El vestido de boda

Invitación

Jesús conocía muy bien cómo disfrutaban los campesinos de Galilea en las bodas que se celebraban en las aldeas. Sin duda, él mismo tomó parte en más de una. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a una boda y poder sentarse con los vecinos a compartir juntos un banquete de fiesta?

Este recuerdo vivido desde niño ayudó a Jesús más tarde a comunicar su experiencia de Dios de una manera nueva y sorprendente. Según él, Dios está preparando un banquete final para todos sus hijos, pues a todos los quiere ver sentados junto a él disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.

 Podemos decir que Jesús entendió su vida entera como el ofrecimiento de una gran invitación en nombre de Dios a esa fiesta final. Por eso Jesús no impone nada a la fuerza, no presiona a nadie. Anuncia la Buena Noticia de Dios, despierta la confianza en el Padre, enciende en los corazones la esperanza. A todos les ha de llegar su invitación.

¿Qué ha sido de esta invitación de Dios? ¿Quién la anuncia? ¿Quién la escucha? ¿Dónde se habla en la Iglesia de esta fiesta final? Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a lo que no sean nuestros intereses inmediatos, ¿no necesitamos ya de Dios? ¿Nos estamos acostumbrando poco a poco a vivir sin necesidad de alimentar una esperanza última?

Jesús era realista. Sabía que la invitación de Dios puede ser rechazada. En la parábola de "los invitados a la boda" se habla de diversas reacciones de los invitados. Unos rechazan la invitación de manera consciente y rotunda: "No quisieron venir". Otros responden con absoluta indiferencia: "No hicieron caso". Les importan más sus tierras y negocios.

Pero, según la parábola, Dios no se desalienta. Por encima de todo habrá una fiesta final. El deseo de Dios es que la sala del banquete se llene de invitados. Por eso hay que ir a los "cruces de los caminos", por donde caminan tantas gentes errantes, que viven sin esperanza y sin futuro. La Iglesia ha de seguir anunciando con fe y alegría la invitación de Dios proclamada en el Evangelio de Jesús.

El Papa Francisco está preocupado por una predicación que se obsesiona "por una transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intentan imponer a fuerza de insistencia". El mayor peligro está, según él, en que ya "no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener olor a Evangelio".

28 Tiempo ordinario - A
(Mateo 22,1-14)
22 de octubre 2017

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, “A”
(Is 25, 6-10ª; Sal 22; Flp 4, 12-14. 19-20; Mt 22, 1-14)

TEXTO PROFÉTICO
“Preparará el Señor de los Ejércitos para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos.”

TEXTO SÁLMICO
“Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.”

 TEXTO APOSTÓLICO
“Mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia”.

 TEXTO EVANGÉLICO
“Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.”

 TEXTO PATRÍSTICO
Acerquémonos y saciémonos. ¿Quiénes se acercaron sino los mendigos, los débiles, los cojos y los ciegos? No vinieron los ricos sanos, quienes creían que andaban bien y que tenían la vista despierta, es decir, los que presumían mucho de sí y, por lo mismo, casos más desesperados cuanto más soberbios. Vengan, pues, los mendigos, ya que invita el que siendo rico se hizo pobre por nosotros, para que los mendigos nos enriqueciéramos con su pobreza. Vengan los débiles, porque no necesitan del médico los sanos, sino los enfermos. Vengan los cojos diciéndole: 'Endereza mis pasos conforme a tu palabra'. Vengan los ciegos con estas palabras: 'Ilumina mis ojos para que jamás me duerma en la muerte“(San Agustín, Sermón 112,8).

TEXTO MÍSTICO
“En la interior bodega/ de mi Amado bebí, y cuando salía/ por toda aquesta vega,/ ya cosa no sabía,/ y el ganado perdí que antes seguía.
Allí me dio su pecho,/ allí me enseñó ciencia muy sabrosa,/ y yo le di de hecho/ A mí, sin dejar cosa;/ allí le prometí de ser su esposa” (San Juan de la Cruz, Cantico Espiritual 26-27).

CONSIDERACIÓN
Estamos invitados a participar del banquete del Señor, del Pan santo de la Palabra y de la Eucaristía. Ni debiéramos rehusar la invitación, ni acercarnos de manera pretenciosa. Hoy es la fiesta de Santa Teresa de Jesús, ella tuvo las mayores gracias al tiempo de comulgar.

Nadie está excluido de la comunión, salvo aquel que se cree autosuficiente y usurpa la identidad que solo se recibe por la misericordia divina.

El sabor de una comida; XXVIII Domingo Ordinario
Reflexión del evangelio de la misa del Domingo 15 de octubre 2017

¿Es tan importante para Jesús el vestido que quien no lo lleve será excluido de su banquete mesiánico? ¿A qué traje se referirá? 

Lecturas:

Isaías 25, 6-10: “El Señor preparará un banquete y enjugará las lágrimas de todos los rostros”

Salmo 22: “Habitaré en la casa del Señor toda la vida”

Filipenses 4, 12-14. 19-20: “Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza”

San Mateo 22, 1-14: “Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren”

“Cuando estás sola no tienes ganas de preparar comida, un taco en soledad se atora en la garganta”, son las palabras sabias de Socorrito, viuda desde hace muchísimos años, pero siempre acompañada de diversas personas: el jardinero, la afanadora, la vecina, el peregrino… todos tienen un lugar en su mesa. “Ellos se van agradecidos por el taco que les ofrezco, pero no saben que su presencia da alegría a mi mesa y sabor a la comida. Lo que regalo en comida, lo gano en alegría, apetito y participación”. La mesa compartida es la que da sentido al banquete y a la fiesta. Hay quien de cada comida hace una fiesta y hay quien de cada fiesta hace un monólogo egoísta. Comer en soledad, hace que se nos atragante el bocado.

¿Por qué Jesús tiene predilección por las comidas? Uno de los símbolos más usados para expresar las características del Reino es el banquete y la fiesta, porque así es el Evangelio: un mensaje de alegría, de fiesta y de vida. Pero la parábola de este domingo presenta aspectos que a primera vista nos parecen excesivos y hasta chocan con nuestra mentalidad. La invitación siempre abre la posibilidad de aceptación o rechazo, pero en la narración la negación provoca la ira del rey a tal grado que manda matar a los renuentes y quemar la ciudad. Por otra parte, quienes la rechazan se sienten tan ofendidos por la insistencia a la invitación que dan muerte a los mensajeros. Cuando por fin se realiza el banquete, tan largamente pospuesto, quien no lleva traje, es expulsado y arrojado a las tinieblas. La narración se sale de todo presupuesto y parece, en momentos, un exceso de violencia y de venganzas. Sin embargo, quienes así juzgan esta parábola no han captado el verdadero mensaje de Jesús. No quiere nunca la violencia ni la venganza, pero es de capital importancia esta comida compartida, este banquete festivo donde se quitará el velo de luto y la ignominia que padece el pueblo de Israel.

No es sólo rechazar una comida. La mesa, el pan compartido, está listo para todos y en primer lugar para los israelitas. Pero cuando hay otros intereses, la finca propia es más importante que la invitación del rey a compartir los alimentos en la mesa común. El propio negocio avasalla y destruye la posibilidad de poner en común los bienes de la vida. La parábola refleja la realidad de aquel tiempo y la realidad de nuestro tiempo. Los intereses propios y el usufructo personal impulsan a rechazar la invitación del Dios de la vida y de la comunidad. Se ahoga la posibilidad de construir una mesa común y se destruye la fraternidad. ¿Cuántas veces la ambición de unos cuantos ha bloqueado las iniciativas de una lucha frontal contra el hambre? ¿Por qué no se avanza en los compromisos serios de la preservación del medio ambiente y de los bienes de la naturaleza? Los intereses egoístas y las ganancias de unas cuantas pero poderosas empresas internacionales se imponen sobre la necesidad y el clamor inmenso de muchos pueblos y seres humanos que claman por un lugar en la mesa. A nivel internacional, pero también a nivel de pequeñas organizaciones y aún del ámbito familiar, con frecuencia prevalece la propia ganancia sin mirar el bien común.

Para participar en la comida se requiere una cierta disposición. Es muy bella la invitación abierta a todos los pueblos y a todas las gentes, pero para muchos causa un cierto rechinido el hecho de que si han salido a los caminos, si se ha buscado tanto a pobres como a ricos, cuando ha entrado un personaje sin el traje de fiesta, sea castigado tan fuertemente. ¿Es tan importante para Jesús el vestido que quien no lo lleve será excluido de su banquete mesiánico? ¿A qué traje se referirá? A partir de Jesús los pobres son no sólo los destinatarios privilegiados de la Buena Noticia, sino también los llamados a construir el Reino, a ser protagonistas. Pero si alguien se excluye, si alguien se viste diferente a la preferencia de Jesús, si alguien renuncia a las opciones radicales de Jesús, pierde el vestido que lo hace igual a los demás, el traje de la fraternidad. Todo esto significa que, desde Jesús, sólo tiene recto sentido de Dios aquel que acoge al pobre. Y esto, en las obras más que en las palabras, porque podemos revestirnos fácilmente de opciones y actitudes que quedan en meras ideologías y palabrería sin llegar a los hechos. “Cuanto hayas hecho a uno de estos pequeños…” Es el vestido que Jesús exige para poder decirnos: “Vengan benditos de mi Padre”.

Nuestra tarea es construir una mesa en común abierta a todas las personas. La Iglesia no es la reunión de los buenos, decentes y selectos. Su único privilegio es haber recibido una invitación, la más grande invitación, gratuita, para participar en el banquete. Quizás nuestra primera actividad como invitados sea la misma de los criados, salir a los caminos y encontrar a los que, buenos o malos, aún no tienen una mesa. No somos dueños ni de la casa ni de la mesa, no está en nuestras manos el rechazar o poner condiciones. Somos servidores empeñados en que la gran tarea de la liberación llegue a toda la humanidad. ¡Cuidado!, tenemos que ponernos el traje de fiesta, pero un traje que impregne nuestro interior, nuestro corazón y que llegue también hasta nuestras verdaderas opciones. De lo contrario, si sólo es traje exterior, nos quedaremos como las novias de rancho: vestidos y alborotados. El sabor del banquete es fraternidad, comprensión y amor.

Padre Dios, Padre de Bondad, Te pedimos que tu gracia nos inspire y acompañe siempre, para que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno, compartiendo la mesa de la vida, de los bienes, del Pan y de tu Palabra.  Amén.

Teresa de Jesús (de Ávila), Santa

Fiesta Litúrgica, 15 de octubre

Virgen Carmelita
Doctora de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que nacida en Ávila, ciudad de España, y agregada a la Orden de los Carmelitas, llegó a ser madre y maestra de una observancia más estrecha, y en su corazón concibió un plan de crecimiento espiritual bajo la forma de una ascensión por grados del alma hacia Dios, pero a causa de la reforma de su Orden hubo de sufrir dificultades, que superó con ánimo esforzado, y compuso libros en los que muestra una sólida doctrina y el fruto de su experiencia ( 1582).

Etimológicamente: Teresa = Aquella que es experta en la caza, viene del griego

Breve Biografía

Nacida en Ávila el año 1515, Teresa de Cepeda y Ahumada emprendió a los cuarenta años la tarea de reformar la orden carmelitana según su regla primitiva, guiada por Dios por medio de coloquios místicos, y con la ayuda de San Juan de la Cruz (quien a su vez reformó la rama masculina de su Orden, separando a los Carmelitas descalzos de los calzados). Se trató de una misión casi inverosímil para una mujer de salud delicada como la suya: desde el monasterio de San José, fuera de las murallas de Avila, primer convento del Carmelo reformado por ella, partió, con la carga de los tesoros de su Castillo interior, en todas las direcciones de España y llevó a cabo numerosas fundaciones, suscitando también muchos resentimientos, hasta el punto que temporáneamente se le quitó el permiso de trazar otras reformas y de fundar nuevas cases.

Maestra de místicos y directora de conciencias, tuvo contactos epistolares hasta con el rey Felipe II de España y con los personajes más ilustres de su tiempo; pero como mujer práctica se ocupaba de las cosas mínimas del monasterio y nunca descuidaba la parte económica, porque, como ella misma decía: “Teresa, sin la gracia de Dios, es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia”.

Por petición del confesor, Teresa escribió la historia de su vida, un libro de confesiones entre los más sinceros e impresionantes. En la introducción hace esta observación: “Yo hubiera querido que, así como me han ordenado escribir mi modo de oración y las gracias que me ha concedido el Señor, me hubieran permitido también narrar detalladamente y con claridad mis grandes pecados. Es la historia de un alma que lucha apasionadamente por subir, sin lograrlo, al principio”. Por esto, desde el punto de vista humano, Teresa es una figura cercana, que se presenta como criatura de carne y hueso, todo lo contrario de la representación idealista y angélica de Bernini.

Desde la niñez había manifestado un temperamento exuberante (a los siete años se escapó de casa para buscar el martirio en Africa), y una contrastante tendencia a la vida mística y a la actividad práctica, organizativa. Dos veces se enfermó gravemente. Durante la enfermedad comenzó a vivir algunas experiencias místicas que transformaron profundamente su vida interior, dándole la percepción de la presencia de Dios y la experiencia de fenómenos místicos que ella describió más tarde en sus libros: “El camino de la perfección”, “Pensamientos sobre el amor de Dios” y “El castillo interior”.

Murió en Alba de Tormes en la noche del 14 de octubre de 1582, y en 1622 fue proclamada santa. El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia.

Los milagros aprobados para la canonización de P. Miguez y de P. Ángel

Canonizados por el Papa Francisco el 15 de octubre

Verónica Stobert: Embarazada, sufrió de preclampsia, estuvo al borde de la muerte

Milagro aprobado para la canonización de Faustino Miguez

El hecho extraordinario, reconocido por la Santa Sede como un milagro, ocurrió en favor de Verónica Stobert, una madre chilena, apoderada y catequista del Colegio Divina Pastora, a quien los médicos no daban oportunidades de sobrevivir a un cuadro fatal de preclampsia y hemorragia en su cuarto embarazo. Su esposo e hijas atribuyen el caso a la intercesión del beato español Faustino Míguez.

El 10 de septiembre de 2003, Verónica Stobert se encontraba en la 36ª semana de embarazo...

Salvatore quedó en coma luego de un accidente

Milagro aprobado para la canonización de Ángel de Acri

Todo comenzó en marzo de 2010. Acri estaba en plena campaña para las elecciones municipales. A las afueras de la ciudad, por el pueblo llamado Montagnola, un joven, llamado Salvatore, conducía una cuatrimoto y perdió el control del vehículo estrellándose contra un poste telefónico.

La familia de Salvatore es muy conocida y respetada en su ciudad, participan en el sector de la restauración y del transporte público con autobuses...

FRANCISCO CANONIZA A FAUSTINO MÍGUEZ, DA ACRI Y LOS MÁRTIRES DE TLAXCALA Y RIO GRANDE DO NORTE
"Dios no pierde nunca la esperanza, no pospone la fiesta, nos sigue invitando, a todos nosotros"
"Eso es la vida cristiana: una historia de amor con Dios, cada uno es un privilegiado delante de Dios"

Jesús Bastante, 15 de octubre de 2017 a las 10:30

El Papa Francisco lee la fórmula de canonización de los 35 nuevos santos

Cuando el corazón no se dilata, se cierra, envejece. Y cuando todo depende del yo, de lo que me parece, me sirve, quiero... se acaba siendo personas rígidas y malas, se reacciona de mala manera por nada

(Jesús Bastante).- Corrían las 10,35 horas de un soleado domingo en la plaza de San Pedro cuando el Papa Francisco pronunciaba la fórmula de canonización del escolapio español Faustino Míguez quien, junto al capuchino italiano Angelo da Acri, los niños mártires de Tlaxcala y los 30 mártires brasileños de Río Grande do Norte,pasaban a formar parte del Libro de los Santos. 35 nuevos santos.

Ante una gran expectación (aunque la delegación oficial española resultó muy reducida, todo hay que decirlo), el Papa declaró santos al apóstol de la mujer en España, a un hombre tentado y con dudas, y a los defensores de los derechos de los indígenas en México y Brasil. Un fiel reflejo de los ejes de este pontificado: la igualdad, los más pobres y la vida cotidiana, con sus fracasos, retos y vacilaciones.

En su homilía, el Papa recordó el Evangelio del banquete de bodas, los invitados y su vestimenta. "Estos invitados somos nosotros, todos nosotros", recordó el Papa, porque "con cada uno de nosotros el Señor desea celebrar las bodas".

La boda como símbolo de nuestra relación con Dios, que "no puede ser la de los súbditos con el Rey, sino como la de la esposa amada con el esposo". "El Señor nos desea, nos busca y nos invita, y no se conforma con que cumplamos bien los deberes o cumplamos las leyes. Quiere que tengamos una verdadera comunión de vida con El, una relación basada en la confianza y el perdón", apuntó.

"Eso es la vida cristiana: una historia de amor con Dios, donde el Señor toma la iniciativa constantemente", recordó Bergoglio, y a todos. "Ninguno es un privilegiado con respecto a los demás, pero cada uno es un privilegiado delante de Dios. De este amor gratuito, tierno y privilegiado nace y renace siempre la vida cristiana".

Por ello, el Papa pidió que, al menos una vez al día, nos acordemos de decirle a Dios "Te quiero Señor, tú eres mi vida", porque "si se pierde el amor, la vida cristiana se vuelve estéril... un conjunto de principios y leyes que hay que cumplir sin saber por qué".

En este punto, el Papa advirtió de "una vida cristiana rutinaria, que se conforma con la normalidad, sin vitalidad ni entusiasmo, con poca memoria". Frente a ello, "nuestra vida es un don: cada día es una magnífica oportunidad para responder a la invitación". Porque la invitación "puede ser rechazada" porque aquellos que "preferían poseer algo en lugar de implicarse. Es así como se toma distancia, no por maldad, sino porque se prefiere lo propio, las seguridades, la comodidad".

"Se prefiere apoltronarse en el sillón de las ganancias, de los placeres, de algún hobby, pero así se envejece rápido y mal, se envejece por dentro", señaló Francisco. "Cuando el corazón no se dilata, se cierra, envejece. Y cuando todo depende del yo, de lo que me parece, me sirve, quiero... se acaba siendo personas rígidas y malas, se reacciona de mala manera por nada".

"El Evangelio nos pregunta: ¿de qué parte estamos? ¿De la parte del yo o de la parte de Dios?", se preguntó el Papa. Y es que "Dios es lo contrario al egoísmo, a la autorreferencialidad. Él, nos dice el Evangelio, ante los continuos rechazos que recibe, sigue adelante, no pospone la fiesta. Sigue invitando. Frente a los 'no', no da un portazo, sino que incluye a más gente. Dios, frente a las injusticias, responde con un amor más grande".

"Dios, mientras sufre por nuestros 'No', sigue amando, incluso para quien hace el mal", clamó el Papa. "Porque así es el amor, sólo así se vence al mal". "Hoy, este Dios que no pierde nunca la esperanza, nos invita a vivir con un amor verdadero, a superar la resignación y nuestros caprichos", y sólo pide "decir 'Sí', vivir el amor cada día". .

"Tenemos necesidad de revestirnos cada día de su amor, de renovar cada día la elección de dios. Los santos hoy canonizados, y muchos mártires, invitan a ese camino. Ellos han dicho sí al amor sin palabras, con la vida y hasta el final. Su vestido cotidiano ha sido el amor de Jesús, ese amor de locura con el que nos ha amado hasta el extremo", culminó el Papa.

Homilía del Papa:

La parábola que hemos escuchado nos habla del Reino de Dios como un banquete de bodas (cf. Mt 22,1-14). El protagonista es el hijo del rey, el esposo, en el que resulta fácil entrever a Jesús. En la parábola no se menciona nunca a la esposa, pero sí se habla de muchos invitados, queridos y esperados: son ellos los que llevan el vestido nupcial. Esos invitados somos nosotros, todos nosotros, porque el Señor desea «celebrar las bodas» con cada uno de nosotros. Las bodas inauguran la comunión de toda la vida: esto es lo que Dios desea realizar con cada uno de nosotros. Así pues, nuestra relación con Dios no puede ser sólo como la de los súbditos devotos con el rey, la de los siervos fieles con el amo, o la de los estudiantes diligentes con el maestro, sino, ante todo, como la relación de la esposa amada con el esposo. En otras palabras, el Señor nos desea, nos busca y nos invita, y no se conforma con que cumplamos bien los deberes u observemos sus leyes, sino que quiere que tengamos con él una verdadera comunión de vida, una relación basada en el diálogo, la confianza y el perdón.

Esta es la vida cristiana, una historia de amor con Dios, donde el Señor toma la iniciativa gratuitamente y donde ninguno de nosotros puede vanagloriarse de tener la invitación en exclusiva; ninguno es un privilegiado con respecto de los demás, pero cada uno es un privilegiado ante Dios. De este amor gratuito, tierno y privilegiado nace y renace siempre la vida cristiana. Preguntémonos si, al menos una vez al día, manifestamos al Señor nuestro amor por él; si nos acordamos de decirle cada día, entre tantas palabras: «Te amo Señor. Tú eres mi vida». Porque, si se pierde el amor, la vida cristiana se vuelve estéril, se convierte en un cuerpo sin alma, una moral imposible, un conjunto de principios y leyes que hay que mantener sin saber porqué. En cambio, el Dios de la vida aguarda una respuesta de vida, el Señor del amor espera una respuesta de amor. En el libro del Apocalipsis, se dirige a una Iglesia con un reproche bien preciso: «Has abandonado tu amor primero» (2,4). Este es el peligro: una vida cristiana rutinaria, que se conforma con la «normalidad», sin vitalidad, sin entusiasmo, y con poca memoria. Reavivemos en cambio la memoria del amor primero: somos los amados, los invitados a las bodas, y nuestra vida es un don, porque cada día es una magnífica oportunidad para responder a la invitación.

Pero el Evangelio nos pone en guardia: la invitación puede ser rechazada. Muchos invitados respondieron que no, porque estaban sometidos a sus propios intereses: «Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios», dice el texto (Mt 22,5). Una palabra se repite: sus; es la clave para comprender el motivo del rechazo. En realidad, los invitados no pensaban que las bodas fueran tristes o aburridas, sino que sencillamente «no hicieron caso»: estaban ocupados en sus propios intereses, preferían poseer algo en vez de implicarse, como exige el amor. Así es como se da la espalda al amor, no por maldad, sino porque se prefiere lo propio: las seguridades, la autoafirmación, las comodidades... Se prefiere apoltronarse en el sillón de las ganancias, de los placeres, de algún hobby que dé un poco de alegría, pero así se envejece rápido y mal, porque se envejece por dentro; cuando el corazón no se dilata, se cierra. Y cuando todo depende del yo -de lo que me parece, de lo que me sirve, de lo que quiero- se acaba siendo personas rígidas y malas, se reacciona de mala manera por nada, como los invitados en el Evangelio, que fueron a insultar e incluso a asesinar (cf. v. 6) a quienes llevaban la invitación, sólo porque los incomodaban.

Entonces el Evangelio nos pregunta de qué parte estamos: ¿de la parte del yo o de la parte de Dios? Porque Dios es lo contrario al egoísmo, a la autorreferencialidad. Él -nos dice el Evangelio-, ante los continuos rechazos que recibe, ante la cerrazón hacia sus invitados, sigue adelante, no pospone la fiesta. No se resigna, sino que sigue invitando. Frente a los «no», no da un portazo, sino que incluye aún a más personas. Dios, frente a las injusticias sufridas, responde con un amor más grande. Nosotros, cuando nos sentimos heridos por agravios y rechazos, a menudo nutrimos disgusto y rencor. Dios, en cambio, mientras sufre por nuestros «no», sigue animando, sigue adelante disponiendo el bien, incluso para quien hace el mal. Porque así actúa el amor; porque sólo así se vence el mal. Hoy este Dios, que no pierde nunca la esperanza, nos invita a obrar como él, a vivir con un amor verdadero, a superar la resignación y los caprichos de nuestro yo susceptible y perezoso.

El Evangelio subraya un último aspecto: el vestido de los invitados, que es indispensable. En efecto, no basta con responder una vez a la invitación, decir «sí» y ya está, sino que se necesita vestir un hábito, se necesita el hábito de vivir el amor cada día. Porque no se puede decir «Señor, Señor» y no vivir y poner en práctica la voluntad de Dios (cf. Mt 7,21). Tenemos necesidad de revestirnos cada día de su amor, de renovar cada día la elección de Dios. Los santos hoy canonizados, y sobre todo los mártires, nos señalan este camino. Ellos no han dicho «sí» al amor con palabras y por un poco de tiempo, sino con la vida y hasta el final. Su vestido cotidiano ha sido el amor de Jesús, ese amor de locura con que nos ha amado hasta el extremo, que ha dado su perdón y sus vestiduras a quien lo estaba crucificando. También nosotros hemos recibido en el Bautismo una vestidura blanca, el vestido nupcial para Dios. Pidámosle, por intercesión de estos santos hermanos y hermanas nuestros, la gracia de elegir y llevar cada día este vestido, y de mantenerlo limpio. ¿Cómo hacerlo? Ante todo, acudiendo a recibir el perdón del Señor sin miedo: este es el paso decisivo para entrar en la sala del banquete de bodas y celebrar la fiesta del amor con él.

 

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