«Lo ha sacado de su indigencia»

PIDE REZAR POR LAS VÍCTIMAS DE LA MATANZA EN EGIPTO Y POR SU VIAJE A MYANMAR Y BANGLADESH
Francisco: "Todo el necesitado que tiende la mano es Jesús, todo enfermo es Jesús, todo encarcelado es Jesús"
"Dios sostenga el esfuerzo de todos los que luchan por la paz, la concordia y la convivencia"

Jesús Bastante, 26 de noviembre de 2017 a las 12:16 

Francisco reza por las víctimas de Egipto RD

Ayer por la noche, como es tradición, el Papa acudió a rezar ante la 'Salus romana', en Santa María la Mayor, para pedir a la Virgen por el éxito del viaje

(Jesús Bastante).- Domingo de Cristo Rey en Roma, última fecha del Año Litúrgico antes del tiempo de Adviento. En una abarrotada plaza de San Pedro, el Papa Francisco reflexionó sobre el pasaje evangélico del juicio final, aquel en el que nos juzgarán por "el amor concreto al prójimo en dificultad". "Todo el necesitado que tiende la mano es Jesús, todo enfermo es Jesús, todo encarcelado es Jesús".

"Los justos se sorprende, porque no recuerdan haberse encontrado con Jesús, y menos haberlo ayudado de este modo", aclara el Papa. "Pero Él responde: todo aquello que habéis hecho a uno solo de mis hermanos más pequeños, lo habéis hecho conmigo". Una palabra "que no deja de cumplirse, y nos dice hasta qué punto se revela el amor de Dios". Un Cristo que es, al tiempo, "Rey, pastor y juez".

Porque, añadió Francisco, Dios se hace uno de nosotros, "pero no cuando estamos bien y somos felices, sino cuando nos vemos en problemas". "Él se deja encontrar, te tiende la mano como mendicante. Así Jesús revela el criterio decisivo de su juicio", que no es otro que "el amor concreto por el prójimo en dificultad".

Así también, añadió el Papa, "se revela el poder de su amor, del regalo de Dios, solidario con el que sufre y suscitando en todo gracia y obras de misericordia".

Pero, junto al juicio de los justos, el Evangelio también presenta al Rey que expulsa "aquellos que no se preocuparon por la necesidad de sus hermanos". Como en el primer caso, muestran su sorpresa, "¿cuándo te vimos, y no te servimos? Si te hubiéramos visto te habríamos ayudado". La respuesta de Dios es la misma: "Todo aquello que no habéis hecho a algunos de estos pequeños, no me lo habéis hecho a mí".

Todo se reduce a una máxima: "Al final de nuestra vida, seremos juzgados por el amor. Por nuestro empeño concreto de amar y servir a Jesús en nuestros hermanos más pequeños y necesitados". Todos ellos es Jesús, que "vendrá al final de los tiempos para juzgar a todas las naciones, pero que viene a nosotros cada día, en aquellos que quieran acogerlo".

Por ello, culminó el Papa, hemos de acoger en nuestra vida "a los que sufren la enfermedad, el hambre o la injusticia", y así, también, "seremos acogidos para siempre en el Reino de luz y de paz".

Tras el rezo del Angelus, Francisco mostró su "gran dolor" por "la tragedia en una mezquita en el norte del Sinaí, en Egipto". "Continuo rezando por las numerosas víctimas, por los heridos y por toda la comunidad duramente golpeada. Dios les libre de esta tragedia y sostenga el esfuerzo de todos los que luchan por la paz, la concordia y la convivencia", clamó el Papa, quien recordó que "la gente, en ese momento, oraba. Nosotros, en silencio, oremos por ellos".

También recordó la beatificación, ayer, en Córdoba (Argentina), de la madre Catalina, "una mujer apasionada por el corazón de Jesús y de la humanidad", y rezó por Ucrania, "para que la fuerza de la fe ayuda a cerrar las heridas del pasado y promueva, hoy, caminos de paz".

Finalmente, Francisco recordó que "esta tarde iniciaré el viaje apostólico en Myanmar y Bangladesh. Os pido me acompañéis con la oración, para que mi presencia sea un signo de cercanía y esperanza". Justo ayer por la noche, como es tradición, el Papa acudió a rezar ante la 'Salus romana', en Santa María la Mayor, para pedir a la Virgen por el éxito del viaje.

Texto completo de las palabras del Papa Francisco en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este último domingo del año litúrgico celebramos la Solemnidad de Cristo Rey del universo. La suya es una realeza de guía, de servicio, y también una realeza que al final de los tiempos se afirmará como juicio. Hoy tenemos ante nosotros a Cristo como rey, pastor y juez, que muestra los criterios de pertenencia al Reino de Dios. Estos son los criterios.

La página evangélica se abre con una visión grandiosa. Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, dice: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso» (Mt 25,31). Se trata de la introducción solemne de la narración del juicio universal. Después de haber vivido la existencia terrena en humildad y pobreza, Jesús se presenta ahora en la gloria divina que le pertenece, rodeado del ejército angélico. La humanidad entera es convocada ante Él y Él ejercita su autoridad separando los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras.

A quienes ha puesto a su derecha dice: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» (vv. 34-36). Los justos se quedaran sorprendidos, porque no recuerdan jamás de haber encontrado a Jesús, y mucho menos de haberlo ayudado de ese modo; pero Él dirá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (v. 40). Esta palabra no termina nunca de sorprendernos, porque nos revela hasta qué punto llega el amor de Dios: hasta el punto de identificarse con nosotros, pero no cuando estamos bien, cuando estamos sanos y felices, no, sino cuando estamos en la necesidad. Y de este modo escondido Él se deja encontrar, nos extiende la mano como un mendigo. Así Jesús revela el criterio decisivo de su juicio, es decir, el amor concreto por el prójimo en dificultad. Y así se revela el poder del amor, la majestad de Dios: solidario con quien sufre para suscitar en todas partes actitudes y obras de misericordia. La parábola del juicio prosigue presentando al rey que aleja de sí a aquellos que durante su vida no se han preocupado de las necesidades de los hermanos. También en este caso ellos se quedaran sorprendidos y preguntaran: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?» (v. 44). Sobre entendido: "¡Si te hubiéramos visto, seguramente te habríamos ayudado!". Pero el rey responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo» (v. 45). Al final de nuestra vida seremos juzgados sobre el amor, es decir, sobre nuestro concreto compromiso de amar y servir a Jesús en nuestros hermanos más pequeños y necesitados. Ese mendigo, aquel necesitado que extiende la mano es Jesús; ese enfermo que debo visitar es Jesús; ese encarcelado es Jesús; ese hambriento es Jesús. Pensemos en esto. Jesús vendrá al final de los tiempos para juzgar a todas las naciones, pero viene a nosotros cada día, de tantos modos, y nos pide acogerlo. La Virgen María nos ayude a encontrarlo y recibirlo en su Palabra y en la Eucaristía, y al mismo tiempo en los hermanos y en las hermanas que sufren el hambre, la enfermedad, la opresión, la injusticia. Puedan nuestros corazones acogerlo en el hoy de nuestra vida, para que seamos recibidos por Él en la eternidad de su Reino de luz y de paz.

Evangelio según San Lucas 21,1-4. 

Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. 
Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, 
y dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. 
Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir." 

Ntra Sra de la Medalla Milagrosa

El 1830 es un año clave: tiene lugar en París la primera aparición moderna de la Virgen Santísima. Comienza lo que Pío XII llamó la "era de María", una etapa de repetidas visitaciones celestiales. Entre otras: La Salette, Lourdes, Fátima ... Y como en su visita a Santa Isabel, siempre viene para traernos gracia, para acercarnos a Jesús, el fruto bendito de su vientre. También para recordarnos el camino de salvación y advertirnos las consecuencias de optar por otros caminos.

Fueron muchas las confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María Santísima, pero jamas podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas, le fue impuesto el mas absoluto secreto.

La Virgen le dio algunos consejos para su particular provecho espiritual: (La Virgen es Madre y Maestra)

1- Como debía comportarse con su director (humildad profunda y obediencia). Esto a pesar de que su confesor, el padre Juan María Aladel, no creyó sus visiones y le dijo que las olvidara.

2- La manera de comportarse en las penas, (paciencia, mansedumbre, gozo)

3- Acudir siempre (mostrándole con la mano izquierda) a arrojarse al pie del altar y desahogar su corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviese necesidad. (corazón indiviso, no consuelos humanos)

La Virgen también le explicó el significado de todas las apariciones y revelaciones que había tenido de San. Vicente y del Señor.

Luego continuó diciéndole:

Dios quiere confiarte una misión; te costara trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tu conocerás cuan bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que los digas a tu director. No te faltaran contradicciones; mas te asistirá la gracia; no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Veras ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.

Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases (al decir esto la Virgen estaba muy triste). Venid a los pies de este altar, donde se prodigaran gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres.

Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades a pesar de que hay almas grandes en ellas. Díselo al que esta encargado de ti, aunque no sea el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. El deberá hacer cuanto pueda para restablecer el vigor de la regla. Cuando esto suceda otra comunidad se unirá a las de ustedes.

Vendrá un momento en que el peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre las dos comunidades..

Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá víctimas..(lagrimas en los ojos). El clero de París tendrá muchas víctimas..Morirá el señor Arzobispo.

Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangra por las calles ( la Virgen no podía hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; semblante pálido). El mundo entero se entristecerá . Ella piensa: ¿cuando ocurrirá esto? y una voz interior asegura: cuarenta años y diez y después la paz.

La Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desaparece de la vista de Sor Catalina como una sombra que se desvanece.

En esta aparición la Virgen:

Le comunica una misión que Dios le quiere confiar.

La prepara con sabios consejos para que hable con sumisión y confianza a su director.

Le anuncia futuros eventos para afianzar la fe de aquellos que pudieran dudar de la aparición.

Le Regala una relación familiar de madre-hija: la ve, se acerca a ella, hablan con familiaridad y sencillez, la toca y la Virgen no solo consiente, sino que se sienta para que Catalina pueda aproximarse hasta el extremo de apoyar sus brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.

Todas las profecías se cumplieron:

1-la misión de Dios pronto le fue indicada con la revelación de la medalla milagrosa.

2-una semana después de esta aparición estallaba la revolución. Los revoltosos ocupaban las calles de París, saqueos, asesinatos, y finalmente era destronado Carlos X, sustituido por el "rey ciudadano" Luis Felipe I, gran maestro de la masonería.

3-El P. Aladel (director) es nombrado en 1846 Director de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la regla y hacia la década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad.

4-En 1870 (a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la Comuna y el fusilamiento del Arzobispo Mons. Darboy y otros muchos sacerdotes.

5- solo queda por cumplir la ultima parte.

Aparición del 27 de noviembre del 1830

La tarde el 27 de Nov. de 1830, sábado víspera del primer domingo de Adviento, en la capilla, estaba Sor Catalina haciendo su meditación, cuando le pareció oír el roce de un traje de seda que le hace recordar la aparición anterior.

Aparece la Virgen Santísima, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando quiso describir su rostro solo acertó a decir que era la Virgen María en su mayor belleza.

Sus pies posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita.

La Stma. Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla.

Tenia tres anillos en cada dedo; el mas grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y no mas pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo; llenaban toda la parte baja. 

Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, ella la miró y dijo a su corazón:

Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden.

Con estas palabras La Virgen se da a conocer como la mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo. El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.

La Medalla Milagrosa:

En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: "María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti"

Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda

Oyó de nuevo la voz en su interior: "Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza".

La aparición, entonces, dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.

En el aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.

La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: "En adelante, ya no veras , hija mía; pero oirás mi voz en la oración".

Un día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber que inscripción poner en el reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: "La M y los dos corazones son bastante elocuentes".

Símbolos de la Medalla y mensaje espiritual:

En el Anverso:

-María aplastando la cabeza de la serpiente que esta sobre el mundo. Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre Satanás.

-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol.

-Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de madre y mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes pidan.

-Jaculatoria: dogma de la Inmaculada Concepción (antes de la definición dogmática de 1854). Misión de intercesión, confiar y recurrir a la Madre.

-El globo bajo sus pies: Reina del cielos y tierra.

-El globo en sus manos: el mundo ofrecido a Jesús por sus manos.

En el reverso:

-La cruz: el misterio de redención- precio que pagó Cristo. obediencia, sacrificio, entrega

-La M: símbolo de María y de su maternidad espiritual.

-La barra: es una letra del alfabeto griego, "yota" o I, que es monograma del nombre, Jesús.

Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador.

-Las doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que nace en el Calvario de su corazón traspasado.

-Los dos corazones: la corredención. Unidad indisoluble. Futura devoción a los dos y su reinado.

Nombre:

La Medalla se llamaba originalmente: "de la Inmaculada Concepción", pero al expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella, se le llamó popularmente "La Medalla Milagrosa".

Santa Catalina Laboure descansa en Rue du Vac,

Paris su cuerpo incorrupto

San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia 
Sermón sobre el diablo tentador

«Lo ha sacado de su indigencia»

He aquí los cinco caminos de conversión: primero la reprobación de nuestros pecados, después el perdón concedido a las ofensas del prójimo; el tercero consiste en la oración; el cuarto en la limosna; el quinto en la humildad. No te quedes, pues, inactivo, sino que sigue cada día todos estos caminos; son caminos fáciles y no puedes poner como pretexto tu miseria. 

Porque, aunque tú vivas en la mayor pobreza, puedes abandonar tu cólera, practicar la humildad, orar asiduamente y reprobar tus pecados; tu pobreza no es obstáculo para nada de ello. Si es verdad que en este camino de conversión se trata de dar sus riquezas, la misma la pobreza no nos impide de cumplir el mandamiento. Lo vemos claramente en la viuda que daba sus dos pequeñas monedas. 

Ahí tenemos cómo curar nuestras heridas; apliquemos el remedio. Retornados a la verdadera salud, acerquémonos apresuradamente a la mesa santa y con gran gloria vayamos al encuentro del rey de la gloria, Cristo. Obtengamos los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la bondad de Jesucristo nuestro Señor.

¿Qué le puedo dar al que todo lo tiene?

Santo Evangelio según San Lucas 21,1-4. XXXIV del tiempo ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, vengo a tu presencia en este nuevo día. Ayúdame a estar en silencio para escuchar tu voz y saber lo que quieres de mí. Y concédeme la gracia de cumplir tu Voluntad.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Quizá ésta es mi pregunta al pensar las maravillas que Dios ha hecho en mi vida y, por qué no, también todas las dificultades que he tenido.

Jesús hoy nos pone dos ejemplos, un rico y una viuda, pero aquí el Señor no le presta tanta importancia a cuánto dan, sino a cómo dan. Sus actitudes del corazón no pasan desapercibidas ante el Señor.

Perfectamente la viuda se pudo guardar una de las monedas ¿Quién se iba a dar cuenta? Talvez el rico pudo ayudar con sus recursos a un pobre en secreto ¿Quién lo iba a notar?

Cada uno de nosotros es "la viuda y el rico" al mismo tiempo. En nuestra mano tenemos la oportunidad para darlo todo, o dar lo que nos sobra.

El Señor lo tiene todo, pero hay algo que necesita, nuestro sí a Él. María dio un sí rotundo y le entregó al Señor toda su existencia y "dichosa la han llamado todas las generaciones".

¿Le vamos a dar hoy lo que nos pide?

La viuda de este pasaje del Evangelio, que Jesús nos muestra, era una viuda que tenía su única esperanza en el Señor. Y Jesús, mientras observaba a los que echaban donativos en el templo, vio que ésta había lanzado sólo dos pequeñas monedas y dijo: "Esa pobre viuda ha echado más que todos porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad ha echado todo lo que tenía para vivir".
(Homilía de S.S. Francisco, 23 de noviembre de 2015, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy me desprenderé de algo que me cueste y lo regalaré a alguien que lo necesite.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Qué sentido tiene ofrecer cosas a Dios?

¿Acaso Dios necesita algo de nosotros?, ¿qué gana si yo le ofrezco esto?, ¿para qué le sirve que se lo ofrezca?, ¿acaso le hace algún bien a Dios?

Seguramente desde chicos hemos aprendido a ofrecer a Dios distintas realidades de la vida, sobre todo las desagradables. Cuando llegaba la hora de tomar un jarabe de gusto desagradable, de un dolor, de una derrota futbolística, etc., nuestra madre con un sencillo "ofrécelo a Dios" despachaba la cuestión. Incluso quizá, en algunos momentos, nos ha llegado a molestar que nos lo dijeran, ya que no aceptábamos aquello y, por tanto, menos queríamos ofrecerlo.

Con el tiempo y más formación, posiblemente habremos ampliado el espectro de los ofrecimientos hacia los deberes de la vida -las cosas que debíamos hacer con responsabilidad-, dándonos cuenta de no sólo era una obligación a cumplir (el estudio, el trabajo, etc.) sino algo que podíamos ofrecer al Señor.

Y, si avanzamos más en la vida cristiana, el amor a Dios no habrá llevado más lejos, haciéndonos ver que no sólo podíamos ofrecer las caras molestas y responsables de la vida, sino que también es lógico "compartir" con El las cosas agradables y placenteras.

Es un tema que nos suena conocido, pero en que quizá no hemos profundizado lo suficiente.

Cuando no se entiende el por qué

El encuentro con personas que no entienden el sentido de ofrecer a Dios trabajos, sacrificios, dolores, etc., me ha sugerido escribir sobre este tema. Personas que cuando se les plantea la cuestión preguntan desconcertadas ¿acaso Dios necesita algo de nosotros?, ¿qué gana si yo le ofrezco esto?, ¿para qué le sirve que se lo ofrezca?, ¿acaso le hace algún bien a Dios?

Y tienen razón. Si la cuestión acerca del sentido y valor del ofrecimiento se plantea desde nuestra perspectiva utilitarista, es difícil de entender. Mirado así, efectivamente, no parece que pueda servir de mucho. Efectivamente, si lo lleváramos a un plano personal, qué pensaríamos si nos ofrecieran cosas que no nos sirven, ni necesitamos, ni nos interesan... quizá no estaríamos demasiado agradecidos. ¿Para qué quiero yo un elefante, o un traje de novia, o 10 Kg de cemento, o un karting…? Posiblemente esos regalos me crearían un problema que no tengo: ¿qué hago yo con esto?

Aplicado a Dios, uno se podría preguntar ¿qué hace con mi estudio?, ¿qué le cambia si yo se lo ofrezco?, ¿para qué le sirve mi dolor de muelas?, ¿qué hace con la carne que no como los viernes...? y así podríamos seguir con infinidad de ejemplos.

Pero el asunto no es qué gana Dios, sino qué gano yo. Aquí radica la verdadera perspectiva. Porque Dios me pide cosas que El no necesita, pero que yo sí necesito. Me pide para dar. Exige para entregarse.

Por otro lado, el ofrecimiento santifica lo ofrecido, y hacerse santo santificando la vida es lo más útil del mundo...

De manera que nos vendrá muy bien entender mejor qué sentido tiene ofrecer, para qué lo hacemos, qué pasa cuando lo hacemos (que es lo que hacemos realmente al ofrecer algo). Para llenarlo de sentido, descubrir su valor y sobre todo ganarnos el cielo.

Veamos siete perspectivas de la santificación del trabajo.

1. Una cuestión de amor

Dios manifiesta su amor aceptando nuestro ofrecimiento

Obviamente Dios no nos necesita. El no saca ningún provecho de lo que nosotros le podamos ofrecer. No gana nada. Por otro lado, todo es suyo, eso que le queremos ofrecer... ¡lo ha creado El mismo!

Pero no todo en la vida es cuestión de utilidad… La cuestión más radical no entra en cálculos de practicidad: el amor. Quien se preguntara para qué me sirve amar... estaría encarando muy equivocadamente la cuestión del amor: y por ese camino nunca llegará a amar y, por tanto a ser feliz.

El amor de Dios por nosotros

- ¿Por qué Dios quiere que le ofrezcamos sacrificios, ofrendas, etc.? Desde el principio anticipo la respuesta: porque nos quiere, aprecia todo lo nuestro.

El hecho de la necesidad de ofrendas está fuera de duda: aparece desde el principio del Antiguo Testamento. Allí encontramos a Abel y Caín ofreciendo a Dios el fruto de su trabajo: su ganado y los frutos de la tierra.

"Y entrando en la casa, vieron al Niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra".
Mt 2,11

Amar implica buscar el bien de la persona amada. Algunos se preguntan: ¿qué bien puedo yo procurarle a Dios? Es claro que ninguno. Esto también resulta patente en la Sagrada Escritura; Dios lo dice explícitamente a los judíos, y lo hace en un tono hasta divertido: "No tengo que tomar novillo de tu casa, ni machos cabríos de tus apriscos. Pues mías son todas las fieras de la selva, las bestias en los montes a millares; conozco todas las aves de los cielos, mías son las bestias de los campos. Si hambre tuviera, no habría de decírtelo, porque mío es el orbe y cuanto encierra. ¿Es que voy a comer carne de toros, o a beber sangre de machos cabríos? (Salmo 50, 9-13).

Pero aquí aparece su amor: Dios quiere lo que me hace bien a mí.

Se lo entiende mirando un reflejo humano del amor divino: al amor materno. Una buena madre se goza más en el bien de los hijos que en el propio. Cuando le preguntan ¿qué quieres que te regale? Contesta: "¡que te portes bien!" Y no es una forma de decir, una formalidad: es verdad: lo que realmente quiere. Eso es lo que las llena: el bien de sus hijos, su éxito, verlos mejor, crecer, madurar, llegar alto… Se gozan en sus hijos…

¡Y Dios es nuestro Padre! Dios nos creó, es nuestro Padre, se complace en que demos fruto (no engaños, fracasos).

Dios se complace en lo nuestro, quiere que le ofrezcamos lo que nos hace bien a nosotros. Y hacer el bien que hacemos, ofreciéndoselo a Dios, nos hace bien a nosotros: porque así nos saca de esquemas egoístas: busco mi santidad por amor a Dios y no por soberbia, amor propio, o afán perfeccionista (lo que sería totalmente contradictorio).

De manera que a Dios le complace lo que no necesita... ¡porque nos ama!

"No entiendo para qué tengo que ofrecer, para qué le sirve". Si nos cuesta entender es quizá porque se nos ha metido una visión utilitarista de la vida (que significa una visión egoistona o centrada en el beneficio o interés): me sirve, le sirve, qué saco, conviene. Dispuestos a hacer sacrificios (algo que no me gusta) sólo en aras de la utilidad propia o ajena.

Olvidando que ¡dar amor es lo más útil del mundo!

"Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios, como obediencia racional".
Rom 12,1

Amor y deberes: la ofrenda convierte el deber un acto de amor

Pero, ¿qué sentido puede tener ofrecer a Dios lo que tengo que hacer sí o sí, por obligación o para poder comer, pasar de curso, recibirme, además incluso si además me gusta lo que hago…?, ¿no es un poco engañoso ofrecer lo que haría aunque no lo ofreciera?

Dios quiere nuestra santidad, para eso nos ha creado y podemos ofrecerle lo que es su voluntad.

Toda mi vida entra en sus planes: Dios inscribió la ley del trabajo en la vida del hombre, lo mismo los deberes familiares, la necesidad de desarrollo personal de los talentos que nos ha dado… vida familiar... cumplimiento de deberes que llenan la vida (trabajo, familia...): la mayor parte.

Puedo cumplir su voluntad por amor: no se trata de una alternativa: deber o amor. No, puedo cumplir mis deberes por amor.

Quiero cumplir la voluntad de Dios y amar su voluntad. Con todo lo que me pasa (incluso si no puedo evitar que me pase...), lo que me hace doler, me alegra, no me gusta, me divierte, me molesta... puedo mostrar más realmente mi entrega. Al ofrecer lo que me pasa -eso que no puedo evitar que pase-, me estoy uniendo a la voluntad de Dios. Hacer lo que tengo que hacer por amor, por agradar a Dios, en su presencia y compañía. Estoy aceptándolo no sólo de buena gana, sino intentando quererlo porque amo a Dios.

Igual sucede a nivel familiar. Un padre, una madre, los hijos... lo que tienen que hacer es ¿obligación?, ¿amor? ¡Es lo mismo! Esos deberes se convierten en una obligación de amor.

El ofrecimiento no es una ficción: todo le pertenece, reconocer que todo es suyo y todos lo somos.

Al enriquecer el valor de lo que hago... enriquezco mi vida

Vivir para… Si eliminamos la entrega, eliminamos el amor. El ofrecimiento convierte lo que hacemos en un acto de amor.

3. El ofrecimiento convierte la vida en un regalo 

Dios en su bondad quiere darnos la oportunidad de mostrarle nuestro amor a través de estos ofrecimientos, que en el fondo no son más que formas de entregarnos a nosotros mismos.

Es el sentido que tiene los regalos.

Los regalos, dones, etc. son expresiones externas de entrega personal: materializan la entrega de nosotros mismos (nuestra propia vida). No se ofrecen por su valor externo. Lo que vale es el amor que representan, que expresan. En la ofrenda que hacemos, nos ofrecemos nosotros: nos representa y expresa la entrega de nosotros mismos.

En nuestro caso, al ofrecer las cosas por amor a Dios, es ese mismo amor de Dios lo que les da valor. Un chiquito regala a su madre un dibujo. Para la madre, es una obra de arte, tiene un valor mayor que muchos cuadros expuestos en museos.

Consideremos dos maneras de hacer un regalo. En un caso damos a un empleado $50 para que compre un regalo para alguien y se lo envíe. Qué distinto resulta, en cambio, si nosotros pensáramos qué le gustaría a esa persona, fuéramos personalmente a elegirlo, comprarlo y llevárselo... El valor material puede ser el mismo, pero el regalo es muy distinto.

No son meras palabras: "lo hago por vos". Como una etiqueta que se le pone. El que sea para esa persona está en la raíz de la existencia de lo que se ofrece.

El ofrecimiento de lo que somos y hacemos es la manera que tenemos de manifestar nuestro amor; de amar: amamos ofreciéndonos.

Quiero vivir para Dios. Que todo lo mío sea suyo. Yo mismo pertenecerle. La única forma que tengo de que sea operativo, es ir dándole todo lo que voy haciendo, lo que me va pasando, etc.

Y si de utilidad se trata, en cuestiones de amor -paradójicamente- los regalos no se piensan en categorías de utilidad. Un novio regala a su novia un anillo, una flor, un chocolate… ¿para qué sirve? Normalmente no regala cosas útiles. Para expresar amor: cuanto más inútil, cuanto más amor, cuanto más lindo… Si te regalo lana para que me tejas un sweater…

4. El amor da valor a lo que hacemos

¿Cuál es el valor de lo que hacemos? A veces valoramos mal las cosas, usamos medidas que no son las verdaderas, ya que son exteriores (valor económico, reconocimiento social, sentimiento de realización personal, etc.).

El verdadero valor de las cosas es el que tienen a los ojos de Dios.

¡Qué bien nos lo enseñó Jesús al elogiar el óvolo de la viuda en el Templo! Siendo la que menos contribuyó desde el punto de vista monetario, fue la que más dio a los ojos de Dios.

"Un pequeño acto hecho por amor, ¡cuánto vale!"

"Y si repartiera todos mis bienes en alimentos, y si entregara mi cuerpo para alcanzar la gloria, si no tengo caridad, de nada me sirve"
1 Cor 13,3

Queremos meter a Dios en nuestra vida

Con nuestro ofrecimiento, involucramos a Dios en lo nuestro: es también suyo.

¡Qué maravilla que lo mío sea de Dios!

Entonces, el Señor nos cuida: nuestro trabajo está en sus manos porque allí lo pusimos. Es lo que decimos a la Virgen en el Oh Señora mía: "y ya que soy todo tuyo, Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión tuya".

Absolutamente todo puede ser objeto de nuestro ofrecimiento a Dios:

"Por tanto, ya comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios".
1 Cor 10,31

Nos lleva a ser mejores

El amor busca y se complace en el bien de la persona amada. Quiere agradar, dar el gusto. Cuando ofrecemos a Dios nuestro trabajo por amor, esto tiene muchas consecuencias prácticas: nos lleva a hacerlo bien.

Para Dios lo mejor: no podemos ofrecerle cosas mal hechas.

Se ofrece uno mismo: lo que damos es lo de menos, ya que es expresión de nuestro amor (que es lo que realmente interesa).

En efecto, amar ofreciendo nos hace mucho bien a nosotros porque saca lo mejor de nosotros mismos.

Se habla mucho de motivación: no existe una mejor y más elevada que trabajar para Dios: nadie tiene más motivos para hacer las cosas lo mejor posible.

7. Lo más grande: nuestro trabajo que se hace salvador y santificador

Dios nos hace partícipes de la Redención: cooperadores: no porque lo necesite; sino para darnos una ocasión de grandeza.

Instrumentos de la santificación del mundo.

En el Bautismo hemos sido capacitados para eso.

Una cuestión de santidad

A través del ofrecimiento, hacemos que nuestra vida "entre" por decirlo de alguna manera, en la esfera divina: que se divinice. Así adquiere otra dimensión: se convierte en una cuestión de santidad.

San Josemaría enseñó tres dimensiones de la santificación del trabajo: santificar el trabajo (es decir, el mundo creado), santificarnos con el trabajo (nuestra santificación personal) y santificar a los demás con el trabajo (al santificar el trabajo, santificamos también a los demás).

El ofrecimiento por amor de la vida ordinaria:

Santifica el don en sí mismo
Santifica a quien lo ofrece
Santifica a los demás

La santificación del trabajo supone unos requisitos imprescindibles:

1) Estar bautizado: este sacramento da capacidad para santificar las cosas que hacemos. El carácter que imprime el Bautismo es una participación del sacerdocio de Cristo. Los fieles podemos participar del mismo de dos maneras esencialmente distintas:

- a través del sacerdocio ministerial: concedido por el sacramento del orden sagrado, los sacerdotes pueden celebrar la Santa Misa, perdonar los pecados, etc.
- a través del sacerdocio común de los fieles: que en palabras de San Josemaría nos hace "sacerdotes de nuestra propia existencia", es decir un sacerdocio cuyo objeto es el ofrecimiento de la propia vida.

Así, se puede decir que de la misma manera que sin sacerdocio ministerial no hay Misa…, sin sacerdocio real no hay santificación del trabajo.

"También vosotros, como piedras vivas, sois edificados en templo espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales gratos a Dios por medio de Jesucristo"
1 Pe 2,5

2) Estado de gracia: la santidad no procede de nosotros sino de la vida sobrenatural que está en nosotros (vida divina). Se puede ofrecer el trabajo sin estar en gracia -y es bueno hacerlo- pero este ofrecimiento no puede hacerlo santo, ni santificador.

3) Bondad del trabajo: obviamente el trabajo debe ser honesto, no se podría santificar un delito o algo inmoral.

4) Entrega personal: dar lo mejor de nosotros mismos. Es obvio que no podemos santificar un trabajo mal hecho: a Dios hemos de darle lo mejor. Esto supone esfuerzo y generosidad.

5) Amor: el motivo por el que trabajamos, la intención con la que hacemos las cosas. Esto ser expresa precisamente en el ofrecimiento: lo entrego a Dios, lo hago por El, con El y para El.

Los momentos específicos de ofrecimiento

Siempre se puede ofrecer a Dios lo que hacemos, nos pasa, queremos, etc.; pero se pueden subrayar tres momentos privilegiados:

1) Santa Misa, y en particular el ofertorio de la Misa: no sólo ofrecemos el pan, el vino y las ofrendas que la comunidad lleva al altar, sino que espiritualmente unimos nuestra vida, todo lo nuestro lo ponemos junto a esas ofrendas. De hecho, el sacerdote termina el ofertorio invitando a los fieles a la oración con las siguientes palabras: "Orad hermanos para que este sacrificio mío y vuestro". Ese sacrificio es nuestro porque allí está todo lo nuestro que se ofrece al Padre.

2) Ofrecimiento de obras: a primera hora de la mañana, ofrecer a Dios todos nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras obras, de manera que todo lo que hagamos y nos pase ese día estará consagrado a su gloria. Una oración sencilla y corta basta para hacer este acto de entrega matinal.

3) El momento de hacerlo, dirigir el corazón a Dios: el Espíritu Santo no es un huésped ocioso dentro de nosotros sino que santificará lo que tengamos entre manos.

7 detalles sobre el significado de la Medalla Milagrosa

¿Qué indican los símbolos que aparecen en la Medalla y cuál es su mensaje espiritual?

La Virgen de la Medalla Milagrosa, cuya fiesta es el 27 de noviembre, le pidió a Santa Catalina Labouré que realizara una Medalla de acuerdo a lo que veía en el momento de la aparición. Así se hizo y  Dios obró muchos milagros. Pero, ¿qué indican los símbolos que aparecen en la Medalla y cuál es su mensaje espiritual?

Triunfo sobre Satanás

En el anverso de la Medalla Milagrosa aparece la Virgen sobre el mundo y aplastando con los pies la cabeza de la serpiente. Lo que indica que la Inmaculada tiene poder, en virtud de su gracia, para triunfar sobre Satanás.

Evoca el Apocalipsis

Las doce estrellas sobre la cabeza de María y el color de su vestuario muestran a la mujer vestida de sol del libro del Apocalipsis.

Rayos de gracias

Las manos extendidas con los rayos son señal de la misión que tiene la Virgen María como Madre y mediadora de las gracias, que derrama sobre el mundo y a quienes las pidan.

Signo de la Inmaculada

La famosa inscripción “Oh María” afirma la Inmaculada Concepción de la Virgen, manifestada a Santa Catalina en esta aparición del 27 de noviembre de 1830, mucho antes que se proclamara el dogma en 1854. Asimismo, indica la misión de intercesión de la Madre de Dios, a quien podemos recurrir con confianza.

La realeza de María

El globo, que representa a la tierra, se encuentra bajo los pies de la Virgen porque Ella es reina del cielo y de la tierra.

Madre del crucificado

Al reverso de la Medalla está la “M”, símbolo de María y de su espiritual maternidad. La cruz es el misterio de la redención y la barra que la sostiene es la letra del alfabeto griego “Yota” o “I”, que es monograma del nombre “Jesús”. Todo esto simboliza a la Madre de Cristo crucificado.

La Iglesia con los Sagrados Corazones

Las doce estrellas son símbolo de la Iglesia que Cristo funda sobre los Apóstoles. Mientras que los Sagrados Corazones de Jesús y María hacen referencia a la devoción que los cristianos debemos tener a ambos Corazones.

Es mi rostro: el pobre Fiesta de Cristo Rey
Reflexión del evangelio de la misa del Domingo 26 de noviembre 2017

Cristo nos presenta claramente los criterios sobre los cuales se nos juzgará en el momento final y decisivo para saber si somos fieles su Evangelio.
Lecturas:

Ezequiel 34, 11-12. 15-17: “Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”

Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”

I Corintios 15, 20-26. 28: “Cristo le entregará el Reino a su Padre para que Dios sea todo en todas las cosas”

San Mateo 25, 31-46: “Se sentará en su trono de gloria y apartará a los unos de los otros”

 Lo comenzó como un juego y casi por llevarles la contraria a sus compañeros que se lo lanzaron como un reto: “Vamos a unirnos a los que visitan a los vagabundos y les dan de comer, así hasta alcanzamos una torta gratis”. Con ocasión de “La Jornada Mundial de los Pobres” se intensificó la campaña y más personas se unieron, hubo un poco más de despensa… Nunca imaginó lo que le esperaba: “Descubrir el rostro de Jesús en el pobre”. Católico, pero más indiferente que comprometido, golpeó fuertemente su interior la miseria y el abandono de tantas personas en las esquinas, en la calle y pensar que pudiera ser él o alguno de sus hermanos.…  Escuchaba continuamente la consigna: “Mirar a Cristo en el necesitado”, y después nos confirma: “Aunque lo había escuchado, nunca había intentado experimentar compartir mi bocado con alguien tan pobre, pensando que era Cristo”. Qué reales resultan las palabras del Papa: “Compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda”.

El Papa quiso que esta Jornada se celebrara como un preludio a la fiesta de Cristo Rey y así hoy no llega fuerte y cuestionador el Evangelio. Siendo el último domingo del año litúrgico, se le ha querido dar el sentido de plenitud, coronarlo con lo más importante y central de toda la enseñanza de Jesús, como el querer alcanzar una meta. Por eso se culmina con esta bella fiesta de Cristo Rey que precisa y destaca qué es lo más importante del Evangelio. Varias veces se le preguntó a Jesús cuál era el más importante de los mandamientos, y Él respondía con sus palabras y con sus hechos. Ahora en una descripción del juicio final, viene a señalar que todos los demás mandamientos no tendrán ningún fundamento si no se descubre el amor a los más pequeños e insignificantes. Tan grande es este mandamiento que Jesús no duda en identificarse y señalar que el amor o desprecio que se ha tenido con ellos, con Él mismo se ha tenido. La extrañeza y desconcierto de quienes han sido juzgados favorablemente o de quienes han sido condenados, puede darnos una idea de lo difícil que puede llegar a ser cumplir este mandamiento en aquel tiempo pero sobre todo en nuestro mundo actual.

Desconcertante la figura que hoy nos presenta el mismo Jesús en la visión final: el Juez se confunde continuamente con el pastor. Imponente la figura del Hijo del Hombre que empieza a separar a las ovejas de los cabritos. Lo primero que nos enseña es que es un juez y un rey muy diferente. Muy diferente a todos los reyes, jefes, actuales y pasados. Nos trae a la memoria las graves acusaciones que hacía Ezequiel en contra de los malos pastores que trasquilaban las ovejas, que las tragaban y maltrataban cuando estaban puestos para cuidarlas. Acusación grave y actual, donde se asume el poder para el propio beneficio y, amparado en las estructuras económicas, se olvida del bienestar de las mayorías. Por eso, en la primera lectura, contrapone Ezequiel  a esos malos pastores, el amor inconmensurable de un pastor que entrega su vida y sus cuidados a la oveja herida y débil. Pero también es muy claro su papel de acusación porque “yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”

Muchas veces nos inquietamos si estamos viviendo conforme a la propuesta de Jesús y quisiéramos tener certezas. Para que no nos quedemos en ambigüedades, Cristo nos presenta claramente los criterios sobre los cuales se nos juzgará en el momento final y decisivo para saber si somos fieles su Evangelio. Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que Él mismo ha querido identificarse. La página de este día no es una simple invitación a la caridad, ni siquiera un reconocimiento de las obras de misericordia; es el elemento fundamental con el cual comprueba la Iglesia  su fidelidad como Esposa de Cristo. Si nos atenemos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial de Jesús, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos. ¿Cómo la estamos cumpliendo?

Quisiéramos que con un rezo, con una limosna de vez en cuando o con alguna obra piadosa pudiéramos tranquilizar nuestra conciencia. Cristo hoy nos habla de plenitud, de entrega cabal, de descubrimiento total de su persona. A veces nos hacemos ilusiones que con una misa o un rezo estaremos cumpliendo fielmente el Evangelio, pero es que la Eucaristía es señal del Banquete Celestial y si no se tiene el compromiso con los hermanos quedará hueca y vana, no hará hermandad, no tendrá su sentido pleno. Por eso el Papa Juan Pablo II afirmaba: “Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones de seres humanos; en las enfermedades que flagelan a los países en desarrollo; en la soledad de los ancianos; la desazón de los parados; el trasiego de los emigrantes. No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo. En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas”

Si iniciábamos el año litúrgico, descubriendo a Cristo Niño, encarnado por nosotros, al llegar su final se nos exige descubrir el rostro de Jesús, en cada pobre y necesitado. Es el último domingo del año litúrgico, pero se nos invita a pensar en el día final. Ahora tenemos que revisar muy bien nuestras vidas, si tienen el sentido que Jesús nos pide para ser verdaderamente sus discípulos. ¿Lo reconocemos en los hermanos? ¿Miramos su rostro en el rostro cansado y sin ilusión de los pobres? ¿Lo atendemos en las interminables filas de menesterosos que se mueven a nuestro lado? ¿Somos capaces de reconocer el rostro de Jesús en los más pequeños? Si no, estaremos errando nuestro discipulado y seguimiento de Jesús. No basta gritar ¡Viva, Cristo Rey! Tenemos que reconocerlo en donde Él nos dice que está más presente: en el pobre.

Padre bueno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, y nos has dejado en los pobres una presencia suya, haz que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente.  Amén

¡Viva Cristo Rey!

¡Viva Cristo Rey! Es el reconocimiento del Reinado de Cristo vivo y entre nosotros

“A Él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás” (Daniel 7, 14).

¡Viva Cristo Rey!… Es el grito de alabanza de los cristianos de todas las épocas, es el reconocimiento explícito de la gloria eterna del Hijo de Dios y de la presencia de su Reino eterno entre nosotros. El mismo Jesús se reconoce ante Pilatos como Rey “Tú lo has dicho, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo…” (Jn. 18, 37); y aunque causa sorpresa la manera de reinar de Cristo, tanto impacto en Pilatos esta revelación, que una vez Jesús hubo sido crucificado mando a poner un letrero sobre su cabeza con esta frase: “Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum”(INRI), “Jesús el Nazareno, Rey de los Judíos” (Jn. 19, 19).

Así como en el culmen de la pasión, muerte y resurrección de Jesús nos es revelada la realeza de Cristo, también al inicio, en el misterio de su encarnación le era reconocida su realeza; así, pensemos en el anuncio del Ángel Gabriel a María: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. (Lc. 1, 30-33).

Pero la realeza de Cristo también es reconocida por otros reyes y por otras culturas, distintas al pueblo judío, sino, pensemos en la interrogante de aquellos magos del oriente que llegaron a Jerusalén: “…«¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo.»” (Mt. 2, 2).

Pero el reinado de Cristo es “de otro modo”; dice el Papa Francisco en su reflexión del Angelus para la fiesta de Cristo Rey 2015 que Los reinos de este mundo a veces se basan en la prepotencia, en la rivalidad, opresión; el reino de Cristo, es un “reino de justicia, de amor y de paz”. Esta es la gran lección para el cristiano que reconoce a Cristo como su Rey y Señor y que se compromete a la construcción de su Reino aquí en la tierra.

El Reino de Cristo es conquistado con la espada del servicio, gobernado bajo la ley del amor y establecido por la fuerza del Espíritu Santo. Jesucristo no es un rey entronizado y coronado en el oro, a diferencia de los criterios de este mundo, el trono de Cristo es una cruz, su corona es de espinas y su cetro la lanza que traspaso su costado; la mayor conquista del reinado de Cristo es su muerte en la cruz, que instauro su reinado de amor hasta los confines de la tierra, de esto, todos nosotros somos testigos.

Nos dice el Papa Francisco: Jesús se ha revelado como rey en la Cruz. Quien mira la Cruz de Cristo no puede dejar de ver la sorprendente gratuidad del amor. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia del Cruz y en la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, también frente al rechazo, y que parece como el cumplimiento de una vida gastada en el total ofrecimiento de sí mismo a favor de la humanidad…” Esto lo entendieron muy bien muchos mártires y santos de la Iglesia a lo largo de la historia.

¡Viva Cristo Rey! Es el reconocimiento del Reinado de Cristo vivo y entre nosotros; también fue el grito de batalla de tantos mártires mexicanos que se negaron a renegar de su fe, como el Beato Miguel Agustín Pro, que antes que negar su fe para salvar su vida, oro por sus verdugos, los bendijo, extendió sus brazos en cruz y exclamó fuertemente: “¡Viva Cristo Rey!”, seguido de los disparos que acabaron con su vida; y que decir del también Beato José Luis Sánchez del Río, que aunque le insistía que dijera “Muera Cristo Rey” a cambio de perdonar su vida, el seguía proclamando con fuerza camino a su calvario “¡Viva Cristo Rey!”, tanto que estas también fueron sus últimas palabras.

¿Y nosotros que? ¿Tendremos que esperar circunstancias tan difíciles para reconocer a Cristo como nuestro Rey? La mejor prueba de fe que podemos darle a Jesús hoy es precisamente reconocerle como “Rey de Reyes y Señor de Señores”, mi Rey, mi Señor, mi Dios y mi todo. No solo proclamarlo con la boca, sino testimoniarlo con la vida misma, invitando a Jesús a gobernar cada área de nuestra vida.

Como dice una alabanza tan hermosa del cantautor católico Joan Sánchez: “Si tú eres el Rey, el Rey de mi vida, el número uno en mi corazón, a ti yo te rindo todo lo que soy…”. Sí, si Jesús es Rey para mí, lo tiene que ser de toda mi vida: Señor y Rey de mi familia, Señor y Rey de mis relaciones de amistad, Señor y Rey de mi noviazgo, Señor y Rey de mi matrimonio… Él debe ser el único Señor y Rey de mis bienes, dinero, trabajo, tiempo; Señor y Rey de todo, el número uno de mi corazón, porque está al centro, ocupando el lugar principal que se merece y no el que quiero darle a conveniencia.

Si este día te sientes impulsado a proclamar a los cuatro vientos “¡VIVA CRISTO REY!”, hazlo, pero con el compromiso de vivir lo que proclamas y de darle a Cristo el lugar que se merece en su vida; solo así los cristianos podremos continuar extendiendo ese reinado de amor por todo el mundo, hasta los confines de la tierra, haciendo discípulos en todas las naciones y proclamando al mundo su amor y misericordia.

Quisiera concluir esta reflexión con la letra de un precioso Himno que desde pequeño aprendí en la Iglesia, para que tú que lees estás líneas entregues estas letras como oración a Cristo Rey y como consagración de tu vida e incluso de tu nación a Cristo Rey; elige al menos una estrofa, y dedícasela a Jesús bien como alabanza, bien como plegaria, pero en todo caso como adoración, no importa que no sepas como cantársela al Señor, ten fe que el Señor escucha siempre de corazón a corazón, que desde ahora sea Rey y Señor de tu vida:

Tú reinaras

“Tú reinaras este es el grito
Que ardiente exhala nuestra fe.
Tú reinaras oh Rey Bendito
Pues Tú dijiste reinaré.

REINE JESÚS POR SIEMPRE,
REINE SU CORAZÓN
EN NUESTRA PATRIA
EN NUESTRO SUELO
ES DE MARÍA LA NACIÓN

Tu reinaras dulce esperanza
Que al alma llena de placer
Habrá por fin paz y bonanza
Felicidad habrá doquier.

REINE JESÚS POR SIEMPRE,
REINE SU CORAZÓN
EN NUESTRA PATRIA
EN NUESTRO SUELO
ES DE MARÍA LA NACIÓN

Tu reinaras dichosa era
Dichoso pueblo con tal rey
Será tu cruz nuestra bandera
Tu amor será nuestra ley

REINE JESÚS POR SIEMPRE,
REINE SU CORAZÓN
EN NUESTRA PATRIA
EN NUESTRO SUELO
ES DE MARÍA LA NACIÓN

Tu reinaras en este suelo
Te prometemos nuestro amor
Oh buen Jesús, danos consuelo
En este valle de dolor

REINE JESÚS POR SIEMPRE,
REINE SU CORAZÓN
EN NUESTRA PATRIA
EN NUESTRO SUELO
ES DE MARÍA LA NACIÓN  

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