El Reino de los Cielos pertenece a los que son como niños

Evangelio según San Mateo 19,13-15.

Le trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, pero Jesús les dijo: "Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos". Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.

San Juan Eudes

San Juan Eudes, presbítero y fundador
fecha: 19 de agosto
n.: 1601 - †: 1680 - país: Francia
canonización: B: Pío X 25 abr 1909 - C: Pío XI 31 may 1925
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Juan Eudes, presbítero, que durante muchos años se dedicó a la predicación en las parroquias y después fundó la Congregación de Jesús y María, para la formación de los sacerdotes en los seminarios, y otra de religiosas de Nuestra Señora de la Caridad, para fortalecer en la vida cristiana a las mujeres arrepentidas. Fomentó de una manera especial la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, hasta que en Caen, de la región de Normandía, en Francia, descansó piadosamente en el Señor.

Queridos hermanos y hermanas:

Se celebra hoy la memoria litúrgica de san Juan Eudes, apóstol incansable de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María, quien vivió en Francia en el siglo XVII, siglo marcado por fenómenos religiosos contrapuestos y también por grandes problemas políticos. Es el tiempo de la guerra de los Treinta Años, que devastó no sólo gran parte de Europa central, sino que también devastó las almas.

Mientras se difundía el desprecio por la fe cristiana por parte de algunas corrientes de pensamiento que entonces eran dominantes, el Espíritu Santo suscitaba una renovación espiritual llena de fervor, con personalidades de alto nivel como la de Bérulle, san Vicente de Paúl, san Luis María Grignon de Montfort y san Juan Eudes. Esta gran "escuela francesa" de santidad tuvo también entre sus frutos a san Juan María Vianney. Por un misterioso designio de la Providencia, mi venerado predecesor, Pío XI, proclamó santos al mismo tiempo, el 31 de mayo de 1925, a Juan Eudes y al cura de Ars, ofreciendo a la Iglesia y al mundo entero dos extraordinarios ejemplos de santidad sacerdotal.

En el contexto del Año Sacerdotal, quiero detenerme a subrayar el celo apostólico de san Juan Eudes, en particular dirigido a la formación del clero diocesano. Los santos son la verdadera interpretación de la Sagrada Escritura. Los santos han verificado, en la experiencia de la vida, la verdad del Evangelio; de este modo, nos introducen en el conocimiento y en la compresión del Evangelio.

El Concilio de Trento, en 1563, había emanado normas para la erección de los seminarios diocesanos y para la formación de los sacerdotes, pues el Concilio era consciente de que toda la crisis de la reforma estaba también condicionada por una insuficiente formación de los sacerdotes, que no estaban preparados de la manera adecuada para el sacerdocio, intelectual y espiritualmente, en el corazón y en el alma. Esto sucedía en 1563; pero dado que la aplicación y la realización de las normas llevaban tiempo, tanto en Alemania como en Francia, san Juan Eudes vio las consecuencias de este problema.

Movido por la lúcida conciencia de la gran necesidad de ayuda espiritual que experimentaban las almas precisamente a causa de la incapacidad de gran parte del clero, el santo, que era párroco, instituyó una congregación dedicada de manera específica a la formación de los sacerdotes. En la ciudad universitaria de Caen, fundó el primer seminario, experiencia sumamente apreciada, que muy pronto se amplió a otras diócesis.

El camino de santidad, que él recorrió y propuso a sus discípulos, tenía como fundamento una sólida confianza en el amor que Dios reveló a la humanidad en el Corazón sacerdotal de Cristo y en el Corazón maternal de María. En aquel tiempo de crueldad, de pérdida de interioridad, se dirigió al corazón para dejar en el corazón una palabra de los salmos muy bien interpretada por san Agustín.

Quería recordar a las personas, a los hombres, y sobre todo a los futuros sacerdotes, el corazón, mostrando el Corazón sacerdotal de Cristo y el Corazón maternal de María. El sacerdote debe ser testigo y apóstol de este amor del Corazón de Cristo y de María.También hoy se experimenta la necesidad de que los sacerdotes testimonien la infinita misericordia de Dios con una vida totalmente "conquistada" por Cristo, y aprendan esto desde los años de su formación en los seminarios.

El Papa Juan Pablo II, después del Sínodo de 1990, emanó la exhortación apostólica Pastores dabo vobis, en la que retoma y actualiza las normas del Concilio de Trento y subraya sobre todo la necesaria continuidad entre el momento inicial y el permanente de la formación; para él, para nosotros, es un verdadero punto de partida para una auténtica reforma de la vida y del apostolado de los sacerdotes, y es también el punto central para que la "nueva evangelización" no sea simplemente un eslogan atractivo, sino que se traduzca en realidad. Los cimientos de la formación del seminario constituyen ese insustituible "humus spirituale" en el que es posible "aprender a Cristo", dejándose configurar progresivamente por Él, único Sumo Sacerdote y Buen Pastor.

El tiempo del seminario debe ser visto, por tanto, como la actualización del momento en el que el Señor Jesús, después de haber llamado a los apóstoles y antes de enviarles a predicar, les pide que se queden con Él (Cf. Marcos 3,14). Cuando san Marcos narra la vocación de los doce apóstoles, nos dice que Jesús tenía un doble objetivo: el primero era que estuvieran con Él, el segundo que fueran enviados a predicar. Pero al ir siempre con Él, realmente anuncian a Cristo y llevan la realidad el Evangelio al mundo.

En este Año Sacerdotal os invito a rezar, queridos hermanos y hermanas, por los sacerdotes y por quienes se preparan a recibir el don extraordinario del sacerdocio ministerial. Concluyo dirigiendo a todos la exhortación de san Juan Eudes, que dice así a los sacerdotes: "Entregaros a Jesús para entrar en la inmensidad de su gran Corazón, que contiene el Corazón de su santa Madre y de todos los santos, y para perderos en este abismo de amor, de caridad, de misericordia, de humildad, de pureza, de paciencia, de sumisión y de santidad" (Coeur admirable, III, 2).

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Oremos  

Señor, tú que elegiste a San Juan Eudes para que nos anunciara las insondables riquezas de Cristo, haz que nosotros, siguiendo su ejemplo y enseñanzas, te conozcamos cada vez mejor y vivamos cada día con mayor fidelidad el mensaje del Evangelio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Máximo de Turín (¿-c. 420), obispo Homilía 58, sobre la Pascua; PL 57, 363

«De los que son como ellos es el Reino de los Cielos»

¡Qué don tan grande y admirable nos ha hecho Dios, hermanos queridos! En su Pascua..., la resurrección de Cristo hace renacer, en la inocencia de los más pequeños, aquello que ayer perecía en el pecado. La simplicidad de Cristo hace suya la infancia. El niño no tiene rencor, no conoce el fraude, no se atreva a hacer daño. Por eso, este niño que el cristiano llega a ser no se enfurece  cuando es insultado, no se defiende si se le despoja, no devuelve los golpes cuando se le pega. El Señor incluso exige orar por los enemigos, dar la túnica y el manto al que te lo roba, presentar la otra mejilla (Mt 5,39ss).

Esta infancia en Cristo sobrepasa a la infancia simplemente humana. Ésta ignora el pecado, aquella lo detesta. Ésta debe su inocencia a su debilidad; aquella a su virtud. Y todavía es digna de más elogios: su odio al mal viene de su voluntad, no de su impotencia... Cierto que se puede encontrar la sabiduría de un anciano en un niño y la inocencia de la juventud en personas de edad madura. Y el amor recto y verdadero puede madurar en los jóvenes: «Vejez venerable no son los muchos días, dice el profeta, ni se mide por el número de los años; que las canas del hombre son la prudencia» (Sap 4,8). Pero el Señor dice a los apóstoles ya de edad madura: «Os digo que si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 18,3). Y los envía a la fuente misma de su vida; les incita a encontrar de nuevo la infancia, a fin de que en estos hombres cuyas fuerzas ya declinan, renazca la inocencia de corazón. «El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos» (Jn 3,5).

Las personas más curiosas de este mundo

Santo Evangelio según San Mateo 19, 13-15. Sábado XIX de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, creo verdaderamente que Tú puedes saciar aquel núcleo de mi corazón en donde nadie puede entrar. No habrá riqueza, objeto o persona que pueda saciar ese deseo de eternidad que experimento. Quiero ser feliz eternamente y amarte libremente.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 19, 13-15

En aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase por ellos. Los discípulos regañaron a la gente; pero Jesús les dijo: "Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos". Después les impuso las manos y continuó su camino.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Tantas veces los niños pueden parecerme las personas más curiosas de este mundo. No saben nada de la vida, diría uno. No tienen ninguna utilidad, diría otro. No producen, no generan, no instruyen, no hablan lenguas, no trabajan. Ser como niños, ¿qué beneficio traería eso?

Confieso que muchas veces he podido sorprenderme a mí mismo con estos pensamientos en la cabeza. Quizá el hombre se vuelve demasiado pragmático en un mundo que le exige simplemente resultados, resultados, resultados. Puedes maravillarte, puedes reír, pero que todo sea con un fin concreto y útil.

¿De verdad los niños no saben nada de la vida?, ¿no enseñan, no producen, no instruyen? Mira hacia el cielo, invita a una persona a mirar las estrellas. ¿Se maravillaría? Puede ser. O quizá también pueda simplemente decirte que "eso" es el espacio, que hay "tantas" estrellas y "tantas galaxias", que todo está medido y que todo estará por conocerse algún día. En otras palabras, "dado que creo conocerlo todo, no tengo por qué maravillarme". Es una lástima…

Señor, Tú sabías y escondías más de lo que me decías y me dices en este Evangelio. Yo sí quiero renovar mi corazón, quiero hacer la experiencia que ya ni siquiera puedo traer a mi memoria. Un día yo también fui niño, fui niña y me sabía maravillar de tantas cosas. Me sabía maravillar de tu obra, sabía confiar en los demás, sabía reír, sabía jugar. Sabía que no todo está dirigido a esta vida, sino que hay cosas que construyen también para la otra.

Ojalá que cuando las personas me vean, no me importe si a mí también me consideran entre las personas más curiosas de este mundo.

El niño es precisamente aquel que no tiene nada que dar y todo que recibir. Es frágil, depende del papá y de la mamá. Quien se hace pequeño como un niño se hace pobre de sí mismo, pero rico de Dios.

Los niños, que no tienen problemas para comprender a Dios, tienen mucho que enseñarnos: nos dicen que él realiza cosas grandes en quien no le ofrece resistencia, en quien es simple y sincero, sin dobleces. Nos lo muestra el Evangelio, donde se realizan grandes maravillas con pequeñas cosas: con unos pocos panes y dos peces, con un grano de mostaza, con un grano de trigo que cae en tierra y muere, con un solo vaso de agua ofrecido, con dos pequeñas monedas de una viuda pobre, con la humildad de María, la esclava del Señor.

(Homilía de S.S. Francisco, 1 de octubre de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Trataré de encontrar un día de descanso lejos de la televisión, el internet o todo aquello que pueda tener mi mente ocupada y buscaré algún lugar en el que pueda simplemente contemplar y maravillarme del gran amor que me ofreces, Señor, y, de ese modo, "ablandar" un poco más mi corazón.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿En qué consiste el ser niño frente a Dios?

¿Qué actitudes implica la filialidad? confianza, obediencia y entrega filiales

¿Qué actitudes implica la filialidad? Me parece que son, fundamentalmente, tres actitudes frente al Padre Dios: confianza, obediencia y entrega filiales.

1. La confianza filial. Dios es un Padre todopoderoso. Esta afirmación teológica despierta en mí la actitud de confianza. Es la experiencia del niño que sabe confiar ciegamente en sus padres. Y lo hace instintivamente, sin demasiada reflexión; es su experiencia original. Por eso se siente tan seguro y cobijado y vive tranquilo y feliz su vida.

Lo que en el niño es espontáneo, nosotros los adultos hemos de reconquistarlo si queremos tener alma de niño. Lo que el niño presupone de sus padres naturales, el hombre filial lo reconoce en el Padre celestial. Por eso, el Padre José Kentenich, Fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, procura conducirnos a la confianza filial: “Mi esfuerzo personal, respecto a toda la Familia, es que lleguemos a ser héroes de la confianza”.

Él suele ilustrar esta confianza heroica con la imagen del hijo del marinero. Este, aun teniendo conciencia del peligro en alta mar, no desespera sino que permanece tranquilo, porque sabe que su padre está al timón. Es esta convicción la que hemos de reconquistar: “El Padre tiene en sus manos el timón, aunque yo no sepa el destino ni la ruta” (Hacia el Padre, 399). Cuando así le entregamos al Padre Dios la conducción de nuestra vida, entonces renace la seguridad existencial. Es la “seguridad del péndulo” que permanece firmemente agarrado desde arriba.

El Padre es la roca inconmovible, la tranquilidad del hijo, en medio de los vaivenes de la vida. “El niño todo lo vence mediante la confianza” (Dios mi Padre, 223), afirma el Padre José kentencih.

La infancia espiritual consiste, en este contexto, en una fe sencilla en la Divina Providencia que nos hace ver presente, detrás de todos los acontecimientos de la vida, una mano paternal y bondadosa. Filialidad no es evasión de responsabilidades, sino protagonismo histórico y creador. Es compartir responsabilidades con el Padre, luchar por un mundo digno de Él.

2. La obediencia filial. La verdadera filialidad es, en segundo lugar, docilidad, sumisión a la voluntad de Dios, obediencia al Padre. A partir de Jesús y siguiendo sus huellas, “el hombre filial sabe que su obra es grande sólo en la medida en que corresponde al deseo del Padre” (Dios mi Padre, 319).

Es preguntarle, en cada caso: Padre, ¿qué te agrada más? La obediencia le confiere a la infancia espiritual, vitalidad y heroísmo; la hace exigente y educadora. Porque la verdadera imagen del Padre encierra no sólo bondad, sino también fuerza. Dios Padre puede causarnos dolor, para asemejarnos más a su Hijo Unigénito. Pero es siempre el amor que lo impulsa a imponernos severas exigencias.

3. El amor filial. “Los santos afirma el Padre Kentenich se hicieron santos a partir del momento en que comenzaron a amar, y comenzaron a amar sólo cuando se creyeron, se supieron y se sintieron amados por Dios” (Dios mi Padre, 248. J. Kentenich).

Nuestro amor ha de volver a ser como el amor de los niños. Debemos dejar de lado nuestros enredos y complicaciones de adultos y aprender a amar con sencillez.Debemos sacarnos nuestras máscaras de falsa grandeza y autosuficiencia y entregarnos con humildad sincera. Debemos pasar de un amor racional y calculador a un amor espontáneo y cálido. Esta simplicidad, autenticidad y espontaneidad en la entrega, cautiva el amor del Padre y lo atrae irresistiblemente.

Por eso ha de crecer y purificarse nuestro amor. El amor primitivo gira en torno al propio yo y sus intereses. En cambio, el amor filial maduro gira en torno al Padre y su voluntad. Y eso requiere de una permanente autoeducación, de una lucha diaria constante, de renuncias y entregas heroicas. Pero sabemos que es el único camino para cambiar y hacernos como los niños, y así poder entrar al Reino del Padre eterno.

El Papa Francisco envía telegrama

Papa Francisco expresó “su más profundo pesar por las víctimas que han perdido la vida” en Barcelona

Mediante un telegrama, el Papa Francisco expresó “su más profundo pesar por las víctimas que han perdido la vida” en el atentado terrorista cometido el jueves 17 de agosto en la ciudad de Barcelona y ofreció “sufragios por su eterno descanso”.

En el telegrama, enviado al Arzobispo de Barcelona, Cardenal Juan José Omella, por el Secretario de Estado, Cardenal Pietro Parolin, el Santo Padre define de “cruel atentado terrorista” y de “acción inhumana” el ataque reivindicado por el Estado Islámico y que ha ocasionado 14 muertos y más de 100 heridos.

El Cardenal Parolin indicó en el telegrama que el Pontífice, “en estos momentos de tristeza y dolor, quiere hacer llegar también su apoyo y cercanía a los numerosos heridos, a sus familias y a toda la sociedad catalana y española”.

“El Santo Padre condena una vez más la violencia ciega, que es una ofensa gravísima al Creador, y eleva su oración al Altísimo para que nos ayude a seguir trabajando con determinación por la paz y la concordia en el mundo”, concluye el telegrama enviado por el Secretario de Estado de Su Santidad.

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