Sus ejércitos, servidores de sus deseos
- 02 Octubre 2017
- 02 Octubre 2017
- 02 Octubre 2017
Evangelio según San Mateo 18,1-5.10.
En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?".
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos.
El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial."
Memoria de los Santos Ángeles Custodios
Memoria de los santos Ángeles Custodios, que, llamados ante todo a contemplar en la gloria el rostro del Señor, han recibido también una misión en favor de los hombres, de modo que con su presencia invisible, pero solícita, los asistan y acompañen.
Ángel es una palabra griega que significa «mensajero» (la misma que está en la raíz de la palabra «eu-angelio», es decir, «mensaje bueno, propicio»). El paganismo griego conocía dioses (Hermes), y seres pertenecientes a la esfera divina (los dáimones), encargados de comunicarse con los hombres de parte de los dioses lejanos, llevarles sus órdenes, o ayudarlos en las empresas difíciles. También el mundo hebreo desarrolló una cierta «angelología», es decir, una teología de las mediaciones angélicas, aunque es un tema que entró secundariamente en la Biblia, y nunca terminó de dar lugar a un completo desenvolvimiento. En el caso del hebreo bíblico, las palabras para designar las realidades angélicas son dos: «melek» (plural: malekim) y «elohim» (es un plural de «El», y casi siempre se utiliza en plural).
«Melek» significa, al igual que el «ángel» griego, mensajero. «Elohim», en cambio, es más problemático, porque la palabra se utiliza también para designar a Dios mismo, así que cuando aparece hay que recurrir al contexto para saber si se está refiriendo a Dios (que se pone en plural por respeto), a los (falsos) dioses de los gentiles (que aunque son falsos, también son elohim), o a los seres del mundo divino, los ángeles.
Por ejemplo, si se comparan distintas traducciones del salmo 8, se verá que algunos ponen: «[al hombre] lo has hecho poco inferior a los ángeles» (traducción litúrgica), otros: «Apenas inferior a un dios le hiciste» (Biblia de Jerusalén), o: «lo has hecho poco inferior a Dios» (New American Standard Bible, en inglés el original). En realidad las tres variantes son correctas: nuestros idiomas modernos, y sobre todo nuestra mentalidad moderna pide allí una precisión conceptual que el mundo bíblico original no tenía; digamos que exigimos saber si el ser humano es apenas inferior a los ángeles, a los dioses (verdaderos o falsos), o al propio Dios... pero para el poeta que compuso el salmo, ese verso sólo hablaba de la excelsitud de un ser humano que a pesar de estar en la tierra sólo puede medirse auténticamente en las realidades divinas, sin más precisión, pero sin menos rotundidad que esa tremenda y hermosa confianza en el valor de cada hombre. En vez de comparar al hombre con monos o moscas de la fruta, el salmo lo parangona con seres divinos, aunque de allí no pueda deducirse ninguna «teología angélica».
En el esquema mental griego hay como una escala de poderes -si podemos hablar así-, donde el hombre ocupa un peldaño inferior al poder de héroes y semidioses, y éstos un peldaño inferior a los dioses, quienes también están organizados entre sí según sus poderes relativos: «una y la misma es la naturaleza de dioses y hombres -dirá Píndaro-... pero nuestros poderes están separados»; semejante expresión, incluso tomándola como metáfora poética, sería absurda en la Biblia. El esquema mental de la Biblia hebrea es distinto: Dios está directamente en contacto con el hombre, lo salva, lo «amasa» para crearlo, se enfada con el hombre, se lamenta, se airía, camina a su lado, pero no compite con su poder («Yo soy Dios, no un hombre»), no puede medirse el poder del hombre con el de Dios ni el de Dios con el del hombre. Deberíamos poder afirmar que para la Biblia Dios es a la vez completamente inmanente a nuestro mundo, no menos que completamente trascendente. para usar la expresión de san Agustín -en perfecta sintonía con la sensibilidad de la Escritura- Dios es «más interior que lo más íntimo mío, superor a lo más alto mío» (Conf. III,11).
Esa doble afirmación, paradójica pero que forma parte de la «experiencia de Dios» del creyente, la expresa la Biblia con metáforas, muchas veces bellas pero violentas y primitivas (como cuando Elías ve la «espalda» de Dios, o Jacob «lucha con 'Alguien'» en la noche), otras con una expresión muy querida por la Biblia: el «rostro de Dios». De Dios nunca vemos su ser sino un rostro, una manifestación. Sin embargo con el tiempo la misma fe fue exigiendo que se depurara más el lenguaje religioso para hablar del contacto con Dios con el hombre, y así se va imponiendo una nueva expresión, que aparece con la teología del profetismo: «Melek Yahveh»: el Ángel de Yahveh (el Mensajero de Yahveh). Si recorremos los primeros libros de la Biblia lo encontraremos mucho, sobre todo allí donde el contexto exige que sea el propio Dios quien habla, el texto dirá que ha sido Melek Yahveh; por ejemplo, en el relato del «sacrificio de Abraham» (Gn 22), vemos que quien se le dirige es Melek Yahveh, pero luego queda claro que el diálogo se produce con el propio Dios («ya que no mehas negado...»); lo mismo pasa con la revelación de la zarza ardiendo, y en muchos otros relatos. El «ángel» -para esos textos bíblicos- no es otro que el propio Dios, y no un ser separado y distinto; sin embargo no es indiferente que los textos hablen de Melek Yahveh, en vez de hablar directamente de Yahveh, ya que ese «ángel» cumple una función específica: paradójicamente, no la de revelar a Dios, sino la de velarlo, la de no exponerlo tanto.
En el Nuevo Testamento, las cosas no cambian muy radicalmente, a pesar de haber sido escrito en griego y en una cultura que estaba ya en estrecho contacto con la mentalidad griega. Posiblemente una de las mejores definiciones bíblicas de «ángel», una de las definiciones más utilizadas por la teología, esté precisamente en carta a los Hebreos, 1,14: «espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación». Sin embargo, esta frase no está dicha en el contexto de una definición teológica sino de una polémica religiosa, contra aquellos que pretenden poner a los ángeles en un peldaño superior al hombre, y el versículo anterior dirá: «¿a qué ángel dijo [Dios] alguna vez: 'Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies?», Está claro que carta a los Hebreo no quiere exaltar a los ángeles, sino por el contrario, volver a situarlos en la posición subordinada que tienen en los textos bíblicos del Antiguo Testamento. Cristo, como verdadero hombre, se dirige a hombres, y es a los hombres a quienes abrió las puertas del Santuario Divino (Heb 9,12).
Para la teología, los ángeles son espíritus puros, individuales, dotados de inteligencia y voluntad, creados por Dios para asistirlo y sobre todo para realizar misiones entre los hombres y para servir al santuario divino en la liturgia eterna (ver, por ejemplo, Apocalipsis). Puesto que toda nuestra experiencia, incluso la que penetra en las realidades espirituales, comienza con los sentidos, con lo corpóreo y físico que nos rodea, poco podemos decir de ellos que no esté en peligro de desvariar y fantasear sobre realidades que se nos escapan. En la cuestión de los ángeles, como en todas las realidades que por su propia definición trascienden nuestras posibilidades de conocimiento natural, posiblemente lo mejor sea mantenernos en la confesión de fe sencilla y poética de la Biblia, sin pretender decir mucho más que lo que ella dice. No sabemos en realidad cómo existen y actúan los «ángeles custodios», si quisiéramos racionalizarlos teológicamente, terminaríamos en absurdos antropológicos; pero sí sabemos que Dios envía a sus ángeles para que nos acompañen en este mundo de soledad y dolor, como Rafael acompañó a Tobías. Igual que Rafael, los ángeles presentan a Dios las oraciones de los hombres, las introducen en el coro celestial. A la mirada materialista el hombre le parece «no más que un mono», sin embargo, Jesús nos advierte que cada hombre, incluso el más pequeño y desvalido, está ya mismo -no sólo cuando muera- ante el rostro de Dios, precisamente a través de su ángel: «Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.» (Mt 18,10). Ciudadanos de la tierra, y a la vez ya habitantes de los cielos; seres desvalidos y vacilantes, y a la vez cada uno tan valioso y amado personalmente por Dios, que mientras por fuerza Dios tiene que aguantar que esté cada uno lejos de él por un tiempo, crea superabundantemente una realidad espiritual propia de cada hombre para que en ella habitemos, y en ella podamos encontrarnos con él.
Esto es lo que podríamos sintéticamente declarar de la teología de los ángeles; en cuanto a la historia de su culto, dejo la palabra al Butler:
Desde los primeros tiempos de la Iglesia, se tributó honor litúrgico a los ángeles. El oficio de la dedicación de la iglesia de san Miguel Arcángel, en la Vía Salaria, y el más antiguo de los sacramentarios romanos, llamado «Leonino», aluden indirectamente en las oraciones al oficio de guardianes que desempeñan los ángeles. Desde la época de Alcuino (muerto el año 804), existe una misa votiva «ad suffragia angelorum postulanda», y el mismo Alcuino habla dos veces en su correspondencia de los ángeles guardianes. No es del todo seguro que la costumbre de celebrar esa misa sea de origen inglés, pero lo cierto es que el texto de Alcuino está incluido en el Misal de Leofrico, que data de principios del siglo X. La misa votiva de los Ángeles solía celebrarse el lunes, como lo prueba el Misal de Westminster, compuesto alrededor del año 1375. En España la tradición dice que también cada una de las ciudades tiene su ángel guardián particular. Así, por ejemplo, un oficio del año 1411 hace alusión al ángel guardián de Valencia. Fuera de España, Francisco de Estaing, obispo de Rodez, obtuvo del Papa León X una bula en la que dicho Pontífice aprobaba un oficio especial para la conmemoración de los Angeles de la Guarda el l de marzo. También en Inglaterra estaba muy extendida la devoción a los ángeles. Heriberto Losinga, obispo de Norwich, quien murió en 1119, habló con gran elocuencia sobre el tema. Por otra parte, la conocida oración que comienza «Angele Dei qui custos es mei» se debe probablemente a la pluma del versificador Reginaldo de Canterbury, quien vivió en la misma época. El Papa Paulo V autorizó una misa y un oficio especiales, a instancias de Fernando II de Austria, y concedió la celebración de la fiesta de los Santos Angeles en todo el imperio. Clemente X la extendió como fiesta de obligación a toda la Iglesia de Occidente en 1670, y fijó como fecha de la celebración, el primer día feriado después de la fiesta de San Miguel, lo que luego derivó en el 2 de octubre como fecha fija.
Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo
Homilías sobre Ezequiel I, 7
«Sus ejércitos, servidores de sus deseos» (sl 102,21)
Los ángeles descienden a los que tiene que salvar. «Los ángeles subían y bajaban sobre el Hijo del hombre» (Jn 1,15); y «se le acercaban y le servían» (Mt 4,11). Ahora bien, los ángeles descendían porque Cristo había descendido el primero; temían descender antes de que se lo ordenara el Señor de la fuerzas celestes y de todas las cosas (Col 1,16). Pero cuando han visto al Príncipe de los ejércitos celestiales permanecer sobre la tierra, entonces, a través de este camino abierto por Él, han seguido a su Señor, obedientes a la voluntad de aquél que los puso como guardines de todos los que creen en su nombre.
Tú mismo, ayer, estabas bajo la dependencia del demonio, hoy, estás bajo la de un ángel. «Estad atentos, dice el Señor, para no menospreciar a ninguno de estos pequeños» que están en la Iglesia, «porque, en verdad os lo digo, sus propios ángeles ven constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos». Los ángeles están consagrados a tu salvación, y se dedican al servicio del Hijo de Dios y dicen entre ellos : « Si Él ha descendido tomando un cuerpo, si se ha revestido de una carne mortal, si ha soportado la cruz, si ha muerto por todos los hombres ¿por qué descansar, por qué ahorrarnos trabajo? ¡Vayamos, ángeles todos, descendamos del cielo!» Por eso cuando Cristo nació había «una multitud de los ejércitos celestiales alabando y glorificando a Dios» (Lc 2,13).
Ángeles Custodios
Cada persona tiene un ángel custodio, 2 de octubre
Nuestros Guardaespaldas Celestiales
¿Quiénes son los ángeles custodios?
Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. Afirma a este respecto San Jerónimo: “Grande es la dignidad de las almas cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia”.
En el antiguo testamento se puede observar cómo Dios se sirve de sus ángeles para proteger a los hombres de la acción del demonio, para ayudar al justo o librarlo del peligro, como cuando Elías fue alimentado por un ángel (1 Reyes 19, 5.)
En el nuevo testamento también se pueden observar muchos sucesos y ejemplos en los que se ve la misión de los ángeles: el mensaje a José para que huyera a Egipto, la liberación de Pedro en la cárcel, los ángeles que sirvieron a Jesús después de las tentaciones en el desierto.
La misión de los ángeles custodios es acompañar a cada hombre en el camino por la vida, cuidarlo en la tierra de los peligros de alma y cuerpo, protegerlo del mal y guiarlo en el difícil camino para llegar al Cielo. Se puede decir que es un compañero de viaje que siempre está al lado de cada hombre, en las buenas y en las malas. No se separa de él ni un solo momento. Está con él mientras trabaja, mientras descansa, cuando se divierte, cuando reza, cuando le pide ayuda y cuando no se la pide. No se aparta de él ni siquiera cuando pierde la gracia de Dios por el pecado. Le prestará auxilio para enfrentarse con mejor ánimo a las dificultades de la vida diaria y a las tentaciones que se presentan en la vida.
Muchas veces se piensa en el ángel de la guarda como algo infantil, pero no debía ser así, pues si pensamos que la persona crece y que con este crecimiento se tendrá que enfrentar a una vida con mayores dificultades y tentaciones, el ángel custodio resulta de gran ayuda.
Para que la relación de la persona con el ángel custodio sea eficaz, necesita hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es. Así podrá convertirse en un fiel y poderoso aliado nuestro. Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está cerquísima de Dios y le puede decir directamente lo que queremos o necesitamos.
Recordemos que los ángeles no pueden conocer nuestros pensamientos y deseos íntimos si nosotros no se los hacemos saber de alguna manera, ya que sólo Dios conoce exactamente lo que hay dentro de nuestro corazón. Los ángeles sólo pueden conocer lo que queremos intuyéndolo por nuestras obras, palabras, gestos, etc.
También se les pueden pedir favores especiales a los ángeles de la guarda de otras personas para que las protejan de determinado peligro o las guíen en una situación difícil.
El culto a los ángeles de la guarda comenzó en la península Ibérica y después se propagó a otros países. Existe un libro acerca de esta devoción en Barcelona con fecha de 1494.
Cuida tu fe
Actualmente se habla mucho de los ángeles: se encuentran libros de todo tipo que tratan este tema; se venden “angelitos” de oro, plata o cuarzo; las personas se los cuelgan al cuello y comentan su importancia y sus nombres. Hay que tener cuidado al comprar estos materiales, pues muchas veces dan a los ángeles atribuciones que no le corresponden y los elevan a un lugar de semi-dioses, los convierten en “amuletos” que hacen caer en la idolatría, o crean confusiones entre las inspiraciones del Espíritu Santo y los consejos de los ángeles.
Es verdad que los ángeles son muy importantes en la Iglesia y en la vida de todo católico, pero son criaturas de Dios, por lo que no se les puede igualar a Dios ni adorarlos como si fueran dioses. No son lo único que nos puede acercar a Dios ni podemos reducir toda la enseñanza de la Iglesia a éstos. No hay que olvidar los mandamientos de Dios, los mandamientos de la Iglesia, los sacramentos, la oración, y otros medios que nos ayudan a vivir cerca de Dios.
El gozo de hacerse como los niños
Santo Evangelio según San Mateo 18, 1-5. 10. Lunes XXVI del tiempo ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, gracias por un día más que me das para seguir conociéndote. Gracias por la familia que me has dado, la historia que has ido tejiendo en mi vida. Gracias por tu presencia amorosa que guía mi caminar. Te pido me ayudes a siempre estar a tu lado y jamás separarme de Ti. Te necesito, mi Señor. Ahora quiero encontrarme contigo y escucharte, hablarte, simplemente amarte.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Son muchas las características de los niños que hacen que te agrade su forma de ser. En otro pasaje del Evangelio escucho cómo te agrada estar en compañía de los niños y cómo ellos iban a ti de manera tan espontánea. ¿Qué es lo que me quieres decir cuando me invitas a hacerme pequeño como un niño?
Mencionar algunas características de los niños puede iluminar este pasaje y ayudarme en este rato de oración.
Los niños son sencillos. Tienen la humildad necesaria para saber perdonar y pedir perdón sin tanta complicación. No temen decir lo que sienten, piensan o imaginan. Dentro de esta sencillez va implícita la pureza: esa límpida mirada que ve todo como importante, valioso, como un tesoro por descubrir. Se dejan enseñar, (no siempre con facilidad, pero generalmente están abiertos), y por lo mismo escuchan las correcciones. Los niños no andan preocupados por la imagen que los demás tienen de ellos, sólo les importa lo que están haciendo en el momento, sin importar las manchas de sus manos o cara, el estado de su ropa o su desordenado cabello. Simplemente son ellos, son niños.
Los niños confían ciegamente en sus padres. Saben que ellos nunca les van a dejar caer de sus brazos mientras les sujetan o levantan por el aire. Duermen en sus regazos con dicha y se hallan seguros en su compañía. Ante el temor, y no se diga ante las necesidades o el peligro, se escucha con fuerza: "¡Mamá! ¡Papi!". No dudan, no cavilan, no juzgan, simplemente confían, obedecen pero esto porque se saben, se sienten, se descubren amados y aman.
Los niños son inquietos y alegres. Todo es aventura, movimiento, investigación, contacto. La quietud no es para ellos. Su sonrisa es contagiosa, tanto, que los adultos buscamos hacerlos reír para reír nosotros con ellos. Los niños buscan, escarban, desordenan, tiran, desarman y arman de nuevo.
Son muchas las lecciones que un niño da a un seguidor tuyo, Señor. Un discípulo que es sencillo, humilde, que no tiene respeto humano, que es auténtico. Un hijo que confía plenamente en su padre y no teme acudir a Él porque se sabe amado y ama. Un pequeño inquieto que trabaja por tu Reino, que busca, que no está viendo cómo van las cosas sino que las toca, las transforma, las mejora. Un ser alegre que sabe contagiar su alegría a otros, el gozo de saberse importante para Ti, mi Dios y Señor.
Es bueno que compartamos horizontes de esperanza amplios y abiertos, viviendo el entusiasmo humilde de abrir las puertas y salir de nosotros mismos. Pero hay una condición fundamental para recibir el consuelo de Dios, y que hoy nos recuerda su Palabra: hacerse pequeños como niños, ser "como un niño en brazos de su madre". Para acoger el amor de Dios es necesaria esta pequeñez del corazón: en efecto, sólo los pequeños pueden estar en brazos de su madre. […] Pidamos hoy, todos juntos, la gracia de un corazón sencillo, que cree y vive en la fuerza bondadosa del amor, pidamos vivir con la serena y total confianza en la misericordia de Dios.
(Homilía de S.S. Francisco, 1 de octubre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Rezaré un misterio del rosario por todos los niños víctimas de la guerra, del narcotráfico y del terrorismo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿En qué consiste el ser niño frente a Dios?
¿Qué actitudes implica la filialidad? confianza, obediencia y entrega filiales
¿Qué actitudes implica la filialidad? Me parece que son, fundamentalmente, tres actitudes frente al Padre Dios: confianza, obediencia y entrega filiales.
1. La confianza filial. Dios es un Padre todopoderoso. Esta afirmación teológica despierta en mí la actitud de confianza. Es la experiencia del niño que sabe confiar ciegamente en sus padres. Y lo hace instintivamente, sin demasiada reflexión; es su experiencia original. Por eso se siente tan seguro y cobijado y vive tranquilo y feliz su vida.
Lo que en el niño es espontáneo, nosotros los adultos hemos de reconquistarlo si queremos tener alma de niño. Lo que el niño presupone de sus padres naturales, el hombre filial lo reconoce en el Padre celestial. Por eso, el Padre José Kentenich, Fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, procura conducirnos a la confianza filial: “Mi esfuerzo personal, respecto a toda la Familia, es que lleguemos a ser héroes de la confianza”.
Él suele ilustrar esta confianza heroica con la imagen del hijo del marinero. Este, aun teniendo conciencia del peligro en alta mar, no desespera sino que permanece tranquilo, porque sabe que su padre está al timón. Es esta convicción la que hemos de reconquistar: “El Padre tiene en sus manos el timón, aunque yo no sepa el destino ni la ruta” (Hacia el Padre, 399). Cuando así le entregamos al Padre Dios la conducción de nuestra vida, entonces renace la seguridad existencial. Es la “seguridad del péndulo” que permanece firmemente agarrado desde arriba.
El Padre es la roca inconmovible, la tranquilidad del hijo, en medio de los vaivenes de la vida. “El niño todo lo vence mediante la confianza” (Dios mi Padre, 223), afirma el Padre José kentencih.
La infancia espiritual consiste, en este contexto, en una fe sencilla en la Divina Providencia que nos hace ver presente, detrás de todos los acontecimientos de la vida, una mano paternal y bondadosa. Filialidad no es evasión de responsabilidades, sino protagonismo histórico y creador. Es compartir responsabilidades con el Padre, luchar por un mundo digno de Él.
2. La obediencia filial. La verdadera filialidad es, en segundo lugar, docilidad, sumisión a la voluntad de Dios, obediencia al Padre. A partir de Jesús y siguiendo sus huellas, “el hombre filial sabe que su obra es grande sólo en la medida en que corresponde al deseo del Padre” (Dios mi Padre, 319).
Es preguntarle, en cada caso: Padre, ¿qué te agrada más? La obediencia le confiere a la infancia espiritual, vitalidad y heroísmo; la hace exigente y educadora. Porque la verdadera imagen del Padre encierra no sólo bondad, sino también fuerza. Dios Padre puede causarnos dolor, para asemejarnos más a su Hijo Unigénito. Pero es siempre el amor que lo impulsa a imponernos severas exigencias.
3. El amor filial. “Los santos afirma el Padre Kentenich se hicieron santos a partir del momento en que comenzaron a amar, y comenzaron a amar sólo cuando se creyeron, se supieron y se sintieron amados por Dios” (Dios mi Padre, 248. J. Kentenich).
Nuestro amor ha de volver a ser como el amor de los niños. Debemos dejar de lado nuestros enredos y complicaciones de adultos y aprender a amar con sencillez.Debemos sacarnos nuestras máscaras de falsa grandeza y autosuficiencia y entregarnos con humildad sincera. Debemos pasar de un amor racional y calculador a un amor espontáneo y cálido. Esta simplicidad, autenticidad y espontaneidad en la entrega, cautiva el amor del Padre y lo atrae irresistiblemente.
Por eso ha de crecer y purificarse nuestro amor. El amor primitivo gira en torno al propio yo y sus intereses. En cambio, el amor filial maduro gira en torno al Padre y su voluntad. Y eso requiere de una permanente autoeducación, de una lucha diaria constante, de renuncias y entregas heroicas. Pero sabemos que es el único camino para cambiar y hacernos como los niños, y así poder entrar al Reino del Padre eterno.
Creo en Dios, pero no en los curas
La Iglesia tiene su centro en la santidad en Jesucristo, no en sus sacerdotes
muchos dicen que ellos sí creen en Dios, pero no en los curas, y que no tienen por qué hacer caso a lo que diga la Iglesia.
En lo de creer en Dios y no en los curas, estamos totalmente de acuerdo. Y precisamente porque la fe tiene por objeto a Dios, y no a los curas, hay que distinguir bien entre la santidad de la Iglesia y los errores de las personas que la componen.
La Iglesia no tiene su centro en la santidad de esas personas que hayan podido dar mal ejemplo (ni en las que lo han dado bueno), sino en Jesucristo. Por eso no tiene demasiado sentido que una persona deje de creer en la Iglesia porque su párroco es antipático, o poco ejemplar, o porque un personaje eclesiástico del siglo XVI hizo tal o cual barbaridad. A todos nos molesta la falta de coherencia de quien no da buen ejemplo. Y fue el mismo Dios quien dijo -puede leerse en el Nuevo Testamento- que a esos los vomitaría de su boca. Pero el hecho de que un cura -o muchos, o quien sea- actúe o haya actuado mal en determinado momento, no debería hacer perder la fe a nadie sensato. El hecho de que haya habido cristianos -laicos, sacerdotes u obispos- que se hayan equivocado, o hayan hecho las cosas mal, o incluso muy mal, aunque como católico y como persona me resulte doloroso, no debe hacerme perder la fe, ni pensar que esa fe ya no es la verdadera. Entre otras cosas, porque si tuviera que perder la fe en algo cada vez que viera que actúa mal alguien que cree en ese mismo algo, lo más probable es que ya no tuviera fe en nada.
Y cuando se recurre a esas actuaciones desafortunadas de eclesiásticos para justificar lo que no es más que una actitud de comodidad, o para ignorar la realidad de unas claudicaciones morales personales que no se está dispuesto a corregir, eso ya me parece más triste. Escudarse en los curas para resistirse a vivir conforme a una moral que a uno le cuesta aceptar, es -además de clerical- un poco lamentable.
Personalmente puedo decir, como tantísimas otras personas a las que he tratado, que a lo largo de mi vida he conocido a sacerdotes excepcionales. Sé que no todo el mundo ha sido tan afortunado. Mi consejo es que, si has tenido algún problema con alguno, que fuera de carácter difícil, o que quizá tuviera un mal día y no te tratara bien, o no llegara a comprenderte, o no te diera buen ejemplo, o lo que sea..., mi consejo es que no abandones a Dios por una mala experiencia con uno de sus representantes. Nadie es perfecto -tampoco nosotros-, y hemos de aprender a perdonar... y a no echar a Dios las culpas de la actuación libre de nadie.