«La niña no está muerta, está dormida»
- 10 Julio 2017
- 10 Julio 2017
- 10 Julio 2017
Evangelio según San Mateo 9,18-26.
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: "Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá".
Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: "Con sólo tocar su manto, quedaré curada".
Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado". Y desde ese instante la mujer quedó curada.
Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo:
"Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme". Y se reían de él.
Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó.
Y esta noticia se divulgó por aquella región.
Santos Félix, Felipe, Vital
Santos Félix, Felipe, Vital, Marcial, Alejandro, Silano y Jenaro, mártires
En Roma, santos mártires Félix y Felipe, que están enterrados en el cementerio de Priscila; Vital, Marcial y Alejandro, en el de los Jordanos; Silano, en el de Máximo; y Jenaro, en el de Pretextato, cuya memoria recuerda y conmemora hoy conjuntamente la Iglesia Romana con alegría, sintiéndose honrada con sus triunfos y protegida por la intercesión de tantos y tan ejemplares santos.
Como lo afirma el elogio del Martirologio Romano, santa Felicitas es una mártir enterrada en la catacumba de Máximo, y que ha gozado de culto desde la antigüedad. Sin embargo, bien sabemos que a la tradición oral y popular no le basta con tan pocos datos, así que ya desde muy antiguo surgió una leyenda que vincula muy estrechamente a esta mártir con otros siete que se celebran el 10 de julio, y que pasan por ser «los siete hijos de santa Felicitas». Este artículo, por tanto, trata de una forma unificada las dos memorias, la del 10 de julio y la del 23 de noviembre, sobre todo en atención a que los ocho mártires aparecen unidos en la iconografía y el culto ancestral.
Según la leyenda, Felicitas era una noble cristiana que se había consagrado a Dios en su viudez y vivía dedicada a la oración y las obras de caridad. Su ejemplo y el de su familia convirtió a numerosos idólatras a la fe. Ello enfureció a los sacerdotes paganos, quienes se quejaron al emperador Antonino Pío de que las numerosas conversiones que obraba Felicitas provocarían la cólera de los dioses y, como consecuencia, la ciudad y todo el país, sufriría terrible desolación. El emperador dejó el asunto en manos de Publio, prefecto de Roma, quien mandó que la santa y sus hijos compareciesen ante él. Tomó aparte a Felicitas y trató por todos los medios de inducirla a ofrecer sacrificios a los dioses para no verse obligado a imponer un castigo a ella y a sus hijos. Pero la santa respondió: «No trates de atemorizarme con tus amenazas ni de ganarme con tus halagos, porque el Espíritu de Dios, que habita en mí, no permitirá que me venzas, sino que me sacará victoriosa de todos tus ataques». Publio replicó: «¡Infeliz de ti! ¡Si lo que quieres es morir, muere en buena hora pero no mates a tus hijos!» «Mis hijos -respondió Felicitas- vivirán eternamente si permanecen fieles a la fe, pero si ofrecen sacrificios a los ídolos, les espera la muerte eterna».
Al día siguiente, el prefecto mandó llamar de nuevo a Felicitas y sus hijos y dijo a ésta: «Apiádate de tus hijos, Felicitas, pues están en la flor de la juventud». La santa replicó: «Tu piedad es impía y tus palabras crueles». En seguida, se volvió hacia sus hijos y les dijo: «Hijos míos, levantad los ojos al cielo, donde os esperan Jesucristo y sus santos. Permaneced fieles a su amor y luchad valientemente por vuestras almas». Publio montó en cólera al oír aquello y replicó airadamente: «Es una insolencia que hables así a tus hijos en mi presencia, tanto como tu desobediencia a las órdenes del soberano, por lo tanto serás castigada». A continuación, mandó que la azotaran. El prefecto llamó entonces, por separado, a cada uno de los jóvenes y trató de conseguir, con promesas y amenazas, que adorasen a los dioses. Como todos se negasen a ello, ordenó que los azotaran y los encerraran en un calabozo. El prefecto informó del caso al emperador, el cual mandó que fuesen juzgados por jueces diferentes y condenados a diversos géneros de muerte. Jenaro murió destrozado por los látigos; Félix y Felipe perecieron a golpes de mazo; Silvano fue arrojado al Tíber; Alejandro, Vidal y Marcial alcanzaron la corona por la espada. También la madre fue decapitada, después de haber visto morir a sus hijos.
A propósito de la muerte de santa Felicitas, san Agustín dice: «El espectáculo que se presenta a los ojos de nuestra fe es magnífico. Hemos oído y visto con la imaginación a esa madre que, contra todos sus instintos humanos, escoge que sus hijos perezcan en su presencia. Pero Felicitas no abandonó a sus hijos, sino que los envió por delante, porque consideraba la muerte, no como el fin sino como el principio de la vida. Estos mártires renunciaron a una existencia que debía terminar forzosamente, para pasar a una vida que no termina jamás. Pero Felicitas no se contentó con ver morir a sus hijos, sino que los alentó a ello y, al hacerlo, consiguió que su valor fuese todavía más fecundo que su seno. Al verlos luchar, luchó con ellos y la victoria de cada uno de sus hijos fue su propia victoria». San Gregorio Magno predicó una homilía el día de la fiesta de santa Felicitas, en la iglesia que se erigió sobre la tumba de la santa en la Vía Salaria. En dicha homilía dice que Felicitas, «que tenía siete hijos, temía que alguno le sobreviviese, como otras madres temen sobrevivir a sus hijos. Su martirio fue mayor, ya que, al ver morir a todos sus hijos, sufrió el martirio en cada uno de ellos. Felicitas fue la última en morir; pero desde el primer momento sufrió, de suerte que su martirio comenzó con el del primero de sus hijos y terminó con su propia muerte. Así ganó, no sólo su corona, sino la de todos sus hijos. Al presenciar sus tormentos, permaneció constante, sufrió, porque era madre, pero se regocijó porque poseía la esperanza. En santa Felicitas la fe triunfó de la carne y de la sangre, cuando en nosotros no es capaz de vencer las pasiones y arrancar nuestro corazón de este mundo corrompido».
A pesar de la elocuencia de san Agustín y de san Gregorio, de lo dicho por Alban Butler y, no obstante, el valor moral y religioso de las lecciones que se sacan de este martirio, no se puede considerar el hecho como histórico. Está fuera de duda que una mujer llamada Felicitas sufrió el martirio y fue sepultada en el cementerio de Máximo, en la Vía Salaria. La fiesta de esta mártir se celebraba y se celebra el 23 de noviembre. Pero sólo unas «Actas» de muy dudoso valor histórico afirman que los «Siete hermanos» eran sus hijos: a decir verdad, ni siquiera consta que esos siete mártires fuesen hermanos entre sí.
Por lo menos desde mediados del siglo V, se conmemoraba el 10 de julio el triunfo de siete mártires. Dos de ellos, Félix y Felipe, fueron sepultados en el cementerio de Priscila; Marcial, Vidal y Alejandro, en el cementerio «de los Jordanos»; Jenaro en el cementerio de Pretextato, donde de Rossi descubrió, en 1863, una capilla decorada con frescos y una inscripción en la que se invocaba a dicho santo; Silano fue sepultado en la catacumba de Máximo. Tal vez, el origen de la leyenda de que estos siete mártires eran hijos de santa Felicitas fue que la tumba de Silano (o Silvano) estaba junto a la de dicha santa.
A fines del siglo XIX, se discutió mucho sobre santa Felicitas y sus siete hijos. Aunque las actas, según lo dijimos antes, son muy posteriores y de autoridad dudosa, consta sin embargo la existencia de un culto muy antiguo por el Calendario Filocaliano, el epitafio de San Dámaso y el Hieronymianum. El P. Delehaye, que estudió la cuestión varias veces en su obra, concluye que es indudable que un hagiógrafo inventó que los siete mártires del 10 de julio eran hermanos para crear un paralelo cristiano a la narración bíblica de los Macabeos (2Mac 7).
El texto de las actas puede verse en las «Acta Sincera» de Ruinart, así como en las ediciones más modernas hechas por Doulcet y Künstle. Entre las críticas más destructivas se cuenta la de J. Führer, Ein Beitrag zur Lösung der Felicitas-Frage (1890), y el folleto que el mismo autor escribió posteriormente para responder a los argumentos de Künstle. En favor de la leyenda, cf. el artículo de Duchesne en Bulletin Critique, 1890, p. 425, y el detalladísimo artículo de Leclrecq en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. V, ce. 1259-1298. El P. Delehaye volvió sobre la cuestión en «Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum» (pp. 362-364) y en «Etude sur le légendier romain» (1936), pp. 116-123.
Imagenes: secuencia «cinematográfica» de la historia de Felicitas y sus hijos en un retablo de altar en la iglesa de Santa Felicitas en Montagny, en la Picardía francesa, año 1560: 1-Felicitas junto con sus hijos se presenta ante Publio. 2-Muerte de Jenaro. 3-Muerte de Félix y Felipe. 4-Muerte de Silano. 5-Muerte de Vital, Marcial y Alejandro. 6-Felicitas y sus compañeros toman los cuerpos de los niños para llevarlos a enterrar en las catacumbas de Roma.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Hilario (c. 315-367), obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia
Comentario al evangelio de san Mateo, 9, 5-8
«La niña no está muerta, está dormida»
El jefe [de la sinagoga] puede interpretarse como representante de la Ley de Moisés, que, ruega en provecho de la multitud que ella había alimentado para Cristo, anunciándole la espera de su llegada; pide al Señor devuelva la vida a una muerta... El Señor le prometió su ayuda y para garantizársela, le acompaña.
En primer lugar, la multitud de paganos pecadores se salva con los apóstoles. El don de la vida equivalía, en primer lugar a la elección predestinada por la ley, pero previamente, en la imagen de la mujer, la salvación ha visitado los publicanos y a los pecadores. Por eso, esta mujer confía en que acercándose cuando pase el Señor, será curada de su flujo de sangre al tocarle el vestido... Ella se ha adelantado en la fe a tocar el borde del vestido, es decir a alcanzar en compañía de los apóstoles el don del Espíritu Santo que sale del cuerpo de Cristo a través del vestido. En un instante está curada. Así, la salud destinada a una se hizo también a otra, a los que el Señor ha elogiado la fe y la perseverancia, porque lo que estaba preparado para Israel fue acogido por todos los pueblos... La fuerza sanadora del Señor, contenida en su cuerpo, llegaba hasta el borde de sus vestidos. En efecto, Dios no era divisible ni perceptible para ser encerrado en un cuerpo; reparte sus dones en el Espíritu, pero no se divide en sus dones. Su fuerza se percibe por la fe en todas partes, porque es para todos y no está ausente ninguna parte. El cuerpo que ha tomado no le ha disminuido su fuerza, pero su potencia tomó la fragilidad de un cuerpo para el rescatarlo...
El Señor entra posteriormente en la casa del jefe, es decir, en la sinagoga..., y muchos se burlan de él. En efecto no han creído en un Dios hecho hombre; se han reído al escuchar predicar la resurrección de entre los muertos. Tomando la mano de la niña, el Señor ha devuelto a la vida a aquella cuya muerte no era ante Él más que un sueño.
Santo Evangelio según San Mateo 9,18-26, XIV Lunes de Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Nos ponemos en tu presencia, Espíritu Santo, Ilumínanos con tu luz, abre nuestros corazones.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En este pasaje contemplamos a Jesús que cura, que devuelve la vida. Y cuánto nos gusta esta faceta del Señor, mucho más que cuando enfrenta la hipocresía de los fariseos, o cuando predica las exigencias de las bienaventuranzas, o la dificultad de su Pasión.
Nos gusta ver a Cristo sanar y dar vida porque en nosotros está grabado un deseo de vida eterna. Jesús hace estos signos para demostrarnos que Él tiene poder sobre la muerte, que Él es fuente de vida y que, por ende, debemos escuchar la totalidad de su mensaje. Sus palabras dan vida eterna.
¿Tengo la humildad de buscar a Jesús así como lo hizo el jefe de la sinagoga? ¿Tengo una fe grande de que en Jesús encontraré mi curación así como la tuvo la mujer que padecía flujo de sangre?
"¿Qué nos ocurrirá, a nosotros, si hacemos esto; si tenemos la mirada fija en Jesús? Nos ocurrirá, lo que le ocurrió a la gente después de la resurrección de la niña: "ellos se quedaron con gran estupor". Yo voy, miro a Jesús, camino delante, fijo la mirada en Jesús y ¿qué encuentro? Que Él tiene la mirada fija sobre mí. Y esto me hace sentir gran estupor. Es el estupor del encuentro con Jesús. Pero para experimentarlo, no hay que tener miedo, como no tuvo miedo esa viejecita para ir a tocar el bajo del manto. ¡No tengamos miedo! Corramos por este camino, con la mirada siempre fija sobre Jesús. Y tendremos esta bonita sorpresa: nos llenará de estupor. El mismo Jesús tiene la mirada fija sobre mí".
(Homilía de S.S. Francisco, 31 de enero de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy dedicaré un momento del día para ir a una Iglesia y pedirle a Jesús Eucaristía, con toda humildad y fe, una gracia que necesito.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Nuestra fe no está muerta, está dormida
La clave está en atreverse a creer que el Señor está palpitante en cada orla de su manto
Tal como ocurriera con los dos sueños del Faraón que José discernió, las dos mujeres que Marcos nos presenta (Mc 5, 21-43), la hemorroísa y la hija de Jairo son en realidad “una sola persona”. Eres tú. Somos cada uno de nosotros. De ninguna de la dos nos ofrece San Marcos su nombre. Pongamos el nuestro, sintámonos aludidos, interpelados, por la Palabra.
Ambas mujeres tienen entre sí un triple nexo que nos permite identificarlas como un solo mensaje del Señor. Por una parte, San Marcos nos presenta “trenzadas” las dos sanaciones. Por otra, ambas “cuentan” 12 años. Pareciera que el Evangelista hubiera “subrayado” en rojo este detalle. Abundemos en él.
La mujer enferma lleva 12 años “perdiendo vida”. La sangre es signo de vida en el contexto bíblico. Curiosamente, 2000 años después, en las campañas de donación de sangre uno de los lemas es “donar sangre es donar vida”. Y así es.
Ella se ha gastado su fortuna en tratamientos que, a la postre, no sólo han resultado infructuosos, sino que han empeorado su estado. Aterricemos: en nuestra vida hay muchas heridas emocionales y situaciones dolorosas por las que vamos “perdiendo” alegría, paz, bondad, etc. Se nos va la “vida... en el Espíritu”, se nos van los frutos. Se nos va la vida, solemos decir ante un golpe de calor estival. Muchas veces nos acostumbramos a confiar demasiado en nuestro propios recursos y experiencia vital para salir del atolladero, porque nos cuesta pedir ayuda. Es como su tuviéramos frío y en lugar de buscar el calor del hermano, quisiéramos “reinventar” el fuego.
Hay diferencia entre ver y mirar, entre oír y escuchar. Tampoco es lo mismo apretujar que tocar. La multitud que apretuja al Maestro nos recuerda a nosotros mismos cuando estamos con el Señor sólo “emocionalmente”, cuando estamos en la Eucaristía “de cuerpo presente”, sin darnos cuenta de la Presencia. Cuando leemos mucho sobre el Evangelio, pero no terminamos de sumergirnos en el Evangelio. Cuando lamentamos lo mal que va el mundo en lugar de dar gracias a Dios “siempre y en todo lugar, porque es justo y necesario”.
Ella toca la orla del manto, es decir la parte de su túnica aparentemente más “alejada” de la mirada del Señor. La túnica representa la Iglesia misma, que “reviste” al Señor y le hace visible en el mundo. El testimonio de aquella mujer nos recuerda que el Amor del Señor nos puede sanar sólo con que “toquemos” levemente cualquiera de las piedras vivas que la formamos. Tocar es abrazar es expresar el amor fraterno. Es como la “caricia del Papa” que el Beato Juan XXIII regaló a los padres para sus niños, en el famoso discurso de la Luna la noche inaugural del Concilio.
La hija de Jairo representa nuestra vida en Cristo, nuestro primer amor con el Señor. La joven lleva casi 2000 años teniendo doce, porque la obra de Dios en cada uno de nosotros no envejece. Es como dicen los Padres Orientales de la Iglesia refiriéndose al corazón interior: Nuestra porción de vida eterna, el “lugar” genuino de nuestra semejanza con Dios.
Jairo, jefe de la sinagoga, representa a la Iglesia, que intercede al Señor por todos los hombres y por cada uno de sus hijos, seamos o no conscientes de ello. La niña, en efecto, no es consciente, no puede salir a pedir ayuda. Cuando los amigos de Jairo comentan a éste que ya no hace falta “molestar“ al Maestro, no es difícil aventurar la frase siguiente: “Jesús no ha llegado a tiempo, estaba atendiendo a esta otra señora”. Son los mismos parientes que alternan el llanto desconsolado por la joven difunta con la risa burlesca ante el diagnóstico del Señor: “La niña está dormida”. Ellos representan nuestros sentimientos desbocados, variables, cuando les falta el dominio de sí que los gobierne como el imán a las limaduras de hierro. Pero Jairo confía y deja en manos del Señor a su pequeña. San Marcos no nos dice su nombre, pero en el nombre de su padre está escrita la obra que va a hacer el Señor en ella, porque Jairo deriva de Yag´ir, que significa "Dios iluminará".
En efecto, nuestra fe no está muerta, está dormida. Los “parientes” ya tienen la siguiente pregunta preparada: Si está dormida, ¿por qué a nadie se le ocurrió despertarla? ¿Acaso Jairo o su esposa no hubieran podido tocarle en el brazo levemente? No, porque de ese sueño sólo puede despertarnos la Voz de Cristo. Por eso, cuando sentimos dormido el ánimo y deprimido el corazón sólo la escucha de la Palabra puede hacernos llegar el “Talitha kumi”. Es cierto que también podemos rechazar el diagnóstico del Médico y certificar nuestra desesperanza, como forenses de nosotros mismos. Aun así, a los tres días nos daremos cuenta con asombro de que nuestra “hija de Jairo” no sufre descomposición alguna. Nos daremos cuenta de que nuestra esperanza está viva, pero dormida. Está dormida, pero muy viva.
El lenguaje coloquial viene a iluminar esta realidad con pintoresca gracia: Tras una jornada de fatigoso trabajo solemos decir: “Estoy muerto de cansancio”. Y no nos damos cuenta de que un difunto no experimenta cansancio alguno, al contrario, goza de descanso perfecto. Saquémosle punta a la frase citada: Cuanto más grande es el cansancio experimentado más vivos estamos, más nos hemos apasionado en el trabajo. En clave de Evangelio, los caminos de Dios son distintos de los nuestros, porque cuanto más nos hemos desgastado por los hermanos, más vivos estamos, y más vivos nos sentimos. Cuanto más ha ardido nuestra zarza con el fuego del amor de Dios, más ligera navega la savia del Espíritu por nuestras ramas.
El tercer nexo entre las dos mujeres es que ambas tienen un encuentro personal con el Maestro. La mujer sanada es la única que le ha “tocado”. La orla del manto puede ser cualquier cosa, por pequeña que sea, de la que el Señor se sirve para mostrarnos su presencia en lo cotidiano. Para Blaise Pascal fueron unas notas de órgano, para la Madre Teresa la llamada de un mendigo. La clave está en atreverse a creer que el Señor está palpitante en cada orla de su manto. Ella lo creyó... y así fue.
Y en cuanto a la joven, muchos hablaban de ella, pero sólo Jesús le habló a ella. Y después de despertarla tuvo la emocionante delicadeza de pedir que le dieran de comer. Ahí ha dejado escrita una ulterior exhortación para nosotros: Cuando el Amor de Dios nos saca de nuestra postración, depresión y melancolía, hemos de alimentar a la hija de Jairo, hemos de robustecer nuestra dieta espiritual con los sacramentos, la Palabra, la vida fraterna, etc... Hemos, en suma, de vivir como hijos resucitados.
9 características de un buen amigo
Es válido preguntarnos: ¿Existe la verdadera amistad?
En este mundo, muchos dirán que tienen a los mejores amigos, otros dirán que la amistad no existe… Entonces es válido preguntarnos: ¿Existe la verdadera amistad?¿Existen los verdaderos amigos? Aquí te dejo 9 características de un verdadero amigo.
1. Una premisa vital: la amistad para que sea verdadera, debe fluir,sin prisas, sin presiones, sin forzar los afectos. Debe vivirse en el marco de la libertad de los hijos de Dios, viviendo una purificación constante a través de la oración. Ninguna amistad es perfecta, pero si se vive desde Dios, Él mismo indicará si esa amistad es según Su voluntad o no y nosotros como hijos suyos, estamos llamados a ser dóciles a su voz.
2. El verdadero amigo reza por ti: Sí, sin Dios no podemos ser buenos amigos, ¿Qué mejor lugar para los que amas y estimas que en las manos de Dios? Un momento óptimo para rezar por tus amigos es en la Santa Misa.
3. El verdadero amigo te ama tal cual eres: Sí, el amor puro existe. Los amigos verdaderos se aman en el Señor de manera pura, libre y compartida. Es una experiencia que es posible solo si ama desde Dios. Ese amor lleva a aceptarle de manera genuina, siempre buscando ser ayuda idónea en el proceso de conversión.
4. El verdadero amigo no es egoísta: lo que es de Dios se comparte, el amigo verdadero no te aísla ni te aleja de tus demás cercanos. Al contrario, la amistad, cuando es verdadera, crea equipos, verdaderas comunidades fraternas, unidas por la caridad y transparencia.
5. El verdadero amigo no teme a los cambios:Cuando la amistad es verdadera, no se basa solo en elementos pasajeros para existir, sino que es libre y a pesar de distancia, silencios, tiempo o ambiente, siempre permanece.
6. El verdadero amigo se queda, cuando todos se van: En los peores momentos, se encuentran a los mejores. En momentos de obscuridad, el verdadero amigo seca las lágrimas, anima al cansado, consuela al deprimido, todo por la fuerza del Amor.
7. El verdadero amigo sabe CÓMO corregir: En una amistad verdadera, hay confianza para señalar las fallas, pero, sobre todo, se aprende a corregir con amor, caridad, tacto, prudencia, paciencia y si se falla en esto, Dios ayuda a dar la humildad suficiente para pedir perdón y perdonar.
8. El verdadero amigo NO teme discutir: La amistad para que sea genuina, debe ser purificada así que incluso cuando discutas o tengas dificultades con tus amigos, ¡da gracias por eso! Dios utiliza todo para nuestro bien.
9. El verdadero amigo no te aleja de Dios ni de su Iglesia: un amigo que en serio quiere tu bien, siempre buscará ser reflejo del amor de Dios en tu vida.
La Palabra de Dios nos dice:“Quien ha encontrado un amigo, ha encontrado un tesoro” y la hermana Glenda complementa esa cita, en su conocida alabanza, diciendo “y yo te he encontrado a ti (…) encontré a Jesús por ti”. Es decir: la verdadera amistad es un tesoro dado por Dios, nos lleva a Dios y nos hace vivir el Amor verdadero, es decir, a Dios. Nosotros los católicos sabemos que Jesús mismo nos llama amigos. Por ende, podemos decir claramente: SÍ, EXISTEN LOS VERDADEROS AMIGOS.
No dudes en la pureza de la amistad. Así como Francisco y Clara se tuvieron uno al otro, y como tantos santos experimentaron la amistad verdadera, no dudes que Dios te dará los amigos que sean perfectos para ti, porque serán según el corazón de Dios.
Ángelus: “Encontremos a Jesús para contarle lo que nos pesa, y él nos aliviará”
El Papa Francisco invita a cada uno -“todos” – a ir a Jesús para “contarle su vida”, lo que le pesa, lo que le hace mal y encontrar en él el reposo, la consolación y la paz. Cuando todo va mal, hay que “moverse” “reaccionar”, yendo a Jesús: “Jesús quiere sacarnos de esas ‘arenas movedizas'”.
Antes de la oración del ángelus del mediodía, este domingo 9 de julio, de 2017, en la plaza San Pedro, el Papa Francisco ha comentado el Evangelio del día (Mateo 11, 28 y siguientes).
Jesús, ha dicho el Papa, “nos espera”: “nos espera siempre, no para resolver mágicamente nuestros problemas, sino para hacernos fuertes en nuestros problemas”.
Y explica: “Jesús no nos suprime los pesos de la vida, sino la angustia del corazón; no nos suprime la cruz, sino que él la lleva con nosotros. Y con él, todo peso se hace ligero ( Cf. 30 ), porque él es el reposo que buscamos”.
Un pasaje recuerda una meditación de Blaise Pascal sobre el “entretenimiento”: “Tantos objetivos son ilusorios: prometen el reposo y solo nos distraen un poco, prometen la paz y dan diversiones, dejándonos en la soledad precedente , son ” fuegos artificiales”
He aquí nuestra traducción de este comentario inédito donde el Papa Francisco parece comunicarla fuerza de su experiencia espiritual personal.
AB/RA
Palabras del Papa Francisco antes del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En el evangelio de hoy, Jesús dice: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados bajo el peso del fardo y yo os aliviaré” (Mt, 11, 28).
El Señor no reserva esta frase a uno de sus amigos, no, se dirige a “todos” aquellos que están fatigados y oprimidos por la vida. Quien puede sentirse excluido de esta invitación?
El Señor sabe lo pesada que puede ser la vida. Sabe que muchas cosas fatigan el corazón: las decepciones, y las heridas del pasado, los pesos que llevamos y los daños que soportamos en el presente, incertidumbres y preocupaciones por el futuro.
De cara a todo esto, la primera palabra de Jesús es una invitación a moverse y a reaccionar: “Venid”. El error cuando esto va mal, es el de permanecer ahí donde uno se encuentra, tumbado. Parece fácil, pero que difícil es reaccionar y abrirse! No es fácil.
En los momentos oscuros, parece natural permanecer en uno mismo, dar vueltas a como la vida es injusta, a como los otros son ingratos, y como el mundo es cruel y así continuamente. Todos lo sabemos, todos a veces hemos sufrido esta mala experiencia. Pero cerrados sobre nosotros mismos así, lo vemos todo negro. Entonces llegamos a familiarizarnos con la tristeza, que acaba por quedarse con nosotros: esta tristeza nos lleva a la postración, es una cosa mala esta tristeza.
Al contrario, Jesús quiere sacarnos de estas “arenas movedizas” y por eso nos dice a cada uno: “Ven” ” Quien?” “Tú, tú, tú…” La salida se encuentra en la relación, en le hecho de extender la mano y de levantar la mirada hacia aquel que nos ama verdaderamente.
No es suficiente con salir de si mismo, es necesario saber dónde ir. Porque tantas finalidades son ilusorias: prometen el reposo y no hacen más que distraernos un poco, nos prometen la paz y dan diversiones dejándonos después en la soledad precedente, son “fuegos artificiales”.
Por eso Jesús indica dónde ir: “Venid a mi”. Y si a menudo, de cara a un peso de la vida, o a una situación dolorosa, intentamos hablar con alguien que nos escuche, con un amigo, con un experto… Está muy bien hacer esto, pero no olvidemos a Jesús! No nos olvidemos de abrirnos a él y de contarle nuestra vida, de confiarle las personas y las situaciones.
Puede ser que haya “zonas” de nuestra vida que no le hemos abierto nunca y que han permanecido oscuras porque no han visto nunca la luz del Señor. Cada uno de nosotros tiene su propia historia… Y si alguno tiene esta zona oscura, buscad a Jesús, id a un misionero de la misericordia, id a un sacerdote, id… Pero id a Jesús, y contarle esto a Jesús.
Hoy nos dice a cada uno: “Ánimo, no bajes los brazos ante los pesos de la vida, no te cierres de cara a los miedos y a los pecados, sino ven a mí!”
Él nos espera, nos espera siempre no para resolver mágicamente nuestros problemas, sino para fortalecer nos en nuestros problemas. Jesús no nos suprime el peso de la vida , sino la angustia del corazón, el no nos suprime la cruz, sino que la lleva con nosotros. Y con él, cualquier peso se vuelve ligero (Cf. v. 30), porque él es el reposo que buscamos
Cuando Jesús entra en la vida, llega la paz, esta paz que permanece incluso en las pruebas, en los sufrimientos.
Vayamos a Jesús, démosle nuestro tiempo, encontrémosle todos los días, en la oración,, en un dialogo de confianza, personal; familiaricémonos con su Palabra, redescubramos sin miedo su perdón, saciémonos de su Pan de vida: nos sentiremos amados y nos sentiremos consolados por él.
Es él mismo el que nos lo pide, casi insistentemente. Lo repite una vez más al final del Evangelio de hoy: “Aprendan de mi … y les daré reposo” (v.29).
Aprendamos a ir a Jesús, entonces durante los meses de verano que vamos a buscar un poco de reposo de lo que fatiga el cuerpo, no olvidemos encontrar el verdadero reposo en el Señor.
Que nos ayude en esto la Virgen María, que cuide siempre de nosotros cuando estemos fatigados y oprimidos y ella nos acompañará junto a Jesús.
[Ángelus]