Mi casa es casa de oración
- 24 Noviembre 2017
- 24 Noviembre 2017
- 24 Noviembre 2017
Cristo Rey, Dios encarnado. Un examen de conciencia (1)
Fiesta de Cristo Rey, termina el curso/año litúrgico 2017, y es hora de sentarse a "juzgar" (quizá mejor, a discernir), el sentido y marcha de la vida,a partir de la conciencia de humanidad que llevamos dentro.
El evangelio de este domingo de juicio/discernimiento y salvación, es Mt 25, 31-46, el "retablo" o parábola del juicio, que, como indicaré en la próxima postal, es un auto-retrato de Dios. Ciertamente, este pasaje pone a los hombres ante su más honda conciencia. Pero,al mismo tiempo, ofrece un retrato-robot del Dios de Cristo, que se encarna en los hambrientos y oprimidos de la historia.
Sólo desde el fondo del Dios encarnado puede hablarse de un "juicio de la historia de los hombres", que no es pura comedia, ni simple tragedia, sino un drama fuerte de vida, una aventura increíble de apertura al misterio de la libertad, el drama gozoso y fuerte del Dios de la Vida, que se sitúa ante sí mismo al situarse ante la historia invertida de los hombres.
-- El juicio es ante todo un don gracia: el mismo Dios que es Rey viviendo, amando y animando en los oprimidos y expulsados (los sufrientes) de la historia,no desde arriba, sino dentro de ella.
-- El juicio es un camino de los hombres en Dios. Viviendo y animando en nuestra propia vida, el Dios de Cristo nos anima a ser como él, dando de comer y beber, acogiendo y ofreciendo dignidad, cuidando a enfermos y encarcelados.
Entendido así, el juicio es un reto de los hombres, pero en especial un reto de Dios, que camina con nosotros como sabe el evangelio al llamarle "emmanuel". Desde ese fondo quiero ofrecer como texto base de mi visión de Mt 25, 31-45 el trabajo que envié al Encuentro mundial de
Pastoral Penitenciaria Católica, que se celebró en Panamá,del 7 al 10 de Febrero de este año, bajo el patrocinio del CELAM.
Por diversas razones no pude acudir al encuentro, pero envié mi estudio bíblico, que ahora, al final del 2017,ofrezco a mis lectores,en un momento cristianamente luminoso y difícil, cuando gran parte de la población (incluso la cristiana) parece ir en contra de lo que dice este pasaje, empezando por los hambrientos y terminando por los encarcelados
Aprovecho esta ocasión para agradecer la invitación de los promotores de aquel encuentro y vuelvo a publicar en dos postales los elementos centrales de mi ponencia, dedicada al estudio de Mt 25, 31-46, desde la perspectiva de los encarcelados, que aparecen en el juicio como signo de los últimos del mundo, los juzgados y condenados de la historia
A la luz de esos juzgados/condenados del mundo actal quiero ofrecer mi comentario (examen de conciencia) del juicio (¿condena?) de la historia de Dios, perspectiva de la parábola final del Evangelio de Mateo, que hemos venido estudiando este año.
Retomo para ello también las claves de lectura de mi Comentario de Mateo, que se ocupa de un modo especial de este pasaje, con otros trabajos que he dedicado al tema. Buen domingo a todos.
Un texto clave (25, 31-46)
En esta parábola, que constituye el final y compendio de las enseñanzas de Jesús, según el evangelio de Mateo, culminan los diversos aspectos del discurso escatológico de Mt 23-25 y de todo el evangelio, desde una perspectiva de revelación de Dios y juicio de los hombres. Algunos rasgos de la revelación y juicio de ese texto pueden encontrarse no sólo en Israel, sino en otras naciones y culturas cercanas y lejanas (de Mesopotamia a Grecia, de Egipto a China...). Pero en su conjunto, este pasaje ofrece un mensaje que es único en la historia de la humanidad y ha marcado no sólo la visión del cristianismo, sino de toda la cultura de occidente (y del mundo).
[Parábola] 25 31 Pues cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces se sentará en el trono de su gloria; 32 y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. 33 Y colocará las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
[Salvación] 34 Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. 35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis; 36 estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. 37 Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuando te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿y cuándo te vimos extranjero y te acogimos o desnudo, y te vestimos? 39 Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, vinimos a ti? 40 Respondiendo el Rey, les dirá: En verdad os digo: cada vez que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis.
[Condena] 41 Entonces dirá también a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el Diablo y sus ángeles. 42 Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; 43 fui extranjero y no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. 44 Entonces ellos también responderán, diciendo: Señor, cuando te vimos hambriento o sediento, o extranjero o desnudo o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? 45 El entonces les responderá, diciendo: En verdad os digo: cada vez que no lo hicisteis a uno de esto más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.
[Conclusión] 46 E irán estos al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna .
Un texto mesiánico central
Mt 25, 31-46 es un texto de revelación suprema de Dios y de juicio humano, elaborado por la Iglesia desde una perspectiva israelita de pacto, condensando de esa forma el mensaje de Jesús, en línea de apertura universal (revelación de Dios) y de compromiso creyente, identificando a Dios (a su representante) con los necesitados, en un camino que va del hambre a la cárcel :
‒ Este pasaje responde al mensaje de Jesús, que había vinculado su Reino con el juicio que ha de aplicarse a todos los hombres, partiendo de la misericordia de Dios, la curación de los enfermos y la salvación de los pecadores. En esa línea, el mismo Jesús o sus seguidores inmediatos han podido afirmar que Dios se identifica con los pequeños y los pobres, con quienes sufre y a quienes ofrece salvación .
‒ Este pasaje responde al mensaje de Mateo, y contiene aspectos (elementos) des “derecho escatológico” (Lc 12, 8-9; Mc 8, 38), expresado en la figura del Hijo del hombre, que, por un lado, comparte la suerte de los pobres (con quienes se identifica) y, por otro, juzga a los pueblos según la manera que ellos han tenido de tratarles. En esa línea podemos afirmar que ha sido formulado en su sentido actual por una iglesia judeocristiana como la de Mateo .
El texto de Mt 25, 31-46 se encuentra poderosamente influido por la teología israelita del pacto de Dios con los hombres, tal como ha sido reformulada por Jesús en su anuncio del Reino de Dios, con su forma de servir a los necesitados y con su muerte mesiánica. Éstos son sus rasgos principales:
‒Todos los pueblos. Por una parte, el mismo Jesús aparece como Mesías que muere por los hombres (es decir, como Hijo del Hombre) y así viene a revelarse al fin como juez y/o sentido de la historia humana, recibiendo ante su tribunal a todos los pueblos, sin distinción de superioridad de unos sobre otros. Se trata de un juicio “civil”, sin referencia al pueblo de Israel, ni a la Iglesia en cuanto tal, ni a los signos estrictamente religiosos.
‒ Juicio a cada individuo. El juez final se identifica con los necesitados concretos, que ya no aparecen como “pueblos” (¡no hay uno buenos y otros malos, pueblos salvados y otros condenados!), sino como personas, esto es, como individuos concretos, y juzga a cada hombre o mujer en concreto, cada uno con su responsabilidad ante los otros hombres o mujeres en cuanto necesitados, por encima de su pertenencia a un pueblo a otros.
‒ “Justicia” mesiánica. Esa justicia, que es la paz de Dios (la reconciliación final) viene a revelarse por medio de Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros (1, 23), que, por un lado, aparece como el pobre por excelencia (hambriento, extranjero, desnudo, enfermo, encarcelado) y, por otro, vine a presentarse, como aquel que ayuda a los pobres (hambrientos, enfermos, hambrientos, encarcelados). Dios mismo viene a revelarse por lo tanto como el necesitado (¡plano místico!) y como aquel que se expresa en la ayuda a los necesitados (¡plano de redención activa!).
Juez final, necesidades humanas
Éste es un texto paradójico en varios sentidos, pues recoge de forma universal la novedad del mensaje judío y cristiano de Jesús y de la Iglesia primitiva, sin que aparezcan expresamente sus rasgos confesionales, de manera que puede y debe entenderse como expresión del sentido de la humanidad en su conjunto:
‒ Por un lado, esta palabra proviene de la historia de Israel, y así recoge el mensaje central de la Ley y los profetas. Pero lo hace de un modo abierto a todos, pues no contiene nada exclusivamente judío, ni en su formulación (no habla del Dios Yahvé, ni del templo…), de manera puede aplicarse y se aplica por igual a todos pueblos, que vienen ante el Gran Juez con los mismos derechos y deberes, como si la pertenencia israelita no contara (y no cuenta en ese plano). El juez final aparece como Hijo del Hombres, es decir, como humanidad universal, como eso que pudiéramos llamar el principio divino de la humanidad.
‒ Es un texto cristiano y eclesial, y, sin embargo, no contiene ninguna referencia a la Iglesia, ni a Jesús, entendido de un modo confesional, pues el juez final no aparece como fundador de una religión especial, ni siquiera como el Cristo cristiano, sino simplemente como Hijo del Hombre, esto es, como principio divino de la humanidad y signo (portador) de las necesidades humanas . Ciertamente, el cristiano puede afirmar que ese juez final es el mismo Jesús de Nazaret, cuya historia está contando el evangelio de Mateo, pero ello no se dice expresamente. El texto en sí sólo supone y afirma el Dios del juicio se identifica con las mismas necesidades humanas (o, mejor dicho, con los necesitados).
Desde ese fondo han de entenderse la necesidades de los hombres, que el texto sitúa, de forma esquemática, en tres niveles: material (hambre y sed), social (exilio y desnudez), radical (enfermedad y cárcel). Esas necesidades expresan y condensan los males más corrientes de los hombres y mujeres, bien conocidos en la historia de los pueblos.
Ciertamente, no existe, que sepamos, ningún texto judío o pagano (egipcio, mesopotamio, chino...) que haya sistematizado las necesidades humanas de esa forma y las haya entendido como efecto de una falta de justicia unos hombres que no ayudan a los otros y como expresión del sufrimiento de Dios, que padece en los necesitados. Más aún, leído dentro del evangelio, este pasaje supone que los sufrimientos de los hombres se identifican con el dolor de Jesús, que los ha compartido con ellos (que ha muerto por ellos). Pero el texto en sí no lo dice, de manera que esas necesidades pueden entenderse de forma universal, sin tener que apelar a Jesús para entenderlas.
Este pasaje no discute la causa radical de esos males, aunque sabe que están vinculados con la injusticia humana (unos hombres no ayuda a los otros)… y sabe también que en ellos se expresa de un modo misterioso el mismo ser divino. El texto no razona sobre el origen del hambre o de la cárcel, sino que supone su existencia y busca una forma de solucionarlos, no en clave de imposición legal, sino de llamada a la conversión (transformación) humana, en una línea gratuidad, desde la experiencia del Dios que se hace presente en las necesidades de los hombres, y les pide que sean solidarios unos con los otros, en perspectiva de juicio final .
Como he dicho, el texto en sí no es cristiano (no contiene nada que sea específicamente confesional, propio de la Iglesia), pero los cristiano pueden y deben entenderlo desde la perspectiva de Jesús, a quien ellos identifican con el Hijo del Hombre que se sentará sobre el trono de su Gloria, para recibir al fin a todas las naciones. Según eso, la sentencia final de esta parábola la dicta Jesús, como Hijo del Hombre (=Hombre universal) y Gran Rey-Mesías de Dios, y él puede hacerlo así porque ha realizado su obra mesiánica en gesto de entrega de la vida (desde Mt 16, 21), incluyendo en su "yo" necesitado (y al fin asesinado) la opresión, sufrimiento y muerte de todos los humanos.
Jesús vincula así su camino de cruz con la necesidad y sufrimiento de los hombres y con la revelación de Dios, en una línea que puede situarse en la línea de Flp 2, 6-11, esto es, del himno pre-paulino donde se habla del Salvador de Dios que se ha encarnado en la debilidad y opresión de los hombres, para así caminar con ellos y liberarles de la esclavitud de nuestra historia concreta. Otras religiones han podido hablar en general del sufrimiento de Dios (que hace propios los sufrimientos de los hombres, sus amigos) y de un modo especial lo han destacado los mismos israelitas, pero sólo el cristianismo, y en especial el evangelio de Mateo lo ha expresado de esa forma sintética, en forma de juicio final .
Obras mesiánica: Justicia y Servicio, Acogida y Episcopado...
Los seis dolores mesiánicos del texto, que el Hijo del Hombre ha compartido (hambre-sed, exilio-desnudez, enfermedad-cárcel), se identifican con los sufrimientos reales de miles y millones de personas, no tienen nada de específico cristianos, como seguiré indicando. Pues bien, frente a ellos eleva nuestro texto las obras de ayuda que los hombres (los juzgados) deberían haber realizado para superarlos (dar de comer y beber, acoger y vestir, visitar y ayudar a los necesitados), a fin de que la historia humana fuera lugar y presencia de Dios.
La tradición cristiana posterior, al menos desde la Edad Media, les ha llamado “obras de misericordia”, añadiendo una obra más (enterrar a los muertos) y creando así una terminología específica, que ha definido la conciencia posterior de la Iglesia, tendiendo a decir que estas siete obras de misericordia son fundamentales para salvarse, distinguiéndose así de las “obras de justicia”, que serían necesarias par organizar este mundo, pero no para alcanzar la salvación final. De esa manera se han podido devaluar tanto las obras de misericordia (no servirían para organizar este mundo), como las de justicia (no servirían para la vida eterna). Pues bien, en contra de eso, el mismo texto afirma que estas son obras de justicia, servicio y acogida/episcopado:
‒ Son obras de obras de justicia, como dice expresamente el texto, pues aquellos que las cumplen se llaman justos: “Entonces responderán los justos (dikaioi)”, es decir los de la derecha (25, 37), es decir, los que han dado de comer y beber a los necesitados. Al utilizar este lenguaje, el texto asume no sólo toda la tradición de la justicia del Antiguo Testamento (la Tsedaqa: ayuda a los necesitados), sino todo el mensaje de Jesús en el evangelio de Mateo, a quien podemos llamar el evangelio de la justicia (cf. Mt 5, 20 hasta 23, 23).
Por eso, en sentido estricto, las obras de Mt 25, 31-46 no son de “misericordia”, esto es, de algo que puede o no hacerse (como algo que queda a discreción de los hombres), sino expresión de la justicia de Dios, que se expresa en la vida de los hombres. Eso significa que esos dolores no remediados provienen de la injusticia de los hombres, de manera que el sufrimiento de los encarcelados, en el que culminan los seis males de la humanidad, puede y debe entenderse como signo de máxima injusticia.
‒ Son obras de servicio, es decir, de diakonía, como dice expresamente la pregunta de los “condenados”: ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento… y no te servimos” (kai ou diêkonêsamen soi?; 25, 44). No se trata pues de unas obras de misericordia más o menos discrecional, sino de servicio humano, en el sentido radical de la palabra, que todo el Nuevo Testamento ha situado en el centro del mensaje de Jesús de la tarea de la Iglesia. En un sentido extenso, el Nuevo Testamento distingue entre el doulos o esclavo, que sirve por necesidad, es decir, por condición social, el diakonos o siervo, que es un hombre libre, que sirve a otros por su propia voluntad., aunque a veces los matices se solapan. Sea como fuere, Jesús aparece en el Nuevo Testamento como el el gran servidos o diakonos, aquel que ha venido a servir a los demás, regalándoles la vida (cf. Mt 20, 28).
Aquí se expresa la gran revelación de este pasaje: El hombre está hecho para “servir a Dios”, sirviendo a los necesitados (en esa lista que va del hambriento al encarcelado). Servir es dar o, mejor dicho, darse para que el otro viva. Este descubrimiento de la solidaridad universal y del servicio concreto a los demás, como expresión y presencia de Dios (plenitud del hombre) constituye el mensaje central del evangelio. El hombre es el viviente cuya realidad se expresa en forma de amor activo a los demás, en línea de servicio. Ésta es la verdad y el contenido de la justicia, el servicio interhumano.
‒ Son obras de solidaridad y comunión humana, en el doble sentido de entrega activa (de ir donde los necesitados: los enfermos y los encarcelados) y de acogida (de recibir, synagogein, a los extranjeros…). En este contexto evoca el evangelio la palabra clave de la tradición judeo-cristiana de su tiempo, que es la de acoger y crear espacios de diálogo y convivencia, tal como se realiza especialmente a través de las “sinagogas”. A diferencia de la tradición judía, la cristiana ha puesto más de relieve la palabra “iglesia”, entendida en sentido más confesional, como asamblea en la que se reúnen los “convocados” y celebran el misterio de Jesús (cf. Mt 16,18 y 18,17). Pero en Mateo (y en la iglesia primitiva) sigue siendo fundamental la experiencia de la “acogida” humana, tal como se expresa por la palabra synagogein, sinagoga.
No se trata, pues, de ayudar simplemente desde fuera (como podría suceder en el caso de dar de comer y de beber), sino de acoger en el propio grupo, formando así comunión humana, un espacio de diálogo integral, superando las divisiones que se van estableciendo entre grupos y grupos. Así lo ha destacado 25, 35. 38. 43, poniendo de relieve la importancia de la “acogida”, como creación de un espacio de convivencia humana
‒ Son finalmente obras de episcopado, en el sentido también radical de la palabra. Como estamos viendo, los representantes del sentido más profundo de la humanidad de Dios son los que sufren, los necesitados (de los hambrientos-sedientos a los enfermos-encarcelados). Pues bien, en esa línea los representantes del Dios salvador son los que hacen justicia, sirviendo a los otros y acogiéndoles. En ese contexto ha proclamado Jesús la palabra central del “episcopado”, tanto en referencia a los enfermos (me cuidasteis: 25, 35), como en referencia a los enfermos y encarcelados (25, 43), utilizando en ambos casos el verbo episkeptomai (tener cuidado de, ayudar), del que viene el sustantivo episcopos, obispo, que es una especie de “superintendente”, encargado del servicio mutuo en la comunidad.
La iglesia posterior reservará el nombre y función de episcopos, obispo, a unos ministros especiales de la comunidad, que están al servicio de ella, en una línea que terminará siendo básicamente ritual y sagrada. Pero en este pasaje todos los seguidores de Jesús están llamados a ser obispos, responsables del cuidado de los demás (de los hambrientos, exilados, desnudos…), y en especial, de los enfermos y encarcelados sabiendo. Así culmina el sentido de estas obras que la iglesia posterior ha llamado de “misericordia”, obras que son mesiánicas y humanas (divinas) en el sentido radical de la palabra, pues expresan la presencia activa de Dios en el mundo.
Salvación mesiánica: Venid, benditos de mi Padre.
La trama del sufrimiento humano pide una respuesta que ha de darse en la historia, pero que la desborda, pues se expresa y ratifica en la culminación del tiempo (con la venida o manifestación del Hijo del Hombre). De esa manera, desde ese fin se entiende la acción en favor de los expulsados del conjunto social (hambrientos, exilados, enfermos, encarcelados…), una acción que no se ejerce en línea de antítesis violenta (lucha de pobres contra ricos, de libres contra encarcelados), sino de solidaridad transformadora entre todos los hombres y mujeres, de manera que el reino de Dios se identifica con el amor gratuito que unos ofrecen entre sí, sabiendo que los necesitados son el signo supremo de Dios y que los justos (los servidores, los que acogen y cuidan a los otros) son la expresión de su presencia en la historia.
Ciertamente, en un sentido, el texto se encuentra construido en forma de antagonismo simétrico entre ovejas y cabras, derecha a izquierda, servicio y no servicio, premio y castigo, situándose así en un plano legal, que responde de manera muy significativa al mensaje israelita y de la iglesia primitiva. Pero las dos partes de esa escena del juicio (derecha e izquierda, bien y mal) forman una especie de tablero simbólico, de tipo universal, para que en su fondo se destaque mejor lo inaudito: la preponderancia plena de la gracia de Jesús, Hijo de Hombre, que, tras contar esta “parábola”, según Mateo, seguirá caminando hacia la cruz para ofrecer su redención a muchos, es decir, a todos (cf. 20, 28; 26, 28). Sólo en ese fondo de entrega de Jesús puede entenderse este pasaje.
Este pasaje ha empezado a presentar a Jesús como Hijo del Hombre, es decir, el Hombre universal, representante de todos los hombres y mujeres, y en sentido especial de los más necesitados, con quienes él se ha identificado a través de su encarnación de su entrega a lo largo de la vida y, finalmente, de su muerte. En esa línea, le sigue presentando como el Rey (basileus: 25, 34), en el sentido bíblico del término. Rey no es aquel que se impone con poder sobre los demás, sino aquel que hace suyos los sufrimientos de todos los hombres de su reino, y en sentido especial de los más pobres.
Del hambre a la cárcel. El camino de los encarcelados
En ese contexto presenta y condensa este pasaje los seis sufrimientos básicos de la historia humana, que no son propios de un determinado pueblo o religión, de de un Estado concreto, de una clase social, sino de todos los seres humanos, representados de un modo especial por los más pequeños, es decir, por los que sufren.
‒ Ésta es, quizá, la primera tabla social (universal) de los derechos humanos, la más concreta e importante de todas. Éstos no son los derechos de una nación, de un Estado social, de una Iglesia… sino los derechos de la humanidad empezando por los pobres. Éstos son ante todo los derechos de los pobres (hambrientos, encarcelados), no en sentido general, como en la Revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad), sino en una línea concreta, que implica y exige la presencia, ayuda y asistencia del conjunto social (=dar de comer, visitar al encarcelado). Éstos son los derechos que todos los hombres y mujeres tienen a ser atendidos.
‒ Esos derechos marcan y definen el carácter divino de la vida humana, pues son los deberes y derechos del mismo Dios, que se ha encarnado en Cristo, no sólo de un modo individual (en Jesús, un hombre concreto), sino en sentido universal: en todos los hombres, y de un modo especial, en cada uno de los pobres en concreto, que son “hermanos” de Jesús, presencia de Dios. Esta encarnación de Dios (de Cristo) en los pobres-necesitados marca identidad suprema de la vida humana, como vida de Dios.
‒ Esos derechos suscitan unos deberes correspondientes, que se fundan en la gracia y compromiso básico de reconocer, acoger y ayudar al mismo Dios que está presente en los necesitados. En esa línea, el deber fundamental no es el de honrar a los poderosos, sino el de atender, acoger y cuidar a los necesitados.
Esos sufrimientos (con el deber que suscitan de ayudar a los necesitados) eran en tiempo de Jesús y siguen siendo en nuestro tiempo (2017) los sufrimientos y dolores normales de la gente, en un contexto y circunstancia de pobreza. Significativamente entre los que sufren esos males el texto no presenta de una manera expresa a los esclavos, ancianos o moribundos, ni a los huérfanos o viudas, ni a los marginados sexuales ni a los impuros religiosos, los publicanos o prostitutas…, sino que se limita a evocar seis tipos de hombres o mujeres sometidos a necesidades generales de tipo universal, que son como un compendio de todas las necesidades y opresiones de los hombres .
‒ Estas seis necesidades no son en principio de tipo religioso ni de estructura eclesial (el problema de fondo no es la falta de evangelización estricta, de buena religión o sacramentos…), sino de tipo humano, en el sentido básico del término. La iglesia cristiana, comprometida a cumplir estas “obras” (dar de comer, acoger al extranjero, visitar al encarcelado…), según el evangelio, ha de ponerse ante todo al servicio de la humanidad necesitada, por encima de un pueblo concreto (Israel, Antiguo Testamento), no para negarlo, sino para universalizar su aportación, o por encima de la misma iglesia, como institución creyente, tampoco aquí para negarla, sino para indicar mejor el sentido universal de su experiencia de Dios y su tarea de servicio humano.
‒ Son obras abiertas a todos los pueblos, es decir, a todas las unidades sociales, entendidas en forma cultural o social, cada uno de esos pueblos con su propia identidad, conforme a una visión común del Antiguo Testamento, que divide a los hombres y mujeres en lenguas y naciones (no en imperios, estados o clases sociales), para vincularlos después desde las necesidades de cada uno de los hombres. Significativamente, este pasaje deja a un lado las grandes unidades políticas (imperios, estados, reino…) que, a su entender son secundarias, para situarnos ante los pueblos, entendidos como unidades culturales y sociales de convivencia. Pero después tampoco los pueblos como tales importan, pues en contra de las grandes diatribas de los mensajes proféticos contra los estados-pueblos (cf. Ez 25-32), aquí esos estados-pueblos desaparecen inmediatamente, de manera que ante el juez final quedan sólo hombres concretos, de cualquier pueblo o nación. Esas necesidades son las que vinculan a todos los pueblos y las que suscitan una serie de “obras”.
‒ Estas obras no son todas las que deben realizarse, sino un compendio de ellas, como una indicación, un ejemplo y resumen de todas las posibles. No han de verse, por tanto, de un modo excluyente, sino inclusivo, pues en ellas se condensan todas las que pueden y deben realizarse a favor de los necesitados, hombres y mujeres sin distinción (¡aquí no hay nada exclusivo de hombres, nada de mujeres, todo se dirige a los seres humanos, incluidos varones y mujeres, grandes y niños, en la línea de Gal 3, 28).
‒ Éstas son, finalmente, unas obras in crescendo, es decir, estructuradas de un modo creciente, entre el hambre y el encarcelamiento. Es muy importante poner de relieve el orden progresivo, como si formaran una “cadena”, es decir, un proceso o progreso que va desde el hambre a la cárcel, que aparece como culminación de todos los males de la historia humana. Resulta fundamental tener en cuenta este ordenamiento, pues nos permite descubrir que la cárcel no nace de sí mismo, sino que, según Mt 25, 31-45, es la consecuencia y culminación de un tipo de males que empiezan con el hambre.
Como seguiré indicando, estas seis obras son de tipo humano integral, aunque después la Iglesia ha tendido a llamarles obras corporales, añadiendo una séptima (que sería enterrar a los muertos) y poniendo a su lado unas siete obras también importantes, que serían “espirituales” (enseñar a quien no sabe, dar buen consejo a quien lo necesita, corregir al que yerra…). Pues bien, conforme al esquema de Jesús, cuidadosamente estructurado por Mt 26, todas las obras de misericordia se condensan en estas seis, que son espirituales y corporales, que son cristianas siendo universales, que empiezan por el hambre y culminan en la cárcel, como seguiré indicando .
Por eso, según Mt 25, 31-46, no se puede visitar (liberar) a los encarcelados de verdad si es que no se empieza desde el principio, es decir, dando de comer a los hambrientos, para ir pasando desde ahí a todas las restantes (dar de beber, acoger a los exilados, vestir a los desnudos…). En ese sentido el “apostolado carcelario” (es decir, el envío de los cristianos a las cárceles del mundo) ha de entenderse como culmen y compendio de un testimonio completo de vida mesiánica, es decir, de compromiso al servicio de los necesitados.
Evangelio según San Lucas 19,45-48.
Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores,
diciéndoles: "Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones".
Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo.
Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
Santos Andrés Dung Lac y 116 compañeros, mártires
Ciento diecisiete mártires de las regiones asiáticas de Tonquín, Annam y de la Cochinchina, con distintas fechas de martirio, entre los años 1740 a 1883. Fueron canonizados por SS. Juan Pablo II el 19 de junio de 1988, en la Plaza de San Pedro. El 24 de noviembre está inscripta la memoria litúrgica, encabezada por san Andrés Dung Lac.
La iglesia del Vietnam fecundada con la sangre de los mártires
tomado de la página del Vaticano del día de la canonización del grupo por SS Juan Pablo II (19 de junio de 1988, Plaza de San Pedro)
El trabajo de evangelización, llevado a cabo desde el inicio del siglo XVI y consolidado con los primeros Vicariatos apostólicos del Norte (Dáng-Ngoái) y del Sur (Dáng-Trong) en el 1659, ha tenido en el trascurso de los siglos un admirable desarrollo.
Actualmente [escrito de 1988], las Diócesis son 25 (10 en el Norte, 6 en el Centro y 9 en el Sur) y los católicos son, apróximadamente, 6 millones (casi el 10% de la población); la Jerarquía Católica Vietnamita ha sido constituida por el Papa Juan XXIII el 24 de noviembre de 1960.
Este resultado se debe al hecho que, desde los primeros años, la semilla de la Fe se ha mezclado, en el territorio vietnamita, con la abundante sangre de los Mártires, tanto del clero misionero como del clero local y del pueblo cristiano de Vietnam. Juntos han soportado las fatigas del trabajo apostólico, como si se hubiesen puesto de acuerdo, han afrontado incluso la muerte para dar testimonio de la verdad evangélica. La historia religiosa de la Iglesia vietnamita señala que han existido un total de 53 Edictos, firmados por los Señores TRINH y NGUYEN o por los Reyes que, durante más de dos siglos, en total 261 años (1625-1886), han decretado contra los cristianos persecuciones una más cruel que la otra. Son alrededor de unas 130.000 las víctimas caídas por todo el territorio nacional.
A lo largo de los siglos, estos mártires de la Fe ha sido enterrados en forma anónima, pero su recuerdo permanece vivo en el espíritu de la comunidad católica. Desde el inicio del siglo XX, 117 de este gran grupo de héroes, martirizados cruelmente, han sido elegidos y elevados al honor de los altares por la Santa Sede en 4 Beatificaciones:
-en el 1900, por el Papa León XIII, 64 personas
-en el 1906, por el Papa S. Pío X, 8 personas
-en el 1909, por el Papa S. Pío X, 20 personas
-en el 1951, por el Papa Pío XII, 25 personas (AAS 043 [1951], pp. 140ss.)
clasificadas así:
11 españoles: todos Dominicos: 6 Obispos, 5 Sacerdotes;
10 franceses: todos de las Misiones Extranjeras de París: 2 Obispos, 8 Sacerdotes;
96 vietnamitas: 37 Sacerdotes (11 de ellos dominicos) y 59 Cristianos (entre ellos: 1 seminarista, 16 catequistas, 10 terciarios dominicos y 1 mujer).
Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero (Apoc 7, 13-14), según el siguiente orden cronológico:
2 caídos bajo el reinado de TRINH-DOANH (1740-1767)
2 caídos bajo el reinado de TRINH-SAM (1767-1782)
2 caídos bajo el reinado de CANH-TRINH (1782-1802)
58 caídos bajo el reinado del Rey MINH-MANO (1820-1840)
3 caídos bajo el reinado del Rey THIEU-TRI (1840-1847)
50 caídos bajo el reinado del Rey TU-DUC (1847-1883)
Y en el lugar del suplicio el Edicto real, colocado junto a cada uno de los ajusticiados, precisa el tipo de sentencia:
75 condenados a la decapitación,
22 condenados a ser estrangulados,
6 condenados al fuego, quemados vivos,
5 condenados al desgarro de los miembros del cuerpo,
9 muertos en la cárcel debido a las torturas.
LISTA DE LOS 117 MÁRTIRES DE VIETNAM (se indica entre paréntesis el año de beatificación en caso de poseer el dato)
1 Andrés DUNG-LAC, Sacerdote 21-12-1839
2 Domingo HENARES, Obispo O.P. 25-06-1838
3 Clemente Ignacio DELGADO CEBRIAN, Obispo O.P. 12-07-1838
4 Pedro Rosa Ursula BORIE, Obispo M.E.P. 24-11-1838
5 José María DIAZ SANJURJO, Obispo O.P. 20-07-1857 (b. 1951)
6 Melchor GARCIA SAMPEDRO SUAREZ, Obispo O.P. 28-07-1858 (b. 1951)
7 Jerónimo HERMOSILLA, Obispo O.P. O1-11-1861
8 Valentín BERRIO OCHOA, Obispo O.P. 01-11-1861
9 Esteban Teodoro CUENOT, Obispo M.E.P. 14-11-1861
10 Francisco GIL DE FEDERICH, Sacerdote O.P. 22-O1-1745
11 Mateo ALONSO LECINIANA, Sacerdote O.P. 22-O1-1745
12 Jacinto CASTANEDA, Sacerdote O.P. 07-11-1773
13 Vicente LE OUANG LIEM, Sacerdote O.P. 07-11-1773
14 Emanuel NGUYEN VAN TRIEU, Sacerdote 17-09-1798
15 Juan DAT, Sacerdote 28-10-1798
16 Pedro LE TuY, Sacerdote 11-10-1833
17 Francisco Isidoro GAGELIN, Sacerdote M.E.P. 17-10-1833
18 José MARCHAND, Sacerdote M.E.P. 30-11-1835
19 Juan Carlos CORNAY, Sacerdote M.E.P. 20-09-1837
20 Vicente DO YEN, Sacerdote O.P. 30-06-1838
21 Pedro NGUYEN BA TUAN, Sacerdote 15-07-1838
22 José FERNANDEZ, Sacerdote O.P. 24-07-1838
23 Bernardo VU VAN DUE, Sacerdote 01-08-1838
24 Domingo NGUYEN VAN HANH (DIEU), Sacerdote O.P. 01-08-1838
25 Santiago Do MAI NAM, Sacerdote 12-08-1838
26 José DANG DINH (NIEN) VIEN, Sacerdote 21-08-1838
27 Pedro NGUYEN VAN TU, Sacerdote O.P. 05-09-1838
28 Francisco JACCARD, Sacerdote M.E.P. 21-09-1838
29 Vicente NGUYEN THE DIEM, Sacerdote 24-11-1838
30 Pedro VO BANG KHOA, Sacerdote 24-11-1838
31 Domingo TUOC, Sacerdote O.P. 02-04-1839
32 Tomás DINH VIET Du, Sacerdote O.P. 26-11-1839
33 Domingo NGUYEN VAN (DOAN) XUYEN, Sacerdote O.P. 26-11-1839
34 Pedro PHAM VAN TIZI, Sacerdote 21-12-1839
35 Pablo PHAN KHAc KHOAN, Sacerdote 28-04-1840
36 Josée DO QUANG HIEN, Sacerdote O.P. 09-05-1840
37 Lucas Vu BA LOAN, Sacerdote 05-06-1840
38 Domingo TRACH (DOAI), Sacerdote O.P. 18-09-1840
39 Pablo NGUYEN NGAN, Sacerdote 08-11-1840
40 José NGUYEN DINH NGHI, Sacerdote 08-11-1840
41 Martín TA Duc THINH, Sacerdote 08-11-1840
42 Pedro KHANH, Sacerdote 12-07-1842
43 Agustín SCHOEFFLER, Sacerdote M.E.P. 01-05-1851
44 Juan Luis BONNARD, Sacerdote M.E.P. 01-05-1852
45 Felipe PHAN VAN MINH, Sacerdote 03-07-1853
46 Lorenzo NGUYEN VAN HUONG, Sacerdote 27-04-1856
47 Pablo LE BAo TINH, Sacerdote 06-04-1857
48 Domingo MAU, Sacerdote O.P. 05-11-1858 (b. 1951)
49 Pablo LE VAN Loc, Sacerdote 13-02-1859
50 Domingo CAM, Sacerdote T.O.P. 11-03-1859 (b. 1951)
51 Pedro DOAN LONG QUY, Sacerdote 31-07-1859
52 Pedro Francisco NERON, Sacerdote M.E.P. 03-11-1860
53 Tomás KHUONG, Sacerdote T.O.P. 30-01-1861 (b. 1951)
54 Juan Teofano VENARD, Sacerdote M.E.P. 02-02-1861
55 Pedro NGUYEN VAN Luu, Sacerdote 07-04-1861
56 José TUAN, Sacerdote O.P. 30-04-1861 (b. 1951)
57 Juan DOAN TRINH HOAN, Sacerdote 26-05-1861
58 Pedro ALMATO RIBERA, Sacerdote O.P. 01-11-1861
59 Pablo TONG VIET BUONG, Laico 23-10-1833
60 Andrés TRAN VAN THONG, Laico 28-11-1835
61 Francisco Javier CAN, Catequista 20-11-1837
62 Francisco DO VAN (HIEN) CHIEU, Catequista 25-06-1838
63 José NGUYEN DINH UPEN, Catequista T.O.P. 03-07-1838
64 Pedro NGUYEN DicH, Laico 12-08-1838
65 Miguel NGUYEN HUY MY, Laico 12-08-1838
66 José HOANG LUONG CANH, Laico T.O.P. 05-09-1838
67 Tomás TRAN VAN THIEN, Seminarista 21-09-1838
68 Pedro TRUONG VAN DUONG, Catequista 18-12-1838
69 Pablo NGUYEN VAN MY, Catequista 18-12-1838
70 Pedro VU VAN TRUAT, Catequista 18-12-1838
71 Agustín PHAN VIET Huy, Laico 13-06-1839
72 Nicolás BUI DUC THE, Laico 13-06-1839
73 Domingo (Nicolás) DINH DAT, Laico 18-07-1839
74 Tomás NGUYEN VAN DE, Laico T.O.P. 19-12-1839
75 Francisco Javier HA THONG MAU, Catequista T.O.P. 19-12-1839
76 Agustín NGUYEN VAN MOI, Laico T.O.P. 19-12-1839
77 Domingo Bui VAN UY, Catequista T.O.P. 19-12-1839
78 Esteban NGUYEN VAN VINTI, Laico T.O.P. 19-12-1839
79 Pedro NGUYEN VAN HIEU, Catequista 28-04-1840
80 Juan Bautista DINH VAN THANH, Catequista 28-04-1840
81 Antonio NGUYEN HUU (NAM) QUYNH, Laico 10-07-1840
82 Pietro NGUYEN KHAC Tu, Catequista 10-07-1840
83 Tomás TOAN, Catequista T.O.P. 21-07-1840
84 Juan Bautista CON, Laico 08-11-1840
85 Martín THO, Laico 08-11-1840
86 Simón PHAN DAc HOA, Laico 12-12-1840
87 Inés LE THi THANH (DE), Laica 12-07-1841
88 Mateo LE VAN GAM, Laico 11-05-1847
89 José NGUYEN VAN Luu, Catequista 02-05-1854
90 Andrés NGUYEN Kim THONG (NAM THUONG), Catequista 15-07-1855
91 Miguel Ho DINH HY, Laico 22-05-1857
92 Pedro DOAN VAN VAN, Catequista 25-05-1857
93 Francisco PHAN VAN TRUNG, Laico 06-10-1858
94 Domingo PHAM THONG (AN) KHAM, Laico T.O.P. 13-01-1859 (b. 1951)
95 Lucas PHAM THONG (CAI) THIN, Laico 13-01-1859 (b. 1951)
96 José PHAM THONG (CAI) TA, Laico 13-01-1859 (b. 1951)
97 Pablo HANH, Laico 28-05-1859
98 Emanuel LE VAN PHUNG, Laico 31-07-1859
99 José LE DANG THI, Laico 24-10-1860
100 Mateo NGUYEN VAN (NGUYEN) PHUONG, Laico 26-05-1861
101 José NGUYEN DUY KHANG, Catequista T.O.P. 06-11-1861
102 José TUAN, Laico 07-01-1862 (b. 1951)
103 José TUC, Laico 01-06-1862 (b. 1951)
104 Domingo NINH, Laico 02-06-1862 (b. 1951)
105 Domingo TOAI, Laico 05-06-1862 (b. 1951)
106 Lorenzo NGON, Laico 22-05-1862 (b. 1951)
107 Paulo (DONG) DUONG, Laico 03-06-1862 (b. 1951)
108 Domingo HUYEN, Laico 05-06-1862 (b. 1951)
109 Pedro DUNG, Laico 06-06-1862 (b. 1951)
110 Vicente DUONG, Laico 06-06-1862 (b. 1951)
111 Pedro THUAN, Laico 06-06-1862 (b. 1951)
112 Domingo MAO, Laico 16-06-1862 (b. 1951)
113 Domingo NGUYEN, Laico 16-06-1862 (b. 1951)
114 Domingo NHI, Laico 16-06-1862 (b. 1951)
115 Andrés TUONG, Laico 16-06-1862 (b. 1951)
116 Vicente TUONG, Laico 16-06-1862 (b. 1951)
117 Pedro DA, Laico 17-06-1862 (b. 1951)
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O.P. : Orden de los Predicadores (Dominicos)
T.O.P.: Terciario de la Orden de los Predicadores
M.E.P.: Sociedad de las Misiones Extranjeras de París
fuente: Vaticano
Oremos
Señor y Dios nuestro, que nos da constancia en la fe y fortaleza en la debilidad, concédenos, por el ejemplo y los méritos de los Santos Andrés y compañeros, participar en la muerte y resurrección de tu Hijo para que también gocemos contigo, en compañía de tus mártires, de la plena alegría de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Misal Romano Prefacio para la fiesta de la dedicación de una Iglesia
“Mi casa es casa de oración” (Is 56,7)
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque te has dignado habitar en toda casa consagrada a la oración,
para hacer de nosotros, con la ayuda constante de tu gracia,
templos del Espíritu Santo (1Co 3,16),
resplandecientes por la santidad de vida.
Con tu acción constante, Señor,
santificas a la Iglesia, esposa de Cristo,
simbolizada en edificios visibles,
para que así, como madre gozosa por la multitud de sus hijos,
pueda ser presentada en la gloria de tu Reino.
Por eso con los ángeles y todos los santos cantamos sin cesar el himno de tu gloria:¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
Papa Francisco: Las mujeres y la fe
“El pueblo de Dios sale adelante gracias a la fuerza de mujeres valientes”
Durante la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este jueves 23 de noviembre, el Papa Francisco afirmó que las mujeres, las madres, son fundamentales en la transmisión de la fe de la Iglesia, y que sin ellas sería imposible luchar contra la colonización cultural que trata de eliminar la memoria de los pueblos y apartar a Dios de la vida de las personas.
“El pueblo de Dios ha salido adelante gracias a la fuerza de muchas mujeres valientes que han sabido dar la fe a sus hijos”, subrayó.
El Santo Padre denunció la colonización cultural e ideológica que, si bien se ha dado a lo largo de toda la historia, hoy amenaza la sociedad de una manera agresiva. La privación de la libertad, la eliminación de la memoria y el adoctrinamiento de los jóvenes son los tres indicadores de esa colonización, advirtió.
“Se corta la libertad, se destruye la historia, se destruye la memoria del pueblo y se impone un sistema educativo a los jóvenes”. A veces esta colonización cultural se hace de una manera sutil, disfrazada de una buena acción, de una ayuda a un país que lo necesita.
El Papa citó los casos de países necesitados de ayuda para su desarrollo: “‘Yo te doy el préstamo, pero tú en las escuelas debes enseñar esto, esto y esto’. Y te dicen qué libros debes usar, libros en los que eliminan todo aquello que Dios ha creado y cómo lo ha creado. Eliminan las diferencias, la historia. ‘A partir de ahora se comienza a pensar así’, y aquel que no piense de ese modo, es apartado y perseguido”.
Ejemplo de eso señaló el caso de Europa, donde “aquellos que se oponían a las dictaduras genocidas eran perseguidos, amenazados, privados de libertad”.
Por ello, abogó por custodiar la memoria. “La memoria de la salvación, la memoria del pueblo de Dios, esa memoria que fortalece la fe de este pueblo perseguido por la colonización ideológico-cultural. La memoria es la que nos ayuda a vencer cualquier sistema educativo perverso. Recordar los valores, recordar la historia, recordar las cosas que hemos aprendido”.
En este sentido, destacó a la madre de los Macabeos, que animaba a sus hijos a mantenerse fuertes ante el martirio. Por ello, Francisco subrayó el papel único de la mujer en la custodia de la memoria y de las raíces históricas de los pueblos y las personas.
Esa ternura, ese coraje mostrado por la madre de los Macabeos muestra que “tan solo la fuerza de las mujeres es capaz de resistir la colonización cultural”. Son ellas, las madres, las mujeres, “las que custodian la memoria, las que son capaces de defender la historia de un pueblo, de transmitir la fe que luego explican los teólogos”, insistió
Santo Evangelio según San Lucas 19, 45-48. Viernes XXXIII del tiempo ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Cada instante de esta vida es un don. Hoy tengo éste entre las manos. Quiero vivirlo con todo mi ser. Gracias por este regalo, Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La casa del Señor era casa de oración. Mi casa, ¿es casa de oración también? Podría examinar, ¿con qué actitud se vive en mi casa?, ¿con qué actitud vivo yo?, ¿con una actitud de búsqueda de Dios?, ¿con una actitud de vivir en la verdad?, ¿con una actitud de honestidad?, ¿qué valores transmito en mi casa?, ¿qué transmite mi persona?, ¿qué dirección lleva mi vida?, ¿cuáles son las intenciones de mi corazón?
Orar es vivir en unión con Dios. Él es la verdad, la caridad, la bondad, la belleza. Uno puede unirse a Dios por medio de las palabras, de los pensamientos, de las acciones. Sin embargo, la oración más completa, la unión más completa, es la que se hace con toda la vida, con todo mi ser. Y mi ser comienza por manifestarse a través de mis intenciones. Toda verdadera intención madura en una acción.
Te pido la gracia, Señor, de tener un corazón lleno de buenas y verdaderas intenciones, con intenciones grandes, con intenciones altas, con intenciones que vayan siempre buscándote a Ti. Y así comenzará mi casa a ser también una casa de oración.
Los jefes del templo, los jefes de los sacerdotes y los escribas había cambiado un poco las cosas. Habían entrado en un proceso de degradación y habían convertido en impuro al templo, habían ensuciado el templo. Esto tiene algo que decir también a los cristianos de hoy, porque el templo es un icono de la Iglesia. La Iglesia siempre -¡siempre!- experimentará la tentación de la mundanidad y la tentación de un poder que no es el poder que Jesucristo quiere para ella. Jesús no dice: "No, esto no se hace, hacedlo fuera"; sino "vosotros habéis hecho aquí una cueva de ladrones". Cuando la Iglesia entra en este proceso de degradación el final es muy feo. ¡Muy feo!"
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de noviembre de 2015, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Rezaré un Vía Crucis para unirme y encontrarme con Cristo en su pasión, buscando aplicar lo meditado en mi corazón.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Un buen lugar para orar? El templo de tu corazón
Una buena lección de San Ignacio de Antioquía.
«Sois piedras de un templo, preparadas de antemano para un edificio de Dios el Padre, siendo elevadas hacia lo alto por medio del instrumento de Jesucristo, que es la Cruz, y usando como cuerda el Espíritu Santo; en tanto que la fe es vuestra polea, y el amor es el camino que lleva a Dios. Así pues, todos sois compañeros en el camino, llevando a vuestro Dios y vuestro santuario, vuestro Cristo y vuestras cosas santas, adornados de pies a cabeza en los mandamientos de Jesucristo. […] Y orad sin cesar por el resto de la humanidad (los que tienen en sí esperanza de arrepentimiento) para que puedan hallar a Dios» (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, 9 y 10).
Acabo de tener la oportunidad de estar en un campamento con 55 niños españoles entre 9 y 11 años. Fue una experiencia maravillosa y refrescante. Además de disfrutar de cada una de las actividades con ellos durante esos días, pude volver a comprobar que los niños llegan a ser pequeños maestros de vida con sus comentarios y acciones cargados de inocencia. Y mientras preparaba este artículo me vino a la mente una respuesta que me dio Javier en uno de esos días.
Habíamos tenido un día muy hermoso y le pregunté a Javi si había ido a agradecer a Jesús por el día en la capillita del campamento. Su respuesta fue un no, pero acompañado de una sonrisa. Me intrigó y por eso volví a la carga: «Pero, ¿de qué te ríes? No crees que a Jesús le gustaría que le agradecieras todo lo que te dio hoy?». Su respuesta fue una pequeña bofetada de guante blanco: «¡Claro que sí, padre! Pero no había tenido tiempo de ir a la capillita, por lo que ya le había agradecido en mi corazón a Jesús por todo. Pero ahora mismo voy a decírselo también en persona». Menos mal que se fue corriendo y no volvió la vista; hubiese visto un sonrojo de vergüenza pintado en mi cara…
Javi me enseñó en esa ocasión algo que San Ignacio de Antioquía reafirma en el texto que preside este artículo: que Dios está siempre en el corazón de quienes lo acogen. El Santo habla de ser «templos de Dios», «portadores» suyos. ¿Nos damos cuenta de la grandeza que eso supone? Dios siempre nos acompaña, nos ve, nos anima, nos abraza. En ningún momento se separa de nosotros… siempre y cuando nosotros no le cerremos las puertas con el pecado. E incluso si lo hacemos, Él está ahí, esperando a que le volvamos a encontrar con la confesión y dispuesto a perdonar cualquier cosa con tal de morar de nuevo en nuestro interior.
¿Y tiene esto importancia para nuestra oración? ¡Yo diría que es básico! Si esto es verdad –y lo es– significa que podemos orar en cualquier circunstancia, en cualquier momento, estemos donde estemos: en el trabajo, en la cocina, en el colegio, jugando, escribiendo, leyendo este artículo, etc. Siempre podemos elevar el corazón y hablar con Quien lo habita. De esta manera, aunque la Eucaristía sea efectivamente el lugar apropiado para hacer oración (y lo recomiendo muy vivamente) no será absolutamente indispensable o necesario tener que acudir a una iglesia para orar. Tú mismo eres templo de Dios, teóforos (para usar el término de San Ignacio). Ahí, en el santuario de tu corazón puedes adorarle, hablarle y tratar con Él.
Otra consecuencia de esta certeza es que también nos permite sabernos “compañeros de camino” unos con otros. Tú, que lees estas líneas, eres templo del mismo Dios que habita mi alma. Por eso mi oración te enriquece también a ti y la tuya nos enriquece a todos. Mi oración deja de ser sólo “mía” y se convierte en “nuestra”; deja de ser sólo un diálogo con “mi” Dios y se convierte en un diálogo de todos con “nuestro” Dios.
«No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?». Esta rotunda frase de San Pablo en la primera carta a los corintios (6, 19) es el leitmotiv de la oración del cristiano. San Ignacio lo sabía… y presiento que el buen Javi lo intuye. Después de todo, sólo el corazón inocente, como el de los niños, es capaz de percibir esa Presencia Amorosa en nuestro interior.
Cristo Rey, misterio de grandeza y de amor infinito
Cristo es rey porque tiene la primacía absoluta delante de Dios y delante de los hombres, en el orden de la creación y de la redención
Queridos amigos y hermanos: el año litúrgico se cierra con la solemnidad de Cristo Rey, celebración global de su misterio de grandeza y de amor infinito.
En Colosenses 1, 12-20, es donde san Pablo ensalza la realeza de Cristo y pasa revista a sus títulos más expresivos. Cristo es rey porque tiene la primacía absoluta delante de Dios y delante de los hombres, en el orden de la creación y de la redención. “El es imagen de Dios invisible”, imagen perfecta y visible que revela al Padre: el que le ve a él, ve a su Padre.
Tal realeza de Jesucristo está documentada al vivo en el Evangelio de san Lucas, capítulo 23, versículos del 35 al 43, que nos presenta el episodio conmovedor del buen ladrón. Jesús está en la cruz; sobre su cabeza cuelga, como escarnio y condena, el título de su realeza: “Este es el Rey de los Judíos”.
Los jefes y los soldados se burlan de él: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Hasta uno de los malhechores colgados al lado, le injuria; el otro, en cambio, movido de temor de Dios, le defiende: “Lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada”; y dirigiéndose a Jesús, dice: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.
Es un ladrón, pero cree en Dios y le teme, se confiesa culpable y acepta el castigo de sus delitos. La fe le ilumina y, primero entre todos, reconoce la realeza de Jesús, escarnecida y rechazada por los sacerdotes y jefes del pueblo; y la reconoce no delante de Cristo glorioso, sino ante un Cristo humillado y moribundo en el patíbulo. Su fe es premiada y Cristo le dice: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Pide para el futuro y recibe en el presente, al punto “hoy”. No tendrá que esperar; Jesús ha expiado ya por él, le ha merecido la gracia del perdón; para cogerla ha sido suficiente el arrepentimiento acompañado de la fe.
De este modo Cristo desde la cruz atrae a sí a los hombres; es el buen pastor que salva la oveja perdida, el padre que acoge al hijo pródigo, el Rey que establece su reino con el poder del amor y a precio de su sangre. El que cree y confía en él, podrá escuchar: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Terminemos nuestra reflexión de hoy haciendo oración con el texto del Prefacio de la Misa de Cristo Rey: “Gracias siempre y en todo lugar, a ti, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno: porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu Único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo, como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz consumara el misterio de la redención humana; y sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. ¡Viva Cristo Rey!
Con mi bendición.
Andrés Dung-Lac y 116 compañeros, Santos Mártires de Vietnam
Memoria Litúrgica, Mártires de Vietnam
Memoria de los santos Andrés Dung Lac, presbítero, y sus compañeros, mártires. En una común celebración se venera a los ciento diecisiete mártires de las regiones asiáticas de Tonkin, Annam y Cochinchina, ocho de ellos obispos, otros muchos presbíteros, amén de ingente número de fieles de ambos sexos y de toda condición y edad, todos los cuales prefirieron el destierro, las cárceles, los tormentos y finalmente los extremos suplicios, antes que pisotear la cruz y desviarse de la fe cristiana.
Breve Reseña
Esta memoria obligatoria de los ciento diecisiete mártires vietnamitas de los siglos XVIII y XIX, proclamados santos por Juan Pablo II en la plaza de San Pedro el 19 de junio de 1988, celebra a mártires que ya habían sido beatificados anteriormente en cuatro ocasiones distintas: sesenta (64) y cuatro, en 1900, por León XIII; ocho (8), por Pío X, en 1906; veinte (20), en 1909, por el mismo Pío X y veinticinco (25) por Pío XII, en 1951.
No sólo son significativos el número insuperado en la historia de las canonizaciones, sino también la calificación de los santos (ocho obispos, cincuenta sacerdotes, cincuenta y nueve laicos), la nacionalidad (noventa y seis vietnamitas; once españoles; diez franceses, el estado religioso (once dominicos; diez de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París; otros del clero local, más un seminarista, el estado laical (muchos padres de familia, una madre, dieciséis catequistas, seis militares, cuatro médicos, un sastre; además de campesinos, pescadores y jefes de comunidades cristianas).
Seis de ellos fueron martirizados en el siglo XV, los demás, entre 1835 y 1862; es decir, en el tiempo del dominio de los tres señores que gobernaban Tonkín, Annam y Cochinchina, hoy integradas en la nación de Vietnam.
En gran parte (setenta y cinco) fueron decapitados; los restantes murieron estrangulados, quemados vivos, descuartizados, o fallecieron en prisión a causa de las torturas, negándose a pisotear la cruz de Cristo o a admitir la falsedad de su fe.
De estos ciento diecisiete mártires, la fórmula de canonización ha puesto de relieve seis nombres particulares, en representación de las distintas categorías eclesiales y de los diferentes orígenes nacionales. El primero, del que encontramos una carta en el oficio de lectura, es Andrés Dung-Lac. Nació en el norte de Vietnam en 1795; fue catequista y después sacerdote. Fue muerto en 1839 y beatificado en 1900. Otros dos provienen del centro y del sur del Vietnam. El primero, Tomás Tran-VanThien, nacido en 1820 y arrestado mientras iniciaba su formación sacerdotal, fue asesinado a los dieciocho años en 1838; el otro es Manuel Le-Van-Phung, catequista y padre de familia, muerto en 1859 (beatificado en 1909).
Entre los misioneros extranjeros son mencionados dos españoles y un francés. El dominico español Jerónimo Hermosilla, llegado a Vietnam en 1829, vicario apostólico del Tonkín oriental, fue muerto en 1861 (beatificado en 1909); el otro dominico, el obispo vasco Valentín de Berriochoa, que llegó a Tonkín en 1858, a los treinta y cuatro años, fue muerto en 1861 (beatificado en 1906).
El francés Jean-Théophane Vénard, de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París, llegó a Tonkín en 1854 y fue asesinado a los treinta y dos años (beatificado en 1906): sus cartas inspiraron a santa Teresa de Lisieux a rezar por las misiones, de las que fue proclamada patrona junto con san Francisco Javier.
EL PAPA REZA POR CONGO Y SUDÁN DEL SUR
"¡Cuánta hipocresía cuando se niegan las masacres de mujeres y niños!"
Francisco aboga por "esparcir semillas de paz en las partes del mundo que sufren por la guerra"
Redacción, 23 de noviembre de 2017 a las 18:55
Oración por Sudán del Sur y el Congo RV
Que el Señor afiance en los gobernantes y en todos los que tienen responsabilidades un espíritu noble y recto, firme y valiente en la búsqueda de la paz, mediante el diálogo y la negociación
(RV).- En la tarde del 23 de noviembre el Pontífice presidió una Celebración Litúrgica de oración por la paz en Sudán del Sur y en la República Democrática del Congo desde la Basílica de San Pedro en el Vaticano bajo el deseo de "esparcir con nuestra oración semillas de paz" en estas dos naciones, así como "en todas las partes del mundo que sufren por la guerra".
Francisco convocó esta oración por la paz en estos dos países, que son de los más castigados en el planeta, rezando para que el Señor resucitado "derribe los muros de la enemistad que dividen hoy a los hermanos", "socorra a las mujeres víctimas de la violencia en las zonas de guerra y en cualquier parte del mundo" y "salve a los niños que sufren a causa de conflictos que no tienen que ver con ellos" pero que "les roban su infancia y a veces también la propia vida.
El pontífice también condenó la "hipocresía" afirmando que es a través de ella donde la guerra muestra su rostro más horrible: ¡Cuánta hipocresía cuando se niegan las masacres de mujeres y niños! exclamó.
Además, pidió al Señor que dotara tanto a los gobernantes como a todos los responsables "un espíritu noble y recto, firme y valiente en la búsqueda de la paz, mediante el diálogo y la negociación".
Asegurando su cercanía a estas naciones, y exhortando a todos a rezar por la paz y por nuestros hermanos afectados, el Papa aseguró que "los cristianos creemos y sabemos que la paz es posible porque Cristo ha resucitado".
Una celebración, que estuvo abierta para todos, sin necesidad de entrada, en la que el Papa Francisco explicó que le hubiera gustado poder visitar ambos países, pero ante la imposibilidad asegura su oración por ellos, ya que ésta es lo más importante "porque es más poderosa" afirmó.
Oración completa del Santo Padre
Esta noche, queremos esparcir con nuestra oración semillas de paz en la tierra de Sudán del Sur y de la República Democrática del Congo, así como en todas las partes del mundo que sufren por la guerra. Había decidido visitar Sudán del Sur, pero no ha sido posible. Sin embargo sabemos que la oración es más importante, porque es más poderosa: la plegaria actúa con la fuerza de Dios, para quien nada es imposible.
Por eso agradezco de corazón a quienes han ideado esta vigilia y se han esforzado en llevarla a cabo.
«Cristo resucitado nos invita. Aleluya». Estas palabras del canto en lengua suajili han acompañado la procesión de entrada, con algunas imágenes de los dos países por los que estamos rezando especialmente. Los cristianos creemos y sabemos que la paz es posible porque Cristo ha resucitado. Él nos da el Espíritu Santo, a quien hemos invocado.
Como san Pablo nos ha recordado hace unos instantes, Jesucristo «es nuestra paz» (Ef 2,14). En la Cruz, ha cargado con todo el mal del mundo, también con los pecados que generan y fomentan las guerras: la soberbia, la avaricia, la sed de poder, la mentira... Jesús ha vencido todo esto con su resurrección. Cuando se apareció en medio de sus amigos les dijo: «Paz a vosotros» (Jn 20,19.21.26). Nos lo repite también a nosotros aquí, en esta noche: «Paz a vosotros».Sin ti, Señor, vana sería nuestra oración y engañosa nuestra esperanza de paz. Pero tú estás vivo y obras para nosotros y con nosotros; tú, nuestra paz.
Que el Señor resucitado derribe los muros de la enemistad que dividen hoy a los hermanos, especialmente en Sudán del Sur y en la República Democrática del Congo.
Que socorra a las mujeres víctimas de la violencia en las zonas de guerra y en cualquier parte del mundo.
Que salve a los niños que sufren a causa de conflictos que no tienen que ver con ellos, pero que les roban su infancia y a veces también la propia vida. ¡Cuánta hipocresía cuando se niegan las masacres de mujeres y niños! Aquí la guerra muestra su rostro más horrible.
Que el Señor ayude a los humildes y a los pobres del mundo a seguir creyendo y esperando en que el Reino de Dios está cerca, que está en medio de nosotros, y es «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14,17). Que sostenga a todos los que, día tras día, se esfuerzan por combatir el mal con el bien, con gestos y palabras de fraternidad, de respeto, de encuentro, de solidaridad.
Que el Señor afiance en los gobernantes y en todos los que tienen responsabilidades un espíritu noble y recto, firme y valiente en la búsqueda de la paz, mediante el diálogo y la negociación.
Que el Señor nos conceda a todos nosotros ser artesanos de paz allí donde estemos, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en las comunidades, en cualquier ambiente; «lavándonos los pies» unos a otros, a semejanza de nuestro Maestro y Señor. A él la gloria y la alabanza, hoy y por los siglos de los siglos. Amén.