Dos mujeres, dos imágenes de nuestra vida
- 10 Octubre 2017
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Evangelio según San Lucas 10,38-42.
Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.
Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.
Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude".
Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada".
San Daniel Comboni, obispo y fundador
En Khartum, en Sudán, san Daniel Comboni, obispo, que fundó el Instituto para las Misiones en África (Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús), y tras ser elegido obispo en ese continente, se entregó sin reservas y predicó el Evangelio por aquellas regiones, trabajando también por hacer respetar la dignidad human
Daniel Comboni: hijo de campesinos pobres, llegó a ser el primer Obispo de Africa Central y uno de los más grandes misioneros de la historia de la Iglesia. La vida de Comboni nos muestra que, cuando Dios interviene y encuentra una persona generosa y disponible, se realizan grandes cosas.
Hijo único - padres santos
Daniel Comboni nace en Limone sul Garda (Brescia, Italia) el 15 de marzo de 1831, en una familia de campesinos al servicio de un rico señor de la zona. Su padre Luigi y su madre Domenica se sienten muy unidos a Daniel, que es el cuarto de ocho hijos, muertos casi todos ellos en edad temprana. Ellos tres forman una familia unida, de fe profunda y rica de valores humanos, pero pobre de medios materiales. La pobreza de la familia empuja a Daniel a dejar el pueblo para ir a la escuela a Verona, en el Instituto fundado por el sacerdote don Nicola Mazza para jóvenes prometedores pero sin recursos.
Durante estos años pasados en Verona Daniel descubre su vocación sacerdotal, cursa los estudios de filosofía y teología y, sobre todo, se abre a la misión de Africa Central, atraído por el testimonio de los primeros misioneros del Instituto Mazza que vuelven del continente africano. En 1854, Daniel Comboni es ordenado sacerdote y tres años después parte para la misión de Africa junto a otros cinco misioneros del Istituto Mazza, con la bendición de su madre Domenica que llega a decir: «Vete, Daniel, y que el Señor te bendiga».
En el corazón de Africa - con Africa en el corazón
Después de cuatro meses de viaje, el grupo de misioneros del que forma parte Comboni llega a Jartum, la capital de Sudán. El impacto con la realidad Africana es muy fuerte. Daniel se da cuenta en seguida de las dificultades que la nueva misión comporta. Fatigas, clima insoportable, enfermedades, muerte de numerosos y jóvenes compañeros misioneros, pobreza de la gente abandonada a si misma, todo ello empuja a Comboni a ir hacia adelante y a no aflojar en la tarea que ha iniciado con tanto entusiasmo. Desde la misión de Santa Cruz escribe a sus padres: «Tendremos que fatigarnos, sudar, morir; pero al pensar que se suda y se muere por amor de Jesucristo y la salvación de las almas más abandonadas de este mundo, encuentro el consuelo necesario para no desistir en esta gran empresa».
Asistiendo a la muerte de un joven compañero misionero, Comboni no se desanima y se siente confirmado en la decisión de continuar su misión: «Africa o muerte!».
Cuando regresa a Italia, el recuerdo de Africa y de sus gentes empujan a Comboni a preparar una nueva estrategia misionera. En 1864, recogido en oración sobre la tumba de San Pedro en Roma, Daniel tiene una fulgurante intuición que lo lleva a elaborar su famoso «Plan para la regeneración de Africa», un proyecto misionero que puede resumirse en la expresión «Salvar Africa por medio de Africa», fruto de su ilimitada confianza en las capacidades humanas y religiosas de los pueblos africanos.
Un Obispo misionero original
En medio de muchas dificultades e incomprensiones, Daniel Comboni intuye que la sociedad europea y la Iglesia deben tomarse más en serio la misión de Africa Central. Para lograrlo se dedica con todas sus fuerzas a la animación misionera por toda Europa, pidiendo ayudas espirituales y materiales para la misión africana tanto a reyes, obispos y señores como a la gente sencilla y pobre. Y funda una revista misionera, la primera en Italia, como instrumento de animación misionera.
Su inquebrantable confianza en el Señor y su amor a Africa llevan a Comboni a fundar en 1867 y en 1872 dos Institutos misioneros, masculino y femenino respectivamente; más tarde sus miembros se llamarán Misioneros Combonianos y Misioneras Combonianas.
Como teólogo del Obispo de Verona participa en el Concilio Vaticano I, consiguiendo que 70 obispos firmen una petición en favor de la evangelización de Africa Central (Postulatum pro Nigris Africæ Centralis).
El 2 de julio de 1877, Comboni es nombrado Vicario Apostólico de Africa Central y consagrado Obispo un mes más tarde. Este nombramiento confirma que sus ideas y sus acciones, que muchos consideran arriesgadas e incluso ilusorias, son eficaces para el anuncio del Evangelio y la liberación del continente africano.
Durante los años 1877-1878, Comboni sufre en el cuerpo y en el espíritu, junto con sus misioneros y misioneras, las consecuencias de una sequía sin precedentes en Sudán, que diezma la población local, agota al personal misionero y bloquea la actividad evangelizadora.
La cruz como «amiga y esposa»
En 1880 Comboni vuelve a Africa por octava y última vez, para estar al lado de sus misioneros y misioneras, con el entusiasmo de siempre y decidido a continuar la lucha contra la esclavitud y a consolidar la actividad misionera. Un año más tarde, puesto a prueba por el cansancio, la muerte reciente de varios de sus colaboradores y la amargura causada por acusaciones infundadas, Comboni cae enfermo. El 10 de octubre de 1881, a los 50 años de edad, marcado por la cruz que nunca lo ha abandonado «como fiel y amada esposa», muere en Jartum, en medio de su gente, consciente de que su obra misionera no morirá. «Yo muero –exclama– pero mi obra, no morirá».
Comboni acertó. Su obra no ha muerto. Como todas las grandes realidades que « nacen al pie de la cruz », sigue viva gracias al don que de la propia vida han hecho y hacen tantos hombres y mujeres que han querido seguir a Comboni por el camino difícil y fascinante de la misión entre los pueblos más pobres en la fe y más abandonados de la solidaridad de los hombres.
Fue beatificado en marzo de 1996 por SS Juan Pablo II y canonizado por el mismo papa en octubre de 2003.
La oración y la acción apostólica
Santo Evangelio según San Lucas 10,38-42. Martes XXVII del tiempo ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor vengo porque quiero estar contigo. Quiero poner en tus manos todas mis preocupaciones, mis cansancios, mis esfuerzos, mis victorias y mis derrotas. Orar, hablar, estar contigo es un descanso para mi alma. Te pido aumentes mi fe, mi esperanza y mi caridad. Necesito de estas tres virtudes para estar siempre en tu camino, siguiéndote con amor, alegría y generosidad.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muchas veces he escuchado reproches por Marta, dado que María había escogido la mejor parte. Es como si Marta estuviera haciendo mal, no, se puede ver este pasaje desde otra perspectiva.
Dice el texto que Marta fue quien te recibió en su casa. La casa era de Marta, ella fue la que te acogió. María pudo escucharte dado que Marta te dio albergue. Sin Marta, María no habría podido elegir la parte que escogió.
Marta y María pueden ser dos imágenes de ese aspecto de nuestro carisma como miembros del Regnum Christi: contemplativos y evangelizadores; la oración y la acción apostólica.
María representa esa parte contemplativa de quien se sienta a tus pies para escuchar tu mensaje, de quien sabe lo valioso que es pasar tiempo delante de Ti, y acompañarte. Ella disfruta de estar sentada mirándote, escuchándote. Es la invitación a vivir este don de mi vocación con alegría, con intensidad. Ella sabe dedicar su tiempo a la oración, a estar contigo.
Marta, por su parte, representa la acción, el trabajo, el celo. Sin Marta la casa que tenía tantos huéspedes no hubiera sido propicia para el encuentro contigo. Ella está corriendo sirviendo alguna bebida, atendiendo algún enfermo, dando asiento a algún apóstol, poniendo algo de comida en la mesa.
Tú amas a ambas, las quieres como son. Y aunque das primacía a la vida de oración, no reprimes la acción de Marta. Simplemente le previenes del activismo, del pensar que el actuar, el hacer, el predicar, es lo principal, olvidando la oración.
Como miembro del Regnum Christi me llamas a ser contemplativo, orante, persona de silencio, de recogimiento, de escucha, de lectura de tu Palabra; pero también me llamas a ser evangelizador, activo, celoso por la salvación de las almas, inquieto para ver las oportunidad y así ayudar a que otros te busquen y se encuentren contigo. Dame, Señor, estas dos actitudes de estas mujeres.
Si nosotros vamos a rezar -por ejemplo- ante el Crucifijo, y hablamos, hablamos, hablamos y después nos vamos, no escuchamos a Jesús. No dejamos que Él hable a nuestro corazón. Escuchar: esta es la palabra clave. No lo olviden. Y no debemos olvidar que en la casa de Marta y María, Jesús, antes que ser Señor y Maestro, es peregrino y huésped. Por lo tanto, la respuesta tiene este primer y más importante significado: Marta, Marta, ¿por qué te afanas tanto en hacer cosas para el huésped hasta olvidar su presencia? -El huésped de piedra- Para acogerlo no son necesarias muchas cosas; es más, necesaria es una cosa sola: escucharlo -he aquí la palabra: escucharlo-, demostrarle una actitud fraterna, de modo que se dé cuenta de que se está en familia, y no en una "hospitalización provisional".
(Homilía de S.S. Francisco, 17 de julio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Me meteré de lleno a mis actividades de hoy pero consciente de que todo mi trabajo siempre será para gloria de Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Homilía de la Misa matutina en la Capilla de la Domus Sanctae Martahe, el Martes 8 de octubre de 2013.
Por: S.S. Francisco | Fuente: Catholic.net
Orar significa abrir la puerta al Señor a fin de que pueda hacer algo para reorganizar nuestras cosas. El sacerdote que hace su deber, pero no abre la puerta al Señor, se arriesga a convertirse sólo en un «profesional». El Papa Francisco, en la misa que celebró el martes 8 de octubre, se detuvo en el valor de la oración: no la de «papagayo», sino la que se «hace con el corazón» que lleva a «mirar al Señor, a escuchar al Señor, a pedir al Señor».
La reflexión se desarrolló a partir de las lecturas de la liturgia, tomadas del libro de Jonás (3, 1-10) y del Evangelio de Lucas (10, 38-42). En particular, haciendo referencia al pasaje evangélico, el Pontífice propuso como modelo a seguir la actitud de María, una de las dos mujeres que habían acogido a Jesús en su casa. María, en efecto, se detiene a escuchar y a contemplar al Señor, mientras que Marta, su hermana, continúa ocupándose de los quehaceres de la casa.
«La palabra del Señor -expresó el Papa- es clara: María ha elegido la mejor parte, la de la oración, la de la contemplación de Jesús. A los ojos de su hermana era perder tiempo». María se detiene a mirar al Señor como una niña maravillada, «en lugar de trabajar como hacía ella».
La actitud de María es la justa porque -explicó el Pontífice- ella «escuchaba al Señor y oraba con su corazón». He aquí qué «quiere decirnos el Señor. La primera tarea en la vida es ésta: la oración. Pero no la oración de las palabras como los papagayos, sino la oración del corazón», a través de la cual es posible «mirar al Señor, escuchar al Señor, pedir al Señor. Y nosotros sabemos que la oración hace milagros».
Lo mismo enseña el episodio narrado en el libro de Jonás: un «testarudo», le definió el Santo Padre, porque «no quería hacer lo que el Señor le pedía». Sólo después de que el Señor le salvó del vientre de la ballena -recordó el Pontífice- Jonás se decidió: «Señor, haré lo que dices. Y fue por las calles de Nínive» anunciando su profecía: la ciudad sería destruida por Dios si los ciudadanos no mejoraban su modo de vivir. Jonás «era un profeta “profesional” -precisó el Obispo de Roma- y decía: en cuarenta días Nínive será destruida. Lo decía seriamente, con fuerza. Y los ciudadanos de Nínive se atemorizaron y empezaron a orar con las palabras, con el corazón, con el cuerpo. La oración hizo el milagro».
También en este relato -afirmó el Papa Francisco- «se ve lo que Jesús le dice a Marta: María ha elegido la mejor parte. La oración hace milagros, ante los problemas» que hay en el mundo. Pero existen también aquellos a quienes el Papa definió «pesimistas». Estas personas «dicen: nada se puede cambiar, la vida es así. Me hace pensar en una canción triste de mi tierra que dice: dejémoslo. Abajo en el horno nos encontraremos todos».
Ciertamente es una visión un «poco pesimista de la vida» -apuntó- que nos lleva a preguntarnos: «¿Para qué orar? Déjalo, la vida es así. Vayamos adelante. Hagamos lo que podamos». Y esta actitud tuvo Marta -aclaró el Pontífice-, quien «hacía cosas, pero no oraba». Y después está el comportamiento de los otros, como ese «testarudo Jonás». Estos son «los justicieros». Jonás «iba y profetizaba; pero en su corazón decía: se lo merecen, se lo merecen, se lo han buscado. Él profetizaba, pero no oraba, no pedía al Señor perdón por ellos, sólo les apaleaba». Estos -subrayó el Santo Padre- «se creen justos». Pero al final, como sucedió con Jonás, se revelan unos egoístas.
Jonás, por ejemplo -siguió el Papa-, cuando Dios salvó al pueblo de Nínive, «se disgustó con el Señor: pero tú siempre eres así, ¡siempre perdonas!». Y «también nosotros -comentó-, cuando no oramos, lo que hacemos es cerrar la puerta al Señor» de forma que «Él no puede hacer nada. En cambio la oración ante un problema, una situación difícil, una calamidad, es abrir la puerta al Señor para que venga»: Él, de hecho, sabe «reorganizar las cosas».
En conclusión el Papa Francisco exhortó a pensar en María, la hermana de Marta, que «eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo se abre la puerta al Señor», al rey de Nínive «que no era un santo», a todo el pueblo: «Hacían cosas feas. Pero cuando oraron, ayunaron y abrieron la puerta al Señor, el Señor hizo el milagro del perdón. Y pensemos en Jonás que no oraba, huía de Dios siempre. Profetizaba, era tal vez un buen “profesional”, podemos decir hoy un buen sacerdote que hacía sus tareas, pero jamás abría la puerta al Señor con la oración. Pidamos al Señor que nos ayude a elegir siempre la mejor parte».
El misterio de Cristo
Homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta
La conocida parábola del Buen Samaritano centró la homilía del Papa Francisco en la casa de Santa Marta
La conocida parábola del Buen Samaritano centró la homilía del Papa Francisco en la Casa Santa Marta, un ejemplo de cómo debe actuar todo cristiano cuando alguien necesita ayuda, según dijo.
Jesús responde con esta historia a los doctores de la ley que querían probar, como en otras ocasiones, a Jesús.
El Papa describió el comportamiento de las personas que pasan delante del herido sin prestarle ayuda: “Es una actitud muy habitual entre nosotros: observar una calamidad, mirar algo feo y pasar de largo. Y después, leerla en los periódicos, un poco adornada de escándalo o sensacionalismo”,dijo.
Sin embargo, el pecador “lo ve y no pasa de largo, tiene compasión”. “No se alejó, se acercó. Le curó las heridas vertiendo en ellas aceite y vino, pero no lo dejó ahí diciendo ‘he hecho mi trabajo y le dejo’”.
Este “es el misterio de Cristo”, que “se ha hecho siervo, se abajó, se hizo nada y murió por nosotros”. “No es un cuento para niños” sino “el misterio de Jesucristo”.
“Y viendo esta parábola entenderemos mejor la profundidad, hasta donde llega el misterio de Jesucristo. El doctor de la ley se fue, callado, lleno de vergüenza, no entendió. No entendió el misterio de Cristo. Quizás habrá entendido el principio humano que nos acerca a entender el misterio de Cristo: que cada hombre mira a otro hombre desde arriba hacia abajo, solo cuando debe ayudarlo a alzarse. Y si alguno hace esto, está en el buen camino, hacia Jesús”.
“¿Qué hago yo?, ¿soy un bandido, un impostor, un corrupto?”, invitó a cuestionarse. “¿Soy un sacerdote que observa, ve y mira hacia otro lado y pasa de largo?; ¿o un dirigente católico que hace lo mismo?; ¿O soy un pecador?, ¿uno que tiene que ser condenado por sus propios pecados?"
"¿Y me acerco, me hago próximo, presto atención al que tiene necesidad?, ¿cómo hago ante tantas heridas, ante tantas personas heridas con las que me encuentro todos los días?, ¿hago como Jesús?, ¿Tomo la forma de siervo?”.
“Nos hará bien esta reflexión, leyendo y releyendo este pasaje. Aquí se manifiesta el misterio de Jesucristo, que siendo pecadores ha venido por nosotros, para sanarnos y dar la vida por nosotros”.
Nunca se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la Santísima Virgen María
En casi en todo el mundo, mayo es el mes de las madres. Y cómo no celebrar a la más amorosa de todas, nuestra Madre del Cielo, la Virgen María. Existen muchas canciones y oraciones dedicada a ella, pero no hay devoción más grande que el rezo del Santo Rosario.
Como bien decía san Luis María Grignon de Montfort en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen -lectura altamente recomendada-, nunca se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la Santísima Virgen María. Por eso, esta devoción es uno de los pilares fundamentales de todo católico. No podemos asegurar la fecha exacta del comienzo a la devoción al Santo Rosario, pero puede tener sus inicios en que antiguamente los monjes rezaban los 150 salmos. Como algunos no sabían leer, decidieron cambiar los salmos por las Avemarías. El rezo del Santo Rosario ha sido una constante en casi todas las apariciones de la Santísima Virgen María, ya que por su medio se alcanzan muchas gracias y bendiciones.
San Juan Pablo II, nos recuerda en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, que “El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición.Esto vale ante todo para el Avemaría, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira.”
El Rosario es un método para contemplar los misterios más importantes de Jesucristo, tomados de la mano de María, la primera creyente. Tal vez, para los que no están familiarizados con la práctica les resulte efectivamente aburrido, pero creo que puede ser conquistada poco a poco. Ofrecer primero un Rosario entero a la semana o una decena diaria, puede ser una forma para comenzar esta devoción. Es interesante observar como muchos católicos se envuelven en prácticas orientales en donde la repetición de mantras es algo común, y sin embargo, rezar un Rosario para ellos constituye un esfuerzo extra y a veces sin sentido.
Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, no dice: “Por su naturaleza, el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza.” Es por eso que nunca podemos ser demasiado marianos, porque la Madre siempre nos llevará a la fuente misma de la gracia, su Hijo.
Los invito a rezar diariamente el Rosario. Busquen un lugar apacible en su hogar o diríjanse a la iglesia parroquial, y frente al santísimo eleven esta oración que es tan agradable a los oídos de nuestra Madre Celestial, que ella sabrá presentar de manera digna nuestras peticiones al Padre Eterno.