Estancados
- 18 Junio 2017
- 18 Junio 2017
- 18 Junio 2017
El Papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas, la falta de audacia... pueden impedir de raíz impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación La alegría del Evangelio llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en "espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia".
Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre nosotros? ¿Nos estamos movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades cristianas o seguimos instalados en ese «estancamiento infecundo» del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?
Una de las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II fue impulsar el paso desde la "misa", entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, a la "eucaristía" vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Jesucristo resucitado.
Sin duda, a lo largo de estos años hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote "decía" la misa y el pueblo cristiano venía a "oír" la misa o a "asistir" a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la eucaristía de manera rutinaria y aburrida?
Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical, porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.
Sin duda, todos, presbíteros y laicos, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la eucaristía sea, como quiere el Concilio, "centro y cumbre de toda la vida cristiana". ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?
El problema es grave. ¿Hemos de seguir "estancados" en un modo de celebración eucarística tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe?
Cuerpo y Sangre de Cristo - A
(Juan 6,51-58)
18 de junio 2017
ADORACIÓN ANTE EL SANTÍSIMO SACRAMENTO
Jesucristo, creo que estás realmente presente bajo el velo de las especies del pan y del vino consagrados. Con tu ocultamiento, me permites permanecer delante de ti sin rubor a pesar de mi pobreza.
Cuando acudo a estar contigo, me pregunto si debo mantener algún discurso, y prefiero permanecer en silencio, sabiendo que Tú me miras y que te agrada mi opción de perseverar ante ti. Aunque no sé si esto es un argumento cómodo.
Sé que en otros muchos momentos actúo de manera emancipada o distraída, y me exijo a mí mismo que al menos el tiempo de estancia en adoración frente a tu presencia sacramental sea un tiempo gratuito, conscientemente ofrecido, como respuesta a la paciencia que tienes conmigo cuando me disperso.
Si en el tiempo de adoración, no percibo sentimientos consoladores, me digo a mí mismo que así es más pura mi estancia, porque no la mantengo por la consolación que siento. Estoy convencido de la gran ganancia que obtengo cuando te ofrezco el obsequio de estar en adoración solo por ti.
Creo, y no me equivoco, que nunca te gano en generosidad, y si aparentemente puede parecer que mi tiempo de adoración es gratuito, pasados los días, o al poco rato, me sucede algo favorable que interpreto como fruto o respuesta generosa a mi ofrenda.
Al menos, Señor, recibe, como lo hiciste con quien rompió a tus pies el frasco de perfume, el derroche del tiempo gastado como expresión de fe en tu presencia sacramental, que mi silencio orante sea fuente de mayor sensibilidad social. ¡Cuántas veces, durante el tiempo de adoración he escuchado la llamada a la generosidad solidaria con los que padecen necesidad!
Aunque siento el atractivo de tu presencia, y gusto el deseo de permanecer ante ti, son muchos los momentos en los que a pesar de estar en el recinto sagrado donde se guarda el Sacramento, me invade la actividad, incluso por motivos litúrgicos, y cuando caigo en la cuenta de mi comportamiento contradictorio, siento dolor y pena por tanta torpeza.
Gracias, Señor, por permanecer presente en la Eucaristía, presente en tantos sagrarios. Cuando me desplazo de un lugar a otro, y puedo acceder a los lugares donde se guarda el Sacramento, siempre me ayuda la verdad y la realidad de poder seguir hablando con Alguien que me conoce.
Hoy te manifiesto mi adoración, como diría el papa Benedicto, que es la expresión más alta de mi amor, pues significa el gesto de mayor intimidad.
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Corpus Christi: "Cuerpo de Cristo", en latín.
¡Oh banquete precioso y admirable! -Sto. Tomas de Aquino
Esta fiesta conmemora la institución de la Santa Eucaristía el Jueves Santo con el fin de tributarle a la Eucaristía un culto público y solemne de adoración, amor y gratitud. Por eso se celebraba en la Iglesia Latina el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad. En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.
La Solemnidad de Corpus Christi se remonta al siglo XIII. Dos eventos extraordinarios contribuyeron a la institución de la fiesta: Las visiones de Santa Juliana de Mont Cornillon y El milagro Eucarístico de Bolsena/Orvieto.
Urbano IV, amante de la Eucaristía, publicó la bula “Transiturus” el 8 de septiembre de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio. Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido admirado aun por Protestantes.
La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306. El Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. Publicó un nuevo decreto incorporando el de Urbano IV. Juan XXII, sucesor de Clemente V, instó su observancia.
Procesiones. Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes en a partir del siglo XIV.
El Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Juan Pablo II ha exhortado a que se renueve la costumbre de honrar a Jesús en este día llevándolo en solemnes procesiones.
En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.
Francisco en la ventana
Su cercanía al "querido pueblo portugués" golpeado por un devastador incendio
El Papa asegura que "el encuentro personal con los refugiados disipa miedos e ideologías equivocadas"
Pide que se relance el proceso de paz en Centroáfrica, "condición para el desarrollo"
José Manuel Vidal, 18 de junio de 2017 a las 12:28
Recuerda que rendirá homenaje a Primo Mazzolari y a Lorenzo Milani.Dos sacerdotes que nos ofrecen un mensaje del que hoy estamos tan necesitados
(José M. Vidal).- En la fiesta del Corpus Christi, el Papa Francisco centró la catequesis del ángelus en la eucaristía, porque en ella "Dios se nos ofrece", para ayudarnos a implicarnos "por la justicia y la paz". En los saludos pidió cercanía a los refugiados, recordó al "querido pueblo portugues" golpeado por un devastador incendio y solicitó que se relance el proceso de paz en Centroáfrica, "condición para su desarrollo".
Algunas frases de la catequesis
"El Hijo del Hombre crucificado es el auténtico cordero pascual"
"La eucaristía es el sascramento de su carne, dada para hacer vivir el mundo"
"El que se alimenta de esta comida permanece en Cristo"
"En la eucasitía, Jesús se acerca a nosotros, peregrinos de la Historia"
"Para confortarnos en el empeño por la justicia ty la paz"
"En la eucaristía, Dios se ofrece a sí mismo"
"Construyendo comunidades abiertas a las necesidades de todos, especialente de los más pobres y necesitados"
"Abandonarnos con confianza en Él"
"Acoger a Jesús en el lugar del propio yo"
"Nutridos del cuerpo de Cristo nos convertimos en el cuerpo místico de Cristo"
Algunas frases del saludo del Papa después del ángelus
"Pasado mañana, se celebra la jornada mundial del refugiado, promovida por la ONU. El tema de este año es 'Con los refugiados. Hoy más que nunca debemos estar de la parte de los refugiados'. Éste es el tema. La atención concreta va a mujeres, hombres y nilos que huyen de conflictos, violencias y persecucione".
"Recordemos también en la oración a cuántos refugiados perdieron la vida en el mar o en extenuantes viajes por tierra. Sus historias de dolor y esperanza pueden convertirse en una oportunidad de encuentro fraterno y de auténtico conocimiento recíproco"
"El encuentro personal con los refugiados disipa miedos e ideologías equivocadas, y se convierte en factor de crecimiento en humanidad, capaz de dar cabida a sentimientos de apertura y a la construción de puentes"
"Cercanía al querido pueblo portugués por el devastador incendio que está asolando...Recemos en silencio"
"Un saludo especial a la cualificada representación de la República centroafricana y de las Naciones unidas, que estos días se encuentran en Roma para un encuentro promovido por San Egidio. Llevo en el corazón la visita que hice a aquel país en el mes de noviembre de 2015 y deseo que, con la ayuda de Dios y la buena voluntad de todos, sea relanzado y reforzado el proceso de paz, condición necesaria para el desarrollo"
"Esta tarde, en san Juan de Letrán, celebraré la misa y, después, la procesión hasta Santa María la Mayor. Invito a todos a participar"
"El próximo martes iré en peregrinación a Bozzolo y Barbiana, para rendir homenaje a Primo Mazzolari y a Lorenzo Milani.Dos sacerdotes que nos ofrecen un mensaje del que hoy estamos tan necesitados"
"Buen domingo y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen apetito y arrivederci"
Texto íntegro de las palabras del Papa antes de la oración del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En Italia y en muchos países se celebran este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo - a menudo se utiliza el nombre latino Corpus Domini o Corpus Christi. Cada domingo la comunidad eclesial se reúne alrededor de la Eucaristía, sacramento instituido por Jesús en la última cena. Sin embargo, cada año tenemos la alegría de celebrar la fiesta dedicada a este misterio central de la fe, para expresar en plenitud nuestra adoración a Cristo que se dona como alimento y bebida de salvación.
El pasaje del Evangelio de hoy, tomado de San Juan, es una parte del discurso sobre el "pan de vida" (cf. 6,51-58). Jesús afirma: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. [...] El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo"(v. 51). Él quiere decir que el Padre lo envió al mundo como alimento de vida eterna, y que para ello Él se sacrificará a sí mismo, su carne. De hecho, Jesús, en la cruz, ha donado su cuerpo y ha derramado su sangre. El Hijo del hombre crucificado es el verdadero Cordero pascual, que hace salir de la esclavitud del pecado y sostiene en el camino hacia la tierra prometida. La Eucaristía es el sacramento de su carne dada para hacer vivir el mundo; quien se nutre de este alimento permanece en Jesús y vive por Él. Asimilar a Jesús significa estar en él, volviéndose hijos en el Hijo.
En la Eucaristía, Jesús, como lo hizo con los discípulos de Emaús, se pone a nuestro lado, peregrinos en la historia, para alimentar en nosotros la fe, la esperanza y la caridad; para confortarnos en las pruebas; para sostenernos en el compromiso por la justicia y la paz. Esta presencia solidaria del Hijo de Dios está en todas partes: en las ciudades y en el campo, en el Norte y Sur del mundo, en países de tradición cristiana y en los de primera evangelización. Y en la Eucaristía Él se ofrece a sí mismo como fuerza espiritual para ayudarnos a poner en práctica su mandamiento - amarnos los unos a otros como Él nos ha amado -, mediante la construcción de comunidades acogedoras y abiertas a las necesidades de todos, especialmente de las personas más frágiles, pobres y necesitadas.
Nutrirnos de Jesús Eucaristía significa también abandonarnos con confianza en Él y dejarnos guiar por Él. Se trata de recibir a Jesús en el lugar del propio "yo". De este modo el amor gratuito recibido de Jesús en la comunión eucarística, con la obra del Espíritu Santo, alimenta el amor por Dios y por los hermanos y hermanas que encontramos en el camino de cada día. Nutridos por el Cuerpo de Cristo, nos volvemos cada vez más y concretamente, Cuerpo Místico de Cristo. Nos lo recuerda el Apóstol Pablo: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan».(1 Cor 10,16-17).
La Virgen María, que siempre ha estado unida a Jesús Pan de Vida, nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, a nutrirnos de ella con fe, para vivir en comunión con Dios y con hermanos.
15.06.17 | 08:21
En diversas ocasiones he tratado en este Blog de la Fiesta del Cuerpo de Cristo, como podrá ver quien se moleste manejando el buscador de RD, por estas fechas de Junio.
He insistido casi siempre en los tres momentos de la celebración:
-- El Cuerpo de Cristo es Eucaristía que significa Acción de Gracias, reconocimiento del don de la vida como bendición.
-- El Cuerpo de Cristo es Anámnesis, que significa presencia de de Dios, un Dios a Cuerpo, vida a vida, por Jesús, algo que la tradición latina ha consagrado con la palabra filosófica de trans-substanciación.
-- El Cuerpo de Cristo es Epíclesis o invocación dirigida al Espíritu Santo, siempre con los signos del pan y de vida, que son vida compartida de Dios con los hombres.
Para insistir en la identidad cercana del cuerpo eucarístico (en línea de madre, enamorada,amigo, carne de Dios en Cristo...) quiero hoy comentar las palabras más significativas de la celebración, "ésto es mi cuerpo", tomando como referencia unas páginas finales de mi libro Fiesta del pan, fiesta del vino (Verbo Divino, Estella 2006).
Porque el tema de fondo es la Fiesta de Dios, como dicen los franceses (Fête-Dieu), el mismo Dios es Fiesta. No es que nosotros celebremos a Dios, sino que Dios nos celebra a nosotros. De esa forma quiero hoy ver a Jesús, viniendo él mismo como cuerpo, avanzando al frente de la Iglesia, somo signo y principio de nueva Humanidad, espiritual y carnal, de tierra y cielo.
Buena fiesta del Corpus a todos los amigos, con el gran signo del Cristo hecho cuerpo compartido y encarnado en el pan y el vino de la celebración de la vida,
Signo de pan. Esto es mi Cuerpo (Mc 14, 27b par).
La comida final de Jesús y su gesto y palabra sobre el pan asumen y culminan su acción en Galilea, y de un modo especial sus multiplicaciones (cf. Mc 6, 30-44; 8, 1-10). De esa forma, Jesús retoma las antiguas tradiciones de su pueblo, recreando desde el pan el sentido de su obra: lo que Jesús realiza es evangelio en acción, gesto profético fundante. El signo es antiguo: nos llega del fondo de los tiempos, desde el centro de una cultura que aprende a producir y compartir el pan (el maíz, el arroz), invocando en ese gesto a Dios. Pero Jesús lo ha renovado de forma escatológica, es decir, definitiva.
– Tomó pan (arton). No necesita un signo extraño: del origen de la historia de su pueblo (y de los pueblos de occidente) le ha llegado el pan, que ha estado siempre en el centro de sus gestos y mensaje (multiplicaciones, Padrenuestro, tentaciones....). Ha sido profeta del pan compartido. Con el pan en la mano le hallamos ahora, completando el gesto de la mujer del vaso de alabastro (que llevaba perfume en su mano). No necesita cordero pascual, no se dice tampoco que tome los ázimos “santos”. Como hemos indicado, pensamos que la Última Cena tuvo lugar la vigilia de Pascua, es decir, con panes normales (como ha visto la tradición de la iglesia oriental, que celebra la eucaristía con pan fermentado, en contra la iglesia occidental, que prefiere los ázimos). Jesús aparece, al fin de su vida: como mesías del pan en la mano, presidiendo una comida de amistad, que debe abrirse desde sus discípulos a todos los humanos.
– Pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Este signo (partir y dar el pan) es anterior a las palabras de “institución cristiana”; es un gesto universal de bendición divina y fraternidad, que hemos hallado en la multiplicación de los panes... (cf. Mc 6, 41; 8, 6).
Jesús no tiene que inventarlo, pues el gesto existe ya y brota de la hondura de la fraternidad humana. Frente al signo de guerra (que es luchar para arrebatarse el pan), frente a la envidia y competencia que divide a los hermanos, se eleva aquí Jesús, realizando el signo mesiánico supremo: bendice, parte el pan, lo ofrece... Bendice a Dios, que se revela precisamente allí donde los humanos comparten el pan. De esa forma, abre un camino nuevo a los creyentes. Hasta ahora, los humanos, especialmente en occidente, hemos aprendido a producir, sabemos crear bienes; pero no hemos aprendido a compartir (partir y dar), en gesto de bendición, regalo de la vida. Esta es la enseñanza suprema del mesías, este su signo.
– Y dijo: ¡tomad! No les arroja el pan, no les obliga a comer en silencio, no se impone sobre ellos empleando el alimento (como quería el Diablo de Mt 4 y Lc 4). Por el contrario, al ofrecerles el pan, Jesús les habla, les invita de manera personal, dirigiéndose a ellos como personas capaces de entender y acoger su gesto. No empieza exigiéndoles un tipo de pureza, no les separa del mundo, para que así puedan comer el puro pan de las comidas sagradas del pueblo elegido (en la línea de muchos grupos esenios, especialmente de Qumrán). No les pone ninguna obligación, sino que quieran acoger, recibir con gozo y libertad, el pan, para así vincularse en fraternidad (alianza) de reino.
– Esto es mi cuerpo (sôma). La mujer del vaso de alabastro había perfumado a Jesús sin decir nada, pero su gesto resultaba suficientemente claro, de manera que él pudo definirlo diciendo: Ha ungido mi cuerpo para la sepultura, añadiendo que su cuerpo no queda allí encerrado, en recuerdo funerario, sino que se expande en todo el mundo, en forma de evangelio, vinculado a la memoria de lo que ha hecho esta mujer (14, 8). Pues bien, dando un paso más, podemos y debemos afirmar que la verdad de ese cuerpo de Jesús se expresa y actualiza en el pan que se parte (se entrega y comparte), para vincular en vida y esperanza a los humanos.
– ¿Dado por vosotros? La tradición de Marcos y Mateo no añade nada: el signo es claro; al decir cuerpo se está diciendo todo y quien no entienda no sabe escuchar y entender, descubrir y expresar los más hondos misterios de la vida. Cuerpo es la primera señal: señal de enamorada y madre que alimentan y dan vida, señal de padre, amigo, compañero... Jesús lo ha ofrecido, lo da en el pan compartido de la fiesta. No hace falta decir más. Los que añaden por vosotros (to hyper hymön: Pablo) o dado por vosotros (to hyper hymôn didomenon: Lucas) expresan algo que estaba incluído en el signo más amplio del cuerpo ofrecido y comido, compartido y gozado, en el borde de la muerte, como pan que funda la amistad y convivencia humana.
El pan, es amor hecho carne
Nos hemos acostumbrado al gesto de Jesús, de manera apenas nos causa extrañeza, porque lo entendemos en pura forma teológica, como palabra que el Hijo de Dios ha pronunciado, desde arriba, desde fuera de la trama de la vida. Pues bien, ahora descubrimos que esa palabra (este mi Cuerpo) y ese gesto (partir y compartir el pan) constituyen la esencia afectiva y social (de amor y justicia) del mesianismo cristiano, la verdad del evangelio. Ciertamente, respetamos el misterio y, en un nivel, podemos decir: Es así porque Dios lo ha querido. Pero en otra perspectiva, totalmente valiosa, podemos y debemos afirmar: Es así porque Jesús lo expresa y ratifica con su vida. En este gesto y palabra se anuda todo el evangelio, de manera que podemos tejer aquí su trama entera:
– El signo de Jesús es pan compartido. No el alimento de las purificaciones y los ázimos rituales (que comen separados los buenos judíos), sino el pan de cada día, al que alude el Padrenuestro: la comida que se ofrece a los pobres, se comparte con los pecadores y se expande en forma universal. Este es su signo: todo lo que ha dicho, todo lo que ha hecho se condensa y expresa en forma de alimento que sustenta y vincula a los humanos. Sin justicia social y comunicación económica no existe de verdad eucaristía.
– El pan suscita y crea Cuerpo... Jesús no anuncia una verdad abstracta, separada de la vida, una pura ley social, principio religioso... Al contrario, Jesús, mesías de Dios, es cuerpo, esto es, vida expandida, sentida, compartida. El evangelio nos sitúa de esta forma en el nivel de la corporalidad cercana, que la mujer del vaso de alabastro expresaba en forma de perfume y que Jesús ofrece como pan (comida). Sin comunión personal (de cuerpo y sangre) no existe eucaristía.
– El pan hecho Cuerpo expresa la vida mesiánica, que se da y acoge, se goza y comparte, en comida de justicia y fiesta. La expresión paulina y lucana interpreta y restringe de algún modo esa experiencia al calificar el cuerpo en términos de donación sacrificial. Así pasamos del pan que era regalo (dado) al que es ofrenda (entregado por vosotros), conforme a la tradición litúrgica posterior. Ese sentido es bueno, pero quizá ya restringido. Ciertamente, el cuerpo se puede y debe “entregar” en sacrificio “sacrificial” por recordar algo ya dicho (Parte 1ª, Cap. 3º). Pero puede y debe darse también de otras maneras, especialmente como regalo gratuito y gozoso, de madre y amigo/a.
Eucristía de cuerpo: de madre, de amigo, de Dios
Al principio de nuestra vida hallamos una eucaristía de madre (y padre), que consiste en dar el cuerpo, a fin de que otro viva, en proceso de generación; en el camino de la vida encontraremos una eucaristía enamorada, de novio y novia, que consiste en dar y compartir la vida (el cuerpo), sin que nada empieza ni acabe, en noviazgo eterno (cf. Ap 12 y Ap 21-22). Pues bien, en el camino que conduce de una a otra, hallamos la eucaristía pascual de Jesús, que crea cuerpo por la entrega dolorosa y redentora de su vida, al servicio del reino, es decir, del noviazgo final donde no habrá nacimiento ni muerte.
El cuerpo es identidad y comunión, individualidad y comunicación, la vida entera alimentada por el pan. La antropología de Jesús no es dualista, en el sentido posterior, que separaba cuerpo (que se debe al rey) y alma (que es de Dios), según el drama hispano del siglo XVII. En esa línea de dualismo se sitúan algunos pasaje del evangelio como aquel que dice “no temáis a los que pueden matar el cuerpo, sino a quien puede mandar cuerpo y alma a la gehena” (cf. Mt 10, 28). Pero aquí, en esta fiesta del pan de Jesús, cuerpo no es aquello que se opone al alma, exterioridad de la persona, sino persona y vida entera. Cuerpo es el mismo ser humano en cuanto comunicación y crecimiento, exigencia de comida y posibilidad de muerte: fragilidad y grandeza de alguien que puede enfrentarse a los demás, en violencia homicida, para defender su identidad individual o social, pero que puede regalar también su vida a los demás, creando así un cuerpo más alto (comunión) con ellos.
Al decir tomad y comed, Jesús viene a mostrarse en forma de alimento: no vive para aprovecharse de los otros y comerlos (haciendo que le sirvan), sino, al contrario, para ofrecer su vida (cuerpo) en forma de comida, a fin de que otros se alimenten y crezcan con su vida. Todo esto lo expresa y ofrece en contexto alimenticio: no exige obediencia, no impone su verdad, no se eleva por encima de los otros, sino que en gesto de solidaridad suprema se atreve a ofrecerles su propio cuerpo, invitándoles a compartir el pan. Este ofrecimiento de Jesús sólo tiene sentido para aquellos que interpretan el cuerpo mesiánico, como fuente de humanidad dialogal, gratuita, mesiánica:
En el principio sigue estando la madre(y padre) que puede ofrecerse a sus hijos, diciéndoles este es mi cuerpo y regalándoles generación, calor y leche de vida, cariño y espacio de crecimiento dialogado.
De esa forma, como madre de una nueva humanidad que se va gestando en torno al pan compartido, viene a presentarse ahora Jesús ante nosotros.
Jesús ha sido ya a lo largo de su vida un cuerpo ofrecido, regalado, en el sentido más hondo de ese término, como han destacado Pablo y Lucas (en el texto de la Cena). No lo ha hecho de forma victimista, sino por generosidad. No es mercancía que se compra o vende de manera legal, en actitud de obligación o miedo, sino cuerpo gratuitamente regalado, de manera que podemos asentarnos en su gracia y compartirlo.
La mujer y/o el hombre enamorado pueden decir a su pareja“toma y come, este es mi cuerpo”,de manera que ambos forman una corporalidad, como Jesús ha recordado en Mc 10, 8-9. En esa línea de amor esponsal (de carne y sangre) se sitúa el gesto de Jesús, como venimos evocando: él aparece así como principio de una humanidad que se expande y unifica a manera de cuerpo, en el pan y el vino, regalo de vida, frente a un mundo que emplea medios de dominio y mata (le mata). Sólo al final, vencida la violencia o mentira del “dragón” (cf. Ap 12), expulsados para siempre los terrores de bestias y prostitutos, triunfará el amor por siempre, como amor enamorado (Ap 21-22).
La tradición paulina ha destacado el valor del cuerpo mesiánico de Cristo. Hay una corporalidad legal de puros y buenos esenios o proto-fariseos, que se funda en la comida limpia, separada de los pecadores; una corporalidad fundada en el poder impositivo...
Pues bien, Jesús despliega y nos ofrece, en la meta y cumplimiento de su vida, un nuevo y más hondo signo de corporalidad, fundada en la existencia compartida, en signos de pan y vino, en comunicación gozosa, experiencia corporal de gratuidad, más allá de toda compra/venta o imposición de los más fuertes.
Ese cuerpo del Cristo, celebrado en la eucaristía, encarnado por la iglesia, nos conduce del don de la madre primera del Ap 12 (cuerpo ofrecido a los demás en proceso de generación generosa), al don eterno del novio y de la novia del final del Apocalipsis, esto es, a la vida eterna, entendida y gozada como visión mutua, entrega ya definitiva de la vida, cuerpo regalado y compartido, sin más nacimiento ni muerte, pues todo está nacido para siempre.
Por eso, la verdad total del pan eucarístico se cumplirá (será ratificada) sólo por la pascua. Lógicamente, las palabras de la institución, dichas de esta u otra forma en el momento de la Cena, sólo alcanzan su verdad cuando Jesús ofrece su vida entera y el Dios Padre la acepta en amor, en la resurrección, como veremos en el capítulo siguiente.
Así, el mismo Dios que en el principio obraba como Padre/Madre, pro-motor de vida, vendrá a mostrarse al fin como fuente y sentido del amor por siempre enamorado (cf. Ap 22, 1). Al final ya no habrá padre ni madre en sentido ma/paternalista, sino un Dios que es todo en todos, amor ya realizado, cuerpo que vincula en eucaristía de gozo perdurable (sin muerte) a todos los humanos (cf. 1 Cor 15, 28).
Corpus. Al atardecer nace la Vida
Jesús no ha sido profeta de ayunos, sino de pan y vino compartindo con los marginados de su pueblo, de pan y de peces ofrecidos en el campo abierto a todos los que van y vienen, como han destacado los evangelios en los diversos relatos de las “multiplicaciones”, que debemos entender como comidas mesiánicas de Jesús, a cielo abierto, con todos los que vienen (cf. Mc 6,30-44; (, 1-10 par).
En ese fondo se sitúa su manera de asumir la muerte, conforme a la tradición antigua de la iglesia. Sintiéndose amenazado, Jesús quiso beber con sus amigos el vino de fiesta final, prometiendo que la próxima vez lo bebería con ellos en el Reino. De esa forma quiso despedirse de amigos y de amigas, con el fino de la promesa del Reino en la mano.
Por eso, es normal que las iglesias de Jerusalén y Antioquía (representadas por los textos de la institución eucarística) y luego todas las iglesias hayan recreado litúrgicamente las palabras de la última cena sobre el pan y el vino como expresión radical de la entrega y esperanza de Jesús (uniéndolas a la palabra sobre el pan), como seguiremos indicando.
Al atardecer de su entrega por el Reino, desde el borde del fracaso, confiando en el Dios de la Vida, Jesús ofreció a los suyos su señal de vida: el pan y el vino, su mismo Cuerpo de amor y de entrega por todos. Buena fiesta de Corpus.