La familia no es intocable

Con frecuencia, los creyentes hemos defendido la "familia" en abstracto, sin detenernos a reflexionar sobre el contenido concreto de un proyecto familiar entendido y vivido desde el Evangelio. Y, sin embargo, no basta con defender el valor de la familia sin más, porque la familia puede plasmarse de maneras muy diversas en la realidad.

Hay familias abiertas al servicio de la sociedad y familias replegadas sobre sus propios intereses. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad. Familias liberadoras y familias opresoras.

Jesús ha defendido con firmeza la institución familiar y la estabilidad del matrimonio. Y ha criticado duramente a los hijos que se desentienden de sus padres. Pero la familia no es para Jesús algo absoluto e intocable. No es un ídolo. Hay algo que está por encima y es anterior: el reino de Dios y su justicia.

Lo decisivo no es la familia de carne, sino esa gran familia que hemos de construir entre todos sus hijos e hijas colaborando con Jesús en abrir caminos al reinado del Padre. Por eso, si la familia se convierte en obstáculo para seguir a Jesús en este proyecto, Jesús exigirá la ruptura y el abandono de esa relación familiar: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí. El que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí".

Cuando la familia impide la solidaridad y fraternidad con los demás y no deja a sus miembros trabajar por la justicia querida por Dios entre los hombres, Jesús exige una libertad crítica, aunque ello traiga consigo conflictos y tensiones familiares.

¿Son nuestros hogares una escuela de valores evangélicos como la fraternidad, la búsqueda responsable de una sociedad más justa, la austeridad, el servicio, la oración, el perdón? ¿O son precisamente lugar de "desevangelización" y correa de transmisión de los egoísmos, injusticias, convencionalismos, alienaciones y superficialidad de nuestra sociedad?

¿Qué decir de la familia donde se orienta al hijo hacia un clasismo egoísta, una vida instalada y segura, un ideal del máximo lucro, olvidando todo lo demás? ¿Se está educando al hijo cuando lo estimulamos solo para la competencia y rivalidad, y no para el servicio y la solidaridad?

¿Es esta la familia que tenemos que defender los católicos? ¿Es esta la familia donde las nuevas generaciones pueden escuchar el Evangelio? ¿O es esta la familia que también hoy hemos de "abandonar", de alguna manera, para ser fieles al proyecto de vida querido por Jesús?

13 Tiempo ordinario – A (Mateo 10,37-42) 02 de julio 2017

XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO HOSPITALIDAD

EN TIEMPO DE LOS PATRIARCAS
«Señor mío, si te he caído en gracia, ea, no pases de largo cerca de tu servidor. Ea, que traigan un poco de agua y lavaos los pies y recostaos bajo este árbol, que yo iré a traer un bocado de pan, y repondréis fuerzas». Dijeron ellos: «Hazlo como has dicho» (Gen 18, 3-5).

EN TIEMPO DE LOS PROFETAS
-Me consta que ese hombre de Dios es un santo; con frecuencia pasa por nuestra casa. Vamos a prepararle una habitación pequeña, cerrada, en el piso superior; le ponemos allí una cama, una mesa, una silla y un candil y así cuando venga a visitarnos se quedará aquí (1Re 4,14-15).

EN EL SALTERIO
Dichoso el que se apiada y presta (Sal 112, 6)

EVANGELIO
“El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro” (Mt, 10,42).
PRIMEROS CRISTIANOS
“Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno” (Act 2, 44-45).

LOS PADRES
¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? (San Juan Crisóstomo)

EXPERIENCIA MÍSTICA
TENGO SED DE TI. Tengo sed de amarte y de que tú me ames. Tan precioso eres para mí que TENGO SED DE TI. Ven a Mí y llenaré tu corazón y sanaré tus heridas. Te haré una nueva creación y te daré la paz aún en tus pruebas. TENGO SED DE TI. Nunca debes dudar de Mi Misericordia, de mi deseo de perdonarte, de Mi anhelo por bendecirte y vivir Mi vida en ti, y de que te acepto sin importar lo que hayas hecho. TENGO SED DE TI (Santa Teresa de Calcuta).

CONSIDERACIÓN
Es tiempo de verano, de convivencia y de hospitalidad. Algunos, al acoger, recibieron a ángeles. Y también es tiempo de contemplación, de dejarte amar por Dios, de saciar su sed de ti.

Amor al Papa

Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18).

El día 29 de junio, Solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, viene determinado por la escena habida en la región de Cesarea de Filipo, cuando Jesús preguntó a sus discípulos “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Y ante la respuesta contundente y clara de Pedro -no podía ser otro que él- “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, el mismo Maestro va a definir la figura del que a lo largo de los siglos y hasta el final de los tiempos habría de ser el fundamento de la Iglesia, institución nacida del amor de Dios a los hombres y sacramento de salvación.

El pueblo cristiano, apoyado en las fuentes de la Revelación, la Sagrada Escritura y la Tradición, así como en el testimonio de los Santos Padres, ha sostenido siempre la convicción que nace de la fe de que “donde está Pedro está la Iglesia”. Lo que quiere decir que ese mismo pueblo conoce con certeza el camino que conduce a la salvación, guiados por la Iglesia y el Papa. 

Ese mismo pueblo cristiano, sencillo y coherente, acabará dando a los sucesores de Pedro el nombre de Vicarios de Cristo, es decir, el que hace las veces de Cristo.

El Papa, desde san Pedro hasta el actual Francisco, es la firme seguridad de la que goza la Iglesia frente a las tempestades de todo tipo que ha sufrido y que sufrirá hasta el fin del mundo. El Papa, “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad”, que acompaña y orienta a la Iglesia bajo la inspiración del Espíritu Santo, es la mejor garantía de que esa divina creación que es la Iglesia siempre salga victoriosa por más que los poderes del infierno, del mal, del mundo, acechen contra ella.

Las palabras de Jesús “apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”, nos dicen bien a las claras que la misión de Pedro, del Papa, es la de guardar a todo el rebaño del Señor, sin excepción y buscar también a las otras ovejas que no están en el redil ya que el amor de Dios se ofrece a todos y no a unos pocos.

¿Qué se espera de nosotros en un día tan señalado como es el Día del Papa? Oración, amor y respeto. Vivamos esa consigna acuñada en la Iglesia desde antiguo: “cum Petro et sub Petro” (unidos a Pedro y obedeciendo a Pedro ya que representa a Cristo). Sí, en él vemos a Cristo mismo. De ahí que todos los papas –los 266 que hasta hoy lo han sido– nos merecen la consideración propia de un hijo de Dios que ama a la Iglesia. No nos valen, por tanto, esas “matizaciones” tan humanas, y tan poco coherentes, de que este Papa sí o este Papa no. Siempre el Papa es “el dulce Cristo en la tierra”, como lo llamaba santa Catalina de Siena, una mujer Doctora de la Iglesia que vivió unos momentos realmente dramáticos y a la par apasionantes. Si el Papa, en palabras de esta santa, es el dulce Cristo en la tierra, amaremos al Papa, rezaremos por él, lo seguiremos “sea el que sea”. Nunca opondremos un Papa a otro.

Felicitamos al papa Francisco en esta fiesta tan importante
. Cristianos todos, os invito a seguir al Papa, por la radio y la televisión. Pero sobre todo a escucharle, a leerle. Tenemos hoy en día, gracias a los medios de comunicación social, la oportunidad de saber lo que dice el papa Francisco en sus homilías de Santa Marta, tan llenas de amor a Dios, de frescura, de sentido común y de amor a la Iglesia.

Y lo mismo habría que apuntar acerca de las audiencias o del rezo del Ángelus, que lo tenemos a nuestro alcance en las publicaciones diocesanas y en Internet. Llevemos las palabras del Papa a la oración: nos harán mucho bien a todos en ese afán que Francisco viene mostrando de hacernos ver a Dios, “rico en misericordia”.

Queridos hermanos, unidos hoy a toda la Iglesia, os imparto mi bendición episcopal junto con mi saludo más afectuoso.

+ Juan José Omella Omella Arzobispo de Barcelona

Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa 
Amor por la Cruz, 24 nov. 1934;  OOCC. COEDITORES: Edit. De Espiritualidad; Edit. Monte Carmelo; Ediciones El Carmen. Vol. V, pag  623.

“Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga.”

El Salvador no está solo en el camino de la cruz y no sólo  hay enemigos que le acosan, sino también hay hombres que le apoyan: como modelo de los seguidores de la cruz de todos los tiempos tenemos a la Madre de Dios; como tipo de aquellos que asumen el peso del sufrimiento impuesto y soportándolo reciben su bendición, tenemos a Simón de Cirene; como representante de aquellos que aman y se sienten impulsados a servir al Señor está Verónica. Cualquiera que a lo largo del tiempo haya aceptado un duro destino en memoria del Salvador sufriente, o haya asumido libremente sobre sí la expiación del pecado, ha expiado algo del inmenso peso de la culpa de la humanidad y ha ayudado con ello al Señor a llevar esta carga; o  mejor dicho, es Cristo-Cabeza quien expía el pecado en estos miembros de su cuerpo místico que se ponen a disposición de su obra de redención en cuerpo y alma. 

Podemos suponer que viendo a estos fieles que le habrían  seguido en el camino del dolor, fortaleció al Salvador en la noche del monte de los olivos. Y la fuerza de estos portadores de la cruz viene en su ayuda después de cada caída. Los justos de la Antigua Alianza le acompañan en el camino entre la primera y la segunda caída. Los discípulos y discípulas, que se reunieron en torno a El durante  su vida terrena, son los que le ayudan en el segundo tramo. Los amantes de la cruz que El suscitó y que nuevamente y siempre suscitará en la historia cambiante de la Iglesia militante, son sus aliados en el tiempo final. A ello hemos sido llamados también nosotros.

Bernardino Realino, Santo

Sacerdote Jesuita, 2 de julio

Martirologio Romano:  En Lecce, en la región de Apulia, san Bernardino Realino, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, ilustre por su caridad y su benignidad, el cual, despreciando los honores del mundo, se entregó al cuidado pastoral de los presos y de los enfermos, así como al ministerio de la palabra y de la penitencia.  († 1616).

Fecha de beatificación: 12 de enero de 1896 por el Papa León XIII
Fecha de canonización: 22 de junio de 1947 por el Papa Pío XII

Breve Biografía

Con San Bernardino Realino ocurrió un hecho insólito: Sin esperar a que traspasase el umbral de la muerte fue nombrado patrono celestial de la ciudad de Lecce, donde murió.

ntestó como un rayo: "De mi madre jamás." Dios, sin embargo, le pidió pronto el sacrificio más grande.

Su madre se fue al cielo cuando él todavía era muy joven. Su recuerdo le arrancaba con frecuencia lágrimas de los ojos. Ella se lo había merecido por sus constantes desvelos y principalmente por haberle inculcado una tierna devoción a la Virgen María.

En Carpi comenzó el niño Bernardino sus estudios de literatura clásica bajo la dirección de maestros competentes. "En el aprovechamiento —escribe el mismo Santo—, si no aventajó a sus discípulos, tampoco se dejó superar por ninguno de ellos." De Carpi pasó a Módena y luego a Bolonia, una de las más célebres universidades de su tiempo, donde cursó la filosofía.

Fue un estudiante jovial y amigo de sus amigos. Más tarde se lamentará de "haber perdido muchísimo tiempo con algunos de sus compañeros, con los cuales trataba demasiado familiarmente".

Fue, pues, muchacho normal. Hizo poesías. Llevó un diario íntimo como todos, y se enamoró como cualquier bachiller del siglo XX. Hasta tuvo sus pendencias, escapándosele alguna cuchillada que otra...

"Habiéndome introducido por senda tan resbaladiza —escribe el Santo refiriéndose a aquellos días—, vino el ángel del Señor a amonestarme de mis errores, y, retrayéndome de las puertas del infierno, me colocó otra vez en la ruta del cielo".

¿Quién fue este "ángel del cielo"?

Un día vio en una iglesia a una joven y quedó prendado de ella. La amó con un amor maravilloso, "hasta tal punto -son sus palabras- de cifrar toda mi dicha en cumplir sus menores deseos. No obedecerla me parecía un delito, porque cuanto yo tenía y cuanto era reconocía debérselo a ella". Esta joven se llamaba Clorinda. Bellísima, había dominado por sí misma, sin ayuda de nadie, el vasto campo de la literatura y la filosofía. Era profundamente piadosa. Frecuentaba la misa y la comunión. Precisamente la vista de su angelical postura en la iglesia fue lo que prendió en el corazón de Bernardino aquella llama de amor puro y bello que elevó su espíritu a lo alto, como lo demuestran las cartas y poesías que se cruzaron entre los dos y que todavía se conservan. Clorinda y Bernardino tuvieron una confianza cada día creciente, pero siempre delicada y noble.

Bernardino tenía proyectado graduarse en Medicina. Pero a Clorinda no le gustaba, y él se sometió dócilmente a los deseos de ella. Había que cambiar de carrera y comenzar la de Derecho.

-Grande y ardua empresa quieres que acometa- le dijo Bernardino.
-Nada hay arduo para el que ama- fue la respuesta de Clorinda.

Dicho y hecho. Bernardino se sumergió materialmente en los libros de leyes, que le acompañaban hasta en las comidas, y tan absorto andaba con Graciano y Justiniano, que a veces trastornaba extrañamente el orden de los platos, Por fin, el 3 de junio de 1546, a los veinticinco años, se doctoró en ambos Derechos, canónico y civil, coronando así gloriosamente el curso de sus estudios.

A los seis meses de terminar la carrera fue nombrado podestá, o sea alcalde, de Felizzano. Del gobierno de esta pequeña ciudad pasó al cargo de abogado fiscal de Alessandría, en el Piamonte. Después se le nombró alcalde de Cassine, De Cassine pasó a Castel Leone de pretor a las órdenes del marqués de Pescara.

En todos estos cargos se mostró siempre recto y sumamente hábil en los negocios. He aquí el testimonio —un poco altisonante, a la manera de la época— de la ciudad de Felizzano al terminar en ella su mandato el doctor Realino:

"Deseamos poner en conocimiento de todos que este integérrimo gobernador jamás se desvió un ápice de la justicia, ni se dejó cegar por el odio, ni por codicia de riquezas. No es menos de admirar su prudencia en componer enemistades y discordias; así es que tanta paz y sosiego asentó entre nosotros, que creíamos había inaugurado una nueva era la tranquilidad y bonanza. Siempre tomó la defensa de los débiles contra la prepotencia de los poderosos; y tan imparcial se mostró en la administración de la justicia que nadie, por humilde que fuese su condición, desconfió jamás de alcanzar de él sus derechos".

El marqués de Pescara quedó tan satisfecho de las actuaciones de Realino que, cuando tomó el cargo de gobernador de Nápoles en nombre de España, se lo llevó consigo como oidor y lugarteniente general.

En Nápoles le esperaba a Bernardino la Providencia de Dios.

La felicidad de este mundo es poca y pasa pronto. Clorinda se cruzó en la vida de Bernardino rápida y bella como una flor. Ella, que le había animado tanto en los estudios, murió apenas daba los primeros pasos en el ejercicio de su carrera. La muerte de Clorinda abrió en el alma de Bernardino una herida profunda que difícilmente podría curarse. Fue una lección de la vanidad de las cosas de este mundo.

El recuerdo de aquella joven querida le alentaba ahora desde el cielo, presentándosele de tiempo en tiempo radiante de luz y de gloria y exhortándole a seguir adelante en sus santos propósitos.

Un día paseaba el oidor por las calles de Nápoles cuando tropezó con dos jóvenes religiosos cuya modestia y santa alegría le impresionó vivamente. Les siguió un buen trecho y preguntó quiénes eran. Le dijeron que "jesuitas", de una Orden nueva recientemente aprobada por la Iglesia.

Era la primera noticia que tenía Bernardino de la Compañía de Jesús. El domingo siguiente fue oír misa a la iglesia de los padres.

Entró en el momento en que subía al púlpito el padre Juan Bautista Carminata, uno de los oradores mejores de aquel tiempo. El sermón cayó en tierra abonada. Bernardino volvió a casa, se encerró en su habitación y no quiso recibir a nadie durante varios días. Hizo los ejercicios espirituales, y a los pocos días la resolución estaba tomada. Dejaría su carrera y se abrazaría con la cruz de Cristo.

Su madre había muerto, Clorinda había muerto. Su anciano padre no tardaría mucho en volar al cielo. No quería servir a los que estaban sujetos a la muerte. Pero, ¿cuándo pondría por obra su propósito? ¿Dónde? ¿No sería mejor esperar un poco?

Un día del mes de septiembre de 1564, mientras Bernardino rezaba el rosario pidiendo a María luz en aquella perplejidad, se vio rodeado de un vivísimo resplandor que se rasgó de pronto dejando ver a la Reina del Cielo con el Niño Jesús en los brazos. María, dirigiendo a Bernardino una mirada de celestial ternura, le mandó entrar cuanto antes en la Compañía de Jesús.

Contaba Bernardino, al entrar en el Noviciado, treinta y cuatro años de edad. Era lo que hoy decimos una vocación tardía. Por eso una de sus mayores dificultades fue encontrarse de la noche a la mañana rodeado de muchachos, risueños sí y bondadosos, pero que estaban muy lejos de poseer su cultura y su experiencia de la vida y los negocios. Con ellos tenía que convivir, y el exlugarteniente del virrey de Nápoles tenía que participar en sus conversaciones y en sus juegos, y vivir como ellos pendiente de la campanilla del Noviciado, siempre importuna y molesta a la naturaleza humana. Pero a todo hizo frente Bernardino con audacia y a los tres años de su ingreso en la Compañía se ordenó de sacerdote. Todavía continuó estudiando la teología y al mismo tiempo desempeñó el delicado cargo de maestro de novicios.

En Nápoles permaneció tres años ocupado en los ministerios sacerdotales como director de la Congregación, recogiendo a los pillos del puerto, visitando las cárceles y adoctrinando a los esclavos turcos de las galeras españolas. Pero en los planes de Dios era otra la ciudad donde iba a desarrollar su apostolado sacerdotal.

Lecce era y es una población de agradable aspecto. Capital de provincia, a 12 kilómetros del mar Adriático, es el centro de una comarca rica en viñedos y olivares. Sus habitantes son gentes sencillas que se enorgullecen de las antiguas glorias de la ciudad, cargada de recuerdos históricos.

El ir nuestro Santo a Lecce fue sin misterio alguno. Desde hacia tiempo la ciudad deseaba un colegio de Jesuitas, y los superiores decidieron enviar al padre Realino con otro padre y un hermano para dar comienzo a la fundación y una satisfacción a los buenos habitantes de la ciudad, que oportuna e inoportunamente no desperdiciaban ocasión de pedir y suspirar por el colegio de la Compañía.

Los tres jesuitas, con sus ropas negras y sus miradas recogidas, entraron en la ciudad el 13 de diciembre de 1574. Por lo visto la buena fama del padre Bernardino Realino le había precedido, porque el recibimiento que le hicieron más parecía un triunfo que otra cosa. Un buen grupo de eclesiásticos y de caballeros salió a recibirles a gran distancia de la ciudad. Se organizó una lucidísima comitiva, que recorrió con los tres jesuitas las principales calles de Lecce hasta conducirlos a su domicilio provisional.

El padre Realino era el superior de la nueva casa profesa. En cuanto llegó puso manos a la obra de la construcción de la iglesia de Jesús y a los dos años la tenía terminada. Otros seis años, y se inauguraba el colegio, del cual era nombrado primer rector el mismo Santo.

Desde el primer día de su estancia en Lecce el padre Realino comenzó sus ministerios sacerdotales con toda clase de personas, como lo había hecho en Nápoles. Confesó materialmente a toda la ciudad, dirigió la Congregación Mariana, socorrió a los pobres y enfermos. Para éstos guardaba una tinaja de excelente vino que la fama decía que nunca se agotaba. Después de los pobres de bienes materiales, comenzaron a desfilar por su confesonario los prelados y caballeros, tratando con él los asuntos de conciencia. "Lo que fue San Felipe Neri en la Ciudad Eterna —dice León XIII en el breve de beatificación de 1895— esto mismo fue para Lecce el Beato Bernardino Realino. Desde la más alta nobleza hasta los últimos harapientos, encarcelados y esclavos turcos, no había quien no le conociese como universal apóstol y bienhechor de la ciudad." El Papa, el emperador Rodolfo II y el rey de Francia Enrique IV le escribieron cartas encomendándose en sus oraciones. Tal era la fama de el "Santo de Lecce".

Los superiores de la Compañía pensaron en varias ocasiones que el celo del padre Realino podría tal vez dar mejores frutos en otras partes y decidieron trasladarle del colegio y ciudad de Lecce. Tales noticias ocasionaron verdaderos tumultos populares. En repetidas ocasiones los magistrados de la ciudad declararon que cerrarían las puertas e impedirían por la fuerza la salida del padre Bernardino. Pero no fue necesario, porque también el cielo entraba en la conjura a favor de los habitantes de Lecce. Apenas se daba al padre la orden de partir, empeoraba el tiempo de tal forma que hacía temerario cualquier viaje. Otras veces, una altísima fiebre misteriosa se apoderaba de él y le postraba en cama hasta tanto se revocaba la orden. De aquí el dicho de los médicos de Lecce: "Para el padre Realino, orden de salir es orden de enfermar".

Pasaron muchos años y la santidad de Bernardino se acrisoló. Recibió grandes favores del cielo. Una noche de Navidad estaba en el confesonario y una penitente notó que el padre temblaba de pies a cabeza a causa del intenso frío. Terminada la confesión la buena señora fue al que entonces era padre rector a rogarle que mandara retirarse al padre Bernardino a su habitación y calentarse un poco. Obedeció el Santo la orden del padre rector. Fue a su cuarto y mientras un hermano le traía fuego se puso a meditar sobre el misterio de la Navidad. De repente una luz vivísima llenó de resplandor su habitación y la figura dulcísima de la Virgen María se dibujó ante él. Como la otra vez, llevaba al Niño Jesús en sus brazos. "¿Por qué tiemblas, Bernardino?", le preguntó la Señora. "Estoy tiritando de frío", le respondió el buen anciano. Entonces la buena Madre, con una ternura indescriptible, alarga sus brazos y le entrega el Niño Jesús. Sin duda fueron unos momentos de cielo los que pasó San Bernardino Realino. Lo cierto es que, al entrar poco después el hermano con el brasero, le oyó repetir como fuera de sí: "Un ratito más, Señora; un ratito más." En todo aquel invierno no volvió a sentir frío el padre Bernardino.

Llegó el año 1616. La vida del padre Realino se extinguía. "Me voy al cielo", dijo, y con la jaculatoria "Oh Virgen mía Santísima" lo cumplió el día 2 de julio. Tenía ochenta y dos años, de los cuales la mitad, cuarenta y dos, los había pasado en Lecce, dándonos ejemplo de sencillez y de constancia en un trabajo casi siempre igual.

Muerto el padre, el ansia de obtener reliquias hizo que el pueblo desgarrara sus vestidos y se los llevara en pedazos, lo cual hizo imposible la celebración de la misa y el rezo del oficio de difuntos. Y, así, los funerales de este hombre tan popular y tan querido de todos tuvieron que celebrarse a puerta cerrada y en presencia de contadísimas personas.

Fue canonizado por el Papa Pío XII en el año 1947.

Francisco, en el rezo del Angelus

Muestra su pesar "a las familias que han perdido a sus hijos en las manifestaciones"
El Papa pide "una salida pacífica y democrática a la crisis que se vive en Venezuela"
Francisco invita a ser "misioneros libres y gozosos del Evangelio", durante el Angelus

Jesús Bastante, 02 de julio de 2017 a las 12:08

Si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor, y te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte, y a superar las tentaciones

(Jesús Bastante).- La difícil situación que se vive en Venezuela, y que ya se ha cobrado casi un centenar de víctimas, es uno de los temas que más preocupan al Papa Francisco. Así quedó patente al término del rezo del Angelus, cuando Bergoglio clamó por "una salida pacíica y democrática a la crisis que se vive" en el país.

En su saludo, el Papa recordó que el próximo 5 de julio se celebra la fiesta de la independencia de Venezuela. "Aseguro mi oración por esta querida nación, y quiero expresar mi cercanía a las familias que han perdido a sus hijos en las manifestaciones en las plazas".

Al tiempo, Francisco reclamó "que se ponga fin a la violencia y se encuentre una salida pacífica y democrática a la crisis". Al tiempo, pidió a los fieles rezar un Ave María a la Virgen de Coromoto, patrona del país, "para que interceda por Venezuela".

Antes, durante su reflexión previa al rezo del Angelus, el Papa invitó a ser "misioneros libres y gozosos del Evangelio: amar a Jesús, separándose de sí mismos, dando un nuevo significado a los lazos familiares, a partir de la fe en Cristo".

Reflexionando sobre la liturgia del día, que presenta el discurso misionero de Jesús del Evangelio de Mateo, el Papa ilustró el pedido que Jesús hace a sus discípulos, es decir, aquel de tener una relación prioritaria con el Maestro. Esto - explicó el Papa - porque es necesario que la gente pueda percibir que para aquel discípulo, Jesús es verdaderamente "el Señor", el centro y el todo de la vida, y para ello es importante que el discípulo, aun con sus límitaciones y errores, sea honesto consigo mismo y con los demás.

Francisco se centró en dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, "que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo". El segundo, "que el misionero no lleva a sí mismo, sino a Jesús, y a través de Él, el amor del Padre Celestial".

Refiriéndose a los sacerdotes, el Papa incidio en la reciprocidad de la misión: "Si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor, y te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte, y a superar las tentaciones". Y es que, prosiguió, "la acogida del santo pueblo fiel de Dios es aquel vaso de agua fresca, que te ayuda a ser un buen sacerdote".

Palabras del Papa en el Angelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La liturgia del día nos presenta las últimas líneas del discurso misionero del capítulo 10 del Evangelio de Mateo (cf. 10,37 a 42), con el que Jesús instruye a los doce apóstoles, en el momento en que por primera vez los envía en misión a los pueblos de Galilea y Judea. En esta parte final, Jesús subraya dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo; el segundo, que el misionero no lleva a sí mismo, sino a Jesús, y a través de Él, el amor del Padre Celestial. Estos dos aspectos están conectados, porque cuanto más Jesús está en el centro del corazón y de la vida del discípulo, más este discípulo es "transparente" a su presencia.

«El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí...» (v. 37). El afecto de un padre, la ternura de una madre, la dulce amistad entre hermanos y hermanas, todo esto, aun siendo muy bueno y legítimo, no puede ser antepuesto a Cristo. No porque Él nos quiera sin corazón y privados de reconocimiento, al contrario, sino porque la condición del discípulo exige una relación prioritaria con el Maestro. Casi se podría parafrasear el libro del Génesis: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a Jesucristo, y serán una sola carne. (cf. Gn 2,24).

Quien se deja atraer a este vínculo de amor y de vida con el Señor Jesús, se convierte en un representante suyo, un "embajador", sobre todo con la forma de ser, de vivir. Hasta el punto que Jesús mismo, enviando a los discípulos en misión, les dice: "El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió." (Mt 10,40).

Es necesario que la gente pueda percibir que para aquel discípulo, Jesús es verdaderamente "el Señor", es verdaderamente el centro, el todo de la vida. No importa si después, como toda persona humana, tiene sus limitaciones e incluso sus errores - siempre que tenga la humildad de reconocerlos -; lo importante es que no tenga el corazón doble, sino sencillo, unido; que no tenga el pie en dos zapatos, sino que sea honesto consigo mismo y con los demás.

Y aquí nuestra experiencia de sacerdotes nos enseña una cosa muy bella e importante: es precisamente esta acogida del santo pueblo fiel de Dios, es precisamente aquel "vaso de agua fresca" (v 42), dado con fe afectuosa, que te ayuda a ser un buen sacerdote. Hay una reciprocidad también en la misión: si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor; pero al mismo tiempo te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte de los compromisos, y a superar las tentaciones.

La Virgen María ha experimentado en primera persona lo que significa amar a Jesús separándose de sí misma, dando un nuevo significado a los lazos familiares, a partir de la fe en Él. Con su materna intercesión, nos ayude a ser misioneros libres y gozosos del Evangelio.

Un seguimiento que implica tomar la cruz

Santo Evangelio según San Mateo 10, 37-42. XIII Domingo de Tiempo Ordinario. Ciclo A

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Creo, Señor, que estás presente en este momento de oración y que quieres hablarme. Deseo escucharte y dejarme guiar. Aumente mi fe, mi confianza y mi amor, para así abandonarme en tus manos y dejarte actuar en mí. Te pido me concedas aquella gracia que más necesito. Concédeme serte fiel en todo momento. Gracias por todos los dones y beneficios que me das. Inflama mi corazón de amor ardiente por Ti y por tu Reino.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 10, 37-42

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.

El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.

Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.

El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo.

Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa".

Palabra del señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Ya que desde los primeros años de tu predicación haces referencia a la cruz. No era que la cruz tuviera un bonito significado en tu tiempo. Era considerada por todos la peor humillación, el instrumento de muerte más cruel que podían dar a un hombre; era el símbolo del delito, del sufrimiento, de la muerte. Sin embargo, Tú me invitas a tomar la cruz.

Puedo preguntarme en este rato de oración, ¿cuál es mi cruz? ¿Qué es lo bueno que puedo encontrar en ella para que me invites a tomarla y seguirte?

Es importante responderme delante de Ti estas preguntas porque, efectivamente, es mi cruz la que me pides que cargue. No me pides que cargue con tu cruz, o con la de Pedro, o con la de Andrés. Me pides que cargue con la mía. Cada uno debe cargar con su cruz, con sus sufrimientos, así como Tú cargaste con tu cruz y tus sufrimientos. Tú ya me has enseñado la forma de llevar la cruz y quieres que te siga, cargando la mía.

Pero ¿cuál es mi cruz? Tal vez es la de alguna molestia o enfermedad, la traición de un amigo, la de mi familia que padece persecución. Quizá mi cruz de hoy es un problema matrimonial, el desempleo, el malestar de algún ser querido o una crisis en las decisiones importantes de mi vida. En mi interior, también, puedo llevar la cruz del cansancio, del desaliento, del desánimo en la lucha por la santidad, por la justicia o la verdad; la tristeza por la partida de un ser querido, o la soledad que a veces experimento.

En definitiva, yo también tengo una cruz. Ella no es una realidad extraña a mi vida. Pero ¿para qué cargar con mi cruz? ¿Por qué no dártela? ¿Por qué no me la quitas? ¿Qué es lo que puedo hallar en la cruz que me pides cargarla detrás de Ti? ¿Acaso quieres hacerme sufrir?

No. No es que me quieras ver sufriendo, no quieres que cargue con la cruz por obligación, porque toca, porque no hay otra opción. Me invitas a cargar con la cruz porque ella es un medio de unión contigo y con los demás. El sufrimiento es la cruz que todos los hombres llevamos, cruz que también Tú quisiste experimentar. Ella es como puente que me une a Ti y a mis hermanos.

El madero vertical es aquél que me eleva hacia Ti; es el tramo por el que descienden miles de gracias para llevar esta misma cruz; es el puente por el que puedo entrar en contacto directo contigo. Es curioso que todos los hombres te buscamos cuando sentimos el peso de la cruz, y creo que es justo por este aspecto.

El tramo horizontal es el puente con los demás. Muchas veces mi cruz me hace sensible ante el dolor de los demás. ¡Cuánto me conmueve ver el dolor de otros, sobre todo de los inocentes, que cargan con cruces más pesadas que la mía! Este madero horizontal es el medio de salir en ayuda del prójimo, para dejarme conmover, para compadecerme, para acercarme.

Ayúdame, Señor, a ver mi cruz no sólo como algo que me molesta o me hace sufrir, sino como el medio para seguirte, para unirme a Ti. Pero sobre todo, ayúdame a cargar con mi cruz, pero siguiéndote. No permitas que cargue con mi cruz errando el camino, no siguiendo tus pasos, porque contigo la cruz es más ligera, más soportable, incluso más querida. Pero cuando cargo la cruz sin ir detrás de Ti, entonces, ¡qué triste es la vida y qué pesado el caminar cuando se carga con una cruz vagando por el camino, sin seguirte, sin saber que un día llegará la Pascua!

"Cuando Jesús afirma la primacía de la fe en Dios, no encuentra una comparación más significativa que la de los afectos familiares. Y, por otro lado, estos mismos vínculos familiares, dentro de la experiencia de fe y del amor de Dios, se transforman, son "llenados" de un sentido más grande y son capaces de trascender a sí mismos, para crear una paternidad y una maternidad más amplias, y para acoger como hermanos y hermanas también aquellos que están al margen de cualquier vínculo."
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de septiembre de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy no me quejaré ante algo que me moleste o me incomode y lo ofreceré por ese familiar del que me he alejado.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.¡Cristo, Rey nuestro! Venga tu Reino! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Es difícil renunciar a sí mismo y cargar la cruz

Cuando Cristo nos pide renuncia, en realidad nos está invitando a vivir plenamente la vida.

No sé si a usted le ocurre lo mismo que a mí. Algunas expresiones del Evangelio me han sido difíciles de entender, cuanto más de vivirlas.

Una de ellas es la que el Santo Padre ha propuesto a los jóvenes: “En esta ocasión, deseo invitarles a reflexionar sobre las condiciones que Jesús pone a quien decide ser su discípulo: Si alguno quiere venir en pos de mí – Él dice -, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23).

De las tres condiciones que Cristo pone (renunciar a sí mismo, tomar la cruz y seguirle), la primera me ha creado más dificultades de comprensión.

Parecería que Jesucristo y el mismo Papa no saben mucho de psicología y sociología humana, pues “el hombre tiene arraigado en el profundo de su ser la tendencia a pensar en sí mismo, a poner la propia persona en el centro de los intereses y a ponerse como medida de todo”. ¿Cómo, entonces, se les ocurre pedir al hombre, y más aún al joven, que renuncie a sí mismo, a su vida, a sus planes?

En realidad, “Jesús no pide que se renuncie a vivir, sino que se acoja una novedad y una plenitud de vida que sólo Él puede dar”. He aquí el elemento que nos hace entender las palabras evangélicas. En realidad no se nos pide renunciar sino todo lo contrario. Se nos pide y recomienda acoger, y en concreto, acoger toda la grandeza de Dios.

Quizá un ejemplo nos ayude a entender este juego verbal entre renunciar y acoger. Cuando unos recién casados me piden bendecir su hogar me muestran, una por una, las dependencias de la casa: el comedor, la cocina -- ¡para que no se le queme la comida!, suelen comentar los maridos --, la sala de estar, la habitación del matrimonio -- me da mucho gusto cuando la preside un crucifijo o una imagen de la Virgen -- y la habitación de los niños. Ésta ordinariamente, como todavía no han llegado los bebés, está llena de todos los regalos de boda. No falta el comentario de la esposa que se excusa porque todavía no ha tenido tiempo de revisar todos los presentes recibidos.

Pero, he aquí que llega la cigüeña y es necesario preparar la habitación para el bebé. ¿Qué se hace? ¿Se renuncia a los regalos? ¡Ni mucho menos! El deseo de acoger al primer hijo, plenitud del amor y de la vida de los nuevos esposos, les mueve a buscar lugares en el hogar dónde colocar los regalos de modo ordenado.

El modo de actuar de los primerizos papás es algo parecido a lo que Cristo nos pide. Como la alegría del primer bebé ordena las cosas del hogar, así cuando “el seguimiento del Señor se convierte en el valor supremo, entonces todos los otros valores reciben de aquel su justa colocación e importancia”.

”Renunciar a sí mismo - dice el Papa - significa renunciar al propio proyecto, con frecuencia limitado y mezquino, para acoger el de Dios”. Pero debemos entenderlo correctamente. Renunciar a sí mismo no es un rechazo de la propia persona y de las buenas cosas que en nosotros hay, sino acoger a Dios en plenitud y con su luz, no con la nuestra, ordenar todos los elementos de nuestra vida.

Ante nuestros proyectos limitados y mezquinos, como los llama el Santo Padre, se encuentra la plenitud del proyecto de Dios. ¿En qué consiste esta plenitud? En primer lugar, ante el limitado plan humano del tener y poseer bienes, Dios nos ofrece la plenitud de ser un bien para los demás. En realidad, el Señor no quiere que rechacemos los bienes, por el contrario desea que nosotros nos convirtamos en un bien y usemos de lo material en la medida que nos ayude a ser ese bien para los demás. “La vida verdadera se expresa en el don de sí mismo”.

A la autolimitación del hombre que “valora las cosas de acuerdo al propio interés”, se nos propone la apertura a la plenitud de los intereses de Dios. Se nos invita a obrar con plena libertad aceptando los planes de Dios, que siempre serán mejores que los nuestros. No se nos quita la capacidad de decidir. Por el contrario, se nos ofrece la oportunidad de que nuestra libertad escoja en cada momento lo mejor para nosotros, que es la voluntad de Dios.

Por último, a la actitud humana de “cerrarse en sí mismo”, permaneciendo aislado y sólo, se nos propone el vivir “en comunión con Dios y con los hermanos”. No se nos pide dejar de ser nosotros mismos. Más bien, se nos invita a valorar lo que somos, hasta el punto de considerarnos dignos para Dios y para los demás.

En resumen, cuando Jesucristo nos pide renuncia, en realidad nos está invitando a vivir plenamente la vida.

Jesús, hombre de conflicto; XIII Domingo Ordinario
Reflexión del evangelio de la misa del Domingo de 2 julio 2017

Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo… para que llevemos una vida nueva. La apertura al otro es el comienzo del camino hacia el Reino porque el amor es el fundamento de la misión. 

Lecturas:

II Reyes 4, 8-11.14-16: “Este hombre es un hombre de Dios”

Salmo 88: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor”

Romanos 6, 3-4. 8-11: “El bautismo nos sepultó con Cristo para que llevemos una vida nueva”

San Mateo 10, 37-42: “El que no toma su cruz, no es digno de mí. Quien los recibe a ustedes me recibe a mí”

Al terminar la misa dominical, se me acercó un hombre de mediana edad y después de los saludos ordinarios me soltó su pregunta así de repente: “¿Se puede vivir realmente el Evangelio? Cuando lo escucho aquí en la misa, me parece tan clarito, tan sencillo… pero después, cuando tengo que llevarlo a la vida diaria me parece exagerado, muy exigente, y difícil de compaginarlo”. Y me explica una serie de situaciones que en su trabajo le cuestionan, sobre todo la corrupción y las injusticias. “Cuando logramos que detengan a un criminal parece que estamos jugando a las puertas giratorias. Por un lado entran y por otro salen. Y todo con complicidades y trampas... Y muchas presiones para quienes no nos prestamos al juego. A veces estoy a punto de tirar la toalla y aprovechar también yo la situación… pero sé que a Jesús no le agrada la corrupción. Es difícil ser fiel, pero aquí estoy haciendo mi luchita”.  Sólo lo he escuchado. Él ya tiene las respuestas. La propuesta de Jesús es exigente.

Quien quiera encontrarse con un Jesús bonachón está muy equivocado. Es misericordioso y muy cercano pero no bonachón. Para Jesús no hay ambigüedades, todo tiene que ser muy claro y contundente: o se está con Él o no se puede decir que seamos sus discípulos. Nosotros estamos acostumbrados a hacer componendas y a arreglar los problemas por “abajito” o en lo “oscurito”, es decir, sin la claridad ni la verdad necesarias. Hoy nos decimos discípulos de Jesús pero no luchamos por la vida, por la justicia y por la verdad. A  veces queremos esconder esta radicalidad del Evangelio de Jesús en estructuras, en costumbres y en apariencias. Sin embargo las palabras de Jesús suenan fuertes y exigentes: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Y recordemos lo que significa la cruz de Jesús: una entrega plena para que todos los hombres tengan vida. Y este sería el parámetro para juzgar si somos verdaderos discípulos de Jesús: si nos afanamos y luchamos porque todos los seres humanos tengan vida en plenitud. Si nuestro esfuerzo es por el cuidado y la construcción de una casa común para todos los hombres, donde cada persona pueda vivir con dignidad, con las garantías suficientes de seguridad, de educación, de alimentación y de salud. Sólo entonces nos podremos decir discípulos de Jesús.

Hay personas que han entendido plenamente la radicalidad del seguimiento de Jesús  como San Pablo, que aun en medio de las graves agresiones y amenazas lo vivía con alegría y esperanza. Hoy les descubre a los Romanos la experiencia que lo sostiene y anima: “Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo… para que llevemos una vida nueva”. Hay estructuras de muerte y estructuras de vida. San Pablo afirma que tenemos que morir a esas estructuras que en sí mismas encierran la muerte, que no conducen al Reino, sino que llevan el signo del pecado y de la destrucción. Las estructuras del mundo “parecen” dar vida, pero la ofrecen incompleta y solamente para unos cuantos. Sin embargo nos fascinan y se meten en nuestro corazón como ideales y fuerzas opositoras a lo que quiere Jesús. Pablo lo entiende y lo vive de un modo radical a tal grado que se dice muerto para el mundo, pero con una vida de plenitud en Jesús. Y cada uno de nosotros también es llamado a seguir en este mismo estilo a Jesús, descubrir lo que Él ha hecho por nosotros, enamorarnos de su ideal y sostenernos a pesar de las dificultades. Las advertencias que hoy nos hace Jesús no tienen la finalidad de destruir la familia o de despreciar el respeto a los padres o a los hijos: nos quieren mostrar que el amor a la verdad y al Reino no puede detenerse en los lazos convencionales, si no se basan en el verdadero amor.

Jesús es el hombre que sabe vivir en medio del conflicto con tal de construir el Reino. Seguir a Jesús exige una renuncia radical y hasta la muerte a nuestros propios instintos y ambiciones. No va en contra de la búsqueda de felicidad y de plenitud de vida, sino en contra de una vida incompleta y de una vida falsa que ponen sus cimientos en el poder, en el placer o en los bienes. Y esto nos puede provocar conflictos como lo comprueban claramente quienes  optan abiertamente por la defensa de la vida y de la dignidad de toda persona. Parecería sencillo, pero  igual que Jesús, tienen que enfrentarse con todos los que cometen tantas agresiones contra la vida, ya sean los poderes comerciales, económicos, políticos o simplemente los agentes del terrorismo que por todos los caminos de nuestra patria pululan impunemente. Defender la vida hoy, al igual que en tiempos de Jesús, puede ofrecer sus peligros, pero el verdadero discípulo está dispuesto a afrontar esos riesgos una y otra vez sin desmayar porque ha puesto su confianza en Jesús. Jesús nos anima asegurándonos su presencia y que quien recibe a sus seguidores a Él mismo lo recibe. 

La apertura al otro es el comienzo del camino hacia el Reino porque el amor es el fundamento de la misión. Nosotros experimentamos la dificultad de acoger al otro, al extraño o al vecino; al padre anciano o al hijo concebido; al enfermo crónico o al terminal; al que es distinto de nosotros. Acoger al otro es correr un riesgo, como nos dicen los países que tienen que recibir a los miles de expulsados por la guerra y el hambre. Sin embargo también es una oportunidad y un descubrimiento pues el amor crece y el encuentro convierte al “otro” en oportunidad para enriquecerse. Recibir al otro es recibir a Cristo. Así le sucedió a la Sunamita, quien, al abrir su corazón y  su hogar, encontró la recompensa de una bendición. Así sucede cada vez que logramos descubrir en el rostro del otro, los rasgos del rostro de Jesús. Para construir el Reino necesitamos necesariamente abrir nuestro corazón a los hermanos y pensar cómo lo haría Jesús.

¿Qué “arreglos y componendas” hacemos nosotros que traicionan el Evangelio? ¿Cuál es mi actitud frente a los desconocidos y extraños? ¿Qué me exige hoy el Evangelio de Jesús?

Padre de bondad, que por medio de tu gracia nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad.  Amén.

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