Especial de Pentecostés
- 03 Junio 2017
- 04 Junio 2017
- 03 Junio 2017
Inicio de la Iglesia Católica, fiesta que se celebra 50 días después de la Pascua, Domingo 4 de junio de 2017
Origen de la fiesta
Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés.
En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.
La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés.
En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.
La Promesa del Espíritu Santo
Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles: “Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad” (San Juan 14, 16-17).
Más adelante les dice: “Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho.” (San Juan 14, 25-26).
Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa: “Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,... muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa,... y os comunicará las cosas que están por venir” (San Juan 16, 7-14).
En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la fiesta de Pentecostés.
Explicación de la fiesta:
Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.
Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.
En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.
Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.
¿Quién es el Espírtu Santo?
El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.
Señales del Espíritu Santo:
El viento, el fuego, la paloma.
Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El fuego es un elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos para purificar a los instrumentos se les prende fuego.
El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.
Nombres del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador. Misión del Espíritu Santo:
El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.
El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.
El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.
El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.
El Espíritu Santo y la Iglesia:
Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con sus dones.
El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
Por ejemplo, puede inspirar al Papa a dar un mensaje importante a la humanidad; inspirar al obispo de una diócesis para promover un apostolado; etc.
El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesucristo.
El Espíritu Santo construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia.
El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a través de sus siete dones.
Los siete dones del Espíritu Santo:
Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.
SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente.
ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el por qué de las cosas que nos manda Dios
CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.
CONSEJO: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien.
FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio.
PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.
TEMOR DE DIOS: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él.
Oración al Espíritu Santo
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía Señor tu Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra.
OH Dios, que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, guiados por este mismo Espíritu, obremos rectamente y gocemos de tu consuelo.
Por Jesucristo, nuestro Señor
Amén.
Consulta los siguientes enlaces para profundizar en la Fiesta de Pentecostés:
El Espíritu Santo sobre los apóstoles Evangelio meditado por P. Sergio Cordova LC
La gloria de la Trinidad en Pentecostés Catequesis del Papa Juan Pablo II
Pentecostés, fiesta grande para la Iglesia P. Fernando Pascual L.C.
María en Pentecostés P. Antonio Rivero.
María despúes del día de Pentecostés El día de Pentecostés ¿también descendió el Espíritu Santo sobre María, igual que a los apóstoles? ¿Qué pasó después con ella?
Domingo de Pentecostés Meditación del P. Alberto Ramírez Mozqueda
Novena al Espíritu Santo
La Conferencia Episcopal de Chile ha lanzado un Especial de Pentecostés para que los fieles de todas edades y condiciones puedan profundizar en la solemnidad de Pentecostés que celebra la Iglesia universal
¿Qué es Pentecostés?
Vida en el Espíritu
Para niños
La Confirmación y el Espíritu Santo
Los Dones del Espíritu Santo
Vigilia
Música
Otros Especiales de Pentecostés:
Pentecostés Año litúrgico en www.vatican.va
Especial de Pentecostés www.encuentra.com
Espíritu Santo: Gracia que nos despierta en la fe www.aciprensa.com
Oraciones y Devociones del Espíritu Santo www.devocionario.com
Vivir a Dios desde dentro
Hace algunos años, el gran teólogo alemán Karl Rahner se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestros tiempos era su «mediocridad espiritual». Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es «seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual».
El problema no ha hecho sino agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.
La sociedad moderna ha apostado por lo «exterior». Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando qué es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta hoy una dimensión esencial: la interioridad.
Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?
Acoger a Dios en nuestro interior quiere decir al menos dos cosas. La primera: no colocar a Dios siempre lejos y fuera de nosotros, es decir, aprender a escucharlo en el silencio del corazón. La segunda: bajar a Dios de la cabeza a lo profundo de nuestro ser, es decir, dejar de pensar en Dios solo con la mente y aprender a percibirlo en lo más íntimo de nosotros.
Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, puede transformar nuestra fe. Uno se sorprende de cómo hemos podido vivir sin descubrirla antes. Es posible encontrar a Dios dentro de nosotros en medio de una cultura secularizada. Es posible también hoy conocer una alegría interior nueva y diferente. Pero me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios.
José Antonio Pagola
Pentecostés - A
(Juan 20,19-23)
04 de junio 2017
REMECIDOS DEL ESPÍRITU SANTO
Observa cómo narran las Escrituras la creación del universo: “La tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas” (Gn 1, 2). Y cómo el ser humano se convirtió en ser vivo: “Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo” (Gn 2, 7). En ambos textos interviene el Espíritu de Dios, su hálito divino.
Si la obra primera comenzó por la acción del Espíritu, Dios realizó la obra suprema por gracia del mismo Espíritu: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 30-35). Y Jesucristo consumó el proyecto de la Redención, entregando su espíritu: “Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19, 30).
María, la madre de Jesús, lo fue por gracia del Espíritu Santo. Elevada a ser la madre de todos los hombres, madre de la Iglesia, inició su maternidad universal colmada del don supremo de su Hijo, el Espíritu Santo, cuando el día de Pentecostés, reunida con los discípulos de Jesús en el cenáculo, fue ungida con el fuego divino.
La Iglesia nace del don total de Jesucristo, de su costado abierto. Ella es la esposa, la amada, la inundada por los dones del Espíritu, y la que mantiene en su recinto a los que esperan el advenimiento definitivo del Señor, y eleva su cántico junto con el Espíritu, en permanente oración: “El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! Y quien lo oiga, diga: «¡Ven!» Y quien tenga sed, que venga. Y quien quiera, que tome el agua de la vida gratuitamente” (Ap 22, 17).
La creación, la Redención y la santificación son obra del Espíritu Santo. Al comienzo de su vida pública, Jesús fue señalado por el Espíritu como el Cristo, el Mesías, el Ungido. María fue la colmada de gracia, la llenada del Espíritu Santo; la Iglesia es la depositaria de los dones del Espíritu Santo. Tú eres habitado por el amor de Dios, y por ello, eres templo del Espíritu.
En una lectura amplia de los textos bíblicos se puede observar la ubicación de las referencias al Espíritu Santo en los momentos de inicio y de consumación; así se nos dice que el Espíritu del Señor lo llena todo, lo remece, lo reaviva, y esta presencia es motivo permanente de esperanza, pues el Espíritu se derramó incluso en los no bautizados.
Agradece al Señor su don supremo, el amor con el que te sostiene y te acompaña, su Espíritu Santo. Por Él estás vivo, eres sensible, percibes la belleza, el amor, y eres capaz de amar y de acrecentar la obra del Creador gracias a los dones que posees, derramados sobre ti por el Espíritu.
Vigilia de Pentecostés del Papa con miembros de la Renovación Carismática
RD
"El Espíritu nos quiere en camino", anima a miembros de la Renovación Carismática
El Papa implora por la unidad de los cristianos "para demostrar que la paz es posible"
"El ecumenismo de la sangre hace más urgente caminar juntos, trabajar juntos"
Cameron Doody, 03 de junio de 2017 a las 20:10
La Paz es posible a partir de nuestra confesión de que Jesús es el Señor. Es el Espíritu Santo el que crea unidad entre nosotros
(Cameron Doody).- Cielo abierto en Roma esta tarde para la Vigilia de Pentecostés del Papa Francisco con miembros de la Renovación Carismática Católica Internacional. Pero también "corazones abiertos a la promesa del Padre", como ha observado el pontífice de los reunidos en el Circo Máximo de Roma: de celebración por los 50 años de esta "corriente de gracia del Espíritu", como la ha definido Francisco.
En su discurso para la ocasión, el Santo Padre ha querido, en primer lugar, agradecer "los lazos de amistad fraterna" que teje el movimiento carismático ecuménico "que nos dan fuerzas en el camino hacia la unidad" de los cristianos. Misión ésta -la de caminar juntos hacia la unidad- que consiste en "anunciar la Buena Nueva a todos los pueblos para demostrar que la Paz es posible".
"No es fácil demostrar que la Paz es posible en este mundo pero con el poder de Jesús podemos demostrarlo", ha afirmado el pontífice en medio de los aplausos y emoción de los asistentes. Eso sí, la Paz no será posible, ha reconocido el Papa, si no somos capaces de dejar a un lado nuestras diferencias, y si no podemos confiar en el Espíritu Santo. Es "el que crea unidad entre nosotros", como lo ha definido Francisco: el que "transforma hombres cerrados a causa del miedo en testimonios valientes de Jesús".
Y qué lugar mejor que el Circo Máximo -escena de los martirios de tantísimos cristianos en la Edad romana- donde recordar la valentía que el Espíritu nos brinda. Ambiente que también le ha traído a la mente al Papa el recuerdo de todos los valientes mártires cristianos de hoy día: más en número que en la época romana, como ha observado.
Este "ecumenismo de la Sangre, de tantos mártires", ha declarado el Papa, hace hoy "más urgente que nunca la unidad entre los cristianos". O si no aún la unidad total, la búsqueda de la misma, que consiste en "caminar juntos, trabajar juntos". "Amarse" también, y "juntos buscar explicar nuestras diferencias", pero siempre "en camino", nunca "detenidos".
Y es ahí donde la Renovación Carismática -"corriente de gracia del Espíritu", según el Papa- tiene un papel importante por desempeñar. Como "no tiene fundador, ni estatutos, ni gobierno", ha continuado, atestigua al poder del Espíritu de inspirar, hacer levantar ánimos y cruzar fronteras sin el lastre de una jerarquía. Más que eso, no obstante, como es una "corriente", "no se la puede poner un dique" para pararla, como tampoco se puede "encerrar al Espíritu Santo en una jaula".
Alegría y emoción, pasión y entusiasmo. El Papa ha cerrado su discurso agradeciéndole a la Renovación Carismática estos dones tan característicos de su vida y liturgia. Pero también les ha dejado un importante encargo tan propio de los dones del propio Jorge Bergoglio:
"Bautismo en el Espíritu Santo, alabanza, oración y servicio a la sociedad, están unidos, son indisolubles. Puedo alabar en sentido profundo pero si no ayudo al hermano que me necesita no basta, no es suficiente".
Texto completo del discurso del Papa a la Renovación Carismática Católica Internacional:
Hermanos y hermanas:
Gracias por el testimonio que ustedes dan hoy aquí. Nos hace bien a todos, me hace bien a mí también.
Hoy estamos aquí como en un cenáculo pero a cielo abierto. Porque no tenemos miedo al cielo abierto. Y también con el corazón abierto a la promesa del Padre. Nos hemos reunido, todos nosotros creyentes, todos los que profesamos que Jesús es el Señor. Muchos han venido de diversas partes del mundo y el Espíritu Santo nos ha reunido para establecer los lazos de amistad fraterna que nos dan fuerzas en el camino hacia la unidad. Unidad por la misión no para quedarnos quietos. No, unidos por la misión de proclamar que Jesús es el Señor.
Para anunciar juntos el amor del Padre por todos sus hijos. Para anunciar la Buena Nueva a todos los pueblos para demostrar que la Paz es posible.
No es fácil demostrar que la Paz es posible en este mundo pero con el poder de Jesús podemos demostrarlo. Pero, es posible si entre nosotros también estamos en Paz. Pero si nosotros encendemos las diferencias y estamos en guerra entre nosotros no podemos anunciar la Paz. La Paz es posible a partir de nuestra confesión de que Jesús es el Señor. Es el Espíritu Santo el que crea unidad entre nosotros.
La venida del Espíritu Santo transforma hombres cerrados a causa del miedo en testimonios valientes de Jesús. Pedro, que renegó a Jesús tres veces, lleno de la fuerza del Espíritu Santo proclama para que sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido en Señor a aquel Jesús que ustedes han crucificado. Y esta es la profesión de fe de cada cristiano: Dios ha constituido a Jesús en Señor.
Hoy, hemos elegido reunirnos aquí en este lugar, porque aquí durante las persecuciones fueron martirizados muchos cristianos, para el divertimento de aquellos que veían. Hoy hay más mártires que antes. Quienes matan a los cristianos lo hacen sin ninguna distinción. El ecumenismo de la Sangre, de tantos mártires.
Hoy es más urgente que nunca la unidad entre los cristianos. Caminar juntos, trabajar juntos. Amarse. Y juntos buscar explicar nuestras diferencias, ponernos de acuerdo, pero en camino. Si permanecemos quietos sin caminar, nunca nos pondremos de acuerdo. Porque el Espíritu nos quiere en camino.
50 años de la Renovación del Movimiento Carismático Católico. Una corriente de gracia del Espíritu. ¿Y por qué de gracia? Porque no tiene fundador, ni estatutos ni gobierno. Claramente, en esta corriente han nacido muchas expresiones que ciertamente son obras humanas inspiradas por el Espíritu, con varios carismas y todos al servicio de la Iglesia. Pero a la corriente no se le puede poner un dique ni encerrar al Espíritu Santo en una jaula.
Alegría y coraje. Eso da el Espíritu Santo. El cristiano o experimenta la alegría del Espíritu de Dios en su corazón o hay algo que no va funciona bien.
Bautismo en el Espíritu Santo, alabanza, oración y servicio a la sociedad, están unidos, son indisolubles. Puedo alabar en sentido profundo pero si no ayudo al hermano que me necesita no basta, no es suficiente.
Queridos hermanos y hermanas, les deseo un tiempo de reflexión, de memoria de los orígenes. Un tiempo para cargar sobre las espaldas todas aquella cosas que hemos ido añadiendo con nuestro propio ser y transformarlo en escucha y en alegre acogida del Espíritu Santo que actúa dónde y cómo quiere.
Agradezco a todos por la organización de este Jubileo de Oro, por esta vigilia y agradezco a cada uno de los voluntarios que lo han hecho posible y mucho de los cuales se encuentran aquí. También saludo a los jóvenes de tantas partes del mundo.
Gracias Renovación Carismática católica por todo lo que han dado a la Iglesia en estos 50 años . La Iglesia cuenta con ustedes, con su fidelidad a la Palabra y su disponibilidad al servicio y sobre los testimonios de vidas transformadas por el Espíritu Santo.
San Juan 20, 19-23. Pentecostés.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Ven, Espíritu creador, visita las almas de tus fieles y llena con tu gracia los corazones que Tú mismo has creado.
Enciende con tu luz nuestros sentidos, infunde tu amor en nuestros corazones, y con tu auxilio da fuerza a nuestros cuerpos.
Concédenos que por Ti conozcamos al Padre y al Hijo, y haz que en Ti creamos en todo momento. Amén.
(Del himno Veni Creator Spiritus)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hay tres cosas que necesita todo ser humano. Tres bienes tan fundamentales como el agua, como el alimento, como el vestido. Tres tesoros tan valiosos que no se consiguen con el solo esfuerzo de la naturaleza. Cristo murió, resucitó y subió al cielo para poder obsequiarnos con estos tres dones.
Uno de ellos es la paz. "La paz esté con ustedes", Jesús nos dice hoy en el Evangelio. En un mundo donde nos rodean preocupaciones, tensiones, enfrentamientos, Él quiere ser nuestra paz. Una paz muy especial y que no se limita a la inactividad o el armisticio. Él nos anuncia su paz mostrándonos sus heridas, pues éste es el precio de la reconciliación con Dios. Sólo por medio de la cruz el hombre recibe el perdón y puede sanar las grietas que hay en su propio corazón y en su relación con Dios y con los demás.
Otro don es la alegría. También ésta consiste en algo más que humano; no es como la alegría de una fiesta o de un logro personal. Es mucho más que eso. Es la alegría que nace de ver a Cristo. Sólo en Él podemos contemplar el Rostro de Dios, y así saciar la sed más profunda de nuestra alma: ¡ver al Señor!
Por último, el don de la misión. En nuestra vida hay muchas cosas que hacer, pero sólo el que encuentra a Cristo descubre para qué ha sido creado y adónde lo envía Dios. Esta misión que Dios nos da es algo mucho mayor que cualquier otro servicio, oficio y negocio. Es un honor inmerecido, pero esencial para el alma, pues Dios nos dice de esta manera que para Él somos importantes y necesarios.
Tres dones, pero que en realidad se dan en un solo Don: el Espíritu Santo que Cristo nos envía. Pidamos la gracia de recibir con más fuerza en nuestra vida al Espíritu Santo, el Don de Dios. Pidamos también los tres dones que vienen siempre con Él: la verdadera paz, la profunda alegría, la auténtica misión.
"La tarde de Pascua Jesús se aparece a sus discípulos y sopla sobre ellos su Espíritu (cf. Jn 20, 22); en la mañana de Pentecostés la efusión se produce de manera fragorosa, como un viento que se abate impetuoso sobre la casa e irrumpe en las mentes y en los corazones de los Apóstoles. En consecuencia reciben una energía tal que los empuja a anunciar en diversos idiomas el evento de la resurrección de Cristo."
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de mayo de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy estaré atento a mis palabras, buscando transmitir paz y alegría con lo que digo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Quién es el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es el agua fría, es la sombra, la brisa fresca y nuestra fuente de agua viva junto al camino de la vida.
¿Quién es el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es el agua fría, es la sombra, la brisa fresca y nuestra fuente de agua viva junto al camino de la vida.
Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
Santa Teresa llama a nuestra alma un castillo interior, un palacio. En ese castillo, palacio o templo vive "El dulce huésped del alma": El Espíritu Santo.
¿Quién es el Espíritu Santo? Jesucristo le llama el Consolador. En nuestra alma vive el AMOR, vive allí de forma permanente, llegó a nuestra alma para quedarse. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo vive en vosotros?” decía San Pablo a los primeros cristianos.
Su estancia en el castillo obedece a una tarea que debe realizar, se le ha encargado que haga de ti un santo ó una santa, un apóstol. Desde el primer momento de la entrada en tu alma, en el bautismo, se ha dedicado a trabajar a destajo, ha trabajado muchos años, se ha llevado muchos desengaños, porque hay que ver cómo nos hemos portado con Él.
Ha sufrido, posiblemente, el destierro, le hemos roto su obra maestra, como el niño malo que destruye de un puntapié el castillo que construye el niño bueno en la playa. Y sobre las ruinas de nosotros mismos ha vuelto a colocar otra vez piedra sobre piedra, con una paciencia y con un amor tan grandes que sólo porque es Dios los tiene. Él no desespera, más aún tiene abrigadas firmísimas esperanzas de acabar con su obra maestra contigo. Él sabe que puede aunque tú no seas mármol de Carrara, sólo necesita algo de colaboración de tu parte o por lo menos que no le estorbes..
Los medios: la gracia santificante, las gracias actuales, sus inspiraciones, dones y frutos.
¿Cuál es su estrategia? La describe muy bien un himno dedicado al Espíritu Santo. Seleccionaré algunas partes de este himno.
Primero: El mejor consolador
Consolando, secando lágrimas, arrancando los cardos y las ortigas del desaliento, tristeza y amargura. Uno de sus mejores oficios -lo sabe hacer muy bien- es consolar, por fortuna para nosotros que somos bastante llorones y necesitamos algo más que kleenex para nuestros ratos de tristeza. El mejor Consolador, ya sabemos. Cuando lleguen los momentos más penosos en los que llorar el poco, cuando la crisis nos agarre por el cuello y nos patee, acudir a quien quiere y puede consolarnos.
Nosotros podemos decir que me sorprende la realidad más radiante que vivimos los cristianos y, por tanto, no tenemos soledad, tristeza, lágrimas. Arrancarnos la tristeza peor, la de la separación de Dios, la de la infidelidad. Alegrarnos inmensamente de haber sido hechos hijos de Dios, alegrarnos de que nuestros nombres están escritos en el cielo, vivir con alegría diaria contagiosa, alegría en el dolor, en la enfermedad, alegría en las buenas y en las malas. Espíritu Santo, haznos apóstoles de la alegría, haznos vivir un cristianismo alegre, que vivamos con aire de resucitados, y que hagamos vivir a los otros así también.
Segundo: Dulce huésped del alma
Es uno de los títulos más hermosos. No huésped inoportuno. Cuantos huéspedes con los que nosotros no quisiéramos encontrarnos, a los que les damos la vuelta. En el caso del Espíritu Santo es un dulce huésped, esperado con ansia, acogido con cariño, porque siempre trae buenas noticias, buenos regalos, dones; El mismo es el Don por excelencia.
¿Me alegro de tenerlo siempre conmigo, lo entristezco con mi desamor, le pido muchos regalos espirituales? Y ¿qué le doy yo: mi amor, mi fidelidad? ¿Le escucho dócilmente? ¿El himno "Ven, Espíritu Creador" es mi saludo mañanero, son las mañanitas al dulce huésped de mi alma? ¿Alguna vez se las he cantado? Recordemos la frase de San Pablo; "¿No sabéis que sois templos del Espíritu Santo? Él ora con nosotros y por nosotros. Vivo, por tanto, en la presencia del Espíritu Santo, gozo minuto a minuto de su compañía gratísima, y su gracia está siempre a mi disposición.
Tercero: Dulce refrigerio
Cuando el bochorno arrecia y la lengua se reseca como ladrillo y el sudor empapa la ropa, una simple coca-cola fría, un ventilador oportuno, una alberca, solucionan el problema. Pero hay otros bochornos y calores interiores que requieren de otro refrigerio. Cuando se encrespan las pasiones, cuando el orgullo se revuelve como león herido, cuando la sensualidad con su baba venenosa quiere manchar el corazón y el alma, cuando la fiebre del mundo (placeres, dolce vita...) queman de ambición nuestro espíritu, llamar urgentemente al Espíritu Santo, para que nos brinde su dulce refrigerio y vuelvan las cosas a su lugar: El mundo allá y yo acá.
Cuarto: Tregua en el duro trabajo
Ofreciendo descanso en el duro bregar de la vida. Una mañana de domingo en la casa con niños, un día en la oficina en que todo salió mal, cansa, erosiona, desgasta, produce no rara vez frustración. Cuando uno de plano está agotado, abrumado por el trabajo los problemas y las preocupaciones, acudir sencillamente a quien es descanso en el trabajo, ¡OH Espíritu Santo, desperdiciado tantas veces que gemimos bajo el peso del trabajo! ¡OH jornaleros que teniendo la fuente a unos metros se mueren de sed! Dios es abismo de amor, torrente de felicidad, éxtasis de la vida, tenerlo tan cerca y morirse de hambre, la fuente a unos pasos y morirse de sed, la hoguera alumbrando en torno y morirse de frío, el amor cerca del corazón. Sólo unos pasos tenía que dar. Vivir cerca de la luz, y morir en el túnel de las tinieblas.
Quinto: Brisa en las horas de fuego
Siendo frescura en medio del calor. Un vaso de agua fría en un día de verano, la sombra de un árbol en el campo abrasado, una brisa fresca, una fuente fría junto al camino polvoriento, cuanto se agradecen. En la vida no podemos estar luchando todo el tiempo, somos humanos y necesitamos de tanto en tanto de un respiro. El Espíritu Santo es el agua fría, es la sombra, la brisa fresca y nuestra fuente de agua viva junto al camino de la vida.
Sexto: Gozo que enjuga las lágrimas
Consolando en la aflicción. Buena falta nos hace: lloramos como niños chicos por cualquier cosa. Llorar equivale a desanimarnos, a perder el entusiasmo por nuestra vocación cristiana y humana, a querer volver atrás. Para esos momentos malos, en que podemos reaccionar como niños caprichosos, acudir a quien es el consuelo en la aflicción.
Se le atribuye al Espíritu Santo casi un oficio de madre. El sufrimiento se encuentra en la vida de todos. Cuando se le espera y cuando no. El padre Maciel decía: "Unos de una manera y otros de otra, todos llevan su calvario y van por este camino en que los ha medito el pecado original. Lágrimas y sufrimientos anidan en el ser humano, en el hombre como hombre muy escondidos y salen cuando ya no pueden más”. Por ello necesitamos la presencia del Espíritu Santo".
Posteriormente, el himno al que nos estamos refiriendo añade una serie de peticiones al Espíritu Santo.
Séptimo: Lava lo que está manchado
Lava lo que está manchado: mi alma llena de arrugas, mi corazón manchado de afectos desordenados, mi pequeño mundo lleno de cosas humanas, de tierra, de lodo; mi mente y mis sentidos a veces tan vacíos de Dios y tan llenos de mis pasiones desordenadas. Lava sobre todo la conciencia de todo pecado e imperfección, de las salpicaduras del mundo, de las manchas de pasiones, del barro de los malos pensamientos. Lava y purifica nuestra intención en el obrar, que a veces se tiñe de negras aficiones: el egoísmo, vanidad, respeto humano son manchas grasientas que requieren de un eficaz blanqueador. Necesitamos que des una limpiadita a nuestras virtudes.
Octavo: Riega el desierto del alma
Somos raíz de tierra árida, árbol que crece en la estepa. ¿Han visto ustedes los árboles que crecen en las orillas de los ríos? ¡Qué diferencia! Siempre están verdes. Decía el poeta Antonio Machado estas hermosas palabras: “Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido".
A base de agua los judíos han hecho florecer el desierto del Sinaí. Tú puedes, Espíritu Santo, hacer florecer mi desierto, esa estepa en que a penas los cardos y las jaras crecen. Y entonces crecerán virtudes, crecerán buenas obras en mi alma.
Noveno: Sana el corazón enfermo
Médico de todas las enfermedades, médico de las enfermedades que he tenido y que ahora sufro, médico a domicilio.
Señor, si quieres, puedes curarme la lepra, el cáncer, el SIDA, la gangrena, la parálisis espiritual, las fiebres reumáticas, el escorbuto. ¿Cuál es mi enfermedad? Escuchemos en seguida la frase de mando: ¡Levántate y anda! Médico de las almas, que sabes la enfermedad y conoces la medicina, ¿cuál es mi enfermedad y mi mal? ¡Dímelo!.. Y proporciona el remedio que Tú sabes y yo no quiero aceptar a veces; cúrame antes de que la enfermedad me cause la muerte, cúrame las heridas que mi orgullo, sensualidad y egoísmo me abren a diario, las heridas de mis pecados antiguos y de mis pecados de hoy.
Décimo: Doma el Espíritu indómito
Dobla mi orgullo, ablanda mi cabeza dura y mi duro corazón; si es de piedra, hazlo de carne; hazme bajar la cabeza ante la obediencia y dar el brazo a torcer. Hazme duro para conmigo mismo, que no acepte flojedades, medias tintas, fariseísmos, pero hazme blando con los demás, como un pedazo de pan que dé alimento a todos los que se crucen en mi camino; hazme, Señor, instrumento de paz, como te pedía Francisco de Asís: "Donde haya odio, ponga yo tu amor, donde haya injurias, perdón".
Once: Calienta lo que está frío
A veces somos témpanos flotantes, corazones en frigorífico, que nos se derriten con las grandes motivaciones del amor de Cristo, el celo por la salvación de las almas, la vocación a la misión. Te pido un amor apasionado, pasión por la misión.
Doce : Endereza lo que está torcido
¿Cuántos criterios en mi vida andan torcidos? Enderézalos endereza los malos hábitos, por ejemplo, el hábito de pensar mal, el hábito tan arraigado de murmurar de mis hermanos, el hábito terrible de la ociosidad, del no hacer nada, el hábito que mata la oración, la rutina, el hábito de la pereza, el hábito que empequeñece mis fuerzas con la pusilanimidad, la timidez. Quiero dejarte el timón de mi vida, de mi barca, y quiero remar con todas las fuerzas de mis brazos.
Para concluir, demos un repaso a los deberes que tenemos con este ilustre huésped: En primer lugar, tomarlo en cuenta, hacerle caso, no dejarlo solo, ignorado abandonado. Porque dejamos abandonado el Amor.
En segundo lugar: Gratitud: le debemos tanto. La ingratitud es cardo que crece en los corazones pero sobre todo en los corazones de los cristianos, por el simple hecho de haber recibido demasiadas cosas de Dios.
En tercer lugar: Amor. Debería ser fácil amar al AMOR, enamorarse del que nos ama infinitamente a cada uno de nosotros. Antes de pedirnos que le amemos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y todas las fuerzas, antes nos ha dicho Él: "Te amé con un amor eterno".
En cuarto lugar: Docilidad y colaboración. Para ser santos debemos dejarnos guiar y obedecer al capitán del barco.
En quinto lugar: Cuando menos no estorbarle, dejarle trabajar en nosotros. “Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón”.
EL HIMNO AL ESPIRITU SANTO.
Ven Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles,
Llena de gracia celestial
Los pechos que tu creaste.
Te llaman Paráclito,
Don de Dios altísimo,
Fuente viva, fuego, amor
Y unción espiritual.
Tú, don septenario,
Dedo de la diestra del Padre,
Por ]El prometido a los hombres
Con palabras solemnes.
Enciende luz a los sentidos
Infunde amor en los corazones,
Y las debilidades de nuestro cuerpo
Conviértelas en firme fortaleza.
Manda lejos al enemigo,
Y danos incesantemente la paz,
Para que con tu guía
Evitemos todo mal.
Danos a conocer al Padre,
Danos a conocer al Hijo
Y a Ti, Espíritu de ambos,
Creamos en todo tiempo.
Que la gloria sea para Dios Padre,
Y para el Hijo, de entre los muertos
Resucitado, y para el Paráclito,
Por los siglos de los siglos. Amén.
Pentecostés, fiesta grande para la Iglesia
Con el Espíritu Santo entramos en el mundo del amor. Gracias al Espíritu Santo cada bautizado es transformado en lo más profundo de su corazón.
Pentecostés fue un día único en la historia humana.
En la Creación del mundo, el Espíritu cubría las aguas, “trabajaba” para suscitar la vida.
En la historia del hombre, el Espíritu preparaba y enviaba mensajeros, patriarcas, profetas, hombres justos, que indicaban el camino de la justicia, de la verdad, de la belleza, del bien.
En la plenitud de los tiempos, el Espíritu descendió sobre la Virgen María, y el Verbo se hizo Hombre.
En el inicio de su vida pública, el Espíritu se manifestó sobre Cristo en el Jordán, y nos indicó ya presente al Mesías.
Ese Espíritu descendió sobre los creyentes la mañana de Pentecostés. Mientras estaban reunidos en oración, junto a la Madre de Jesús, la Promesa, el Abogado, el que Jesús prometió a sus discípulos en la Última Cena, irrumpió y se posó sobre cada uno de los discípulos en forma de lenguas de fuego (cf. Hch 2,1-13).
Desde ese momento empieza a existir la Iglesia. Por eso es fiesta grande, es nuestro “cumpleaños”.
Lo explicaba san Ireneo (siglo II) con estas hermosas palabras: “Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia, y el Espíritu es la verdad; alejarse de la Iglesia significa rechazar al Espíritu (...) excluirse de la vida” (Adversus haereses III,24,1).
Con el Espíritu Santo tenemos el espíritu de Jesús y entramos en el mundo del amor. Gracias al Espíritu Santo cada bautizado es transformado en lo más profundo de su corazón, es enriquecido con una fuerza especial en el sacramento de la Confirmación, empieza a formar parte del mundo de Dios.
Benedicto XVI explicaba cómo en Pentecostés ocurrió algo totalmente opuesto a lo que había sucedido en Babel (Gen 11,1-9). En aquel oscuro momento del pasado, el egoísmo humano buscó caminos para llegar al cielo y cayó en divisiones profundas, en anarquías y odios. El día de Pentecostés fue, precisamente, lo contrario.
“El orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean divisiones, levantan muros de indiferencia, de odio y de violencia. El Espíritu Santo, por el contrario, capacita a los corazones para comprender las lenguas de todos, porque reconstruye el puente de la auténtica comunicación entre la tierra y el cielo. El Espíritu Santo es el Amor” (Benedicto XVI, homilía del 4 de junio de 2006).
Por eso mismo Pentecostés es el día que confirma la vocación misionera de la Iglesia: los Apóstoles empiezan a predicar, a difundir la gran noticia, el Evangelio, que invita a la salvación a los hombres de todos los pueblos y de todas las épocas de la historia, desde el perdón de los pecados y desde la vida profunda de Dios en los corazones.
Pentecostés es fiesta grande para la Iglesia. Y es una llamada a abrir los corazones ante las muchas inspiraciones y luces que el Espíritu Santo no deja de susurrar, de gritar. Porque es Dios, porque es Amor, nos enseña a perdonar, a amar, a difundir el amor.
Podemos hacer nuestra la oración que compuso el Cardenal Jean Verdier (1864-1940) para pedir, sencillamente, luz y ayuda al Espíritu Santo en las mil situaciones de la vida ordinaria, o en aquellos momentos más especiales que podamos atravesar en nuestro caminar hacia el encuentro eterno con el Padre de las misericordias.
“Oh Espíritu Santo,
Amor del Padre, y del Hijo:
Inspírame siempre
lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia santificación.
Espíritu Santo,
dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar,
dirección al progresar
y perfección al acabar.
Amén” (Cardenal Verdier).
Transformación en el Espíritu; Domingo de Pentecostés
Reflexión del evangelio de la misa del Domingo de Pentecostés, 4 de junio 2017
Dice el himno de la secuencia: el Espíritu es “fuente de todo consuelo, pausa en el trabajo, brisa en un clima de fuego; consuelo en medio del llanto”.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
Lecturas:
Hechos de los Apóstoles 2, 1-11: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar”
Salmo 103: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya”
I Corintios 12, 3-7. 12-13: “Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo”
San Juan 20, 19-23: “Como el Padre me ha enviado, así los envío Yo: Reciban el Espíritu Santo”
El hermano marista que desde siempre se ha dedicado a la educación de jóvenes, se queja ahora del poco espíritu, del poco entusiasmo que ellos manifiestan: “Parecerían muñecos de trapo que van a donde los mueven, piensan como les indican, actúan conforme a moldes importados. Y lo más triste es que sienten que así son libres. Han perdido el espíritu”, afirma con preocupación. El Papa Francisco siempre ha hecho alusión a esta falta grave de entusiasmo. “Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo…
Cuando se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. Ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!”, nos dice con entusiasmo el Papa.
Con fuerza, con alegría, como una explosión de acontecimientos se nos presenta la fiesta de Pentecostés. Si leemos con atención los textos que se nos proponen nos sentiremos como sacudidos por un fuerte vendaval. El Espíritu irrumpe con la fuerza de un viento huracanado que todo lo penetra, que todo lo invade. No queda resquicio que escape a su fuerza. Es presentado también como un fuego que todo lo devora, que quema, que transforma, que aniquila pero que también da una vida exuberante. Así, transforma a aquellos discípulos temerosos, indecisos y cobardes en valientes misioneros. Desafiando autoridades, superando dificultades y divisiones, se convierten en ardientes apóstoles, pregoneros de la Resurrección de Jesús, ante la admiración de propios y extraños. ¡Qué diferencia con nuestra Iglesia actual! Pareceríamos conformistas, adormilados y encasillados en la rutina y en la indiferencia. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, en el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres y del Evangelio. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Necesitamos dejar entrar al Espíritu en nuestros corazones para que los renueve y les dé vida.
Cuando llega el Espíritu nada puede continuar igual, todo se renueva. La renovación que pedimos al Espíritu es externa e interna. “Envía, Señor, tu Espíritu, a renovar la tierra” es una súplica al contemplar nuestra pobre naturaleza. Es una urgencia tomar conciencia de que cada vez que desperdiciamos agua, que lanzamos basura, que utilizamos mal la energía, que producimos contaminantes, estamos destruyendo la casa de todos. Es urgente que, junto con la súplica que hacemos al Espíritu Santo de renovar la faz de la tierra, nos comprometamos al cuidado de la naturaleza. Es pecado social su destrucción, necesitamos empeñarnos seriamente en su cuidado, no permitamos que nuestro mundo sea una tierra cada vez más degradada y degradante. Las desconcertantes lluvias, los impredecibles calores, el desequilibrio del clima, no son casuales. Son fruto de la irresponsabilidad y destrucción egoísta del hombre. ¡Necesitamos revertir esta situación! La naturaleza es el regalo de Dios, es la casa de todos y todos necesitamos cuidarla, protegerla y reconstruirla.
Importante la renovación exterior de la naturaleza pero unida estrechamente a la renovación interior del corazón del hombre y de la humanidad. Así como está degradada y erosionada la naturaleza, así se ha degradado y erosionado el corazón del hombre. Urge una renovación, una revitalización y dar una nueva armonía al corazón del hombre. No es casualidad que la venida del Espíritu Santo se manifieste como un fuego que purifica y dinamiza, cuya presencia provoca entendimiento y unidad entre los más diversos pueblos. Urge la unidad interior del hombre y también la unidad y entendimiento entre los pueblos. San Pablo insiste a los cristianos de Corinto que es posible vivir en unidad siendo diversos, que los diferentes carismas y actividades lejos de ser factor de división, pueden ser enriquecimiento mutuo, todo provocado por el Espíritu Santo y nos asegura que “En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas; unidad en la diversidad de lenguas. ¿Tenemos esta conciencia de responsabilidad social y eclesial? ¿Estamos fomentando, con nuestros dones, la unidad y la fraternidad?
Que este Pentecostés nuestra oración se convierta en un fuerte grito suplicando la venida del Espíritu Santo. No podemos seguir viviendo cómodos y estancados. Necesitamos este Espíritu que nos lanza y dinamiza y que al mismo tiempo nos otorga una armonía y serenidad interior. Así dice el himno de la secuencia que el Espíritu es “fuente de todo consuelo… pausa en el trabajo, brisa en un clima de fuego; consuelo en medio del llanto”. Que realmente abramos nuestro corazón a la presencia y acción del Espíritu en nuestro corazón, en nuestra familia y en nuestra Iglesia. También para nosotros son las palabras de Jesús: “Reciban al Espíritu Santo”.
Espíritu Santo, lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas. Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad y endereza nuestras sendas. Ven, Espíritu Santo. Amén
El Papa Francisco, hoy, en la celebración de Pentecostés
RD
Francisco reza para que se sanen las "llagas" del último ataque en Londres
El Papa, en Pentecostés: "El perdón da esperanza. Sin perdón no se construye la Iglesia"
"Es el don por excelencia, el amor más grande, el que evita el colapso, que refuerza y fortalece"
Cameron Doody, 04 de junio de 2017 a las 12:47
Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más hermoso
(Cameron Doody).- Preciosa meditación del Papa Francisco sobre el perdón en la Misa de Pentecostés esta mañana en la Plaza de San Pedro. Perdón que es fruto del corazón nuevo que recibe el pueblo nuevo de Dios por obra del don del Espíritu Santo, ha afirmado el pontífice. Que es garante, también, de la verdadera "unidad en la diferencia" -no la diversidad no reconciliada o la uniformidad sin más- que ha de vivir la Iglesia, cuyo "cumpleaños" se celebra hoy.
Una monja de lengua española se encarga de la primera lectura de la Misa, de los Hechos, 2,1-11. "Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse". Un niño corista con gafas de sol lidera el salmo, 103, cuya antífona es "Envía tu Espíritu, Señor, a renovar la tierra".
Una mujer joven, con mantilla, empieza la segunda lectura. "A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común", reza el texto de 1 Corintios. Al final de la lectura se da lugar a las estrofas de la secuencia de hoy, la Veni Sancte Spiritus. "Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos".
Y ahora el centro de la Liturgia de la Palabra, el Evangelio del día: Juan 20,19-23. Una música celestial acompaña al diácono al atril: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". De la perícopa de hoy, así pues: "... sopló sobre ellos y les dijo: 'Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos'". El Papa empieza su sermón enseguida recordando que hoy se cierra el ciclo de Pascua, el tiempo en el que el Espíritu Santo está con la Iglesia de forma especial.
El Espíritu es, en efecto, "el Don pascual por excelencia", afirma Francisco: "es el Espíritu creador, que crea siempre cosas nuevas". Cosas nuevas como el pueblo nuevo en el que se convierten los cristianos reunidos en el primer Pentecostés. "A cada uno el Espíritu da un don y a todos reúne en unidad", observa el pontífice. "El mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal".
Pero la unidad por la que es responsable el Espíritu no es una unidad cualquier, matiza el Papa: "la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia". Y esta "unida verdadera", advierte Francisco, no se alcanza buscando ni la diversidad sin unidad ni la unidad sin diversidad: ambos dones han de encajarse el uno en el otro sin ningún resto. La "unidad en la diferencia" que es la misión de la Iglesia no es la de "bandos y partidos", sigue advirtiendo Francisco, ni la de "planteamientos excluyentes" o "particularismos". Sus defensores no son los "guardianes inflexibles del pasado" ni tampoco los "vanguardistas del futuro", sino los "hijos humildes y agradecidos de la Iglesia".
"Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces", reflexiona el Papa, "en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales". Hemos "de trabajar por la unidad entre todos", "de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan", porque Dios nos llama a ser "hombres y mujeres de comunión".
Pero si el Espíritu nos constituye como un "pueblo nuevo", nos da a todos los cristianos un "corazón nuevo" también, explica el Papa: un corazón nuevo fruto del "Espíritu de perdón".
Y este perdón, según el Papa, es nada menos que "el comienzo de la Iglesia". El perdón es "el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa". "El perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que mantiene unidos a pesar de todo, que evita el colapso, que refuerza y fortalece", prosigue el Papa en una hermosa meditación.
Pero, ¿para qué sirve ese "aglutinante", ese "amor", que es el perdón? El Papa contesta: "El perdón libera el corazón y le permite recomenzar: el perdón da esperanza, sin perdón no se construye la Iglesia".
Dejándonos guiar por ese Espíritu de perdón y sus caminos de amor, renovación, fortalecimiento y armonía, entonces, nos salvamos de meternos en callejones sin salida, dice Francisco: los juicios apresurados, la soberbia y la tentación de sentirnos autosuficientes, las murmuraciones y censuras a los demás. Solo hay una vía que invita a recorrer el Espíritu, y esa es la "del doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad".
"Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre Iglesia sea cada vez más hermoso", cierra su sermón el Papa Francisco. "Sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad".
Texto completo de la homilía del Papa en la Misa de Pentecostés:
Hoy concluye el tiempo de Pascua, cincuenta días que, desde la Resurrección de Jesús hasta Pentecostés, están marcados de una manera especial por la presencia del Espíritu Santo.
Él es, en efecto, el Don pascual por excelencia. Es el Espíritu creador, que crea siempre cosas nuevas. En las lecturas de hoy se nos muestran dos novedades: en la primera lectura, el Espíritu hace que los discípulos sean un pueblo nuevo; en el Evangelio, crea en los discípulos un corazón nuevo. Un pueblo nuevo. En el día de Pentecostés el Espíritu bajó del cielo en forma de "lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas" (Hch 2, 3-4). La Palabra de Dios describe así la acción del Espíritu, que primero se posa sobre cada uno y luego pone a todos en comunicación. A cada uno da un don y a todos reúne en unidad. En otras palabras, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal.
En primer lugar, con imaginación e imprevisibilidad, crea la diversidad; en todas las épocas en efecto hace que florezcan carismas nuevos y variados. A continuación, el mismo Espíritu realiza la unidad: junta, reúne, recompone la armonía: "Reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí" (Cirilo de Alejandría, Comentario al Evangelio de Juan, XI, 11). De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia.
Para que se realice esto es bueno que nos ayudemos a evitar dos tentaciones frecuentes. La primera es buscar la diversidad sin unidad. Esto ocurre cuando buscamos destacarnos, cuando formamos bandos y partidos, cuando nos endurecemos en nuestros planteamientos excluyentes, cuando nos encerramos en nuestros particularismos, quizás considerándonos mejores o aquellos que siempre tienen razón. Entonces se escoge la parte, no el todo, el pertenecer a esto o a aquello antes que a la Iglesia; nos convertimos en unos "seguidores" partidistas en lugar de hermanos y hermanas en el mismo Espíritu; cristianos de "derechas o de izquierdas" antes que de Jesús; guardianes inflexibles del pasado o vanguardistas del futuro antes que hijos humildes y agradecidos de la Iglesia. Así se produce una diversidad sin unidad.
En cambio, la tentación contraria es la de buscar la unidad sin diversidad. Sin embargo, de esta manera la unidad se convierte en uniformidad, en la obligación de hacer todo juntos y todo igual, pensando todos de la misma manera. Así la unidad acaba siendo una homologación donde ya no hay libertad. Pero dice san Pablo, "donde está el Espíritu del Señor, hay libertad" (2 Co 3,17). Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales, a su Iglesia, nuestra Iglesia; de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, porque ser hombres y mujeres de la Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión; significa también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra: la casa acogedora y abierta, en la que se comparte la alegría multiforme del Espíritu Santo.
Y llegamos entonces a la segunda novedad: un corazón nuevo. Jesús Resucitado, en la primera vez que se aparece a los suyos, dice: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20, 22-23). Jesús no los condena, a pesar de que lo habían abandonado y negado durante la Pasión, sino que les da el Espíritu de perdón.
El Espíritu es el primer don del Resucitado y se da en primer lugar para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la Iglesia, este es el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón. Porque el perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que mantiene unidos a pesar de todo, que evita el colapso, que refuerza y fortalece. El perdón libera el corazón y le permite recomenzar: el perdón da esperanza, sin perdón no se construye la Iglesia.
El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías: esas precipitadas de quien juzga, las que no tienen salida propia del que cierra todas las puertas, las de sentido único de quien critica a los demás. El Espíritu en cambio nos insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que "ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están" (Isaac de Stella, Sermón 31).
Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más hermoso: sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad. Pidámoslo al Espíritu Santo, fuego de amor que arde en la Iglesia y en nosotros, aunque a menudo lo cubrimos con las cenizas de nuestros pecados:
"Ven Espíritu de Dios, Señor que estás en mi corazón y en el corazón de la Iglesia, tú que conduces a la Iglesia, moldeándola en la diversidad. Para vivir, te necesitamos como el agua: desciende una vez más sobre nosotros y enséñanos la unidad, renueva nuestros corazones y enséñanos a amar como tú nos amas, a perdonar como tú nos perdonas. Amén".
Texto completo del saludo del Papa antes del rezo del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy, en la fiesta de Pentecostés, será publicado mi Mensaje para la próxima Jornada Misionera Mundial, que se celebra cada año en el mes de octubre. El tema es: La misión en el corazón de la fe cristiana. El Espíritu Santo sostenga la misión de la Iglesia en el mundo entero y de fuerza a todos los misioneros y las misioneras del Evangelio. El Espíritu done la paz al mundo entero; sane las llagas de la guerra y del terrorismo, que también esta noche, en Londres, ha afectado a civiles inocentes: oremos por las víctimas y los familiares.
Saludo a todos ustedes, peregrinos provenientes de Italia y de tantas partes del mundo, que han participado en esta celebración. En particular, a los grupos de la Renovación carismática católica, que festeja el 50° de fundación, y también a los hermanos y las hermanas de otras confesiones cristianas que se unen a nuestra oración. Saludo a las Hijas de María Auxiliadora de los Países latinoamericanos.
Saludo y agradezco al coro y la orquesta de los jóvenes de Carpi, que han ejecutado algunos cantos durante esta Santa Misa, en colaboración con la Capilla Sixtina.
Invocamos ahora la materna intercesión de la Virgen María. Ella nos obtenga la gracia de estar fuertemente animados por el Espíritu Santo, para testimoniar a Cristo con sinceridad evangélica.
¿Cómo aprender a escuchar las inspiraciones del Espíritu Santo?
Espíritu Santo
El dulce Huésped del alma nunca está inactivo. San Pablo nos recuerda que actúa en nuestros corazones derramando el amor de Dios. El modo más común de su actuación son sus inspiraciones
Es un aprendizaje progresivo: se trata de convertirse en aquellas ovejas que reconocen la voz de su pastor en medio de las otras voces que las rodean (Jn 10, 3-5). Para lograr esto, es necesario crear poco a poco un cierto“clima de vida” que comprende los siguientes elementos:
- Estemos firmemente decididos a hacer en todo la voluntad de Dios. Dios habla a aquellos que desean obedecerle.
- Llevemos una vida de oración regular, en la que intentemos principalmente tener una actitud de confianza, de disponibilidad interior a la acción de Dios. La fidelidad a la oración favorece y hace más profunda la disposición de apertura y de escucha.
- Meditemos regularmente las Santas Escrituras: su manera de tocar y hablar a nuestro corazón despierta en nosotros una sensibilidad espiritual y nos acostumbra poco a poco a reconocer la voz de Dios.
- Evitemos lo más posible las actitudes que pueden cerrarnos a la acción del Espíritu: la agitación, las inquietudes, los miedos, los apegos excesivos a nuestra propia manera de hacer o de pensar. La escucha al Espíritu Santo requiere flexibilidad y desprendimiento interiores.
- Aceptemos con confianza los acontecimientos de nuestra vida, aun cuando a veces nos contraríen o no correspondan a lo que nosotros esperábamos. Si somos dóciles a la manera en la que Dios conduce los acontecimientos de nuestra vida, si nos abandonamos entre sus manos de Padre, Él sabrá hablar a nuestro corazón. Mantengámonos – dentro de lo posible – en paz y en confianza, pase lo que pase.Cuanto más nos esforcemos por mantener la paz, más escucharemos la voz del Espíritu.
- Sepamos acoger los consejos de las personas que nos rodean. Seamos humildes de cara a nuestros hermanos y hermanas, no busquemos siempre tener la razón o la última palabra en las conversaciones. Reconozcamos nuestros errores y dejémonos corregir. Quien sabe escuchar a su hermano sabrá escuchar a Dios.
- Purifiquemos constantemente nuestro corazón en el sacramento de la penitencia. El corazón purificado por el perdón de Jesús percibirá su voz con más claridad.
- Estemos atentos a lo que pasa en el fondo de nuestro corazón. El Espíritu Santo no se deja escuchar en el ruido ni en la agitación exterior, sino en la intimidad de nuestro corazón, por medio de mociones suaves y constantes.
- Aprendamos poco a poco a reconocer lo que viene de Dios a través de los frutos que produce en nuestra vida. Lo que viene del Espíritu trae consigo paz, nos hace humildes, confiados, generosos en el don de nosotros mismos. Lo que viene de nuestra sicología herida o del demonio produce dureza, inquietud, orgullo, ensimismamiento…
- Vivamos en un clima de gratitud: si agradecemos a Dios por un beneficio, él nos dará nuevas gracias, en especial las inspiraciones interiores que necesitamos para servirle y amarle.
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