Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti

Evangelio según San Juan 17,20-26. 

Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo: "Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste. Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos". 

San Aníbal María Di Francia

San Aníbal María Di Francia, presbítero y fundador

En Mesina, ciudad de Sicilia, de nuevo en Italia, san Aníbal María Di Francia, presbítero, que fundó la Congregación de Padres Rogacionistas del Corazón de Jesús y la de Hijas del Divino Celo, para rogar al Señor santos sacerdotes para su Iglesia y cuidar a huérfanos sin recursos.

Aníbal María Di Francia nació en Messina el 5 de julio de 1851 de la noble señora Anna Toscano y del caballero Francisco, marqués de S. Caterina dello Ionio, Vicecónsul Pontificio y Capitán Honorario de la Marina. Tercero de cuatro hijos, Aníbal quedó huérfano, tan sólo a los quince meses por la muerte prematura del padre. Esta amarga experiencia infundió en su ánimo la particular ternura y el especial amor a los huérfanos, que caracterizó su vida y su sistema educativo.

Desarrolló un grande amor hacia la Eucaristía, tanto que recibió el permiso, excepcional para aquellos tiempos, de acercarse cotidianamente a la Santa Comunión. Jovencísimo, delante del Santísimo Sacramento solemnemente expuesto, recibió lo que se puede definir «inteligencia del Rogate»: es decir, descubrió la necesidad de la oración por las vocaciones, que, más tarde, encontró expresada en el versículo del Evangelio: «La mies es mucha pero los obreros son pocos. Rogad (Rogate) pues al dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38: Lc 10, 2). Estas palabras del Evangelio constituyeron la intuición fundamental a la que dedicó toda su existencia.

De ingenio alegre y de notables capacidades literarias, apenas sintió la llamada del Señor, respondió generosamente, adaptando estos talentos a su ministerio. Terminados los estudios, el 16 de marzo de 1878 fue ordenado sacerdote. Algún mes antes, un encuentro «providencial» con un mendigo casi ciego lo puso en contacto con la triste realidad social y moral del barrio periférico más pobre de Messina, las llamadas Casas de Avignone y le abrió el camino de aquel ilimitado amor hacia los pobres y los huérfanos, que llegará a ser una característica fundamental de su vida. 

Con el consentimiento de su Obispo, fue a habitar en aquel «gueto» y se comprometió con todas sus fuerzas en la redención de aquellos infelices, que, se presentaban, ante su vista, según la imagen evangélica, como «ovejas sin pastor». Fue una experiencia marcada por fuertes incomprensiones, dificultades y hostilidades de todo tipo, que él superó con grande fe, viendo en los humildes y marginados al mismo Jesucristo y realizando lo que definía: «Espíritu de doble caridad: la evangelización y la ayuda a los pobres». En 1882 dio inicio a sus orfanatos, que fueron llamados antonianos porque estaban puestos bajo la protección de San Antonio de Padua. Su preocupación no sólo fue la de dar pan y trabajo, sino y, sobre todo, la de educar de forma integral a la persona teniendo en cuenta el aspecto moral y religioso, ofreciendo a los asistidos un verdadero clima de familia, que favorece el proceso formativo para hacerles descubrir y seguir el proyecto de Dios.

Hubiera querido abrazar a los huérfanos y a los pobres de todo el mundo con espíritu misionero. Pero, ?cómo hacerlo? La palabra del Rogate le abría esta posibilidad. Por eso escribió: « ¿Qué son estos pocos huérfanos que se salvan y estos pocos pobres que se evangelizan frente a millones que se pierden y están abandonados como rebaño sin pastor?... Buscaba un camino de salida y lo encontré amplio, inmenso en aquellas adorables palabras de nuestro Señor Jesucristo: Rogate ergo... Entonces me pareció haber hallado el secreto de todas las obras buenas y de la salvación de todas las almas».

Aníbal había intuido que el Rogate no era una simple recomendación del Señor, sino un mandado explícito y un «remedio inefable». Motivo por el cual su carisma es de valorar como el principio animador de una fundación providencial en la Iglesia. Otro aspecto importante para hacer resaltar es que él precede a los tiempos en el considerar vocaciones también aquellas de los laicos comprometidos: padres, maestros y hasta buenos gobernantes.

 Para realizar en la Iglesia y en el mundo sus ideales apostólicos, fundó dos nuevas familias religiosas: en 1887 la Congregación de las Hijas del Divino Celo y diez años después la Congregación de los Rogacionistas. Quiso que los miembros de los dos Institutos, aprobados canónicamente el 6 de agosto de 1926, se comprometieran a vivir el Rogate con un cuarto voto. Tanto que el Di Francia escribió en una súplica del 1909 a S. Pío X: «Me he dedicado desde mi primera juventud a aquella santa Palabra del Evangelio: Rogate ergo. En mis mínimos Institutos de beneficencia se eleva una oración incesante, cotidiana de los huérfanos, de los pobres, de los sacerdotes, de las sagradas vírgenes, con la que se suplican a los Corazones Santísimos de Jesús y María, al Patriarca S. José y a los Santos Apóstoles para que quieran proveer abundantemente a la Iglesia de sacerdotes elegidos y santos, de obreros evangélicos de la mística mies de las almas».

 Para difundir la oración por las vocaciones promovió numerosas iniciativas, tuvo contactos epistolares y personales con los Sumos Pontífices de su tiempo; instituyó la Sagrada Alianza para el clero y la Pía Unión de la Rogación Evangélica para todos los fieles. Creó el periódico con el significativo título «Dios y el Prójimo» para implicar a los fieles a vivir los mismos ideales. «Es toda la Iglesia -escribe- que oficialmente tiene que rezar por este fin, ya que la misión de la oración para obtener buenos obreros es tal que ha de interesar vivamente a cada fiel, a todo cristiano, que le preocupe el bien de todas las almas, pero en particular a los obispos, los pastores del místico rebaño, a los cuales fueron confiadas las almas y que son los apóstoles vivientes de Jesucristo».

Grande fue el amor que tuvo por el sacerdocio, convencido que sólo mediante la obra de los sacerdotes numerosos y santos es posible salvar a la humanidad. Se comprometió fuertemente en la formación espiritual de los seminaristas, que el arzobispo de Messina confió a sus cuidados. A menudo repetía que sin una sólida formación espiritual, sin oración, «todos los esfuerzos de los obispos y de los rectores de los seminarios se reducen generalmente a una cultura artificial de sacerdotes...». Fue él mismo, el primero, en ser buen obrero del Evangelio y sacerdote según el corazón de Dios. Su caridad, definida «sin cálculos y sin límites», se manifestó con connotaciones particulares también hacia los sacerdotes en dificultad y las monjas de clausura.

 Ya durante su existencia terrenal fue acompañado por una clara y genuina fama de santidad, difundida a todos los niveles, tanto que cuando el 1 de junio de 1927 falleció en Messina, confortado por la presencia de María Santísima, que tanto había amado durante su vida terrenal, la gente decía: «Vamos a ver el santo que duerme». La santidad y la misión de Padre Aníbal, declarado «insigne apóstol de la oración por las vocaciones», son hoy profundamente apreciadas por quienes se han compenetrado de las necesidades vocacionales de la Iglesia. Fue beatificado por SS Juan Pablo II en 1990 y canonizado por el mismo pontífice el 16 de mayo de 2004.

fuente: Vaticano

Benedicto XVI, papa 2005-2013 
Discurso del 31 de mayo en la gruta de Lourdes de los jardines vaticanos de 2006 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)

Donde llega María, está presente Jesús

Hoy, en la fiesta de la Visitación, como en todas las páginas del Evangelio, vemos a María dócil a los planes divinos y en actitud de amor previsor a los hermanos. La humilde joven de Nazaret, aún sorprendida por lo que el ángel Gabriel le había anunciado —que será la madre del Mesías prometido—, se entera de que también su anciana prima Isabel espera un hijo en su vejez. Sin demora, se pone en camino, como dice el evangelista (cf. Lc 1, 39), para llegar "con prontitud" a la casa de su prima y ponerse a su disposición en un momento de particular necesidad. 

¡Cómo no notar que, en el encuentro entre la joven María y la ya anciana Isabel, el protagonista oculto es Jesús! María lo lleva en su seno como en un sagrario y lo ofrece como el mayor don a Zacarías, a su esposa Isabel y también al niño que está creciendo en el seno de ella. "Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo —le dice la madre de Juan Bautista—, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). Donde llega María, está presente Jesús. Quien abre su corazón a la Madre, encuentra y acoge al Hijo y se llena de su alegría. La verdadera devoción mariana nunca ofusca o menoscaba la fe y el amor a Jesucristo, nuestro Salvador, único mediador entre Dios y los hombres. Al contrario, consagrarse a la Virgen es un camino privilegiado, que han recorrido numerosos santos, para seguir más fielmente al Señor. Así pues, consagrémonos a ella con filial abandono.

El cristal en el ojo

Para superar el modo negativo de ver las cosas hemos de comprender lo que hemos sufrido y hecho sufrir inútilmente, lo ingratos e injustos que hemos sido con nuestros pensamientos

Uno de los cuentos de Andersen comienza con la historia de un espejo mágico construido por unos duendes perversos. El espejo tenía una curiosa particularidad. Al mirar en él, sólo se veían las cosas malas y desagradables, nunca las buenas. Si se ponía ante el espejo una buena persona, se veía siempre con aspecto antipático. Y si un pensamiento bueno pasaba por la mente de alguien, el espejo reflejaba una risa sarcástica. Pero lo peor es que la gente creía que gracias a aquel maldito espejo podía ver las cosas como en realidad eran.

Un día el espejo se rompió en infinidad de pedazos, pequeños como partículas de polvo invisible, que se extendieron por el mundo entero. Si uno de aquellos minúsculos cristalillos se metía en el ojo de una persona, empezaba a ver todo bajo su aspecto malo. Y eso es lo que sucedió a un chico llamado Kay. Estaba una noche mirando por la ventana y de repente se frotó un párpado. Notó que se le había metido algo. Su amiga Gerda, que estaba con él, intentó limpiarle el ojo, pero no vio nada.

Sin embargo, a partir de entonces Kay ya no era el mismo de siempre. Cambió su carácter. Sus juegos ahora eran distintos. Aparentaban ser muy juiciosos, pero su actitud era siempre crítica, ácida, distante. Veía ridículo todo lo positivo y bueno. Le gustaba resaltar lo malo, poner de relieve los defectos de todo. Y aquel odioso cristal, que tanto había cambiado su modo de ver las cosas, se fue deslizando desde el ojo hasta llegar al corazón, que se enfrió tanto como su mirada y se convirtió en un témpano de hielo. Y entonces ya no le dolía.

El chico acabó recluido en un frío castillo, y allí vivía, persuadido de que era el mejor lugar del mundo. Su amiga lo buscó de un lugar a otro durante un año. Tuvo que superar muchas dificultades hasta que al fin lo encontró. Vio entonces cómo el chico se entretenía coleccionando trocitos de hielo y componiéndolos con diseños muy ingeniosos. Era el gran rompecabezas helado de la inteligencia.

Quizá en la vida ordinaria a bastantes personas les ha pasado algo parecido. En determinado momento, su mirada cambió. Empezaron a ver todo con peores ojos, a fijarse siempre en lo negativo. Fueron seducidos por una dialéctica turbia y peligrosa que les llevaba a asomarse a todos los abismos. Pensaban que con eso superaban una ingenuidad anterior, y les sucedió como a los que miraban en aquel maldito espejo: estaban seguros de que ahora tenían una visión más madura, de que veían las cosas tal como en realidad eran.

Y al cambiar su mirada, cambió también su corazón. Empezaron a ver a las personas por sus defectos en vez de por sus cualidades. Empezaron a ser envidiosos, a pensar mal, a sufrir con los éxitos ajenos, a ser victimistas. Muchos de ellos volcaron esa visión negativa también sobre sí mismos, y eso les llevó a agigantar sus defectos, a infravalorarse y autoempequeñecerse.

Con el tiempo, quizá han advertido que ese proceso les atormenta y les consume, pero les cuesta controlar sus pensamientos. Saben que deberían reconducir esas ideas que se han adueñado de su cabeza, pero hay algo que congela sus recuerdos y emociones, como sucedía a Kay durante su cautiverio en el castillo.

Para superar ese modo negativo de ver las cosas -que en alguna medida nos afecta a todos-, hemos de comprender lo equivocado de ese dolor, lo que hemos sufrido y hecho sufrir inútilmente, lo ingratos e injustos que hemos sido con nuestros pensamientos. Cuando lamentemos de verdad todo eso, cuando dejemos reponerse al corazón y empecemos a ver las cosas con los ojos de antes, volveremos a ver la realidad tal como es.

Quizá el problema es que el corazón está ya un poco frío y apenas nos duele, como le pasaba a Kay. Pero no por eso deja de tener y necesitar arreglo. Es un cambio difícil, pero posible. En el cuento, fueron las lágrimas de Gerda las que se abrieron camino hasta el corazón de su amigo, que también comenzó a llorar, y lo hizo de tal modo que el maldito cristal salió flotando entre sus lágrimas. También a nosotros nos puede ayudar mucho una mano amiga, una persona que supere los obstáculos que sean necesarios hasta hacernos comprender lo triste de nuestra actitud. Porque la vida a veces es dura y difícil, pero lo es sobre todo por ese cúmulo de prejuicios que nos ha entrado por la mirada y ha ido descendiendo hasta el corazón. Y sólo ese llanto del alma nos hará valorar el error y superarlo.

Conocer al Padre y vivir en la esperanza

San Juan 17, 20-26. VII Jueves de Pascua.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Te alabo, Dios mío, con todo mi corazón y con todas mis fuerzas. Me acerco a tu presencia como un pobre pecador que no merece ser acogido, como la oveja perdida que ha escapado de su pastor o como el hijo pródigo que se ha ido de casa y ha malgastado todos los bienes. Y aun sintiendo tal indignidad me siento acogido en los brazos del Padre que jamás olvida o rechaza a sus hijos, sino que cada vez que vuelven los cura y los cuida entre sus brazos.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

A veces parecería que el mundo se encamina a un precipicio o que no tiene sentido. Al caminar por la calle y contemplar los rostros de las personas, uno puede darse cuenta de la inquietud en la que viven muchos y de la desilusión en la que están otros. Se puede llegar a pensar que cada día el mundo está peor, y podría ir creciendo en nuestra mirada una capa gris, que nos quita la esperanza.

Pero el cristiano no puede vivir sin esperanza porque para el cristiano hay un Padre que lo espera. Sin duda el camino es largo y cansado, muchas veces podremos vivir experiencias desagradables, incluso podemos llegar a sentir momentos en los que parece que nuestras fuerzas se han acabado por completo. Pero en el fondo debe permanecer firme la experiencia del amor, esa experiencia que nace del encuentro con ese Dios que me mira y que toca a las puertas de mi corazón todos los días para que contemple su misericordia. Que me hace descubrir, en medio de las tinieblas, la explosión luminosa de su amor. Que me hace sentir la fuerza de su abrazo acogedor.

Jesús, enséñame a hablar con el Padre como Tú lo haces. Enséñame a decir, como lo haría un niño, la palabra "Padre". Que jamás me aparte del camino que Él me ha trazado pues es ahí en donde puedo encontrar la plena felicidad.Enséñame a ver la vida con ilusión y esperanza.

"Ante las tragedias que golpean a la humanidad, Dios no es indiferente, no está lejos. Él es nuestro Padre, que nos sostiene en la construcción del bien y en el rechazo al mal. No sólo nos apoya, sino que, en Jesús, nos ha indicado el camino de la paz. Frente al mal del mundo, él se hizo nuestro servidor, y con su servicio de amor ha salvado al mundo. Esta es la verdadera fuerza que genera la paz. Sólo el que sirve con amor construye la paz."
(Homilía de S.S. Francisco, 16 de abril de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy, voy a rezar el Padre nuestro con especial atención en la palabra "Padre", recordando que en verdad estoy delante de mi Padre y que Él me escucha.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Jesús reza siempre por nosotros
Papa Francisco en Santa Marta 28 de octubre 2016

El Papa habló de Jesús como la piedra angular de la comunidad cristiana que reza siempre por todas las personas.

PAPA FRANCISCO:

"¡Eso que le dice a Pedro, te lo dice a ti, y a ti, y a ti, a mí, y a todos: ‘Yo he rezado por ti, yo rezo por ti, yo ahora estoy rezando por ti’, y cuando viene al altar, Él viene a interceder, a rezar por nosotros. Como en la cruz. Y esto nos da una gran seguridad.”.

El Papa concluyó su homilía destacando lo importante que es confiar en que Jesús está siempre intercediendo por nosotros y acompañándonos. 

RESUMEN DE LA HOMILÍA DEL PAPA

"La piedra angular, partiendo de San Pablo es el mismo Jesús. Sin Jesús no hay Iglesia”.

"Jesús se fue al monte a rezar y pasó toda la noche orando a Dios’. Y después viene todo lo demás: la gente, la elección de los discípulos, las curaciones, la liberación de los demonios… La piedra angular es Jesús, sí: pero Jesús que reza. Jesús reza. Ha orado y sigue orando por la Iglesia. La piedra angular de la Iglesia es el Señor ante el Padre, que intercede por nosotros, que reza por nosotros. Nosotros le rezamos a Él, pero el fundamento es Él que reza por nosotros”. 

"Jesús siempre ha rezado por los suyos, incluso en la Última Cena. Jesús antes de hacer algún milagro, reza. Pensemos en la resurrección de Lázaro: reza al Padre”. 

"En el Monte de los Olivos Jesús reza; en la cruz, termina rezando: su vida terminó en oración. Y ésta es nuestra seguridad, éste es nuestro fundamento, ésta es nuestra piedra angular: ¡Jesús que reza por nosotros! ¡Jesús reza por mí! Y cada uno de nosotros puede decir esto: estoy seguro, estoy segura, de que Jesús reza por mí; está delante del Padre y me nombra. Ésta es la piedra angular de la Iglesia: Jesús en oración”.  

"Pensemos en aquel pasaje – dijo el Papa al concluir – antes de la Pasión, cuando Jesús se dirige a Pedro, con aquella advertencia”.

"Pedro… Satanás ha obtenido el permiso de zarandearlos como el trigo. Pero "yo he rogado por ti, para que no te falte la fe”:

"¡Eso que le dice a Pedro, te lo dice a ti, y a ti, y a ti, a mí, y a todos: ‘Yo he rezado por ti, yo rezo por ti, yo ahora estoy rezando por ti’, y cuando viene al altar, Él viene a interceder, a rezar por nosotros.Como en la cruz. Y esto nos da una gran seguridad. Yo pertenezco a esta comunidad, firme, porque tiene como piedra angular a Jesús, Jesús que reza por mí, que reza por nosotros. Hoy nos hará bien pensar en la Iglesia; reflexionar sobre este misterio de la Iglesia. Somos todos como una construcción, pero el fundamento es Jesús, es Jesús quien reza por nosotros. Es Jesús el que reza por mí”.

Justino, Santo

Memoria Litúrgica, 1 de junio

Por: P. Ángel Amo. | Fuente: Catholic.net 

Mártir

Martirologio Romano: Memoria de san Justino, mártir, que, como filósofo que era, siguió íntegramente la auténtica sabiduría conocida en la verdad de Cristo, la cual confirmó con sus costumbres, enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Al presentar al emperador Marco Aurelio, en Roma, su Apología en favor de la religión cristiana, fue conducido ante el prefecto Rústico y, por confesar que era cristiano, fue condenado a la pena capital ( c. 165)

Etimológicamente: Justino = Aquel que obra con justicia, es de origen latino.

Breve Biografía

Filósofo cristiano y cristiano filósofo, como con razón fue definido, Justino (que nació a principios del siglo II en FIavia Neápolis—Nablus—, la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana) pertenece a ese gran número de pensadores que en todo período de la historia de la Iglesia han tratado de hacer una síntesis de la provisional sabiduría humana y de las inalterables afirmaciones de la revelación cristiana. El itinerario de su conversión a Cristo pasa a través de la experiencia estoica, pitagórica, aristotélica y neoplatónica. De aquí el desemboque casi inevitable, o mejor providencial, hacia la Verdad integral del cristianismo.

El mismo cuenta que, insatisfecho de las respuestas que le daban las diversas filosofías, se retiró a un lugar desierto, a orillas del mar, a meditar, y que un anciano al que le había confiado su desilusión le contestó que ninguna filosofía podía satisfacer al espíritu humano, porque la razón es incapaz por sí sola de garantizar la plena posesión de la verdad sin una ayuda divina.

Así fue como Justino descubrió el cristianismo a los treinta años; se convirtió en convencido predicador y, para proclamar al mundo este feliz descubrimiento, escribió sus dos Apologías. La primera se la dedicó en el año 150 al emperador Antonino Pío y al hijo Marco Aurelio, y también al Senado y al pueblo romano. Escribió otras obras, por lo menos unas ocho. Entre ellas la más importante es la titulada Diálogo con Trifón, y se la recuerda porque abre el camino a la polémica antijudaica en la literatura cristiana. Pero las dos Apologías siguen siendo el documento más importante, pues gracias a estos escritos sabemos cómo se explicaba el cristianismo en ese tiempo y cómo se celebraban los ritos litúrgicos, sobre todo la administración del bautismo y la celebración de la Eucaristía. Aquí no se encuentran argumentos filosóficos, sino testimonios conmovedores de vida en la primitiva comunidad cristiana, de la que Justino está feliz de pertenecer: “Yo, uno de ellos...”. Semejante afirmación podía costarle la vida. Y, en efecto, Justino pagó con la vida su pertenencia a la Iglesia.

Había ido a Roma, y allí fue denunciado por Crescencio, un filósofo con quien Justino había disputado mucho tiempo. El magistrado que lo juzgó, Rústico, también era un filósofo estoico, amigo y confidente de Marco Aurelio. Pero para el magistrado, Justino no era más que un cristiano, igual a sus compañeros, todos condenados a la decapitación por su fe en Cristo. Todavía hoy se conservan actas auténticas del martirio de Justino.

El Papa en Santa Marta: predicar sin temer las persecuciones, en la oración está la fuerza

Pedir la gracia del encuentro con Jesús a través de la oración

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, Abr. 2017).- El papa Francisco explicó este jueves en la homilía que realizó en la Domus Santa Marta, tres dimensiones que tiene un apóstol, partiendo las lecturas del día.

La primera es una vida siempre en movimiento, “la predicación del anuncio”. Pablo va de una parte a otra a anunciar a Cristo y “cuando no predica en un lugar, trabaja”. Entretanto “cuando es llamado a predicar y anunciar a Jesucristo, es una pasión la suya”, no se tira atrás. “Y esta es una de las dimensiones que le pone en dificultad”.

Así la segunda dimensión del Apóstol de las gentes “son las persecuciones”. En la Primera lectura de hoy “leemos que todos lo acusan en unanimidad”. Pablo acaba siendo juzgado acusado de ser “un perturbador”.

Ante el tribunal “el Espíritu Santo inspiró a Pablo un poco de astucia, porque sabía que entre ellos había muchas luchas internas, sabía que los saduceos no creían en la Resurrección y que los fariseos creían…. y él para salir de esa situación dijo en alta voz: ‘Hermanos y soy fariseo, hijo de fariseos. Me llaman a juicio porque tengo esperanza en la resurrección de los muertos”. Apenas dijo esto inició una disputa entre los fariseos, los saduceos y la asamblea, porque los saduceos no creían… y estos que parecían ser ‘uno’ se dividieron todos”.

Esta gente, advirtió, “había perdido al Ley, la doctrina, la fe, porque la habían transformado en ideología”, “lo mismo la doctrina”.

La tercera dimensión es la oración y “Pablo tenía esta intimidad con el Señor”. “El dice que una vez fue llevado casi al séptimo cielo durante la oración, y no sabía como decir las cosas bellas que había escuchado allí”.

“La fuerza de Pablo era este encuentro con el Señor, que tenía en la oración, como fue su primer encuentro en el camino de Damasco, cuando iba a perseguir a los cristianos. Pablo es el hombre que ha encontrado al Señor y no se olvida de eso, se deja encontrar por el Señor y busca al Señor para encontrarlo. Un hombre de oración”.

El Papa señaló que Pablo iba hacia adelante “entre las persecuciones del mundo y las consolaciones del Señor”. Y concluyó pidiendo “que el Señor nos dé la gracia a todos nosotros los bautizados, de tener estas tres actitudes en nuestra vida cristiana: anunciar a Jesucristo, resistir” a las persecuciones “y a las seducciones que nos llevan a alejarnos de Jesucristo, y la gracia del encuentro con Jesús en la oración”.

Yo soy el Pan vivo

Cristo se encuentra presente en todos los sagrarios del mundo, mientras el signo sensible, el pan, no se corrompa.

La Iglesia en México celebró durante la primera semana de Mayo, el II Congreso Eucarístico Nacional, en el marco del año jubilar.

Queremos, también nosotros, contribuir a fomentar más la devoción a Jesús, Nuestro Señor en la Eucaristía conestas reflexiones sobre el pan vivo que ha bajado del cielo para que tengamos vida en abundancia.

Estando en Cafarnaúm, Cristo pronuncia unas palabras misteriosas para sus discípulos: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne, vida del mundo. El que come mi carne y bebe mí sangre permanece en mi y yo en él" (Jn 6, 51.56).

Estas palabras tan misteriosas alcanzaron su significado pleno para los discípulos la víspera de su Pasión, cuando terminada la cena tomó el pan y después de dar gracias, lo partió y dijo: este es mi Cuerpo... y después tomó el cáliz y dijo: "esta es mi Sangre... Hacedlo en memoria mía".

Estas son las mismas palabras que el sacerdote dice en el momento de la consagración, y en virtud del Espíritu Santo, Jesús pronuncia también en todas las celebraciones eucarísticas. Si Él fue quien lo proclamó, nadie se puede atrever a dudar. Por eso siempre debemos recibir la Eucaristía plenamente convenci­dos de que son el Cuerpo y la Sangre de Cris­to.

La presencia real de Cristo es uno de los dog­mas más impor­tantes de nues­tra fe. Como cualquier otro dogma, la razón no lo llega a entender. Esta es una de las razones por la cual han ha­bido muchas herejías sobre la presen­cia real de Cristo bajo las especies del pan y el vino. Los gnósticos y los maniqueos decían que Cristo sólo tuvo un cuerpo aparente, por lo tanto, no podía haber presencia real.

Entre los protestantes, algunos lo niegan, otros lo aceptan, pero con erro­res. Que si sólo es una figura de Cris­to, que si su presencia no es substan­cial, otros que si Cristo está presente por la fe. Pero, es un hecho la presen­cia real y substancial de Cristo en la Eucaristía, pues Él mismo lo reveló en Cafarnaúm. No existe otro dogma más manifestado y explicado claramente que éste en la Biblia. Sabemos que lo prometió en Cafarnaúm, que lo realizó en la Última Cena, sólo tenemos que leer los relatos de los evangelistas para cerciorarnos.

Su mandato de "Haced esto en memoria mía" fue tan contundente, que desde un principio los cristianos se reunían para celebrar lo que ellos llamaban, "la fracción del pan". Y esto pasó a ser parte, junto con el Bautismo, del rito propio de los cristianos. Los primeros cristianos nunca dudaron.

Al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración, su fuerza es tal, que Cristo se hace presente tal cual, bajo las substancias del pan y del vino. Es decir, Cristo vivo, real y substancialmente presente. En Cuer­po, Sangre, Alma y Divinidad. Donde está su Cuerpo, está su Sangre, su Alma y su Divinidad. Él está presente en todas las hostias consagradas del mundo y aún en la partícula más pe­queña que podamos encontrar. De ahí la necesidad de tratar con tanto respe­to los vasos sagrados. Cristo se en­cuentra presente en todos los sagrarios del mundo, mientras el signo sensible, el pan, no se corrompa.

Ahí en el Sagrario esta Cristo presente, esperándonos. Sería bueno pensar en cuántas veces lo hemos dejado solo. ¡Cuántas veces su invitación ha sido rechazada! ¡No nos damos cuenta que ahí en el Sagrario nos espera Aquél que nos ama como nadie, el que dio la vida por nosotros!

Conocer la grandeza de la Eucaristía, reservada día y noche en todas las Iglesias, es una invitación a los creyentes a volver ante el Señor, aún fuera de la Misa, para prolongar la actitud de oración que anima la celebración eucarística. Esa oración silenciosa de agradecimiento y de súplica aumenta nuestra fe, ayudando a vivir en la esperan­za y en la caridad.

La exposición del Santísimo, las horas de Adoración, las pro­cesiones eucarísticas nos llevan a concen­trarnos en Aquél que es el pan de vida, es decir la vida misma y nos recuerda que no sólo de pan vive el hombre.

Esta presencia real y substancial nos ha sido revelada por el mismo Cris­to, pero sigue siendo incomprensible. Con el fin de explicarnos un poco este dogma, la Iglesia nos dice: "por el sa­cramento de la Eucaristía se produce una maravillosa conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo, y de toda la substancia del vino en la Sangre", conversión que la Igle­sia llama "Transubstanciación". (Catic. n. 1376).

Este     dogma de la Transubstanciación significa el cambio que sucede al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración en la Misa, por las cuales, en virtud del Es­píritu Santo, el pan y el vino se con­vierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quedando sólo la apariencia de pan y vino. La substancia es lo que cambia, los accidentes, es decir, el pan y el vino, no cambian. No podemos ver la presencia real de Cristo, sólo vemos los accidentes. Únicamente, a través de la fe podemos estar seguros de esta realidad. Esto que sucede en el mo­mento de la con­sagración, lo cual es posible por una intervención especialísima de Dios.

La gracia que se nos da en la Eucaristía actúa ex opere operato, lo que significa que actúa en vir­tud de la acción sacramental realiza­da, por los méritos alcanzados en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cris­to. El ministro legítimo de este sacra­mento es el sacerdote ordenado, que solamente es el instrumento del cual se vale, Nuestro Señor, para llevar a cabo la conversión de las especies. Cristo le dio el mandato a los Apósto­les, no se lo dio a todos sus discípu­los, de ahí que únicamente los sacer­dotes pueden consagrar, esto fue declarado en el Concilio de Letrán y rei­terado por el Concilio de Trento al con­denar la doctrina protestante de que no había ninguna diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los fieles.

Como vemos, el amor de Dios ha­cia nosotros lo ha llevado a una entre­ga maravillosa. Como respuesta los bautizados debemos de acercarnos a la Eucaristía siempre en estado de gracia, habiéndonos preparado debidamente, con una recta intención, que no es otra cosa que el deseo de unirse íntimamente con Cristo, jamás debemos de comulgar por rutina, vanidad, o compromiso, siempre debemos hacerlo con la intención de agradar a Dios.

Cuando vamos a recibir invitados en nuestra casa tratamos que todo este limpio, preparamos hasta el último detalle, deseamos que todo se encuentre lo mejor posible. Con mucha razón, si es a Cristo a quien vamos a recibir, debemos de tener la delicadeza de estar lo más limpios posibles. Aunque los pecados veniales no son un impedimentos para recibir la Eucaristía, debemos tomar conciencia de ellos y arrepentirnos.

Desgraciadamente, es posible recibir indignamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Como el acoger a Cristo en nuestros corazones exige dejar que Él viva en nosotros, que continuemos su misión, gastar nuestra vida por los demás, sin excluir a nadie, el que ha faltado gravemente contra uno de los mandamientos de Dios, antes de acercarse a recibir la comunión eucarística, debe purificarse del pecado por medio del sacramento de la Reconciliación.

Cuando se recibe indignamente este sacramento, el pecado es gravísimo. ¿Cómo se va a recibir a Jesucristo, el Hijo de Dios, que murió por todos, justos y pecadores, con tanta ligereza, con tanta ligereza, con tanta falta de respeto, con tan poco agradecimiento? Si lo vamos a recibir debe ser tal como lo merece Aquél que dio la vida por sus amigos.

Teniendo en cuenta que la gracia comunicada por Cristo en el sacramento es eficaz dependiendo de las disposiciones de quien la va a recibir, es necesaria la adecuada preparación y la acción de gracias después de haberla recibido. ¡Cuán orgullosos debemos de estar después de comulgar! ¡Como el centurión, debemos decir "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa"!

Por el Bautismo quedamos injertados en Cristo, como los sarmientos en la vid. (Jn 15, 5). Si queremos permanecer a Él, debemos de participar en la celebración eucarística los más posible, de preferencia diariamente. La Iglesia, teniendo esto en mente, nos manda acudir a este sacramento cuando menos una vez al año. Es en esta celebración donde encontraremos la paz, la alegría del cristiano. No desperdiciemos la oportunidad de entrar en comunión con Cristo y hagamos una costumbre de visitarlo en el Sagrario con frecuencia.

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