Una religión para este mundo
- 25 Junio 2017
- 25 Junio 2017
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Ocurre con demasiada frecuencia que mucha gente no se da cuenta del peligro, que entrañan las religiones, cuando ponen el centro de interés de los creyentes, no en “este mundo”, sino en el “otro mundo”. Porque esa esperanza ilusionada, con los premios y delicias de la “otra vida”, puede ser el argumento justificante que motiva al terrorista, para quitarle “esta vida” a la víctima que él necesita matar para irse derecho al paraíso, que los funcionarios de la religión le han prometido.
La relación entre religión y muerte es tan antigua como la existencia del ser humano en este mundo. Los más documentados estudiosos de la historia de la humanidad han demostrado sobradamente que el “homo sapiens” (el “ser humano”) ha sido siempre, desde sus orígenes más remotos, “homo necans” (el “ser que mata”). No necesariamente por maldad, sino por necesidad. Toda vida vive a costa de otras vidas (W. Burkert; G. Theissen…). Lo que no podemos saber es cómo, cuándo, ni por qué esta necesidad de subsistencia adquirió un valor religioso. Y así se convirtió en “sacrificio”.
¿Es esto un disparate o una falta de respeto a la religión y lo que la religión representa? Quien busque esta escapatoria, debería tener siempre presente que la misma base del cristianismo es un asesinato, la muerte inocente del hijo de Dios. Pero no es esto lo más importante, ni lo más original, que ofrece el cristianismo. Lo central y determinante, que los cristianos encontramos en el Evangelio, quedó formulado con singular profundidad en una de las cartas que Dietrich Bonhoeffer escribió a un amigo (abril de 1944), desde la cárcel de Tegel, poco antes de ser asesinado por los nazis: “La fe en la resurrección no es la “solución” al problema de la muerte. El “más allá” de Dios no es el más allá de nuestra capacidad de conocimiento. La trascendencia desde el punto de vista de la teoría del conocimiento no tiene nada que ver con la trascendencia de Dios. Dios está más allá, en el centro de nuestra vida. La Iglesia no se halla allí donde fracasa la capacidad humana, en los límites, sino en medio de la aldea”.
Dicho de forma más sencilla y directa. Tenemos demasiada religiosidad para el otro mundo, si la comparamos con la anticuada y debilitada religiosidad con la que pretendemos afrontar el demasiado sufrimiento que los más desamparados tienen que soportar en este mundo. Esto tiene que cambiar. O ponemos a Dios en el centro de nuestra vida y de nuestra convivencia; o todo lo de Dios, la muerte, la esperanza y la vida eterna, terminará siendo mera palabrería sin contenido. Y entonces, cuando nos quedemos con meras palabras y esperanzas sin contenido, entonces quedaremos en manos de los canallas, posiblemente los más insospechados.
Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene al tomar las decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.
Otras veces nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos atemoriza la posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.
Con frecuencia vivimos preocupados solo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos ser clasificados. Otras veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. Quizá no confiamos en nadie. Nos da miedo enfrentarnos al mañana.
Siempre ha sido tentador para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que nos libere de nuestros miedos, incertidumbres y temores. Pero sería un error ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.
La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad el reino de Dios y su justicia.
La fe no crea hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. No encierra a los creyentes en sí mismos, sino que los abre más a la vida problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad, sino que los anima para el compromiso.
Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: «No tengáis miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.
12 Tiempo ordinario - A
(Mateo 10,26-33)
25 de junio 2017
Evangelio según San Mateo 10,26-33.
No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.
Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos.
No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres."
San Gregorio Palamas (1296-1359), monje, obispo y teólogo Sermón para el domingo de Todos los Santos; PG 151, 322-323
“No hay nada oculto que no haya de manifestarse, ni nada secreto que no haya de saberse.”
Dios, desde las alturas, ofrece a todos los hombres la riqueza de su gracia. El mismo es la fuente de salvación y de luz desde donde se derrama eternamente la misericordia y la bondad. Pero no todos los hombres se aprovechan de su gracia y de su energía para el ejercicio perfecto de la virtud y de la realización de sus maravillas. Sólo se aprovechan aquellos que ponen por obra sus decisiones y dan prueba con sus obras de su amor a Dios, aquellos que han abandonado toda maldad, que se adhieren firmemente a los mandamientos de Dios y tienen su mirada fija en Cristo, sol de justicia. (Ml 3,20)
Desde el cielo, Cristo ofrece a los que combaten, el auxilio de su brazo y los exhorta por estas palabras del evangelio: “Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial.” (Mt 10,32) Como servidores de Dios, cada uno de los santos se declara a favor de Cristo en esta vida pasajera y delante de los hombres mortales. Lo hace durante un pequeño espacio de tiempo y en presencia de un pequeño grupo de hombres. En cambio, Nuestro Señor Jesucristo...se declarará a favor nuestro en el mundo de la eternidad, delante de Dios Padre, acompañado por los ángeles y arcángeles y todas las potestades celestiales, en presencia de todos los hombres, desde Adán hasta el fin del mundo. Porque todos resucitarán y estarán de pie delante del tribunal de Cristo. Entonces, en presencia de todos y a la vista de todos, dará a conocer, glorificará y coronará a aquellos que han guardado la fe en él hasta el final.
Francisco, en el Angelus de hoy
El Papa deplora una vez más la persecución de cristianos
Francisco, en el ángelus: "Dios, nuestro Padre, no abandona a sus hijos en la hora de la tormenta"
"Jesús no nos ha dejado solos porque somos preciosos para él"
Cameron Doody, 25 de junio de 2017 a las 12:33
Oremos por nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos y alabemos a Dios porque, a pesar de ello, siguen testimoniando con valentía y fidelidad su fe
(Cameron Doody).- "¡No tengan miedo!". El Papa Francisco ha hecho hincapié en el ángelus de este mediodía en esta frase del Evangelio de hoy, en la promesa de Jesucristo de que "Dios, nuestro Padre, no abandona a sus hijos en la hora de la tormenta". Una esperanza que no garantiza, ha dicho el pontífice, el éxito en cada momento de la vida cristiana, pero que sí da al cristiano la fuerza suficiente como para afrontar las pruebas y persecuciones.
Algunas frases de la catequesis del Papa:
En el Evangelio de hoy, el Señor Jesús, después de llamarlos envía de misión a sus discípulos, dándoles instrucciones y preparándolos para afrontar las pruebas y persecuciones que tendrán que afrontar
Ir en una misión no es hacer turismo
El envío de Jesús a los discípulos a una misión no garantiza el éxito, así como no garantiza contra los fracasos y el sufrimiento
Deben tener en cuenta tanto la posibilidad de rechazo como la de persecución
El discípulo está llamado a conformar su vida a Cristo, que fue perseguido por los hombres, que ha experimentado rechazo, abandono y la muerte en la cruz
No hay una misión cristiana en la tranquilidad. Las dificultades y tribulaciones son parte de la obra de evangelización
Debemos entender estas dificultades como una oportunidad para ser aún más misioneros y crecer en la confianza en Dios, nuestro Padre, que no abandona a sus hijos en la hora de la tormenta
Por lo tanto, tres veces en el Evangelio de hoy Jesús asegura a los discípulos y les dice: "No tengan miedo"
Incluso hoy en día, hermanos y hermanas, la persecución contra los cristianos está presente
Oremos por nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos y alabemos a Dios porque, a pesar de ello, siguen testimoniando con valentía y fidelidad su fe
Su ejemplo nos ayuda a no dudar en tomar una posición a favor de Cristo, dando testimonio con valentía en situaciones cotidianas
Una forma de prueba también puede ser la ausencia de hostilidad y tribulaciones
Así como "ovejas en medio de lobos", el Señor, incluso en nuestro tiempo, nos envía como centinelas entre las personas que no quieren salir del estupor mundano
El Señor nos sigue diciendo, como dijo a los discípulos: "¡No tengan miedo!"
No teman a los que se burlan de ustedes y les maltratan, y no tengan miedo a los que ignoran el Evangelio, o delante honran, pero "detrás" luchan contra él
Jesús no nos ha dejado solos porque somos preciosos para él
Algunas frases de su saludo después de la catequesis:
Expreso mi cercanía con el pueblo chino de Xinmo golpeado ayer por la mañana por un deslizamiento de tierra provocado por las fuertes lluvias. Rezo por los muertos y los heridos y los que han perdido sus hogares
Hoy, en Vilnius, se beatifica al obispo Teofilo Matulionis, asesinado por odio de la fe en 1962, cuando tenía ya casi 90 años. Damos gracias a Dios por el testimonio de este defensor de la Iglesia
Mi saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos
En particular, saludo al arzobispo, a los obispos, sacerdotes y fieles de la Iglesia católica griega ucraniana, así como los peregrinos de Bielorrusia, que recuerdan el 150 aniversario de la canonización de San Josafat
Saludo a los fieles de Polonia
Saludo a los fieles de Santiago de Chile, Rancagua y Copiapó, así como a los de Montpellier y Córcega
Les deseo a todos un buen domingo, y por favor no se olviden de rezar por mí. ¡Buena comida y adiós!
No tengan miedo! XII Domingo Ordinario
Reflexión del evangelio de la misa del Domingo de 25 de junio 2017
El miedo paraliza, el miedo provoca equivocaciones, el miedo nos ata. La invitación recuerda pasajes como el de Jeremías que tenía que proclamar un mensaje molesto para los demás y peligroso para él.
Lecturas:
Jeremías 20, 10-13: “El Señor ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados”
Salmo 68: “Escúchame, Señor, porque eres bueno”
Romanos 5, 12-15: “El don de Dios supera con mucho el delito”
San Mateo 10, 26-33: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo”
¿Quién será más testarudo? Todos le dicen que está jugando con fuego, pero él asegura que antes muerto que rendirse. Me explico: tiene un pequeño negocio a la salida de la ciudad. Hasta hace algunos años, le iba bastante bien y hasta para darse “algunos gustos de más”, le alcanzaba. Así fue forjando el futuro de sus hijos, les dio estudios, y alguno ha puesto también ya su negocito… pero de hace algunos años a la fecha, ha sufrido asaltos, extorsiones, cobros de piso… y hasta graves amenazas de muerte. Todos le dicen que se dedique a otra cosa, que busque otro lugar… pero él insiste que hacerlo sería rendirse. “Prefiero morir en la raya, antes que arrodillarme ante el miedo”.
Aunque quisiéramos disimular la realidad, el temor y la inseguridad, como lo demuestran muchas encuestas, son el pan de cada día y una de las mayores preocupaciones de nuestro tiempo. No podemos abandonar la casa, no podemos caminar con seguridad, no podemos ni siquiera confiar en los más cercanos. De todos se duda, la desconfianza ha ganado un espacio en nuestro corazón. Por eso me llama mucho la atención la insistencia del Evangelio de este día: “No tengan miedo” Y se lo dice a sus apóstoles que realmente corrían graves peligros. El pasaje evangélico que hoy leemos forma parte de las instrucciones que Jesús da a sus discípulos cuando los envía a la misión, como ya lo veíamos hace ocho días. Los exhorta a no dejarse vencer por el desánimo, el temor o las críticas de los hombres. Incluso se percibe como una advertencia a no temer a los grupos armados y a las fuerzas que de una y otra parte surgían: Roma para mantener subyugados a los pueblos tributarios y las innumerables rebeliones que buscaban atacar y dañar a Roma. Y, en medio de los conflictos, los mensajeros del Evangelio. ¿Cómo no tener miedo?
El miedo paraliza, el miedo provoca equivocaciones, el miedo nos ata. La invitación a no tener miedo se repite varias veces y recuerda pasajes como el de Jeremías que tenía que proclamar un mensaje molesto para los demás y peligroso para él. Pero en la primera lectura, el profeta aparece confiado en las manos de Dios. Las enseñanzas de Jesús se dirigen a sus discípulos y pretenden infundir fortaleza y valor ante el rechazo o la persecución. Cada vez que se invita a no temer, se mencionan los motivos por los cuales los testigos del Evangelio no deben temer miedo.
Así, a cada una de las expresiones: “No tengan miedo”, se suma una nueva razón. En primer lugar el Evangelio posee una fuerza imparable y el mensaje que Jesús ha encargado terminará por hacerse público. En segundo lugar, sitúa a los discípulos ante el juicio final para hacerles comprender que el juicio de los hombres no es definitivo, sino el de Dios. No dependen de la estima que tengan los hombres por ellos, sino de su real fidelidad al amor y a la Palabra de Dios. Por último se establece la mayor seguridad: estamos en manos Dios, padre providente, cuya solicitud llega a vencer extremos insospechados. El Evangelio, la verdad y el amor de Dios-Padre, son las razones que Jesús ofrece para seguridad de sus discípulos.
Nada más peligroso que la incertidumbre y el temor. Pero, ¿nosotros en qué basamos nuestra seguridad? Construimos fortalezas, ponemos nuevas cerraduras, doble candado y alarma; y terminamos prisioneros de nosotros mismos y con el enemigo dentro de nuestros hogares. Crece entre nosotros el miedo social, la sospecha de todo, la inseguridad y la necesidad de defenderse y buscar cada uno la salida a su propia vida. Pero muchas veces descuidamos lo esencial. Llevamos a nuestros hogares la envidia y el orgullo, la valoración superficial de la persona, se utiliza la mentira, se engaña y se prostituye… Tememos a los que matan el cuerpo, pero llevamos con nosotros a los que matan el alma. El miedo hace imposible la construcción de una sociedad más humana, el miedo destruye la libertad, el miedo ata y empobrece.
Cristo no está exento de peligros y es muy consciente de los que afrontarán sus discípulos, pero también confirma la fuerza y la seguridad de la Buena Nueva que se anuncia, de la verdad que se proclama y del amor en que confiamos. Me cuestiona sobre todo por lo que hacemos todos los días y en especial en el nivel educativo. No estamos educando en los verdaderos valores, en el servicio y en amor. Desde la infancia se adquieren miedos y complejos, ansias y anhelos que no son los que propone Cristo. Queremos salvar el árbol fumigando solamente las ramas pero no vamos a la raíz, donde encuentra su sostén. Cuando un corazón está vacío ¿cómo podremos convencerlo que luche por grandes ideales? Cuando se ha aprendido a depender en todo momento de las cosas materiales ¿cómo pedir que se entusiasmen por el proyecto de Jesús que nos pide amar a todos? Cuando lo que importa es el que dirían ¿cómo construir un corazón sincero y recto? La fama, el dinero, el placer son los criterios que van aprendiendo los niños en casa. Y después se sienten desprotegidos pues no hay dinero suficiente que forje un verdadero hombre o una verdadera mujer, si no se han sembrado los valores en su corazón
Platiquemos con Jesús cuáles son nuestros miedos, cuáles son nuestras seguridades, si estamos dando más importancia a los que matan el cuerpo o a los que matan el alma, si hemos entrado en la espiral de la violencia. ¿Qué pensamos cuando Cristo nos dice que no tengamos miedo y nos ofrece como seguridad los brazos amorosos de un Padre providente?
Padre misericordioso, que nunca dejas de tu mano a quienes has hecho arraigar en tu amistad, concédenos vivir siempre movidos por tu amor; ayúdanos a descubrir cuáles son los verdaderos peligros que están destruyendo nuestras familias, nuestra sociedad y nuestra Iglesia; y danos la fortaleza y sabiduría necesarias para afrontarlos. Amén.
San Guillermo de Vercelli – 25 de junio
«Abad. Fundador de monasterios. Unificador de Sicilia, Calabria y Abulia, muy estimado por el rey normando Rogelio II de Nápoles. Un gran penitente que recibió la gracia de atraer a multitudes; realizó numerosos prodigios»
(ZENIT – Madrid).- Nació en Vercelli, Italia, en 1085. Procedía de una familia piamontesa de noble ascendencia. No pudo gozar de sus padres porque le dejaron huérfano tempranamente; entonces se hicieron cargo de él unos familiares. La vida austera con su sacrificio le llamaba invitándole a emprender esa vía cuánto antes. Tanto le urgía que, siendo un adolescente, con un rasgo de madurez inusual a esa edad, renunció a la herencia que le correspondía y se dispuso a peregrinar a Compostela; como tantos romeros quería postrarse ante la tumba del apóstol Santiago. Llegar a España en esa época era toda una hazaña, como él constató. Sin embargo, debieron parecerle una minucia las dificultades ya que, a las inclemencias meteorológicas y penalidades del camino, añadió un instrumento de penitencia que ciñó a su cuello para mortificarse: dos aros de hierro forjados por un hábil herrero con un resorte que le permitía desprenderse de ellos cuando lo deseaba. Más de un lustro tardó en llegar a su destino. Un periodo que le permitió profundizar en el amor de Dios manteniendo su presencia constante en su mente, y compartir las delicias de la unión con Él con las numerosas personas que halló al paso. Progresaba en su vida ascética y con ella iba incrementándose su devoción y piedad, una simbiosis coronada por la oración que tenía su expresión en el más completo abandono. Los pies desnudos, pan y agua por todo alimento, o, como mucho, alguna verdura aliñada exclusivamente con vinagre, y el mínimo descanso efectuado al aire libre; esto era todo lo que se permitía. Y fue fortaleciéndose, viendo cómo se acrecentaba vertiginosamente el anhelo de darse a sí mismo por amor a Dios. Tras un periodo de tiempo impreciso de permanencia en España, regresó a Italia. Entonces se propuso emprender nueva peregrinación para llegar a Tierra Santa. De camino recorrió diversos lugares de Italia. Solía detenerse en los templos de las ciudades compartiendo la devoción de los habitantes por los santos venerados en ellos. En Taranto sufrió un grave percance; fue atacado por unos ladrones. El hecho, que juzgó providencial, le hizo comprender que tal vez su destino era otro. Mientras se reponía del asalto tuvo ocasión de dilucidarlo. Acudió a san Juan de Matera, que había fundado en Taranto una congregación regida por la regla benedictina, y le hizo partícipe de su inquietud. Juan convino con él en la pertinencia de ese episodio que parecía esconder un signo de la voluntad divina. En unos días Guillermo determinó renunciar al viaje y permanecer en Italia. La decisión fue corroborada con una visión en la que se le hizo ver que sería artífice de una nueva congregación dedicada a la Virgen. Despejada toda duda, buscó el lugar más conveniente para dedicarse a la meditación adoptando el espíritu del yermo.
Después de haber convivido junto a san Juan de Matera, cruzó Basilicata y llegó a Irpinia. Atrás dejaba una bien ganada fama que le persiguió por algún que otro prodigio realizado en Monteserico y en el Sasso Barisano, cerca de Matera. Huía de aclamaciones populares; sería uno de los signos que iban a acompañarle. Donde llegaba, con su virtud atraía a las multitudes. Eso le sucedió en el monte Partenio, aunque lo eligió buscando la soledad, refugiándose en una de sus cimas a efecto de recluirse en oración y penitencia. Los años de permanencia en el lugar no le permitieron lograr plenamente su propósito. Era una época floreciente para la vida eremítica, y no tardaron en unirse a él nuevos aspirantes que integraron la primera comunidad. A ésta se debe la construcción de la iglesia dedicada a la Virgen, cuyas obras culminaron en 1124; a partir de entonces, el monte comenzó a denominase Montevergine.
Este hombre austero, célebre también por su forma de comparecer en público –chocante para una mayoría– aherrojado con cadenas y grilletes como un presidiario, tenía como modelo a Cristo Redentor; pensaba en los atroces suplicios que padeció por el género humano. Como no le asustaban las penitencias del grado que fueran, la regla que dio a sus discípulos para que la siguieran en su día a día, impregnada por este sentimiento, y fundamentada en la de san Benito, no contentó a todos.
Y eso que había proporcionado a los suyos pautas claras, sencillas, inspiradas en el evangelio, como las siguientes: «Soy del parecer, hermanos, que trabajando con nuestras manos nos ganemos la comida y el vestido para nosotros y para los pobres. Pero ello no debe ocupar todo el día, ya que debemos encontrar tiempo suficiente para dedicarlo al cuidado de la oración con la que granjeamos nuestra salvación y la de nuestros hermanos». Guillermo perseguía el sosiego requerido para dialogar con Dios. Cuatro años más tarde abandonó Partenio y se dirigió a Goleto. Allí creó un monasterio para mujeres, atendidas espiritualmente por varones. Fue otra estación de paso. A partir de ahí, emprendió una constante peregrinación por Irpinia, Sannio, Lucania, Apulia, donde, junto a Juan de Matera, fundó Monte Laceno, y Sicilia. En todos los lugares quedaba marcada la huella de sus muchas virtudes. Los monasterios que erigía tenían la misma regla. Una vez que estaban en marcha los dejaba bajo custodia de un prior, y se encaminaba a realizar nueva fundación; ese fue siempre su criterio.
El rey normando Rogelio II de Nápoles, que logró unificar Sicilia, Calabria y Apulia, le tuvo en gran estima; lo nombró consejero. En todo momento gozó de su protección y generosa ayuda para sus fundaciones, y Guillermo se hizo cargo de otras que el monarca puso bajo su amparo. Murió con fama de santidad en Goleto el 25 de junio de 1142. Su culto fue aprobado por la Santa Sede en 1728 y lo difundió a la Iglesia en 1785. En 1807 sus restos fueron trasladados a Montevergine. Pío XII lo declaró patrono de Irpinia en 1942.