracias al amor de unión con Dios, el hombre traspasa su ser de criatura, para descubrir y saborear la opulencia y las delicias que el mismo Dios es y que deja que fluyan sin cesar en lo más escondido del ser humano, allí donde éste es semejante a la nobleza de Dios. Cuando el hombre recogido y contemplativo llega así a encontrar su imagen eterna, y cuando, en esta nitidez, gracias al Hijo, encuentra su lugar en el seno del Padre, es iluminado por la verdad divina...
Porque es preciso saber que el Padre celestial, abismo viviente, a través de las obras y con todo lo que vive en él, se gira hacia su Hijo como hacia su eterna Sabiduría (Pr 8,22s); y esta misma Sabiduría, con todo lo que vive en ella y a través de sus obras, se refleja en el Padre, es decir, en este abismo del cual ella ha salido. De este encuentro brota la tercera Persona, la que es entre el Padre y el Hijo, es decir, el Espíritu Santo, su común amor, que es uno con ellos en unidad de naturaleza. Este amor abraza y atraviesa con fruición al Padre, al Hijo y a todo lo que vive en ellos, y esto con una opulencia y un gozo tal que todas las criaturas quedan absortas en un silencio eterno. Porque la maravilla inaccesible, escondida en este amor, sobrepasará eternamente a la comprensión de toda criatura.
Cuando reconocemos esta maravilla y la saboreamos sin asombro, es señal de que nuestro espíritu se encuentra más allá de sí mismo y que se hace uno con el Espíritu de Dios, saboreando y contemplando sin medida, igual que Dios saborea y contempla su propia riqueza en la unidad de su profundidad viviente, según su modo de ser increado... Este delicioso encuentro, que se realiza en nosotros según el modo de Dios, se renueva constantemente... Porque de la misma manera que el Padre mira sin cesar todas las cosas como nuevas en su nacimiento en su Hijo, son de la misma forma amadas de manera nueva por el Padre y por el Hijo en el constante fluir del Santo Espíritu. Este es el encuentro del Padre y del Hijo en el cual somos amorosamente abrazados, gracias al Santo Espíritu, en un amor eterno.
Este domingo quisiera hacer una llamada a la valentía y a la fortaleza para confesar y vivir la fe, para dar razón de nuestra fe, en todo tiempo y lugar.
Es cierto que vivimos tiempos en los que podemos tener la impresión de estar soportando un eclipse de espiritualidad, un silencio de Dios, que hace difícil y duro el ser cristiano y manifestarse como tal. Nuestra sociedad occidental, orgullosa por sus adelantos técnicos y su desarrollo económico, parece vivir como si Dios no existiera o, como mínimo, con miedo a reconocer la fe.
Sin embargo, haríamos mal en amedrentarnos. En circunstancias parecidas, Jesús les dijo a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí». (Jn 14,1)
Por ser cristianos no podemos aislarnos de los demás hombres y mujeres que viven en el mundo, sino compartir con ellos la construcción de nuestra sociedad, teniendo a la vista el modelo que nos ha anunciado Jesucristo, el Reino de Dios. Proponer ese Reino –vivir de acuerdo a los criterios de Dios– puede comportarnos serias dificultades, como las han sufrido los buenos cristianos de todos los tiempos. Con qué belleza y expresividad expuso esta idea Justino, un santo apologeta del siglo II, que en su Discurso a Diogneto afirma: «A los cristianos les aborrece el mundo, sin haber recibido ofensa de ellos, porque renuncian a los placeres. Tal es el puesto que Dios les señaló, y no les es lícito desertar de él».
Por su parte, el Concilio Vaticano II nos recordaba lo mismo en un párrafo memorable: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» (Concilio Vaticano II. Constitución Gaudium et Spes, 1).
Vivir así es natural con el ser cristiano, hasta el punto de que Jesús, al orar por nosotros en la última Cena, llegó a pedir al Padre: «Yo no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo. Padre santo, guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros». (Jn 17, 11)
Por lo tanto, no nos es lícito desertar de este mundo. Somos llamados a vivir en él «de otra manera»: entre la proximidad y el amor a cuantos comparten con nosotros la vida en el mundo, y el distanciamiento de muchos de los criterios y costumbres que predominan en el mundo. San Justino, al que me refería anteriormente, describe gráficamente cómo vivían los cristianos de hace mil ochocientos años la proximidad y el distanciamiento. Decía textualmente: «Los cristianos habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria es tierra extraña. Se casan como todos; como todos engendran hijos, pero no abandonan a los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su vida sobrepasan las leyes».
Queridos hermanos, ¡ojalá seamos y vivamos así! + Juan José Omella Omella
La necesidad de “una atención concreta a la vida y a la maternidad”
El Papa invita a cada uno a orar por su mamá
(ZENIT – Roma, 14 mayo 2017). – “El futuro de nuestras sociedades exige por parte de todos, especialmente de las instituciones, una atención concreta a la vida y a la maternidad” ha declarado el Papa Francisco el 14 de mayo de 2017, durante la oración del Regina Coeli que ha presidido en la plaza San Pedro.
Saludando a la gente desde una ventana del palacio apostólico, el Papa evoca la fiesta de las madres, que se celebraba ese día en muchos países, (en España el 7 de mayo): acordémonos con gratitud y afección de todas las mamás e incluso de nuestras mamás en el cielo, confiándoselas a María, la mamá de Jesús.”
El Papa también ha invitado a los 25.000 fieles a recogerse con él: “En este momento os hago una proposición: permanezcamos unos instantes en silencio, cada uno orando por su mamá”.
San Juan 14,21-26. V Lunes de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, me pongo en tus manos para que seas Tú quien me guíe en este momento de oración. Yo no sé orar, por eso te pido que me enseñes a hacerlo. Ve mi pobreza y debilidad y ven en mi auxilio. No soy digno de entrar en tu presencia, pero me acerco como un niño a los brazos de su padre. Me acerco con el deseo de encontrar lo que solamente Tú puedes darme, el amor y la felicidad profundos.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy, uno de los discípulos hace una pregunta que podría dejarnos un tanto extrañados y es que al discípulo le sorprende que Jesús se manifieste solamente a unos y al mundo no. La respuesta de Jesús es aún más sorprendente porque no la hace directamente, sino que repite lo que había dicho antes. Es decir, que el amor a Él está en cumplir sus mandamientos.
Todo aquel que quiera recibir a Jesús tiene que dejar de lado sus deseos y pasiones para entregarse únicamente a Dios. Tal vez podemos pensar que no podemos solos pues somos débiles y que siempre habrá trabajo que hacer, siempre tendremos que purificarnos. Y ésta es la realidad porque la vida del cristiano es un peregrinaje que nos debe de llevar al Padre; es un camino de vuelta a la casa paterna.
Pero basta que comencemos a caminar para que el Padre vea nuestro deseo de llegar y salga a nuestro encuentro, nos abrace y nos lleve de la mano. El camino no es fácil para quien va solo, pero para quien va con Jesús nada lo hará temer, nada será tan difícil que sea insuperable y la meta no será inalcanzable. Tal vez el ideal es muy grande, pero una vida sin ideales grandes, es triste.
"Enseñar y recordar. Esto es lo que hace el Espíritu Santo en nuestros corazones. En el momento en el que está por regresar al Padre, Jesús anuncia la venida del Espíritu que ante todo enseñará a los discípulos a comprender cada vez más plenamente el Evangelio, a acogerlo en su existencia y a hacerlo vivo y operante con el testimonio. Mientras está por confiar a los Apóstoles -que quiere decir, en efecto, "enviados"- la misión de llevar el anuncio del Evangelio a todo el mundo, Jesús promete que no quedarán solos: estará con ellos el Espíritu Santo, el Paráclito, que estará a su lado, es más, estará en ellos, para defenderlos y sostenerlos. Jesús regresa al Padre pero continúa acompañando y enseñando a sus discípulos mediante el don del Espíritu Santo."
(Homilía S.S. Francisco, 1 de mayo de 2016)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, Señor, voy hacer una visita a Cristo Eucaristía para agradecerte el gran amor que me manifiestas en cada día de mi vida y para agradecerte las bendiciones que has derramado en mi familia.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Templos de Dios.
El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.
Jesús le respondió: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras.Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a vosotros. "Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
Reflexión
1. El hombre pascual, el hombre nuevo, que hemos de llegar a ser es un hombre muy unido y vinculado con Cristo, nuestro Señor resucitado. Tiene una fe auténtica y fuerte en Él, un amor profundo a Él. Y este amor, esta unión con Cristo debe manifestarse en la vida de cada uno. Es lo que nos recuerda el Evangelio de hoy: “El que me ama guardará mi palabra. Y el que no me ama no guardará mi palabra”.
2. Si buscamos a Jesucristo en nuestra vida, Él se nos hace presente, principalmente, bajo tres formas, solía explicarnos el Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt:
Primero, Él es el Dios de la historia y de la vida: está presente y actuando en la historia de la humanidad, de los pueblos y de cada individuo. Y está presente en todas las cosas y en todos los acontecimientos de la vida concreta.
Además, Él es el Dios de los altares: está presente en cada tabernáculo, está actuando en los sacramentos.
Y, por último, Él es el Dios de los corazones humanos: está presente en nuestras almas y en las almas de los cristianos.
3. Esta presencia de Dios en nuestros corazones la promete Jesús en el Evangelio de hoy: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.”
De modo que mi alma es un templo de Dios. Cristo mismo quiere ser el Rey, el Señor de mi corazón. Por eso, tengo que echar afuera cualquier otro dueño, p.ej. el egoísmo, el dinero, el poder, el placer... Porque Cristo quiere tomar en sus manos, definitivamente, el destino de mi vida. Es como si mi vida fuese parte de la suya. Tal como Cristo piensa y siente, tal como vive, sufre y se alegra, así he de vivir yo que soy templo vivo de Él.
Es el camino de asemejarme cada día un poco más a Él, de dejarme transformar en Él. Así podré alcanzar, algún día, la plenitud del hombre divinizado, tal como San Pablo cuando decía: “No soy yo quien vivo, sino es Cristo quien vive en mi” (Gal 2 20) Será la victoria de lo divino sobre mi naturaleza humana.
Los Padres de la Iglesia decían que cada cristiano debe ser otro Cristo, es decir, Cristo continuado. Por nuestra vida debemos manifestar, cómo Él habría vivido en nuestro tiempo. Por nuestra vida debemos prolongar y continuar la vida de Jesús.
Él no vivió más que una sola vida humana, una vida breve de 33 años. Después de su Ascensión, Él ya no tiene otra aparición posible que la nuestra. El único rostro que Él puede mostrar a nuestros contemporáneos, es el nuestro, el de los cristianos auténticos. El mundo actual no se convertirá nunca a Dios, si no encuentra en nosotros, en nuestra vida cristiana, un signo y testimonio de la presencia del Señor.
Algo semejante podemos decir en relación a la Virgen María. Todos nosotros y especialmente cada mujer ha de encarnar y hacer presente a la Sma. Virgen en el mundo de hoy. Como decía el Padre Kentenich: Cada mujer debe ser una pequeña María, debe ser su instrumento y reflejo, para que también nuestro tiempo pueda conocer y encontrarse de nuevo con Ella.
4. La promesa de Cristo en el Evangelio de hoy trae además otra consecuencia importante para mi vida cristiana. Porque Él vive no solo en mi propio corazón, sino también cada cristiano es un templo vivo de Él. De modo que debo ver a Jesús en cada hermano. Debo tratarlo como al señor mismo: con amor, cariño y, sobre todo, con mucho respeto.
El amor encierra en sí, siempre un doble elemento: un donarse y un reservarse, un amarse y un respetarse. Hoy en día el respeto es más necesario aún que el amor. El respeto es el eje del mundo.
A nosotros nos parece que nos rodean sólo hombres, hombres llenos de defectos y limitaciones. Y en verdad es Cristo mismo quien está en cada uno de ellos, aunque no lo reconozcamos.
¿Qué mujer cree que va a encontrar a Dios en su marido? No es posible; lo conoce demasiado bien, sabe lo que vale y la que no vale. ¿Y qué marido reconoce a Dios en su esposa? ¿Y qué padre, en sus hijos? ¿Y qué hijo, en sus padres?
Sin embargo, el juicio final se basará en nuestra conducta para con los hermanos - de modo que Jesús se identificará completamente con ellos. Como indica el Evangelio de San Mateo, Él va a decir a los elegidos:
“En verdad os digo que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y a los condenados va a decir: “En verdad os digo que cuando no lo hicisteis con uno de estos mis hermanos, tampoco conmigo lo hicisteis” (25,40).
5. La morada más preciosa y perfecta de Dios es la Sma. Virgen María. Ella nos revela el mismo rostro de su Hijo Jesús. Junto con Él es el prototipo del hombre pascual que todos hemos de llegar a ser.
Queridos hermanos, pidámosle por eso a María, que nos eduque para que seamos más y más semejantes a Ella: verdaderos templos de Dios, testigos y portadores de Cristo para nuestro tiempo.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
El rostro del Padre; V Domingo de Pascua
Reflexión del evangelio de la misa del 5o. Domingo de Pascua 13 de mayo de 2017
Hoy buscamos el rostro de Dios en las personas concretas, limitadas, frágiles… y cada uno de nosotros tiene esa gran misión: ser rostro de Dios, como lo es Jesús.
Lecturas:
Hechos de los Apóstoles 6, 1-7: “Eligieron a siete hombres llenos del Espíritu Santo”
Salmo 32: “El Señor cuida de aquellos que le temen”
I Pedro 2, 4-9: “Ustedes son estirpe elegida, sacerdocio real”
San Juan 14, 1-12: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”
Se acerca un poco tímida pero aprovecha el largo camino que nos espera en autobús para “soltar” lo que le quema dentro. Una vida de desencuentros y dificultades matrimoniales, problemas económicos, negocios fallidos, amistades falsas… “Y, lo que menos me esperaba y más me duele, es que quien más me ha lastimado es gente de Iglesia. Yo esperaba comprensión y apoyo, pero parece que gozan en destruir. No son rostro de Cristo. ¿Cómo va a creer uno así?”. Hoy buscamos el rostro de Dios en las personas concretas, limitadas, frágiles… y cada uno de nosotros tiene esa gran misión: ser rostro de Dios, como lo es Jesús, rostro misericordioso del Padre.
Descubrir el rostro en la oscuridad es difícil y causa desaliento. En las crisis de la Iglesia muchos de sus creyentes no tienen la luz suficiente para descubrir detrás de los rostros desfigurados de los hombres, el rostro amoroso, fiel y cercano de Dios. Con frecuencia una crisis se transforma en una desbandada y la huida de muchos de los discípulos como aconteció desde los primeros días. Las lecturas de este domingo nos centran en una Iglesia muy humana, con sus problemas, con sus deficiencias y con sus limitaciones, pero que está buscando construirse y sostenerse en Cristo. El libro de los Hechos en estos días de Pascua nos presenta a las primeras comunidades de una forma idealizada: con un solo corazón, con una sola alma, compartiendo y viviendo en un idilio que al contrastarlo con nuestras propias comunidades nos puede producir un cierto desencanto. Las primeras comunidades también sufren estas mismas limitaciones y hoy en la primera lectura se nos muestra un pequeño ejemplo de lo que sucede en ellas: hay divisiones a causa de preferencias, de atenciones mejores a unos que a otros y, en el fondo, la división de dos grupos: los helenistas y los judaizantes, que no acaban de aceptarse.
Cuando parece más grande la oscuridad más brilla la luz. Al mostrarse estas divisiones, también se nos muestran la forma en que resuelven el problema. La solución no es ni callarse, ni aguantarse, no aporta solución quien solamente critica o se separa del grupo. La solución es aportar luz a esas dificultades y resolverlas teniendo muy en cuenta a cada una de las personas.
Las crisis y dificultades también son oportunidades para nuevas expectativas. Así, de la fuerte división y los cuestionamientos, nacen “los diáconos” como una expresión de servicio y de unidad. Buscando priorizar las necesidades, a ellos se les encomienda el servicio de las mesas, pero no se les excluye, como lo comprobamos en las narraciones posteriores, de la predicación de la Palabra. De una grave dificultad, brotó una gran riqueza. Los diáconos son una expresión de la misión servidora de la Iglesia que puede ayudar en las situaciones de frontera y dificultad. Es una gran riqueza en muchas de nuestras diócesis pues aportan ese servicio desinteresado, más cercano a las familias y llegan a ambientes y situaciones que otros agentes no han podido acercarse. Los diáconos no sólo son una solución a la escasez de sacerdotes, son una expresión de la Iglesia que a ejemplo de Jesús quiere ser servidora.
La Iglesia está llamada a ser santa. Cuando contemplamos sus deficiencias humanas tendemos a desalentarnos, a alejarnos y a quedarnos en la distancia: San Pedro nos propone todo lo contrario: “Ustedes son piedras vivas, que van entrando en la edificación del templo espiritual, para formar un sacerdocio santo... por medio de Jesucristo”. Y vaya que si Pedro sabía a quiénes se dirigía: personas humanas, con defectos, ambiciones y limitaciones. Él mismo, con gran dolor, había comprobado lo frágil que es la persona humana.
Sin embargo nos urge a acercarnos a Cristo, unirnos a Él, estrecharnos para formar una construcción. No se trata de “aislarse” en la intimidad con Jesús, sino de entrar a formar parte de la construcción teniendo a Cristo como piedra angular. Si miramos con la luz del amor de Jesús, nos podremos descubrir como piedras vivas, que se van amoldando para entrar en esa construcción. Todas las personas son útiles para esta construcción. Algunos necesitaremos pulirnos y quitar aristas, otros tendrán que acomodarse con delicadeza para no destruirse, pero todos juntos podremos hacer esta nueva construcción que es la Iglesia. La condición será siempre tener como piedra fundamental y base de nuestra vida a Cristo y al igual que Él tener una gran disposición de servicio para buscar el lugar donde podamos servir mejor, no precisamente donde aparezcamos más o donde nosotros hubiésemos escogido. Cuando nos reconocemos como miembros tan limitados y pecadores es hermoso escuchar las palabras de Pedro que nos mira con la luz de Jesús: “Ustedes son pueblo sacerdotal, estirpe elegida, nación consagrada…”, pero muy humanos, con cualidades y defectos y ésta es la belleza de la Iglesia y ésta es su misión.
Jesús, como si previera nuestros miedos, desalientos y problemas, nos exhorta: “No pierdan la paz”. El verdadero discípulo encontrará armonía interior aun en medio de las dificultades. Y cuando Felipe le pide que le muestre al Padre, lo invita y nos invita a que lo descubramos precisamente en las acciones que Él hace. Jesús encuentra la forma de hacerse cercano a los pequeños, de alentar a los decaídos, de comer con los publicanos, de perdonar a los pecadores, de dar de comer a los hambrientos… y un largo etcétera que nos llevaría precisamente a encontrar luz en los lugares que parecen más oscuros. Donde parece que hay más muerte, Jesús logra descubrir el rostro de la vida; y donde parece que todo está perdido, nos lleva a encontrar la gran manifestación del amor de Dios. Indudablemente que las palabras del evangelio hoy tienen una gran fuerza porque en medio de la oscuridad parecemos perdidos. Hoy también a nosotros nos dice que Él es el camino, la verdad y la vida y que si lo vemos a Él también descubriremos el rostro del Padre.
¿En medio de tantos escándalos y de tantas dificultades somos capaces de descubrir el rostro de Dios? ¿Estamos dispuestos a integrarnos en un solo templo y a aceptar la cercanía y la incorporación de los hermanos? ¿Cómo reaccionamos nosotros ante los problemas y las divisiones? ¿Somos capaces de servir como Jesús?
Padre, que en el rostro de Jesús nos has dejado tu verdadero rostro, haz que construyendo sobre la Piedra Angular, seamos artífices de unidad, de amor y de vida. Amén.
Maiestas Mariae es un concepto mariológico y de la historiografía del arte para referirse al concepto de la Virgen como trono del Niño Dios
Theotokos es una palabra griega que significa Madre de Dios (literalmente, 'la que dio a luz a Dios'). Su equivalente en español, vía latín, es Deípara. Es el título que la Iglesia cristiana temprana le dio a María en el Concilio de Éfeso de 431 en referencia a su maternidad divina.
Maiestas Mariae
Theotókos es también un tipo iconográfico de la Virgen en el arte bizantino, en el que aparece sentada en un trono con el Niño Jesús en su regazo, mirando ambos al frente. En este modelo iconográfico se basa otro característico del arte románico: la Maiestas Mariae (majestad de María o suprema alteza –en los cielos).
Maestà ("majestad" en italiano) es la denominación de un tema iconográfico del arte cristiano medieval occidental que representa a la Virgen en Majestad, una forma de representar la Virgen con el Niño en que la Virgen María aparece entronizada; de forma similar a la Theotokos del arte bizantino.
Maiestas Mariae ("Majestad de María" en latín) es un concepto mariológico y de la historiografía del arte para referirse al concepto de la Virgen como trono del Niño Dios.
Es una iconografía propia del Románico y el Gótico, que se divulga a partir del siglo XII, fundamentalmente en las iglesias dedicadas a María y en algunas dedicadas a algún santo. La visión del Cristo apocalíptico (Pantocrator) fue sustituida por la de la Virgen, como trono del Salvador y mediadora entre los hombres y Dios.
El culto mariano se popularizó extraordinariamente en la Baja Edad Media, al mismo tiempo que, intelectual y sociológicamente, se producía la sublimación del concepto bajomedieval de mujer (el amor cortés de los trovadores).
María, Trono de la Sabiduría
La palabra Sabiduría tiene en la Sagrada Escritura varios significados: en primer lugar la Sabiduría personal o subsistente, esto es, el Verbo Divino, y Jesucristo como Hombre, ya que en Él la Humanidad creada estaba unida a la Divinidad en unidad de persona; en segundo lugar, la Sabiduría impersonal, hábito o cualidad de los seres inteligentes, y por último, la Sabiduría, Don del Espíritu Santo.
Bajo estos tres significados la Virgen María es llamada y es verdaderamente Trono o Sede de la Sabiduría.
María Santísima, Trono de la Sabiduría, de la Sabiduría personal. El Verbo es el perfecto y subsistente conocimiento de todo el ser Perfectísimo e Infinito que es el Padre.
El Verbo Divino se encamó en el seno purísimo de María, así vino al ser Madre de Dios, Madre del Verbo, Madre de Cristo Hombre, Madre de la Sabiduría.
Por eso, principalmente se le invoca como Trono de la Sabiduría porque puso el Verbo su sede en las Purísimas entrañas de Ella.
Él se hizo para Sí, en el seno Virginal, una morada muy digna y escogida, habitó en Ella, y después de nacer fue llevado en sus brazos durante sus primeros años y estuvo sentado sobre sus rodillas. Siendo realmente también, por decirlo así, el Trono humano de Aquel que reina en el Cielo.
María Santísima, Sede de la virtud de la Sabiduría
El hábito de la Sabiduría reside en el entendimiento del ser humano y tiene por objeto propio el conocimiento de las cosas naturales y sobrenaturales y sus causas, se eleva al conocimiento y contemplación de la Causa primera e increada, necesaria, absoluta, es decir, Dios; ve y contempla a Dios en todas las cosas de la naturaleza, todo lo refiere a Dios, se remonta hasta Dios y en El descansa; de todo lo creado toma base para admirar, bendecir y amar a Dios, último término al cual están dirigidas todas las cosas. Y es así como esta Sabiduría, de especulativa se hace práctica, de estéril se convierte en operativa, del entendimiento pasa al corazón y lo ensancha y lo consuela y le infunde un gozo, un sabor y una unción, por lo cual precisamente se llama Sabiduría.
Por encima de todos los santos, María poseyó en grado perfecto la virtud de la Sabiduría, más aún, Ella es la Sede de la Sabiduría. Fue dotada por Dios de un entendimiento naturalmente perfecto, ejercitado y enriquecido por la continua y altísima contemplación y por el conocimiento de la Escritura.
María, después de Jesucristo, tuvo el corazón mejor dispuesto para la gratitud, para la admiración, para el amor: disposición acrecentada hasta el máximo por la fiel correspondencia a la obra de la gracia que la llevó al más perfecto conocimiento de Dios posible a una mente creada.
María, Sede del Don de Sabiduría
Hay una Sabiduría que no se adquiere con los recursos humanos, sino que es un Don sobrenatural infundido por el Espíritu Santo.
Este Don, como enseña Santo Tomás de Aquino, es distinto en su naturaleza del hábito de la Sabiduría.
Este Don consiste en un profundo conocimiento de Dios y de sus altísimos misterios, conocimiento encaminado no tanto a satisfacer la inteligencia que contempla, cuanto a alimentar y atraer la voluntad con la fuerza del amor. El alma en la que se ha desarrollado este Don se sumerge y se abisma enteramente en Dios, en sus perfecciones Infinitas y en sus Misterios, y allí se goza de tal manera que todo lo que no es de Dios o no conduce a Dios se le hace pesado y enojoso, le resulta insípido.
En los treinta años que vivió en íntima unión con la Sabiduría Encarnada, cuántas veces recibiría María en el secreto de la Casa de Nazaret los vívidos rayos de la Sabiduría Eterna en los que Ella recogía hechos y misterios; palabras y recuerdos en el santuario de su corazón y los conservaba. Era el tesoro de las diversas riquezas que, pasando por su alma de Madre, se convertían en leche de vida, de sabiduría y de gracia para sus hijos. Ella más que ninguna criatura angélica o humana, penetró en los profundos Misterios de la Divinidad, rozando, por decirlo así, los confines de lo Infinito.
María llevó en su seno a la Sabiduría Increada pero su mente y su corazón fueron más anchos y capaces que su mismo seno, dice San Buenaventura. Con toda razón, la Iglesia la invoca Trono de la Sabiduría.
Imagen: Anónimo, "Madonna y Niño en trono con ángeles músicos entre los Santos Sebastián y Agatha". Fresco del siglo XV, en la iglesia de San Nazzaro y la Abadía de Celso, San Nazzaro Sesia, Novara, Italia.
Gratitud
La gratitud es la actitud que nace del corazón en aprecio a lo que alguien ha hecho por nosotros.
De personas bien nacidas es ser agradecidas. ¿Cómo vivir mejor este valor?
Dicen que de todos los sentimientos humanos la gratitud es el más efímero de todos. Y no deja de haber algo de cierto en ello. El saber agradecer es un valor en el que pocas veces se piensa. Ya nuestras abuelas nos lo decían “de gente bien nacida es ser agradecida”.
Para algunos es muy fácil dar las “gracias” por los pequeños servicios cotidianos que recibimos, el desayuno, ropa limpia, la oficina aseada… Pero no siempre es así.
Ser agradecido es más que saber pronunciar unas palabras de forma mecánica, la gratitud es aquella actitud que nace del corazón en aprecio a lo que alguien más ha hecho por nosotros.
La gratitud no significa “devolver el favor”: si alguien me sirve una taza de café no significa que después debo servir a la misma persona una taza y quedar iguales… El agradecimiento no es pagar una deuda, es reconocer la generosidad ajena.
La persona agradecida busca tener otras atenciones con las personas, no pensando en “pagar” por el beneficio recibido, sino en devolver la muestra de afecto o cuidado que tuvo. ¿Has notado como los niños agradecen los obsequios de sus padres? Lo hacen con una sonrisa, un abrazo y un beso. ¿De que otra manera podría agradecer y corresponder unos niños? Y con eso, a los padres les basta.
La gratitud nace por la actitud que tuvo la persona
Las muestras de afecto son una forma visible de agradecimiento; la gratitud nace por la actitud que tuvo la persona, más que por el bien (o beneficio) recibido.
Conocemos personas a quienes tenemos especial estima, preferencia o cariño por “todo” lo que nos han dado: padres, maestros, cónyuge, amigos, jefes… El motivo de nuestro agradecimiento se debe al “desinterés” que tuvieron a pesar del cansancio y la rutina. Nos dieron su tiempo, o su cuidado.
Nuestro agradecimiento debe surgir de un corazón grande.
No siempre contamos con la presencia de alguien conocido para salir de un apuro, resolver un percance o un pequeño accidente. ¡Cómo agradecemos que alguien abra la puerta del auto para colocar las cajas que llevamos, o nos ayude a reemplazar el neumático averiado!
El camino para vivir el valor del agradecimiento tiene algunas notas características que implican:
– Reconocer en los demás el esfuerzo por servir
– Acostumbrarnos a dar las gracias
– Tener pequeños detalles de atención con todas las personas: acomodar la silla, abrir la puerta, servir un café, colocar los cubiertos en la mesa, un saludo cordial…
La persona que más sirve es la que sabe ser más agradecida.