Jonás fué un signo para los habitantes de Nínive : lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación

Evangelio según San Lucas 11,29-32.

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. 

Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación. 

El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón. 

El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.

Santa Margarita María Alacoque, virgen

Santa Margarita María Alacoque, virgen, monja de la Orden de la Visitación de la Virgen María, que progresó de modo admirable en la vía de la perfección y, enriquecida con gracias místicas, trabajó mucho para propagar el culto al Sagrado Corazón de Jesús, del que era muy devota. Murió en el monasterio de Paray-le-Monial, en la región de Autun, en Francia, el día diecisiete de octubre.

A pesar de los grandes santos y del inmenso número de personas piadosas que hubo en Francia en el siglo XVII, no se puede negar que la vida religiosa de dicho país se había enfriado, en parte debido a la corrupción de las costumbres y, en parte, a la mala influencia del jansenismo, que había divulgado la idea de un Dios que no amaba a toda la humanidad. Pero, entre 1625 y 1690, florecieron en Francia tres santos, Juan Eudes, Claudio de la Colombiére y Margarita María Alacoque, quienes enseñaron a la Iglesia, tal como la conocemos actualmente, la devoción al Sagrado Corazón como símbolo del amor sin límites que movió al Verbo a encarnarse, a instituir la Eucaristía y a morir en la cruz por nuestros pecados, ofreciéndose al Padre Eterno como víctima y sacrificio.

Margarita, la más famosa de los «santos del Sagrado Corazón» nació en 1647, en Janots, barrio oriental del pueblecito de L'Hautecour, en Borgoña. Margarita fue la quinta de los siete hijos de un notario acomodado. Desde pequeña, era muy devota y tenía verdadero horror de «ser mala».

A los cuatro años «hizo voto de castidad», aunque ella misma confesó más tarde que a esa edad no entendía lo que significaban las palabras «voto» y «castidad». Cuando tenía unos ocho años, murió su padre. Por entonces, ingresó la niña en la escuela de las Clarisas Pobres de Charolles. Desde el primer momento, se sintió atraída por la vida de las religiosas, en quienes la piedad de Margarita produjo tan buena impresión, que le permitieron hacer la primera comunión a los nueve años. Dos años después, Margarita contrajo una dolorosa enfermedad reumática que la obligó a guardar cama hasta los quince años; naturalmente, tuvo que retornar a L'Hautecour. Desde la muerte de su padre, se habían instalado en su casa varios parientes y una de sus hermanas, casada, había relegado a segundo término a su madre y había tomado en sus manos el gobierno de la casa. Margarita y su madre eran tratadas como criadas. Refiriéndose a aquella época de su vida, la santa escribió más tarde en su autobiografía: «Por entonces, mi único deseo era buscar consuelo y felicidad en el Santísimo Sacramento; pero vivíamos a cierta distancia de la iglesia, y yo no podía salir sin el permiso de esas personas. Algunas veces sucedía que una me lo daba y la otra me lo negaba». La hermana de Margarita afirmaba que no era más que un pretexto para salir a hablar con algún joven del lugar. Margarita se retiraba entonces al rincón más escondido del huerto, donde pasaba largas horas orando y llorando sin probar alimento, a no ser que alguno de los vecinos se apiadase de ella. «La mayor de mis cruces era no poder hacer nada por aligerar la de mi madre».

Dado que Margarita se reprocha amargamente su espíritu mundano, su falta de fe y su resistencia a la gracia, se puede suponer que no desperdiciaba las ocasiones de divertirse que se le presentaban. En todo caso, cuando su madre y sus parientes le hablaron de matrimonio, la joven no vio con malos ojos la proposición; pero, como no estuviese segura de lo que Dios quería de ella, empezó a practicar severas penitencias y a reunir en el huerto de su casa a los niños pobres para instruirlos, cosa que molestó mucho a sus parientes. Cuando Margarita cumplió veinte años, su familia insistió más que nunca en que contrajese matrimonio; pero la joven, fortalecida por una aparición del Señor, comprendió lo que Dios quería de ella y se negó rotundamente. A los veintidós años recibió el sacramento de la confirmación y tomó el nombre de María. La confirmación le dío valor para hacer frente a la oposición de su familia. Su hermano Crisóstomo le regaló la dote, y Margarita María ingresó en el convento de la Visitación de Paray-le-Monial, en junio de 1671. La joven se mostró humilde, obediente, sencilla y franca en el noviciado. Según el testimonio de una de sus connovicias, edificó a toda la comunidad «por su caridad para con sus hermanas, a las que jamás dijo una sola palabra que pudiese molestarlas, y por la paciencia con que soportó las duras reprimendas y humillaciones a las que fue sometida con frecuencia». En efecto, el noviciado de la santa no fue fácil. Una religiosa de la Visitación debe ser «extraordinaria, en lo ordinario», y Dios conducía ya a Margarita por caminos muy poco ordinarios. Por ejemplo, era absolutamente incapaz de practicar la meditación discursiva: «Por más esfuerzos que hacía yo por practicar el método que me enseñaban, acababa siempre por volver al método de mi Divino Maestro (es decir, la oración de simplicidad), aunque no quisiese». Cuando Margarita hizo la profesión, Dios la tomó por prometida suya «en una forma que no se puede describir con palabras». Desde entonces, «mi divino maestro me incitaba continuamente a buscar las humillaciones y mortificaciones». Por lo demás, Margarita no tuvo que buscarlas cuando fue nombrada ayudante en la enfermería. La hermana Catalina Marest, la directora, era una mujer activa, enérgica y eficiente, en tanto que la santa era callada, lenta y pasiva. Ella misma se encargó de resumir la situación en las siguientes palabras: «Sólo Dios sabe lo que tuve que sufrir allí, tanto por causa de mi temperamento impulsivo y sensiIde como por parte de las creaturas y del demonio». Hay que reconocer, sin embargo, que si bien la hermana Marest empleaba métodos demasiado enérgicos, también ella tuvo que sufrir no poco. Durante esos dos años y medio, Margarita María sintió siempre muy cerca de sí al Señor y le vio varias veces coronado de espinas. 

El 27 de diciembre de 1673, la devoción de Margarita a la Pasión fructificó en la primera gran revelación. Hallábase sola en la capilla, arrodillada ante el Santísimo Sacramento expuesto y de pronto, se sintió «poseída» por la presencia divina, y Nuestro Señor la invitó a ocupar el sitio que ocupó san Juan (cuya fiesta se celebraba ese día) en la última Cena, y habló a su sierva «de un modo tan sencillo y eficaz, que no me quedó duda alguna de que era Él, aunque en general tiendo a desconfiar mucho de los fenómenos interiores». Jesucristo le dijo que el amor de su Corazón tenía necesidad de ella para manifestarse y que la había escogido como instrumento para revelar al mundo los tesoros de su gracia. Margarita tuvo entonces la impresión de que el Señor tomaba su corazón y lo ponía junto al Suyo. Cuando el señor se lo devolvió, el corazón de la santa ardía en amor divino. Durante dieciocho meses, el Señor se le apareció con frecuencia y le explicó claramente el significado de la primera revelación. Le dijo que deseaba que se extendiese por el mundo el culto a su corazón de carne, en la forma en que se practica actualmente esa devoción, y que ella estaba llamada a reparar, en la medida de lo posible, la frialdad y los desvíos del mundo. La manera de efectuar la reparación consistía en comulgar a menudo y fervorosamente, sobre todo el primer viernes de cada mes, y en velar durante una hora todos los jueves en la noche, en memoria de su agonía y soledad en Getsemaní. (Actualmente la devoción de los nueve primeros viernes y de la hora santa se practican en todo el mundo católico). Después de un largo intervalo, el Señor se apareció por última vez a Santa Margarita, en la octava del Corpus de 1675 y le dijo: «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, sin ahorrarse ninguna pena, consumiéndose por ellos en prueba de su amor. En vez de agradecérmelo, los hombres me pagan con la indiferencia, la irreverencia, el sacrilegio y la frialdad y desprecian el sacramento de mi amor». En seguida, pidió a Margarita que trabajase por la institución de la fiesta de su Sagrado Corazón, que debía celebrarse el viernes siguiente a la octava del Corpus. De esa suerte, por medio del instrumento que había elegido, Dios manifestó al mundo su voluntad de que los hombres reparasen la ingratitud con que habían correspondido a su bondad y misericordia, adorando el Corazón de carne de su Hijo, unido a la divinidad, como símbolo del amor que le había llevado a morir para redimirlos.

Nuestro Señor había dicho a santa Margarita: «No hagas nada sin la aprobación de tus superiores, para que el demonio, que no tiene poder alguno sobre las almas obedientes, no pueda engañarte». Cuando Margarita habló del asunto con la madre de Saumaise, su superiora, ésta «hizo cuanto pudo por humillarla y mortificarla y no le permitió poner en práctica nada de lo que el Señor le había ordenado, burlándose de cuanto decía la pobre hermana».

Santa Margarita comenta: «Eso me consoló mucho y me retiré con una gran paz en el alma». Pero esos sucesos afectaron su salud y enfermó gravemente. La madre de Saumaise, que deseaba una señal del cielo, dijo a la santa: «Si Dios os devuelve la salud, lo tomaré como un signo de que vuestras visiones proceden de Él y os permitiré que hagáis lo que el Señor desea, en honor de su Sagrado Corazón». La santa se puso en oración y recuperó inmediatamente la salud; la madre de Saumaise cumplió su promesa. Sin embargo, como algunas de las religiosas se negaban a prestar crédito a las visiones de Margarita, la superiora le ordenó someterlas al juicio de ciertos teólogos; desgraciadamente esos teólogos, que carecían de experiencia en cuestiones místicas, dictaminaron que se trataba de meras ilusiones y se limitaron a recomendar que la visionaria comiese más. Nuestro Señor había dicho a la santa que le enviaría un director espiritual comprensivo. En cuanto el P. de la Colombiére se presentó en el convento como confesor extraordinario, Margarita comprendió que era el enviado del Señor. Aun que el P. de la Colombicre no estuvo mucho tiempo en Paray, su breve estancia le bastó para convencerse de la autenticidad de las revelaciones de Margarita María, por quien concibió un gran respeto; además de confirmar su fe en las revelaciones, el P. de la Colombiére adoptó la devoción al Sagrado Corazón. Poco después partió para Inglaterra (donde no encontró «Hijas de María, ni mucho menos a una hermana Alacoque») y Margarita atravesó el período más angustioso de su vida. En una visión, el Señor la invitó a ofrecerse como víctima por las faltas de la comunidad y por la ingratitud de algunas religiosas hacia su Sacratísimo Corazón. Margarita resistió largo tiempo y pidió al Señor que no le diese a beber ese cáliz Finalmente. Jesucristo le pidió que aceptase públicamente la prueba, y la santa lo hizo así, llena de confianza, pero al mismo tiempo apenada porque el Señor había tenido que pedírselo dos veces. Ese mismo día, 20 de noviembre de 1677, la joven religiosa, que sólo llevaba cinco años en el convento, obtuvo de su superiora la autorización de «decir y hacer lo que el Señor le pedía» y, arrodillándose ante sus hermanas, les comunicó que Cristo la había elegido como víctima por sus faltas. No todas las religiosas tomaron aquello con el mismo espíritu de humildad y obediencia. La santa comenta: «En aquella ocasión, el Señor me dio a probar el amargo cáliz de su agonía en el huerto». Se cuenta que, a la mañana siguiente, los confesores que había en Paray no fueron suficientes para escuchar las confesiones de todas las religiosas que acudieron a ellos. Desgraciadamente, existen razones para pensar que no faltaron religiosas que mantuvieron su oposición a santa Margarita María por muchos años.

Durante el gobierno de la madre Greyfié, que sucedió a la madre de Soumaise, santa Margarita recibió grandes gracias y sufrió también duras pruebas interiores y exteriores. El demonio la tentó con la desesperación, la vanagloria y la compasión de sí misma. Tampoco las enfermedades escasearon. En 1681, el P. de la Colombiére fue enviado a Paray por motivos de salud y murió allí en febrero del año siguiente. Santa Margarita tuvo una revelación acerca de la salvación del P. de la Colombiére y no fue ésa la única que tuvo de ese tipo. Dos años después, la madre Melin, quien conocía a Margarita desde su ingreso en el convento, fue elegida superiora de la Visitación y nombró a la santa como ayudante suya, con la aprobación del capítulo. Desde entonces, la oposición contra Margarita cesó o, por lo menos, dejó de manifestarse. El secreto de las revelaciones de la santa llegó a la comunidad en forma dramática (y muy molesta para Margarita), pues fue leído incidentalmente en el refectorio en un libro escrito por el beato de la Colombiére.

Pero el triunfo no modificó en lo más mínimo la actitud de Margarita. Una de las obligaciones de la asistenta consistía en hacer la limpieza del coro; un día en que cumplía ese oficio, una de las religiosas le pidió que fuese a ayudar a la cocinera y ella acudió inmediatamente. Como no había tenido tiempo de recoger el polvo, las religiosas encontraron el coro sucio. Esos detalles eran los que ponían fuera de sí a la hermana de Marest, la enfermera y, probablemente, debió acordarse entonces con una sonrisa de la que fuera su discípula doce años antes. Santa Margarita fue nombrada también maestra de novicias y desempeñó el cargo con tanto éxito, que aun las profesas pedían permiso para asistir a sus conferencias. Como su secreto se había divulgado, la santa propagaba abiertamente la devoción al Sagrado Corazón y la inculcaba a sus novicias. En 1685, se celebró privadamente en el noviciado la fiesta del Sagrado Corazón. Al año siguiente, los parientes de una antigua novicia acusaron a Margarita María de ser una impostora y de introducir novedades poco ortodoxas, lo que suscitó nuevamente la oposición durante algún tiempo; pero el 21 de junio de ese año, toda la comunidad celebró en privado la fiesta del Corazón de Jesús. Dos años más larde, se construyó allí una capilla en honor del Sagrado Corazón, y la devoción empezó a propagarse por todos los conventos de las visitandinas y por diversos sitios de Francia. 

En octubre de 1690, después de haber sido elegida asistenta de la superiora por un nuevo período, Margarita cayó enferma. «No viviré mucho -anunció-, pues ya he sufrido cuanto podía sufrir». Sin embargo, el médico declaró que la enfermedad no era muy seria. Una semana después, la santa pidió los últimos sacramentos: «Lo único que necesito es estar con Dios y abandonarme en el Corazón de Jesús». Cuando el sacerdote le ungía los labios, Margarita María expiró. Su canonización tuvo lugar en 1920. 

En la biografía escrita por el P. A. Hamon, Vie de Ste Marguerite-Marie (1907), que es muy completa, hay casi treinta páginas consagradas al estudio de las fuentes y la bibliografía. Nosotros nos contentaremos con mencionar la semblanza autobiográfica, escrita por la santa cinco años antes de su muerte, a petición de su director espiritual, así como las 133 cartas suyas y las notas espirituales escritas de su mano. Existen, además, un interesante memorial escrito por la madre Greyfié y los testimonios de sus hermanas, con miras a la beatificación. El primer resumen biográfico de la santa fue publicado en 1691; el P. Croiset lo incluyó en forma de apéndice en su libro sobre la "Devoción al Sagrado Corazón". A este resumen siguió una cuidadosa biografía escrita por Mons. Languet, obispo de Soissons (1729). Generalmente se citan las obras de la santa, refiriéndose a Vie et Oeuvres, publicado por las religiosas de la Visitación de Paray-le-Monial en 1876. 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, S

Oremos

Infunde, Señor, en nosotros el espíritu de santidad con que enriqueciste tan singularmente a Santa Margarita María, para que también nosotros, lleguemos a conocer por experiencia el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, y seamos colmados de la total plenitud de Dios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Atribuido a San Romano el Melódico (¿-c. 560), compositor de himnos Himno « Nínive » ; SC 99

Jonás fué un signo para los habitantes de Nínive : lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación

Preveniste la desesperación de Nínive, desviaste la amenaza ya anunciada, y tu misericordia venció tu cólera, Señor. Ten piedad, todavía hoy, de tu pueblo y de tu ciudad; derriba a nuestros adversarios con tu mano poderosa, por la intercesión de la Madre de Dios, acogiendo nuestro arrepentimiento. 

El hospital del arrepentimiento está abierto a todas las enfermedades morales: venid, apresurémosnos a ir allá, y a adquirir fuerza para nuestras almas. Es en el arrepentimiento donde la pecadora encontró la salud, donde Pedro fue liberado de su negación, David dió fin al sufrimiento de su corazón y los Ninivitas fueron curados (Lc 7,50; 22,62; 2S 12,13). No vacilemos, pues, y levantémosnos, mostrémosle nuestras heridas al Salvador y dejémonos vendar. Porque sobrepasa todo deseo, en la acogida que hace a nuestro arrepentimiento. 

Jamás ha sido exigido honorario alguno a los que van, porque no podrían ofrecer un regalo del mismo valor que la cura. Recobraron la salud gratuitamente, pero dieron lo que podían dar: en lugar de regalos, lágrimas, porque éstas son allí para este Libertador, preciosos objetos de amor y de deseo. Lo demuestran la pecadora, Pedro, David y los Ninivitas, porque justamente aportando solo sus sollozos, llegaron los pies del Libertador, y este recibió su arrepentimiento. 

Las lágrimas son a menudo más fuertes que Dios, si se puede decir, y verdaderamente le fuerzan: porque el Misericordioso se deja encadenar con alegría por las lágrimas, por las lágrimas del espíritu de los pequeños (cf 2Co 7,10)... Lloremos pues de corazón, a la manera de los Ninivitas, que gracias a su contricción, abrieron el cielo y fueron vistos por el Libertador, que recibió  su arrepentimiento.

Los auténticos milagros

Santo Evangelio según San Lucas 11, 29-32. Lunes XXVIII del tiempo ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Ilumina mi mente, Señor, y dispón mi alma para poder contemplar los milagros que haces en cada momento de mi vida. Enséñame, Señor, a descubrirte e infunde en mi corazón tu espíritu para poder amarte cada día más.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Qué sucede en mi interior, Señor? ¿Por qué dudo cuando sé cuál es la verdad? Nuevamente puedo sentir ese deseo de encontrar las respuestas de mi vida. Ese mismo deseo que sintieron los habitantes de Nínive al pedir un signo a Dios. Pero ¿realmente pido a Dios lo que es correcto? ¿No será que me falta fe?

Ante los hechos que suceden en mi vida, puedo reaccionar de diversas maneras; quiero respuestas, pido señales y muchas veces sufro la impaciencia, cuando realmente me falta detenerme, esperar y ver más allá.

No basta sólo con utilizar mis ojos humanos, sino que falta utilizar los ojos de la fe, esos ojos que ven y mueven mi corazón a actuar; pues puedo pasar días enteros, noches en vela, pidiendo milagros extraordinarios, cuando los verdaderos milagros los estoy viviendo día a día sin darme cuenta.

Soy tan afortunado, Señor, tengo el don de la vida, la compañía de Dios, el don de tener otras personas a mi lado con las cuales puedo compartir y muchas veces no me doy cuenta de todo ello.

Quizá sea que realmente lo esencial es invisible a los ojos humanos, mas no a los ojos de la fe.

Enséñame, Señor, a contemplar los verdaderos milagros que suceden en mi vida. Enséñame, por favor, a descubrirte en lo ordinario y a no querer buscar siempre lo extraordinario, pues quien busca la verdad, busca a Dios aunque no lo sepa, como nos enseña santa Edith Stein.

Hay otros como el terco Jonás, que son los justicieros. Él iba, profetizaba, pero en su corazón decía: "Pero se lo merecen. Se lo merecen. ¡Se la han buscado!'.

Él profetizaba, ¡pero no oraba! No pedía perdón al Señor por ellos. Solo los golpeaba. Son los verdugos, ¡los que piensan que tienen razón!

Y al final -continúa el libro de Jonás- se ve que era un hombre egoísta, porque cuando el Señor lo ha salvado, por la oración del pueblo, Nínive, él se ha enojado con el Señor: "¡Tú siempre eres así. Tú siempre perdonas!'. Por lo tanto, la oración que es solo fórmula sin corazón, así como lo es el pesimismo o la inclinación a una justicia sin perdón, son tentaciones que el cristiano siempre debe evitar para llegar a elegir "la mejor parte".

(Homilía de S.S. Francisco, 8 de octubre 2013).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré una visita al Santísimo y le daré gracias por todos los dones que he recibido.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.


El síndrome de Jonás

Homilía de la Misa matutina en la Capilla de la Domus Sanctae Martahe, el Lunes 14 de octubre de 2013 Por: SS Francisco | Fuente: Catholic.net 

Hay una grave enfermedad que amenaza hoy a los cristianos: el «síndrome de Jonás», aquello que hace sentirse perfectos y limpios como recién salidos de la tintorería, al contrario de aquellos a quienes juzgamos pecadores y por lo tanto condenados a arreglárselas solos, sin nuestra ayuda. Jesús en cambio recuerda que para salvarnos es necesario seguir el «signo de Jonás», o sea, la misericordia del Señor. Es éste en sustancia el sentido de la reflexión que propuso el Papa Francisco durante la misa celebrada el lunes 14 de octubre.

Comentando las lecturas de la liturgia, tomadas de la carta de san Pablo a los Romanos (1, 1-7) y del Evangelio de Lucas (11, 29-32), el Pontífice inició precisamente por aquella «palabra fuerte» con la que Jesús se dirige a un grupo de personas llamándolas «generación perversa». Es «una palabra —observó— que casi parece un insulto: esta generación es una generación perversa. ¡Es muy fuerte! Jesús, tan bueno, tan humilde, tan manso, pero dice esta palabra». Sin embargo, como explicó el Pontífice, Él no se refería ciertamente a la gente que le seguía; se refería más bien a los doctores de la ley, a los que buscaban ponerle a prueba, hacerle caer en una trampa. Era toda gente que le pedía signos, pruebas. Y Jesús responde que el único signo que se les dará será «el signo de Jonás».

¿Pero cuál es el signo de Jonás? «La semana pasada —recordó el Papa— la liturgia nos ha hecho reflexionar sobre Jonás. Y ahora Jesús promete el signo de Jonás». Antes de explicar este signo, el Papa Francisco invitó a reflexionar sobre otro detalle que se deduce de la narración evangélica: «el síndrome de Jonás», lo que el profeta tenía en su corazón. Él «no quería ir a Nínive y huyó a España», dijo el Santo Padre. Pensaba que tenía las ideas claras: «la doctrina es ésta, se debe creer esto. Si ellos son pecadores, que se las arreglen; ¡yo no tengo que ver! Este es el síndrome de Jonás». Y «Jesús lo condena. Por ejemplo, en el capítulo vigésimo tercero de san Mateo los que creen en este síndrome son llamados hipócritas. No quieren la salvación de esa pobre gente. Dios dice a Jonás: pobre gente, no distinguen la derecha de la izquierda, son ignorantes, pecadores. Pero Jonás continúa insistiendo: ¡ellos quieren justicia! Yo observo todos los mandamientos; ellos que se las arreglen».

He aquí el síndrome de Jonás, «que golpea a quienes no tienen el celo por la conversión de la gente, buscan una santidad —me permito la palabra— una santidad de tintorería, o sea, toda bella, bien hecha, pero sin el celo que nos lleva a predicar al Señor». El Papa recordó que el Señor «ante esta generación, enferma del síndrome de Jonás, promete el signo de Jonás». Y añadió: «En la otra versión, la de Mateo, se dice: pero Jonás estuvo en la ballena tres noches y tres días... La referencia es a Jesús en el sepulcro, a su muerte y a su resurrección. Y éste es el signo que Jesús promete: contra la hipocresía, contra esta actitud de religiosidad perfecta, contra esta actitud de un grupo de fariseos».

Para aclarar más el concepto, el Obispo de Roma se refirió a otra parábola del Evangelio «que representa bien lo que Jesús quiere decir. Es la parábola del fariseo y del publicano que oran en el templo (Lucas 14, 10-14). El fariseo está tan seguro ante el altar que dice: te doy gracias Dios porque no soy como todos estos de Nínive ni siquiera como ese que está allí. Y ese que estaba allí era el publicano, que decía sólo: Señor ten piedad de mí que soy pecador».

El signo que Jesús promete «es su perdón —precisó el Papa Francisco— a través de su muerte y de su resurrección. El signo que Jesús promete es su misericordia, la que ya pedía Dios desde hace tiempo: misericordia quiero, y no sacrificios». Así que «el verdadero signo de Jonás es aquél que nos da la confianza de estar salvados por la sangre de Cristo. Hay muchos cristianos que piensan que están salvados sólo por lo que hacen, por sus obras. Las obras son necesarias, pero son una consecuencia, una respuesta a ese amor misericordioso que nos salva». Las obras solas, sin este amor misericordioso, no son suficientes.

Por lo tanto «el síndrome de Jonás afecta a quienes tienen confianza sólo en su justicia personal, en sus obras». Y cuando Jesús dice «esta generación perversa», se refiere «a todos aquellos que tienen en sí el síndrome de Jonás». Pero hay más: «El síndrome de Jonás —afirmó el Papa— nos lleva a la hipocresía, a esa suficiencia que creemos alcanzar porque somos cristianos limpios, perfectos, porque realizamos estas obras, observamos los mandamientos, todo. Una grave enfermedad, el síndrome de Jonás». Mientras que «el signo de Jonás» es «la misericordia de Dios en Jesucristo muerto y resucitado por nosotros, por nuestra salvación».

«Hay dos palabras en la primera lectura —añadió— que se relacionan con esto. Pablo dice de sí mismo que es apóstol, no porque haya estudiado, sino que es apóstol por llamada. Y a los cristianos dice: vosotros sois llamados por Jesucristo. El signo de Jonás nos llama». Que la liturgia del día, concluyó el Pontífice, nos ayude a comprender y a hacer una elección: «¿Queremos seguir el síndrome de Jonás o el signo de Jonás?».

Los milagros aprobados para la canonización de P. Miguez y de P. Ángel
Canonizados por el Papa Francisco el 15 de octubre

Verónica Stobert: Embarazada, sufrió de preclampsia, estuvo al borde de la muerte

Milagro aprobado para la canonización de Faustino Miguez

El hecho extraordinario, reconocido por la Santa Sede como un milagro, ocurrió en favor de Verónica Stobert, una madre chilena, apoderada y catequista del Colegio Divina Pastora, a quien los médicos no daban oportunidades de sobrevivir a un cuadro fatal de preclampsia y hemorragia en su cuarto embarazo. Su esposo e hijas atribuyen el caso a la intercesión del beato español Faustino Míguez.

El 10 de septiembre de 2003, Verónica Stobert se encontraba en la 36ª semana de embarazo...

Salvatore quedó en coma luego de un accidente

Milagro aprobado para la canonización de Ángel de Acri

Todo comenzó en marzo de 2010. Acri estaba en plena campaña para las elecciones municipales. A las afueras de la ciudad, por el pueblo llamado Montagnola, un joven, llamado Salvatore, conducía una cuatrimoto y perdió el control del vehículo estrellándose contra un poste telefónico.

La familia de Salvatore es muy conocida y respetada en su ciudad, participan en el sector de la restauración y del transporte público con autobuses...

Margarita María de Alacoque, Santa

Memoria Litúrgica, 16 de octubre

Recipiente de las revelaciones
del Sagrado Corazón de Jesús

Martirologio Romano: Santa Margarita María Alacoque, virgen, monja de la Orden de la Visitación de la Virgen María, que progresó de modo admirable en la vía de la perfección y, enriquecida con gracias místicas, trabajó mucho para propagar el culto al Sagrado Corazón de Jesús, del que era muy devota. Murió en el monasterio de Paray-le-Monial, en la región de Autun, en Francia, el día diecisiete de octubre (1690).

Fecha de beatificación: 18 de septiembre de 1864 por el Papa Pío IX
Fecha de canonización: 13 de mayo de 1920 por el Papa Benedicto VI

Breve Biografía

En la festividad de San Juan evangelista de 1673, sor Margarita María, que tenia 25 años, estaba en adoración ante el Santísimo Sacramento. En ese momento tuvo el privilegio particular de la primera de las manifestaciones visibles de Jesús que se repetirían durante dos años más, todos los primeros viernes de mes. En 1675, durante la octava del Corpus Christi, Jesús se le manifestó con el corazón abierto, y señalando con la mano su corazón, exclamó: “He aquí el corazón que ha amado tanto a los hombres, que no se ha ahorrado nada, hasta extinguirse y consumarse para demostrarles su amor. Y en reconocimiento no recibo de la mayoría sino ingratitud.”

Margarita María Alacoque, escogida por Jesús para ser la mensajera del Sagrado Corazón, hacía un año que vestía el hábito de las monjas de la Visitación en Paray?le?Monial. Había nacido el 22 de agosto de 1647 en Verosvres, en Borgoña. Su padre, juez y notario, había muerto cuando Margarita era todavía muy joven.

A los nueve años hizo su primera comunión y a los 22 recibió la Confirmación, a la que se preparó con una confesión general: empleó quince días escribiendo en un cuaderno la larga lista de sus faltas para leérselas luego al confesor. En esa ocasión añadió al nombre de Margarita el de María. Después, habiendo vencido las últimas resistencias de la madre, que hubiera preferido verla casada, pudo entrar al convento de la Orden de la Visitación, fundado 60 años antes por San Francisco de Sales, ofreciéndose desde el día de su entrada como “víctima al Corazón de Jesús.”

Las extraordinarias visiones con que fue favorecida le causaron al principio incomprensiones y juicios negativos hasta cuando, por disposición divina, fue puesta bajo la dirección espiritual del jesuita Santo Claudio de la Colombière. En el último periodo de su vida, elegida maestra de novicias, tuvo el consuelo de ver difundida la devoción al Corazón de Jesús, y los mismos opositores de un tiempo se convirtieron en fervorosos propagandistas. Murió a los 43 años de edad, el 17 de octubre de 1690.

Si quieres saber más de la vida de Margarita María de Alacoque consulta corazones.org

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