No lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén

Evangelio según San Lucas 9,51-56. 

Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él.

Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. 

Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. 

Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?". 

Pero él se dio vuelta y los reprendió. 

Y se fueron a otro pueblo. 

San Francisco de Borja, religioso presbítero

San Francisco de Borja, presbítero, quien, muerta su mujer, con la que había tenido ocho hijos, ingresó en la Orden de la Compañía de Jesús y, pese a haber abdicado de las dignidades del mundo y rehusado las de la Iglesia, resultó elegido prepósito general, y fue memorable por su austeridad de vida y oración. Falleció en Roma el 30 de septiembre.

La familia Borja, que era una de las más célebres del reino de Aragón, se hizo famosa en el mundo entero cuando Alfonso Borgia fue elegido Papa con el nombre de Calixto III. A fines del mismo siglo, hubo otro Papa Borgia, Alejandro VI, quien tenía cuatro hijos cuando fue elevado al pontificado. Para dotar a su hijo Pedro, compró el ducado de Gandía, en España. Pedro, a su vez lo legó a su hijo Juan, quien fue asesinado poco después de su matrimonio. Su hijo, el tercer duque de Gandía, se casó con la hija natural de un hijo de Fernando V de Aragón. De este matrimonio nació en 1510 Francisco de Borja y Aragón, nuestro santo, quien era nieto de un Papa y de un rey y primo de Carlos V. Francisco ingresó en la corte de este último, una vez que hubo terminado sus estudios, a los dieciocho años. Por entonces, ocurrió un incidente cuya importancia no había de verse sino más tarde. En Alcalá de Henares, Francisco quedó muy impresionado a la vista de un hombre a quien se conducía a la prisión de la Inquisición: ese hombre era Ignacio de Loyola

Al año siguiente, tras de recibir el título de marqués de Lombay, Francisco contrajo matrimonio con Leonor de Castro. Diez años más tarde, Carlos V le nombró virrey de Cataluña, cuya capital es Barcelona. Años después, Francisco solía decir: «Dios me preparó en ese cargo para ser general de la Compañía de Jesús. Allí aprendí a tomar decisiones importantes, a mediar en las disputas, a considerar las cuestiones desde los dos puntos de vista. Si no hubiese sido virrey, nunca lo hubiese aprendido». En el ejercicio de su cargo consagraba a la oración todo el tiempo que le dejaban libres los negocios públicos y los asuntos de su familia. Los personajes de la corte comentaban desfavorablemente la frecuencia con que comulgaba, ya que prevalecía entonces la idea, muy diferente de la de los primeros cristianos, de que un laico envuelto en los negocios del mundo cometía un pecado de presunción si recibía con demasiada frecuencia el sacramento del Cuerpo de Cristo.

En una palabra, el virrey de Cataluña ya no era lo que había sido: «veía con otros ojos y oía con otras orejas que antes; hablaba con otra lengua, porque su corazón había cambiado». En 1543, a la muerte de su padre, heredó el ducado de Gandía. Como el rey Juan de Portugal se negó a aceptarle como principal personaje de la corte de Felipe II, quien iba a contraer matrimonio con su hija, Francisco renunció al virreinato y se retiró con su familia a Gandía. Ello constituyó un duro golpe para su carrera pública, y desde entonces el duque empezó a preocuparse más por sus asuntos personales. En efecto, fortificó la ciudad de Gandía para protegerla contra los piratas berberiscos, construyó un convento de dominicos en Lombay y reparó un hospital. Por entonces, el obispo de Cartagena escribió a un amigo suyo: «Durante mi reciente estancia en Gandía pude darme cuenta de que Don Francisco es un modelo de duques y un espejo de caballeros cristianos. Es un hombre humilde y verdaderamente bueno, un hombre de Dios en todo el sentido de la palabra ... Educa a sus hijos con un esmero extraordinario y se preocupa mucho por su servidumbre. Nada le agrada tanto como la compañía de los sacerdotes y religiosos...»

La súbita muerte de Doña Leonor, ocurrida en 1546, puso fin a aquella existencia idílica. La esposa de Francisco había sido su amada y fiel compañera durante diecisiete años. Al verla en agonía, Francisco decidió pedir a Dios que se hiciese Su voluntad y no la propia. El más joven de sus ocho hijos tenía apenas ocho años cuando murió Doña Leonor. Poco después, el beato Pedro Fabro se detuvo unos días en Gandía; partió de ahí a Roma, llevando un mensaje del duque a san Ignacio, para comunicar al fundador de la Compañía de Jesús que había hecho voto de ingresar en la orden. San Ignacio se alegró mucho de la noticia; sin embargo, aconsejó al duque que difiriese la ejecución de sus proyectos hasta que terminase la educación de sus hijos y que, mientras tanto, tratase de obtener el grado de doctor en teología en la Universidad de Gandía, que acababa de fundar. También le aconsejaba que no divulgase su propósito, pues «el mundo no tiene orejas para oír tal estruendo». Francisco obedeció puntualmente. Pero al año siguiente, fue convocado a asistir a las cortes de Aragón, lo cual estorbaba el cumplimiento de sus propósitos. En vista de ello, san Ignacio le dio permiso de que hiciese en privado la profesión. Tres años después, el 31 de agosto de 1550, cuando todos los hijos del duque estaban ya colocados, partió éste para Roma. Tenía entonces cuarenta años. 

Cuatro meses más tarde, volvió a España y se retiró a una ermita de Oñate, en las cercanías de Loyola. Desde allí obtuvo el permiso del emperador para traspasar sus títulos y posesiones a su hijo Carlos. En seguida se rasuró la cabeza y la barba, tomó el hábito clerical, y recibió la ordenación sacerdotal en la semana de Pentecostés de 1551. «El duque que se había hecho jesuita», se convirtió en la sensación de la época. El Papa concedió indulgencia plenaria a cuantos asistiesen a su primera misa en Vergara y la multitud que se congregó fue tan grande que hubo que poner el altar al aire libre. Los superiores de la casa de Oñate le nombraron ayudante del cocinero: su oficio consistía en acarrear agua y leña, en encender la estufa y limpiar la cocina. Cuando atendía a la mesa y cometía algún error el santo duque tenía que pedir perdón de rodillas a la comunidad por servirla con torpeza. Inmediatamente después de su ordenación, empezó a predicar en la provincia de Guipúzcoa y recorría los pueblos haciendo sonar una campanilla para llamar a los niños al catecismo y a los adultos a la instrucción. Por su parte, el superior de Francisco le trataba con la severidad que le parecía exigir la nobleza del duque. Indudablemente que el santo sufrió mucho en aquella época, pero jamás dio la menor muestra de impaciencia. En cierta ocasión en que se había abierto una herida en la cabeza, el médico le dijo al vendársela: «Temo, señor que voy a hacer algún daño a vuestra gracia». Francisco respondió: «Nada puede herirme más que ese tratamiento de dignidad que me dais». Después de su conversión, el duque empezó a practicar penitencias extraordinarias; era un hombre muy gordo, pero su talle empezó a estrecharse rápidamente. Aunque sus superiores pusieron coto a sus excesos, San Francisco se las ingeniaba para inventar nuevas penitencias. Más tarde, admitía que, sobre todo antes de ingresar en la Compañía de Jesús, había mortificado su cuerpo con demasiada severidad. Durante algunos meses predicó fuera de Oñate. El éxito de su predicación fue inmenso. Numerosas personas le tomaron por director espiritual. El fue uno de los primeros en reconocer el valor grandísimo de santa Teresa de Jesús

Después de obrar maravillas en Castilla y Andalucía, se sobrepasó a sí mismo en Portugal. En 1541, san Ignacio le nombró prepósito provincial de la Compañía de Jesús en España. San Francisco de Borja desempeñó ese cargo con algo del autocratismo que era característico de los nobles de su época, pero dio muestras de su celo y, en toda ocasión expresaba su esperanza de que la Compañía de Jesús se distinguiese en el servicio de Dios por tres normas: la oración y los sacramentos, la oposición al mundo y la perfecta obediencia. Por lo demás, esas eran las características del alma del santo.

San Francisco de Borja fue prácticamente el fundador de la Compañía de Jesús en España, ya que estableció una multitud de casas y colegios durante sus años de prepósito general. Ello no le impedía, sin embargo, preocuparse por su familia y por los asuntos de España. Por ejemplo, dulcificó los últimos momentos de Juana la Loca, quien había perdido la razón cincuenta años antes, a raíz de la muerte de su esposo y, desde entonces, había experimentado una extraña aversión por el clero. Al año siguiente, poco después de la muerte de san Ignacio, Carlos V abdicó, se enclaustró en el monasterio de Yuste y mandó llamar a san Francisco. El emperador nunca había sentido predilección por la Compañía de Jesús y declaró al santo que no estaba contento de que hubiese escogido esa orden. Éste confesó los motivos por los que se había hecho jesuita y afirmó que Dios le había llamado a un estado en el que se uniese la acción a la contemplación y en el que se viese libre de las dignidades que le habían acosado en el mundo.

Aclaró que, por cierto, la Compañía de Jesús era una orden nueva, pero el fervor de sus miembros valía más que la antigüedad, ya que «la antigüedad no es una garantía de fervor». Con eso quedaron disipados los prejuicios de Carlos V. San Francisco no era partidario de la Inquisición y este tribunal no le veía con buenos ojos, por lo que Felipe II tuvo que escuchar más de una vez las calumnias que los envidiosos levantaban contra el santo duque. Éste permaneció en Portugal hasta 1561, cuando el papa Pío IV le llamó a Roma a instancias del P. Laínez, general de los jesuitas. 

En Roma se le acogió cordialmente. Entre los que asistían regularmente a sus sermones se contaban el cardenal Carlos Borromeo y el cardenal Ghislieri, quien más tarde fue Papa con el nombre de Pío V. Ahí se interiorizó más de los asuntos de la Compañía y empezó a desempeñar cargos de importancia. En 1565, a la muerte del P. Laínez, fue elegido general. Durante los siete años que desempeñó ese oficio, dio tal ímpetu a su orden en todo el mundo, que puede llamársele el segundo fundador. El celo con que propagó las misiones y la evangelización del mundo pagano inmortalizó su nombre. Y no se mostró menos diligente en la distribución de sus súbditos en Europa para colaborar a la reforma de las costumbres. Su primer cuidado fue establecer un noviciado regular en Roma y ordenar que se hiciese otro tanto en las diferentes provincias. Durante su primera visita a la Ciudad Eterna, quince años antes, se había interesado mucho en el proyecto de fundación del Colegio Romano y había regalado una generosa suma para ponerlo en práctica. Como general de la Compañía, se ocupó personalmente de dirigir el Colegio y de precisar el programa de estudios. Prácticamente fue él quien fundó el Colegio Romano, aunque siempre rehusó el título de fundador, que se da ordinariamente a Gregorio XIII, quien lo restableció con el nombre de Universidad Gregoriana. San Francisco construyó la iglesia de San Andrés del Quirinal y fundó el noviciado en la residencia contigua; además, empezó a construir el Gesú y amplió el Colegio Germánico, en el que se preparaban los misioneros destinados a predicar en aquellas regiones del norte de Europa en las que el protestantismo había hecho estragos.

San Pío V tenía mucha confianza en la Compañía de Jesús y gran admiración por su General, de suerte que san Francisco de Borja podía moverse con gran libertad. A él se debe la extensión de la Compañía de Jesús más allá de los Alpes, así como el establecimiento de la provincia de Polonia. Valiéndose de su influencia en la corte de Francia, consiguió que los jesuitas fuesen bien recibidos en ese país y fundasen varios colegios. Por otra parte, reformó las misiones de la India, las del Extremo Oriente y dio comienzo a las misiones de América. Entre su obra legislativa hay que contar una nueva edición de las reglas de la Compañía y una serie de directivas para los jesuitas dedicados a trabajos particulares. A pesar del extraordinario trabajo que desempeñó durante sus siete años de generalato, jamás se desvió un ápice de la meta que se había fijado, ni descuidó su vida interior. Un siglo más tarde escribió el P. Verjus: «Se puede decir con verdad que la Compañía debe a san Francisco de Borja su forma característica y su perfección. San Ignacio de Loyola proyectó el edificio y echó los cimientos; el P. Laínez construyó los muros; San Francisco de Borja techó el edificio y arregló el interior y, de esta suerte, concluyó la gran obra que Dios había revelado a san Ignacio». No obstante sus muchas ocupaciones, san Francisco encontraba tiempo todavía para encargarse de otros asuntos. Por ejemplo, cuando la peste causó estragos en Roma en 1566, el santo reunió limosnas para asistir a los pobres y envió a sus súbditos, por parejas, a cuidar a los enfermos de la ciudad, no obstante el peligro al que los exponía.

En 1571, el Papa envió al cardenal Bonelli con una embajada a España, Portugal y Francia, y san Francisco de Borja le acompañó. Aunque la embajada fue un fracaso desde el punto de vista político, constituyó un triunfo personal de Francisco. En todas partes se reunían verdaderas multitudes para «ver al santo duque» y oírle predicar; Felipe II, olvidando las antiguas animosidades, le recibió tan cordialmente como sus súbditos. Pero la fatiga del viaje apresuró el fin del santo, muy debilitado desde tiempo atrás por la responsabilidad de su cargo y por el esfuerzo que le costaba el no poder dedicarse a la oración como lo hubiese deseado. Su primo, el duque Alfonso, alarmado por el estado de su salud, le envió desde Ferrara a Roma en una litera. Sólo le quedaban ya dos días de vida. Por intermedio de su hermano Tomás, san Francisco envió sus bendiciones a cada uno de sus hijos y nietos y, a medida que su hermano le repetía los nombres de cada uno, oraba por ellos. Cuando el santo perdió el habla, un pintor entró a retratarle, lo cual muestra la falta de delicadeza que se observaba en ciertas ocasiones durante aquella época. Al ver al pintor, san Francisco manifestó su desaprobación con la mirada y el gesto y volvió el rostro a la pared para que no pudiesen retratarle. Murió a la media noche del 30 de septiembre de 1572. Según la expresión del P. Brodrick fue «uno de los hombres más buenos, amables y nobles que han pisado nuestro pobre mundo».

Desde el momento de su «conversión», san Francisco de Borja, canonizado en 1671, cayó en la cuenta de la importancia y de la dificultad de alcanzar la verdadera humildad y se impuso toda clase de humillaciones a los ojos de Dios y de los hombres. En Valladolid, donde el pueblo recibió al santo en triunfo, el P. Bustamante observó que Francisco se mostraba todavía más humilde que de ordinario y le preguntó la razón de su actitud. El santo replicó: «Esta mañana, durante la meditación, caí en la cuenta de que mi verdadero sitio está en el infierno y tengo la impresión de que todos los hombres, aun los más tontos, deberían gritarme: '¡Ve a ocupar tu sitio en el infierno!'». Un día confesó a los novicios que, durante los seis años que llevaba meditando la vida de Cristo, se había puesto siempre en espíritu a los pies de Judas; pero que recientemente había caído en la cuenta de que Cristo había lavado los pies del traidor y por ese motivo ya no se sentía digno de acercarse ni siquiera a Judas.

 Monumenta Historica Societatis Jesu (1894-1911). Dichos volúmenes contienen más de mil cartas del santo, su diario espiritual de los últimos años y cierto número de documentos diversos referentes a su familia. En ese material se basan las biografías del P. Suau, Histoire de S. Francois de Borgia (1910), y de Otto Karrer, Der heilige Franz von Borja (1921). Los autores de las primitivas biografías, D. Vázquez (1585), reproducida substancialmente por el P. J. E. Nierember en 1644, y la del P. Ribadeneira, Vida del P. Francisco de Borja (1598), aunque fueron contemporáneos y amigos del santo, para evitar el escándalo pasaron en silencio muchas cosas, particularmente en lo referente a la lucha del duque de Gandía contra los graves abusos que cometían en la administración de la justicia los magistrados y grandes de España. En todas las biografías primitivas, sobre todo en la del cardenal Cienfuegos, se alababa al santo en forma extravagante y se repiten milagros y maravillas sin el menor sentido crítico. Por ejemplo, carece de fundamento la leyenda de que, al ver el cadáver de la reina Isabel, dijo san Francisco: «Jamás volveré a servir a señora que se me pueda morir» (cf. Suau, p. 68; Karrer, p. 281).

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Oración

Tú, Señor, que concediste a San Francisco de Borja el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Sermón sobre el salmo 64

«No lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén»

Hay dos ciudades: una se llama Babilonia, la otra Jerusalén. El nombre de Babilonia significa «confusión»; Jerusalén significa «visión de paz». Mirad bien a la ciudad de confusión para mejor conocer la visión de paz; soportad la primera, aspirad a la segunda. 

¿Qué es lo que nos permite distinguir a estas dos ciudades? ¿Podemos ahora separar la una de la otra? Están mezcladas una en la otra, desde el amanecer del género humano, se encaminan hacia el fin de los tiempos. Jerusalén nació con Abel, Babilonia con Caín... La materialidad de las dos ciudades se construyó más tarde, pero representan simbólicamente a las dos ciudades inmateriales cuyos orígenes remontan el comienzo de los tiempos y que deben durar hasta la consumación de los siglos. Entonces el Señor las separará, cuando ponga a unos a su derecha y a los otros a su izquierda (Mt 25,33)... 

Pero ya ahora hay alguna cosa que distingue a los ciudadanos de Jerusalén de los de Babilonia: son dos amores. El amor de Dios hace Jerusalén; el amor del mundo hace Babilonia. Preguntaos  que es lo que amáis y sabréis de dónde sois. Si os encontráis con que sois ciudadanos de Babilonia, arrancad de vuestra vida la codicia, plantad en ella la caridad; si os encontráis con que sois ciudadanos de Jerusalén, soportad pacientemente la cautividad, esperad vuestra liberación. En efecto, muchos de los ciudadanos de nuestra madre Jerusalén (Gal 4,26) primero habían sido cautivos de Babilonia... 

¿Cómo despertar en nosotros el amor a la Jerusalén, nuestra patria, de la que el largo exilio nos ha hecho perder el recuerdo? Es el Padre, él mismo, quien desde allá nos escribe y con sus cartas, que son las Santas Escrituras, enciende de nuevo en nosotros la nostalgia del retorno.

La vida: el Don más grande Homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta

Papa Francisco subrayó que “el don más grande que Dios ha hecho a cada uno de nosotros es la vida” por lo que invitó a protegerla.

En un encuentro con el Instituto Italiano de Donación con motivo del Día del Don, que se celebra en toda Italia el 4 de octubre, el Papa Francisco subrayó que “el don más grande que Dios ha hecho a cada uno de nosotros es la vida” por lo que invitó a protegerla.

“Tenemos el compromiso de conservar y entregar íntegro a las futuras generaciones el planeta que hemos recibido como don gratuito de la bondad de Dios” y sobre todo “frente a la crisis ecológica que estamos viviendo”.

El don de la vida y el don de la creación provienen del amor de Dios por la humanidad, es más, a través de estos dones Dios nos ofrece su amor”, sostuvo durante la audiencia.

Por ello, “en la medida en que nos abramos y lo acojamos, podemos ser a su vez donde amor para los hermanos”.  

Afirmó igualmente que el amor de Jesús es “un amor que se traduce en el servicio a los demás”. “Un amor que rechaza toda forma de violencia, respeta la libertad, promueve la dignidad, rechaza toda discriminación”. “Un amor desarmado, que se rebela más fuerte que el odio”, añadió.

El Sucesor de Pedro indicó que tanto niños como jóvenes “están llamados a hacer la estupenda experiencia de hacer una ofrenda. Se trata de una experiencia educativa, que hace crecer humana y espiritualmente, abriendo la mente y el corazón a los amplios espacios de la fraternidad y del compartir”.

Donar nos hace sentir más felices a nosotros y a los demás; donando se crean lazos y relaciones que fortifican la esperanza en un mundo mejor”, concluyó.

Paciencia y mirar siempre más allá

Santo Evangelio según San Lucas 9, 51-56. Martes XXVI del tiempo ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Mi Dios, Tú eres la fuente de la verdadera sabiduría. Quiero conocerte y experimentarte para vivir siempre sabiamente.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La impaciencia es un defecto al cual todo hombre vive expuesto. Vivimos indispuestos a todo aquello que parece contraponerse a nuestro modo de vivir. La solución, sin embargo, no es sólo una relativista. Cuando una persona me dice "no quiero hacer lo que tú propones", la solución no siempre es decir: "Está bien. Hazlo cómo desees". El cristiano no es aquél que simplemente se desentiende de su entorno. No es el que dice "que todos hagan lo que quieran", con lo cual abre una puerta a la divi

Cristo me enseña a ser paciente. No manda fuego sobre aquellos que no recibieron su mensaje. Cristo sabe esperar. Sabe mirar hacia adelante. Es consciente de que, para enseñar a amar, se deben ofrecer muchas oportunidades. Me sirvo de una imagen: un pescador debe mantener siempre la caña en sus manos. Si la suelta por un momento podría perder a su presa. Si desea pescar, debe tenerla siempre firme. Aunque por mucho tiempo nada muerda su anzuelo, estará listo para el momento en que algún animal lo haga. La misericordia de Cristo consiste, no en olvidar y dejar fracasar todo, sino en ofrecer su mano al hombre una y otra vez, pero sin invadirlo.

Te pido la gracia, Jesús, de formar un corazón como el tuyo: Paciente y que mira siempre más allá.

La Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros. La Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor.

(Homilía de S.S. Francisco, 18 de junio de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscar recuperar una relación, una amistad o el contacto con alguna persona que he perdido por mi impaciencia. O entrar en contacto con alguien cuya relación sé que me costará. Siempre a ejemplo de Cristo.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La Paciencia de Dios

El Señor sigue marcando, día a día, el número de nuestro corazón. ¿Lo haremos seguir esperando?

Hace pocos escribí: Demos gracias a Dios por Su infinita Paciencia y Misericordia. Luego de hacerlo me invadió una conmoción interior: ¿tenía derecho a colocar la Paciencia de Dios al mismo nivel que Su Misericordia? ¿Y que hay del Amor? ¿Acaso no está el Amor de Dios por encima de Su Paciencia? ¿O no será quizás que la Paciencia Divina es nada más que una parte del Amor y Misericordia de Dios? ¿Es la Paciencia algo distinto, importante, en el Corazón de Jesús? Me consoló el pensamiento de que Dios tiene que ser muy paciente para perdonar y aceptar todo el olvido y traiciones a los que el hombre somete a Su Sagrado Corazón. También me tranquilizó el pensamiento de que, sin dudas, Jesús hace un extensivo uso de Su Paciencia particularmente en estos tiempos, y por ello debemos agradecerle. Allí quedó mi frase, publicada como había sido escrita.

Al día siguiente, una persona me comentó que en un Cenáculo de oración se dijo: “La paciencia es la virtud de los santos”. Una conmoción se produjo en mi interior, al advertir que nuevamente la Paciencia Divina convocaba mi atención. Feliz de haber encontrado un punto de unión en el que Jesús claramente me abrazaba, me uní al ruego de tener al menos un poco de la paciencia de los santos, reflejo de la Paciencia de Dios.

Sin embargo, hoy me invadió una nueva conmoción interior: con alegría retomé la lectura de un hermoso libro sobre la vida del Hermano de Asís, Francisco. Mi señalador me llevó al punto en que me encontraba, momento en que el Pobre Hermano recibía los estigmas del Crucificado en el Monte Alvernia. Retomando la lectura, a las pocas páginas me encuentro con un título que dice: La Paciencia de Dios. Mi corazón dio un salto, ansioso por devorar el texto y comprender que es lo que allí se decía sobre este tema que en pocos días invadía mi entendimiento.

Debilitado por la sangre derramada, por las llagas de pies, manos y costado, Francisco se desbarrancaba hacia los brazos del Amor, su cuerpo muriendo, su alma floreciendo. Vivía envuelto en el dolor y el amor, a tal punto que ambas cosas eran un único nudo en su alma, el dolor y el amor del Crucificado lo habían tomado por completo.

Acurrucado en una gruta del camino de regreso hacia la Porciúncula, Francisco dijo entonces a su compañero fray León:

Respóndeme, hermano, ¿cual es el atributo más hermoso de Dios? El amor, respondió fray León. No lo es, dijo Francisco. La Sabiduría, respondió León. No lo es. Escribe, hermano León:

La perla más rara y preciosa de la Corona de Dios es la Paciencia. Oh, cuando pienso en la Paciencia de mi Dios, me vienen unas ganas locas de estallar en lágrimas y que todo el mundo me vea llorando a mares porque no hay manera mas elocuente de celebrar ese inapreciable atributo. ¡Oh la Paciencia de Dios! Hermano León, ésta mil veces bendita palabra escríbela siempre con letras bien grandes. Cuando pienso en la Paciencia de Dios me siento enloquecer de felicidad. Siento ganas de morir de pura felicidad. Francisco repitió entonces muchas veces, como extasiado, Paciencia de Dios, Paciencia de Dios, hasta que el hermano León se contagió y comenzó a repetirla con Francisco.

¿Qué más puedo decir yo de la Paciencia de Dios, que no hubiera dicho el hermano Francisco de Asís? Solo deseo invitarlos a meditar sobre lo inmenso que es el Amor de Dios, reflejado cada día en todo lo que tenemos, en los santos que se derramaron y se siguen derramando sobre el mundo, en los milagros cotidianos, en el misterio de Dios actuando en esta tierra a diario. ¿Y como respondemos nosotros?

Aquí yace el signo de la Paciencia Divina, que sigue insistiendo pese a la falta de respuesta. Es como un teléfono que llama y llama, sin que nosotros nos dignemos a responder. El Señor sigue marcando, día a día, el número de nuestro corazón, el de cada uno de nosotros. ¿Lo haremos seguir esperando?

¿Los niños que mueren se convierten en angelitos?

Normalmente cuando un niño muere, muchos afirman que se convierte en “un angelito más” en el cielo ¿Es verdad esto?

Normalmente cuando un niño muere, muchos afirman que se convierte en “un angelito más” en el cielo, incluyendo muchos predicadores, seguramente sin mala voluntad. Ahora bien, ¿es esto cierto? ¿Sucede así? Veamos…

Por muy buena intención que tengamos, eso no sucede. Los niños que mueren no se convierten en “angelitos”. Esto porque dos motivos:

  1. Los ángeles ya fueron creados desde el inicio. Como lo relata Col 1,16 “porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles…”.Los ángeles son seres espirituales, no corporales, creados desde el inicio del mundo.
  2. No se puede cambiar de naturaleza. Cada uno de nosotros tiene una naturaleza, la humana. Por su parte, la naturaleza de los ángeles es espiritual.

Por lo dicho anteriormente, cuando un niño muere no se convierte en angelito, pues su naturaleza es distinta a la de un ángel. Esto no excluye que sea alguien inocente, sin culpa alguna. Los que afirman eso, seguramente (espero) no lo hacen con mala intención, sino más bien en el sentido de que es alguien que no se ha contaminado del pecado, pero si somos claros en la doctrina, “el convertirse en ángel” no sucede.

Conociendo la Nueva Era (4/7)

¿Cómo saber si ya estoy dentro de la Nueva Era?

En esta cuarta entrega, Gerardo -colaborador y consultor de Catholic.net- nos habla sobre amuletos, talismanes, áloe vera, herraduras, piedras, lectura de cartas, vudú, yoga, reiki, Hinduismo, budismo; creencia en la reencarnación, el karma y en las energías como fuerzas espirituales. El seguir a escritores como Paulo Coelho, etc.

Gerardo García afirma categóricamente: «Si no estoy de acuerdo con lo que dice la Iglesia en el ámbito moral y en los dogmas de fe y hasta se va en contra de ello, se está dentro de la Nueva Era».

Este es el cuarto episodio de la serie grabada por el programa Entre Profesionales del canal HM Televisión, cuya sede está en Madrid, España.

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CONDENAN LA VIOLENCIA Y PIDEN "UN DIÁLOGO SINCERO Y PACÍFICO"
Abadías y monasterios de toda Cataluña piden a los políticos "soluciones"
"La hora que vive Cataluña es cada vez más delicada", sostienen

Redacción, 03 de octubre de 2017 a las 11:13

Monasterio de Vallbona

Los firmantes son los abades de los monasterios de Poblet y Montserrat, las abadesas de Sant Benet de Montserrat, de San Pere de les Puel·les y de Vallbona de les Monges, las prioras de Sant Daniel y de Valldonzella, y el prior de Solius

(J. B./Agencias).- La vida religiosa catalana se une para pedir a los políticos que "busquen soluciones y no dejen enquistar un problema que por la fuerza, como la vivida el domingo, o con posiciones maximalistas, sólo agrava". Por primera vez en años, los abades de los principales monasterios de Cataluña han firmado un documento conjunto en el que claman por "un diálogo sincero y pacífico".

Los firmantes son los abades de los monasterios de Poblet y Montserrat, las abadesas de Sant Benet de Montserrat, de San Pere de les Puel·les y de Vallbona de les Monges, las prioras de Sant Daniel y de Valldonzella, y el prior de Solius.

En el comunicado, añaden, los religiosos "rogamos más que nunca por la paz social y el respeto a los derechos individuales y colectivos de todos y cada uno de los ciudadanos".

Abades, abadesas, priores y prioras quieren ofrecer "una palabra de paz" y, como ya lo hicieran los obispos Omella y Pujol, consideran que "la situación de violencia que se vivió el domingo en Cataluña es deplorable; la resistencia no se resuelve con violencia, sino evitando llegar a esta situación extrema con un diálogo sincero y pacífico entre las partes en conflicto; urge encontrar una salida pacífica y democrática".

"La hora que vive Cataluña es cada vez más delicada. El movimiento político y social catalán ha sido siempre inmensa y mayoritariamente pacífico y querer detenerlo con la violencia no está nunca suficientemente justificado ni proporcionado, ni tampoco elimina ni soluciona, sino que agrava, el problema existente", opinan los monjes y monjas.

"Ni es nuestra intención, ni nos corresponde tomar parte por ninguna otra cosa que no sea la paz, el diálogo, las libertades de expresión democrática, la convivencia social y el respeto a los derechos individuales y los de nuestro pueblo", recalca el comunicado, que sí condena "siempre la violencia, sea física, verbal o la que supone negar la realidad, y alabaremos una respuesta siempre cívica y pacífica".

"Expresamos nuestro rechazo al uso innecesario de la fuerza por parte de cualquier grupo o poder público, que debe ser el primer garante de los derechos de los ciudadanos. Rogamos por la pacífica y constructiva solución de cualquier legítima reivindicación, no devolviendo a nadie mal por mal, sino tratando de hacer el bien a todos", afirman los frailes.

Éste es el comunicado:

Nuestros monasterios, respondiendo a muchos cristianos que se nos dirigen, queremos aportar una palabra de paz ante los momentos vividos ayer. Lo hacemos "porque los católicos formamos parte de este pueblo que tanto queremos, y como nos ha recordado recientemente el papa Francisco, nadie puede exigirnos a la religión a la intimidad secreta de las personas, sin ninguna influencia en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos (Evangelii Gaudium, 183)", como nos recordaban nuestros obispos en octubre de 2014. La situación de violencia que se vivió ayer en Catalunya es deplorable; la resistencia no se resuelve con violencia, sino evitando llegar a esta situación extrema con un diálogo sincero y pacífico entre las partes en conflicto; urge encontrar una salida pacífica y democrática; como también nos decían ayer mismo algunos de nuestros pastores.

La hora que vive Catalunya es cada vez más delicada. El movimiento político y social catalán ha sido siempre inmensamente y mayoritariamente pacífico y querer pararlo con la violencia no es nunca justificable ni proporcionado, ni tampoco elimina ni soluciona, sino que agrava el problema existente. De nuevo, "ni es nuestra intención, ni nos toca tomar parte por ninguna otra cosa que no sea la paz, el diálogo, las libertades de expresión democrática, la convivencia social y el respeto a los derechos individuales y a los de nuestro pueblo" (Comunicado de los abades de Poblet y Montserrat de 21 de septiembre de 2017).

Condenaremos siempre la violencia, sea física, verbal o la que suponga negar la realidad, y alabaremos una respuesta siempre cívica y pacífica. Expresamos nuestra repulsa al uso innecesario de la fuerza por parte de cualquier grupo o poder público, que ha de ser el primer garante de los derechos de los ciudadanos. Rezamos por la pacífica y constructiva solución de cualquier legítima reivindicación, no devolviendo a nadie mal por mal, sino mirando de hacer el bien a todo el mundo (cf. Rm 12,17). Rezamos porque los políticos busquen soluciones y no dejen enquistar un problema que por la fuerza, como la vivida ayer, o con posiciones maximalistas, solo se agrava. Rezamos más que nunca por la paz social y el respeto a los derechos individuales y colectivos de todos y cada uno de los ciudadanos.

Como recordaba el último comunicado de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, aprobado per unanimidad, «en estos momentos graves, la verdadera solución del conflicto pasa por el recurso al diálogo desde la verdad y la búsqueda del bien común de todos, como señala la doctrina social de la Iglesia. (...) Para hacer posible este diálogo, honesto y generoso, que salvaguarde los bienes comunes de siglos y los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado, es necesario que tanto les autoridades de las administraciones públicas como los partidos políticos y otras organizaciones, así como los ciudadanos, eviten decisiones y situaciones irreversibles y de graves consecuencias que les sitúen al margen de la práctica democrática amparada por las legítimas leyes que garantizan nuestra convivencia pacífica.» (Declaración de la Comisión Permanente de la CEE de 27 de septiembre de 2017). Rezamos porque prevalga la serenidad, el respeto, la concordia y la paz.

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