La mano del Señor estaba con él

Evangelio según San Lucas 1,57-66.80.

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.

Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.

A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".

Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".

Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.

Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.

Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.

Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.

Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.

El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

"Y convertirá a muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante de él..., para prepararle al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1,16-17)

Liturgia bizantina

Lucernario de las vísperas de la fiesta de San Juan Bautista

En este día nace el gran Precursor,
nacido del seno estéril de Isabel.
Es el más grande entre los profetas;
Nadie más surgió como él,
porque es la lámpara que precede a la claridad suprema
y la voz que precede Verbo.
Conduce a Cristo la Iglesia, su novia,
y prepara para el Señor un pueblo escogido,
purificándolo por el agua con vistas al Espíritu.

De Zacarías nace esta joven planta,
el más bello entre los hijos del desierto,
el heraldo del arrepentimiento,
el que purifica por el agua a los que se extraviaban,
el precursor del anuncio de la ressurección
de entre los muertos,
y que intercede por nuestras almas.
Desde el seno de tu madre, bienaventurado Juan,
fuiste el profeta y el precursor de Cristo:
te estremeciste de alegría
viendo a la Reina acercarse a la sierva
teniendo ante ti al que el Padre engendra sin madre desde toda eternidad,
tú que naciste de una mujer estéril y anciana,
según la promesa del Señor.
Ruégale que tenga misericordia de nuestras almas.

 (Referencias bíblicas: Mt 11,11; Jn 5,35; Mt 3,3; Jn 3,29; Lc 1,17; 3,16; Mc 6,28; Lc 1,40; 1,13)

Santa María de Guadalupe

Santa María de Guadalupe, virgen

En la ciudad de Guadalajara, en México, santa María de Guadalupe (Anastasia) García Zavala, virgen, que participó activamente en la fundación de la Congregación de Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres, y se distinguió por sus obras de caridad en favor de los menesterosos y de los enfermos.

María Guadalupe García Zavala, Fundadora de la Congregación religiosa de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres, nació en Zapopan, Jalisco, México, el 27 de abril de 1878. Fueron sus padres el Sr. Fortino García y la Sra. Refugio Zavala de García. Don Fortino era comerciante, tenía una tienda de objetos religiosos frente a la Basílica de Nuestra Señora de Zapopan, por lo tanto la pequeña Lupita visitaba la iglesia con mucha frecuencia y desde pequeña mostró gran amor a los pobres y a las obras de caridad.

Lupita tuvo un noviazgo con el señor Gustavo Arreola, y ya prometida en matrimonio, a la edad de 23 años sintió la llamada del Jesús para consagrarse a la vida religiosa, sobre todo en la atención a los enfermos y a los pobres. Le contó esta inquietud a su director espiritual, el padre Cipriano Iñiguez, quien le dijo que a su vez él había tenido la inspiración de fundar una congregación religiosa para atender a los enfermos del hospital y la invitaba a comenzar esta labor, y fue así que entre los dos fundaron la congregación religiosa de «Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres».

La madre Lupita ejerció el oficio de enfermera, arrodillándose en el piso para atender a los primeros enfermos en el hospital, que por cierto al inicio carecía de muchas cosas, sin embargo siempre reinó la ternura y compasión, procurando sobre todo para los enfermos un buen cuidado en la vida espiritual. Fue elegida Superiora General de la Congregación, cargo que tuvo durante toda su vida, y aunque provenía de una familia de un buen nivel económico, ella se adaptó con alegría a una vida extremadamente sobria y enseñó a las hermanas de la congregación a amar la pobreza para poder donarse más a los enfermos. Hubo un período de graves dificultades económicas en el Hospital y la madre Lupita pidió el permiso a su director espiritual de poder mendigar por las calles, y obtenida la autorización, lo hizo junto con otras hermanas por varios años hasta que se solucionaron los problemas para sustentar a los enfermos.

El cuadro político-religioso en México fue grave desde 1911, con la caída del presidente Porfirio Díaz, hasta prácticamente 1936, porque la Iglesia fue perseguida por los revolucionarios Venustiano Carranza, Alvaro Obregón, Pancho Villa y sobre todo Plutarco Elías Calles en el período más sangriento, de 1926 a 1929.

En este tiempo de persecución en México contra la Iglesia católica, la Madre Lupita, arriesgando su vida y la de sus mismas compañeras, escondió en el hospital a algunos sacerdotes y también al mismo Arzobispo de Guadalajara, Su Excelencia D. Francisco Orozco y Jiménez. Por otra parta a los mismos soldados persecutores les daban alimento y los curaban de sus heridas; eso consiguió que los soldados que estaban encuartelados cerca del hospital no sólo no molestaran a las hermanas sino que hasta las defendieran, lo mismo que a los enfermos.

Durante el período en que vivió la Madre Lupita se abrieron 11 fundaciones en la República Mexicana, y después de su muerte la congregación siguió creciendo. El 13 de octubre de 1961 se festejaron los 60 años de vida religiosa de la amada fundadora, sin embargo ella, que tenía 83 años de edad, padecía de una penosa enfermedad que después de dos años la llevó a la muerte. Se durmió en el Señor el 24 de junio de 1963 en Guadalajara, Jalisco, México, a la edad de 85 años, gozando desde entonces de una sólida fama de santidad. Fue beatificada por SS Juan Pablo II en 2004 y canonizada por SS Francisco en 2013.

Solemindad de la Natividad de san Juan Bautista

Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, Precursor del Señor, que, estando aún en el seno materno, al quedar lleno del Espíritu Santo exultó de gozo por la próxima llegada de la salvación del género humano. Su nacimiento profetizó la Natividad de Cristo el Señor, y su existencia brilló con tal esplendor de gracia, que el mismo Jesucristo dijo no haber entre los nacidos de mujer nadie tan grande como Juan el Bautista.

San Agustín hace la observación de que la Iglesia celebra la fiesta de los santos en el día de su muerte que, en realidad, es el día del nacimiento, del gran nacimiento a la vida eterna; pero que, en el caso de san Juan Bautista le conmemora el día de su nacimiento, porque fue santificado en el vientre de su madre y anunció a Cristo ya antes de nacer (Sermón 292,1).

Efectivamente, es digno de celebrarse el nacimiento de Juan Bautista, y así nos lo enseña el propio Evangelio, que tan reacio es a contar anécdotas o hechos meramente circunstanciales, y sin embargo dedica en San Lucas un largo capítulo, el primero de su obra, al nacimiento milagroso del Precursor. Es que la llegada de Juan no es un acontecimiento menor ni circunstancial en la vida de Jesús ni en el anuncio del Evangelio.

En cuanto a los hechos relacionados con el nacimiento, no es posible ir más allá de lo que narra Lucas 1; ninguna biografía ni indagación histórica podría explicar de otra manera lo que con sencillez, pero con solemne rotundidad se afirma en ese capítulo: «El ángel dijo: "No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto."»

Ante hechos como estos no tiene demasiado sentido preguntarse, «¿pero habrá sido exactamente así, o tal vez de otra manera?» Sea cual sea la «manera» (y no hay duda que un evangelio, como escrito que es, acomoda literariamente los hechos a un plan narrativo, a un estilo, y a un interés de la narración), el hecho permanece: en el plan salvador de Dios era completamente necesario el Precursor. Dios mismo proveyó de ese Precursor a los hombres, y lo proveyó de manera milagrosa.

Pero sí cabe que nos preguntemos ¿por qué era necesario un precursor? ¿en que consiste ese «plan salvador» que hacía necesario un precursor? El Precursor era necesario porque en los hechos de la historia de la salvación nada de lo que afectará al hombre ocurre sin la ayuda del hombre, ¡ni siquiera Dios podía salvar al hombre sin hacerse primero hombre! Pero no sólo eso, no bastaba que Dios se hiciera hombre, sino que es necesario de toda necesidad que, para que esa salvación sea auténticamente divina, venga anunciada por una palabra completamente humana, una palabra que no se dude que viene de un hombre.

Así es la Ley que rige el encuentro de Dios con el hombre, la Ley promulgada por el propio Dios al revelarse en una «literatura sagrada», en una palabra de hombres que es a la vez Palabra de Dios. Ampliando el principio que ya enunciaba san Agustín deberemos decir que Dios, que creó al hombre sin el concurso de hombres, no hizo nada más sin el concurso de nosotros los hombres, ni siquiera nacer humanamente para salvarnos. Todo, absolutamente todo lo que Dios vino a decirnos a los hombres, y a obrar entre nosotros y en nuestro favor, necesita ser humanado, hecho verdaderamente de hombres y entre los hombres, para ser verdaderamente de Dios.

Por eso la esperanza de Israel había ido entresacando de las profecías antiguas una «loca idea», que llegó a hacerse incluso explícita con el profeta Malaquías: aquel mismo profeta Elías que había sido tan misteriosamente arrebatado al cielo en un carro de fuego (2Re 2,11), aquel «Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo!» -como lo llama su discípulo Eliseo- volvería antes del fin para anunciar el juicio del mundo y la restauración final de Israel. «He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible.» (Malaquías 3,23)

Aunque había muchas voces apocalípticas en época de Jesús, muchos que anunciaban el fin de una era, el juicio de Dios, e incluso predicaban la necesidad de realizar gestos de penitencia, como el lavado simbólico que ofrece Juan, en ninguno de ellos vio la fe apostólica la mano de Dios sino en Juan. Hubiera sido práctico y «consensual» para la fe cristiana hacer un «pool» de anuncios de salvación y declarar «¿véis como todos estos lo anuncian? tantos lo dicen, tan cierto debe ser» Sin embargo la fe apostólica no hizo esa tan conveniente encuesta, no le importó si era uno o muchos los que anunciaban la llegada del Cristo, le importó que lo anunciado fuera verdad, y por eso la fe apostólica conservó como un tesoro esa frase de Jesús: «Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan» (Lc 7,28); aunque en seguida agrega «sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él», porque en toda su grandeza, Juan sigue perteneciendo al mundo del Antiguo Testamento, a la promesa, no al cumplimiento, al signo, no al significado. Y con esos rasgos nos es presentado, con los rasgos del signo del Antiguo Testamento: se alimenta a langostas y miel silvestre, vive en el desierto, se viste de pieles de animales salvajes, reuniendo en sí las figuras de Sansón, Elías, y como el Arca de Dios que, antes de habitar en su verdadero templo, vive «envuelta en pieles» (2Samuel 7,2)

Sobre la fecha de la celebración

Es evidente que la tradición quiso relacionar cronológicamente la celebración del nacimiento del Precursor con el nacimiento histórico de Jesús, y así que la Virgen permaneció junto a Isabel tres meses, hasta que naciera el Bautista, luego de recibir su propio anuncio del Ángel, y puesta la celebración de la Navidad convencionalmente el 25 de diciembre, adquirieron su definido lugar el 25 de marzo la Anunciación, y debería haber sido el 25 de junio el del nacimiento del Bautista. Sin embargo, desde el principio tuvo su día el 24 de junio. Al respecto observa el Butler:

El Nacimiento de san Juan Bautista fue una de las primeras fiestas religiosas que encontraron un lugar definido en el calendario de la Iglesia; el lugar que ocupa hasta hoy: el 24 de junio. La primera edición del Hieronymianum lo localiza en esta fecha y subraya que la fiesta conmemora el nacimiento «terrenal» del Precursor. El mismo día está indicado en el Calendario Cartaginés, pero en tiempos anteriores ya hablaba del asunto san Agustín en los sermones que pronunciaba durante esta festividad. San Agustín hacía ver que la conmemoración está suficientemente señalada, en la época del año, por las palabras del Bautista, registradas en el cuarto Evangelio: «Es necesario que Él crezca y que yo disminuya». El santo doctor descubre la propiedad de esa frase al indicar que, tras el nacimiento de san Juan, los días comienzan a ser más cortos, mientras que, después del nacimiento de Nuestro Señor, los días pasan a ser más largos [claro que esta observación sólo vale en el hemisferio norte]. Probablemente Duchesne tenga razón cuando afirma que la relación de esta fiesta con el 24 de junio se originó en el Occidente y no en el Oriente. «Es necesario hacer notar, expresa Duchesne, que la festividad se fijó el 24 y no el 25 de junio, por lo que podríamos preguntarnos por qué razón no se adoptó la segunda fecha que hubiese dado exactamente, el intervalo de seis meses entre la edad del Bautista y la de Cristo. La razón es, dice luego, que se hicieron los cálculos de acuerdo con el calendario romano, donde el 24 de junio es el "octavo kalendas Julii", así como el 25 de diciembre es el "octavo kalendas Januarii". Por regla general, en Antioquía y en todo el Oriente, los días del mes se numeraban en sucesión continua, desde el primero, tal como nosotros lo hacemos y, el 25 de junio habría correspondido al 25 de diciembre, sin tener en cuenta que junio tiene treinta días y diciembre treinta y uno. Pero de la misma manera que la fecha romana de Navidad fue adoptada en Antioquía (muy posiblemente en razón de la amistad de san Juan Crisóstomo con san Jerónimo), durante los últimos veinticinco años del siglo cuarto, se adoptó también la fecha para conmemorar el nacimiento del Bautista en Antioquía, Constantinopla y todas las otras grandes iglesias del oriente, en el mismo día en que se conmemoraba en Roma.

Los sermones de san Agustín nn 287 y siguientes. Toda la información «histórica» sobre el personaje está contenida en Lucas, su significación doctrinaria, en cambio, repartida entre los cuatro evangelios, siempre con la impronta de la referencia a Elías.  Raymond Brown, «El nacimiento del Mesías». Cualquier introducción actual al Evangelio de Juan (incluida la del propio Brown) trata la cuestión del grupo de los discípulos del Bautista y cómo incidieron en la constitución de los primeros seguidores de Jesús. Al igual que la bibliografía, la iconografía cristiana sobre el Bautista es inmensa; he seleccionado tres vidrieras de distintas épocas tomadas de la extensísima Galería de Lawrence OP

Juan Bautista un gran hombre

Juan bautiza a quienes le hacen caso y quieren cambiar. Hoy te invita a que cambies tu.

La madre, Isabel, había escuchado no hace mucho la encantadora oración que salió espontáneamente de la boca de su prima María y que traía resonancias, como un eco lejano, del antiguo Israel. Zacarías, el padre de la criatura, permanece mudo, aunque por señas quiere hacerse entender.

Las concisas palabras del Evangelio, porque es así de escueta la narración del nacimiento después del milagroso hecho de su concepción en la mayor de las desesperanzas de sus padres, encubren la realidad que está más llena de colorido en la pequeña aldea de Zacarías e Isabel; con lógica humana y social comunes se tienen los acontecimientos de una familia como propios de todas; en la pequeña población las penas y las alegrías son de todos, los miedos y los triunfos se comparten por igual, tanto como los temores. Este nacimiento era esperado con angustiosa curiosidad. ¡Tantos años de espera! Y ahora en la ancianidad... El acontecimiento inusitado cambia la rutina gris de la gente. Por eso aquel día la noticia voló de boca en boca entre los paisanos, pasa de los corros a los tajos y hasta al campo se atrevieron a mandar recados ¡Ya ha nacido el niño y nació bien! ¡Madre e hijo se encuentran estupendamente, el acontecimiento ha sido todo un éxito!

Y a la casa llegan las felicitaciones y los parabienes. Primero, los vecinos que no se apartaron ni un minuto del portal; luego llegan otros y otros más. Por un rato, el tin-tin del herrero ha dejado de sonar. En la fuente, Betsabé rompió un cántaro, cuando resbaló emocionada por lo que contaban las comadres. Parece que hasta los perros ladran con más fuerza y los asnos rebuznan con más gracia. Todo es alegría en la pequeña aldea.

Llegó el día octavo para la circuncisión y se le debe poner el nombre por el que se le nombrará para toda la vida. Un imparcial observador descubre desde fuera que ha habido discusiones entre los parientes que han llegado desde otros pueblos para la ceremonia; tuvieron un forcejeo por la cuestión del nombre -el clan manda mucho- y parece que prevalece la elección del nombre de Zacarías que es el que lleva el padre. Pero el anciano Zacarías está inquieto y se diría que parece protestar. Cuando llega el momento decisivo, lo escribe con el punzón en una tablilla y decide que se llame Juan. No se sabe muy bien lo que ha pasado, pero lo cierto es que todo cambió. Ahora Zacarías habla, ha recuperado la facultad de expresarse del modo más natural y anda por ahí bendiciendo al Dios de Israel, a boca llena, porque se ha dignado visitar y redimir a su pueblo.

Ya no se habla más del niño hasta que llega la próxima manifestación del Reino en la que interviene. Unos dicen que tuvo que ser escondido en el desierto para librarlo de una matanza que Herodes provocó entre los bebés para salvar su reino; otros dijeron que en Qunram se hizo asceta con los esenios. El oscuro espacio intermedio no dice nada seguro hasta que «en el desierto vino la palabra de Dios sobre Juan». Se sabe que, a partir de ahora, comienza a predicar en el Jordán, ejemplarizando y gritando: ¡conversión! Bautiza a quienes le hacen caso y quieren cambiar. Todos dicen que su energía y fuerza es más que la de un profeta; hasta el mismísimo Herodes a quien no le importa demasiado Dios se ha dejado impresionar.

Y eso que él no es la Luz, sino sólo su testigo.

"Quien me reconocerá delante a los hombres, también yo lo reconoceré delante a mi Padre que está en los cielos".

La obra de la redención, el triunfo del Reino Amor sobre el de las tinieblas se realiza en medio de la pobreza y de la persecución. Así llevó a cabo su misión el mismo Cristo, así cumplió su misión también Juan el Bautista. A los ojos del mundo parece un derrotado: prisionero, aborrecido por los poderosos según el mundo, decapitado, sepultado.

Y sin embargo, es precisamente ahora, cuando la semilla que cae en tierra y muere, comienza a dar sus frutos. Esta derrota aparente es tan solo la antesala, el preludio de una victoria definitiva: la de la Resurrección. Entonces le veremos y ésa será nuestra gloria y nuestra corona.

Nuestra vida de cristianos, si es una auténtico seguimiento de Cristo, es una peregrinación "en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios". Sí, llegan los ataques, las calumnias, las persecuciones... pero ellos son sólo una señal de que vivimos el amor, animados por el Espíritu Santo.

Pero, si somos de Dios, si Dios nos ama y somos su pueblo... ¿Qué otra cosa importa? Él nos ama y nos quiere ver semejantes a su Hijo, como una hostia blanca dorándose bajo el sol. Sólo nos toca abandonarnos confiadamente entre sus manos, para que así pueda transformarnos en Cristo.

Confiar en la Providencia

Santo Evangelio según San Lucas 1, 57-66. 80. Solemnidad del Nacimiento de San Juan Bautista.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Me pongo en tu presencia, Señor Jesús. Quiero escuchar aquello que quieres comunicarme en este momento de oración. Abre mi mente a tu voz. Permíteme dejar a un lado todo aquello que no seas Tú.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 1, 57-66. 80

Por aquellos días, le llegó a Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan grande misericordia, se regocijaron con ella.

A los ocho días fueron a circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como su padre; pero la madre se opuso, diciéndoles: "No, su nombre será Juan". Ellos le decían: "Pero si ninguno de tus parientes se llama así".

Entonces le preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamara el niño. Él pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre". Todos se quedaron extrañados. En ese momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir a Dios.

Un sentimiento de temor se apoderó de los vecinos y en toda la región montañosa de Judea se comentaba este suceso. Cuantos se enteraban de ello, se preguntaban impresionados: "¿Qué va a ser de este niño?". Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba con él.

El niño se iba desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo, y vivió en el desierto hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Este pasaje nos presenta algunas escenas que narran el nacimiento de Juan el Bautista, aquél que Dios mandó por delante del Mesías para preparar al pueblo escogido llamándolo a un bautismo de conversión para perdón de los pecados.

Dios eligió a Zacarías y a Isabel para ser los padres del último de los profetas. Se sirvió de su infortunio, su imposibilidad de engendrar vida, para traer una gran bendición al mundo. Eran un matrimonio de vida recta delante a Dios, que aceptaban en todo su voluntad, confiando en su providencia bondadosa. Mantenían la esperanza incluso en el silencio de Dios.

¡Oh Señor!, cuántas veces nos cuesta aceptar tu voluntad, creer en tu providencia. Cuántas veces quizás hemos arruinado un maravilloso plan tuyo porque nos quedamos con lo que vemos y olvidamos que estás actuando. Estamos tan metidos en la vida del mundo y sus afanes, que nos gana la desesperación y recurrimos al camino fácil. Queremos solucionar los problemas como los resuelven los que tienen puestas sus esperanzas en sus propias fuerzas. Nos pasa como a Israel que construyó un becerro de oro porque Moisés tardaba.

Isabel y Zacarías no entendían por qué no podían tener una familia, sin embargo, para ellos lo más importante era vivir en tu amor, confiados ciegamente a tu providencia. Lo que para ellos era el misterio, tu silencio, para Ti era un plan maravilloso. Su fe se convirtió en bendición para el mundo entero.

"La voz del Bautista grita también hoy en los desiertos de la humanidad, que son —¿cuáles son los desiertos de hoy?— las mentes cerradas y los corazones duros, y nos hace preguntarnos si en realidad estamos en el buen camino, viviendo una vida según el Evangelio. Hoy, como entonces, nos advierte con las palabras del profeta Isaías: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". Es una apremiante invitación a abrir el corazón y acoger la salvación que Dios nos ofrece incesantemente, casi con terquedad, porque nos quiere a todos libres de la esclavitud del pecado."

(Homilía de S.S. Francisco, 6 de diciembre de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

A lo largo de mi día aceptaré con amor aquello que no entienda, porque sé que la Providencia de Dios siempre me asiste, y no perderé la esperanza ante su silencio.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Audiencia de Papa a los Resurreccionistas: “Anunciar que Cristo está vivo y es el Señor”

El capítulo general de la orden se realiza del 11 al 25 de junio en Roma

Audiencia a los Redentoriastas (Osservatorio © Romano)

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 24 Jun. 2017).- Los participantes en el XXXII Capítulo General de la Congregación de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo (Resurreccionistas), en curso en Roma del 11 al 25 de junio de 2017 y cuyo tema es “Testigos de la presencia del Señor resucitado: De la comunidad al mundo”, han sido recibidos este sábado por el papa Francisco en el Vaticano.

Así en la Sala del Consistorio, en el Palacio Apostólico, el Pontífice articuló sus palabras en tres puntos:

Primero: “Testigos de la presencia del Señor resucitado” y les propuso como icono a Maria Magdalena, que después de encontrar a Jesús resucitado, lo anuncia a los otros discípulos. Y ser hombres que “saben cómo proclamar, con la audacia que viene del Espíritu, que Cristo está vivo y es el Señor”.

El segundo punto fue “de la comunidad al mundo”, salir a llevar la Buena Nueva de la Resurrección, asumiendo los riesgos y expresarla en la vida fraterna en comunidad. Ser constructores de “comunidades” evangélicas y no meros “consumidores” de ellas

Y tercero: la luz del misterio pascual  devuelve una “esperanza fiable”. Tener el valor de “bajar a nuestros sepulcros  personales y comunitarios”, y ver “cómo Jesús es capaz de resucitarnos  de ellos”.

Publicamos a continuación el discurso que el Santo Padre ha pronunciado en el curso del encuentro:

«Queridos  hermanos,

Os acojo con alegría con ocasión de vuestro capítulo general. Doy las  gracias al Superior General sus palabras; y, a través de vosotros, saludo a todos los hermanos presentes en quince países de cuatro continentes.

Hijos espirituales de  Bogdan Janski, apóstol de los emigrados polacos en Francia durante el siglo XIX, habéis  nacido para dar testimonio de que la resurrección de Cristo es el fundamento de la vida cristiana, para anunciar la necesidad de una resurrección personal y apoyar a la comunidad en su misión al servicio del Reino de Dios. En estrecha relación con el carisma del Instituto,  habéis elegido para este capítulo el tema “Testigos de la presencia del Señor resucitado: de la comunidad al mundo.” Me gustaríar eflexionar sobre  tres expresiones.

  1. Testigos de la presencia del Señor resucitado: Es decir, misioneros, apóstoles del Viviente. Por eso os propongo como icono a Maria Magdalena, la apóstola de los apóstoles, que en la mañana de Pascua, después de encontrar a Jesús resucitado, lo  anuncia a los otros discípulos. Buscaba a Jesús muerto y lo encuentra  vivo. Y esa es la alegre Buena Nueva  que lleva a los demás: Cristo está vivo y tiene el poder para vencer la muerte y darnos la vida eterna.

A partir de aquí se deriva una primera reflexión:  La nostalgia de un pasado que ha podido ser fructífero en vocaciones y obras grandiosas no os debe impedir ver la vida que el Señor hace brotar  a vuestro lado en el momento presente. No seáis hombres nostálgicos, sino hombres que, movidos por la fe en el Dios de la historia y de la vida, anuncian la llegada del alba, incluso en la oscuridad de la noche (Is 21.11 a 12).

Hombres contemplativos que,  con los ojos del corazón fijos en el Señor, saben ver lo que otros no ven, impedidos por las preocupaciones de este mundo; hombres que saben cómo proclamar, con la audacia que viene del Espíritu, que Cristo está vivo y es el Señor.

Una segunda consideración es la siguiente: María Magdalena y las otras van al sepulcro (cf. Lc 24.1 a 8) son mujeres “en salida”: abandonan su “nido” y se ponen en camino, saben arriesgarse. El Espíritu os llama, también a vosotros,  Hermanos de la Resurrección  a ser hombres en camino, un Instituto “en salida” hacia las periferias humanas , allí donde es necesario  llevar la luz del Evangelio.

Les llama a ser buscadores del rostro de Dios allí donde se encuentra:  no en las tumbas – “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (V. 5) -, sino donde El vive: en la comunidad y en la misión.

  1. De la comunidad al mundo. Como los discípulos de Emaús, dejad que os alcance el Resucitado, sea individualmente que como comunidad, especialmente a lo largo de los caminos de la decepción y el abandono (cf. Lc 24,11ss). Y este encuentro os hará correr de nuevo, llenos de alegría y sin demora, a la comunidad, y de ella a todo el mundo para anunciar: “¡Verdaderamente el Señor ha resucitado!” (V. 34).

Los que creen en el Resucitado tienen el coraje de “salir” a llevar la Buena Nueva de la Resurrección, asumiendo los riesgos del testimonio, como hicieron los apóstoles. ¡Cuántos esperan esta alegre noticia! No podemos privarles de ella. Si la resurrección de Cristo es nuestra mayor certeza y el tesoro más preciado,¿ Cómo no podemos correr a anunciarlo  a los demás?

Y una forma concreta de expresarla  es la vida fraterna en comunidad. Se trata de acoger a los hermanos que  Señor nos da: no a los que elegimos nosotros, a los que el Señor nos da.Puesto que Cristo ha resucitado ya no se nos permite, como dice el Apóstol Pablo, mirar a los otros  a la manera humana (cf. 2 Co 5:16). Los vemos y los acogemos como un regalo del Señor. El otro es un regalo que no puede ser manipulado o despreciado; un regalo para recibirlo con respeto, porque en él, sobre todo si es débil y frágil, sale a mi encuentro Cristo.

Os exhorto  a ser constructores de “comunidades” evangélicas y no meros “consumidores” de  ellas;  a asumir  la vida fraterna en la comunidad como la primera forma de evangelización. Las comunidades estén abiertas a la misión y huyan de la referencia a sí mismas,  que lleva a la muerte.  Que los problemas – siempre  los hay – no os ahoguen; cultivad, en cambio,  “la mística del encuentro” y buscad, junto con los hermanos que el Señor os  ha dado e iluminados ” por la relación de amor que recorre las tres Personas Divinas ” el camino y el método para ir adelante (cf. Carta apostólica

A todos los consagrados , 21 de noviembre de 2014, I, 2). En una sociedad que tiende a nivelar y uniformar, donde la injusticia contrapone y divide, en un mundo desgarrado y agresivo,¡ no dejés que falte el testimonio de la vida fraterna en comunidad!

  1. Profetas de la alegría y la esperanza pascual. El Señor resucitado ha derramado sobre sus discípulos dos formas de consuelo: la alegría interior y la luz del misterio pascual. La alegría de reconocer la presencia del Resucitado os introduce en su Persona y en su voluntad: por eso lleva a la misión.

Por otro lado, la luz del misterio pascual  devuelve la esperanza, una “esperanza fiable”, como dijo el Papa Benedicto XVI (Enc. Spe salvi, 2). Resucitados para  resucitar, liberados  para liberar, generados a  nueva vida para generar nueva vida en todos los que encontramos en nuestro camino. Esta es vuestra vocación y la misión de los Hermanos de la Resurrección.

“¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (Lc 24,5). Que en vuestros corazones resuene constantemente  esta palabra. Os  ayudará a salir de los momentos de tristeza y os abrirá a horizontes de alegría y esperanza.

Hará revertir las piedras de los sepulcros  y os dará las fuerzas para anunciar la Buena Noticia en esta cultura tantes veces marcada por la muerte. Si tenemos el valor de bajar a nuestros sepulcros  personales y comunitarios, veremos  cómo Jesús es capaz de resucitarnos  de ellos. Y redescubriremos así  la alegría, la felicidad y la pasión de los primeros momentos de nuestro darnos.

Queridos hermanos, concluyo recordando lo que tantas veces he dicho a los  consagrados  especialmente durante el Año de la Vida Consagrada: mirar al  pasado con gratitud, vivir el presente con pasión, abrazar el futuro con esperanza. Recuerdo grato del pasado: no  arqueología, porque el carisma es siempre una fuente de agua viva, no una botella de agua destilada. Pasión para mantener siempre vivo y joven el primer amor, que es Jesús. Esperanza:sabiendo que Jesús está con nosotros y guía nuestros pasos como ha guiado los pasos de nuestros fundadores.

Maria, que de manera singular  vivió y vive el misterio de  la resurrección de su Hijo, vele como una madre vuestro camino. Os  acompañe también mi bendición. Y, por favor, no os  olvidéis de rezar por mí. Gracias».

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