El Hijo del hombre es señor del sábado

Evangelio según San Juan 20,1-2.11-18. 

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. 

Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". 

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. 

Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". 
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. 

Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". 

Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!". 

Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'". 

María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras. 

Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo Homilías sobre el libro de los Números, nº 23

«El Hijo del hombre es señor del sábado»

El 'sábado' ha sido instituido como un día sagrado. Todos los santos y todos los justos deben celebrar el 'sábado'... Veamos pues en qué consiste la observancia del 'sábado' para los cristianos: el día del 'sábado', no se debe realizar ninguna obra que pertenezca a este mundo; debemos abstenernos de todas las obras terrenas, no hacer nada que pertenezca a este mundo, sino darnos a obras espirituales, venir a la iglesia, estar atentos a la lectura de la Escritura y a las explicaciones que en ella se dan, pensar en las cosas del cielo, ocuparnos de la esperanza de la vida futura, tener delante los ojos el juicio que nos aguarda, meditar, no las realidades visibles y presentes, sino las realidades futuras e invisibles. 

También los judíos deben observar todo esto. E incluso entre ellos, los herreros, los albañiles, todos los que hacen trabajos manuales, no hacen nada el día del 'sábado'. Pero, en este día, los lectores que proclaman la Santa Escritura, los doctores que explican la Ley de Dios, no interrumpen sus funciones y, sin embargo no profanan el sábado. Mi Señor, él mismo lo reconoció: «¿No habéis leído, les dice, que los sacerdotes en el Templo no practican el descanso del 'sábado' y no cometen ninguna falta?» Así pues, el que se abstiene de las obras de este mundo y se dedica a actividades espirituales, éste es el que ofrece el sacrificio del 'sábado' y lo santifica como día de fiesta... 

Durante el 'sábado', cada uno se queda en su casa y no sale de ella. ¿Cuál es, pues, la casa del alma espiritual? Esta casa es la justicia, la verdad, la sensatez, la santidad; todo esto es Cristo, la casa del alma. De esta casa no se debe salir nunca, si es que queremos observar el verdadero 'sábado' y celebrar con sacrificios este día de fiesta, según la palabra del Señor: «El que permanece en mí, yo permanezco en él» (Jn 15,5).

Santa María Magdalena

"Bienaventurados los que lloran, 
porque ellos serán consolados."
(Mt 5,5)

Su nombre era María, que significa "preferida por Dios", y era natural de Magdala en Galilea; de ahí su sobrenombre de Magdalena. Magdala, ciudad a la orilla del Mar de Galilea, o Lago de Tiberiades.

Jesús, al dar su Espíritu a sus apóstoles, les dijo que perdonasen los pecados conforme se lo habían visto a Él hacer: y la liturgia nos recuerda hoy un ejemplo, que será siempre famoso, de la misericordia del Salvador con los que se duelen de sus pasados extravíos.

María, hermana de Marta y Lázaro, era pública pecadora, hasta que tocada un día por la gracia, vino a rendirse a los pies del Señor. “No te acerques a mí, porque estoy puro”, le dirían los soberbios; pero el Señor, al contrario, la recibe y perdona. Por eso Jesús, “acoge bondadoso la ofrenda de sus servicios”, y le ofrece para siempre un sitial de honor en su corte real. La contrición transforma su amor. “Por haber amado mucho, se le perdonan muchos pecados”. Movido por sus ruegos resucita Jesús a Lázaro, su hermano, y cuando Jesús es crucificado, le asiste, más muerta que viva; preguntando, como la esposa de los Cantares, a dónde han puesto su esposo Divino, Cristo la llama por su propio nombre, y mándale llevar a los discípulos la nueva de su Resurrección.

A imitación de la gran Santa María Magdalena, vengamos en espíritu de amor y de compunción, a ofrecer a Jesús, presente en la santa Misa, el tesoro de nuestras alabanzas. Hagámosle compañía, como las dos hermanas Marta y María; adornemos su altar, con ese recio espíritu de fe que no teme el escándalo farisaico, con todo el esplendor que conviene a la casa de Dios. Imitémosla sobre todo en su acendrado amor a Jesús, seguros de que haciéndolo así, lograremos la remisión entera de nuestras pasadas culpas, elevándonos, desde el fondo de nuestra miseria a la sima de la santidad. Al que busca a Dios con gemidos, pronto le abre la puerta de su misericordia y de sus ricos tesoros.    

Cuatro menciones en los Evangelios:
1) Los siete demonios. Lo primero que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc 8,2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz. Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud profundísima.

Nuestro Señor decía que cuando una persona logra echar lejos a un mal espíritu, este se va y consigue otros siete espíritus peores que él y la atacan y así su segundo estado llega a ser peor que el primero (Lc 11,24). Eso le pudo suceder a Magdalena. Y que enorme paz habrá experimentado cuando Cristo alejó de su alma estos molestos espíritus.

A nosotros nos consuela esta intervención del Salvador, porque a nuestra alma la atacan también siete espíritus dañosísimos: el orgullo, la avaricia, la ira, la gula, la impureza o lujuria, envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién puede decir que el espíritu del orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien que pueda gloriarse de que el mal espíritu de la impureza no le ha atacado y no le va a atacar ferozmente? Y lo mismo podemos afirmar de los demás.

Pero hay una verdad consoladora: Y es que los espíritus inmundos cuando veían o escuchaban a Jesús empezaban a tembar y salían huyendo. ¿Por qué no pedirle frecuentemente a Cristo que con su inmenso poder aleje de nuestra alma todo mal espíritu? El milagro que hizo en favor de la Magdalena, puede y quiere seguirlo haciendo cada día en favor de todos nosotros.

2) Se dedicó a servirle con sus bienes. Amor con amor se paga. Es lo que hizo la Magdalena. Ya que Jesús le hizo un gran favor al librarla de los malos espíritus, ella se dedicó a hacerle pequeños pero numerosos favores. Se unió al grupo de las santas mujeres que colaboraban con Jesús y sus discípulos (Juana, Susana y otras). San Lucas cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos espíritus o de enfermedades y que se dedicaban a servirle con sus bienes (Lc 8,3). Lavaban la ropa, preparaban los alimentos; quizás cuidaban a los niños mientras los mayores escuchaban al Señor; ayudaban a catequizar niños, ancianos y mujeres, etc...

3) Junto a la cruz. La tercera vez que el Evangelio nombra a Magdalena es para decir que estuvo junto a la cruz, cuando murió Jesús. La ausencia de hombres amigos junto a la cruz del Redentor fue escandalosa. Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No era nada fácil declararse amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo junto a Él fue Juan. En cambio las mujeres se mostraron mucho más valerosas en esa hora trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena.

San Mateo (Mt 27,55), San Marcos (Mc 15, 40) y San Juan (Jn 19, 25) afirman que junto a la cruz de Jesús estaba la Magdalena. En las imágenes religiosas de todo el mundo los artistas han pintado a María Magdalena junto a María, la Madre de Jesús, cerca de la cruz del Redentor agonizante, como un detalle de gratitud a Jesús.

4) Jesús resucitado y la Magdalena. Uno de los datos más consoladores del Evangelio es que Jesús resucitado se aparece primero a dos personas que habían sido pecadoras pero se habían arrepentido: Pedro y Magdalena. Como para animarnos a todos los pecadores, con la esperanza de que si nos arrepentimos y corregimos lograremos volver a ser buenos amigos de Cristo.

Los cuatro evangelistas cuentan como María Magdalena fue el domingo de Resurrección por la mañana a visitar el sepulcro de Jesús. San Juan lo narra de la siguiente manera:

"Estaba María Magdalena llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había estado Jesús. Ellos le dicen: - ¿Mujer, por qué lloras? - Ella les responde: - Porque se han llevado a mi Señor, y no sé donde lo han puesto.

Dicho esto se volvió y vio que Jesús estaba ahí, pero no sabía que era Jesús.

Le dice Jesús: - ¿Mujer por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el encargado de aquella finca le dijo: - Señor, si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto, yo me lo llevaré.

Jesús le dice: '¡María!'

Ella lo reconoce y le dice : '¡Oh Maestro!' (y se lanzó a besarle los pies).
Le dijo Jesús: - Suéltame, porque todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios'.

Fue María Magdalena y les dijo a los discípulos: - He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto." (Jn. 27, 11).
Esta mujer tuvo el honor de ser la encargada de comunicar la noticia de la resurrección de Jesús.

El llamado a la castidad y la santidad se aplica a todas las personas, ya sea que se sientan atraídas por el mismo sexo o por el sexo opuesto

Recuerda el arzobispo de Portland, Alexander Sample

Basándose en las directrices del 2016 de arzobispo Charles Chaput de Filadelfia, que implementó la exhortación papal Amoris Laetitia (AL), el arzobispo Alexander Sample, de Portland, Oregon, escribió sus propias directrices en mayo, las cuales fueron posteriormente publicadas el miércoles pasado en el periódico arquidiocesano de Portland.

El llamado a la castidad es para todos
En sus directrices, el arzobispo Sample reafirma la enseñanza de la Iglesia de que todos los católicos, independientemente de su orientación sexual, deben confesar sus pecados mortales con un firme propósito de enmienda antes de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

«El mismo llamado a la castidad y la santidad de la vida se aplica igualmente a todas las personas, ya sea que se sientan atraídas por el mismo sexo o por el sexo opuesto», explicó el arzobispo. «Se les debe aconsejar, como todos los demás, que recurran frecuentemente al Sacramento de la Penitencia».

El arzobispo prometió escribir estas pautas el pasado mes de octubre cuando sentó las bases morales para ellas en su carta pastoral sobre Amoris Laetitia titulada «Un icono vivo y verdadero». En sus recientes directrices, vuelve a afirmar el principio católico de que la Amoris Laetitia, como todos los demás documentos de la Iglesia, debe ser leída y entendida dentro de la «tradición de la Iglesia». Esta tradición incluye «el gran tesoro de la sabiduría entregado por los Padres y Doctores de la Iglesia, el testimonio de la vida de los santos, las enseñanzas de los Concilios de la Iglesia, el Catecismo de la Iglesia Católica y los documentos magistrales anteriores».

El error de intentar imponer el juicio subjetivo de la conciencia sobre la ley moral

Sus directrices se refieren a las necesidades pastorales específicas de seis grupos de católicos: los matrimonios, los católicos separados o divorciados que no se vuelven a casar, los divorciados vueltos a casar ??civilmente, las parejas que cohabitan, las que experimentan atracción por el mismo sexo y las parejas del mismo sexo. Sería un mal uso de Amoris Laetitia, dice el arzobispo, por ejemplo, que para los católicos de cualquiera de estos grupos se coloque el «juicio subjetivo de su conciencia individual» contra la «ley moral objetiva» de la Iglesia como si «la conciencia y la verdad fueran dos principios que compiten para la toma de decisiones morales».

Apoyó esta declaración con una cita de la encíclica Veritatis Splendor del Papa Juan Pablo II :

«La conciencia no es una fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo» (Veritatis Splendor 56, 60). Más bien, «la conciencia es la aplicación de la ley a cada caso particular» (Veritatis Splendor 59). La conciencia está bajo la ley moral objetiva y debe ser formada por ella.

Todos deben confesar pecados graves y tener propósito de enmienda para recibir la comunión
En cuanto a los católicos divorciados y casados ??nuevamente, el arzobispo afirma que ellos también deben confesar sus pecados como cualquier otro católico y vivir castamente:

«Todos los católicos, incluidos los divorciados y los casados ??civilmente, deben confesar sacramentalmente todos los pecados graves con el firme propósito de no volverlos a cometer antes de recibir la Santa Eucaristía. En algunos casos, la responsabilidad subjetiva de la persona por una acción pasada puede ser disminuida. Pero la persona todavía debe arrepentirse y renunciar al pecado, con un firme propósito de enmendar su vida».

«Todos los católicos deben ser bienvenidos en la parroquia», explica el arzobispo. Sin embargo, para evitar la apariencia de respaldar las uniones irregulares, el arzobispo afirma que los católicos divorciados y casados ??civilmente «no deberían tener cargos de responsabilidad en una parroquia (por ejemplo, en un consejo parroquial), ni llevar a cabo ministerios o funciones litúrgicas (por ejemplo lector o ministro extraordinario de la Sagrada Comunión)».

El arzobispo aplica esta misma prohibición al ministerio público o cargos de responsabilidad a las parejas «viviendo abiertamente estilos de vida homosexuales». Admite que algunas parejas «viven juntas en amistad casta y sin intimidad sexual». El arzobispo dice, sin embargo, que tales relaciones del mismo sexo nunca pueden ser toleradas por la Iglesia y son escandalosas para otros feligreses y para los hijos de tales parejas:

Sin embargo, dos personas en una relación activa, del mismo sexo, no importa cuán sinceras, ofrecen un grave contra-testimonio de la fe católica, que solo puede producir confusión moral en la comunidad. Tal relación no puede ser aceptada en la vida de la parroquia sin socavar la fe de la comunidad, especialmente los niños.

Por su parte, el arzobispo Sample exhorta a todos los que se dedican al ministerio pastoral a «ejercer la tremenda responsabilidad que se les confía con completa fidelidad a la enseñanza católica, unida a la misericordia y a la compasión». Él cierra sus directrices con el recordatorio de que el objetivo en todo esto es «llevar a las personas a una comunión llena de gracia con Dios y su Iglesia que conduzca a la vida eterna».

A todo correr
Santo Evangelio según San Juan 20,1.11-18. Festividad de Santa María Magdalena

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
"Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía: antes de que nacieses te había consagrado yo profeta; te tenía destinado a las naciones" (Jr.1, 5). Señor, Tú me has creado y me has amado. Poniéndome en el mundo me has confiado una misión y por eso vengo hoy aquí para escuchar lo que quieres decirme y hacer lo que quieres pedirme. Señor, tuyo soy, para Ti nací, ¿qué quieres de mí?

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20,1.11-18

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto".

María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: "¿Por qué estás llorando, mujer?". Ella les contestó: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto".

Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: "Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?". Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: "Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo han puesto". Jesús le dijo: "¡María!". Ella se volvió y exclamó: "¡Rabbuní!", que en hebreo significa ‘maestro’. Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’".

María Magdalena se fue a ver a los discípulos y les anunció: "¡He visto a mi Señor!", y les contó lo que Jesús le había dicho.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
"Echó a correr". La vida de María Magdalena está marcada por una continua búsqueda de Jesús. Su alma está sedienta de escuchar esas palabras del Maestro, y su corazón está tranquilo mientras está a sus pies a la caída del sol en Betania, compartiendo la mesa. María, la pecadora, ha hecho la experiencia de la misericordia del Señor.

En este pasaje sale María muy de mañana y a todo correr. Su vida está siempre al cien. Tal vez no habría dormido y estaría cansada, pero el amor lo soporta todo. Y he ahí que Jesús no se deja ganar en generosidad y se le presenta vivo y luminoso. ¡Resucitado! Jesús la llama por su nombre y la colma de alegría. El encuentro no habría sido muy largo, pero seguramente muy intenso. Acto seguido sale a todo correr a anunciar a todos que había visto al Señor.

El ser cristiano es justamente esto, transmitir a los demás lo que se ha experimentado en la oración. Hacerles partícipes del gran encuentro con el Amigo, con el Padre, con el Hermano, con el mismo Dios. El cristiano es alguien que arde en deseos por llevar la alegría a todo aquel que la necesita. No es alguien apagado sino alguien ilusionado por un mundo mejor. No se desanima al ver la gran cantidad de noticias tristes que pueda leer en el periódico o ver en la televisión, sino que sale corriendo al encuentro de los necesitados para trasmitirles su experiencia.

"Y eso es lo que esta noche nos invita a anunciar: el latir del Resucitado, Cristo Vive. Y eso cambió el paso de María Magdalena y la otra María, eso es lo que las hace alejarse rápidamente y correr a dar la noticia. Eso es lo que las hace volver sobre sus pasos y sobre sus miradas. Vuelven a la ciudad a encontrarse con los otros.
Así como ingresamos con ellas al sepulcro, los invito a que vayamos con ellas, que volvamos a la ciudad, que volvamos sobre nuestros pasos, sobre nuestras miradas. Vayamos con ellas a anunciar la noticia, vayamos… a todos esos lugares donde parece que el sepulcro ha tenido la última palabra, y donde parece que la muerte ha sido la única solución. Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo".

(Homilía de S.S. Francisco, 15 de abril de 2017).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a ir a visitar algún familiar o conocido que esté solo o triste. Voy a llevarle algún detalle que le pueda alegrar y lo invitaré a rezar conmigo.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Hoy celebramos a Santa Maria Magdalena
María Magdalena, la enamorada de Dios: una pequeña reflexión

Realmente nos encontramos en el Evangelio a un personaje muy especial del que nos pareciera saberlo todo y del que casi no sabemos nada: María Magdalena.Magdalena no es un apellido, sino un toponímico. Se trata de una María de Magdala, ciudad situada al norte de Tiberíades. Sólo sabemos de ella que Cristo la libró de siete demonios (Lc 8, 2) y que acompañaba a Cristo formando parte de un grupo grande mujeres que le servían. Los momentos culminantes de su vida fueron su presencia ante la Cruz de Cristo, junto a María, y, sobre todo, el ser testigo directo y casi primero de la Resurrección del Señor. A María Magdalena se le ha querido unir con la pecadora pública que encontró a Cristo en casa de Simón el fariseo y con María de Betania. No se puede afirmar esto y tampoco lo contrario, aunque parece que María Magdalena es otra figura distintas a las anteriores. El rostro de esta mujer en el Evangelio es, sin embargo, muy especial: era una mujer enamorada de Cristo, dispuesta a todo por él, un ejemplo maravilloso de fe en el Hijo de Dios. Todo parece que comenzó cuando Jesús sacó de ella siete demonios, es decir, según el parecer de los entendidos, cuando Cristo la curó de una grave enfermedad.

María Magdalena es un lucero rutilante en la ciencia del amor a Dios en la persona de Jesús. ¿Qué fue lo que a aquella mujer le hechizó en la persona de Cristo? ¿Por qué aquella mujer se convirtió de repente en una seguidora ardiente y fiel de Jesús? ¿Por qué para aquella mujer, tras la muerte de Cristo, todo se había acabado? María Magdalena se encontró con Cristo, después de que él le sacara aquellos "siete demonios". Es como si dijera que encontró el "todo", después de vivir en la "nada", en el "vacío". Y allí comenzó aquella historia.

El amor de María Magdalena a Jesús fue un amor fiel, purificado en el sufrimiento y en el dolor. Cuando todos los apóstoles huyeron tras el prendimiento de Cristo, María Magdalena estuvo siempre a su lado, y así la encontramos de pié al lado de la Cruz. No fue un amor fácil. El amor llevó a María Magdalena a involucrarse en el fracaso de Cristo, a recibir sobre sí los insultos a Cristo, a compartir con él aquella muerte tan horrible en la cruz. Allí el amor de María Magdalena se hizo maduro, adulto, sólido. A quien Dios no le ha costado en la vida, difícilmente entenderá lo que es amarle. Amor y dolor son realidades que siempre van unidas, hasta el punto de que no pueden existir la una sin la otra.

El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor total. "Para mí la vida es Cristo", repetiría después otro de los grandes enamorados de Cristo. Comprobamos este amor en aquella escena tan bella de María Magdalena junto al sepulcro vacío. Está hundida porque le han quitado al Maestro y no sabe dónde lo han puesto. La muerte de Cristo fue para María un golpe terrible. Para ella la vida sin Cristo ya no tenía sentido.

Por ello, el Resucitado va enseguida a rescatarla. Se trata seguro de una de las primeras apariciones de Cristo. Era tan profundo su amor que ella no podía concebir una vida sin aquella presencia que daba sentido a todo su ser y a todas sus aspiraciones en esta vida. Tras constatar que ha resucitado se lanza a sus pies con el fin de agarrarse a ellos e impedir que el Señor vuelva a salir de su vida.

El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor de entrega y servicio. Nos dice el Evangelio que María Magdalena formaba parte de aquel grupo de mujeres que seguía y servía a Cristo. El amor la había convertido a esta mujer en una servidora entregada, alegre y generosa. Servir a quien se ama no es una carga, es un honor. El amor siempre exige entrega real, porque el amor no son palabras solo, sino hechos y hechos verdaderos. Un amor no acompañado de obras es falso. Hay quienes dicen "Señor, Señor, pero después no hacen lo que se les pide". María Magdalena no sólo servía a Cristo, sino que encontraba gusto y alegría en aquel servicio. Era para ella, una mujer tal vez pecadora antes, un privilegio haber sido elegida para servir al Señor.

El amor de María Magdalena a Cristo constituye para nosotros una lección viva y clarividente de lo que debe ser nuestro amor a Dios, a Cristo, al Espíritu Santo, a la Trinidad. Hay que despojar el amor de contenidos vacíos y vivirlo más radicalmente. Hay que relacionar más lo que hacemos y por qué lo hacemos con el amor a Dios. No debemos olvidar que al fin y al cabo nuestro amor a Dios más que sentimientos son obras y obras reales. El lenguaje de nuestro amor a Dios está en lo que hacemos por Él.

En primer lugar, podemos vivir el amor a Dios en una vida intensa y profunda de oración, que abarca tanto los sacramentos como la oración misma, además de vivir en la presencia de Dios. En estos momentos además nuestra relación con Dios ha de ser íntima, cordial, cálida. Hay que procurar conectar con Dios como persona, como amigo, como confidente. Hay que gozar de las cosas de Dios; hay que sentirse tristes sin las cosas de Dios; hay que llegar a sentir necesarias las cosas de Dios.

En segundo lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la rectitud y coherencia de nuestros actos. Cada cosa que hagamos ha de ser un monumento a su amor. Toda nuestra vida desde que los levantamos hasta que nos acostamos ha de ser en su honor y gloria. No podemos separar nuestra vida diaria con sus pequeñeces y grandezas del amor a Dios. No tenemos más que ofrecerle a Dios. Ahí radica precisamente la grandeza de Dios que acoge con infinito cariño esas obras tan pequeñas. De todas formas la verdad del amor siempre está en lo pequeño, porque lo pequeño es posible, es cotidiano, es frecuente. Las cosas grandes no siempre están al alcance de todos. Además el que es fiel en lo pequeño, lo será en lo mucho.

Y en tercer lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la entrega real y veraz al prójimo por Él. "Si alguno dice: Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no pude amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20). El amor a Dios en el prójimo es difícil, pero es muchas veces el más veraz. Hay que saber que se está amando a Dios cuando se dice NO al egoísmo, al rencor, al odio, a la calumnia, a la crítica, a la acepción de personas, al juicio temerario, al desprecio, a la indiferencia, a etiquetar a los demás; y cuando se dice SÍ a la bondad, a la generosidad, a la mansedumbre, al sacrificio, al respeto, a la amistad, a la comprensión, al buen hablar. La caridad con el prójimo va íntimamente ligada a la caridad hacia Dios. Es una expresión real del amor a Dios.

Novena a San Ignacio de Loyola
Oraciones para cada día de la novena, la puedes hacer tantas veces desees, de manera especial los días previos a su fiesta (22 al 30 de julio)

Por la señal…

ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quién sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y, cumplir la penitencia que me fuera impuesta.

Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos, en satisfacción de todos mis pecados, y, así como lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita, que los perdonareis, por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme, y perseverar en vuestro santo amor y servicio, hasta el fin de mi vida. Amén.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.

ORACIONES FINALES PARA TODOS LOS DÍAS

ORACIÓN I

Santísimo Padre y Patriarca San Ignacio, a quién Jesús escogió para capitán de su sagrada Compañía, y adornó con todas las virtudes que pedía este supremo cargo: ángel en la pureza de cuerpo y mente; arcángel encargado de tantos negocios de la mayor gloria de Dios y bien de las almas; principado excelentísimo en la dirección de tantos millares de espíritus felices; potestad poderosísima para echar a los demonios de los cuerpos y de las almas; virtud prodigiosa en tantos y tan estupendos milagros; dominación suprema de la Compañía que formó tan dignos ministros evangélicos y ahora continúa en formarlos desde el cielo; trono elevadísimo, en quien descansó la mayor gloria de Dios corriendo en vuestra fogosa alma por todas las partes del mundo; sapientísimo querubín, cuya mente ilustrada por el Espíritu Santo, dictó sabiduría celestial a su pluma; serafín fogosísimo que aspiró en su vida y aspira continuamente desde el cielo a encender todo el mundo en llamas del divino amor; abreviado paraíso de todas las virtudes y gracias, que a competencia formaron la heroicidad nunca bastantemente alabada de vuestra grande alma: yo, Padre mío amantísimo, me gozo de veros tan superior a cuantos elogios puede daros mi balbuciente lengua, y concebir mi tardo entendimiento, aunque inspirado de una voluntad ansiosa de amaros y de que os amen todos los hombres. Confiado en vuestras piedades, imploro vuestra benignísima caridad para que me alcancéis que viva yo una vida verdaderamente cristiana, conforme a las obligaciones de mi estado, observando perfectamente la ley santa de Dios y los consejos evangélicos que me pertenecen, y que no buscando en todas mis acciones otra cosa que la mayor gloria de Dios, consiga una muerte dichosa en los brazos de Jesús, en el amparo de María santísima y en vuestra presencia. Espero, Padre mío dulcísimo y suavísimo, me alcancéis estas gracias tan importantes para mi eterna salvación, y el favor que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma. Amén.

Mencione aquí su petición

ORACIÓN II

¡Oh Dios, infinitamente bueno y misericordioso! Pues he recibido de vuestra Majestad todos los dones naturales y sobrenaturales que tengo, deseoso de ser en alguna manera agradecido a vuestras misericordias, os vuelvo cuanto me habéis dado con esta oferta familiar en el corazón y en los labios de mi glorioso Padre San Ignacio:
"Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro; disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta."

ORACIÓN III

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

DÍA PRIMERO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
Jesús mío dulcísimo, que nos revelaste los misterios sagrados de vuestra fe, y por vuestra predicación deseasteis plantarla en los corazones humanos como raíz de todas las buenas obras y de la eterna salvación; os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de su iluminada fe, con la cual creería cuantos misterios están escritos en las santas Escrituras, aunque se perdiesen todos los libros sagrados, y de la cual animado la defendió contra los herejes, la dilató entre los gentiles y la avivó entre los católicos. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me deis una fe vivísima de vuestros divinos misterios que me ilustre para creerlos y estimarlos como verdadero hijo de la santa Iglesia con fervorosas obras de perfecto cristiano y me concedáis la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.

Terminar con las oraciones finales.

DÍA SEGUNDO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

Jesús mío dulcísimo, que prometisteis a vuestros siervos tendrían en vuestra esperanza todos los tesoros del mundo y nada les faltaría de cuanto esperasen confiados en vuestra liberalidad tan amorosa como infinita: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente aquella firmísima esperanza que le sirvió de tesoro inagotable en su pobreza, de áncora segura en las tormentas de tantas persecuciones, y de una gloria anticipada entre los riesgos de esta miserable vida. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una esperanza segura de salvarme, afianzada en las buenas obras hechas con vuestra gracia y revestidas de vuestros méritos y promesas; y también de conseguir los bienes de esta vida conducentes a mi eterna salvación y proporcionados a mi estado, y la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma. Amén.

Terminar con las oraciones finales.

DÍA TERCERO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
Jesús mío dulcísimo, que tanto deseasteis el amor de vuestras criaturas que nos intimasteis como máximo y principal precepto amar a nuestro Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente aquel inflamadísimo amor con el cual, abrasado en un serafín humano, respiraba sólo llamas de amor divino, refiriendo todas sus palabras y pensamientos a la mayor gloria de Dios y deseando por premio de su amor más y más amor, posponiendo la certeza de su eterna felicidad a la gloria de servir a Dios. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una centella de ese fuego sagrado de mi seráfico Padre San Ignacio, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y provecho de mi alma. Amén.

Terminar con las oraciones finales.

DÍA CUARTO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

Jesús mío dulcísimo, que nos recomendasteis la caridad y el amor a los prójimos como el distintivo y señal de vuestra escuela, diciendo que en esto se habían de conocer vuestros discípulos: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente aquella ardentísima caridad con que deseaba encender en el fuego del divino amor a todos los hombres del mundo, y con que hizo y padeció tanto por su eterna salvación y por asistirlos en todos sus trabajos. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una caridad inflamada, con la cual, a imitación de mi Padre San Ignacio, trabaje continuamente en el bien y salvación de mis prójimos con mis palabras y ejemplos, y con cuanto necesitaren de mi caritativa asistencia, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.

Terminar con las oraciones finales.

DÍA QUINTO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
Jesús mío dulcísimo, que nos encomendasteis la paciencia en los trabajos de esta vida como la senda de la perfección y el camino real de la gloria: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de aquella paciencia invicta con que sufrió desprecios, calumnias, cárceles y cadenas con un espíritu tan constante y alegre en los trabajos, que decía no tener el mundo tantos grillos y cadenas como deseaba padecer por Jesús. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, fortalezcáis la fragilidad de mi espíritu, para que con invencible paciencia resista los trabajos, penas y angustias de esta miserable vida, pobreza, dolores y afrentas, fabricando de ellas escala para subir a la gloria, y la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.

Terminar con las oraciones finales.

DÍA SEXTO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

Jesús mío dulcísimo, que con el ejemplo y las palabras nos enseñasteis el continuo ejercicio de la oración y a vivir con el cuerpo en la tierra y en el cielo con el espíritu: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de aquella continua y perfectísima oración con que vivió entre los ángeles mientras moraba entre los hombres, para conducirlos con sus trabajos y fatigas a la patria bienaventurada. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis el don de la oración perfecta en aquel grado que me conviene para mi salvación y para llevar a otros muchos a la gloria, y la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.

Terminar con las oraciones finales.

DÍA SÉPTIMO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

Jesús mío dulcísimo, que con las austeridades de vuestra sacratísima vida, pasión y muerte procurasteis inspirarnos una vida austera, rígida, penitente y mortificada: os ofrezco los merecimientos de mi Padre San Ignacio, y singularmente los de su espantosa penitencia, con la cual convirtió la gruta de Manresa en un abreviado mapa de los rigores de Egipto, Tebaida y Nitria, y venció todas sus pasiones hasta reducirlas a ser instrumentos de la divina gracia. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una mortificación interior y exterior tan perfecta que sujete todas mis pasiones y apetitos a la gracia, y con austeridades y penitencias de la carne, mi cuerpo obedezca a las leyes de una castidad evangélica; y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.
Terminar con las oraciones finales.

DÍA OCTAVO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

Jesús mío dulcísimo, que desde el instante de vuestra encarnación en el seno purísimo de vuestra madre Virgen, obedecisteis hasta morir obediente en la cruz: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de su heroica obediencia con que obedeció a todos sus superiores, especialmente al Sumo Pontífice de Roma, Vicario de Cristo en la tierra, consagrado con toda su religión, la Compañía de Jesús, con particular voto a la obediencia de la Santa Sede.

Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una perfectísima obediencia a todos mis superiores, continuada todos los instantes de mi vida, y perfecta en los tres grados de obedecer en cuanto a la ejecución, en cuanto a la voluntad y en cuanto al entendimiento, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.

Terminar con las oraciones finales.

DÍA NOVENO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.
Jesús mío dulcísimo, que al morir nos mostrasteis el amor y deseo ardiente que teníais de que los hombres todos amasen, reverenciasen y sirviesen a vuestra Santísima Madre, encomendándola al Discípulo Amado: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los que atesoró con la cordialísima devoción que profesaba a María Santísima, a quien escogió por Madre desde su conversión; y después esta Señora hizo oficio de madre amorosa en todas las empresas que para mayor gloria vuestra emprendió el Santo, iluminándole para que escribiese el libro admirable de los Ejercicios y el de las Constituciones y Reglas de la Compañía. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una sólida y cordial devoción para con María Santísima, vuestra Madre, aquella devoción que es señal cierta de predestinados; que yo sirva a esta Señora con los obsequios del más fiel y obediente hijo, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y provecho de mi alma. Amén.

Terminar con las oraciones finales.

El artículo sobre San Ignacio de Loyola en nuestro santoral te ayudará a conocerlo un poco más.
 

¿Hay que creer en el destino?
El misterioso destino ¿Qué es? ¿Realmente existe?

Pregunta:
Padre: ¿Qué es el destino? ¿Es verdad que todos lo tenemos ya fijado y que Dios conoce de antemano todo lo que va a sucedernos? ¿No podemos, entonces, cambiar nuestro destino?

Respuesta:
Estimado:
Creer en el “destino” consiste en afirmar que el futuro humano está determinado, decidido o fijado desde toda la eternidad. En el mundo homérico se afirmaba la existencia de un poder que actuaba sobre hombres y dioses, personificado en la Moira[1]. Hoy en día se usa el término “destino” con dos sentidos diversos: algunos se refieren a él en un sentido amplio, metafórico, como sinónimo del aspecto misterioso de los acontecimientos humanos; es una forma de afirmar entre el vulgo que se nos escapa la explicación última de los acontecimientos terrenos. Pero muchos otros lo usan en sentido propio, semejante al que le daban las antiguas mitologías, negando la libertad humana y la Providencia divina. La noción de destino o de fatalidad desempeña también un importante papel en las supersticiones populares como cuentos de hadas, magia, adivinación, astrología, e incluso en la vida cotidiana.

El cristianismo enseña que la afirmación de un destino prefijado de antemano para cada uno de nuestros actos equivale a la negación de la libertad humana. Enseña asimismo que no hay contraposición entre el conocimiento que Dios tiene de todas las acciones de los hombres y la libertad de la creatura humana.

La Epístola a los Hebreos dice, en efecto: Todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta (Hb 4,13); y el Concilio Vaticano I, citando este texto, añade: “también aquellas acciones libres y futuras de las creaturas”[2]

La Sagrada Escritura da testimonio clarísimo de esta verdad: Tú de lejos te das cuenta de todos mis pensamientos… conoces todos mis caminos (Sal 138,3); ¡Dios eterno, conocedor de todo lo oculto, que ves las cosas todas antes de que sucedan! (Dan 13,42); Sabía Jesús desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que había de entregarle (Jn 6,65).

Pero al mismo tiempo el dogma de la certeza infalible con que Dios prevé las acciones libres futuras no pone en menoscabo el dogma de la libertad humana[3]. Los santos Padres ya afirmaban que la Presciencia divina no coarta en absoluto las acciones futuras, del mismo modo que tampoco los recuerdos humanos coartan las acciones libres pretéritas. San Agustín decía: “Así como tú con tu recuerdo no fuerzas a ser las cosas que ya fueron, de igual modo tampoco Dios con su presciencia fuerza a que sean las cosas que serán en el futuro”[4]

La teología distingue entre la “necesidad antecedente” que precede a la acción y suprime la libertad, y la “necesidad consiguiente”, que sigue a la acción y, por lo tanto, no perjudica la libertad. Las acciones libres futuras previstas por Dios tienen lugar infalible o necesariamente, mas no por necesidad antecedente, sino consiguiente. Santo Tomás escribe en el mismo sentido: si Dios, con su conocer no sujeto al tiempo, ve algo como presente, entonces indefectiblemente sucederá en la realidad[5], pero es un error pensar que Dios lo predetermina con su presciencia.

Bibliografía:
Michel Dubuisson, Destino, en: Diccionario de las Religiones, dirigido por Paul Poupard, Herder, Barcelona 1987, p. 443-445.
[1] La moira (término que en griego significa “dar a cada uno su parte, el lote o la dote que le corresponde”), en las antiguas teogonías, es la ley suprema a la que están sometidos no sólo los hombres sino los mismos dioses; lo que diferencia a los dioses y a los hombres es que los dioses son inmortales y conocen los designios de la moira aunque no pueden ir contra ellos; los hombres, en cambio, son mortales y desconocen esos designios. Pero tanto unos como otros están “atados” a esta ley.
[2] DS 3003; cf. 3890.
[3] Cf. DS 1555.
[4] San Agustín, De libero arbitrio Tr. 4, II.
[5] Cf. Suma Contra Gentiles, I, 67; De veritate 24, 1 ad 13.

Vivir correctamente la Santa Misa. Explicación
La Eucaristía

En la Misa nos reunimos para celebrar recordando y viviendo la Última Cena y el sacrificio de Jesús en la cruz.

Cuando se asiste a Misa, lo primero que se hace es, la Reunión, que significa IGLESIA - ECLESIA - del griego = Asamblea Reunida. Todos se reúnen. Antiguamente, la preparación para la reunión de todos los que se congregaban para una celebración, se hacía con una procesión solemne.

La Santa Misa es la celebración dentro de la cual se lleva a cabo el sacramento de la Eucaristía.

Su origen se remonta a los primeros tiempos de la Iglesia, en donde los apóstoles y los primeros discípulos se reunían el primer día de la semana, recordando la Resurrección de Cristo, para estudiar las Escrituras y compartir el pan de la Eucaristía.

En la Misa nos reunimos para celebrar recordando y viviendo la Última Cena y el sacrificio de Jesús en la cruz. Nosotros debemos escuchar con atención lo que Dios nos quiere decir cada domingo en la Misa.

En ésta podemos participar en Jesucristo de la siguiente manera: podemos ofrecer a Dios nuestra vida, nuestras obras, pedir perdón por nuestros pecados y unimos a Jesús por medio de la Comunión.

En la Misa va a suceder un milagro: Dios se va a hacer presente y se va a quedar con nosotros.

El nombre de “Misa” se debe a que al terminar la celebración, el sacerdote nos dice que vayamos a cumplir con la “misión” de ser testigos de Cristo ante los hombres.

¿Cómo debemos vivir la Misa?
En la Misa debemos poner atención durante las lecturas y la homilía; devoción y adoración durante la consagración; y disposición a cumplir la voluntad de Dios durante el Ofertorio y la Comunión.

¿Qué posturas debemos tener en la Misa?
En la Misa tenemos tres posturas diferentes: sentados, de pie y de rodillas. Cuando estamos sentados estamos en actitud de escuchar con atención, como lo hacían los amigos de Jesús. Cuando estamos de pie estamos en actitud de estar listos y disponibles para la llamada de Dios. Cuando estamos de rodillas estamos en actitud de adoración a nuestro Dios y Salvador.

Cuando vivimos la Misa correctamente obtenemos varios frutos:

  • Entendemos la palabra de Dios,
  • Crecemos en nuestra fe para reconocer a Jesús,
  • Nos llenamos de alegría y paz interior;
  • Tenemos a Jesús presente en nuestra alma y las fuerzas necesarias para cumplir con nuestra misión.


Explicación detallada de la Misa

Entrada del sacerdote: Entra el sacerdote quién hace unos gestos que pasan desapercibidos; tales como, una genuflexión y un beso ante el altar. Estos gestos tienen un sentido muy importante y relevante. La Misa se celebra en un altar = alto, presidido por un crucifijo que es imprescindible, ya que ahí se va a llevar a cabo el sacrificio incruento de la Cruz, por lo tanto, es un recordatorio para el sacerdote y los fieles, de lo que ahí va a suceder. La inclinación del sacerdote es el primer acto de adoración y reverencia. El beso al altar significa el beso a la Iglesia.

Rito introductorio: La misa comienza con la señal de la cruz, símbolo del cristiano que indica nuestra fe en la Trinidad, la cual debe de ir acompañada internamente de la deliberada y consciente confesión de nuestra fe. Después, el sacerdote abre los brazos en señal de saludo, con uno saluda a Dios y con otro al pueblo. Las frases que pronuncia significan la unión entre el sacerdote y el pueblo: “El Señor .... Y con tu espíritu”.

Actos penitenciales: El sacerdote junta las manos en señal de humildad, se hace el primer silencio de la Misa, silencio de reflexión ante la invitación del sacerdote a arrepentirnos. Estos actos concluyen después de haber manifestado una actitud de humildad, un reconocimiento de nuestra condición de pecadores y de haber pedido misericordia con la absolución del sacerdote, pero, no para pecados graves. Sigue el Gloria, canto de alabanza todos los domingos excepto los de la Cuaresma y Adviento. Además de los días señalados como fiestas.

Oración colecta: Petición a Dios. Antes de rezarla se hace el segundo silencio, silencio de petición comunitaria. Oración principal de la Misa y dirigida al Padre, donde se pide un bien espiritual, se acomoda a los tiempos litúrgicos y finaliza con una invocación a la Santísima Trinidad. Con esto, termina el rito introductorio.

La primera parte esencial de la Misa:

La Liturgia de la Palabra: Se lleva a cabo en el ambón. Es una de las partes más importantes de la Misa. En la Misa diaria, hay una sola lectura. Los domingos y días de fiestas hay dos lecturas, siendo la primera, generalmente, del Antiguo Testamento, la segunda, es tomada generalmente, de Hechos, Cartas, Nuevo Testamento.

Entre la primera y la segunda, se recita el Salmo Responsorial, parte de canto y parte de meditación. La respuesta al Salmo es para favorecer la meditación. En esta parte, los fieles permanecen sentados con una actitud de atención, para que la Palabra los alimente y fortalezca. Dios habla, hay que escuchar con veneración.

Sigue el Aleluya, canto de alegría, preparación para el Evangelio; hay movimiento en el altar, el sacerdote va al ambón.

La Misa continúa con el Evangelio. Antes de su lectura, el sacerdote junta las manos y con gran recogimiento, dice: “Purifica Señor mi corazón y mis labios para que pueda anunciar dignamente tu Evangelio”. Éste debe ser leído por el ministro, en caso de que sea un diácono quien lo lea, debe pedirle su bendición al sacerdote. Un sacerdote no le pide la bendición a otro, sólo al Obispo. Si se escucha con atención y con las debidas disposiciones: humildad, atención y piedad, se depositará en el interior de cada fiel, una nueva semilla, sin importar cuántas veces se ha escuchado el mismo Evangelio, siempre habrá algo nuevo. Al finalizar el sacerdote dice: “Esta es Palabra de Dios” y besa el Evangelio diciendo: “Por lo leído se purifiquen nuestros pecados”.

La Homilía, momento muy importante para la vida práctica de los fieles; no se puede omitir en domingos y días festivos. En la lectura de la Sagrada Escritura, habla Dios; en la Homilía, habla la Iglesia, depositaria de la Revelación, con la asistencia del Espíritu Santo para que se interprete rectamente la Escritura. Hay que escuchar con una actitud activa lo que la Iglesia quiere decir por medio del sacerdote, no hay que juzgarlo. La Homilía es una catequesis, no debe hablarse de otros temas que no sean referentes a la fe y a la salvación. Si no hay homilía, debe haber un silencio meditativo después del Evangelio. El Obispo predica sentado con báculo y mitra.

El Credo, nuestra profesión de fe. Se profesan doce artículos, manifestando la fe en Dios, Sólo se reza en domingos y días festivos. En Navidad y en el día de la Encarnación, se arrodilla cuando se dice: “... Se encarnó de María, la Virgen”.

La Oración de los fieles: Todas estas oraciones son de petición. Los fieles ofrecen sus peticiones al Señor. Pueden ser hechas por los fieles. Su finalidad es pedir a Dios por las necesidades de la Iglesia:
 

  • Una debe ser por toda la Iglesia Universal.
  • Otra por la jerarquía, el Papa y los Obispos.
  • Por los gobernantes.
  • Por los pobres y necesitados.
  • Por la Iglesia particular o local.
  • Pueden haber más, pero no demasiadas. La introducción y la conclusión debe hacerla el sacerdote.

La preparación de las Ofrendas: Se llevan las ofrendas al altar, lo más conveniente es que los fieles las lleven. Estas son el vino y el pan. Se recoge la limosna, la cual es también una ofrenda. El sacerdote prepara el altar, extiende el corporal, si tiene copón lo destapa. El sacerdote recibe las ofrendas del pueblo. Con las ofrendas, la asamblea no sólo ofrece lo material, sino que simboliza la entrega del cristiano, su total disponibilidad a lo que Dios le tiene señalado. Se entregan los dones que Dios ha dado a cada quien, todo se pone a su disposición.

Ofrecimiento del pan y del vino: El pan y el vino se ofrecen por separado. El vino es preparado por el sacerdote que le añade unas gotas de agua diciendo: “Que así como el agua se mezcla con el vino, participemos de la divinidad de Aquél, que quizó compartir nuestra humanidad”. Existe un simbolismo entre el pan y el trabajo, además de que, en el pan hay muchos granos de trigo. Y como dice San Pablo: “Porque el pan es uno, somos muchos un sólo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1 Cor 10, 17). El vino se obtiene de la vid, machacando y pisando, símbolo de dolor, de sufrimiento y se ofrece para convertirlo en la Sangre de Cristo por un deseo de expiación. Con el pan y el vino se ofrece el trabajo, el descanso, las alegrías, las contrariedades; pero sobre todo, el deseo de que Dios acepte a cada quien con sus miserias, y los transforme con su Gracia hasta asemejarlos a su Hijo.

El lavatorio de manos: Con este gesto el sacerdote, una vez más, expresa su deseo de purificación y limpieza interior. Esta acción indica que se debe estar puro de todo pecado, lava las manos para purificarlas. El sacerdote dice: “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”.

Oración sobre las ofrendas: El sacerdote abre los brazos y dice: ”Orad hermanos...”, recordando a los fieles que también ellos ofrecen junto con él, el sacrificio, que no deben ni pueden quedar al margen. Se lee la oración de las ofrendas que expresan a Dios, de modo oficial, los sentimientos y deseos de los fieles, de la Iglesia en relación a las ofrendas, suplicando que las reciba y después de santificarlas, conceda los bienes espirituales que emanan del sacrificio.

La segunda parte esencial de la Misa: Liturgia Eucarística:

Suele llamarse canon = regla. Comienza con el Prefacio, que es un canto. Hay diferentes prefacios, unos provienen de la Iglesia oriental, otros de la romana, esto es con el fin de unificar a la Iglesia. Es una exhortación a elevar los corazones dejando todo lo mundano porque en unos momentos Dios se va a hacer presente. Se agradece a Dios su preocupación por los fieles, dando gracias según la fiesta. No se da gracias por cosas materiales en este momento, sino porque fortaleció la debilidad humana y porque con la muerte no se pierde la vida. Luego, el sacerdote nos invita a alabar (Hosanna), junto con los ángeles y arcángeles, y a dar la bienvenida a Cristo que está por venir.

Sigue con la Anámnesis, para recordar la conmemoración del misterio pascual. Ofrecimiento de la Víctima Divina. Después viene la invocación del Espíritu Santo o Epíclesis, al poner el sacerdote las manos sobre el cáliz, es el momento para que los fieles se arrodillen. Narración de la institución de la Eucaristía: El canon puede variar, pero, las palabras no varían en la narración. Al terminar la narración, y antes de formular las palabras de la Consagración, el sacerdote se inclina sobre el altar con el fin de separar lo que era una narración y lo que ahí va a suceder.

El sacerdote eleva primero el pan diciendo las palabras de la Consagración, hace una genuflexión, eleva el vino diciendo las palabras correspondientes y vuelve a hacer una genuflexión. La Consagración es el punto central de la Misa, la parte más importante, porque se vuelve a celebrar el sacrificio incruento de la Cruz. Al terminar el sacerdote dice: “Este es el misterio de nuestra fe”, como invitación a los fieles a que se adhieran conscientemente al misterio de la Iglesia. En esta parte se pide por los vivos, por los santos, se conmemoran a los difuntos y el sacerdote hace su petición personal. El rito de la consagración termina con las palabras: “Por Él, con Él y en Él, al Padre en unidad con el Espíritu Santo, todo honor y toda Gloria por los siglos de los siglos”, es la glorificación de la Trinidad (doxología). Si se analiza éste es el objeto de la creación: la Gloria de Dios.

Rito de la Comunión o Plegaria Eucarística: La consumación del sacrificio, el banquete. Comienza con el Padre Nuestro. La oración por excelencia que nos enseñó Jesús. Sus siete peticiones toman un sentido especial cuando se recita, poder sentirse hijos de Dios, contiene todo lo que se da en el sacrificio de la Misa.

Oraciones por la paz: Se pide la paz en la oración que enlaza con el Padre Nuestro y la que enseguida se dirige a Cristo. No se pide una paz externa, sino interna. Una paz que exige valor, que es una lucha contra el pecado. Se puede resumir en el encuentro de la Salvación. Cuando se da la paz, se debe de tener una verdadera disposición a ello, ninguna palabra mencionada en la Misa es formulario.

La Fracción del pan: el sacerdote parte la hostia consagrada en tres. La más pequeña la junta con las demás. Se invoca al Cordero de Dios, que es el que quita el pecado, lo destruye y que por su sacrificio es el que da la posibilidad del desprendimiento de los pecados. El sacerdote dice una oración con sentimiento de humildad, pidiendo que lo libre de cualquier falta y que cumpla sus mandamientos.

La recepción del sacramento,la Comunión: Si no hubiera comunión, la Misa sería incompleta, no hay que olvidar que Cristo, en la Última Cena, nos exhorta a ello. El sacerdote comulga primero, luego la distribuye a los fieles, quienes deben de estar conscientes de lo que van a hacer.

Rito de purificación: Luego de haber distribuido la Comunión, se limpian o purifican los objetos sagrados, con el fin de que el cuerpo y la sangre de Cristo no sean mal utilizados o sin la reverencia que se merecen.

La acción de gracias: Es elemental detenerse un momento para dar gracias a Dios, que está dentro de los que lo han recibido, y agradecerle todo los beneficios recibidos. Debe de haber una postura de recogimiento.

La oración post comunión: Se recita y relaciona la liturgia con la Comunión. Luego, el sacerdote despide a los fieles y les da su bendición, indicándoles, que han de seguir viviendo la Misa.

PAXTV.ORG