Herodes tenía ganas de verlo

Evangelio según San Lucas 9,7-9. 

El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: "Es Juan, que ha resucitado". 
Otros decían: "Es Elías, que se ha aparecido", y otros: "Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado". 
Pero Herodes decía: "A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?". Y trataba de verlo. 

San Wenceslao

La reina fue expulsada del trono, y Wenceslao fue proclamado rey por la voluntad del pueblo, y como primera medida, anunció que apoyaría decididamente a la Ley de la Iglesia de Dios. Instauró el orden social al imponer severos castigos a los culpables de asesinato o de ejercer esclavitud y además gobernó siempre con justicia y misericordia.

Por oscuros intereses políticos, Boleslao -que ambicionaba el trono de su hermano-, invitó a Wenceslao a su reino para que participara de los festejos del santo patrono y al terminar las festividades,

Boleslao asesinó de una puñalada al santo rey. El pueblo lo proclamó como mártir de la fe, y pronto la Iglesia de San Vito -donde se encuentran sus restos- se convirtió en centro de peregrinaciones.

Ha sido proclamado como patrón del pueblo de Bohemia y hoy su devoción es tan grande que se le profesa también como Patrono de Checoslovaquia.

Oremos                       

Dios nuestro, que impulsaste al santo mártir Wenceslao a anteponer el reino de los cielos a un reino terrenal, concédenos, por su intercesión que tengamos valor para dejar lo que nos impida unirnos a ti de todo corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Simón de Rojas

Nació en Valladolid, España, el 28 de octubre de 1552. Sus padres se habían afincado allí y regentaban una carnicería. Era el tercero de cinco hermanos. Heredó de Constanza, su madre, el amor a la Virgen. Tanto es así que los cronistas aseguran que «Ave María» fueron las primeras palabras que pronunció cuando tenía catorce meses. Fueron también las que escoltaron su entrada en el cielo, puesto que ellas sellaron sus labios al final de su vida. Siendo un adolescente, y obviando la oposición familiar, solicitóelingreso en la orden trinitaria. Cumplió este sueño en 1566. Más adelante, tras cuatro años de noviciado, profesó en 1572. Fue tartamudo hasta esta época de su vida, ya que antes de llegar a Salamanca para continuar su formación se detuvo en Paradinas de San Juan y en el desaparecido santuario-convento se veneraba a la Virgen de las Virtudes; le dedicó una novena y se curó de manera instantánea. Fue el lugar que eligió para oficiar su primera misa. Después partió a Toledo porque el capítulo provincial le había encomendado impartir las materias de filosofía y teología como lector de artes del convento. Ejerció la docencia hasta 1587, simultaneando esta actividad con la de formador; uno de los novicios era san Juan Bautista de la Concepción. También desempeñó el oficio de visitador apostólico en Castilla y en Andalucía de manera edificante, aceptando por obediencia estas misiones ya que por tendencia natural hubiera declinado las que revestían alta responsabilidad. La inocencia evangélica del santo, figura señera en la corte de los Austrias, conmovió al monarca español Felipe III –quien lo escogió como consejero y preceptor de sus hijos–, y a su esposa Margarita de Austria. Ambos tomaron contacto con él a través de la condesa de Altamira que conoció a Simón cuando pasó por el convento trinitario madrileño en 1601. El juicio personal del rey, después de haberlo observado en las distancias cortas, era sin duda esclarecedor; sintetizaba la admirable virtud que había apreciado en él: «No he visto hombre que menos sepa a mundo».

Que su devoción a la Virgen fue proverbial lo prueban las numerosas obras que emprendió en su honor. Entre otras cosas, logró que el «Ave María» fuese esculpida en el frontispicio del Palacio Real de Madrid. Por esta jaculatoria que continuamente brotaba de sus labios fue denominado «Padre Avemaría». Este saludo lo plasmó en la multitud de estampas que repartió dentro y fuera de España. Fiel observante del santo rosario, tuvo a la Virgen como modelo para su vida, y transmitió por doquier su anhelo de ser esclavo suyo considerando que todos los que se abrazasen a Ella podrían unirse más estrechamente con la Santísima Trinidad. En 1612, con el beneplácito del rey Felipe III, fundó la Congregación de Esclavos del Dulcísimo Nombre de María que aglutinaba personas de todas condiciones, incluidos los miembros de la realeza y nobleza; éstos, que fueron los primeros afiliados, en nombre de la Virgen asistían a los pobres. «Si a Dios, que pide en el pobre, no le das, no recibirás», decía.En este afán de transmitir su devoción por la Madre de Dios, escribió un oficio para la festividad del Santo Nombre de María destinado a su Orden, que fue aprobado por la Santa Sede. Inocencio XI lo hizo extensivo después a toda la Iglesia. A Simón se debe también el rosario de 72 cuentas blancas y cordón azul en honor de la Inmaculada Concepción que realizaba con sus propias manos y repartía a diestro y siniestro. Con el número de cuentas significaba los años que pudo vivir la Virgen.

Además de su incansable tarea de difundir el amor a María y a la confesión, se ocupó de los cautivos a los que enviaba las cantidades que recaudaba para ellos. Se sentía profundamente conmovido por la muerte a manos de violentos berberiscos de tres hermanos religiosos que habían emprendido viaje para la redención de estos prisioneros.

Los enfermos, los pobres, los presos de la cárcel de Madrid, los condenados, los niños abandonados para los que fundó una casa de acogida y, en general, los marginados por cualquier causa, estaban en su orden de preferencia; ejercitaba con todos su acción caritativa y misericordiosa. Fue un gran confesor y maestro de la oración. A ella le dedicaba expresamente varias horas diarias, aunque vivía en una constante presencia de Dios. Por eso se ha dicho que «todo cuanto predicaba, todo lo alcanzaba en la oración». Ensambló maravillosamente contemplación y acción apostólica.

Felipe IV, que subió al trono en 1621, lo nombró confesor de su esposa, la reina Isabel de Borbón, y de su hermana Ana María Mauricia; ésta contraería matrimonio más tarde con Luís XIII de Francia. Simón se comprometió con el monarca a cumplir el compromiso, siempre y cuando no contraviniese los que conllevaba su condición religiosa, ni cercenar su acción apostólica con los pobres y esclavos. Además, no quiso ser tratado con deferencias, ni ser remunerado por ello. En julio de 1624 fue testigo de un hecho deleznable, sacrílego, que sucedió en un templo donde se profanó una Sagrada Forma. El inmenso dolor que le produjo pudo ser el detonante de su imparable declive. Hasta que se produjo su deceso, acaecido el 29 de septiembre de ese año, mantuvo una intensa actividad. Dos días antes de quedar postrado con carácter irreversible, los religiosos le vieron en el coro orando unos instantes ante un cuadro de la Virgen de los Desamparados. Ya se había despedido de todos ellos. Clemente XIII lo beatificó el 19 de mayo de 1766. Juan Pablo II lo canonizó el 3 de julio de 1988, Año Mariano.

San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Comentario al Evangelio de san Lucas, I, 27

«Herodes tenía ganas de verlo»

El Señor no es visto en este mundo más que cuando él quiere. ¿Qué tiene ello de sorprendente? En la resurrección misma no se concedió ver a Dios más que a aquellos que tenían puro el corazón: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Cuántos bienaventurados había ya enumerado y, sin embargo no les había prometido esta posibilidad de ver a Dios. Si los que tienen limpio el corazón verán a Dios, indudablemente que los demás no lo verán...; el que no ha querido ver a Dios, no lo verá. 

Porque no es en un lugar determinado donde se ve a Dios, sino en el corazón limpio. No son los ojos del cuerpo los que buscan a Dios; no se deja él abarcar con la mirada, ni poderlo coger al tocarlo, ni oído en la conversación, ni reconocido en su andar. Se le cree ausente y se le ve; está presente y no se le ve. Por otra parte, los mismos apóstoles no todos veían a Cristo; por eso les dijo: «Tanto tiempo que estoy con vosotros ¿y todavía no me conoces?» (Jn 14,9). En efecto, cualquiera que ha conocido: «cual es lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo –el amor de Cristo que sobrepasa a todo conocimiento» (Ef 3, 18-19) éste ha visto a Cristo, ha visto al Padre. Porque los demás no es según la carne que conocemos a Cristo (2C 5,16), sino según el Espíritu: «El Espíritu que está frente a nosotros, es el Ungido del Señor, el Cristo» (Lm 4,20). ¡Que en su misericordia se digne llenarnos de la plenitud de Dios, para que podamos verle!.

Ganas de ver a Jesús

Santo Evangelio según San Lucas 9, 7-9. Jueves XXV del tiempo ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Mi corazón te busca, Señor, Dios mío. Quiero conocerte más y mejor. Quiero ser tu amigo incondicional, tu discípulo fiel y tu apóstol incansable. Muéstrame tu rostro y permíteme sentir tu mano que actúa realmente en mi vida. Forma en mí las actitudes de humildad, docilidad y escucha para dejar que el Espíritu Santo me mueva en este rato de oración. Así sea.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Jesús estaba provocando mucho ruido en la zona. Nada menos que el jefe de la sinagoga le había convencido de atender a su hija, aquella que estaba a punto de morir. Además, en el camino, Jesús había curado a la mujer que desde hacía tantos años sufría de una enfermedad incurable. Y, por si fuera poco, unos días después envió a los discípulos por toda Judea para que predicaran la salvación y realizaran los mismos milagros. Todas estas noticias llegaron rápido al palacio. La reacción de Herodes fue inmediata.

Al igual que muchos otros, Herodes tenía ganas de ver a Jesús.

Pero la actitud de uno y de otros era muy distinta. El rey tenía un deseo superficial, motivado sólo por la curiosidad y el afán de novedades. Otros, en cambio, querían verlo porque sentían en el fondo una necesidad de Jesús. Juan y Andrés buscaban conocer mejor aquel que tocó su corazón. Bartimeo le seguía por el camino, profundamente agradecido por el regalo de la vista. Ellos habían convertido el interés del momento en un deseo profundo y por eso se encontraron con Jesús, cuando llegó la oportunidad.

Cristo tenía también ganas de ver a Herodes. El tiempo adecuado para el encuentro fue en la humillación de la cruz. Y no hubo encuentro... Lamentablemente, Herodes no fue capaz de superar las capas que bloqueaban su corazón. La ambición de poder, el egoísmo y las convicciones débiles ahogaron esa posibilidad de descubrir a un Jesús que sufría para salvarle…

Cristo también tiene muchas ganas de verme a mí. Muchas más de lo que puedo imaginar…. Tal vez en mi caso no hay mantos lujosos y coronas de oro bloqueando la puerta para el encuentro con Él. Pero siempre es bueno que renovemos nuestro deseo de verlo. Pidámosle al Señor que nos ayude a quitar cualquier obstáculo y que nuestro encuentro con Él sea así cada vez más profundo.

En nuestra alma está la posibilidad de tener dos inquietudes: una buena, que es la inquietud del Espíritu Santo, que nos da el Espíritu Santo, y hace que el alma esté inquieta por hacer cosas buenas, por seguir adelante; y está también la mala inquietud, aquella que nace de una conciencia sucia. Precisamente esta última caracterizaba a los dos soberanos contemporáneos de Jesús: tenían la conciencia sucia y por eso estaban inquietos, porque habían hecho cosas malas y no tenían paz, y cada acontecimiento a ellos les parecía una amenaza".

(Homilía de S.S. Francisco 22 de septiembre de 2016, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy buscaré hacer alguna visita o comunión espiritual en una iglesia cercana.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Conocer, amar e imitar a Jesucristo

El amor nuestro a Jesús empieza siempre por el amor de Él a nosotros.

Pocas horas antes de morir, y en un arrebato sublime, dijo Jesús a Dios su Padre:
- ¡Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo!

En Jesucristo tenemos, pues, la vida eterna si le conocemos a fondo, si nos damos a Él con toda el alma, si nos apasionamos por su Persona adorable, si Jesucristo llena nuestra mente y nuestro corazón las veinticuatro horas del día.

Porque no se trata de conocer simplemente, como conocemos la naturaleza del agua, cuando decimos que es un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno; o cuando decimos que conocemos a una persona porque la hemos visto alguna vez y sabemos que se llama Quimet o Marialina...

No se trata de eso, sino del conocimiento en el sentido de la Biblia: un conocimiento profundo, que lleva a darse con todo el amor a la persona querida.

Nos damos cuenta de que Jesucristo nos ama, y entonces nosotros le amamos también hasta la locura si es preciso. El amor nuestro a Jesús empieza siempre por el amor de Jesucristo a nosotros. Al sabernos amados, empezamos a amar.

Nos pasa a todos como a esa muchacha encantadora de corazón virginal. No ha amado hasta ahora más que a compañeras tan inocentes como ella. Pero apenas ha descubierto en la mirada y en una palabra de aquel chico que él la quiere, de repente se convierte en una amante y una enamorada llena de pasión.

Una de esas santas jóvenes modernas, como Isabel de la Trinidad, nos dio una lección inolvidable. La muchachita se pasa ante el Sagrario ratos y más ratos, quieta, sin hablar nada, con la mirada fija en un punto, como queriendo atravesar el metal. Una señora que la ve siempre así, le suelta:

- Pero, váyase. ¿Qué hace aquí tantos ratos sin hacer nada?
Y la jovencita, que hoy está ya en los altares, responde con acento conmovedor:

- ¡Ay, señora! ¡Es que nos queremos tanto!...
Una contestación como ésta de la Beata Isabel deja asombrado al sicólogo más agudo y le llena de envidia al teólogo más sabio...

El conocimiento de Jesús nos lleva al amor a Jesús; pero el amor, a su vez, nos lleva al conocimiento cada vez más hondo de Jesucristo.

Nos debe pasar como a las mamás. Una mamá, por ignorante y sencillita que sea, conoce a su hijo con una profundidad que nos deja pasmados. El amor es quien le ha llevado a ese conocimiento tan único que solamente las madres tienen y entienden.

En este caso, no podemos ni imaginar a alguien que haya conocido a Jesús como María. El conocimiento y el amor de María a Jesús llegó a unas profundidades indecibles.

Así nosotros con Jesús: si le conocemos, le amaremos; pero si le amamos, le conoceremos cada vez más profundamente y más íntimamente.

No tendrá nadie que decirnos cuáles son los pensamientos de Jesús, pues nos los sabremos de memoria.

Nadie tendrá que explicarnos cómo siente y ama Jesús, pues tendremos los mismos sentimientos que Él, como nos pide San Pablo.

Ninguno habrá de darnos lecciones sobre la vida, gestos, gustos y querer de Jesús, porque estaremos compenetrados completamente con todo lo suyo.

Se podrá preguntar: ¿Y cómo llegar a este conocimiento y a este amor de Jesucristo?

Digamos ante todo que es gracia de Dios. Pero una gracia que Dios no niega a nadie que la busca y la quiere. Una gracia que Dios Padre la concede con una complacencia única. Querer conocer y amar a Jesús es atraerse el amor del Padre de una manera irresistible, como nos dice Jesús:

- Quien me ama será amado de mi Padre.

Ante todo, pues, pedir a Dios este conocimiento de Jesús.

Después, estudiarlo, sobre todo en el Evangelio. Quien lee el Evangelio hasta aprendérselo de memoria, llega a compenetrarse del pensamiento y de los sentimientos más íntimos de Jesucristo.

Pero, más que todo, lo que interesa es la contemplación. Ratos y ratos en oración, sobre todo ante el mismo Jesús presente con nosotros en la Eucaristía, es el medio máximo para conocerlo de manera vivencial --existencial, como decimos hoy-- que se traduce en amor y en ansias incontenibles de hacer algo por Él, en la oración, en la caridad o en el apostolado.

Cuando así pensamos y así hablamos de Jesucristo, por fuerza tenemos presente su Resurrección. Sin ella, Jesucristo sería un personaje de la Historia que no nos diría nada. Pero ahora, ¡Jesús vive!, y está con nosotros, y nos acompaña, y podemos hablar con Él familiarmente como los mejores amigos. La fe en la Resurrección nos resulta fundamental. Por ella Jesús, no sólo está allá arriba en las alturas a la diestra de Dios. Está con nosotros, haciéndose presente en todo nuestro caminar...

¡Jesucristo, Señor!
Nosotros, por gracia tuya, te conocemos y te amamos. Te amamos y nos damos a Ti. Nos damos a Ti y queremos hacer algo por Ti y por el Reino.

¡Y qué dicha al saber que así tenemos ya la vida eterna!...

¿Estás desesperanzado y triste? 
Homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta

Esto es lo que debes hacer según el Papa Francisco

¿Quiénes son los enemigos de la esperanza? A esta pregunta trató dar respuesta el Papa Francisco durante su catequesis en la Audiencia General del miércoles, en al que invitó a combatir la tristeza y la melancolía.

El Santo Padre manifestó que “no es verdad que ‘mientras hay vida hay esperanza’, como se suele decir. Es más bien al contrario: es la esperanza la que mantiene en pie a la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubiesen cultivado nunca la esperanza, si no se hubiesen aferrado a esta virtud, no hubiesen salido jamás de las cavernas y no hubieran dejado huella en la historia del mundo”.

Francisco aludió al poeta francés Charles Péguy, que “nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza” y afirma que “Dios no se sorprende tanto por la fe de los seres humanos, ni siquiera por su caridad; sino que lo que realmente le llena de maravilla y le conmueve es la esperanza”.

El Papa recordó a los "rostros de tanta gente que han estado en este mundo –pobres obreros, inmigrantes en busca de un futuro mejor– que han luchado tenazmente a pesar de la amargura de un hoy difícil, colmo de tantas pruebas" pero animados "por la confianza de que los hijos habrían tenido una vida más justa y más serena”.

“La esperanza es el empujón en el corazón de quien parte dejando la casa, la tierra, a veces familiares y parientes, para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos”.

Es además “el empujón a compartir el viaje de la vida, como recuerda la campaña de Cáritas que inauguramos hoy”, dijo. “¡No tengamos miedo de compartir el viaje!, ¡no tengamos miedo de compartir la esperanza!”, exclamó también.

El Obispo de Roma reconoció que la esperanza “no es virtud para gente con el estómago lleno”, y esta es la razón por la que “los pobres son los primeros portadores de la esperanza”.

“A veces, haber tenido todo en la vida es una mala suerte. Pensad en un joven al que no se le haya enseñado la virtud misma de la espera y de la paciencia, que no ha tenido que sudar nada, que ha ido quemando etapas y con 20 años sabe ya ‘cómo va el mundo’. Ha sido destinado a la peor condena: la de no desear nada. Parece un joven, sin embargo, el otoño ya ha llegado a su corazón”.

Tener un alma vacía es el peor obstáculo para la esperanza. Es un riesgo del cual ninguno puede darse por excluido, porque ser tentados contra la esperanza puede suceder también cuando se recorre el camino de la vida cristiana”.

Francisco también denunció la tentación de caer en “jornadas que se convierten en monótonas y aburridas" en las que "ningún valor es merecedor de ser puesto en práctica. Es la acidia, como la definían los Padres”.

Y cuando esto sucede, “el cristiano sabe que esa condición debe ser combatida, nunca aceptada pasivamente”. “Dios nos ha creado para la alegría y la felicidad, y no para que nos quedemos en pensamientos melancólicos”, añadió.

El Papa invitó entonces a “cuidar el propio corazón” para oponerse “a las tentaciones de infelicidad, que seguramente no provienen de Dios”.

Y cuando “nuestras fuerzas parezcan flaquear y la batalla contra la angustia sea particularmente dura, podemos siempre recurrir al nombre de Jesús. Podemos repetir la oración simple de la que podemos encontrar huellas en el Evangelio y que se convirtió en el centro de tantas tradiciones espirituales cristianas: ‘¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy un pecador!”.

“No estamos solos para combatir la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nosotros todo aquello que se opone al bien. Si Dios está con nosotros, ninguno nos robará la virtud de la que tenemos absolutamente necesidad de vivir. Ninguno nos robará la esperanza”.

Conociendo la Nueva Era (3/7)

¿Qué papel juegan la masonería y la teosofía en la conjunción de herejías llamada Nueva Era? ¿Quiénes introdujeron las filosofías orientales a occidente y con qué objetivo?

En esta tercera parte Gerardo -colaborador y consultor de Catholic.net- afirma que la Nueva Era es un producto de la Masonería y nos explica a qué niveles atacan la Nueva Era y la Masonería al Cristianismo y cómo influye esto en la sociedad.

En la época moderna existe todo un plan bien elaborado dentro de las sociedades secretas desde hace más de 150 años para atacar a la Iglesia Católica; plan que ha ido tomando forma y fuerza con el paso del tiempo.

Este es el tercer episodio de la serie grabada por el programa Entre Profesionales del canal HM Televisión, cuya sede está en Madrid, España.

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