Recibir la Palabra en tierra buena

Evangelio según San Mateo 13,18-23. 

Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. 

Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. 

El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, 

pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. 

El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. 

Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno". 

San Pedro Poveda

San Pedro Poveda Castroverde, presbítero y mártir

En Madrid, en España, san Pedro Poveda Castroverde, presbítero y mártir, que, preocupado por la difusión evangelizadora de los cristianos en el mundo, principalmente en los campos de la educación y la cultura, fundó la Institución Teresiana, y al comienzo de la persecución contra la Iglesia en tiempo de guerra, fue asesinado por quienes odiaban la religión, ofreciendo a Dios un claro testimonio de su fe.

Pedro Poveda Castroverde nació en Linares (Jaén) el 3 de diciembre de 1874. Ya de niño sintió atracción por el sacerdocio. Ingresó en el seminario de Jaén y concluyó los estudios en el de Guadix, diócesis en la que recibió el presbiterado en 1897. Comenzó su ministerio en el Seminario y en la atención pastoral a los que vivían en las cuevas que rodeaban la población, creando una escuela para ellos. Nombrado canónigo de Covadonga se ocupó de la formación cristiana de los peregrinos y comenzó a escribir libros sobre educación y la relación entre la fe y la ciencia.

A partir de 1911, con unas jóvenes colaboradoras, comenzó la fundación de Academias y Centros pedagógicos que darían inicio a la Institución Teresiana. Se trasladó a Jaén para consolidar la misma Institución que recibiría allí la aprobación diocesana y después, estando él ya en Madrid como capellán real, la aprobación pontificia. Sacerdote prudente y audaz, pacífico y abierto al diálogo, entregó su vida por causa de la fe en la madrugada del 28 de julio de 1936, identificándose, «Soy sacerdote de Cristo», ante quienes le conducirían al martirio.

Fue beatificado el 10 de octubre de 1993, y canonizado el 4 de mayo de 2003, en España. En homilía de la misa de canonización decía SS. Juan Pablo II:

San Pedro Poveda, captando la importancia de la función social de la educación, realizó una importante tarea humanitaria y educativa entre los marginados y carentes de recursos. Fue maestro de oración, pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia, convencido de que los cristianos debían aportar valores y compromisos sustanciales para la construcción de un mundo más justo y solidario. Culminó su existencia con la corona del martirio.

San Cesáreo de Arlés (470-543), monje y obispo 
Sermón al pueblo, nº 7, 1

Recibir la Palabra en tierra buena

Que Cristo os ayude, hermanos muy amados, a acoger siempre la lectura de la palabra de Dios con un corazón ávido y sediento. Así vuestra fiel obediencia os llenará de gozo espiritual.

Mas, si vosotros queréis saborear la dulzura de las santas Escrituras y aprovecharos como es debido de los preceptos divinos, debéis sustraeros durante algunas horas a vuestras preocupaciones materiales. Volved a leer las palabras de Dios en vuestras casas, dedicaos enteramente a su misericordia. Así lograréis que se realice en vosotros eso que está escrito del hombre dichoso:   «Meditará día y noche la ley del Señor» (Sl 1, 2) y también: «Dichosos los que escrutan sus mandatos, los que le buscan con sincero corazón» (Sl 118, 2). 

Los buenos comerciantes no buscan sacar beneficios de una sola mercancía sino de muchas. Los agricultores buscan un mayor rendimiento sembrando diversas clases de semillas. Vosotros, que buscáis beneficios espirituales, no os contentéis escuchando sólo en la iglesia los textos sagrados. Leed esos textos en vuestras casas; cuando los días son cortos, aprovechad las largas veladas. Y así podréis acumular un fermento espiritual en los graneros de vuestro corazón y dejar bien colocado el tesoro de vuestras almas, las perlas preciosas de las Escrituras.

La tierra buena
Santo Evangelio según San Mateo 13,18-23. XVI Viernes de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, gracias porque me has querido traer hoy a este momento de intimidad contigo. Tú me conoces mejor que nadie. Sabes lo débil y frágil que soy. Ayúdame. Creo en Ti, Jesús, pero ayúdame a creer cada día más y que esa fe se traduzca en obras concretas que me lleven a parecerme más a Ti. Confío en Ti, pero ayúdame a entender que puedo abandonarme en tus manos sin temor alguno; dame la confianza que necesito para saber ver tu amor también en los momentos difíciles y confiar que lo que Tú quieres para mí, realmente es lo mejor. Te amo, Jesús, pero ayúdame a dejarme amar por Ti. Enséñame a recibir tu amor y a transmitirlo a los demás; que todo aquél que se cruce conmigo, pueda ver en mí un poco del amor que nos tienes. Gracias, Jesús.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús, hoy en este evangelio me explicas el significado de la parábola del sembrador.

Tú hablas de los tipos de corazón con los que se puede acoger tu palabra. Lo que se me hace curioso Jesús, es que quieras sembrar también en terrenos que pueden parecer poco propicios. Aunque el sembrador sepa que es muy difícil que crezca su semilla en esos terrenos duros, pedregosos y llenos de espinas, aun así no deja de esparcir la semilla. A pesar de todo, el sembrador confía en que esa tierra, que hoy no es más que piedras y abrojos, algún día, con trabajo y amor, puede llegar a ser un hermoso vergel.

Mi corazón es una tierra compuesta de piedras, espinas, pájaros y tierra fértil. Sabes que me tiran los placeres, que soy más propenso a la ira que al perdón, que tengo muchos defectos contra los he luchado por largo tiempo sin haber conseguido apenas nada... pero Tú eres el mejor hortelano y confías en mí. Tú puedes transformar mi corazón de piedra en uno de carne; Tú puedes saciar toda la sed de felicidad que tiene mi corazón, Tú puedes hacer de mí un santo. Confías en mí. No esperas a que mi vida sea perfecta para comenzar a sembrar en mi alma tu maravilloso amor. Me quieres y confías en mí. Gracias, Jesús, por tu inmenso amor y tu infinita confianza. Ayúdame a no defraudarte, Jesús. No quiero estorbar tu obra en mí. Dame la gracia de no estorbar tu trabajo en mi alma para que pueda dar los frutos de santidad que esperas de mí.

"Es un corazón misericordiado y misericordioso". Es así: experimenta los beneficios que la gracia tiene sobre su herida y su pecado, siente cómo la misericordia pacifica su culpa, inunda con amor su sequedad, reaviva su esperanza. Por eso, cuando, al mismo tiempo y con la misma gracia, perdona al que tiene alguna deuda con él y se compadece de los que también son pecadores, esta misericordia arraiga en una tierra buena, en la que el agua no se escurre sino que da vida. En el ejercicio de esta misericordia que repara el mal ajeno, nadie mejor que el que tiene fresca la sensación de haber sido misericordiado en el mismo mal para ayudar a curarlo. Mírate a ti mismo; recuérdate de tu historia; cuenta tu historia, y en ella encontrarás tanta misericordia.

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de junio de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a ser sembrador de la alegría del evangelio entre los que me rodean.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La tierra del amor
Los fuertes y los débiles, bien cultivados, pueden crecer y ayudarse mutuamente en el camino del existir humano.

Esta es la historia de dos garbanzos. Uno era genéticamente deforme, débil, enclenque, destinado a un futuro incierto, quizá a una muerte prematura. El otro era fuerte, lleno de vida, con un DNA lleno de perfecciones y conquistas evolutivas. Un supergarbanzo, en pocas palabras.

La cosa es que el primer garbanzo cayó en manos de un campesino atento, que reconoció en seguida los defectos de su semilla. No quiso lanzarlo sin más; decidió darle el cuidado conveniente. Lo sembró en un invernadero de calidad, le dio fosfatos y vitaminas, lo regó con más atención que a las demás plantas, y lo sacó al aire puro en el momento más propicio del año.

El “supergarbanzo”, sin embargo, con ser tan bueno, cayó en manos de un campesino despistado, que se confió en la potencialidad de aquella semilla extraordinaria. La sembró en el primer rincón de su campo, la regó poco, no la protegió de los caprichos del tiempo, ni le dedicó un dólar para abonos o sustancias estimulantes.

Los resultados, como era de esperar, “contradijeron” los datos de partida. El garbanzo deficiente se desarrolló en una planta no extraordinariamente bella, pero lo suficientemente fecunda como para premiar los esfuerzos del campesino previsor. El otro, debido a dos granizadas y a no pocos inconvenientes, quedó tan herido que daba más pena que descendencia fecunda...

Desde luego, la historia podría ser invertida totalmente. Lo que nos pueden enseñar estos garbanzos, sin embargo, transciende con mucho las leyes de la biología, desde luego sin contradecirla, cuando lo aplicamos al mundo de los hombres.

Platón, antes de que se descubriesen las leyes de la genética o se empezase a soñar en el control del genoma humano, ya había intuido que una naturaleza humana dotada de cualidades excepcionales en un ambiente de corrupción, podría dar lugar a personas pervertidas, dañinas, quizá incluso criminales o delincuentes.

Podemos añadir nosotros que también una naturaleza “mediocre”, puesta en condiciones educativas adecuadas (una buena familia, una escuela con maestros y compañeros honestos y solidarios) puede llegar a resultados no sólo “aceptables”, sino buenos en lo que se refiere a la educación de un ciudadano honesto, de un esposo o esposa fiel, de un padre o madre de familia entregado a sus hijos y de un profesionista cualificado.

Por desgracia, hoy se está difundiendo una mentalidad que busca la mejora “genética” de la especie humana, que llega incluso a proponer el aborto y el infanticidio de quienes tienen graves deformaciones cromosómicas o físicas, como si el ser hombre se redujese al tener una buena dotación de ADN (DNA en inglés).

El hombre, es verdad, depende de la estructura corporal, pero es mucho más que eso. Con amor y con un seguimiento educativo adecuado, es posible que personas que podrían vivir relegadas lleguen a integrarse en la sociedad como seres profundamente “útiles” y fecundos. No ofrecerán siempre prestaciones materiales: habrá discapacidades que impidan realizar cualquier trabajo productivo o cultural. Pero el testimonio de una vida de sufrimiento interpela, llama a todas las conciencias, y nos pone ante el misterio del vivir.

¿Es que no hay personas sanas que sufren psicológica o afectivamente mucho más que otros seres que viven buena parte de su existencia entre hospitales y sillas de ruedas? ¿Es que no hay artistas que viven, incluso en la cumbre del éxito y del clamor popular, una extraña soledad y vacío profundo, en esos momentos en los que consideran el valor de su existencia?

Una vida social no puede prescindir de la virtud de la solidaridad. Esta virtud tiene siempre una doble dirección, también ante el dolor y la discapacidad: del “fuerte” hacia el “débil”, y del “débil” hacia el “fuerte”.

Hace falta reconocer que los “fuertes” necesitan el apoyo de los “débiles”, pues no tiene precio el cariño que un ser humano puede otorgar a otros. También el enfermo puede y debe amar. Impedírselo “en nombre de la piedad” es señal de no haber entendido lo que significa ser hombre.

Por eso resulta urgente permitir que cualquier vida, sana o enferma, blanca o negra, rica o pobre, pueda crecer en buena tierra, pueda desarrollarse en la tierra del amor. Así será posible que tanto el garbanzo "perfecto" como el garbanzo "defectuoso" sean tratados de modo correcto, y cada uno contribuirá a la maravillosa armonía de un mundo abierto a todos.

Las 7 inigualables características del perdón de Dios
Si tenemos que ser misericordiosos como el Padre, lo mejor que podemos hacer es ver cómo nos perdona Dios para comprender cómo debemos perdonar 

En Las 9 cosas que me hubiera gustado saber antes de casarme», uno de los puntos que generó más preguntas y consultas fue el número 8: «Un buen matrimonio es la unión de dos buenos perdonadores». Muchas personas me contactaron por privado para consultar sobre este punto porque, «les cuesta mucho», «no pueden perdonar» o «están atrapados en un círculo de rencor».

¡Es que el perdón no es fácil! Pedir perdón no es fácil porque somos orgullosos. Y perdonar tampoco es fácil, porque estamos heridos. Así puede pasar que no nos pidamos perdón y esa falta de pedir y dar perdón se acumule en resentimiento. El resentimiento es tomar veneno y esperar que el otro se muera. Y si no es fácil lidiar con el perdón cuando estamos bien, con resentimiento es muchísimo más difícil.

Pero tenemos que perdonar. No hay opción. Jesús nos dice que seamos «misericordiosos como nuestro Padre Celestial es misericordioso. Y también lo decimos constantemente en el Padre Nuestro: «Perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Si nosotros no perdonamos, ¡Dios no nos puede perdonar!

Si tenemos que ser misericordiosos como el Padre, lo mejor que podemos hacer es ver cómo nos perdona Dios para comprender cómo debemos perdonar nosotros. Para ello vamos a seguir a nuestro querido Papa Francisco, que es un «misericordiólogo» de primer orden.

1. Dios está ansioso de perdonarnos
En la parábola del Padre Misericordioso, como la llama el Papa Francisco, más conocida como la del hijo pródigo, hay un rasgo tiernísimo del Padre que muchas veces pasamos por alto: «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente». (Lc 15, 20). ¡El Padre lo estaba esperando! ¡Fue corriendo a su encuentro! ¡Y el hijo todavía no le había pedido disculpas! En nuestras relaciones personales, tenemos que estar dispuestos a salir corriendo al encuentro de nuestros hermanos que nos hirieron, sin dudarlo  y sabiendo que así es el perdón de Dios. Tenemos que estar ansiosos esperando la reconciliación. Y cuando nuestro hermano que nos hirió nos pide disculpas, correr a su encuentro y manifestar la alegría del reencuentro.

El papa Francisco dijo en su sermón del domingo 6 de marzo pasado:

«Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá de toda medida, espera siempre nuestra conversión cada vez que nos equivocamos, espera a nuestro regreso cada vez que nos alejamos de Él».

2. Dios perdona de inmediato
En la parábola el Padre casi ni permite que su hijo le diga todas las palabras de arrepentimiento que tenía preparadas: lo manda levantar y manda a sus criados que lo vistan y le pongan anillos. Jesús, estando en la cruz, mira a aquellos que lo estaban torturando y a punto de matar y dice algo increíblemente desconcertante: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). ¿Se puede perdonar a alguien que nos hiere, sobre todo a aquellas personas que son más cercanas? ¡Por supuesto que sí! Tenemos que tener en cuenta que, como dice Nuestro Señor «no sabían lo que hacían». Tal vez creemos que esa persona nos hiere porque es mala, o porque nos odia. Pero, generalmente, la explicación es mucho más sencilla: no saben. El pecado, para ser pecado debe ser «cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1857). Y esas condiciones no siempre están presentes. Muchas veces nos herimos sin saber, sin querer, sin poder evitarlo. Por eso nuestra disposición a perdonar debe ser siempre generosa y abierta. Tanto si nos piden disculpas como si no nos piden disculpas, teniendo en cuenta que la persona que nos ofendió puede no saber que nos ofendió. Debemos evitar la tentación de decir: «yo eso no lo puedo perdonar» o «jamás te perdonaré». Si no perdonamos, le atamos las manos a Dios para que nos pueda perdonar.

3. El perdón de Dios es una fiesta
El padre, inmediatamente después de rehabilitar a su hijo a su plena dignidad ¡Les pide a los sirvientes que organicen una fiesta! ¿Olvidó la ofensa? ¿Se olvidó de todo lo que su hijo le había hecho? No. La respuesta se la da al hijo que protesta del trato que le dio el Padre Misericordioso al hijo descarriado: «este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado». ¿Cómo no alegrarnos si la paz ha vuelto a nuestra vida? ¿Cómo no alegrarnos si podemos dejar atrás nuestras diferencias?

El Papa Francisco, en una catequesis sobre esta parábola, el 13 de Enero de 2016 dijo:

«[El padre, después]… va también a llamar al hijo mayor, que está indignado y no quiere hacer fiesta, el hijo que ha permanecido siempre en la casa, pero viviendo como un siervo más que como un hijo, y también sobre él el padre se inclina, lo invita a entrar, busca abrir su corazón al amor, para que ninguno quede excluído de la fiesta de la misericordia, la misericordia es una fiesta».
Si Dios se alegra y arma una fiesta cuando le pedimos perdón, ¿por qué a veces nosotros perdonamos y seguimos con mala cara durante un tiempo? ¡Perdonemos con alegría, sabiendo que Dios nos va a perdonar de igual modo!

4. No es Dios quien nos acusa
En el episodio de la mujer adúltera, luego de confundir a los acusadores, hay un hermoso diálogo entre Nuestro Señor y la mujer: «”Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?”

Ella respondió: “Nadie, Señor.” Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno”». (Jn 8, 10-11) ¿Por qué cuando estamos enojados acusamos constantemente a quien nos hirió? ¿Por qué buscamos pelea? ¿Estamos tan libres de pecado que creemos que podemos acusar a quien nos hirió?¿Creemos que vamos a conseguir la benevolencia del otro repitiéndole mil veces las cosas que nos hizo? Yo creo que no. Más bien es una táctica espantosa si queremos la paz.

El Papa Francisco dijo en la homilía en la Casa Santa Marta el 3 de junio de 2014:
«¿Quién es el acusador? En la Biblia se llama “acusador” al demonio, Satanás. Jesús juzgará, sí: al final del mundo, pero mientras tanto intercede, defiende. [Quien juzga] es un imitador del príncipe de este mundo que siempre va detrás de las personas para acusarlas ante el Padre».
Si acusamos no nos parecemos a Jesús, ¡nos parecemos al diablo! ¿A quién nos queremos parecer? ¿Al Príncipe de la Paz o al príncipe de este mundo?

5. El perdón de Dios requiere una transformación
Pero eso no significa necesariamente que nunca más lo vamos a volver a hacer. Luego de ese hermoso diálogo con la mujer, Jesús le dice: «en adelante no peques más» (Jn 8,11). Y esa es la parte que a veces más nos cuesta cuando hemos sido nosotros los que ofendimos. 

A veces caemos en la rutina de pecar «porque la misericordia de Dios es infinita», y no ponemos los medios para producir esa conversión, esa transformación interior que es nuestro deber hacer para agradecer el perdón misericordioso de Dios. Cuando nuestro «Perdóname» a quien ofendimos se vuelve rutinario, o cuando vamos a la confesión sacramental sin propósito de enmienda, el poder del perdón se diluye. Tenemos que agradecer constantemente la misericordia de Dios y de nuestros hermanos y poner todos los medios para esa transformación interior. ¿Y si caemos de nuevo? ¡De nuevo nos levantamos! Pedimos perdón sincero y volvemos a poner todos los medios para no volver a caer. ¿Cuántas veces debemos perdonar a quienes nos hieren? ¡Setenta veces siete!

El Papa Francisco dijo a Andrea Tornielli en el libro «El Nombre de Dios es Misericordia»:
«Hay muchas personas humildes que confiesan sus recaídas. Lo importante, en la vida de cada hombre y de cada mujer, no es no volver a caer jamás por el camino. Lo importante es levantarse siempre, no quedarse en el suelo lamiéndose las heridas. El Señor de la misericordia me perdona siempre, de manera que me ofrece la posibilidad de volver a empezar siempre».

6. Dios perdona completamente
Dios perdona completamente. Jesús le dice al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). ¿Cómo perdonamos? El perdón no significa que tenga que olvidar la ofensa recibida.El perdón no tiene que ver con tu memoria. El perdón tampoco tiene nada que ver con los sentimientos. ¡Jesús pidió perdón por sus torturadores desde la Cruz! Tal vez, si la ofensa fue muy grave, nos vamos a acordar de la ofensa que nos hicieron hasta el último momento de nuestras vidas. Perdonar significa «seguir dando». Perdonar significa «donarse otra vez». Cristo le da su perdón a alguien que manifiestamente no lo merece. Tan buen ladrón fue que a último momento «se robó el Cielo». Cuando perdonamos, no podemos seguir con «cara de víctimas», mucho menos con «actitud de víctimas». Si el perdón es real y completo, no volveremos a hablar del tema nunca más, ni con el ofensor, ni con nadie, exceptuando con nuestro confesor. Eso significa perdonar: dejar atrás una ofensa y hacerlo de una vez y para siempre.

7. Es Dios quien perdona
El perdón no puede limitarse a pedirnos perdón mutuamente, aunque es un buen comienzo. Pero luego de perdonarnos mutuamente, en forma inmediata y completa, debemos saber que aquella persona que ofendimos, es ¡hija o hija de Dios! (y uno de sus favoritos) Entonces, lo siguiente que tenemos que hacer es ir y confesarlo a un sacerdote, para que mediante la absolución, la penitencia y el consejo adecuado podamos tener realmente paz en el alma, en nuestro matrimonio, en nuestra familia o en nuestras comunidades. La paz verdadera se cimenta sobre el perdón sobrenatural. Nuestro Señor nos lo dijo al dejarnos la paz «mi paz les dejo, mi paz les doy: no la doy como la da el mundo» (Jn 14,27).

El Papa francisco dijo en sermón de Santa Marta del 15 de junio de 2013:

«Pero ¿qué es la reconciliación? Tomar a uno de esta parte, tomar a otro y hacer que estén unidos: no, esta es una parte pero no es… La verdadera reconciliación es que Dios, en Cristo, ha tomado nuestros pecados y Él se ha hecho pecado por nosotros. Y cuando vamos a confesarnos, por ejemplo, no es que decimos el pecado y Dios nos perdona. No, ¡no es esto! Nosotros encontramos a Jesucristo y le decimos: ‘Esto es tuyo y yo te hago pecado otra vez. Y a Él le gusta eso, porque ha sido su misión: hacerse pecado por nosotros, para liberarnos».

Y para cerrar, otra cita del Querido Papa Francisco, esta vez a los niños el 11 de mayo de 2015:

«Sí: peleamos, pero no se debe terminar la jornada sin hacer la paz. Tengan siempre en mente esto. A veces yo tengo razón, el otro está equivocado, ¿cómo voy a pedir perdón? No pido perdón sino que hago un gesto y la amistad sigue. Esto es posible: no dejar que haber peleado dure hasta el día siguiente. ¡Esto es malo! No terminar el día sin hacer la paz».

¿Cómo hacer que todo cuanto hagas se convierta en oración?

7 recomendaciones prácticas nos sirven de respuesta

Pregunta:
Hola Fray Nelson Dios te bendiga hoy y siempre. quería preguntarte lo siguiente: ¿Cómo hacer que todo cuanto hagas se convierta en oración? - LTVJ.

Respuesta:
Haces bien en preguntar porque el apóstol Pablo nos exhorta: "Orad sin cesar" (1 Tesalonicenses 5,17). Algunas recomendaciones prácticas sirven de respuesta:
1. Vivir en gracia de Dios. El primer modo de estar en comunión con Dios es también la primera razón por la que somos gratos a Él, a saber, porque acogemos de una manera viva y agradecida el don de su amor y redención, lo cual, en lenguaje breve y sencillo se dice: estar en gracia de Dios; gracia renovada con la participación en los sacramentos y singularmente la Eucaristía, ojalá diariamente.

2. Tener un ritmo de oración propiamente dicha. Antes de intentar que "todo" sea oración hay que tener experiencia viva, frecuente, habitual, gozosa sin romanticismo, de lo que es orar. Además de la Eucaristía cotidiana, si es posible, conviene tener unos ritmos propios de oración por ejemplo a través de la Liturgia de las Horas, el Santo Rosario, la Coronilla de la Misericordia, o prácticas semejantes.

3. Ofrecer el día a Dios, desde su comienzo. El Señor ha querido que seamos libres y no roba lo que no queremos darle. Un corazón lleno de fe y gratitud hace una intención diaria, incluso renovada a lo largo del día, de ofrecer tanto los éxitos como las dificultades. Como ganancia adicional, este tipo de ejercicio ayuda a educar nuestro carácter y a madurar emocional y espiritualmente.

4. Utilizar jaculatorias: breves invocaciones que caben en un segundo o dos, y que nos recuerdan las buenas intenciones de nuestro ofrecimiento diario y de las demás intenciones. Una de las más comunes entre estas jaculatorias es: "¡Por tu amor, Jesús!" -- muy útil en momentos de dificultad o de contradicción.

5. No olvidar completar la jornada con un examen de conciencia. No tiene que ser exhaustivo pero sí completo. Nos ayuda a mejorar los propósitos, y a aprender a usar mejor las oportunidades de unión con Dios.

6. Recordar a menudo nuestros santos afectivamente más cercanos. Así como ellos son "amigos fuertes de Dios," según la expresión de Santa Teresa de Jesús, también son fuertes amigos de nuestra santificación. Sus ejemplos, la manera como respondieron a sus propios desafíos, las palabras y enseñanzas que dejaron, son elementos preciosos que podemos ir integrando a nuestra personalidad y camino de fe.

7. "Mira que envío un Ángel, que irá delante de ti," le dijo Dios a Moisés, refiriéndose al camino de todo el pueblo. No nos ha abandonado Dios, y sus Ángeles Custodios son poderosos aliados, no solamente para rescatarnos de dificultades materiales o de accidentes físicos, sino sobre todo, aliados en la obra sublime del adelanto en nuestra conversión y santificación.

5 consejos para alcanzar la santidad
Los Santos que conocemos, se santificaron haciendo la voluntad de Dios, y tú ¿haces la voluntad de Dios?

Todos en algún momento hemos escuchado historias de la vida de algún Santo como Madre Teresa de Calcuta, Juan Pablo ll, Padre Pío, etc. hay tantos Santos con grandes testimonios de vida que marcan la vida de otras personas.

Sin embargo, existen Santos sin nombre, me refiero a que las personas con “vida ordinaria” que han podido llegar a santificarse. Los Santos que conocemos, se santificaron haciendo la voluntad de Dios, y tú ¿haces la voluntad de Dios?, si nos hacemos esa pregunta y la respuesta es “si” ¡Felicidades, vas por buen camino!; pero si dudaste en responder, no te preocupes, Dios siempre te espera.

Por ello, te comparto 5 hábitos sencillos que puedes realizar a diario,  pero recuerda, debes ser constante:

Ofrece tu día a Dios
Reta a tu alarma de los “5 deliciosos minutos más” y levántate a la primera, vence tu pereza, si con la ayuda de Dios vences lo primero del día, tendrás mucho adelantado para tu jornada.

Oración
Dedica al menos 15 minutos de oración en silencio, conversa, escucha y medita; 15 minutos en lectura de biblia o algún libro de crecimiento espiritual, participa en la santa misa y recibe la comunión en estado de gracia.

Santo Rosario
Reza el Santo Rosario cada día y medita cada misterio, pues habla sobre la vida de nuestro Señor. Sólo con la perseverancia sabrás cuánto poder tiene el santo Rosario.

“Haz de las cosas ordinarias, algo extraordinario”
En tu vida ordinaria hay actividades que realizas constantemente, puedes ponerle unplus a ello, ofrece cada actividad a Dios, tratando que se haga realmente bien (si vas a limpiar dejarlo limpio, no renegar, hacerlo con amor).

Haz un examen de conciencia
Al finalizar tu jornada diaria, medita tus alegrías y tristezas, pregúntate ¿qué me alegró hoy? ¿Qué me entristeció hoy? ¿En qué puedo mejorar?

Te aseguro que si sigues estos hábitos constantemente en tu vida, podrás llegar a la santidad.
¡Qué! ¿Te animas?
Vamos, qué se puede.

LA SUPERIORA Y LA COMUNIDAD DE MISIONERAS DE PAX VOBIS LES DESEA DESDE SU COMUNIDAD UNAS FELICES FIESTAS PATRIAS PARA QUE LA MISERICORDIA DE DIOS Y LA DULCE MADRE DE DIOS BENDIGAN A TODOS LOS PERUANOS CON UNA NUEVA ESPERANZA DE PROGRESO Y DE PAZ Y UNIDAD CON LOS MEJORES DESEOS DE BIENESTAR Y CON LA BENDICION DEL CIELO LES LLENE DE SU AMOR COMO SU PATRIA SABE BRINDAR A TODOS LOS CORAZONES. FELICES FIESTAS PATRIAS.

LES DESEA LA COMUNIDAD MISIONERA DE PAX VOBIS.

PAXTV.ORG