Él les envió a proclamar el reino de Dios

Evangelio según San Lucas 9,1-6. 

Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades. 
Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: "No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno. 
Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir. 
Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". 
Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.

San Vicente de Paúl, presbítero y fundador

Memoria de san Vicente de Paúl, presbítero, que, lleno de espíritu sacerdotal, vivió entregado en París, en Francia, al servicio de los pobres, viendo el rostro del Señor en cada persona doliente. Fundó la Congregación de la Misión (Paúles), al modo de la primitiva Iglesia, para formar santamente al clero y subvenir a los necesitados, y con la cooperación de santa Luisa de Marillac fundó también la Congregación de Hijas de la Caridad.

Aun en los períodos de mayor decadencia religiosa, cuando los hombres parecen haber olvidado totalmente el Evangelio, Dios se encarga de que surjan en la cristiandad ministros fieles, capaces de reavivar la caridad en el corazón de los hombres. San Vicente de Paul fue uno de esos instrumentos de la Providencia. Sus padres poseían una pequeña granja en Pouy, aldea vecina a Dax, en la Gascuña. Allí nació Vicente, el tercero de cuatro hermanos. Ante la inteligencia y la inclinación al estudio de que Vicente daba muestras, su padre le confió a los franciscanos recoletos de Dax para que le educasen. Vicente terminó sus estudios en la Universidad de Toulouse y, en 1600, a los veinte años de edad, recibió la ordenación sacerdotal. Lo poco que sabemos sobre la juventud de Vicente no hacía prever la fama de santidad que alcanzaría en el futuro. Se dice que hizo un viaje a Marsella, qnc estuvo prisionero en Túnez y que logró escapar en forma muy novelesca. Pero estos sucesos han sido tan controvertidos y plantean tantos problemas, que lo mejor que podemos hacer es ignorarlos.

El propio san Vicente cuenta que, en aquella época, lo único que le preocupaba era hacer carrera. Logró obtener el puesto de capellán de la reina Margarita de Valois, al que estaban anexas las rentas de una pequeña abadía, según la reprobable costumbre de aquel tiempo. Vivía en París con un amigo, cuando ocurrió un suceso que iba a cambiar su vida. El amigo con quien compartía sus habitaciones, le acusó de haberle robado cuatrocientas coronas y como todos los indicios estaban en contra de Vicente, empezó a esparcir entre sus conocidos el rumor de que su compañero era un ladrón. Vicente se contentó con negar el hecho diciendo: «Dios sabe la verdad». Seis meses más tarde, cuando Vicente había soportado la difamación con increíble paciencia, el verdadero ladrón confesó su fechoría. San Vicente relató más tarde el suceso en una conferencia espiritual a sus sacerdotes (pero habló en tercera persona), para hacerles comprender que la paciencia, el silencio y la resignación son la mejor defensa de la inocencia y el medio más apto para santificarse gracias a la calumnia y la persecución.

Vicente conoció en París a un virtuoso sacerdote, Pedro de Bérulle, quien sería más tarde cardenal. Bérulle, que Ie profesaba gran estimación, consiguió que aceptase el cargo de tutor de los hijos de Felipe de Gondi, conde de Joigny. La condesa le eligió como confesor y director espiritual. En 1617, cuando la familia se hallaba en la casa de veraneo en Folleville, Vicente acudió a confesar a un campesino gravemente enfermo. Como el mismo penitente relató más tarde a la condesa y a otras personas, todas sus confesiones anteriores habían sido sacrílegas y debía su salvación a la bondad de san Vicente. La condesa quedó horrorizada al oír hablar de tales sacrilegios. La señora de Gondi era una buena mujer que, en vez de encastillarse en la ilusión de orgullo, por la que tantos amos se desentienden del cuidado de sus criados, comprendía que estaba ligada a sus servidores por los lazos de la justicia y de la caridad, que la obligaban a velar por el bien espiritual de su servidumbre. Las buenas inclinaciones de la condesa ayudaron también a san Vicente a caer en la cuenta del abandono religioso en que vivían los campesinos de Francia, de suerte que la condesa le convenció fácilmente para que predicase en la iglesia de Folleville e instruyese al pueblo sobre la confesión. Tras los primeros sermones, fue tan grande la multitud de los que acudieron a hacer su confesión general, que Vicente tuvo que pedir ayuda a los jesuitas de Amiens.

Ese mismo año de 1617, por consejo del P. Bérulle, Vicente renunció al cargo de tutor para encargarse de la parroquia de Chatillon-les-Dombes. En el desempeño de ese puesto consiguió la conversión del conde de Rougemont y otros personajes que llevaban una vida escandalosa. Pero al poco tiempo retornó a París y empezó a trabajar con los galeotes de la Conciérgerie. Fue nombrado oficialmente capellán de los galeotes (de los que estaba encargado el general Felipe de Gondi), y su primer cuidado consistió en predicar una misión en Burdeos, en 1622. Por entonces, comenzó a circular la leyenda -cuya veracidad no ha sido probada- de que Vicente sustituyó una vez a un galeote en una galera. La condesa de Joigny le ofreció una renta para que fundase una misión permanente para el pueblo, en la forma en que lo creyese conveniente, pero Vicente no hizo nada por el momento, ya que su humildad le llevaba a creerse incapaz de semejante empresa. La condesa, que sólo encontraba la paz en la dirección espiritual del santo, le arrancó la promesa de que nunca dejaría de dirigirla y de que la asistiría en la hora de la muerte. Deseosa por otra parte de hacer cuanto estaba en su mano por el bien espiritual de sus súbditos, consiguió que su esposo la ayudase a formar una asociación de misioneros que consagrasen su celo a atender a sus vasallos y, en general, a los campesinos. El conde habló del proyecto a su hermano, el arzobispo de París, quien puso a su disposición el edificio del antiguo colegio «Bons Enfants» para alojar a la comunidad. Los misioneros estaban obligados a renunciar a las dignidades eclesiásticas, a trabajar en las aldeas y pueblecitos de menor importancia y a vivir de un fondo común. San Vicente tomó posesión de la casa en abril de 1625. Como lo había prometido, el santo asistió a la condesa en su última hora, pues Dios la llamó a Sí dos meses después. En 1633, el superior de los Canónigos Regulares de San Víctor, regaló a los misioneros el convento de San Lázaro, que se convirtió en la sede principal de la congregación. Por ello se llama a los padres de la misión, unas veces lazaristas y otras vicentinos. Se trata de una congregación de sacerdotes diocesanos que hacen cuatro votos simples de pobreza, castidad, obediencia y perseverancia. Se ocupan principalmente de las misiones entre los campesinos y de la dirección de seminarios diocesanos; actualmente tienen colegios y misiones en todo el mundo. Cuando murió san Vicente, la congregación tenía ya veinticinco casas, en Francia, el Piamonte, Polonia y aun en Madagascar.

Pero el celo de «Monsieur Vincent», como empezó a llamársele cariñosamente, no se satisfizo con esa fundación, sino que trató de remediar las necesidades corporales y espirituales del pueblo por todos los medios posibles. Con ese fin, estableció las cofradías de la caridad (la primera de ellas en Chatillon), cuyos miembros se dedicaban a asistir a los enfermos de las parroquias. Tal fue el origen de las Hermanas de la Caridad, que san Vicente Fundó con santa Luisa de Marillac.

De las Hermanas de la Caridad se ha dicho que «tienen por convento el cuarto de los enfermos, por capilla la iglesia parroquial y por claustro las calles de la ciudad». El santo organizó también la asociación de las Damas de la Caridad entre las señoras ricas de París, para conseguir fondos y ayuda para las obras de beneficencia. No contento con eso, fundó varios hospitales y asilos para huérfanos y ancianos y empezó a construir, en Marsella, el hospital para galeotes, que no llegó a terminar. Para financiar todos esos establecimientos encontró generosos bienhechores y dejó fijadas reglas muy sabias para su administración. Igualmente redactó un plan de retiro espiritual para los candidatos al sacerdocio, un método de examen de conciencia para la confesión general y otro para deliberar sobre la vocación, e instituyó una serie de conferencias sobre las obligaciones clericales, para remediar los abusos e ignorancia que descubría a su alrededor. Parece casi increíble que un hombre de humilde origen, sin fortuna y sin las cualidades que el mundo más aprecia, haya podido realizar solo una tarea tan extraordinaria.

Al saber san Vicente la miseria que reinaba en Lorena durante la guerra en esa región, consiguió en París una suma fabulosa de dinero para socorrer a los habitantes. Además, envió a sus misioneros a predicar entre los pobres y enfermos de Polonia, Irlanda, Escocia y aun de las Hébridas. Su congregación rescató en el norte de África a 1200 esclavos cristianos y socorrió a muchísimos otros. El rey Luis XIII mandó llamar al santo para que le asistiese en su lecho de muerte, y la regente, Ana de Austria, le consultaba acerca de los asuntos eclesiásticos y la concesión de beneficios. Sin embargo, san Vicente no consiguió persuadir a la reina, en el asunto de la Fronda, a que hiciese renunciar a su ministro Mazarino por el bien del pueblo. Gracias a la ayuda del santo, las Benedictinas inglesas de Gante pudieron fundar un convento en Boulogne en 1652. Pero esta colosal actividad no distraía un instante a Vicente de su unión con Dios. En los fracasos, decepciones y ataques, conservaba una serenidad extraordinaria y su único deseo era que Dios fuese glorificado en todas las cosas.

Por increíble que pueda parecer, san Vicente «era un hombre de carácter belicoso y colérico», según lo confiesa él mismo; podría creerse que se trata de una exageración debida a la humildad, pero otros testigos confirman esas palabras. «Sin la gracia -dice el mismo Vicente-, me habría dejado llevar de mi temperamento duro, áspero e intratable». Pero la gracia de Dios no le faltó y supo aprovecharla hasta convertirse en un hombre dulce, afectuoso y extraordinariamente fiel a los impulsos de la caridad y el amor de Dios. El santo quería que la humildad fuese la base de su congregación y no se cansaba de repetirlo. En cierta ocasión, se negó a admitir en su congregación a dos hombres de gran saber, diciendo: "Vuestras habilidades están por encima de nuestro nivel y pueden encontrar mejor empleo en otra parte. Nuestra gran ambición es instruir a los ignorantes, mover a penitencia a los pecadores y sembrar en el corazón de los cristianos el evangelio de la caridad, la humildad, la mansedumbre y la sencillez». Según las reglas de san Vicente, los misioneros no debían hablar nunca acerca de sí mismos, porque tales conversaciones proceden generalmente de soberbia y fomentan el amor propio. Era muy grande la preocupación de san Vicente por la rapidez con que se divulgaba el jansenismo en Francia. «Durante tres meses -confesó el santo- el único objeto de mis plegarias ha sido la doctrina de la gracia y, cada día, Dios ha confirmado mi convicción de que Nuestro Señor Jesucristo murió por todos nosotros y que desea salvar al mundo entero». Él mismo se opuso activamente a los predicadores de la falsa doctrina y no toleró que permaneciera en su congregación ningún sacerdote que profesara sus errores.

Hacia el fin de su vida, la salud del santo estaba totalmente quebrantada. Murió apaciblemente, sentado en su silla, el 27 de septiembre de 1660, a los ochenta años de edad. Clemente XI le canonizó en 1737, y León XIII proclamó a ese humilde campesino patrono de todas las asociaciones de caridad. Entre éstas se destaca la Sociedad de San Vicente de Paul, que Federico Ozartam fundó en París en 1883, siguiendo el espíritu del santo. Su cuerpo permanece incorrupto y descansa en la Iglesia de San Lázaro, en París.

Las fuentes  P. Pierre Coste, Saint Vincent de Paul, correspondance, entrétiens, documents (1920-1925), en catorce volúmenes. La biografía escrita por el mismo autor, Le grand saint du siécle (3 vols.), completa dicha obra. La primera biografía de san Vicente fue la que publicó Mons. Abelly cuatro años después de su muerte. Las biografías modernas son innumerables; citemos, entre otras, las de Bougaud, de Broglie, y Lavedan. Esta última, a pesar de su maravilloso estilo, no iguala en veracidad histórica La vraie vie de S. Vincent de Paul de Redier (1927), ni el S. Vincent de Paul de P. Renaudin (1929).

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Oremos  Señor, tu que adornaste a San Vicente de Paúl con las cualidades de un verdadero apóstol, para que se entregara al servicio de los pobres y a la formación de los ministros de tu Iglesia, concédenos a nosotros que, animados por un celo semejante al suyo, amemos lo que él amó y practiquemos lo que él enseñó. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Concilio Vaticano II Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia «Ad Gentes», § 1

"Él les envió a proclamar el reino de Dios"

La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser "el sacramento universal de la salvación", obedeciendo el mandato de su Fundador (Cf. Mc., 16,15), por exigencias íntimas de su misma catolicidad, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres. Porque los Apóstoles mismos, en quienes está fundada la Iglesia, siguiendo las huellas de Cristo, "predicaron la palabra de la verdad y engendraron las Iglesias" (S. Agustín).

Obligación de sus sucesores es dar perpetuidad a esta obra para que "la palabra de Dios sea difundida y glorificada" (2 Tes., 3,1), y se anuncie y establezca el reino de Dios en toda la tierra. 

Mas en el presente orden de cosas, del que surge una nueva condición de la humanidad, la Iglesia, sal de la tierra y luz del mundo (Cf. Mt., 5,13-14), se siente llamada con más urgencia a salvar y renovar a toda criatura para que todo se instaure en Cristo y todos los hombres constituyan en El una única familia y un solo Pueblo de Dios.

Francisco en Santa Marta invita a la familiaridad con el Señor
Estar con Él, mirarlo, escuchar su palabra a través de la oración. Vivir ese clima de la casa de Jesús

26 SEPTIEMBRE 2017

REDACCION EL PAPA FRANCISCO

Santa Marta, 26 Sept 2017 (Osservatore © Romano)

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 26 Sept. 2017).- “El concepto de familiaridad con Dios y con Jesús es algo más que ser discípulos o amigos. Lo indicó el papa Francisco este martes en la homilía de la misa matutina en la Casa Santa Marta, inspirándose en el Evangelio de san Lucas de hoy que relata cuando el Señor quien llama “madre”, “hermanos” y “familia” a quienes lo circundan y lo escuchan.

“Los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” es el concepto de familia para Jesús, una familia “más amplia de aquella en la que se viene al mundo”, dijo.

Esta actitud no es simplemente formal o educada sino que significa “entrar en la casa de Jesús: entrar en aquel clima, vivir ese clima que hay en la casa de Jesús. Vivir allí, contemplar, ser libres, allí. Sí, porque los hijos son libres, los que viven en la casa del Señor son libres, los que tienen familiaridad con Él son libres”.

“Los demás, usando una palabra de la Biblia son los ‘hijos de la esclava’, digamos así, son cristianos, pero no osan acercarse, no osan tener esta familiaridad con el Señor y siempre hay una distancia que los separa del Señor”, precisó.

Esta familiaridad con Jesús, indican los grandes santos, quiere decir “estar con Él, mirarlo, escuchar su palabra, tratar de ponerla en práctica, hablar con Él” a través de la oración: “aquella oración que se hace también por la calla: ‘Pero, Señor, ¿qué piensas?’. Ésta es la familiaridad, ¿no? Siempre”.

Recordó así que santa Teresa “encontraba al Señor por doquier, era familiar con el Señor, en todos partes. Incluso entre las ollas de la cocina, era así. Familiaridad con el Señor”.

Añadió el papa Francisco que familiaridad es permanecer en presencia de Jesús como Él mismo nos aconseja en la Última Cena o como nos recuerda el inicio del Evangelio. Y en particular cuando san Juan indica: “Éste es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Y Andrés y Juan fueron detrás de Jesús” y, como está escrito, “permanecieron, estuvieron con Él toda la jornada”.

Así es la actitud de familiaridad, no aquella “buena” de los cristianos que se mantienen a distancia de Jesús, “tú allí y yo aquí”.

El Santo Padre concluyó invitando a “dar paso a esta actitud de familiaridad con el Señor. Aquel cristiano, con sus problemas, que va en el autobús, en el metro e interiormente habla con el Señor o, al menos, sabe que el Señor lo mira, que está cerca de él: ésta es la familiaridad, la cercanía, es sentirse de la familia de Jesús. Pidamos esta gracia para todos nosotros: comprender lo que significa familiaridad con el Señor”. “Que el Señor nos dé esta gracia”.

Me necesitas sólo a mí

Santo Evangelio segú San Lucas 9,1-6. Miércoles XXV del tiempo ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Gracias, Señor, por haberte introducido en mi vida. Gracias por habérteme mostrado. Gracias por enseñarme que me amas. Tú eres muchas veces el motivo que me impulsa a seguir de pie. Tú eres la fuerza que me hace levantarme. Tú eres mi Dios que me sostiene.

de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Es difícil juzgar sobre sí mismo. Especialmente en momentos donde reina la confusión. Actualmente me encuentro confundido, tengo estos problemas, esta persona me preocupa, no he logrado esto o aquello y mis sentimientos me llevan de un lado para otro. Me falta paz. No sé si soy capaz de detenerme un instante. La vida me está llevando. La vida me está viviendo. No tengo respuestas y he intentado hacer uso de tantos recursos para solucionar mi vida, mis dudas, mis problemas… pero nada me es suficiente para encontrar respuesta.

Me pediste no llevar alforja, ni bastón, ni pan, ni dinero. Me pediste no aferrarme a las cosas de este mundo. No hacer de ellas mis dioses. No convertirlas a ellas en mis respuestas. Hoy miro mi vida una vez más. ¿Cuáles son mis seguridades?, ¿qué es lo que persigo?, ¿por qué me descubro una y otra vez lejos de Ti? Busco mi felicidad, busco mi seguridad en mi trabajo, en mis pertenencias… incluso en personas…

Pero Tú vienes y me dices "me necesitas sólo a mí", "sólo yo podré llenarte", "solo en mí serás libre", "sólo en mí puedes amar de verdad", "sólo en mí encontrarás la seguridad que jamás se quiebra". Palabras duras para mí... ¿Es que acaso debo separarme de todos mis bienes, apartarme de las personas, eliminar todo deseo que no seas Tú?...

Una sola respuesta me compartes: si en el centro de mi corazón te encuentras Tú, puedo entonces decidir continuar mi vida como antes, pero no ya con la confianza en ninguna cosa más que en Ti. Y en Ti disponer de todo, en Ti amar a todos, desde Ti cada elección; desde Ti podré de verdad amar.

¡No existe la misión cristiana caracterizada por la tranquilidad! Las dificultades y las tribulaciones forman parte de la obra de evangelización, y nosotros estamos llamados a encontrar en ellas la ocasión para verificar la autenticidad de nuestra fe y de nuestra relación con Jesús. Debemos considerar estas dificultades como la posibilidad para ser todavía más misioneros y para crecer en esa confianza hacia Dios, nuestro Padre, que no abandona a sus hijos en la hora de la tempestad.

(Homilía de S.S. Francisco, 25 de junio de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy haré un rato de oración y revisaré qué tan cerca estoy de Dios y cómo puedo fortalecer mi relación con Él.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El apostolado... ¿una obligación?

Para hablar del Evangelio no se necesita ir lejos

San Marcos nos narra que el día de la Ascensión, Jesucristo dijo a sus discípulos: Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a todas las criaturas (Mc 16,15).

Jesús no lo dijo solamente para los once apóstoles que estaban ahí presentes, sino para todos los cristianos de todas las épocas. El Señor nos envía, a cada uno de nosotros, a evangelizar a los pueblos.

"Apóstol" significa “enviado”, así que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que todos los cristianos, por haber sido enviados a predicar el Evangelio, estamos llamados a ser apóstoles.

Tenemos la obligación de ser apóstoles desde el día de nuestro Bautismo y reafirmamos este compromiso el día que recibimos el Sacramento de la Confirmación. Que debemos ser apóstoles, no hay duda. Otra cosa es si de verdad lo somos.

¿Qué es lo que debe hacer un apóstol?

Conocer
Un apóstol, como enviado, no debe representar sus propios intereses, sino los de Aquél quien lo envió. Como enviados de Jesucristo debemos, antes que nada, conocer qué es lo que a Él le interesa: a través del Evangelio, del Magisterio de la Iglesia, del Catecismo, de la oración. Cuanto mejor conozcamos a Jesucristo y su mensaje, mejor podremos cumplir nuestra misión.

Vivir
No basta con conocer el Evangelio, también debemos ponerlo en práctica. Los cristianos tenemos que proclamar el Evangelio, ante todo, viviéndolo. El testimonio es lo que convence a los hombres y es el mejor medio para anunciar el mensaje de Cristo.

Transmitir
Transmitir, es la tercera misión del apóstol. Con nuestro ejemplo, con los hechos, y por la palabra, hablando de Jesucristo, predicándole a los hombres: enseñándoles cuán feliz puede uno ser, siendo seguidor de Cristo.

Conocer el Evangelio, vivirlo, transmitirlo, son las tres misiones del apóstol.

Si el mundo entero todavía no es cristiano al cabo de 2000 años, no se debe a que el cristianismo sea una religión falsa. Se debe solamente a que no todos los cristianos hemos sabido dar testimonio de lo que realmente somos.

¿Quieres ser un verdadero apóstol? No es necesario que hagas tu maleta y te compres un billete de avión rumbo a Sudáfrica. Para hablar del Evangelio no se necesita ir lejos. Debemos lograr que Cristo llegue, a través de mí y de ti, a nuestras familias, a nuestros ambientes de trabajo, de estudio, de entretenimiento. Y entonces, el mundo irá volviendo su mirada insatisfecha hacia la Verdad y se iluminará con la felicidad que sólo el Dios verdadero puede dar.

El Arrepentimiento y la Paternidad de Dios

Debemos caer en cuenta que no somos esclavos, sino hijos

Uno de los errores más comunes que cometemos es pensar en el pecado como algo meramente legal. Es decir, pensar que el pecado es sólo romper un código de leyes y reglas, y conformarse con eso. Pensar en el pecado y la honradez en términos estrictamente legales es perder el tiempo. El pecado no es algo fundamentalmente legal; es más bien algo fundamentalmente relacional.

Dicho de otro modo, el pecado es una ruptura de la comunión. Es moverse lejos del amor hacia lo que no es amor. Es un alejamiento de la faz de Dios hacia la oscuridad del vacío. No es negar que Dios nos dé mandamientos. Sin embargo, estos mandamientos no forman un código legal arbitrario. Significan más bien los límites de una relación. Son barreras alrededor del pacto de amor que Dios hace con nosotros.

Miedo y pensamiento legal

El problema con un marco estrictamente legal es que empezamos a pensar en Dios como un juez lejano y severo, esperando castigarnos por cada infracción que hagamos de su ley. Creemos en un sentido abstracto que él es bueno y que nos ama, y ??sin embargo no podemos escapar del hecho de que está listo para atacarnos en el momento en que rompemos el menor mandamiento de la ley. El miedo comienza a dominar nuestra relación con Dios. Pecadores como somos, no podemos dejar de verlo como un adversario que hay que evitar, en lugar de un padre que hay que amar.

La escrupulosidad es el resultado inevitable del pensamiento legal. Ya no confiamos en la bondad de Dios, sino que tememos su ira. Cuando pecamos, nos arrepentimos porque no queremos irnos al infierno. Nos arrepentimos para apaciguar la ira de Dios y, lo que es más importante, para ganar su amor y favor.

El Padre y el Pródigo

¿Cuál es la alternativa al pensamiento legal? Es darse cuenta que no somos esclavos, sino hijos. Tanto si vivimos así o no, nuestra entera identidad es que somos hijos del Dios Altísimo. Dios te dice: "Este es mi hijo amado, en quien me complazco". Y luego te dice: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo que es mío es tuyo." Esta es una realidad maravillosa que no la meditamos suficiente.

No hay mejor ilustración del amor que el Padre tiene por nosotros que la historia del Hijo Pródigo. El hijo egoísta se aprovechó de la bondad de su padre. No podía esperar a que su padre muriera y así exigió su herencia inmediatamente. Tal fue su codicia y su falta de respeto. Además, cuando finalmente recibió su herencia, lo desperdició de la peor manera posible: en el juego, el alcohol y las prostitutas. No se puede imaginar un insulto más grande.

Cuando el Hijo Pródigo finalmente recupera sus sentidos, se da cuenta de que estaba mejor en la casa de su padre. Sin embargo, difícilmente se podría decir que sus motivos para el arrepentimiento eran puros. Con mucha frecuencia sus motivos son muy parecidos a los nuestros: simplemente se trata de evitar la miseria y permanecer fuera del infierno. Es muy probable que él hubiera preferido morir, pero luego piensa en ser un esclavo en la casa de su padre. Seguramente esto sería mejor que comer alimento de cerdo. Así que se fue a casa esperando la ira y una buena reprimenda de su padre. ¿Cómo podría alguien perdonar tales errores?

Pero luego vuelve a casa, y recibe una sorpresa. Su padre no lo espera, con los brazos cruzados en justa ira, para humillarlo y recordarle sus errores. No, corre hacia él y lo abraza. Lo viste con ricas prendas y le prepara un banquete.

El corazón del arrepentimiento

¿No lo entiendes? Dios te ama. Él no es un policía esperando para atacar como el despiadado Javert en Los Miserables. No es un juez frío y calculador esperando realizar una justicia ciega e imparcial. Él es un Padre que nunca ha dejado de amarte y que corre a encontrarte en el momento en que te vuelves hacia él.

Creo que sólo cuando el Hijo Pródigo recibe la misericordia del padre, es cuando experimenta un verdadero arrepentimiento. Hasta ese momento, seguía pensando como un esclavo. No confiaba en la bondad de su padre y sólo esperaba la justicia que realmente merecía. Pero cuando experimenta el perdón radical de su padre, cuando se da cuenta de que era y siempre sería un hijo amado, todo cambia.

Igual con nosotros. Cuando dejamos de pensar como esclavos que tienen que ganarse el amor de Dios, se produce un cambio de paradigma. Ya no tememos a que Dios caiga sobre nosotros con un feroz castigo, sino que caminamos en la libertad y en la confianza del amor. "El amor perfecto expulsa el temor", como dice el Apóstol. No nos arrepentimos porque queremos que Dios nos ame de nuevo, nos arrepentimos porque Dios nunca ha dejado de amarnos. Y eso hace toda la diferencia.

EL PAPA PRESENTA LA CAMPAÑA DE CÁRITAS "COMPARTIENDO EL VIAJE", PARA ACOGER A INMIGRANTES
Francisco: "Los pobres, los mendigos, son los protagonistas de la Historia, preparan la revolución de la bondad"
Bergoglio advierte de los "enemigos de la esperanza" y pide que la Iglesia "abrace" a los refugiados

Jesús Bastante, 27 de septiembre de 2017 a las 10:35

El Papa "abraza" a los refugiados en nombre de la Iglesia

RELIGIÓN | VATICANO

La esperanza es la virtud que empuja a todos a «compartir el viaje» de la vida, por eso no tengamos miedo a compartir el viaje, no tengamos miedo a compartir la esperanza

(Jesús Bastante).- Como la columnata de Bernini, que simboliza "la Iglesia, madre, que abraza a todos, compartiendo el viaje común", el Papa Francisco bendijo esta mañana la nueva campaña de Cáritas Internationalis que, bajo este lema, pretende volver a poner el foco en la cruda realidad de tantos inmigrantes y refugiados. A "compartir el viaje, compartir la esperanza", como "signo de una Iglesia que quiere ser abierta, inclusiva, atrayente".

La Audiencia General de este miércoles, que volvió a atestar la plaza de San Pedro, tenía un significado especial: decenas de refugiados, solicitantes de asilos, inmigrantes de todo el mundo, se congregaban, animados por Cáritas, para defender la esperanza por un futuro mejor. El Papa, que quiso que la presentación oficial de la campaña coincidiera con este encuentro, hizo un especial llamamiento a luchar "contra los enemigos de la esperanza".

Francisco arrancó su alocución recordando el mito de la caja de Pandora, cuya apertura "liberó todos los males de la historia del mundo", pero también recuperó para la Humanidad a la esperanza. "La esperanza es lo más importante para la Humanidad. Es la esperanza la que protege la vida, la custodia y la hace crecer".

"Si los hombres no cultivan la esperanza, no encontraremos la salida de la caverna en la que se encontraba la humanidad", recalcó el Papa, quien añadió que esta virtud "es lo más divino que existe en el corazón del hombre".

Bergoglio citó a Charles Peguy para incidir en que "Dios no se preocupa tanto por la fe o la caridad de los fieles, lo que de verdad le maravilla, lo que le conmociona, es la esperanza de la gente". Y, especialmente, la de los pobres o migrantes, "en busca de un futuro mejor, que han logrado tenazmente, pese a las dificultades de este mundo, animados por la confianza en una vida más justa y serena".

Los pobres, los humildes, los preferidos del Señor, que "caminaban movidos por la esperanza". Pues la esperanza "es la espina en el corazón del que parte dejando la casa, la tierra, a sus familiares y parientes". Y también en el corazón "de quien acoge, deseoso de encontrarse, conocerse, dialogar". Porque, recordó el Papa, es cosa de dos: "ellos, que vienen, y nosotros, que tenemos que abrir el corazón, nuestra cultura, nuestra lengua. Pero sin esperanza no se puede hacer el viaje".

La esperanza es vital para entender la campaña de Cáritas, para quien el Papa pidió un gran aplauso. "No tengamos miedo de compartir el viaje, compartir la esperanza. La esperanza no es una virtud para gente con el estómago lleno, porque siempre los pobres son los primeros portadores de la esperanza". Y aún más: "Los pobres, los mendigos, son los protagonistas de la historia", desde el primer momento, desde que José y María, los pastores, "en mitad de un mundo que dormía, agazapado entre pocas certezas. Allí, los humildes preparaban la revolución de la bondad". Y, como señaló Francisco, "eran ricos".

Esperanza frente a la desilusión, frente a la desidia o la falta de paciencia, que hace que los jóvenes "crean saber cómo es el mundo, y hayan cerrado la puerta a los sueños". Son, como apuntó el Papa, "los jóvenes del otoño", que sufren "el peor obstáculo a la esperanza", la desidia, el "demonio del mediodía", la monotonía

Frente a ello, "el cristiano sabe que Dios nos ha creado para la alegría y la felicidad, y no para quedarnos en pensamientos vagos. Es importante custodiar el propio corazón, oponiéndonos a las sensaciones de infelicidad, aunque la batalla contra la angustia es particularmente dura".

Pese a todo, hay un horizonte de esperanza. "No estamos solos en el combate contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nostoros todo aquello que nos oprime. Si Dios está con nosotros.... ninguno perderá la esperanza. ¡Vayamos adelante!", concluyó.

Tras sus palabras, Bergoglio saludó a los representantes de Cáritas, y volvió a destacar la belleza del lema de su campaña. "Compartiendo el viaje". "Gracias por vuestro servicio. ¡Un gran aplauso de todos!", recalcó, pues "con vuestro empeño cotidiano, recordáis que Cristo quiere que acojamos a nuestros hermanos y hermanas refugiados y emigrantes, con los brazos bien abiertos".

Porque, "cuando los brazos se abren, devienen en un abrazo sincero. Un abrazo afectuoso, un abrazo acogedor... un poco como esta columnata, que representa a la Iglesia, madre, que abraza a todos, compartiendo el viaje común". Finalmente, agradeció "a tantos representantes de la sociedad civil, empeñados en la asistencia de los refugiados, y trabajan por una nueva ley migratoria más cercana al contexto actual".

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Durante este tiempo nosotros estamos hablando de la esperanza; pero hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre los enemigos de la esperanza. Porque la esperanza tiene sus enemigos: como todo bien en este mundo, tiene sus enemigos.

Y me ha venido a la mente el antiguo mito del vaso de Pandora: la apertura del vaso desencadena tantas desgracias para la historia del mundo. Pocos, pero, recordando la última parte de la historia, que abre una rendija de luz: después de que todos los males han salido de la boca del vaso, un minúsculo don parece tomar la revancha ante todo ese mal que se difunde. Pandora, la mujer que tenía en custodia el vaso, lo entrevé al final: los griegos lo llaman elpìs, que quiere decir esperanza.

Este mito nos narra porque es tan importante para la humanidad la esperanza. No es verdad que "hasta que hay vida, hay esperanza", como se suele decir. En todo caso es al contrario: es la esperanza que tiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubieran cultivado la esperanza, si no se hubieran sostenido en esta virtud, no habrían salido jamás de las cavernas, y no habrían dejado rastros en la historia del mundo. Es lo que más divino pueda existir en el corazón del hombre.

Un profeta francés - Charles Péguy - nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza (Cfr. El pórtico del misterio de la segunda virtud). Él dice poéticamente que Dios no se maravilla tanto por la fe de los seres humanos, y mucho menos por su caridad; sino lo que verdaderamente lo llena de maravilla y emoción es la esperanza de la gente. «Que esos pobres hijos - escribe - vean como van las cosas y que crean que irá mejor mañana». La imagen del poeta evoca los rostros de tanta gente que ha transitado por este mundo - campesinos, pobres obreros, emigrantes en busca de un futuro mejor - que han luchado tenazmente no obstante la amargura de un hoy difícil, lleno de tantas pruebas, animado pero por la confianza que los hijos habrían tenido una vida más justa y más serena. Luchaban por sus hijos, luchaban en la esperanza.

La esperanza es el impulso en el corazón de quien parte dejando la casa, la tierra, a veces familiares y parientes - pienso en los migrantes -, para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos. Y es también el impulso en el corazón de quien los acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar... La esperanza es el impulso a "compartir el viaje", porque el viaje se hace de a dos: los que vienen a nuestra tierra, y nosotros que vamos hacia sus corazones, para entenderlos, para entender su cultura, su lengua. Es un viaje de a dos, pero sin esperanza ese viaje no se puede hacer. La esperanza es el impulso a compartir el viaje de la vida, como nos recuerda la Campaña de Caritas que hoy inauguramos. ¡Hermanos, no tengamos miedo de compartir el viaje! ¡No tengamos miedo! ¡No tengamos miedo de compartir la esperanza!

La esperanza no es una virtud para gente con el estómago lleno. Es por esto que, desde siempre, los pobres son los primeros portadores de la esperanza. Y en este sentido podemos decir que los pobres, también los mendigos, son los protagonistas de la Historia. Para entrar en el mundo, Dios ha necesitado de ellos: de José y de María, de los pastores de Belén. En la noche de la primera Navidad había un mundo que dormía, recostado en tantas certezas adquiridas. Pero los humildes preparaban en lo escondido la revolución de la bondad. Eran pobres de todo, alguno emergía un poco sobre el umbral de la supervivencia, pero eran ricos del bien más precioso que existe en el mundo, es decir, el deseo de cambio.

A veces, haber tenido todo de la vida es una adversidad. Piensen en un joven al cual no le han enseñado la virtud de la espera y de la paciencia, que no ha tenido que sudar para nada, que ha quemado las etapas y a veinte años "sabe ya cómo va el mundo"; la ha sido destinada la peor condena: aquella de no desear más nada. Es esta, la peor condena. Cerrar la puerta a los deseos, a los sueños. Parece un joven, en cambio está ya cayendo el otoño sobre su corazón. Son los jóvenes del otoño.

Tener un alma vacía es el peor obstáculo a la esperanza. Es un riesgo al cual nadie puede estar excluido; porque ser tentados contra la esperanza puede suceder también cuando se recorre el camino de la vida cristiana. Los monjes de la antigüedad habían denunciado uno de los peores enemigos del fervor. Decían así: ese "demonio del mediodía" que va romper una vida de empeño, justamente cuando arde en lo alto el sol. Esta tentación nos sorprende cuando menos lo esperamos: las jornadas se hacen monótonas y aburridas, ningún valor más parece merecer la fatiga. Esta actitud se llama desidia, que corroe la vida desde dentro hasta dejarla como un contenedor vacío.

Cuando esto sucede, el cristiano sabe que esa condición debe ser combatida, jamás aceptada pasivamente. Dios nos ha creado para la alegría y para la felicidad, y no para complacernos en pensamientos melancólicos. Es por esto que es importante cuidar el propio corazón, oponiéndonos a las tentaciones de infelicidad, que seguramente no provienen de Dios. Y allí donde nuestras fuerzas parecieran débiles y la batalla contra la angustia particularmente dura, podemos siempre recurrir al nombre de Jesús. Podemos repetir esa oración sencilla, del cual encontramos rastros también en los Evangelios y que se ha convertido en el fundamento de tantas tradiciones espirituales cristianas: "¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!". Bella oración. "¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!". Esta es una oración de esperanza, porque me dirijo a Aquel que puede abrir las puertas y resolver los problemas y hacerme ver el horizonte, el horizonte de la esperanza.

Hermanos y hermanas, no estamos solos a combatir contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nosotros todo lo que se opone al bien. Si Dios está con nosotros, nadie nos robará esa virtud de la cual tenemos absolutamente necesidad para vivir. Nadie nos robará la esperanza. ¡Vayamos adelante!

Saludo del Papa en castellano:

Queridos hermanos y hermanas:

«Mientras hay vida hay esperanza», es una frase que solemos escuchar, pero yo creo que es más bien al contrario, es la esperanza la que sostiene, protege y hace crecer la vida.
Pero esta virtud tan importante tiene también importantes enemigos. Pensemos en un joven acostumbrado a recibir todo inmediatamente, a quien no se le ha enseñado la virtud de la espera y la paciencia, su alma se va vaciando de anhelos e ilusiones y esto es un obstáculo para la esperanza. Otro enemigo es la apatía, que nos hace ver los días como monótonos y aburridos. Hemos de luchar contra esto, pues Dios nos ha creado para la felicidad y no para que perdamos el tiempo en pensamientos melancólicos. La esperanza es la virtud del pobre, del campesino, del trabajador y del emigrante que se pone en camino buscando un futuro mejor, así como también la de quien está abierto a la acogida, al diálogo y al conocimiento mutuo; es la virtud que empuja a todos a «compartir el viaje» de la vida, por eso no tengamos miedo a compartir el viaje, no tengamos miedo a compartir la esperanza. Y ante las tentaciones, acudamos a Jesús, Él nunca nos abandona, y repitamos con confianza: «Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy pecador».

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a los grupos provenientes de España y Latinoamérica.

Deseo que hoy tengamos un recuerdo en la oración por las víctimas y damnificados que deja tras de sí el huracán que en estos días ha azotado el Caribe, y en modo particular Puerto Rico. Que Dios los bendiga.

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